La ley de Say: toda oferta crea su propia demanda. Malinterpretada y abusada

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico y Social de UCEMA, vemos a Jean Baptiste Say (1767-1832), un ‘clásico’ francés quien nunca debe haber sospechado la importancia que adquiriría en la política económica del siglo XX. Seguramente han conocido la famosa “Ley de Say” presentada como “toda oferta crea su propia demanda”. Desde el punto de vista, digamos, del ‘marketing’, la frase parece absurda; nadie tiene garantizado que simplemente por ofrecer algo exista alguien que esté dispuesto a comprarlo. Pero, ¿es eso lo que dijo Say?, o ¿es eso lo que quiso decir?

La lectura es sobre el capítulo de su libro ‘Tratado de Economía Política’ donde precisamente presenta esta idea:

Jean Baptise Say, A treatise on political economy, capítulo XV «Of the demand of market for products»: http://www.econlib.org/library/Say/sayT15.html#Bk.I,Ch.XV

En castellano: http://www.eseade.edu.ar/files/Libertas/33_10_Say.pdf

“Una persona que dedique su esfuerzo a invertir en objetos de valor que tienen determinada utilidad no puede pretender que otros individuos aprecien y paguen por ese valor, a menos que dispongan de los medios para comprarlo. Ahora bien, ¿en qué consisten estos medios? Son los valores de otros productos que también son fruto de la industria, el capital y la tierra. Esto nos lleva a una conclusión que, a simple vista, puede parecer paradójica: es la producción la que genera la demanda de productos.”

“Si un comerciante dijera: «No quiero recibir otros productos a cambio de mi lana; quiero dinero», sería sencillo convencerlo de que sus clientes no podrían pagarle en dinero si antes no lo hubieran conseguido con la venta de algún bien propio. Un agricultor podrá comprar su lana si tiene una buena cosecha. La cantidad de lana que demande dependerá de la abundancia o escasez de sus cultivos. Si la cosecha se pierde, no podrá comprar nada. Tampoco podrá el comerciante comprar lana ni maíz a menos que se las ingenie para adquirir además lana o algún otro artículo con el cual hacer la compra. El comerciante dice que sólo quiere dinero. Yo digo que en realidad no quiere dinero, sino otros bienes. De hecho, ¿para qué quiere el dinero? ¿No es acaso para comprar materias primas o mercaderías para su comercio, o provisiones para su consumo personal? Por lo tanto, lo que quiere son productos, y no dinero. La moneda de plata que se reciba a cambio de la venta de productos propios, y que se entregue en la compra de los de otras personas, cumplirá más tarde la misma función entre otras partes contratantes, y así sucesivamente. De la misma manera que un vehículo público transporta en forma consecutiva un objeto tras otro. Si no puede encontrar un comprador, ¿diría usted que es solamente por falta de un vehículo donde transportarlo? Porque, en última instancia, la moneda no es más que un agente que se emplea en la transferencia de valores. Su utilidad deriva de transferir a sus manos el valor de los bienes que un cliente suyo haya vendido previamente, con el propósito de comprarle a usted. De la misma manera, la próxima compra que usted realice transferirá a un tercero el valor de los productos que usted anteriormente haya vendido a otros. De esta manera, tanto usted como las demás personas compran los objetos que necesitan o desean con el valor de sus propios productos, transformados en dinero solamente en forma temporaria. De lo contrario, ¿cómo es posible que la cantidad de bienes que hoy se venden y se compran en Francia sea cinco o seis veces superior a la del reinado miserable de Carlos VI? ¿No es evidente que deben haberse producido cinco o seis veces más bienes, y que deben haber servido para comprarse unos a otros?”

Y aquí el párrafo que diera lugar a esa interpretación llamada “Ley de Say”. ¿Parece tan ilógico como alguien (¿quién?) lo quiso presentar?:

“Cuando un producto superabundante no tiene salida, el papel que desempeña la escasez de moneda en la obstrucción de sus ventas en tan ínfimo que los vendedores aceptarían de buen grado recibir el valor en especie para su propio consumo al precio del día: no exigirían dinero ni tendrían necesidad de hacerlo, ya que el único uso que le darían seria transformarlo inmediatamente en artículos para su propio consumo.

Esta observación puede extenderse a todos los casos donde exista una oferta de bienes o servicios en el mercado. La mayor demanda estará universalmente en los lugares donde se produzcan más valores, porque en ningún otro lugar se producen los únicos medios de compra, es decir, los valores. La moneda cumple sólo una función temporaria en este doble intercambio. Y cuando por fin se cierra la transacción, siempre se habrá intercambiado un bien por otro.

Vale la pena señalar que desde el instante mismo de su creación el producto abre un mercado para otros por el total de su propio valor. Cuando el productor le da el toque final a su producto, está ansioso por venderlo de inmediato, por miedo a que pierda valor en sus manos. De la misma manera, quiere deshacerse del dinero que recibe a cambio, ya que también el valor del dinero es perecedero. Pero la única manera de deshacerse del dinero es comprando algún otro producto. Por lo tanto, la sola creación de un producto inmediatamente abre una salida para otros.”

Lo que se ve y lo que no se ve: Frederic Bastiat, el caso del vidrio roto y la pregunta si eso activa la economía

Frederic Bastiat (1801-1850) fue un gran divulgador y polemista. Sus trabajos, por supuesto, no son ‘académicos’, pero eso no implica que no estén basados en ideas que lo son. En un post anterior, por ejemplo, se presentaba la llamada “ley de Say”. Los alumnos de Económicas van a leer una breve colección de sus artículos con el título de “Lo que se ve y lo que no se ve”:  http://www.hacer.org/pdf/seve.pdf

Bastiat

Es particularmente importante para los estudiantes de Economía ya que se trata de aprender las consecuencias de las acciones humanas más allá de sus efectos inmediatos. Por ejemplo, y en relación a lo que analizara Say, esto dice Bastiat en un artículo titulado “El cristal roto”:

“¿Ha sido usted alguna vez testigo de la cólera de un buen burgués Juan Buenhombre, cuando su terrible hijo acaba de romper un cristal de una ventana? Si alguna vez ha asistido a este espectáculo, seguramente habrá podido constatar que todos los asistentes, así fueran éstos treinta, parecen haberse puesto de acuerdo para ofrecer al propietario siempre el mismo consuelo: « La desdicha sirve para algo. Tales accidentes hacen funcionar la industria. Todo el mundo tiene que vivir. ¿Qué sería de los cristaleros, si nunca se rompieran cristales?

