El lenguaje militar es totalmente inútil para describir lo que ocurre en los mercados, no obstante muchos lo usan y a veces a los periodistas les encanta. Así, Nora Bär publica una nota en La Nación con el título “Alimentos: el campo de batalla del siglo XXI”. http://www.lanacion.com.ar/1712875-alimentos-el-campo-de-batalla-del-siglo-xxi
¿Dónde hay una batalla? ¿Quién está bombardeando a quién? En todo caso habrá competencia, pero eso está lejos de ser una guerra. Es cierto que luego la autora suaviza el título, que seguramente habrá sido puesto para atraer la atención del lector: “Esta metáfora belicista no hace más que reflejar las pasiones que enciende el tema de la alimentación. Pocas esferas de la actividad humana atraviesan todos los planos de nuestro universo cultural -desde la economía hasta la tecnología, la psicología, la medicina y la ecología- y a su vez están atravesadas por controversias tan acaloradas.”
Bien, entonces “batalla” se usa para decir “debate”. Sería más claro decir las cosas como son.
“En esta ensalada de conflictos, se enfrentan vegetarianos contra carnívoros, partidarios de la agricultura orgánica contra defensores de los organismos genéticamente modificados, industrias contra sanitaristas… y todo sazonado por el desafío de producir suficiente cantidad de comida para abastecer las demandas de una población creciente que, se calcula, podría llegar a los 9000 millones de personas en 2050. Una dieta difícil de digerir.”
Para todos los que no somos “constructivistas sociales”, es decir que no queremos imponer a nadie el tipo de sociedad en el que nos gustaría vivir, la solución es muy simple, que cada uno elija el tipo de comida que quiere comer.
Por ejemplo, dice el artículo: “La nutrición está en el centro de nuestras preocupaciones. Los vegetarianos reniegan de la carne, los «naturistas» aconsejan prescindir de los lácteos, los partidarios de la «dieta paleolítica», de las harinas y el azúcar refinado. A tono con los tiempos que corren, la industria de la alimentación cultiva una imagen cada vez más cercana a la farmacia y la alta tecnología, con productos que prometen fortalecer los huesos, reducir los niveles de colesterol o mejorar el tránsito intestinal. Sin embargo, es blanco de los nutricionistas por las estrategias que pone en práctica para seducir el paladar de sus clientes, reducir costos y prolongar la «vida de góndola» de sus productos.”
De nuevo, que los vegetarianos no coman carne, que otros no coman lácteos, o harinas, etc. Eso por el lado del consumo. Pero algo similar ocurre por el lado de la producción. “Laissez-faire» significa que cada uno es libre de producir como estima más conveniente.
Por ejemplo. Dice el artículo: “Una de las voces que más se hacen escuchar a favor de una agronomía sustentable es la de Marie-Monique Robin. En Las cosechas del futuro. Cómo la agroecología puede alimentar al mundo (De la Campana, 2013), Robin, periodista de investigación y documentalista, refuta la tesis de que sólo la agricultura industrial sumada a los pesticidas pueden cultivar grandes volúmenes de alimentos. «El modelo agroindustrial promovido incansablemente desde hace medio siglo no ha conseguido ni de lejos «alimentar al mundo»», escribe.”
Otra vez la solución es simple: Marie-Monique…, si tienes una idea de cómo debería ser la producción es fácil, adelante, ponte a producir de esa forma. Mark Zuckerberg o Steve Jobs también tuvieron alguna idea de que había que producir algo y la llevaron adelante. Si tienes éxito, si los consumidores te prefieren, te harás millonaria. El modelo que criticas ha sacado a más gente del hambre de la que existió en la Tierra en los 2000 años anteriores; pero, vamos, muestra que se puede hacer mejor.
“Además de su investigación en nueve países, Robin se basa en la tesis de Olivier de Schutter, jurista belga y relator especial de las Naciones Unidas sobre el derecho a la alimentación, que en 2011 presentó un informe en el que afirma que «Resulta imprescindible un cambio de orientación. Las antiguas recetas no son válidas en la actualidad». Hasta ahora, las políticas de apoyo a la agricultura estaban destinadas a orientarla hacia la agricultura industrial. Hoy es necesario orientarlas hacia la agroecología en la mayor cantidad de lugares posibles». Esta última modalidad consiste básicamente en combinar los árboles y cultivos según un sistema «fundado en la asociación y la biodiversidad».”
