La «economía de la oferta»: impuestos e inflación

Al considerar a Jean-Baptiste Say y su famosa “ley” me preguntaron qué vigencia tenía ese concepto en la actualidad. Como Keynes la descalifica y busca desterrarla, pocos creen que alguien la defienda. Sin embargo, éstos no son pocos y entre ellos mencioné a los “supply-siders”, de quienes los alumnos no tenían ni noticia. Encontré aquí un relato sobre su impacto en las políticas económicas aplicadas en Estados Unidos, que traduzco: http://www.cato.org/policy-report/januaryfebruary-2014/tax-revolt-its-time-learn-past-success

El autor es Brian Domitrovic:

La “economía de la oferta” que culminó en la reducción de impuestos de 1981 surgió primero (el nombre se originó en 1976) en la corriente principal de la economía académica, en el trabajo de principios de los 60s del economista Robert A. Mundell. Éste trabajaba para el FMI durante los primeros años, recesivos, de la presidencia de John F. Kennedy. Desde 1961 publicó una serie de trabajos mostrando que la mejor forma en que Estados Unidos podía dejar atrás esos malos tiempos era fortaleciendo al dólar y reduciendo impuestos.

Mundell

Uno de esos trabajos de 1963 fue un modelo de análisis –en 1999, cuando Mundell obtuvo el premio Nobel de Economía, el anuncio citaba este trabajo. Su objetivo era mostrar que dinero fácil y altos impuestos conducían a la estanflación. En particular, si las ganancias se obtendrán en una moneda que se deprecia, y está sujeta a tasas impositivas cada vez más altas, los inversores no van a tener incentivos para tomar riesgos. El resultado de dinero fácil y altos impuestos es no crecimiento y desempleo. Por el contrario, un dólar sólido (particularmente contra su medida clásica, el oro), y apoyado por reducciones de impuestos generarían un boom de negocios y empleos.

En alguna medida el consejo de Mundell fue tomado, aunque sea por default, en los años de Kennedy. Las grandes reducciones de impuestos de 1962 y 1964 –junto con mayor vigilancia de la Reserva Federal sobre el dólar- resultó en ocho años de crecimiento al 5% anual. Pero luego el consenso desapareció. En 1968 y 1969 hubo aumentos de impuestos. Desde 1971 a 1973 la Reserva Federal y el Departamento del Tesoro conspiraron con el presidente Richard M. Nixon para desligar al dólar del oro y también de las paridades fijas con otras monedas.

La era de la “estanflación” llegó. Luego de una doble recesión en 1969-70, hubo una doble más severa aún en 1973-75, y una aún más severa en 1980-82. Desde 1969 a 1982, en conjunto, el crecimiento anual fue un mediocre 2,4%, el nivel de precios casi se triplicó, y las acciones perdieron la mitad de su valor. Fue el peor desempeño extendido de la economía norteamericana desde la Gran Depresión de los años 30 –y aún se debate si nuestra propia época de la Gran Recesión excede en su magnitud la crisis de los años 70.

En el medio de estas dificultades, una transición intelectual se produjo. Las ideas de Mundell, olvidadas por la academia (ni mencionar por la política) en los 70s, comenzaron a resonar en el periodismo, particularmente en la página editorial de The Wall Street Journal. El economista Arthur B. Laffer, colega de Mundell en la Universidad de Chicago, llamó la atención de Jude Wanniski, de esa página. Los dos comenzaron extensas discusiones sobre cómo superar la estanflación vía estabilidad del dólar y reducciones de impuestos. El editor de Wanniski, Robert L. Bartley, tomó la iniciativa de organizar reuniones mensuales en una parrilla de Manhattan donde el grupo, incluido Mundell, ahora en la Universidad de Columbia y residente de Nueva York, discutían los temas.