Mas, hay en esta fórmula de condolencia toda una teoría, que es bueno sorprender en flagrante delito, en este caso muy simple, dado que es exactamente la misma que, por desgracia, dirige la mayor parte de nuestras instituciones económicas. Suponiendo que haya que gastar seis francos para reparar el destrozo, si se quiere decir que el accidente hace llegar a la industria cristalera, que ayuda a dicha industria en seis francos, estoy de acuerdo, de ninguna manera lo contesto, razonamos justamente. El cristalero vendrá, hará la reparación, cobrará seis francos, se frotará las manos y bendecirá de todo corazón al terrible niño. Esto es lo que se ve.

Pero si, por deducción, se llega a la conclusión, como a menudo ocurre, que es bueno romper cristales, que esto hace circular el dinero, que ayuda a la industria en general, estoy obligado a gritar: ¡Alto ahí! Vuestra teoría se detiene en lo que se ve, no tiene en cuenta lo que no se ve.

No se ve que, puesto que nuestro burgués a gastado seis francos en una cosa, no podrá gastarlos en otra. No se ve que si él no hubiera tenido que reemplazar el cristal, habría reemplazado, por ejemplo, sus gastados zapatos o habría añadido un nuevo libro a su biblioteca. O sea, hubiera hecho de esos seis francos un uso que no efectuará.

Hagamos las cuentas para la industria en general. Estando el cristal roto, la industria cristalera es favorecida con seis francos; esto es lo que se ve. Si el cristal no se hubiera roto, la industria zapatera (o cualquier otra) habría sido favorecida con seis francos. Esto es lo que no se ve.

Y si tomamos en consideración lo que no se ve que es un efecto negativo, tanto como lo que se ve, que es un efecto positivo, se comprende que no hay ningún interés para la industria en general, o para el conjunto del trabajo nacional, en que los cristales se rompan o no.

Hagamos ahora las cuentas de Juan Buenhombre. En la primera hipótesis, la del cristal roto, él gasta seis francos, y disfruta, ni más ni menos que antes, de un cristal. En la segunda, en la que el accidente no llega a producirse, habría gastado seis francos en calzado y disfrutaría de un par de buenos zapatos y un cristal.

O sea, que como Juan Buenhombre forma parte de la sociedad, hay que concluir que, considerada en su conjunto, y hecho todo el balance de sus trabajos y sus disfrutes, la sociedad ha perdido el valor de un cristal roto. Por donde, generalizando, llegamos a esta sorprendente conclusión: « la sociedad pierde el valor de los objetos destruidos inútilmente, » — y a este aforismo que pondrá los pelos de punta a los proteccionistas: «Romper, rasgar, disipar no es promover el trabajo nacional, » o más brevemente: « destrucción no es igual a beneficio. »

¿Qué dirá usted, Moniteur Industriel, que dirán ustedes, seguidores de este buen Sr. De Saint-Chamans, que ha calculado con tantísima precisión lo que la industria ganaría en el incendio de París, por todas las casas que habría que reconstruir? Me molesta haber perturbado sus ingeniosos cálculos, tanto más porque ha introducido el espíritu de éstos en nuestra legislación. Pero le ruego que los empiece de nuevo, esta vez teniendo en cuenta lo que no se ve al lado de lo que se ve. Es preciso que el lector se esfuerce en constatar que no hay solamente dos personajes, sino tres, en el pequeño drama que he puesto a su disposición. Uno, Juan Buenhombre, representa el Consumidor, obligado por el destrozo a un disfrute en lugar de a dos. El otro, en la figura del Cristalero, nos muestra el Productor para el que el accidente beneficia a su industria. El tercero es el zapatero, (o cualquier otro industrial) para el que el trabajo se ve reducido por la misma causa. Es este tercer personaje que se deja siempre en la penumbra y que, personificando lo que no se ve, es un elemento necesario en el problema. Es él quien enseguida nos enseñará que no es menos absurdo el ver un beneficio en una restricción, que no es sino una destrucción parcial. — Vaya también al fondo de todos los argumentos que se hacen en su favor, y no encontrará que otra forma de formular el dicho popular: «¿Que sería de los cristaleros, si nunca se rompieran cristales?”

Frederic Bastiat: ¿si salimos a romper vidrios contribuimos a reactivar la economía? Lo que no se ve

Frederic Bastiat (1801-1850) fue un gran divulgador y polemista. Sus trabajos, por supuesto, no son ‘académicos’, pero eso no implica que no estén basados en ideas que lo son. En un postreciente, por ejemplo, presentaba la llamada “ley de Say”. Los alumnos de Económicas van a leer una breve colección de sus artículos con el título de “Lo que se ve y lo que no se ve”:  http://www.hacer.org/pdf/seve.pdf

Bastiat

Es particularmente importante para los estudiantes de Economía ya que se trata de aprender las consecuencias de las acciones humanas más allá de sus efectos inmediatos. Por ejemplo, y en relación a lo que analizara Say, esto dice Bastiat en un artículo titulado “El cristal roto”:

“¿Ha sido usted alguna vez testigo de la cólera de un buen burgués Juan Buenhombre, cuando su terrible hijo acaba de romper un cristal de una ventana? Si alguna vez ha asistido a este espectáculo, seguramente habrá podido constatar que todos los asistentes, así fueran éstos treinta, parecen haberse puesto de acuerdo para ofrecer al propietario siempre el mismo consuelo: « La desdicha sirve para algo. Tales accidentes hacen funcionar la industria. Todo el mundo tiene que vivir. ¿Qué sería de los cristaleros, si nunca se rompieran cristales?

Mas, hay en esta fórmula de condolencia toda una teoría, que es bueno sorprender en flagrante delito, en este caso muy simple, dado que es exactamente la misma que, por desgracia, dirige la mayor parte de nuestras instituciones económicas. Suponiendo que haya que gastar seis francos para reparar el destrozo, si se quiere decir que el accidente hace llegar a la industria cristalera, que ayuda a dicha industria en seis francos, estoy de acuerdo, de ninguna manera lo contesto, razonamos justamente. El cristalero vendrá, hará la reparación, cobrará seis francos, se frotará las manos y bendecirá de todo corazón al terrible niño. Esto es lo que se ve.

Pero si, por deducción, se llega a la conclusión, como a menudo ocurre, que es bueno romper cristales, que esto hace circular el dinero, que ayuda a la industria en general, estoy obligado a gritar: ¡Alto ahí! Vuestra teoría se detiene en lo que se ve, no tiene en cuenta lo que no se ve.

No se ve que, puesto que nuestro burgués a gastado seis francos en una cosa, no podrá gastarlos en otra. No se ve que si él no hubiera tenido que reemplazar el cristal, habría reemplazado, por ejemplo, sus gastados zapatos o habría añadido un nuevo libro a su biblioteca. O sea, hubiera hecho de esos seis francos un uso que no efectuará.

