¿Qué pasaría si todo se remunerara por el mérito? ¿O si se aplicara a fondo la justicia «social»?

Comenta Hayek, «La Constitución de la Libertad»(1960):

Hayek

«Aunque la mayoría de la gente considera muy natural la pretensión de que todos sean recompensados tan sólo por los merecimientos de su esfuerzo y trabajo, tal afirmación se basa en una colosal soberbia. Se presume que en cada caso individual somos capaces de juzgar si la gente ha utilizado bien las diferentes oportunidades y talentos que se le han dado y hasta qué punto son meritorios sus logros a la luz de las circunstancias que los han hecho posibles. Se presume, por tanto, que ciertos seres humanos se encuentran en situación de determinar en forma concluyente el valor de una persona y que poseen títulos para establecer lo que ésta puede lograr. Se presume, en definitiva, lo que los argumentos en favor de la libertad rechazan: que podemos conocer y conocemos todo lo que guía a las acciones personales. Una sociedad en la que se estatuyese la posición de los individuos en correspondencia con las ideas humanas de mérito sería el polo más diametralmente contrario a la sociedad libre. Sería una sociedad en la que se recompensaría a los hombres por las obligaciones cumplidas en vez de por el éxito; una sociedad en la que cada movimiento individual vendría guiado por lo que otras gentes pensasen y en la que cada persona se vería relevada de la responsabilidad y del riesgo de la decisión. Si nadie posee conocimiento suficiente para guiar todas las acciones humanas, tampoco existe un ser humano que sea competente para recompensar los esfuerzos de acuerdo con el mérito.

La conducta individual, generalmente, se basa en la presunción de que el valor de las acciones personales y no su mérito determina nuestras obligaciones en cuanto al agente. Independientemente de lo que pueda ser verdad en relaciones más íntimas, cuando se trata de negocios ordinarios de la vida no sentimos que la deuda con quien nos presta un servicio a costa de grandes sacrificios esté determinada por éstos, pues es indiscutible que dicho servicio pudiera habernos sido suministrado con facilidad por otro individuo. Las relaciones con nuestros semejantes se desenvuelven sobre una base justa si recompensamos el valor rendido con otro valor igual, sin inquirir lo que haya costado al sujeto actuante prestarnos sus servicios. El determinante de nuestra responsabilidad es la ventaja deducida de lo que otros nos ofrecen, no su mérito al proporcionárnoslo. Asimismo esperamos ser remunerados de acuerdo con lo que nuestros servicios valen y no por nuestro mérito subjetivo. Siempre que razonemos dentro del marco de las relaciones con personas en particular reconocemos generalmente que el distintivo del hombre libre no consiste en depender para su subsistencia de los puntos de vista de los otros sobre su mérito, sino tan sólo de lo que él tiene para ofrecerles. Unicamente si pensamos que nuestra posición o nuestros ingresos vienen determinados por la «sociedad» tomada como conjunto podemos ser recompensados de acuerdo con el mérito.»

¿Porqué gana más un médico que un barrendero? ¿No tiene tanto mérito uno como el otro?

Comenta Hayek en «La Constitución de la Libertad» (1960):

«La incompatibilidad de recompensar según el mérito con la libertad para escoger lo que uno quiere perseguir resulta evidente en aquellas áreas donde la incertidumbre de los resultados es particularmente grande y muy distinta la estimación individual de las probabilidades de las varias clases de esfuerzos[1]. No podemos pensar en atraer a los hombres más cualificados a las tareas comprendidas bajo el término de investigación y exploración o a las actividades económicas que solemos calificar de especulación, a menos que concedamos a los que logren el éxito todo el crédito o ganancia, por mucho que otros se hayan esforzado tan meritoriamente. Puesto que nadie conoce de antemano quiénes serán los triunfadores en el empeño, tampoco puede decirse quién tiene el mayor mérito. De nada serviría a nuestro propósito que permitiésemos compartir el premio a todos los que realmente se han esforzado en la búsqueda del éxito. Más aún: la adopción de tal medida exigiría que alguien tuviese el derecho de decidir la formación del equipo. Para que los hombres usen su propio conocimiento y capacidad en la persecución de objetivos inciertos no han de guiarse por lo que otros piensen, sino por el valor que ellos mismos atribuyan al resultado que se busca.

Lo que resulta una verdad tan obvia en el caso de las empresas que comúnmente consideramos problemáticas no lo es menos en lo tocante a cualquier determinado propósito que decidamos perseguir. Tales decisiones vienen acompañadas de incertidumbre, y para que la elección sea tan acertada como humanamente pueda serlo, los resultados que se esperan deben venir marcados de acuerdo con su valor. Si la remuneración no se correspondiese con el valor que tiene para los semejantes el resultado de los esfuerzos del hombre, se carecería de base para decidir si la persecución de un objeto determinado es merecedora del esfuerzo y riesgo que entraña. Al hombre habría que asignarle la tarea a cumplir y estimar cuál hubiera sido el mejor uso de su capacidad a fin de determinar sus deberes y su remuneración [2].