Hacia el final de los penosos años 1973-75, de recesión y estanflación, cuando el desempleo alcanzó el 9% en el contexto de inflación de dos dígitos y un colapso de la bolsa del 45%, el Journal publicaba regularmente las visiones de Mundell y Laffer. Se había eludido a la academia. Si el establishment económico no iba a promover bajos impuestos y moneda estable, entonces el principal medio de negocios lo haría.

Mientras el Journal hacía esto, algunos rincones del Congreso, incluyendo el Comité Económico Conjunto desarrollaban nuevas ideas de política económica en esta línea. Jack Kemp, representando a Buffalo, Nueva York, que experimentaba desindustrialización frente a la estanflación, comenzó a preparar un proyecto de ley para llevarlo a la práctica. En 1977, Roth dio su apoyo como co-firmante y nació así el proyecto Kemp-Roth. La ley proponía tres cortes anuales del 10% al impuesto a las ganancias. El modelo era la reducción de 1964, que había reducido todas las tasas en un 30% y ocasionado la gran recuperación de entonces.

Los impuestos eran particularmente pesados en los 70s por la forma que se combinaban con la inflación. No estaban indexados, por lo que cada aumento anual de 7% en los precios, más contribuyentes alcanzaban tasas más altas si los ingresos subían en la misma proporción. Si uno tenía un ajuste por “costo de vida”, el ingreso real caía, y el gobierno se llevaba la diferencia.

La situación era peor en relación a impuestos sobre las ganancias de propiedad y bienes de capital. En los 70s el valor de las casas se disparó como forma de protegerse contra la inflación, y también las tasaciones sobre esas casas. Las acciones (y las casas) que subían por la inflación estaban sujetas a tasas de ganancias (que alcanzaban 49%) que eran irreales.

Así, sucedió lo inevitable, una rebelión fiscal nacional. En California, donde los precios de las casas habían aumentado hasta cinco veces pues la gente buscaba protegerse contra el dólar, los impuestos aumentaron proporcionalmente. El empresario de Los Angeles, Howard Jarvis, organizó un movimiento que culminó en una consulta popular aprobando una reducción de los impuestos sobre las propiedades. La Proposición 13 ganó holgadamente en Junio de 1978.

En el Congreso, ese mismo año, un representante poco conocido de Wisconsin, William A. Steiger (quien fallecería ese diciembre con 40 años) propuso una reducción de la tasa de impuestos a las ganancias de capital de 21 puntos. Fue tan popular que el presidente Carter la convirtió en ley, a condición de que se archivara Kemp-Roth.

Estos primeros movimientos electorales y legislativos en dirección a reducciones impositivas dieron paso a cuatro de los más extraños en la economía norteamericana. Desde 1979 a 1981 la inflación fue superior al 10% cada año, aun cuando hubo recesión y el crecimiento alcanzó solo 1.2%. En 1982 la inflación se moderó al todavía excesivo nivel de 6% pero el crecimiento fue negativo (-1,9%). Era más que estanflación, era una economía que se achicaba en el contexto de intolerables aumentos de precios.

En la última parte de este bastante terrible período, con el Journal proponiendo la reducción de impuestos y la estabilidad monetaria, Reagan impulsó la ley Kemp-Roth a los siente meses de su asunción en Agosto de 1981. Sin embargo, la reducción del primer año fue de solo 5%. Cuando llegó la del 10% a mediados de 1982 la economía cambió, y mucho, para el largo plazo.

Las acciones alcanzaron el fondo en Agosto de 1982, crecieron un 30% el resto del año, y en los siguientes 18 años aumentaron 11 veces. La inflación, intratable por 12 años con 8% de promedio, cayó al 3% inmediatamente y allí quedó. El desempleo cayó de 11% a 5%, luego a 4%, mientras la oferta de mano de obra aumentaba en 40 millones de personas. La cantidad de tiempo en recesión en los 18 años siguientes a 1982 fue un quinto de los que hubo en los 13 años de estanflación.

7 pensamientos en “La «economía de la oferta»: impuestos e inflación

  1. Lo que no entiendo es porque siempre que se habla de Reagan o Thatcher se dice que trajo crisis y por eso se detesta el liberalismo económico.