Hagamos las cuentas para la industria en general. Estando el cristal roto, la industria cristalera es favorecida con seis francos; esto es lo que se ve. Si el cristal no se hubiera roto, la industria zapatera (o cualquier otra) habría sido favorecida con seis francos. Esto es lo que no se ve.

Y si tomamos en consideración lo que no se ve que es un efecto negativo, tanto como lo que se ve, que es un efecto positivo, se comprende que no hay ningún interés para la industria en general, o para el conjunto del trabajo nacional, en que los cristales se rompan o no.

Hagamos ahora las cuentas de Juan Buenhombre. En la primera hipótesis, la del cristal roto, él gasta seis francos, y disfruta, ni más ni menos que antes, de un cristal. En la segunda, en la que el accidente no llega a producirse, habría gastado seis francos en calzado y disfrutaría de un par de buenos zapatos y un cristal.

O sea, que como Juan Buenhombre forma parte de la sociedad, hay que concluir que, considerada en su conjunto, y hecho todo el balance de sus trabajos y sus disfrutes, la sociedad ha perdido el valor de un cristal roto. Por donde, generalizando, llegamos a esta sorprendente conclusión: « la sociedad pierde el valor de los objetos destruidos inútilmente, » — y a este aforismo que pondrá los pelos de punta a los proteccionistas: «Romper, rasgar, disipar no es promover el trabajo nacional, » o más brevemente: « destrucción no es igual a beneficio. »

¿Qué dirá usted, Moniteur Industriel, que dirán ustedes, seguidores de este buen Sr. De Saint-Chamans, que ha calculado con tantísima precisión lo que la industria ganaría en el incendio de París, por todas las casas que habría que reconstruir? Me molesta haber perturbado sus ingeniosos cálculos, tanto más porque ha introducido el espíritu de éstos en nuestra legislación. Pero le ruego que los empiece de nuevo, esta vez teniendo en cuenta lo que no se ve al lado de lo que se ve. Es preciso que el lector se esfuerce en constatar que no hay solamente dos personajes, sino tres, en el pequeño drama que he puesto a su disposición. Uno, Juan Buenhombre, representa el Consumidor, obligado por el destrozo a un disfrute en lugar de a dos. El otro, en la figura del Cristalero, nos muestra el Productor para el que el accidente beneficia a su industria. El tercero es el zapatero, (o cualquier otro industrial) para el que el trabajo se ve reducido por la misma causa. Es este tercer personaje que se deja siempre en la penumbra y que, personificando lo que no se ve, es un elemento necesario en el problema. Es él quien enseguida nos enseñará que no es menos absurdo el ver un beneficio en una restricción, que no es sino una destrucción parcial. — Vaya también al fondo de todos los argumentos que se hacen en su favor, y no encontrará que otra forma de formular el dicho popular: «¿Que sería de los cristaleros, si nunca se rompieran cristales?”

La ley de Say: toda oferta crea su propia demanda. Malinterpretada y vilipendiada cien años después

Los alumnos de Económicas leen a Jean Baptiste Say (1767-1832), un ‘clásico’ francés quien nunca debe haber sospechado la importancia que adquiriría en la política económica del siglo XX. Seguramente han conocido la famosa “Ley de Say” presentada como “toda oferta crea su propia demanda”. Desde el punto de vista, digamos, del ‘marketing’, la frase parece absurda; nadie tiene garantizado que simplemente por ofrecer algo exista alguien que esté dispuesto a comprarlo. Pero, ¿es eso lo que dijo Say?, o ¿es eso lo que quiso decir?

Say

La lectura es sobre el capítulo de su libro ‘Tratado de Economía Política’ donde precisamente presenta esta idea:

Jean Baptise Say, A treatise on political economy, capítulo XV «Of the demand of market for products»: http://www.econlib.org/library/Say/sayT15.html#Bk.I,Ch.XV

En castellano: http://www.eseade.edu.ar/files/Libertas/33_10_Say.pdf

“Una persona que dedique su esfuerzo a invertir en objetos de valor que tienen determinada utilidad no puede pretender que otros individuos aprecien y paguen por ese valor, a menos que dispongan de los medios para comprarlo. Ahora bien, ¿en qué consisten estos medios? Son los valores de otros productos que también son fruto de la industria, el capital y la tierra. Esto nos lleva a una conclusión que, a simple vista, puede parecer paradójica: es la producción la que genera la demanda de productos.”

“Si un comerciante dijera: «No quiero recibir otros productos a cambio de mi lana; quiero dinero», sería sencillo convencerlo de que sus clientes no podrían pagarle en dinero si antes no lo hubieran conseguido con la venta de algún bien propio. Un agricultor podrá comprar su lana si tiene una buena cosecha. La cantidad de lana que demande dependerá de la abundancia o escasez de sus cultivos. Si la cosecha se pierde, no podrá comprar nada. Tampoco podrá el comerciante comprar lana ni maíz a menos que se las ingenie para adquirir además lana o algún otro artículo con el cual hacer la compra. El comerciante dice que sólo quiere dinero. Yo digo que en realidad no quiere dinero, sino otros bienes. De hecho, ¿para qué quiere el dinero? ¿No es acaso para comprar materias primas o mercaderías para su comercio, o provisiones para su consumo personal? Por lo tanto, lo que quiere son productos, y no dinero. La moneda de plata que se reciba a cambio de la venta de productos propios, y que se entregue en la compra de los de otras personas, cumplirá más tarde la misma función entre otras partes contratantes, y así sucesivamente. De la misma manera que un vehículo público transporta en forma consecutiva un objeto tras otro. Si no puede encontrar un comprador, ¿diría usted que es solamente por falta de un vehículo donde transportarlo? Porque, en última instancia, la moneda no es más que un agente que se emplea en la transferencia de valores. Su utilidad deriva de transferir a sus manos el valor de los bienes que un cliente suyo haya vendido previamente, con el propósito de comprarle a usted. De la misma manera, la próxima compra que usted realice transferirá a un tercero el valor de los productos que usted anteriormente haya vendido a otros. De esta manera, tanto usted como las demás personas compran los objetos que necesitan o desean con el valor de sus propios productos, transformados en dinero solamente en forma temporaria. De lo contrario, ¿cómo es posible que la cantidad de bienes que hoy se venden y se compran en Francia sea cinco o seis veces superior a la del reinado miserable de Carlos VI? ¿No es evidente que deben haberse producido cinco o seis veces más bienes, y que deben haber servido para comprarse unos a otros?”