Perfecto, que haya un cambio de orientación. Muéstranoslo. Pero no nos obligues. A mí me gustan las papas fritas de McDonalds.
Desde mi punto de vista parecería que lo importante es que la población humana crece en el planeta a un ritmo de aproximadamente 100 millones de personas al año y que hay que alimentar cada vez a más habitantes.
Ese hecho más el consistente en que los cambios en las exigencias de habilidades y capacidades para el trabajo que significan pasar de altos requerimientos de esfuerzo físico a otros de esfuerzo más mental y con una vida laboral más sedentaria, exigen cambiar las caracterśiticas de los alimentos y que la ingeniería genética abre las puertas para que alimentos de igual contextura, sabor, color tengan ahora o más adelante diferenets propiedades de calorías y contenido proteico. Así, habría para todos los gustos.
Excelente comentario. No hay guerras, hay personas que individual y colectivamente (incluyendo las organizaciones que llamamos empresas) expresan sus ideas, gustos y elecciones. La realidad cotidiana es el resultado del equilibrio entre todo lo que sucede en el marco de la libertad. Y a mi también me gustan las papas fritas de Mc Donalds.
¿Existe guerra para elegir cual sera el alimento que queremos consumir, o, la «guerra» suscita en la competencia para producir alimentos y satisfacer la demanda de la poblacion creciente a nivel mundial?, a este ultimo interrogativo, para superarlo las grandes empresas buscan la forma de conseguir nuevos suplementos alimentarios y mejorar la calidad alimenticia, pero considero que se utiizan practicas que a la larga pueden ser dañinas para el hombre, como por ejemplo, la utilización de la ingeniería genética en la agricultura, que considero que no puede considerarse una simple herramienta de producción. El debate sobre los cultivos geneticamente modificados va mucho más allá de la mera aplicación de una tecnología nueva, y plantea ciertas cuestiones éticas que la sociedad no puede eludir.Se está desarrollando una guerra en los campos de cultivo del planeta que llega hasta la mesa de nuestras casas transformando la naturaleza de la comida que consumimos. El documental de The Future of Food es una investigación de lo que hay detrás de los alimentos genéticamente modificados que examina el papel del gobierno y del mercado permitiendo que se esté cambiando lo que comemos, ni hablar el impacto ambiental de estas practicas y los problemas psicofísicos en el ser humano, como la aparición de enfermedades (como las específicas del laboreo de la tierra, o la rotura y el desgaste dental). El hacinamiento, el sedentarismo, la contaminación de los acuíferos y una dieta más continua, pero también más monótona, hicieron aparecer por primera vez las enfermedades masivas: las epidemias.
A mi entender no sabemos qué comemos: si la manzana tiene genes de manzana, o se le agregaron otros y de qué, si los agroquímicos con que se produjo son seguros, si los aditivos y conservantes del procesamiento de los envasados no son cancerígenos, si están llenos de sal o azúcar «invisibles», si su transporte fue seguro o si su envoltorio es el adecuado. ¿realmente somos libres de elegir lo que comemos?
En otras épocas se tenía en cuenta el factor precio – calidad, en la actualidad se ha puesto de moda los alimentos “saludables”, naturales y fortificados.
Muchos de esos productos son más caros, sin embargo, se compran igual por los beneficios que prometen.
El artículo menciona la agroecología, desde la teoría parece ser una maravilla ya que plantea la utilización óptima de los recursos naturales sin emplear productos químicos.
No nos detenemos mucho a pensar los efectos que ocasionamos a los recursos naturales. Este nuevo modelo de agricultura tiene como base una preocupación ambientalista.
La agricultura tradicional siempre ha buscado incrementar la producción sin considerar las consecuencias posteriores sobre el ambiente.
El uso indiscriminado de fertilizantes, la práctica de monocultivos deteriora los recursos naturales en forma considerable y ocasionalmente irreversible.
No siempre sabemos qué es lo que comemos. Por ejemplo, el jarabe de maíz que hace alusión el artículo trae muchos beneficios para los empresarios pero no para el consumidor.
Los productos que tienen este ingrediente se conservan más y crean adicción al paladar.