Sin lugar a dudas, de hecho, no deseamos que los hombres obtengan el máximo de mérito, sino que logren la máxima utilidad con el mínimo de sacrificio y esfuerzo y, por lo tanto, el mínimo de mérito. Resultaría imposible recompensar justamente todo el mérito. Tampoco sería conveniente que los hombres tendiesen principalmente a obtener el máximo de mérito. Cualquier intento para inducir al hombre a preocuparse tan sólo de lograr el máximo mérito se traduciría en recompensas diferentes por el mismo servicio. Solamente podemos juzgar con cierto grado de seguridad el valor del resultado, no la cantidad de esfuerzo y cuidado que ha costado a diferentes hombres el logro final. Las recompensas que la sociedad libre ofrece por los resultados sirven para indicar a los que pugnan en conseguirlos cuántos desvelos merecen que se les consagre. Todos aquellos que producen el mismo resultado reciben idénticos premios, sin consideración alguna al esfuerzo. Lo que es verdad en lo tocante a la remuneración por los mismos servicios rendidos por personas diferentes es todavía más verdad en el caso de la remuneración relativa por diferentes servicios que requieren diferentes capacidades y dotes personales. En ambos supuestos la remuneración tiene poca relación con el mérito. Generalmente, el mercado por servicios, de la clase que sea, ofrece el valor que tienen para los beneficiarios; pero raramente se sabrá nunca si fue necesario ofertar mucho con vistas a obtener tales servicios o incluso si la comunidad podía haberlos obtenido por mucho menos. El caso del pianista de quien se escribió no hace mucho tiempo que tocaría el piano incluso si tuviera que pagar por tal privilegio, probablemente ilustra la actitud de muchos que obtienen grandes ingresos procedentes de actividades que a la vez constituyen su principal placer.»

[1]               Cfr. el importante ensayo de A. A. ALCHIAN, «Uncertainty, Evolution and Economic Theory».J.P.E., XLVIII, 1950, especialmeme la sección n, pp. 213-14, bajo el renglón «Success is Based on Results, Not Motivation». Probablemente, no sea accidental que el economista americano que más ha comribuido a la divulgación de la sociedad libre, F. H. Knight, haya comenzado su carrera profesional con un estudio titulado Risk, Uncerrtainty and Profit. Cfr. también B. DE ]OUVENEL, Power, Londres 1948, p. 298.

 

[2]               A menudo se afirma que en justicia la remuneración ha de ser proporcional a la molestia producida por el trabajo, y que, por esta razón, el barrendero o el pocero deberían percibir mejores remuneraciones que el médico o el burócrata. Ciertamente ésta sería la consecuencia del principio de remuneración de acuerdo con el mérito (o «justicia distributiva»). En el mercado, la indicada fórmula solamente podría dar resultado si todos los individuos gozaran de idéntica habilidad para toda suerte de ocupaciones, de tal forma que quienes fueran capaces de ganar tanto como cualesquiera otros en las ocupaciones más agradables, percibieran mayor retribución por tomar a su cargo los empleos desagradables. En el mundo actual, esos empleos desagradables proporcionan a aquellos cuya utilidad en el desempeño de ocupaciones más atractivas es pequeña una oportunidad de ganar más de lo que ganarían en otros empleos. El que personas que pueden ofrecer pocos beneficios a sus semejames sean capaces de ganar una renta similar a la del resto, con un sacrificio mucho mayor, constituye una inevitable conse­cuencia del orden en cuya virtud al individuo se le permite escoger su propia esfera de utilidad.

La gente quiere que se remunere según el mérito, pero el mercado remunera según el resultado

El Mercado recompensa por resultados, pero mucha gente quisiera que fuera por mérito. Hayek comenta si es possible en «La Constitución de la Libertad» (1960):

Hayek

«En la práctica, recompensar de acuerdo con el mérito debe significar premiar de acuerdo con un mérito señalado, mérito que otras gentes pueden reconocer y estar de acuerdo con él, y mérito que no es meramente juzgado por un solo y alto poder. En este sentido, mérito señalado presupone que podemos cercioramos de que un hombre ha llevado a cabo lo que determinadas reglas de conducta aceptadas le pedían y a costa de cierto esfuerzo y empeño. El mérito no se deduce del objetivo, sino del esfuerzo subjetivo no puede juzgarse por los resultados. El intento de lograr un resultado valioso puede ser altamente meritorio, a pesar de su completo fracaso, como el éxito total puede enteramente ser el efecto de un accidente y, por lo tanto, carecer de mérito. Si nos consta que un hombre ha hecho todo lo que ha podido, a menudo deseamos verle recompensado, con independencia de los resultados; mientras que le concederemos poco crédito si sabemos que el más valioso de los logros se debe casi por entero a circunstancias afortunadas.