Y aquí el párrafo que diera lugar a esa interpretación llamada “Ley de Say”. ¿Parece tan ilógico como alguien (¿quién?) lo quiso presentar?:

“Cuando un producto superabundante no tiene salida, el papel que desempeña la escasez de moneda en la obstrucción de sus ventas en tan ínfimo que los vendedores aceptarían de buen grado recibir el valor en especie para su propio consumo al precio del día: no exigirían dinero ni tendrían necesidad de hacerlo, ya que el único uso que le darían seria transformarlo inmediatamente en artículos para su propio consumo.

Esta observación puede extenderse a todos los casos donde exista una oferta de bienes o servicios en el mercado. La mayor demanda estará universalmente en los lugares donde se produzcan más valores, porque en ningún otro lugar se producen los únicos medios de compra, es decir, los valores. La moneda cumple sólo una función temporaria en este doble intercambio. Y cuando por fin se cierra la transacción, siempre se habrá intercambiado un bien por otro.

Vale la pena señalar que desde el instante mismo de su creación el producto abre un mercado para otros por el total de su propio valor. Cuando el productor le da el toque final a su producto, está ansioso por venderlo de inmediato, por miedo a que pierda valor en sus manos. De la misma manera, quiere deshacerse del dinero que recibe a cambio, ya que también el valor del dinero es perecedero. Pero la única manera de deshacerse del dinero es comprando algún otro producto. Por lo tanto, la sola creación de un producto inmediatamente abre una salida para otros.”

El gráfico de la oferta y la demanda: el más útil, pero tan solo el principio para comprender el proceso

Con los alumnos de Microeconomía de OMMA Madrid, leemos a Eugen von Böhm-Bawerk sobre la determinación del precio y el gráfico de la oferta y la demanda.

En general, todos utilizamos el gráfico de las curvas de oferta y demanda para explicar en las clases la formación de los precios en el mercado. Es, seguramente, el gráfico de mayor utilidad que exista en la disciplina y facilita la compresión de esos conceptos. Pero hay que tener claro que se trata de una simplificación y, como tal, de un primer paso para comprender todo el proceso que involucra las conductas de compradores y vendedores.

Al respecto comenta Böhm-Bawerk (“La ley básica de la determinación del precio”, La Teoría Positiva del Capital): http://library.mises.org/books/Eugen%20von%20Bohm-Bawerk/The%20Positive%20Theory%20of%20Capital.pdf

Bohm Bawerk

Luego de explicar la formación del precio a partir de la interacción de las valoraciones subjetivas, tanto sea de un comprador y un vendedor en un intercambio aislado, como en el más corriente de múltiples compradores y vendedores, y en este caso la relación entre las valoraciones particulares de cada uno de ellos y de qué forma influyen en la formación del precio, sobre todo las de las que denomina “parejas marginales”, aquellos que son los “últimos” en poder realizar un intercambio o los “primeros” que han quedado fuera de esa posibilidad, comenta:

“…Muchos economistas están acostumbrados a emplear en sus exposiciones símbolos matemáticos que les permiten representar situaciones complejas por medio de fórmulas simples. Esto se aplica incluso a economistas que no son partidarios de presentar la ciencia económica de manera matemática. Por ello, cuando los compradores y vendedores hacen valoraciones continuamente cambiantes –hacia arriba o hacia abajo- y estas valoraciones representan ofertas de compra o de venta de cantidades parciales de un bien de mercado, existe una predilección especial a representarlas por medio de curvas ascendentes o descendentes y de indicar, por medio de sus puntos de intersección, la situación del precio que las ofertas competitivas basadas en estas valoraciones están en proceso de desarrollar. Aunque pueda considerarse este método perfectamente aceptable, sigo considerando dudosa la inevitable supresión del punto de vista subjetivo y personal del proceso que hemos expuesto.”…

“Oferta y demanda han sido desde el principio una jerga demasiado amplia y vaga. Ha sido lo suficientemente amplia como para incluir por implicación los conceptos correctos que connotaban; han sido lo suficientemente vagas como para excluir cualquier sujeción a la precisión, y dejar todo tipo de dudas, ambigüedades y errores.”…

“Porque sin la concepción global de todo el problema que se hizo posible solamente a través de la teoría del valor subjetivo, era demasiado fácil desviarse y llegar a interpretaciones y formulaciones incorrectas. Oferta y demanda se concebían demasiado mecánicamente como meras cantidades. E incluso, cuando se hizo habitual tener en cuenta su “intensidad”, esta intensidad era erróneamente atribuida a toda clase de causas dispares y secundarias, simplemente a causa de la ignorancia todavía imperante del factor motivante esencial que se encuentra en las valoraciones subjetivas.”…

“Mi opinión es que el problema encuentra solución si introducimos dentro del marco tradicional el pensamiento sencillo de que el precio es completa y enteramente el producto de las valoraciones subjetivas de los hombres. Este pensamiento explica de la manera más simple y unificada por qué la gente ofrece un bien a la venta o desea comprarlo, explica la intensidad con que hacen esto, la insistencia con que a veces persisten en ofrecer o exigir bienes, así como también la facilidad y rapidez con que otras veces cesan de hacerlo.”

El arte del precio: microeconomía aplicada por Rafi Mohammed, un experto en marketing

Con los alumnos de Microeconomía de OMMA-Madrid hacemos una pausa en la teoría económica para considerar cómo establecen precios los comercios y las empresas. Para eso vemos el libro de Rafi Mohammed “El arte del precio” donde comienza analizando el carácter totalmente subjetivo del valor, el establecimiento de un precio en una subasta y luego cómo podemos asimilar este análisis a la política de una empresa:

“Todos los negocios, en cierta medida, incorporan la ley de la demanda a sus prácticas de fijación de precios. Por ejemplo, en las tiendas de venta al por menor, los precios empiezan siendo elevados al principio de la temporada y acaban por caer para dejar sitio a los productos de la siguiente temporada. Ésta es una estrategia de fijación de precios intemporal. FIlene’s Basement, un minorista de moda de precios bajos, utiliza abiertamente la ley de la demanda para poner en movimiento la mercancía. Todos los productos están sujetos a un precio inicial y a una rebaja programada durante los siguientes treinta días. La mercancía se descuenta después de doce días de venta en un 25 por ciento; tras dieciocho días de venta, el descuento es el 50 por ciento; y finalmente, después de veinticuatro días de venta, el precio se rebaja en un 75 por ciento. Todos los artículos que no se vendan después de treinta días se donan a alguna asociación benéfica.

