El Instituto Juan de Mariana saca a la luz un necesario informe, englobado en su colección de Mitos y realidades, en el que se aborda el confuso fenómeno del populismo: Mitos y realidades de los movimientos populistas: ¿Una expresión social de descontento o una estrategia para concentrar poder político?
Son varias las dimensiones que este término adquiere en el debate público y académico, lo que explica que las interpretaciones de este proceso político sean heterogéneas y, en ocasiones, hasta contradictorias. Así pues, el populismo se ha convertido en un cajón de sastre empleado por un gran número de profesionales de la comunicación, la disciplina politológica o la economía.
Ha ido ganando un espacio potencialmente peligroso al servir sencillamente como arma arrojadiza para clasificar aquello que no nos gusta o a nuestros adversarios políticos. La otra cara de esta moneda es el efecto dilución o desgaste del término populismo: la sociedad perderá de vista las amenazas reales de un sistema de estas características cuando se despliega en su forma más liberticida y cruenta.
En aras de aportar la mayor claridad a su estudio, cabe entrar a analizar cuáles son estas dimensiones analíticas:
- Estrategia retórica populista frente a régimen populista
- Populismo de extrema izquierda o extrema derecha: elementos comunes y diferencias
Estrategia retórica frente a régimen populista
El repaso bibliográfico, en el que se ha hecho especial hincapié en la obra del experto en la materia Ernesto Laclau, nos ha facilitado el camino para llegar a dos conclusiones.
La primera, que al hablar de populismo se habla de una lógica inherente al propio sistema liberal-democrático. Este sistema se fundamenta en la combinación de la alternancia de los gobernantes en el poder a través del sistema electoral con la protección de los derechos y libertades por medio del Estado de derecho, lo que incluye la limitación al poder político y la separación de poderes, todo ello recogido normalmente en una constitución.
El propio sistema lleva el germen (véanse, por ejemplo, los esfuerzos de la Escuela de la elección pública por entender y atajar el problema) que lo debilita o, en casos más extremos, certifica su defunción. Esto es así cuando los derechos, libertades y contrapoderes son erosionados y eliminados gradualmente por los populistas al amparo de las urnas.
La segunda conclusión es que esa lógica se puede desglosar, dividir en dos procesos. Uno, el primero, es común a todos aquellos que participan en política partidista; el segundo proceso representa un verdadero peligro para la estructura de derechos y libertades.
La estrategia retórica populista es un recurso al que se suma hoy casi todo partido político, cualquiera que sea el espectro en el que se mueva. Todo populista -en este sentido retórico- quiere convencer y obtener votos. Por ello, practica habitualmente la demagogia.
Lo que puede devenir en tragedia para la sociedad es cuando el populista demagogo edifica -si el movimiento populista tiene éxito- un régimen populista propiamente dicho. En estos casos, se logra erigir un sistema híbrido, a medio camino entre una democracia y un sistema político autoritario, que sin duda limitará las libertades individuales y colectivas. De esta manera, en un régimen de estas características, la retórica populista es una condición necesaria, pero no suficiente por sí sola.
¿Cómo se desarrolla entonces un régimen populista? Las lecturas y la bibliografía especializada encuentran dos cuestiones ambientales y una serie de requisitos que producirán, combinados diestramente, un régimen populista.
En lo que respecta al ambiente, dos palabras son clave: democracia y descontento. Los movimientos populistas son virus ab initio de los sistemas democráticos. Es importante distinguir, pues, que las formas políticas que son resultado de un golpe de Estado, esto es, las dictaduras autoritarias y totalitarias, no son regímenes populistas. El populismo nace de la democracia, se desarrolla en la democracia y, al igual que cualquier virus, necesita de unas particulares condiciones ambientales para que se cultive y desarrolle.