  2. Me parece muy innovadora la economia de la oferta y creo que seria una forma de combatir la stanflaciin que vuene padd iendo la Argentina. Creo que serua un gran uncentivo oara ka produccion y el consumo. Pero lamentablemente nuestro pais padece yna enxemica enfermedad que es el oportunismo politico sibre tido en estos ultimos 19 años en los que se ha reforzado cimo nunca el aparato poltico con la creacion de subsidios y la corruocion en el gasto publico. Una pkutuca economica desde la oferta rn este contexto veria peligrar si no se obtienen resultados en el corto plazo esas prebendas politicas que funcionan como aseguradoras del poder indefinidamente.

  3. Si tengo que responder a mi pregunta acerca de si es mejor la deflación o la inflación, me contesto que peor es la estanflación puesto que en este proceso se produce un estancamiento de la economía y el ritmo de la inflación no cede.
    El dilema ante esta situación se encuentra en ver: si conviene implementar políticas para detener la inflación, pero esto desaceleraría el crecimiento económico, y lleva a aumentar el desempleo; o si conviene implementar políticas económicas expansionistas, que lleven a un crecimiento económico, pero esto a su vez trae un aumento considerable de la inflación.
    ¿Se podría decir que hoy en Argentina estamos muy cerca de caer en la estanflación?

  4. Fui yo la alumna que hizo la pregunta con respecto al artículo http://www.lanacion.com.ar/1685384-populismo-versus-ley-de-say (del día 27/4/2014) donde el economista Cachanosky menciona la Ley de Say y plantea su aplicación en la Argentina. Comparto los párrafos a mi criterio más relevantes que nos permiten tener una visión de cómo llevarla a la práctica en nuestro país para los lectores de otros cursos.

    “¿Cómo generar un escenario de optimismo hacia el futuro? Cambiando la fórmula económica. Para consumir, primero hay que producir, y para producir, primero hay que invertir. La vieja ley de Say: la oferta crea su propia demanda. Para que alguien pueda consumir, primero tiene que producir.”
    “Volviendo al punto anterior, lo que necesita la economía argentina es un giro de 180 grados en su política económica. Aclaro que no digo que la economía no tiene que producir para consumir. En última instancia, el fin último de todo proceso económico es el consumo. Lo que ocurre es que, para poder acceder a niveles mayores de consumo, primero hay que aumentar la productividad, y eso se logra con inversiones, sean éstas para destinar a producir bienes de consumo interno o bien a la exportación.”
    “Se me ocurre que los primeros sectores que podrían captar esas inversiones pueden ser todos los que están ligados a la infraestructura destruida en todos estos años: energía, transporte, rutas, puertos y sectores ligados a las exportaciones. Además, con un tipo de cambio real más alto, el turismo receptivo volvería a demandar puestos de trabajo. Eliminando el cepo seguramente además se reactivaría el mercado inmobiliario buscando nuevos precios para el metro cuadrado construido.”
    “Esos puestos de trabajo nuevos permitirían sostener el consumo hasta tanto la economía vaya adquiriendo más productividad. Crezcan los salarios y aumente el consumo. Claro que, para que las inversiones vengan y se logre ese cambio en la asignación de recursos, se requiere seguridad jurídica. Algo que sólo puede brindar la dirigencia política.”
    “Nadie pide no consumir. Sólo se pide seguir el orden adecuado”

  5. Me parece que la combinación de mucha liquidez y altos (y complicados) impuestos es explosiva ya que elimina los incentivos a la inversión que permitirían crear más fuente de trabajo y más liquidez (más salarios) compensada con mayor oferta, evitando que los precios se disparasen por la mayor demanda que surge de más disponibilidad de dinero aplicada al consumo en lugar de a la inversión. ¿Qué incentivo a la inversión se puede tener si los impuestos no sólo se llevan casi todos los beneficios y deja poco o nada para re invertir en el emprendimiento, y además hay que ser contador para poder entenderlos y estar al día con todos ellos? Si les sumamos la inflación e incertidumbre, los incentivos desaparecen. Sin embargo, esta situación resulta beneficiosa para el poder de turno, ya que da una sensación a primera vista de disponibilidad y aumento del poder de compra, sumado a un castigo a través de los impuestos a «los que más pueden» (problemas social y cultural) que les reditúa en votos que les permiten mantener el poder en beneficio propio.