A los clientes les encanta este método de fijación de precios.” Y, tomando en cuenta la pendiente negativa de la curva de demanda o, dicho de otra forma, que hay distintos demandantes con diferentes valoraciones, que estarían dispuestos a comprar pero a distintos precios, propone: “Una estrategia de precios múltiples es una serie de estrategias que nos permiten sacar beneficios de la valoración única de un producto que realiza cada cliente. ¿Se acuerda de esos clientes que pensaba que iban a pagar más? La estrategia de precios múltiples les cobra precios más elevados, que están dispuestos a pagar. La estrategia de precios múltiples rinde tributo a la ley de la demanda reconociendo que los precios reducidos darán lugar a nuevos clientes.”

“La valoración diferencial le permite vender su producto con precios distintos a diferentes clientes. Por ejemplo, las salas de cine suelen utilizar la valoración diferencial para atraer a clientes que realizan valoraciones distintas de su producto. Para atraer a los clientes que no están dispuestos a pagar precios de admisión regulares, se ofrecen descuentos a estudiantes, a niños y a jubilados. Como consecuencia de ellos, los clientes que, a menudo, pagan precios significativamente distintos acaban viendo juntos la misma película.”

“El versionamiento ofrece una línea de productos, basada en un producto base, diseñada para atraer nuevos clientes y revelar implícitamente sus valoraciones. Por ejemplo, algunos productos ofrecen versiones buenas, mejores y óptimas, y cada una de ellas tiene un nivel de calidad con un precio distinto. El versionamiento seduce a los clientes que realizan valoraciones más bajas para que adquieran el producto con un margen inferior de ‘bueno’, y aquellos clientes que realizan valoraciones superiores para que compren el producto más caro considerado como ‘”óptimo’.”

“Muchas personas se encuentran con este tipo de versionamiento una vez a la semana, cuando tienen que decidir con qué clase de gasolina llenan el depósito de su coche. Las estrategias de fijación de precios por segmentos pueden dirigirse hacia los clientes latentes y motivarlos a comprar. La idea que subyace bajo este concepto es que las nuevas estrategias de fijación de precios atraerán nuevos clientes. Algunas veces, el modo en el que fijamos el precios simplemente no resulta atractivo a los clientes interesados (Por ejemplo, algunos pueden preferir alquilar un bien o servicio en lugar de comprarlo). Así, la estrategia de fijación de precios de multipropiedad ha creado un enorme desarrollo económico en el sector de las viviendas de vacaciones, dividiendo las propiedades en segmentos de cincuenta y dos semanas. Los clientes adquieren una semana específica, que es suya de por vida. La fijación de precios de la multipropiedad se dirige a los clientes que desean ‘poseer’ una vivienda de vacaciones pero que no disponen de los recursos económicos necesarios (o no tienen interés) para realizar una compra completa.”

La Ley de Say: toda oferta crea su propia demanda. Malinterpretada y vilipendiada cien años después

Los alumnos de Económicas leen a Jean Baptiste Say (1767-1832), un ‘clásico’ francés quien nunca debe haber sospechado la importancia que adquiriría en la política económica del siglo XX. Seguramente han conocido la famosa “Ley de Say” presentada como “toda oferta crea su propia demanda”. Desde el punto de vista, digamos, del ‘marketing’, la frase parece absurda; nadie tiene garantizado que simplemente por ofrecer algo exista alguien que esté dispuesto a comprarlo. Pero, ¿es eso lo que dijo Say?, o ¿es eso lo que quiso decir?

Say

La lectura es sobre el capítulo de su libro ‘Tratado de Economía Política’ donde precisamente presenta esta idea:

Jean Baptise Say, A treatise on political economy, capítulo XV «Of the demand of market for products»: http://www.econlib.org/library/Say/sayT15.html#Bk.I,Ch.XV

En castellano: http://www.eseade.edu.ar/files/Libertas/33_10_Say.pdf

“Una persona que dedique su esfuerzo a invertir en objetos de valor que tienen determinada utilidad no puede pretender que otros individuos aprecien y paguen por ese valor, a menos que dispongan de los medios para comprarlo. Ahora bien, ¿en qué consisten estos medios? Son los valores de otros productos que también son fruto de la industria, el capital y la tierra. Esto nos lleva a una conclusión que, a simple vista, puede parecer paradójica: es la producción la que genera la demanda de productos.”

“Si un comerciante dijera: «No quiero recibir otros productos a cambio de mi lana; quiero dinero», sería sencillo convencerlo de que sus clientes no podrían pagarle en dinero si antes no lo hubieran conseguido con la venta de algún bien propio. Un agricultor podrá comprar su lana si tiene una buena cosecha. La cantidad de lana que demande dependerá de la abundancia o escasez de sus cultivos. Si la cosecha se pierde, no podrá comprar nada. Tampoco podrá el comerciante comprar lana ni maíz a menos que se las ingenie para adquirir además lana o algún otro artículo con el cual hacer la compra. El comerciante dice que sólo quiere dinero. Yo digo que en realidad no quiere dinero, sino otros bienes. De hecho, ¿para qué quiere el dinero? ¿No es acaso para comprar materias primas o mercaderías para su comercio, o provisiones para su consumo personal? Por lo tanto, lo que quiere son productos, y no dinero. La moneda de plata que se reciba a cambio de la venta de productos propios, y que se entregue en la compra de los de otras personas, cumplirá más tarde la misma función entre otras partes contratantes, y así sucesivamente. De la misma manera que un vehículo público transporta en forma consecutiva un objeto tras otro. Si no puede encontrar un comprador, ¿diría usted que es solamente por falta de un vehículo donde transportarlo? Porque, en última instancia, la moneda no es más que un agente que se emplea en la transferencia de valores. Su utilidad deriva de transferir a sus manos el valor de los bienes que un cliente suyo haya vendido previamente, con el propósito de comprarle a usted. De la misma manera, la próxima compra que usted realice transferirá a un tercero el valor de los productos que usted anteriormente haya vendido a otros. De esta manera, tanto usted como las demás personas compran los objetos que necesitan o desean con el valor de sus propios productos, transformados en dinero solamente en forma temporaria. De lo contrario, ¿cómo es posible que la cantidad de bienes que hoy se venden y se compran en Francia sea cinco o seis veces superior a la del reinado miserable de Carlos VI? ¿No es evidente que deben haberse producido cinco o seis veces más bienes, y que deben haber servido para comprarse unos a otros?”

Y aquí el párrafo que diera lugar a esa interpretación llamada “Ley de Say”. ¿Parece tan ilógico como alguien (¿quién?) lo quiso presentar?:

“Cuando un producto superabundante no tiene salida, el papel que desempeña la escasez de moneda en la obstrucción de sus ventas en tan ínfimo que los vendedores aceptarían de buen grado recibir el valor en especie para su propio consumo al precio del día: no exigirían dinero ni tendrían necesidad de hacerlo, ya que el único uso que le darían seria transformarlo inmediatamente en artículos para su propio consumo.

