Otro argumento que se utilizó para justificar las retenciones: redistribuir la ‘renta extraordinaria’

Del libro El Foro y el Bazar:

El atractivo económico y la conveniencia política toman como marco de referencia una ideología. El modelo del estado protector de derechos individuales del liberalismo clásico asignaba la función de proteger la libertad y la propiedad. Ya en el siglo XIX dicho modelo fue reemplazado por la función redistributiva del Estado benefactor. Sobre éste, el Estado “regulador” agregó luego nuevas funciones.

En este caso, la ideología genera una visión peculiar del Estado. Por cierto que le incumben las funciones distributivas y regulatorias pero se degrada la protección de la vida y la propiedad al punto que el “crimen” se convierte en una preocupación mayor para los votantes que el desempleo. [1] La redistribución es todo lo que importa, y se espera que también reduzca el crimen. [2] El papel del gobierno es puramente redistributivo, considerando que la riqueza no puede ser “creada”, solamente “distribuida”, a contramano de las lecciones de la economía durante los últimos 250 años.  Desde esta perspectiva el libro de Adam Smith “La Riqueza de las Naciones” no fue nunca publicado. El sector agropecuario, no es de extrañar, tendría que entender que el derecho de propiedad no se extiende al esfuerzo productivo, sino que está sujeto a la decisión del gobierno. Las retenciones, según esta visión, se convierten en un instrumento de “justicia social”, y el gobierno es quien la administra. Y la “justicia social” es necesaria porque las retenciones se apropian de lo que se denomina “rentas extraordinarias” que, supuestamente, sólo los productores agropecuarios reciben.

El término “renta extraordinaria” es un concepto marxista que se deriva del análisis de las ganancias capitalistas. Según Marx y el análisis del equilibrio clásico, la competencia entre capitalistas eventualmente eliminaría toda ganancia extraordinaria y dejaría solamente un retorno igual a la tasa de interés prevaleciente. Este no sería el caso en cuanto a las rentas de la tierra se refiere porque ésta es un recurso limitado que no puede ser reproducido y las distintas parcelas presentan diferentes grados de fertilidad. Como Marx basaba su análisis en la teoría del valor basada en el trabajo y el costo de producción, el precio de los productos agrícolas era formado por la productividad de las tierras menos fértiles, obteniendo las más fértiles una renta extraordinaria que no podía ser erosionada como en la industria debido a que no había más tierras fértiles que se sumaran a la oferta.

En verdad, el valor es transmitido desde el producto final a los factores básicos de producción, incluyendo a la tierra. Es debido a que los precios son suficientemente altos que las tierras menos fértiles son incorporadas a la producción. Por cierto, las mejores tierras obtienen una “renta extraordinaria” pero en esto no es nada diferente a cualquier otro recurso: los mejores cantantes de ópera obtienen más ingresos que los regulares, lo mismo con los mejores jugadores de fútbol, o los mejores escritores. ¿No debería aplicarse un impuesto sobre esas ganancias “extraordinarias”?  Ya existe, es el impuesto a las ganancias. No con un impuesto sobre el precio de venta de sus servicios. ¿Por qué entonces la diferencia?

Por otro lado, es necesario comprender que el precio de un activo está relacionado con sus rendimientos futuros. Es más, su precio actual es la suma del flujo de rendimientos futuros descontados. Si esos rendimientos esperados son “extraordinarios”, también lo es el valor de la tierra hoy. El que ha comprado un campo con rendimientos superiores, ha pagado también un precio superior y lo que ahora obtiene le dará una tasa de retorno que, como porcentaje de la inversión inicial, puede no ser muy diferente del retorno que se obtiene en tierras de menor valor. ¿Cuál es el precio de una hectárea en Pergamino y cuál en el sur de la provincia de Buenos Aires? Su diferencia ya refleja los niveles de rendimiento en uno y otro. La “ganancia extraordinaria” en el primero es simplemente un monto mayor necesario para recuperar un monto mayor invertido.

Finalmente, cuando hablamos de “tierra” estamos considerando todos los recursos naturales provenientes de la tierra, y éstos no son “fijos”. La oferta de tierra agrícola en Argentina se ha incrementado dramáticamente en las últimas décadas gracias a la tecnología. Las semillas con genética, fertilizantes, irrigación, pesticidas y maquinarias han cambiado el significado de “fertilidad” en la tierra. Lo que significa que cuando existe alguna “renta extraordinaria” el capital y la tecnología fluirán hacia allí poniendo en marcha un proceso equilibrador que llevará eventualmente a obtener una tasa normal de retorno si no fuera que nuevas innovaciones y cambios en las preferencias de los consumidores ponen en movimiento al proceso una y otra vez.

[1] Gaffoglio, Loreley, “El miedo al delito le ganó en el país al desempleo”, La Nación, 6/12/09.

[2] En la ceremonia de apertura de las Sesiones Ordinarias del Congreso de 2009, Cristina Fernández de Kirchner decía:  “Escuché decir por ahí que yo era una persona a la que gustaba sacarles a unos para darles a otros; la economía -y todos ustedes lo saben- es, precisamente, administrar con los recursos que se tienen y con la contribución que hay. Siempre en economía, lo que se les asigna a unos, es porque se lo está sacando a otros, porque el único que pudo multiplicar los peces y los panes fue Jesucristo, el resto tiene que tomar decisiones en base a los recursos que se tiene”. Fernández de Kirchner, Cristina, Apertura de Sesiones Ordinarias del Congreso, 1/3/09:

http://www.casarosada.gov.ar/index.php?option=com_content&task=view&id=5612&Itemid=66

Quisieron maximizar votos imponiendo retenciones: una mala teoría distorsiona la realidad, y se paga

Del libro El Foro y el Bazar

Ideas erróneas, malas políticas, peores efectos

Las ideas que sostuvieron estas políticas agrícolas son, al menos, cuestionables. El problema de la “Enfermedad Holandesa” existe solamente para quienes consideran que el tipo de cambio es un instrumento de política y no el resultado de la interrelación entre compradores y vendedores en el mercado reflejando las ventajas comparativas de un país, quienes también piensan que es el “único” instrumento disponible para promover la competitividad.

Argentina no exporta solamente “commodities” y podría agregar valor para convertirse en un gran exportador de alimentos elaborados. ¿Por qué no puede competir en estos otros campos? Básicamente porque sus costos son elevados. Los analistas de la “Enfermedad Holandesa” sostienen que son altos porque el tipo de cambio refleja la competitividad de la producción agrícola a bajo costo. Pero nunca mira a un responsable más directo: elevados impuestos, barreras comerciales y regulaciones. Regulaciones laborales costosas, insumos caros protegidos por altos derechos de importación, servicios públicos deficientes, un sistema judicial kafkiano, una moneda poco confiable, débil sustento de los derechos de propiedad y los contratos impiden que muchas emprendimientos sean competitivos.

Si, como la teoría de la “Enfermedad Holandesa” proclama, la eficiencia del sector agrícola y sus voluminosas exportaciones revalúan la moneda local y vuelve no competitiva la producción local de otras actividades, también debería considerarse que dicho tipo de cambio vuelve más baratas las importaciones de bienes de capital, y la producción local más eficiente. Asimismo, la competitividad de este sector podría ser mejorada con menores regulaciones e impuestos, sólo que éstos son, precisamente, los instrumentos del clientelismo político y la redistribución.

El interés personal en la política

La política agrícola argentina de la primera década del siglo XXI tiene su “lógica” y puede ser explicada en términos de una teoría económica, un cálculo político y una ideología que tiñen la visión de quienes la aplican, persiguiendo su propio interés, que en el caso de la política es la conquista y retención del poder por medio de obtener el apoyo de la mayoría de los votantes. Fue  “irracional” en cuanto a sus resultados económicos se refiere: no permitió al país aprovechar las nuevas oportunidades en los mercados mundiales de commodities, reduce el crecimiento y destruye riqueza. Eventualmente también puede haber sido fatal para quienes la veían como una forma de acumular poder y ser reelectos. Supuestamente su objetivo es maximizar votos, pero ese velo ideológico refleja la realidad con cierta óptica que influye en el cálculo político.

La “Enfermedad Holandesa” no era un efecto temporal. Se basaba en reformas de largo plazo en Asia y otras regiones que incrementaron su consumo de commodities. Estos cambios sin duda impactaron en la estructura económica argentina, pero siendo más una oportunidad que un problema. El episodio no duró mucho en Holanda: el gas natural comenzó a fluir desde el Mar del Norte a fines de los años 1950 y redujo las exportaciones de productos no gasíferos durante el comienzo de los años 1960, pero hacia fines de esa década las exportaciones se habían incrementado del 40 al 60% del PBI y los temores de desindustrialización nunca se materializaron (Gylfason, 2001). Noruega es el segundo exportador de petróleo después de Arabia Saudita, y todavía no ha mostrado los efectos de la enfermedad.