Por lo tanto, cuando coexistan un sistema democrático y amplio descontento en la sociedad, el peligro está servido. La probabilidad de que surja un candidato populista se multiplicará inevitablemente. Algo curioso, y que han indicado algunos politólogos como Axel Kaiser o Gloria Álvarez, es que el descontento puede fabricarse a través de la propaganda, aunque los datos macroeconómicos, de desarrollo, migratorios, etc. sean favorables para la sociedad. ¿Qué quiere decir esto? Que se puede manufacturar el populismo a través de un discurso atractivo, modificando con ello la comprensión que la ciudadanía tiene sobre la realidad en la que le toca vivir. La clave es que exista descontento, real o ficticio, y capitalizarlo políticamente. Así, aunque la agenda política del aspirante a gobernante sea liberticida, la democracia es una herramienta muy valiosa para él, primero, para alcanzar el poder en una época de descontento generalizado, y, segundo, porque le permite desarrollar su programa autoritario a tumba abierta porque la oposición queda desarmada moral y argumentativamente por la legitimidad que adquieren sus políticas por los votos de las urnas.
Pero, además de estas condiciones ambientales, se necesitan otros elementos para que la mera estrategia retórica populista –típica de todos los partidos- desemboque en un régimen populista. Hay unos ingredientes sine qua non:
- Liderazgo carismático.
- Discurso que fusiona la figura de ese líder con el pueblo al que dice representar.
- Ventana de oportunidad política que promueva la erosión del sistema político de turno generando una concentración y centralización del poder en manos de ese líder.
Sin los tres elementos, es poco probable que triunfe un movimiento populista y logre destruir el sistema de libertades tal y como lo conocemos.
La lógica populista pretende construir un movimiento político hegemónico capaz de copar el poder, concentrar el mismo y sobrevivir a lo largo del tiempo, respondiendo a los intereses de una minoría política bien organizada. Ciertamente, el descontento sirve de mecha populista, pero se necesita un líder carismático que compacte el discurso y el conjunto de demandas insatisfechas existentes entre determinados grupos de la población. El régimen populista concentra el poder, muchas veces, mediante nuevas organizaciones políticas con líderes carismáticos megalómanos que conectan con el abstracto pueblo al que dicen representar y defender. Las estructuras resultantes son a menudo jerarquizadas, muy verticales, con nula democracia interna, en las que el líder y su equipo más cercano controlan férreamente el aparato del partido.
Es importante entender cómo se combinan todos estos elementos. La ventana de oportunidad se cimienta en el descontento derivado de una crisis (real o disfrazada). Es en este contexto cuando una figura pública carismática emerge con la promesa de revertir la situación de crisis e injusticias de la etapa previa mientras apela a un discurso pretendidamente aglutinador, pero que va cargado de sed de conflicto. Esta representatividad del cuerpo social la persigue de dos formas: por un lado, se erige como salvador de la ciudadanía, a la que da una unidad de destino como pueblo, gente (Podemos en España), nación, etc.; por otro, concentra en su discurso unificador una variada gama de demandas insatisfechas de la población, muchas veces con poca relación entre sí, hasta alcanzar una unidad de discurso. Se convierte ese movimiento en una cruzada, un sentimiento de aspiración colectiva, al tiempo que consigue congregar a colectivos con diversos intereses en torno a ese mismo propósito común.
Al final del proceso: “todos (los elegidos) son uno” y las demandas políticas pueden reducirse a unos pocos “eslóganes”.
Simultáneamente, y de forma inevitable en el proceso, el líder dirigirá el descontento a un enemigo muy claramente identificado. Con diagnósticos y recetas muy simplistas, azuzará a sus seguidores para enfrentarse abiertamente a uno o varios grupos sociales, convertidos en chivos expiatorios: oligarcas, inmigrantes, judíos, comerciantes, bancos, naciones extranjeras, etc. Se polarizará la sociedad y aparecerán víctimas y culpables. La convivencia se hace imposible y se instala la crispación mientras la masa es movilizada con apelaciones a los peores instintos: resentimiento, soberbia, miedo, codicia, etc.
Los resortes del poder político, legislativo, judicial, mediático, empresarial y económico quedarán al servicio del programa populista y bajo el dominio del partido. Los contrapoderes institucionales que ponen coto al poder hegemónico irán desvaneciéndose al ritmo en que lo hacen los derechos y libertades de los ciudadanos. Dará comienzo una nueva era de concentración y centralización de poder, nada halagüeña para las libertades.
