De «Reconstrucción Monetaria»:
El Partido del Justo Trato ha proclamado que es obligación del gobierno determinar qué precios, salarios y utilidades son equitativos y cuáles no lo son, y, a continuación, hacer cumplir sus mandamientos mediante la policía y los tribunales. También sostiene que es una función del gobierno mantener el tipo de interés en un nivel equitativo a través de la expansión del crédito. Finalmente, recomienda un sistema impositivo que persigue igualar los ingresos y la riqueza. La aplicación cabal del primero o del último de estos principios bastaría por sí sola para consumar el establecimiento del socialismo. Sin embargo, las cosas no han llegado a tal extremo en este país. La resistencia de los partidarios de la libertad económica no ha sido dominada por completo. Todavía existe una oposición que ha impedido que se establezca permanentemente el control directo de todos los precios y salarios y la confiscación total de todos los ingresos que excedan de la cantidad que consideran justa aquellos cuyo ingreso sea más reducido. En los países situados de este lado del telón de hierro, la batalla entre los amigos y los enemigos de la planificación integral totalitaria todavía no se decide.
En este gran conflicto, los que abogan por el control oficial no pueden prescindir de la inflación. Necesitan de ella a fin de financiar su política de gastar sin freno y de subsidiar y cohechar pródigamente a los votantes. La consecuencia inconveniente pero inevitable de la inflación, o sea el alza de los precios, les proporciona un grato pretexto para implantar el control de precios y para llevar a la práctica, paso por paso, su proyecto de planificación integral. Las utilidades ilusorias que aparecen debido a la forma como la inflación falsea el cálculo económico, se consideran y tratan como si fueran verdaderas; al apoderarse de ellas por medio del impuesto después de calificarlas, para despistar, de utilidades excesivas, son partes del capital invertido lo que se confisca. Al extender el descontento y la intranquilidad en la sociedad, la inflación genera condiciones favorables para la propaganda subversiva de los sedicentes campeones del bienestar y el progreso. El espectáculo que nos ha ofrecido la escena política de las dos últimas décadas ha sido verdaderamente asombroso. Sin vacilación alguna los gobiernos se han embarcado en una vasta inflación y los economistas oficiales han proclamado que el déficit en los gastos públicos y el manejo “expansionista” de la moneda y el crédito representan el camino más seguro a la prosperidad, el progreso constante y el mejoramiento económico. Pero los propios gobiernos y sus paniaguados han arrojado sobre los hombres de negocios la responsabilidad de las consecuencias inevitables de la inflación. A la vez que ensalzan los altos precios y salarios como si fueran una panacea y elogian a la administración por haber elevado el “ingreso nacional” (por supuesto que expresado en los signos de una moneda depreciada) a un nivel sin precedente, condenaban a la iniciativa particular por cargar precios desaforados y por obtener utilidades exorbitantes. Mientras deliberadamente restringían la producción de los frutos de la agricultura con el objeto de subir los precios, los políticos han tenido la audacia de pretender que el capitalismo es creador de escasez y que si no fuera por las siniestras maquinaciones de los grandes negocios, habría abundancia de todas las cosas. Y millones de votantes se han tragado todo este embuste.
Es necesario comprender que la política económica de los que se llaman progresistas a sí mismos, no puede prescindir de la inflación. Nunca aceptarán una política de moneda sana, porque no pueden hacerla. Tan imposible les resulta abandonar sus políticas de déficit en los gastos públicos como el auxilio que su propaganda anti-capitalista recibe de las consecuencias inevitables de la inflación. Es verdad que hablan de la necesidad de suprimir la inflación. Pero a lo que se refieren no es a poner un término a la política de incrementar la cantidad de dinero en circulación, sino a establecer el control de precios, esto es, a fútiles planes para huir de la difícil situación que inevitablemente sobreviene de las normas de acción que siguen.
La reconstrucción monetaria, incluyendo el abandono de la inflación y el retorno a una moneda sana, no constituye simplemente un problema de técnica financiera, que pueda resolverse sin un cambio en la estructura de la política económica general. No puede haber una moneda estable en un medio que se halla dominado por ideologías hostiles a la conservación de la libertad económica. Dedicados como están a desintegrar la economía de mercado, los partidos imperantes seguramente no darán su consentimiento a las reformas que los privarían de su arma más formidable, o sea de la inflación. La reconstrucción monetaria presupone en primer lugar el repudio total e incondicional de las políticas supuestamente progresistas, que en los Estados Unidos de América se designan con los “slogans” de Nuevo Trato y Justo Trato.
Uno lee el artículo de Mises y no puede parar de encontrar coincidencias y trazar paralelismos con lo que hoy llaman «relato oficial». Una de las conclusiones que saco cuando uno escucha sobre estas ideas es que son medidas siempre pensando al corto plazo. Como si fuera que el gobierno, la única manera que prevé para solucionar un problema tan estructural y complejo como existe hoy en la economía, es por medio de parches. Como en su momento, se pretendió solucionar los problemas de la economía real desde el teléfono de un supersecretario con un revolver arriba del escritorio. Esto no es otra cosa que recurrir a medidas cortoplacistas, que a su vez, lejos de solucionar los problemas o fallas actuales, genera otros nuevos a largo plazo.
Medidas como estas, dirigidas a regular el abastecimiento de bienes, son los efectos que produce pensar solo en medidas económicas a mediano y corto plazo. Sin embargo, a esto le agregan la épica y salen a defenderlo como si existiera una pelea que hay que dar.
Con decisiones como estas, no se hace otra cosa que atacar a las consecuencias y no a las causas que las provocan.
Leyendo el artículo me pareció sumamente acertado remarcar el parangón que existe entre lo que decía Mises hace tantos años y lo que se verifica hoy en día. Es que lamentablemente, lo que no cambia son las ideologías, que como dogmas que son no se adaptan a las condiciones y la idiosincrasia de una sociedad. Encerrarse en un pensamiento, sin reparar en lo que necesariamente se debe implementar para dar con cambios en una estructura, indefectiblemente lleva al fracaso, más aun si no se reconoce aquello que es tan palpable y visible a los ojos de cualquiera. Desde el momento en que no se parte una política económica desde la variable fundamental, por el hecho de que no se la quiere blanquear, es difícil que prospere. Más aún, parece una burla sancionar leyes que no se pueden cumplir, y que fomentan la corrupción. En este caso, pensando en el dicho «hecha la ley, hecha la trampa» , me asalta la idea de que no es más que la trampa lo que propende una normativa de esta naturaleza. Lo cual es lamentable. Mises habla de «las siniestras maquinaciones de los grandes negocios», como fundamento o excusa al impulso de esas políticas. Pretexto del que se vale actualmente el discurso oficialista. También recalca lo irónico de que «La consecuencia inconveniente pero inevitable de la inflación, o sea el alza de los precios, les proporciona un grato pretexto para implantar el control de precios y para llevar a la práctica, paso por paso, su proyecto de planificación integral.». Esto último me pareció desopilante, lo digo porque pareciera que fue escrito por estas fechas. En fin, me parece que la ley de abastecimiento, además de ser inconstitucional por favorecer la discrecionalidad, desvirtúa el principio de interés general, o se le da un significado tendencioso y conveniente a determinados propósitos.