Sobre free riders y colados

En un libro que causara alto impacto en la ciencia económica, “La lógica de la acción colectiva”, Mancur Olson criticó el supuesto de muchos autores en ciencias políticas, acerca de que los individuos actúan en forma consistente con los intereses del grupo al que pertenecen. En ausencia de incentivos externos, como sanciones o recompensas, el individuo buscaría su propio interés buscando no contribuir a la producción de bienes o servicios que benefician al conjunto, es decir serían “free riders” o diríamos por aquí “colados” de los esfuerzos de otros.
Por ejemplo, si nos pidieran que voluntariamente aportáramos fondos para cubrir el gasto público a cada uno de nosotros nos convendría aprovechar ese gasto pero no aportar a él, pensando que otros lo harán. De esta forma, si los otros actúan igual ese gasto no puede financiarse, por eso los impuestos son compulsivos. No obstante, esa actitud individual de frío cálculo maximizador parece no tener en cuenta todas las facetas de los individuos. Por ejemplo, ¿qué pasa con el individuo kantiano que considera un deber cumplir con su parte?
Es lo que plantea Dan Kahan (2002 “The logic of Reciprocity: Trust, Collective Action, and Law”, Yale Law School John M. Olin Center for Studies in Law, Economics, and Public Policy Working Paper Series, paper 281), quien cuestiona a Olson planteando que los individuos adoptan una posición “recíproca” más que “maximizadora”. Es decir, que cuando ven a otros actuando en forma cooperativa y movilizados por sus propios valores, están dispuestos a contribuir a la provisión de “bienes públicos” aún sin la existencia de recompensas o sanciones. En contraste, cuando ven a otros actuando como “colados” o tomando ventaja entonces el resentimiento gana y retiran su cooperación. Incluso sostiene que los incentivos y las sanciones pueden debilitar la confianza necesaria para resolver estos problemas de acción colectiva porque la existencia o el incremento de las recompensas y los castigos sería una señal de que otros no están cumpliendo con su parte, debilitando su motivación a cooperar.
Esto llama la atención a un punto débil de la así llamada “teoría del fracaso del mercado”, pues ésta sostiene que como no se puede confiar en que los individuos aporten voluntariamente para la provisión de bienes públicos, entonces los tiene que tomar en sus manos el Estado y financiarlos con impuestos. Sin embargo, la llamada “economía institucional” muestra que la sociedad desarrolla instituciones o arreglos contractuales que permiten solucionar problemas de provisión de bienes públicos en forma voluntaria.
Entre otras soluciones encontramos las sanciones de los pares a quienes actúan como “colados”, las normas culturales y, dentro de ellas, los valores morales que Kahan señala. Señala también varios casos particulares: ciertas investigaciones empíricas han mostrado que la gente está más dispuesta a contribuir a la caridad cuando ve a otros haciendo lo mismo, o se abstiene de arrojar basura en la vía pública, o espera su turno en la fila cuando los demás también lo hacen. Las empresas que han aumentado sueldos por encima del mercado han visto que los trabajadores responden trabajando más.
Su conclusión es que debería promoverse la confianza, más que las sanciones o recompensas e incluso sugiere que la autoridad impositiva debería hacer más énfasis en mostrar como una mayoría cumple con el pago de sus impuestos que en amenazar a los que no lo hacen.
Pero al margen de sus conclusiones específicas, lo interesante de su trabajo es la atención puesta en otras dimensiones de la acción humana que permiten resolver problemas de acción colectiva en forma voluntaria ya que hasta el momento para la mayoría de los economistas la única respuesta era el Estado. Y conocemos los problemas que esa respuesta trae consigo.
Un número de casos históricos se han convertido ya en clásicos estudios sobre la cooperación en situaciones en las que parecería ser muy fácil actuar como “free rider” y no cooperar para obtener un beneficio inmediato. Los trabajos de Avner Greif (1989), “Reputation and Coalitions in Medieval Trade: Evidence on the Maghribi Traders”, Journal of Economic History, Nº 49 (December), pp. 857-882.; Greif, Avner (1992), “Institutions and International Trade: Lessons from the Commercial Revolution”, The American Economic Review, Vol, 82, Nº 2, Papers and Proceedings of the Hundred and Fourth Annual Meeting of the American Economic Association (May), pp. 128-133) analizan la relación entre los comerciantes magrebíes en la Edad Media y los de Milgrom, North y Weingast (1990), “The Role of Institutions in the Revival of Trade: The Law Merchant, Private Judges and the Champagne Fairs, Economics and Politics, Nº 2 (March), pp 1-23), el funcionamiento de la feria de Champagne en el mismo período. En el primer caso se trataba de comunidades comerciantes judías establecidas en el norte de África, musulmán, en el siglo XI. Estos descendientes de comerciantes judíos en Bagdad se habían trasladado a esta región en el siglo X. Repartidos por todo el Mediterráneo los Magrebíes se contrataban entre sí como agentes, recibían la mercadería en consignación, la vendían y luego liquidaban el resultado. Dadas las distancias y las comunicaciones de la época está claro que el control directo era imposible y los incentivos para engañar estarían siempre presentes. No obstante, todos rechazaban luego interactuar con un representante que hubiera cometido un engaño y el incentivo para hacerlo era el valor de las relaciones futuras con todos los miembros de la red. Champaigne Trade Fair

