La Tragedia de los Comunes y la Ley de Gresham en un simple almuerzo luego de un juego de golf

Un día de golf puede ser una distracción para relajar una pesada semana de trabajo, pero también puede ser una oportunidad para encontrarse con todo tipo de leyes económicas y conceptos de esta ciencia.

Comencemos por las reglas del deporte mismo. Son un claro ejemplo de normas sociales resultado de un largo proceso evolutivo, con un alto componente de tradición y, luego ya de muchos años, alguna agencia que se dedica a ordenar las reglas y a dictar nuevas. En el caso del golf esas agencias son dos entidades privadas: The Royal and Ancient Club of St. Andrews para todo el mundo y US Golf Association para Estados Unidos y México.

Emisión pesos

El club mismo donde jugamos es un emprendimiento privado, resultado de la iniciativa emprendedora de algunos pioneros, allá por los comienzos del siglo XX, quienes dedicaron muchos esfuerzos y recursos para que tengamos hoy esta cancha. En buena medida, somos “free riders” de sus esfuerzos, sin embargo, ellos los hicieron igual, aun sabiendo que no iban a tener la oportunidad de cobrarnos por esos tan importantes servicios que nos han dado.

El club provee lo que en economía denominaríamos como un “bien público” y resuelve en forma bastante fácil sus dos características distintivas: la no exclusión, y la no rivalidad en el consumo. Para la primera utiliza un sistema bastante sencillo, una casilla en la puerta y un carnet con el nombre del socio; para la segunda determina una cuota básica con la que financia los servicios generales a todos los socios y luego un pago específico para cada deporte, ya sea la amarra de un barco, el golf, o jugar al tennis. El club soluciona una gran cantidad de problemas para los que normalmente se nos dice que el mercado falla y solamente el estado los puede resolver.

Durante el transcurso del juego no hace falta ninguna policía, los jugadores se controlan entre sí, con el simple procedimiento de intercambiar las tarjetas y cualquier disputa se resuelve por consenso entre los jugadores o, a lo sumo, y sobre todo en caso de un torneo, apelando a la autoridad de la cancha. Hasta ahora, el gobierno no existe. Será por eso que algunos disfrutamos este deporte.

Terminan los 18 hoyos y el grupo se reúne para un almuerzo liviano. Quien nos atiende es un concesionario privado, no es parte del club. Está allí para ganar dinero, aunque ya nos conocemos, no pensamos en eso.

Y entonces aparecen dos conceptos económicos que llamaron mi atención. El primero es bien conocido: la tragedia de los comunes. Como cada uno pide lo que quiere comer y beber, pero luego la cuenta se reparte entre todos por partes iguales, existiría un claro incentivo para no cooperar, pidiendo lo más caro y luego que se pague entre todos: un equilibrio de Nash negativo en un juego tipo dilema del prisionero. Pero eso no sucede, estamos en un juego repetido, nos encontramos todas las semanas: quien actúe de esa forma tarde o temprano no será considerado un buen miembro del grupo. Los juegos repetidos llevan a la cooperación: aquí nadie se excede en sus pedidos, y muchos proponen aportar más por haber pedido algo distinto.

Los miro y no parecen ‘homo economicus’, parecen buenos amigos. Por eso la economía experimental ha mostrado que en juegos del tipo “dictador” los participantes de carne y hueso, no individuos ‘ideales’, no buscan maximizar su propia utilidad.

Finalmente llega el momento de pagar. Sacamos las billeteras. Sin que haya dicho nada, observo la Ley de Gresham en notable acción: todos seleccionan entre sus billetes de 100 (tampoco son tantos), y entregan los de Evita. Claro, tal vez será un grupo anti-peronista, o más bien anti-K pero, bueno, los K harán lo inverso, se guardarán esos billetes y entregarán primero los de Roca.

Entre los dos billetes existen un ‘tipo de cambio fijo’, y, dice Wikipedia al respecto: “La Ley de Gresham es el principio según el cual, cuando en un país circulan simultáneamente dos tipos de monedas de curso legal, y una de ellas es considerada por el público como «buena» y la otra como «mala», la moneda mala siempre expulsa del mercado a la buena. En definitiva, cuando es obligatorio aceptar la moneda por su valor facial, y el tipo de cambio se establece por ley, los consumidores prefieren ahorrar la buena y no utilizarla como medio de pago.” Una ley del siglo XVII.

En fin, para terminar un consejo: no piensen en esto cuando juega porque les aseguro que les va a ir muy mal.

2 pensamientos en “La Tragedia de los Comunes y la Ley de Gresham en un simple almuerzo luego de un juego de golf

  1. Muy interesante el artículo. Quería saber si la ley de Gresham se puede aplicar solo a una situación bimetalica o también a casos que involucran monedas de curso forzoso

    • Sí, se puede en realidad aplicar a toda situación en la que se ha establecido un tipo de cambio fijo entre dos bienes, y el valor subjetivos de ellos fluctúa. En el caso de los billetes de 100 pesos sucede tal cosa, el tipo de cambio entre uno con la figura de Roca y otro con la figura de Evita es 1 a 1, pero, como comento en la nota, la gente no los ve como exactamente la misma cosa, los valora en forma diferente. No es una valoración tan potente como para aceptar el billete que le gusta a un mayor valor, pero suficiente como deshacerse primero de unos que de otros.

Responder a Martin Krause Cancelar respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *