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Cada vez más son los jóvenes que se ven atraídos por las ideas libertarias. Muchos, tal vez, encuentren atractivas las ideas de la libertad, pero luego encuentren que son descalificadas por las élites intelectuales y políticas argentinas. Tal vez eso los lleve a preguntarse porqué esas personas capacitadas rechazan esas ideas y se sientan remando contra la marea.
Pero no han de sentirse tan solos, tienen de su lado a la figura cultural más importante de la historia argentina: Jorge Luis Borges. En estos momentos en que se han conocido los avatares de la herencia del reconocido autor, se verá qué sucede con su herencia literaria, pero parece ahora haber un nutrido número de jóvenes que pueden rescatar su filosofía política.
Borges creía en, y amaba la libertad. Su relación con la política ha dado mucho que hablar, pero la atención que sus opiniones generaron se ha centrado en la anécdota de un personaje que poca atención prestaba a las noticias diarias, que basaba buena parte de su consideración en criterios estéticos, y particularmente épicos: desde su admiración por los militares patrios y su lucha por la independencia argentina hasta su afiliación al Partido Conservador porque sólo los caballeros se suman a las causas perdidas.
Lamentablemente estas opiniones políticas le costaron el premio Nobel, negado por quienes prefirieron dar prioridad en la entrega de un premio literario a lo “políticamente correcto” en lugar de lo literariamente extraordinario.
Sin embargo, y pese a que pueden encontrarse en su historia decisiones y opiniones políticas diversas, y hasta contrapuestas, existe una clara filosofía política en Borges, consistente y reconocida, la que se mantuvo durante el transcurso de su larga vida sin modificaciones.
Los elementos centrales de esa filosofía política se ajustan en forma muy clara a principios filosóficos asociados con el liberalismo clásico e incluso con un sesgo de lo que ahora se ha dado en llamar “libertarianismo”, el que, a diferencia del primero, no propone un Estado limitado, sino cuestiona hasta su misma existencia sin que esto signifique caer en el anarquismo, entendido éste como “ausencia de normas”. Algo más cercano a lo que ahora suele denominarse “anarco-capitalismo”, que propone la eliminación del “monopolio” del Estado y la provisión de sus servicios en competencia.
Comenzando por resaltar la importancia del individuo y la libertad individual, sobre lo que tiene numerosas referencias y hasta una página literaria específica sobre el tema: “Tú”.
Descarta de plano la “hipóstasis” de ciertos conceptos; es decir, hacer sujetos de existencia real a ideas tales como “la sociedad”, “el pueblo”, “la nación”, “la clase obrera” y otros: “…la muchedumbre es una entidad ficticia, lo que realmente existe es cada individuo”. “Yo creo que solo existen los individuos: todo lo demás, las naciones y las clases sociales son meras comodidades intelectuales”.
Borges era un liberal “spenceriano”, por el filósofo liberal inglés Herbert Spencer, de fines del siglo XIX. “El más urgente de los problemas de nuestra época (ya denunciado con profética lucidez por el casi olvidado Spencer) es la gradual intromisión del Estado en los actos del individuo; en la lucha contra ese mal, cuyos nombres son comunismo y nazismo, el individualismo argentino, acaso inútil o perjudicial hasta ahora, encontrará justificación y deberes”. (Borges, Otras Inquisiciones, 1952)
Imaginaba un mundo ideal, futuro, en el cual, como los libertarios, un estado no sería necesario: “…para mí el Estado es el enemigo común ahora; yo querría –eso lo he dicho muchas veces- un mínimo de Estado y un máximo de individuo. Pero, quizá sea preciso esperar… no sé si algunos decenios o siglos –lo cual históricamente no es nada-, aunque yo, ciertamente no llegaré a ese mundo sin Estados.
Para eso se necesitaría una humanidad ética, y además, una humanidad intelectualmente más fuerte de lo que es ahora, de lo que somos nosotros; ya que, sin duda, somos muy inmorales y muy poco inteligentes comparados con esos hombres del porvenir, por eso estoy de acuerdo con la frase: ‘Yo creo dogmáticamente en el progreso’”.
Sus opiniones más directas sobre el tema se encuentran en las numerosas entrevistas y diálogos que han sido publicados, donde desplegaba su increíble capacidad para manejar el lenguaje, y las ideas. Y si bien sus obras son principalmente de literatura fantástica, éstas también aparecen allí.
Como este párrafo del cuento “El Congreso”. Pregunta el personaje Eudoro Acevedo: “¿Qué sucedió con los gobiernos? Según la tradición fueron cayendo gradualmente en desuso. Llamaban a elecciones, declaraban guerras, imponían tarifas, confiscaban fortunas, ordenaban arrestos y pretendían imponer la censura y nadie en el planeta los acataba. La prensa dejó de publicar sus colaboraciones y sus efigies. Los políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos. La realidad sin duda habrá sido más completa que este resumen”. (Borges, El libro de arena, 1975, p. 55).
A todos esos jóvenes que se acercan ahora a las ideas de la libertad no les vendría nada mal acercarse también a la obra de Borges o a los numerosos libros con sus conversaciones, ya que encontrarán allí extraordinaria literatura y una mente superlativa que adhirió a las mismas ideas que hoy los entusiasman.
Ellos podrían quedarse, en definitiva, con la herencia política de Borges.
Martín Krause es profesor de Economía (UBA-UCEMA), miembro de la Fundación Libertad y Progreso