¿Cómo hubiera hecho frente un orden liberal a la pandemia del Covid? ¿Afirmar o suspender esos principios?

Sin todas las restricciones a las libertades individuales que implementaron los gobiernos con la pandemia del COVID, la pregunta que muchos se habrán hecho es cómo hubiera afrontado ese fenómeno una sociedad libre, a través de mecanismos de mercado, sin restringir libertades. En la serie de artículos de Peter Boettke que estamos comentando, uno de ellos trata ese tema:

Boettke, Peter J. and Boettke, Peter J. and Submitter, GMU Dept. of Econ., Liberalism Tested: ‘Actions prejudicial to the interests of others’ (Summer 2021). Georgetown Journal of Law & Public Policy, Vol. 19, No. Special Issue, 2021, p. 676-691., GMU Working Paper in Economics No. 22-22, Available at SSRN: https://ssrn.com/abstract=4149687

“Los principios liberales de autogobierno se ponen a prueba severamente cuando se enfrentan a una amenaza existencial como un ataque extranjero, crisis financieras y una pandemia global. COVID-19 representó una amenaza existencial para el orden liberal. El camino político seguido como consecuencia de tal emergencia afirmará los principios liberales o representará su suspensión. La paradoja en el esfuerzo por salvar el orden liberal desviándonos de los principios liberales es que, de hecho, podemos perder el liberalismo como principio rector de nuestra vida económica, política y social, incluso después de que se haya evitado la amenaza existencial. Un liberalismo robusto, por otro lado, sobreviviría incluso a una prueba de estrés extrema. Una pandemia es un verdadero problema de salud pública con daños significativos, pero los principios liberales verían el origen de nuestra capacidad para abordar la crisis en la adaptación y los ajustes en la interacción social (en el comportamiento personal y en los asuntos cotidianos de la vida) que reducen la propagación. Esto se encuentra en científicos creativos e inteligentes que descubren nuevos medicamentos para abordar los síntomas y, en última instancia, una vacuna para erradicar un nuevo virus; en médicos, enfermeras y otros profesionales de la medicina que aplican su gran habilidad y compasión para cuidar a los pacientes enfermos y descubrir mejores protocolos y tratamientos médicos para evitar que los enfermos se conviertan en enfermedades críticas; en los actores de la sociedad civil que participan en una variedad de actos de caridad para ayudar a los más vulnerables entre nosotros; y en emprendedores que descubren estrategias de mitigación para que los asuntos ordinarios de la vida puedan proceder con seguridad y buena salud. El liberalismo, cuando se pruebe, descubrirá que la vitalidad de las soluciones de abajo hacia arriba comienza en las comunidades y la intrincada red de relaciones entre la sociedad comercial, la sociedad civil y en todos los niveles del gobierno, en lugar de las soluciones de arriba hacia abajo del mando del gobierno. y esfuerzos de control.”

Artículo en Clarín: Emergencias, poderes de excepción y calidad institucional

https://www.clarin.com/opinion/emergencias-poderes-excepcion_0_dXxJpI5mUg.html

Emergencias y poderes de excepción

Emergencias y poderes de excepciónIlustración: Daniel Roldán

En el origen de la pandemia, los gobiernos de la región, y en verdad los de todo el mundo, comenzaron a tomar medidas apresuradas para hacer frente al fenómeno, y no tardaron mucho en declarar “estados de emergencia”, una figura constitucional que, de una u otra forma, está presente en todos los países, pero en referencia a amenazas a la seguridad externa, guerras o desastres naturales, no relacionadas con emergencias a la salud pública.

Esas iniciativas fueron recomendadas por organizaciones internacionales como la OMS, pero tuvieron una característica nacional, es decir, cada país tomó sus propias medidas (confinamientos y cuarentenas, control de la distancia social y de los contagios e incluso cierre de fronteras o restricciones a los desplazamientos internos).

En todos estos casos, fueron sugeridas y apoyadas por la comunidad científica médica y contaron con el apoyo inicial de la población la que, como sucede con muchas crisis, cuando se enfrenta a una de ellas busca una respuesta en la acción estatal, incluso hasta cuando es ésta la que la haya generado, tal como ocurre con muchas crisis económicas.

