En una sección con un título apropiado a nuestra época (El Caos Monetario), Mises explica en 1944 los problemas de los controles de precios, parte de una monografía titulada “Una propuesta no inflacionaria para la reconstrucción monetaria de posguerra”:
Las falacias del control de precios
Los gobiernos generan inflación. Pero, al mismo tiempo, pretenden combatirla contra sus inevitables consecuencias.
Un gobierno infla su moneda porque quiere utilizar el poder de pago adicional para una reducción del consumo privado y aumento del gasto público. Un gobierno beligerante, por ejemplo, quiere retirar algunos productos del público porque los necesita para la guerra. Los ciudadanos, por lo tanto, han de consumir menos.
Pero la inflación, esto es, el papel moneda y los depósitos bancarios adicionales ocasionan un aumento del ingreso nacional (en términos de la moneda inflada). Los ciudadanos tienen más dinero para gastar, mientras que la oferta de bienes disponible para consumo privado cae. Hay menos bienes para comprar, pero los ciudadanos tienen más dinero para comprarlos. Un importante aumento de los precios es inevitable.
Un aumento de precios podría evitarse solamente financiando la guerra exclusivamente con impuestos o préstamos del público sin ninguna inflación. Si al gobierno no le gusta ese aumento de precios, debería abstenerse de la inflación.
Los controles de precios son inútiles. Si, por ejemplo, el precio de un bien se fija a un nivel más bajo que el precio potencial correspondiente a las condiciones inflacionarias, muchos productores, para evitar pérdidas, dejarán de producir ese bien. Los productores marginales se retirarán de esta rama de los negocios. Utilizarán los factores de producción –tanto materiales como humanos, esto es, trabajo- para la producción de otros bienes no afectados por los límites fijados por el gobierno. Este resultado es contrario a la intención del gobierno. Ha fíjate el precio del producto en cuestión porque lo considera una necesidad vital. No quería reducir su oferta. La única forma de prevenir una caída de su oferta sería eliminar el precio máximo. Pero al gobierno tampoco le gusta esta alternativa. Así, avanza más y fija los precios de los factores de producción necesarios para la producción del bien en cuestión. Pero entonces el mismo problema aparece en relación a la oferta de estos factores. El gobierno ha de proceder más allá y fijar el precio de los factores de producción de los factores necesarios para producir el bien donde comenzó todo el proceso. Está forzado a no dejar afuera de sus precios máximos a ningún bien, ya sea de consumo o de producción, y ningún tipo de servicio laboral. Tiene que determinar para qué producción se utilizará cada factor de producción ya que el mercado, ahora paralizado por los controles de precios, no provee a los emprendedores una guía para la toma racional de decisiones. El gobierno los tiene que forzar, y a cada trabajador, a continuar produciendo y trabajando según sus órdenes. Debe decirle a cada empresario qué producir y cómo; qué materiales comprar y dónde y a qué precios; a quién emplear y a qué salarios; a quién vender y a qué precios. Si quedara alguna brecha en esta ronda de fijación de precios y salarios, y si alguno no fuera instruido para trabajar de acuerdo a las ordenes gubernamentales en este completo sistema de comando, entonces la actividad empresarial –y el capital y el trabajo- se dirigirían a las ramas de industria que permanezcan libres. Los planes del gobierno se frustrarían parcialmente porque la intención es, precisamente, incrementar o mantener la producción de esos bienes cuyo precio el gobierno ha fijado.
Pero si ese sistema de control total de precios y producción se alcanza, la estructura social y económica completa del país ha cambiado. Si todos los precios y los salarios son fijados, si los capitalistas no son libres de determinar la forma en la que pueden utilizar su capital, si –como resultado del control completo de precios por el gobierno- la tasa de ganancias y la tasa de interés es virtualmente fijada por las autoridades, se ha sustituido al capitalismo de libre empresa por el socialismo planificador. Los precios, los salarios y las tasas de interés ya no son lo que eran en el sistema de mercado. Ahora son simples términos cuantitativos fijados por decreto gubernamental en el marco de una sociedad socialista. El dinero no es dinero, esto es, un medio de intercambio, pero una cuenta. No hay más emprendedores, solamente administradores de fábricas que deben obedecer incondicionalmente a las autoridades. El nivel de vida de cada uno es fijado por el gobierno; cada uno es un sirviente público, un empleado de esta gran maquinaria. Este es el tipo de socialismo alemán, Deutscher Sozialismus, como lo practicaron los Nazis. El Fuehrer solamente opera todo el sistema; su voluntad solamente decide y dirige la actividad de cada sujeto y fija su nivel de vida”.
!Más claro ni el agua clara¡