Esta observación puede extenderse a todos los casos donde exista una oferta de bienes o servicios en el mercado. La mayor demanda estará universalmente en los lugares donde se produzcan más valores, porque en ningún otro lugar se producen los únicos medios de compra, es decir, los valores. La moneda cumple sólo una función temporaria en este doble intercambio. Y cuando por fin se cierra la transacción, siempre se habrá intercambiado un bien por otro.

Vale la pena señalar que desde el instante mismo de su creación el producto abre un mercado para otros por el total de su propio valor. Cuando el productor le da el toque final a su producto, está ansioso por venderlo de inmediato, por miedo a que pierda valor en sus manos. De la misma manera, quiere deshacerse del dinero que recibe a cambio, ya que también el valor del dinero es perecedero. Pero la única manera de deshacerse del dinero es comprando algún otro producto. Por lo tanto, la sola creación de un producto inmediatamente abre una salida para otros.”

Roubini ataca a los «maniáticos» y «radicales» para terminar con la misma receta keynesiana

Parece difícil que economistas con distintas visiones lleguen aunque sea a comprender lo que el otro está diciendo. Bueno, tal vez no es algo solamente de economistas. Tomemos el caso de una reciente columna de Nouriel Roubini, publicada en La Nación con el título de “Una verdad heterodoxa”: http://www.lanacion.com.ar/1766549-una-verdad-heterodoxa

Comienza comentando las políticas monetarias expansivas implementadas por los principales bancos centrales del mundo luego de la crisis de 2008, a las que llama “heterodoxas” (aunque ya decir qué es ‘ortodoxia’ es bastante difícil). Y luego se descarga:

“Un resultado de ese activismo mundial en política monetaria fue una rebelión entre los seudoeconomistas y los incompetentes que hablan de los mercados. Esa diversidad de economistas «austríacos», monetaristas radicales, maniáticos del oro y fanáticos del bitcoin no ha cesado de repetir que semejante aumento en masa de la liquidez mundial provocaría hiperinflación, desplome del dólar estadounidense, precios por las nubes del oro y desaparición de las monedas fiduciarias a manos de criptomonedas digitales.”

Ya empezamos con una falacia, ya que hablar de “economistas «austríacos», monetaristas radicales, maniáticos del oro y fanáticos del bitcoin” es difícil ya que eso engloba una enorme variedad de visiones y opiniones que resultan acá englobadas para que sean un blanco fácil. Típico recurso en toda polémica, pero que no se sostiene por mucho tiempo.

Es decir, seguramente algunos economistas que calificarían en esos grupos han hecho ese tipo de predicciones, pero muchos otros no. Roubini parece atribuirles a todos ellos una muy simple teoría cuantitativa del dinero. Como la demanda de dinero (inversa de la velocidad de circulación) es asumida como estable, todo aumento de la cantidad de moneda debería reflejarse en los precios. Como los precios en los países más desarrollados no están subiendo pese a la gran expansión monetaria, esos economistas no entienden nada.

Ya Mises puntualizó la necesidad de superar una versión simplista de la teoría cuantitativa, poniendo énfasis en analizar tanto sea la oferta como la demanda de dinero (es decir, no asumir a esta como fija) y teniendo en cuenta que el principal problema que la emisión monetaria genera no es el aumento generalizado de los precios sino la distorsión de los precios relativos. Es decir, la teoría cuantitativa toma en cuenta el crecimiento de un “índice” pero esto no permite ver los cambios de precios que se producen dentro de él y, esto es bien importante, los que se producen en bienes o activos que no forman parte de esos índices.

“Inflación”, para muchos autores criticados por Roubini, no es tampoco el solo aumento del índice de precios, sino la expansión de la moneda y del crédito más allá de su demanda. Desde esta perspectiva incluso con un índice de cero estos autores podrían hablar de inflación, ya que los precios deberían estar cayendo y no lo hacen, o no tanto, debido a la política monetaria expansiva de la autoridad monetaria.

Ahora bien, si los “catastrofistas” han fracasado como dice Roubini, nada mejor se puede decir de las políticas monetarias expansivas. En sus propias palabras:

“La razón por la que los bancos centrales adoptan políticas monetarias cada vez más heterodoxas es que la recuperación posterior a 2008 fue extraordinariamente anémica. Dichas políticas han sido necesarias para contrarrestar la presión deflacionaria causada por la necesidad de hacer un doloroso desapalancamiento a raíz de las acumulaciones de deuda pública y privada.

En la mayoría de las economías avanzadas existe un desfase muy grande de la producción, pues tanto ésta como la demanda son muy inferiores a su potencial; así, las empresas tienen una capacidad limitada para fijar precios. También los mercados laborales están muy flojos: muchos desempleados intentan conseguir los pocos puestos disponibles.

Además, siguen flojos los mercados inmobiliarios en los que a un auge siguió una quiebra (EE.UU., Reino Unido, España, Irlanda, Islandia y Dubai) y en otros países hay burbujas que representan un riesgo.”

¿Acaso los grupos de economistas a los que critica no alertaron sobre esto? Roubini, además, realiza algunas afirmaciones un tanto osadas. Por ejemplo: “El aumento de la desigualdad de la renta ha exacerbado la escasez de demanda”. ¿Existe una relación lógica y comprobada de desigualdad y escasez de demanda? ¿Acaso no podría aumentar la desigualdad y también la demanda si todos los niveles de ingreso mejoran su situación?

Por último, ¿qué es lo que Roubini propone?

“Tal vez más importante haya sido un profundo desequilibrio con la política fiscal. Para ser eficaz, el estímulo monetario debe ir acompañado de un estímulo fiscal temporal, del que carecen las economías más importantes.

Incluso el FMI ha señalado que parte de la solución para un mundo con demasiada oferta y poca demanda ha de ser una inversión pública en infraestructura. Con unos tipos de interés a largo plazo próximos a cero en la mayoría de las economías avanzadas, resulta justificado el gasto en infraestructuras, pero constricciones políticas lo frenan.”

Otra vez la vieja receta keynesiana, más y más gasto y endeudamiento, solo que esta vez lo está proponiendo a países que han superado ya niveles históricos de endeudamiento. ¿Acaso Roubini plantea que la capacidad de endeudamiento de un gobierno es ilimitada?

 

La determinación de los precios en el mercado. Los alumnos preguntan leyendo a Böhm-Bawerk (V)

Los alumnos de OMMA-Madrid realizan preguntas sobre el texto de Böhm-Bawerk en relación a la determinación de los precios:

– ¿Cuando el comprador que valora más altamente el bien decide adquirir más bienes a ese precio, ya que considera que es un precio muy atractivo se produce un cambio de las parejas marginales y por lo tanto del precio?

Vimos los ejemplos con el supuesto de que cada comprador compra una unidad. Si comprara varias sería lo mismo que si hubiéramos agregado más compradores por una unidad cada uno. Si afectan las parejas marginales tendrá que ver si hay más oferentes o no. Si hay más oferentes y se compensan unos a otros, entonces las parejas marginales no se modifican, pero si no los hay, si lo harán. Es decir, por encima de las parejas marginales puede haber 10 compradores y 10 vendedores, o puede haber 100 compradores y 100 vendedores y el precio sería el mismo.

– En los ejemplos del autor se presupone una misma calidad en los bienes objeto de intercambio. ¿Cómo podemos estudiar de forma sencilla la valoración subjetiva que los individuos dan a la diferente calidad de un mismo bien?

Exacto, es una simplificación para entender la formación del precio. Luego veremos el concepto de bienes sustitutos donde se introduce la variedad entre los productos. Esas valoraciones subjetivas le darán distinta preferencia a bienes que no se consideran exactamente iguales.

– Si la valoración subjetiva de los individuos no es estática si no que cambia constantemente, incluso en cuestión de segundos, ¿estos ejemplos que pone el autor sirven para algo?

Sí, porque nos permite entender para dónde irían esos cambios.

– En una explotación agrícola el agricultor suele vender sus naranjas con un margen muy estrecho de beneficio o incluso al coste o por debajo del mismo, sin embargo cuando llega al consumidor final el precio es 10 o 12 veces lo que se ha pagado al mismo. El precio en este caso viene fijado por la red de distribución y el vendedor apenas tiene fuerza. El precio esta condicionado completamente por tu capacidad de acceso al consumidor final. Como podemos explicar esto dentro de la teoría de determinación de precio.

El precio está fijado, en última instancia, por la voluntad de los consumidores de consumir naranjas. SI el día de mañana se dijera que las naranjas causan cáncer, es probable que las dejaran de consumir y su precio se acercaría a cero. La red de distribución no fija el precio, solamente propone un precio, ofrece un precio a los consumidores y luego ve cómo estos reaccionan. Si propone un precio y vende la mitad de su existencia es que el precio está alto y lo tiene que bajar. Si propone un precio y los consumidores agotan las naranjas en pocas horas es que está bajo y lo tiene que subir. En ese sentido la red de distribución está tan atada a la voluntad de los consumidores como el mismo productor.

El productor podría llevar el mismo sus naranjas al consumidor, en forma directa. Seguramente si no lo hace es porque entiende que no le sería rentable hacerlo. Tendría que ocupar su tiempo (que necesita para cuidar sus cultivos) en llevar las naranjas, tal vez venderlas a domicilio como era antes (pasaban los vendedores gritando por las calles), tener empleados, vendedores, camiones, etc.

– ¿El marketing de los artículos de lujo es capaz de modificar la magnitud del “valor” subjetivo? Seguro que si pero… ¿Como puede llegar a ser tan potente? Para anteponerlos a bienes de primera necesidad.

Quienes demandan este tipo de bienes, está claro que ya han satisfecho sus necesidades de bienes de “primera necesidad”. Nadie compraría oro en el medio del desierto dejando de lado el agua (a menos que piense que le permitirá conseguir más o mejor agua más adelante). Ricardo III en la obra de Shakespeare, caído en el campo de batalla grita “Mi reino por un caballo”. En esa situación, el más poderoso tenía que ocuparse de una primera necesidad. Y siguiendo la ley de la utilidad marginal “decreciente”, ¿cuánto crees que ofrecería por un segundo caballo?

– En un momento el autor dice que los competidores excluidos no ejercen influencia en la determinación del precio, pero sí pueden aumentar la cantidad del bien cambiado en el mercado. ¿Puede elaborar un poco esta idea con algún ejemplo o enviarme al texto de nuevo si es que ya lo ha hecho y no lo he advertido?

Toma el ejemplo de la determinación bilateral del precio y luego imagina que cada uno de los compradores en lugar de demandas una unidad demandan 100 y que cada uno de los vendedores ofrece 100 en vez de una. ¿Qué habría cambiado? Las cantidades, por supuesto, pero no el precio.

Sin embargo, debo llamar la atención en este ejemplo que estoy suponiendo que tanto compradores como vendedores tienen la misma valoración sobre todos los bienes pero dada la ley de la utilidad marginal decreciente es probable que no tenga la misma valoración de los primeros que de los últimos y en tal caso sí se modificarían sus valoraciones y los precios. Es cuando ese vendedor quiere sacarse los últimos productos y está dispuesto a venderlos a precio más bajo.

– En algunos momentos habla de la intensidad de la valoración. No me ha quedado eso muy claro. ¿A que se refiere exactamente?  ¿Cuál es la diferencia entre  valorar algo en, no sé, 100 euros, y valorar más intensamente eso mismo también en 100 euros pero de una manera más intensa? No sé si será mi (de)formación lingüística la que me hace complicar las cosas, pero no creo haberlo entendido bien.

Si su valoración es más intensa estará dispuesto a pagar más, si lo es menos, a pagar menos. Böhm-Bawerk señala que es la intensidad de la preferencia uno de los factores que influyen en ella.

– Hacia el final del capítulo el autor dice que el ejemplo que ha utilizado es un simplificado , hecho para facilitar la comprensión general, pero reconoce que en el mundo real las cosas son más complejas y que esta complejidad puede afectar a las cosas. Sin embargo dice que se debe aceptar que esta complejidad no puede alterar el marco básico en sí mismo. Entiendo que son casos particulares y que estas particularidades, son eso, particulares, pero ya que el autor pone en el centro del debate la subjetividad de las personas, ¿no es cierto que esta subjetividad no limita en ocasiones los prejuicios de los actores y es posible que un determinado actor no quiera participar con otros en un intercambio por razones diferentes al precio?

Por supuesto, todas esas cosas forman parte de la evaluación subjetiva del comprador o del vendedor. No nos preguntamos cuáles son los motivos específicos que llevan a las personas a valorar algo de una forma u otra (que sería el campo de la sicología), sino que dadas ciertas preferencias, la interacción llevará a la determinación del precio.

– Otra sub-pregunta sobre esta idea de la complejidad: en la bolsa, cuándo una compañía recompra acciones propias, ¿cuál sería el modelo general para valorar ahora las acciones restantes?