Pero los “estados de emergencia” son fácil presa de la sed de poder y sujeto de potenciales abusos. En muchos casos, los gobiernos han buscado que sean parte de la “nueva normalidad”, sobre todo tras la aparición de nuevas cepas del virus. No todos los países recurrieron al uso de esos poderes: Japón, Bangladesh, el Reino Unido o Alemania no lo han hecho, en un caso por las connotaciones históricas relacionadas con el autoritarismo, en otro por no calificar como una “emergencia” según su ordenamiento constitucional.

Pero el autoritarismo puede no necesitar poderes de emergencia. En Dinamarca se modificó la legislación sobre salud pública en doce horas, en el Reino Unido en cuatro días. Es cierto que pueden darse situaciones que requieran respuestas rápidas y precisas, de hecho, ninguno de los autores que dieron forma al sistema republicano que hoy predomina en muchos de nuestros países negó tal cosa. Macchiavello; Rousseau; John Locke; Montesquieu o Benjamin Constant reconocieron la potencial necesidad de esto, basando su análisis en la figura de la “dictadura” desarrollada en la República romana.

En ese entonces la palabra tenía una connotación muy diferente a la actual. El poder extraordinario les era concedido para hacer frente a una emergencia bélica, por un tiempo limitado y bajo el control de los otros órganos de poder y no se extendía a áreas que no estuvieran directamente relacionadas con el suceso. Terminado el lapso se volvía rápidamente a la normalidad.

No obstante, otra visión prevalece o influencia a los ámbitos del poder, una que no centra todo el uso de ese poder extraordinario en la protección de los derechos individuales de las personas, sino en la protección y supervivencia del Estado, lo que se encontraría por encima de aquellos (Carl Schmitt).

Esto termina justificando todo tipo de concentración del poder y su continuidad en el tiempo, más allá de la peligrosidad de la pandemia. Por cierto, contener y limitar al poder es la esencia de lo que llamamos “instituciones”: la división de poderes, la independencia de la justicia, la libertad de prensa, la independencia de otras agencias del Estado como los estados subnacionales, los bancos centrales o los sistemas de pensiones configuran un reparto del poder que busca evitar su concentración y potencial abuso.

Esto no es nada fácil y mucho menos en situaciones de emergencia cuando es la misma gente, aquella cuyos derechos pueden terminar siendo violados, la que demanda acciones rápidas y está dispuesta a entregar ese poder, aunque luego se arrepienta o sufra las consecuencias, o decida desobedecerlo. Los poderes extraordinarios tienen que estar siempre restringidos por el “imperio de la ley” y tener fundamento constitucional.

Cualquier medida restrictiva que no incluya una fecha de finalización (salvo aprobación parlamentaria), contradice ese propósito. En definitiva, si bien una pandemia pueda requerir la toma de decisiones extraordinarias, su continuidad más allá de lo mínimo necesario genera un deterioro de la calidad institucional, de los límites al poder.

Muchos países de América Latina han agravado su ya pobre calidad institucional. Todos deberán hacer esfuerzos adicionales para recuperar el terreno perdido, avanzar y mejorar. El Índice de Calidad Institucional 2022, publicado por la Red Liberal de América Latina (Relial), muestra ese deterioro. Muchos países caen en el indicador; en el caso de Argentina esto la lleva a perder otras cuatro posiciones, alcanzando una pérdida de diez en los dos últimos años (de 106 a 116). Uruguay y Costa Rica están entre los que mejoran y ocupan las mejores posiciones entre los países latinoamericanos (31 y 36 respectivamente) acercándose a Chile que ha estado siempre primero en la región (24).

En el final de la tabla hay viejos conocidos: Bolivia (149), Cuba (150), Haití (161) y Venezuela (180). Argentina tiene que revertir su tendencia, aunque es muy posible que, dados los acontecimientos del último año, que recién saldrán reflejados en el ICI 2023, la misma siga siendo negativa por un par de años más. No obstante, no importa tanto su reflejo posterior en el ICI como el cambio de las expectativas y esperanzas hacia una mejora en el futuro.