 

Esto permitía incluso que se cumplieran los compromisos en relaciones puntuales que no se irían a repetir entre dos comerciantes, pero el valor de las relaciones con los demás era un incentivo suficientemente fuerte. En el caso de las ferias de Champagne, se encontraban a comerciar allí personajes provenientes de muy distintos orígenes y los contratos a veces implicaban la entrega futura de bienes. Se creó entonces una corte judicial de la feria formada por los mismos comerciantes, la que, si bien no tenía jurisdicción como para castigar a un comerciante de otros reinos o feudos, llevaba un registro de las operaciones y de su cumplimiento permitiendo así la opción de “no jugar” con quien traicione alguna transacción .

5 pensamientos en “Sobre free riders y colados

  1. Otro ejemplo de instituciones colaborativas de origen espontáneo es el Tribunal de las Aguas de Valencia. El castigo que imponía a quien usaba más agua de la que le correspondía era prohibirle regar una temporada.

  2. ¡Muy interesante! Creo que en una sociedad con «free riders» es importante promover la confianza, no perder los valores y sobre todo, hacer especial énfasis en la cultura del trabajo (y no el facilismo).

  3. A medida que iba leyendo el artículo iba recordando las palabras de antaño: «Es palabra de honor» y esa palabra de honor nos habla de la confianza en el otro. El incentivo era justamente ese: el prestigio que daba el cumplir con la palabra comprometida, el respeto por el otro. Creo que los valores estaban vigentes en todo momento. No niego que siempre existió gente «colada», corrupción y no cumplimiento de los compromisos, pero creo que cuando se inculcan los valores y se establecen políticas de educación fundadas en los valores se puede alcanzar una sociedad más comprometida con el bien común, en la cual las instituciones, tanto gubernamentales como no gubernamentales, constituyen un equilibrio entre las políticas económicas, sociales y culturales.
    Los beneficios de una educación con valores son a largo plazo, pero aseguran una sociedad más justa, menos corrupta, donde la economía también recibe sus beneficios puesto que los recursos pueden ser asignados a objetivos más loables y menos perjudiciables.

  4. Coincido totalmente con lo expresado en el artículo. Al existir los “colados” de los esfuerzos de los demás ciudadanos lleva al desincentivo de colaboración de muchos otros, al ver como esos llamados “colados” se benefician de lo obtenido del pago hecho por otros para cubrir el gasto público. Esto lleva entonces a pensar que si sucede lo contrario, es decir que si se ve que cada vez hay un mayor aporte, compromiso y responsabilidad de la sociedad comenzaría a gestarse mayor cumplimiento colectivo, aunque está más que claro que nunca dejarían de existir quienes se aprovechan del esfuerzo de los demás.
    Estoy muy de acuerdo en que una buena solución sería promover la confianza social y mostrar que hay gran parte de la sociedad que si cumple, y esto llevaría a un incentivo.
    En mi opinión meramente personal también creo que una buena táctica estatal seria que todo lo hecho por las instituciones a partir de lo recaudado sea lo mas transparente posible, así aumentaría también la confianza en el Estado y en su actuar benefactor, aumentando así aún más los aportes.
    Otra posibilidad, quizás un poco más compleja de llevar a la práctica seria permitir una intervención por parte de la sociedad a la hora de decidir en qué tareas u obras invertir lo recaudado, no hablo esto en una visión país sino en un plano más pequeño como puede ser un municipio, quizás esta práctica generaría mayor incentivo y compromiso a la hora de dar el pago.
    Creo que estas serían dos políticas que permitirían aumentar la confianza en el Estado y en las instituciones encargadas de recaudar y del gasto público. En mi opinión el ciudadano tiene que ver que al aportar el dinero y que quede en manos del Estado lo beneficiara más que si queda en sus propias manos. Debe sentir que hay una responsabilidad verdadera por parte de las instituciones y no que el dinero se invierte en obras a corto plazo sin buenos resultados o en obras que quedan en la nada misma, haciéndose un derroche innecesario del dinero

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