  6. los impuestos si bien tienen como finalidad la inversion al desarrollo e invertir en ciertas areas segun el gobierno pretenda. Estos no deben ser un tanto agregados en ciertos servicios, y no en los productos, lo que alentaria a bajar los precios y aperturas de barreras comerciales.

  7. Me parece un artículo en extremo tramposo en su planteamiento y en su conclusión.
    [Dado el nivel del artículo al que respondo, voy a intentar ser muy sencillo en la explicación. (si se quiere puedo ofrecer las estadísticas y/o una expresión más formalizada de estas conclusiones).]
    Nos viene a decir, el artículo, gracias a la economía de la oferta, de la era del republicano conservador, Reagan, con bajos impuestos, y políticas antiinflacionarias, se produce una era posterior de crecimiento económico, los 18 años posteriores al primer despegue de su mandato. ¡Pero en ese periodo resulta que se incluye el mandato del demócrata Clinton! (y aún el del republicano Bush-padre), en el que subieron apreciablemente los impuestos. Mientras se excluye el periodo de Bush-hijo, que los volvió a bajar aún en mayor proporción que Reagan… y, gracias entre otras cosas a la política de concentración de renta y riqueza que se consagraron a partir de Reagan, y los «economistas de la oferta», y a las que se dio una nueva vuelta de tuerca en el periodo de Bush II, se ha generado la que probablemente será la mayor crisis económica global de la historia, medida en pérdidas de crecimiento económico, o la segunda mayor, si es que todo fuera muy bien a partir de ahora y no se produjeran más recesiones y/o depresiones en unas u otras zonas del mundo.
    Y todo gracias a las «políticas de la oferta», que han generalizado la competencia desleal en el comercio internacional (en inglés, dumping) entre países en temas ambientales y laborales, y por consiguiente el poder negociador de los inversores y los ricos, y la caída de esa capacidad negociadora de los trabajadores y de las clases medias (luego la caída de la renta de unos y otros), la reducción de los impuestos directos (especialmente a los muy ricos), y el incremento de los indirectos (que cargan más sobre los demás, porque consumen mayor proporción de su renta), las políticas industriales, o sea subvenciones puras y duras a la inversión (ya se sabe que, a menudo, inversión es sinónimo de subversión), y la reducción consiguiente del bienestar social de las mayorías. En consecuencia se ha producido una reducción de la demanda efectiva, ya se sabe la propensión marginal de los ricos a consumir es pequeña, porque ya tienen de todo y nadie tiene tres estómagos. Y, por consiguiente, se ha producido una financiarización de la economía, es decir un incremento de las actividades financieras especulativas, con la finalidad de generar ganancias fuera de la actividad productiva, que no encuentra salida en la demanda.
    En cuanto a las políticas antiinflacionarias, se ha producido una auténtica obsesión sobre el tema. Poniendo Europa al borde de la deflación. Y Japón ya hace dos décadas que está en esa tesitura, de modo que va de la caída a la recaída económica.
    Claro que esas políticas favorecen a los rentistas, y a los muy ricos, concentrando la renta y riqueza en sus manos y en sus bolsillos, que es lo que cuenta. Aunque perjudica a todos los demás, especialmente a los sectores empobrecidos, a los trabajadores y a las clases medias… Claro que estos tres sectores únicamente representan, entre unos países y otros, al 90% de la población global. Y, por supuesto, los verdaderos beneficiarios no son ni siquiera el 10% restante, sino el 1, y más aún el 0’1%.

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