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Las “exportaciones” migratorias es lo peor que nos puede pasar
Los datos provienen del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de Naciones Unidas (Undesa, por sus siglas en inglés) y los muestra para gran cantidad de países. En el gráfico presentado puede verse la evolución del stock, del número de ciudadanos con nacionalidad argentina que vive en el extranjero. Como vemos, se ha más que duplicado desde 1990 hasta alcanzar 1.080.000 en 2020. Seguramente el número será mayor ahora, no parece que en estos dos últimos años hayamos experimentado una ola de retornos, más bien habrá seguido creciendo. Es obvio también que la cifra se dispara a partir de la crisis de 2001. Todos conocemos a alguien que se fue en ese entonces.
Allí vemos que venía bajando y, curiosamente, vuelve a crecer también a partir de 2001 para alcanzar un total de 2.280.000 también en 2020. Las razones de ese crecimiento merecen un análisis más detallado y profundo, la cifra ha estado creciendo desde esa crisis y ha continuado a pesar de las siguientes.
La influencia de las ideas mercantilistas ha llevado a muchos a mirar los intercambios con el exterior en términos de una “balanza”, particularmente en el caso de los bienes, de las exportaciones e importaciones, no solamente vinculando unas con otras sino presentando a las primeras con un signo positivo (+) y a las otras con uno negativo (-) lo que genera una visión favorable de las exportaciones y una negativa de las importaciones cuando bien podría sugerirse todo lo contrario: la carne que exportamos es menos carne que nos queda para comer aquí, y los bienes que importamos son los que estaremos disfrutando. En fin, el tema da para largo desde que Adam Smith y David Ricardo demolieron al mercantilismo.
El ejercicio es interesante porque aquí podríamos aplicar razonamientos similares a los del comercio de bienes: los inmigrantes que han llegado al país son un activo, son un recurso productivo que contribuye a la mayor riqueza del país, trabajando, produciendo: todos conocemos a alguna excelente moza venezolana, un verdulero boliviano o un obrero de la construcción paraguayo, todos dándonos servicios que necesitamos y valoramos. O simplemente hace falta recordar a nuestros abuelos. Los argentinos que se han ido son activos perdidos; es gente joven, capaz, productiva, inteligente, que ya no está acá con nosotros y podrían estar generando servicios y bienes muy valiosos. En este caso parece que las importaciones pueden ser positivas, y las exportaciones son negativas.
La diferencia entre el intercambio de gente y el de bienes es que, en el comercio de bienes, los bienes que salen son una “pérdida” relativa porque luego ingresan divisas, simplemente se cambió una cosa por otra. Cuando se trata de gente, como no los “vendemos”, no hay un ingreso a cambio, son pura pérdida, económica y, para muchos, también afectiva.
En el caso de las migraciones vale ser “anti-mercantilista” (a menos que sea xenófobo): las importaciones son buenas, y mejor sería que no haya exportaciones. No es cuestión de un “déficit migratorio” (hay más importaciones que exportaciones), cuanto mayor sean las “exportaciones”, peor.
Profesor de Economía UBA/Ucema y miembro del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso