Así comenzó la “revolución marginalista” en la economía. Con los alumnos de la UBA Económicas vemos el libro de Carl Menger, Principios de Economía Política. Dice el autor en su capítulo III:
“El valor de los bienes se fundamenta en la relación de los bienes con nuestras necesidades, no en los bienes mismos. Según varíen las circunstancias, puede modificarse también, aparecer o desaparecer el valor. Para los habitantes de un oasis, que disponen de un manantial que cubre completamente sus necesidades de agua, una cantidad de la misma no tiene ningún valor a pie de manantial.
Pero si, a consecuencia de un terremoto, el manantial disminuye de pronto su caudal, hasta el punto de que ya no pueden satisfacerse plenamente las necesidades de los habitantes del oasis y la satisfacción de una necesidad concreta depende de la disposición sobre una determinada cantidad, esta última adquiriría inmediatamente valor para cada uno de los habitantes. Ahora bien, este valor desaparecería apenas se restableciera la antigua situación y la fuente volviera a manar la misma cantidad que antes. Lo mismo ocurriría en el caso de que el número de habitantes del oasis se multiplican de tal forma que ya la cantidad de agua no bastara para satisfacer la necesidad de todos ellos. Este cambio, debido a la multiplicación del número de consumidores, podría incluso producirse con una cierta regularidad, por ejemplo, cuando numerosas caravanas hacen su acampada en este lugar.
Así pues, el valor no es algo inherente a los bienes, no es una cualidad intrínseca de los mismos, ni menos aún una cosa autónoma, independiente, asentada en sí misma. Es un juicio que se hacen los agentes económicos sobre la significación que tienen los bienes de que disponen para la conservación de su vida y de su bienestar y, por ende, no existe fuera del ámbito de su conciencia. Y así, es completamente erróneo llamar “valor” a un bien que tiene valor para los sujetos económicos, o hablar, como hacen los economistas políticos, de “valores”, como si se tratara de cosas reales e independientes, objetivando así el concepto. Lo único objetivo son las cosas o, respectivamente, las cantidades de cosas, y su valor es algo esencialmente distinto de ellas, es un juicio que se forman los hombres sobre la significación que tiene la posesión de las mismas para la conservación de su vida o, respectivamente, de su bienestar.
La objetivación del valor de los bienes, que es por su propia naturaleza totalmente subjetivo, ha contribuido en gran manera a crear mucha confusión en torno a los fundamentos de nuestra ciencia.”
Y luego ya se encarga de demoler la teoría del “valor trabajo”:
El valor que un bien tiene para un sujeto económico es igual a la significación de aquella necesidad para cuya satisfacción el individuo depende de la disposición del bien en cuestión. La cantidad de trabajo o de otros bienes de orden superior utilizados para la producción del bien cuyo valor analizamos no tiene ninguna conexión directa y necesaria con la magnitud de este valor. Un bien no económico, por ejemplo, una cantidad de madera en un gran bosque, no encierra ningún valor para los hombres por el hecho de que se hayan empleado en ella grandes cantidades de trabajo o de otros bienes económicos. Respecto del valor de un diamante, es indiferente que haya sido descubierto por puro azar o que se hayan empleado mil días de duros trabajos en un pozo diamantífero. Y así, en la vida práctica, nadie se pregunta por la historia del origen de un bien; para valorarlo sólo se tiene en cuenta el servicio que puede prestar o al que habría que renunciar caso de no tenerlo. Y así, no pocas veces, bienes en los que se ha empleado mucho trabajo no tienen ningún valor y otros en los que no se ha empleado ninguno lo tienen muy grande. Puede ocurrir también que tengan un mismo valor unos bienes para los que se ha requerido mucho esfuerzo y otros en los que el esfuerzo ha sido pequeño o nulo. Por consiguiente, las cantidades de trabajo o de otros medios de producción empleados para conseguir un bien no pueden ser el elemento decisivo para calcular su valor. Es indudable que la comparación del valor del producto con el valor de los medios de producción empleados para conseguirlo nos enseña si y hasta qué punto fue razonable es decir, económica, la producción del mismo. Con todo, esto sólo sirve para juzgar una actividad humana perteneciente al pasado. Pero respecto del valor mismo del producto, las cantidades de bienes empleados en conseguirlo no tienen ninguna influencia determinante ni necesaria ni inmediata.”
En este capítulo Menger se encarga de realizar una explicación del origen del valor de los bienes e identifica, con diversos ejemplos, la existencia de bienes económicos y los que no lo son.
El bien económico es el que el individuo le otorga un valor dependiendo de la cantidad disponible de dicho bien y de la cantidad requerida para la satisfacción de la necesidad del individuo. Mientras que los bienes no económicos, como el aire, no tienen ninguna valoración ya que la cantidad total es más que suficiente para abastecer a todos los individuos.
Por este motivo, Menger identifica correctamente al bien como objetivo, mientras que al valor como subjetivo. De esta forma termina con la objetivación del valor de los bienes y la teoría de valor trabajo, pues no todo bien posee valor y mucho menos depende de la cantidad de trabajo utilizados en la producción de dicho bien.
Me parece sumamente importante como el autor termina derribando por completo la teoría del valor trabajo, inclusive con ejemplos que hasta la fecha son válidos. En pocas palabras como explica Menger a la hora de valorar un bien, nadie tiene en cuenta la historia del origen de este.
-Dado que la valoración es subjetiva y el precio de un bien es el mismo para todos los individuos. ¿Sería incorrecto hablar de un precio de equilibrio?
-Ya que cada individuo tiene ordenes distintos de las necesidades de vida. ¿El intercambio surge por las distintas valoraciones subjetivas de los bienes?
-¿Es posible que bienes que satisfagan las mismas necesidades, por cuestiones asociadas a diferenciación de marca, sean considerados como bienes heterogéneos?
En la practica, ¿cómo lo aplicamos?. Yo siendo un mortal comerciante, como podría aplicar esta teoría para fijar precios a mis productos?
Lo importante es que los precios, poco tienen que ver con los costos. Es cierto, es necesario recuperar los costos, por lo que se buscarán vender aquellos cosas que tengan un margen positivo. Pero no siempre es así, los costos son históricos, hundidos, y hay que decidir en el momento qué se hace con el stock existente.
En ese sentido, el ideal sería cobrar a cada potencial cliente lo que esté dispuesto a pagar, dada su personal valoración subjetiva. Pero tenemos limitaciones irremediables: por un lado, los clientes no nos van a decir lo que están dispuesto a pagar; por otro, los precios que pongamos tienen que tomar en cuenta los de la competencia.
Cuando el producto o servicio que se vende es unitario (una casa, un auto usado), el proceso de negociación entre comprador y vendedor permiten descubrir dónde están esas valoraciones subjetivas de cada uno, y finalmente llegar a un acuerdo que beneficiará a uno o a otro dependiendo de su habilidad para negociar.
Cuando se venden productos o servicios general, el vendedor «ofrece» un precio, que el comprador acepta o rechaza. Esto dará información al vendedor si el precio es correcto, alto o bajo.
Asimismo, tomar en cuenta la valoración de cada uno es un esfuerzo costoso, pero las empresas se las han ingeniado para «segmentar» a sus clientes: unos compran jeans en el shopping, otros en el outlet.
Depende de cada comercio qué mecanismos utilizar.