Martín Krause es profesor de Economía (UBA-UCEMA). Miembro del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso.

Increíble reacción ante las pandemias y una extensión de la probabilidad de vida que no para de aumentar

Hay, creo, dos razones por las cuales predomina el pesimismo en la avalancha de noticias que recibimos a diario: la primera de ellas es que las buenas noticias no generan tantos lectores como las malas, la normalidad se asume como tal, mientras que el accidente o el crimen serían la excepción; la segunda es que todo el que quiera promover algún cambio ‘revolucionario’ (no evolutivo) en la sociedad, debe antes mostrar que todo anda mal, ya que por eso se necesita el cambio.

Al respecto, una serie de autores (Matt Ridley, Steven Pinker y ahora Johan Norberg) han escrito sendos libros presentando una visión contraria, esto es, optimista, del progreso de la sociedad y el ser humano, sobre todo a partir de la llegada de la sociedad liberal y el capitalismo. Las referencias y los números son contundentes. Aquí algunos del libro  Johan Norberg, Progress: Ten Reasons to Look Forward to the Future:

“Tras la fiebre H1N1 en 2009, una versión totalmente nueva del virus de 1918, hemos visto la respuesta más rápida a una pandemia en la historia. Internet hizo posible rastrear su origen y facilitó la cooperación entre instituciones, científicos y trabajadores de la salud alrededor del planeta. Después que científicos norteamericanos obtuvieron una muestra del virus en un paciente a mediados de Abril del 2009, el secuenciamiento de genes se obtuvo en un solo día. En una semana, en genoma completo del virus H1N1 fue publicado online, para que el mundo lo use. Esto hizo posible que los desarrolladores de tests en todo el mundo modificaran los existentes y encontraran nuevos casos. Antes de un mes, comenzaron a enviarse nuevos kits de tests a laboratorios clínicos y de salud pública.

Al mismo tiempo, las compañías farmacéuticas utilizaron esta información, más nuevas tecnologías de cultivo de células y otras innovaciones para comenzar a trabajar en vacunas. EN Junio de 2009, la OMS declaró que la fiebre H1N1 era pandémica. Justo tres meses más tarde varios productores habían completado ya el desarrollo de una vacuna y la comenzaban a producir. Para Diciembre, más de 50 países habían comenzado programas de vacunación.

No hay una garantía de que la expectativa de vida siga aumentando. HIV/AIDS ocasionó una repentina caída en varios países africanos comparable con algunas guerras. Zimbabue y Botsuana perdieron más de quince años en expectativa de vida. En los años siguientes al colapso de la economía planificada, la expectativa de vida en Rusia cayó cinco años. Por otra parte, la expectativa de vida en África es ahora siete años más alta de lo que era antes del impacto del HIV/AIDS, y la expectativa de vida en Rusia es ahora mayor a la que alguna vez alcanzó bajo el comunismo, por lo que puede afirmarse que la expectativa de vida  se mueve en una dirección general, aun cuando también veamos obstáculos e incluso reversiones temporales. La expectativa de vida es, también, por varias razones, una estimación conservadora. Es una medida del tiempo que puede esperar vivir un recién nacido promedio si es que no vemos ninguna mejora adicional en la salud, por lo que no toma en cuenta ningún progreso en la extensión de la vida.

Algunos dicen que hemos llegado a los límites de lo que es posible, y que la vida no se puede incrementar mucho más. Pero han dicho eso antes, una y otra vez, y siempre se han equivocado. EN 1928, cuando la expectativa de vida en los Estados Unidos era de 57 años, el estadístico Louis Dublin calculó la posibilidad máxima eran 65 años. Como no tenía número de Nueva Zelanda, no sabía que ese límite ya había sido sobrepasado por las mujeres en ese país. Otro equipo de investigación repitió el ejercicio en 1990, y llegó a señalar un límite de 85 años. Que fue alcanzado por mujeres japonesas en 1996.”