Dicen que durante una visita de Milton Friedman a China fue llevado a visitar una obra donde un gran número de trabajadores excavaban un canal con palas y transportaban la tierra en bolsas. Asombrado por esa circunstancia, Friedman preguntó por qué no utilizaban máquinas excavadoras y camiones. La respuesta fue que de esta forma se generaban más empleos, a lo cual Friedman sugirió que en lugar de palas le dieran cucharas a los trabajadores. Que de esa forma se generarían muchos más.
En verdad, lo que hacían los funcionarios chinos tenía sentido, ya que seguramente el trabajo era el recurso más barato, y juntar a, digamos, diez mil trabajadores podría ser más barato que contratar una excavadora, dada la miseria de salario que cobraban. De todas formas, como no había precios de mercado era imposible realizar el cálculo económico que permitiera determinar si convenía un método u otro.
Pero dejemos eso de lado y vayamos al punto anterior, que una tecnología más antigua genera más puestos de trabajo que una más moderna. Este tema resurgió en la Argentina cuando el Banco Central, en un ataque de ambientalismo dirigista resolvió que de ahora en adelante todos los estados de cuentas de los bancos serían distribuidos electrónicamente, y no en papel, para ahorrar vaya a saber cuántos árboles talados. El sindicato de camioneros salió a la calle inmediatamente para oponerse a tal medida, argumentando que esos envíos con ahora casi un tercio de todos los que se realizan por correo y que prohibirlos determinaría una clara pérdida de empleos para el sector.
Detengámonos a considerar la lógica de este argumento. El dirigente sindicalista, reclamaba esta medida mientras atendía a las radios por su celular y enviaba correos electrónicos por doquier, al igual que todos los manifestantes que los acompañaban. Al hacerlo, no se daban cuenta que era algo similar a boicotearse a sí mismos, pues cada llamada telefónica y cada mail contribuían a la desaparición de puestos de trabajo entre sus mismos afiliados.
Imaginemos cuál sería la situación si no hubiera celulares y correos electrónicos. El sindicalista hubiera tenido que invitar a la marcha por carta, o por afiches en las calles. También por ese medio tendría que haber enviado sus opiniones a los medios. Todo esto hubiera necesitado del trabajo de muchos obreros en imprentas, muchos carteros en el correo y camioneros para llevar la gran cantidad de cartas. Es más, podríamos ir un poco más atrás, y si esas cartas se enviaran a pie o en carros a caballo hubieran sido necesarios muchos más carteros, más muchos más caballos con los consiguientes servicios para atenderlos e incluso para limpiar las calles a su paso.
La tecnología del camión, y ni que hablar la del celular y el correo electrónico, todas ellas utilizadas por los compañeros camioneros, ha desplazado a otras tantas tecnologías y ha dejado en la calle a una gran cantidad de gente, por la que habría que hacer algo. ¿Qué culpa tienen los caballos? ¿Y qué ha pasado con las familias de los criadores y dueños de carros? ¿Dónde está su sindicato peleando por sus puestos de trabajo?
Volvamos ahora a la resolución del Banco Central. ¿Ha de ser decidido esto de esa forma? Pues, tal vez, lo correcto hubiera sido que cada cliente decida si quiere su resumen de cuenta en papel o electrónico, y que todo el que lo quiera en papel, pague tanto el material, como su impresión y su entrega. Y que el sindicato, en todo caso, vaya a quejarse a los mismos consumidores, de los que ellos también forman parte. En ese mismo acto debería repudiar los celulares y borrar sus cuentas de mail y proponernos a todos que abandonemos eso para volver a las cartas escritas. Y nada de blogs, por supuesto.