Chile y el sistema jubilatorio: ¿para qué vamos a crecer y progresar si nos podría ir muy mal a todos? (I)

Chile ha realizado muchas reformas en las últimas décadas y muchas de ellas han dado resultado, llevando a ese país a tener el PIB per cápita más alto de América Latina, un logro no menor. Sin embargo, parece que los pueblos se empecinan en destruir aquello que les permitió el éxito, o no entienden las causas del mismo, o se lanzan a redistribuir todo lo que pueda expropiarse a través del estado.

El sistema jubilatorio chileno cumplió un papel importante en eso, En primer lugar, quitando estos fondos de las manos de estado, que los había vaciado; luego permitiendo que financiaran la inversión del capital y por ende, el crecimiento económico. Es cierto que no otorgó un derecho de propiedad completo sobre esos fondos, porque los aportantes no eran libres de aportar o no, o de decidir qué hacer con ese dinero, pero digamos que era un gran avance sobre el sistema anterior.

Ahora, en un impulso de suicidio colectivo, muchos chilenos quisieran ir para atrás. Así lo analiza el Libertad y Desarrollo de ese país (aunque diría que con argumentos contundentes y sin mención alguna a la violación de la propiedad que el estado realiza cuando fuerza un sistema por sobre las preferencias de los individuos:

La marcha del domingo pasado es el reflejo de un descontento por parte de la ciudadanía frente al nivel de las pensiones que entrega nuestro sistema previsional con respecto a lo esperado. Esta insatisfacción se vio acrecentada al darse a conocer la situación de Myriam Olate, quien se benefició con una pensión de más de $5 millones, lo cual llevó a muchos a mirar los sistemas de reparto como una alternativa. Sin embargo,  estamos comparando con un sistema insostenible en el mediano y largo plazo.

BREVE CONTEXTO HISTÓRICO

Vale la pena recordar por estos días que nuestro sistema de capitalización nació en 1981 buscando superar las ineficiencias del antiguo sistema. Este último era un sistema atomizado, operado por más de treinta cajas, cada una con normativa propia, por lo que sus principales parámetros (edad de retiro, requisitos para pensionarse y nivel de la pensión) dependían de la caja a la que le correspondiera a cada trabajador acceder de acuerdo a la ley, en general asociado al sector económico donde se desempeñaba. Está ampliamente documentado que los beneficios, tanto en términos de monto de pensión como exigencias, dependían de la presión que ejerciese cada gremio respecto de su propia cajai.

  • Una de las razones para volver al sistema de reparto se basa en el supuesto de que éste pagaría mejores pensiones que el sistema de capitalización individual. • Sin embargo, es necesario recordar que bajo el antiguo sistema sólo reciben pensión quienes cumplen con un número mínimo de aportes, por lo que el 50% de los cotizantes no reciben pensión alguna y además pierden todo lo ahorrado durante su vida activa. Sólo con esta corrección, las pensiones de vejez del sistema antiguo resultarían 47% inferiores a las que entrega el sistema vigente. • Existen argumentos objetivos para señalar que la idea de volver a un sistema de reparto no es viable. Esto no significa que no debamos preguntarnos cómo mejorar las pensiones actuales, de tal modo de atenuar la brecha entre éstas y las expectativas de la población.

Las ineficiencias iban más allá de estas evidentes injusticias. A inicios de los ’70, sólo el 60% del pago de pensiones se financiaba con las cotizaciones del trabajador, el 40% restante correspondía a aporte estatalii. Y a principios de los 80 el déficit era de tal magnitud que las opciones eran o aumentar aún más el aporte fiscal o subir la tasa de cotización, que incluso en algunos casos llegaba a más de 50% de la remuneración imponible, después de haber sido 5% en su origen. Evidentemente el sistema, con un proceso de envejecimiento de la población como el nuestro, iba directo a la quiebra.

En este contexto nació el sistema de capitalización individual, el cual estableció derechos de propiedad sobre los aportes durante la vida laboral de los cotizantes, y relacionó directamente cotizaciones (y por ende esfuerzo individual) con beneficios a recibir, eliminando los privilegios, y generando una estructura financiera que contribuyera a la sustentabilidad macroeconómica de largo plazo tanto de él mismo como del país. El Estado, por su parte, garantizaba una pensión mínima a quienes, cumpliendo ciertos requisitos mínimos de cotización, no pudiesen autofinanciarla, y una pensión asistencial (PASIS) a los adultos mayores de menores ingresos, hubiesen cotizado o no.

En 2008 se reforma el sistema sustituyendo las pensiones estatales señaladas por un Pilar Solidario al cual pudieron acceder  los adultos mayores pertenecientes al 60% de los hogares más pobres, hayan cotizado o no. Consiste en una Pensión Básica Solidaria (PBS) a quienes nunca cotizaron y un Aporte Previsional Solidario (APS) complementario a su pensión autofinanciada para el resto, que es decreciente según el monto de esta últimaiii. Este aporte se financia con impuestos generales, lo que no castiga el empleo formal. Hoy se destinan cerca de 0,7 puntos del PIB al Pilar Solidario, para beneficiar sólo por concepto de vejez a cerca de 1.100.000 adultos mayores (cerca de 400 mil por PBS y 700 mil por APS)iv.

i En una reciente columna, Hernán Cheyre da cuenta de una ilustrativa revisión de estos privilegios. Más detalles en «Sistema de reparto, ¿jubilación justa?», El Mercurio 20/07/2016, disponible en http://www.udd.cl/medios-y-prensa/sistema-reparto-jubilacion-justa/ ii Gaete, M. E., & Matthei, E. (1988). La privatización de la previsión social en Chile. Puntos de Referencia, 32. iii El APS llega a cero cuando la pensión autofinanciada es igual a la Pensión Máxima con Aporte Solidario (PMAS). La PBS y PMAS alcanzan el 1 de julio de 2016, $ 93.543 y $ 304.062, respectivamente, mientras que el APS de vejez promedio bordea los $ 56.000. iv Los beneficiados por el Pilar Solidario de Invalidez corresponden a cerca de 250 mil pensionados más.

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