Hay técnicas específicas para eso, pero dado lo que estamos viendo ahora, solamente podemos decir que quienes tomaron la decisión de comprar mostraron su “utilidad marginal decreciente” hasta el número de acciones que compraron y no ya para las que quedaron en manos de otros. Las que no compraron: tal vez no tengan ya tanto valor para la compañía (que tal vez buscaba alcanzar una cierta mayoría que le permitiera tomar algunas decisiones), o tal vez tengan un valor superior para quienes las poseen actualmente y solamente se hubieran desprendido de ellas a un valor superior.

¿Solamente podemos conocer las valoraciones subjetivas de un bien, mediante el precio de mercado de dicho bien?, ¿Qué pasa si el bien es nuevo en el mercado, y no conocemos su valor de mercado?

Así es, no conocemos las valoraciones subjetivas de las personas, solamente sus “preferencias reveladas” en el acto de comprar o vender. Si alguien compra un helado de chocolate y no de vainilla, lo único que puedo decir es que reveló en el acto su preferencia por el primero, pero no puedo decir “cuánto más” valora el chocolate sobre la vainilla a menos que tuviera posibilidad de expresarlo en algún acto.

Si un bien es nuevo en el mercado hay que aprender. Las empresas hacen distintos estudios para analizar el precio original de salida. Luego habrá que ver la reacción de los compradores y ajustarlo, si es posible.

La formación de los precios en el mercado. Los alumnos preguntan leyendo a Böhm-Bawerk (IV)

Los alumnos de OMMA-Madrid realizan preguntas sobre el texto de Böhm-Bawerk en relación a la determinación de los precios:

¿Obedece la determinación de los tipos de interés a esta ley de determinación del precio?

Por supuesto, en el mercado del “ahorro” se encuentran ahorristas (oferentes) e inversores (demandantes) y la interacción de sus preferencias determina la tasa de interés. Esas preferencias subjetivas las llamamos “preferencia temporal” porque es la evaluación que cada uno de ellos hace sobre un bien o monto de dinero en el presente en relación con el futuro.

¿Como es posible que se coordinen los infinitos compradores y vendedores con sus infinitas valoraciones subjetivas en el mercado para establecer precios continuamente?

Cada intercambio es un precio pero a medida que se van generalizando el conocimiento los mercados se van unificando, ya que en la medida que se conozcan diferencias de precios habrá incentivos para actuar sobre ellas. Digamos que en una verdulería A las manzanas están a 15 y en otra B están a 5. En la medida en que esa diferencia no se conozca puede ser que algunos compren en la primera y otros en la segunda. Pero en cuanto esto se conoce, los consumidores dejarán de comprar en A para ir a B.

Porque ambos quieren ganar la mayor cantidad de dinero posible actuarán de esta forma: A, viendo que los clientes ven el precio y pasan de largo, se preocupará porque no vende (y la manzana se pudre), por lo que bajará su precio. A, verá que tiene más clientes por comprar que mercadería para vender, entonces lo subirá. Este proceso estará en funcionamiento hasta que ambos vendan a 10. El precio se va generalizando. Existe una tendencia general a unificar el precio en el mercado teniendo en cuenta las diferencias de transporte, etc.

En los mercados generales, digamos globalizados, consumidores y productores transmiten sus preferencias en sus actos de venta o de compra. Por ejemplo, las valoraciones subjetivas de los consumidores ahora favorecen el café de Vietnam. Su precio ahora comienza a subir. El precio, además, envía una señal a los productores vietnamitas para que produzcan más y a los de los demás países para que produzcan mejor y hagan frente a esa competencia.

Me surgen dudas en relación a la idea del autor de que la competencia bilateral protege a todos los compradores y vendedores independientemente de su capacidad negociadora. Con respecto a este tema, ¿Cómo quedarían casos como el de Enron, o el de Ahold donde miles de accionistas fueron engañados? O ¿casos como el del aceite de colza en los 80 en España, donde muchas personas fueron engañadas y envenenadas? ¿Cómo es posible que finalmente puedan haber estos escándalos, donde miles de personas pierden parte de sus ahorros o de su salud? En estos casos de competencia bilateral los compradores, tanto con capacidad negociadora como sin ella, ¿hasta que punto estaban protegidos?

Empiezo con el aceite. Fíjate que seguramente el aceite estaba sujeto a ciertos controles gubernamentales, como lo están todos los alimentos, y así y todo eso ocurrió (aunque no conozco el caso en particular). No estamos exentos a esas cosas, de la misma forma que también hay ladrones y asesinos. Pero todo aquél que quiera seguir en el mercado tiene que cumplir con los consumidores, tiene que generar prestigio y reputación para su producto, tiene que generar una “marca”. Este es un gran mecanismo de control de calidad. Lamentablemente, la existencia de controles públicos relaja también el estado de alerta de los consumidores, ya que tienden a pensar que alguien estará controlando.

En cuanto a Enron, hubo serios problemas contractuales y de incentivos. Diseñaron un mecanismo de remuneración por medio de opciones de acciones que llevó a ciertos ejecutivos a “dibujar” los resultados de la empresa a efectos de poder ejercer esas opciones favorablemente. De nuevo, el fraude existe, pero cuando la información se conoce el mercado reacciona automáticamente y refleja eso en el precio de la acción.

– ¿ Se producen situaciones en las que se llevan a cabo intercambios que no son ventajosos para alguna o ambas partes de dicho intercambio ?

Ex post, después del intercambio, alguno puede pensar que mejor no lo hubiera hecho, pero ex ante (antes de hacerlo), lo hizo porque pensó que iba a estar en una situación mejor. Es decir, si siempre fueran ventajosos solamente habría ganancias. A veces también hay pérdidas, pero ninguno de los que realizaron esos intercambios los hizo para perder.

– ¿Cómo podemos aplicar el conocimiento de esta teoría de determinación de precios a la inversión?

Como verán en materias posteriores, en la valoración y la formación de los precios de los activos financieros.

– ¿ Puede la competencia bilateral establecer un precio correcto para cada intercambio o puede haber situaciones en las que la fijación de precio sea errónea ?

¿Qué es correcto y qué es erróneo? No hay una medida objetiva del valor. El precio simplemente refleja las valoraciones subjetivas de los compradores y vendedores. Pueden estar “objetivamente” equivocadas. Por ejemplo, de pronto todos creen que el brócoli cura el cáncer. Todos demandan brócoli y su precio sube, pero luego se descubre que no es así. Es más, que causa úlcera estomacal. Su precio baja. El precio se va ajustando permanentemente a la llegada de esas nuevas informaciones que afectan las preferencias de la gente. Estas podrán ser correctas o erróneas, pero el precio simplemente las refleja.