En el caso de Argentina, la preocupación del gobierno por evitar los efectos del crecimiento de la demanda de commodities llevó a poner en riesgo las posibilidades del sector agropecuario para relanzar una nueva era de crecimiento económico. Tomando en cuenta la preocupación del gobierno por redistribuir rentas de estas actividades, no percibió la nueva configuración de los mercados de capitales en la producción agropecuaria. La distribución de dichas rentas ya era extendida, no concentrada, a través del impacto de otras actividades laterales y la participación de pequeños inversores en los fideicomisos. Dicha distribución era eficiente y no politizada y había ayudado al país a salir de su peor depresión. Ignorando los efectos redistributivos, el gobierno alienó a los productores, los comerciantes en actividades relacionadas y las clases medias urbanas.

El supuesto de la maximización de votos se sostiene, solo que puede llevar a un fracaso si está distorsionado por teorías y evaluaciones equivocadas.

Cómo siquiera explicar que hubo impuestos (retenciones) a las exportaciones por más de diez años

Del libro «El Foro y el Bazar»:

Los gobiernos obtienen un beneficio político de corto plazo con el incremento de los ingresos fiscales que pueden redistribuir a través de todo tipo de subsidios. También tienen el apoyo de los industriales locales y sus organizaciones junto a los poderosos sindicatos industriales. En este último caso una devaluación, al incrementar los precios de los productos locales, impacta directamente en el poder adquisitivo de los salarios, reduciéndolo. Por lo tanto, un impuesto sobre las exportaciones crea un precio local menor para algunos alimentos y un salario real mayor (aunque la soja no es parte del consumo local).

Estos grupos están activos en forma permanente, mientras que los productores agrícolas sólo esporádicamente.[1] Un razonamiento similar utiliza Pedro Isern (2007), argumentando que pese a que los sectores más productivos tienen menores incentivos para desarrollar un lobby eficiente que los sectores menos productivos, la brecha entre la eficiente productividad del sector agrícola y su pobre fuerza política es, en este caso, inusual[2].

Esta puja distributiva toma la forma de un “ciclo populista” que comienza con una política expansionista de “dinero fácil para todos”, generando crecimiento a expensas de las perspectivas a largo plazo de la economía, usualmente no fácilmente visibles, con desequilibrios crecientes (déficits fiscales y de balanza de pagos, fuertes incrementos en costos y demanda, etc.) y creciente inflación. Luego de unos años la economía entra en crisis y requiere medidas severas de estabilización (devaluación, caída de los salarios reales).

Isern introduce cuatro condiciones para explicar el “ciclo populista” de largo plazo en Argentina: una inusualmente alta productividad del sector agrícola que le permite producir y exportar aún con tales impuestos, controles al tipo de cambio y proteccionismo agrícola y subsidios en la mayoría de los países desarrollados; una inusualmente baja capacidad de organización política debido a la dispersión geográfica y la misma productividad que mantiene rentables a las operaciones aún con esas cargas; la elevada organización política del sector urbano-industrial, concentrado en las grandes ciudades (particularmente la capital y el centro de las decisiones, Buenos Aires) y la baja productividad de este sector, siempre requiriendo protección y subsidios y necesitando un sector productivo (el campo) de donde extraer rentas.

No obstante, los cálculos políticos salieron mal, y el gobierno perdió el control del Congreso luego de las elecciones legislativas de Junio de 2009. Como mostró la rebelión fiscal de 2008, los productores agrícolas no eran tan pocos ni estaban tan aislados. Los fideicomisos y los “pools” de siembra mencionados antes comenzaron a unir poblaciones locales en apoyo de la producción: ahora el dentista local o el abogado de una ciudad pequeña de la Pampa tenía sus ahorros invertidos en un fideicomiso produciendo soja; el vendedor local de tractores está directamente ligado a la prosperidad agrícola, los jóvenes graduados se involucran en genética y reproducción animal, un nuevo espíritu emprendedor se expandía por toda la región.

En 2010 un 50/60% de toda la producción agrícola no la realizan los dueños mismos de la tierra sino los fideicomisos y pooles de siembra. Esto significa que el número de personas vinculadas a ella a través de inversiones de capital es mucho mayor que en el pasado, como la extensión de la propiedad accionaria en el capitalismo anglosajón. Un gran número de gente, la mayoría en pueblos y ciudades de la Pampa, son ahora “accionistas” del campo. Son el típico inversor de capital, asumiendo el riesgo no solamente de las condiciones meteorológicas y del mercado sino también el de las políticas públicas. La inversión individual en estos fondos creció  de 320 millones de pesos en 2004/5 a 950 millones en 2008/09 (aunque cayó a $630 en 2009/10). [3]