Somos consumidores, se supone que tenemos el “poder” de elegir.
Para ejercer bien ese poder tendríamos que recibir más información sobre los alimentos que consumimos, por ejemplo, con etiquetas bien específicas y claras.
Si bien concuerdo en cuanto a que en el artículo en cuestión puede percibirse cierto argumento paternalista, en cuanto se expone e indica como la sociedad debería alimentarse para preservar su salud -el cual podría resultar harto objetable desde quienes defienden una concepción liberal de la sociedad-, no por ello los planteamientos que realiza la autora dejan de ser menos ciertos.
Desde mi humilde opinión, pienso que lo deseable sería que los consumidores contemos con más información acerca de la forma en que nuestros alimentos son producidos y, partiendo de allí, ser nosotros quienes podamos elegir. En este orden resulta de interés mencionar el libro «Malcomidos», en el cual se desarrolla la crisis del sistema alimentario argentino, en la inteligencia de brindar información sobre el método de elaboración de lo que comemos- desde la subjetividad de la escritora, claro está-.
Exorbita a este comentario el papel que el Estado debería ocupar en la alimentación de los particulares, sólo me limitaré a expresar que creo que, como garante de bien común, debería controlar la elaboración de los alimentos a los efectos de no permitir aquellos procedimientos que atenten contra la salud de su población.
No hay dudas de que gran parte de la sociedad se alimenta de una manera no muy saludable. Pero la realidad es que, como dice la nota, cada vez hay una mayor cantidad de población a la que hay que alimentar y, lamentablemente, los métodos naturistas, orgánicas, etc., no alcanzan.
Otra situación a la que estamos acostumbrados, gracias a toda la vorágine de los días de semana, es de ingerir alimentos «rápidos» ya que el sistema actual no nos da descanso para poder parar y alimentarnos como se debe.
Sí, es verdad que cada uno come lo que le parezca, lo que le gusta, lo que pueda. En mi opinión me parece bien que hagan campañas para que la gente tome conciencia sobre la clase de alimentos que consume, pero no al punto de bombardear con ideas, o de acusar a alguien de «asesino» porque le guste comer carne.
Lo ideal sería que encontrar algún método de producción que no conlleve elementos químicos (como los pesticidas) o material genéticamente modificado. Pero mientras eso no exista, me parece que el Estado debería controlar más en cuanto a la información que se nos brinda a los consumidores en cuanto al modo de producción. Y de esa manera uno podría elegir qué tipo de alimentos comer y decidir si llevar una vida sana o no.
Desde siempre el ser humano ha buscado mejorar y maximizar la producción de alimentos, hoy nos hablan de alimentos trasgénicos, genéticamente modificados, híbridos sin que se informe bien de que se trata, surgen así constructivistas sociales tratando de imponerse. Están por un lado los que consideran que los transgénicos son la mayor innovación en la producción de alimentos que se ha desarrollado en los últimos 20 años, y que no hay riesgos adversos para la salud humana ni para el medio ambiente; Por el otro lado los que juzgan que este modo de producción incrementan el uso de tóxicos en la agricultura, la perdida de biodiversidad y que los riesgos sanitarios no están seriamente evaluados, etc.
En la esfera del consumo están los adeptos al slow food vs fast food cada uno con su filosofía de vida validas, pienso que si en verdad somos lo que comemos, no tengo dudas que las pruebas más contundentes es que las deficiencias o no, en los componentes básicos de nuestra alimentación se manifiestan tarde o temprano en nuestro organismo.
Con respecto a la nota, me parecío muy interesante pero me quedo con el final, la antropologa finaliza diciendo que «no sabemos lo que comemos», con lo cual me parece que la solución no es tan simple si dejo que cada uno elija lo que quieran comer si no les estoy dando una información de lo que están eligiendo, no sería nada malo entonces agregar en las etiquetas de los productos si contienen o no organismos genéticamente modificados, efectos colaterales y ahí se podría hablar de elección libre por parte del consumidor.
Finalmente pienso que el ya casi olvidado ritual de sentarnos en la mesa a disfrutar ese momento de comer una comida «hecha en casa» en sintonía con el medio ambiente no podría ser dejado de lado ni por todas las ricas papas fritas de todos los Mc Donald del mundo.