Sería de desear que fuésemos capaces de lograr la anterior distinción encada caso. De hecho, sólo raramente se consigue con cierto grado de seguridad. Tan sólo lo lograremos cuando poseamos el conocimiento de que dispuso la persona en cuestión, incluyendo el conocimiento de su destreza y seguridad, de su estado mental y sentimientos, de su capacidad de reflexión, energía y perseverancia, etc. Por tanto, la posibilidad de un verdadero juicio de mérito depende de la existencia de esas condiciones antes enumeradas, cuya ausencia general es el principal argumento en favor de la libertad. Permitimos a los hombres decidir por sí mismos porque queremos queutilicen conocimientos que no poseemos, y, por tanto, al tener libertad para usar esa personal capacidad y conocimiento de los hechos que nosotros no poseemos, es imposible que nos hallemos en situación de juzgar el mérito de sus logros. Decidir sobre el mérito presupone la posibilidad de juzgar si la gente ha hecho uso de sus oportunidades como debiera y cuánto esfuerzo o ejercicio de la voluntad les ha costado. Presupone asimismo la capacidad de distinción entre la parte de logros debida a circunstancias dentro del control personal y la parte que no se debe a ellas.»

Incentivos materiales y no materiales: compensación y motivación en empresas y en la sociedad

El emprendedor puede aprender mucho sobre el funcionamiento de los mercados para tomarlo en cuenta en el diseño de su organización, pero hay algo, que ya fue señalado, que diferencia a una organización de una sociedad mercantil: la sociedad no tiene un objetivo común que no sea el permitir la convivencia de las distintas personas en forma pacífica de forma tal que cada una de ellas pueda intentar alcanzar los objetivos que se proponga sin violar los derechos de los demás a intentar alcanzar los propios. La sociedad, entonces, es un sistema de normas y valores que permite la convivencia y la cooperación voluntaria, sin que esas personas necesiten tener un objetivo común.

Una organización también es un grupo de personas que conviven y cooperan entre sí, pero a diferencia de la sociedad tiene ese objetivo común que el emprendedor ha desarrollado como “la misión de la empresa”. Es decir, si la sociedad es un gran océano donde navegan muchos barcos en distintas direcciones, una organización es uno de esos barcos que tiene una dirección determinada.

Pero decir que una organización tiene un objetivo común y lograr que sus integrantes actúen de tal forma son dos cosas distintas: será una de las claves del éxito del emprendedor alcanzar la cooperación y un eficiente trabajo en equipo de todos los integrantes para cumplir la misión de la empresa. Esta es una tarea que se complica porque, definitivamente, no todos los miembros de la organización tienen el mismo objetivo, o al menos no en la misma intensidad que el emprendedor y cada uno posee objetivos propios en la vida que pueden entrar en conflicto con la misión de la empresa. Por ejemplo, el éxito de su iniciativa tiene una alta prioridad para el emprendedor, pero no necesariamente para quienes colaboren con él, quienes tienen sus propias escalas de valoraciones o preferencias y bien pueden tener en sus primeros lugares otros objetivos.

Si el emprendedor pudiera clonarse y dividir las tareas entre los diferentes clones, no existiría un problema relacionado con los objetivos a alcanzar pero, al mismo tiempo, perdería las ventajas que la diversidad de personas y talentos puede aportar a su proyecto. Como las personas no son sus clones y tendrán seguramente otros objetivos habrá que tener en cuenta la forma en la que se pueda alcanzar el mayor grado de compromiso y dedicación para cumplir con la misión. Hay distintas formas de lograr esto: podría ser por la fuerza, con el látigo, tal como con un grupo de esclavos o en una de las encomiendas indígenas de las épocas coloniales; puede ser por medio de una sujeción estricta a la cadena jerárquica de comandos con severas penas a la desobediencia como en un ejército; también por medio de un compromiso con cierto fin superior e incluso supernatural como en el caso de una organización religiosa.

Pero en el caso de la organización que el emprendedor desarrolle es necesario la cooperación “voluntaria” de sus miembros y aunque pueden generarse ciertos mitos no hay forma de apelar a nada más terreno que el objetivo de la empresa.

En tal sentido, hay dos tipos de instrumentos que el emprendedor tiene en sus manos para fomentar dicha actitud y ellos no son, en esencia, diferentes a los que existen en el mercado. Básicamente puede apelar a lo que llamaremos incentivos materiales, remuneración o compensación; o a los incentivos “espirituales” (a falta de otro nombre mejor), o motivación.