[1] Adolfo Sturzenegger (2007), considerando los intereses divergentes como parte de un “mercado político” explica: “…se asume que cada lado de ese mercado tiene grados diferentes de acción colectiva. Mientras el lado pro-retenciones se mantiene siempre activo en su acción colectiva, el otro lado sólo se activa fuertemente cuando la rrh [renta real por hectárea] efectiva se ubica por debajo de un nivel que se considera insostenible, por ejemplo, esa rrh o margen bruto, no alcanza para pagar los servicios del financiamiento que se estuviera utilizando, o no alcanza para un nivel de retiros por parte de los propietarios agrícolas aceptable. Cuando, por el contrario, el nivel de la rrh está claramente por encima de aquel nivel insostenible, este lado está de hecho inactivo. En realidad en todo momento parece ejercer acción colectiva en defensa de los intereses del grupo pero la misma es sólo simbólica y figurativa (protestas anuales en la Sociedad Rural, asiduas declaraciones de insatisfacción por parte de todo dirigente rural) que difícilmente alcance para modificar los niveles de discriminación. Por el contrario, cuando no se alcanza la rrh sostenible, el grupo masiva y vigorosamente se activa y, en general, se logra reducir el nivel de discriminación. Estos grandes cambios en los niveles de acción colectiva de grupos de presión integrados por enorme cantidad de miembros y dispersos en el territorio, está bien comprobado en la literatura, Olson (1971), Findlay y Wellisz (1982)”. (p.19)

[2] “La puja distributiva en la Argentina contemporánea ha sido un juego de suma cero. Pero lo que resulta analíticamente relevante de este juego de suma cero no es su existencia (como cuestión de política económica) sino su perdurabilidad en el tiempo. La cuestión es por qué el ‘ciclo populista’ que originó la puja distributiva no puede ser neutralizado luego de las sucesivas crisis que ocasionara” (Isern, 2007).

[3] Bertello, Fernando, “Cayó 30% el aporte de inversores externos al campo”, La Nación, 7/12/09.

Ahora que se van las retenciones, Amilcare Pulviani (1854-1907) ayuda a explicar porqué existían

Las “retenciones”, para los lectores de otros países que desconocen a qué se refiere esa palabra, son impuestos a ciertas exportaciones, que se aplican sobre el precio FOB de un producto en el momento en que se exporta. En Argentina, hay una serie de ‘retenciones’, aplicadas principalmente a productos de origen agropecuario y otros, a distintas tasas, siendo la más alta, la del 35% a las exportaciones de soja. Ahora, ésta será reducida al 30% y todas las demás eliminadas.

Poco hay que explicar a los lectores el daño que ha ocasionado este impuesto a la producción. Pero veamos aquí alguna explicación acerca de porqué suelen aplicarse impuestos como éste, o similares. Para ello recurriremos a un clásico italiano, pero muy poco conocido: Amilcare Puviani (1854-1907). Si alguien lo conoce es por la teoría de la “ilusión fiscal”, que dice que cuando los impuestos no son totalmente transparentes o no están claramente a la vista de los contribuyentes, el costo del gobierno es menos evidente para ellos y los lleva a demandar más gasto. Puviani se planteó la pregunta: ‘¿si un gobierno quisiera esquilmar al máximo a su población, qué haría? Y presentó once estrategias, casi todas aplicadas por nuestros gobiernos, pero veamos de qué forma se relacionan algunas de ellas con las retenciones:

1.       Mejor impuestos indirectos que directos, así el impuesto está escondido en el precio de los productos: y la retención es más que escondida para el consumidor común, mucho más que el IVA. Quienes imponen las retenciones argumentan que contribuyen a reducir el precio interno del bien exportado (ya que el comprador local compite con el comprador extranjero, y solamente debe ofrecer al productor local el precio internacional menos el impuesto). Pero la retención reduce la oferta y, con el tiempo, eleva los  precios. El consumidor no nota ese supuesto efecto ‘reducción’ y en un contexto inflacionario no puede saber si el precio aumentó menos gracias a la existencia de ese impuesto. Tampoco puede evaluar cuánto más termina pagando por una oferta más reducida.

2.       Impuestos que explotan el conflicto social ya que se aplican a grupos con poco peso político: y en el caso argentino, el gobierno tuvo una visión ‘antigua’ de la producción agropecuaria. Este fue el gran error político del gobierno saliente. Pensó que aplicaba un impuesto a los “ricos” hacendados y estancieros y no se dio cuenta que el campo moderno involucra a toda una cadena de producción de la cual participan cientos de miles de personas, grandes y pequeños. No es de extrañar que perdiera la elección principalmente en toda la zona central agropecuaria.  