No es de extrañar que los discursos populistas, cuyo componente mesiánico es innegable, estén teñidos de ilusión y esperanza para la clase elegida, y de exclusión y odio para los repudiados. El conflicto está en la esencia de cualquier régimen populista.
Populismo de izquierdas o de derechas
Una confusión muy frecuente en el debate que se cierne en torno al populismo se origina en la dificultad de encasillar este fenómeno en las categorías políticas que los agentes sociales manejan con regularidad: izquierda o derecha. El populismo no conoce limitaciones ideológicas. Puede ser empleado como herramienta para tomar y concentrar el poder por unos y por otros a través del proceso democrático.
Aunque cada agenda política y social diverja por cuestiones puramente ideológicas, los regímenes populistas (o los movimientos que aspiran a serlo) emplean muy parecidas técnicas con el objetivo de transformar la democracia liberal e instaurar un régimen autoritario.
La segunda parte de este informe, de carácter más empírico, se centra en analizar las características de los movimientos populistas de izquierda y de derecha existentes en Latinoamérica y en Europa.
Empecemos con la izquierda. El populismo socialista de la tercera ola latinoamericano (Argentina, Venezuela, Bolivia, Ecuador) guarda similitudes con la nueva extrema izquierda que ha surgido en Europa desde el estallido de la crisis en el año 2008. Ambos, a un lado y otro del Atlántico, han sido capaces de edificar un movimiento con:
- Líderes carismáticos y megalómanos.
- Plantear una demanda propia aglutinando descontentos.
- Construir un discurso polarizante que presenta a los amigos (el concepto gente) y a los enemigos (oligarcas, capitalistas, etc.).
- Proponer un dramático incremento del gasto por parte del Estado ocultando que el mismo se financiaría seguramente con enormes confiscaciones o impresión masiva de moneda (véanse los casos de Venezuela, Argentina, etc.). Un ejercicio de clara irresponsabilidad económica.
- Manejar una política de comunicación soberanista y nacionalista haciendo hincapié en la independencia y no en la xenofobia.
- Proponer reformas constitucionales que ayuden a un progresivo fortalecimiento del poder ejecutivo.
El espacio final de este recorrido geográfico y temporal del populismo de izquierdas se ha dedicado a Podemos por su analogía con la tercera ola latinoamericana.
En cuanto a los movimientos populistas de la derecha nacionalista, el análisis anterior nos sirve casi por completo. Lo que les distingue, en lo fundamental, no es sino el foco de sus iras, es decir, cómo orientan la relación de víctima-culpable. Estos son sus elementos diferenciales:
- Superan discursivamente la frontera de lo políticamente correcto.
- Por ello, suelen utilizar un discurso xenófobo, antiinmigración y tremendamente nacionalista.
- Suelen añadir nuevos temas a la agenda política tradicional y, de esa forma, canalizan el descontento existente en las capas sociales que les apoyan electoralmente.
Amanecer Dorado en Grecia (abiertamente filonazi), el Frente Nacional en Francia (fundado por Jean Marie Le Pen), el partido Jobbik húngaro o la Rusia Unida de Putin tienen programas marcadamente liberticidas. Partidos como el Bündnis Zukunft Österrich (Alianza para el futuro de Austria), los gobiernos regionales de Lombardía y Véneto en Italia (Liga Norte) y, en cierto grado, Donald Trump y el UKIP de Farage comparten algunos de estos elementos populistas en su discurso, pero resulta incierto el efecto institucional que podrían llegar a tener.
Es crítico que el concepto de populismo, y todas las caras con las que este se manifiesta, se clarifique para que todos aquellos comprometidos con los análisis rigurosos y la libertad comprendan las características que poseen las organizaciones de extrema izquierda y extrema derecha en los regímenes democráticos.
Es tarea ciudadana evaluar en cada caso si la amenaza es suficiente para hacer peligrar la estructura de derechos y libertades tan costosa de ganar y proteger. Esperamos que la guía cumpla con su objetivo y oriente a los individuos en tan importante labor fiscalizadora.