3.       Impuestos ‘temporales’: que nunca se reducen luego que la crisis pasó. Típicamente, en este caso, las retenciones se impusieron como resultado de la gran crisis y devaluación del 2002, pero se mantuvieron desde entonces pese a que esa crisis había quedado atrás. Curiosamente, ahora que no pagarán retenciones, los productores deberán pagar Ganancias, otro impuesto ‘temporal’, creado en la crisis de los años 1930.

4.       Amenaza de colapso social e imposibilidad de prestar servicios públicos si el impuesto se reduce: era el argumento por el cual se mantuvieron las retenciones en un contexto en que el gasto público no dejaba de crecer.

5.       Recaudación en pequeños pagos, no, por ejemplo, un pago total anual: y en el caso de las retenciones el productor ni siquiera tiene que hacer la gestión de pagarlo, ya que está deducido del precio que recibe del exportador. Estos son los que pagan al exportar, pero son bien pocos, y es muy fácil controlarlos.

Las otras estrategias comentadas por Pulviani son bien conocidas: financiar el gasto con emisión y la consiguiente inflación, endeudamiento que se paga con impuestos futuros; alta complejidad del presupuesto, cosa que nadie entienda mucho en qué se está gastando; uso de categorías de gasto muy generales, como ‘educación’ o ‘seguridad’, donde no puede verse con precisión en qué se gasta específicamente.

El costo de la redistribución vía las retenciones a productos agrícolas y carnes

Cuando vimos a John  Stuart Mill consideramos su argumento que las leyes de la producción no rigen la esfera de la distribución, que una vez producidos los bienes los seres humanos pueden distribuirlos como quieran. Y la crítica presentada fue que esto no es así, que inevitablemente al intervenir en la distribución se impacta en la producción.

Agropecuaria

Un caso típico de esto son las retenciones a las exportaciones de granos y carnes de la Argentina (impuestos a las exportaciones), claramente dirigidas a financiar la redistribución de ingresos. ¿Acaso no tuvieron ningún costo en términos de producción perdida? Un artículo reciente de La Nación nos da la oportunidad de estimar, muy  a grosso modo por supuesto, ese costo, y la suma total desde 2007 da nada menos que 23.779 millones de dólares de menor producción agrícola y ganadera como resultado del impacto de las retenciones entre 2007 y 2014. http://www.lanacion.com.ar/1687424-en-8-anos-la-produccion-del-campo-cayo-o-crecio-menos-que-en-otros-paises

 

Si la producción argentina hubiera crecido al mismo ritmo que el promedio mundial, hoy sería así:

Soja: 55,1 millones:    3,1 más

Maíz:  30,6 millones:      8,1 más

Trigo:    16,3 millones:      7,1 más

Carne:    770 millones:        570 más (tomando en cuenta que hubiera crecido según el promedio mundial en lugar de caer)

 

Tomar el promedio de aumento en el mundo es, además, y como se desprende del cuadro en el artículo, tomar la medida más conservadora. Nuestros países limítrofes han incrementado su producción mucho más que el promedio mundial.

Pero aun así, eso quiere decir que de haber alcanzado ese promedio, y tomando precios de hoy FOB puertos argentinos (asumiendo que todo el excedente se exporta), tendríamos más ingresos por estas sumas:

Soja: $1.615.000.000

Maíz: $1.879.000.000

Trigo: $2.662.000.000

El precio promedio de la carne es mucho más complicado porque hay de muy distintos tipos, pero según el Instituto de Promoción de la Carne Vacuna Argentina, en su informe mensual de Enero (http://www.ipcva.com.ar/documentos/1249_informemensualdeexportacionesenero2014.pdf), el precio promedio iría desde $9.700 para cortes enfriados sin hueso y $5.800 para cortes congelados sin hueso. Tomemos un promedio, digamos $7.700 (por supuesto que esto es una gruesa aproximación). A ese precio sería:

Carnes: $ 5.390.000

Si asumimos que el resto del mundo no tiene retenciones, y asignamos la diferencia de resultados a la existencia de este impuesto (puede haber numerosos otros factores, por supuesto), esto quiere decir que el costo para este año sería de 6.161 millones de dólares, un poco más de lo que pagamos por Repsol.

El artículo compara el desempeño desde 2007. Tenemos que asumir que la diferencia se fue dando gradualmente durante esos años, digamos que un 14% anual para llegar al 100% en 2014.

Si mantenemos los mismos precios (que no fueron así, claro) para tener una muy simple mirada de este costo esto quiere decir que el costo por año fue:

2008: 862 millones

2009: 1725 millones

2010: 2587 millones

2011: 3450 millones

2012: 4066 millones

2013: 4928 millones

2016: 6161 millones

La suma total da 23.779 millones de dólares.