Abriendo la Caja de Pandora para el paternalismo: la revelación de las preferencias individuales

Este tema es importante, aunque parezca muy abstracto y alejado de las discusiones políticas y económicas de todos los días. ¿Cuál debería ser el criterio para determinar si el objetivo de la sociedad será que los individuos que la componen puedan satisfacer las preferencias que tengan, o tal vez, en verdad no reflejan cuáles son sus verdaderas preferencias cada vez que eligen? En el primero de los casos, la propuesta “normativa” es generar el mayor grado de libertad de elección para que cada uno “revele” en su elección cuáles son sus preferencias subjetivas. En el segundo de los casos, como en las decisiones del individuo éste puede estar “sesgado” o “influenciado” por el entorno social, no estaría eligiendo aquello que son sus verdaderas preferencias y, por lo tanto, se abre el campo al paternalismo regulatorio para guiar esas acciones hacia ellas.

Obviamente, esto tiene mucho que ver con la libertad de elección como un valor supremo o con algún otro tipo de objetivo, como el “bienestar común” que debería buscar alcanzarse. En fin, es un tema de enorme importancia, y lo trata Guilhem Lecouteux en un paper titulado “Reconciling normative and behavioural economics: the problem that cannot be solved”. Sina Badiei; Agnès Grivaux. The Positive and the Normative in Economic Thought, Routledge, inPress. ￿halshs-03418228. https://halshs.archives-ouvertes.fr/halshs-03418228

Al margen de la posición del autor, el tema es de suma importancia, ya que tomando una u otra interpretación terminaremos en un modelo de sociedad totalmente diferente. Dice el autor:

“La economía del bienestar tradicional se basa en el supuesto de que los individuos tienen preferencias estables e independientes del contexto y utiliza la satisfacción de preferencias como criterio normativo. Al cuestionar este supuesto, la economía del comportamiento [BE] plantea problemas fundamentales para la economía normativa: si es probable que las preferencias de las personas cambien con el tiempo o dependan de aspectos aparentemente irrelevantes de la situación de elección, ¿podemos seguir formando juicios normativos sobre las elecciones de las personas en función de sus preferencias reveladas? El problema de la reconciliación requiere aclarar si el principio tradicional de la soberanía del consumidor (que equiparo aquí con el criterio de satisfacción de preferencias [PS]) debe preservarse incluso en presencia de elecciones y comportamientos aparentemente incoherentes.”

Es decir, lo que está en juego es el valor de la “soberanía del consumidor”, al cual la economía neoclásica no le hace un buen favor, aunque diga defenderlo, cuando afirma la necesidad de que las preferencias sean estables, monotónicas, etc, siendo que claramente no lo son, como lo muestra la economía de la conducta. Ésta, luego se monta sobre eso para proponer todo tipo de soluciones paternalistas. Citando a Hausman menciona cuatro interpretaciones para la idea de “preferencia”:

  1. Comparación de disfrute: decir que Anna prefiere x a y significa que Anna disfruta más de x que de y. Las preferencias como comparación del disfrute suelen ser una cuestión de gusto, como preferir el sabor del café al sabor del té.
  2. Evaluaciones comparativas: decir que Bob prefiere x a y significa que Bob juzga x como mejor que y en algún aspecto (según un criterio específico o relevante). Bob, por ejemplo, puede preferir beber su café sin azúcar porque es más saludable (incluso si prefiere, en términos de comparación de disfrute, beber su café con azúcar).
  3. Favorecer: si un partido político defiende una política de “preferencia nacional” en términos de empleo, entonces un nativo tiene más posibilidades de ser contratado que un inmigrante ceteris paribus. Por lo tanto, se prefiere (favorece) una clase específica de individuos, pero sin referencia a una comparación de disfrute o una evaluación comparativa.
  4. Clasificación de elección: decir que Carla prefiere x a y significa que elegirá x si tiene que elegir entre x e y. Cuando un camarero le pregunta a Carla si prefiere café o té, solo quiere saber su elección y no le pide que proporcione una clasificación en términos de comparación de disfrute o evaluación comparativa.

1 y 2 parecen no tener mayor sentido, solamente la 4: si elijo el café sobre el té lo único que puedo decir es que en ese momento (no en otro) mi preferencia era el café sobre el té, nada más. Es el criterio de las preferencias subjetivas de los austriacos. Pero si empezamos a embrollar esto, y a pensar que hay otras preferencias, que no son las que expresamos en la acción, abrimos la caja de Pandora al paternalismo.

Murray Rothbard y una crítica a las bases, Hacia una reconstrucción de la economía de la utilidad y el bienestar

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico II (Escuela Austriaca), vemos un artículo esencial de Murray Rothbard: “Hacia una reconstrucción de la economía de la utilidad y el bienestar”, donde analiza el fundamento de toda la economía, la teoría del valor y la utilidad modernas. En estos párrafos se refiere a las “curvas de indiferencia”:

Rothbard

“Los revolucionarios de Hicks reemplazaron el concepto de la utilidad cardinal con el concepto de clases de indiferencia y durante los últimos veinte años, las revistas de economía han estado plagadas de curvas de indiferencia bidimensionales y tridimensionales, tangentes, “líneas de presupuesto” y demás. La consecuencia de una adopción de la aproximación de la preferencia demostrada es que todo un concepto de clase de indiferencia debe caer por tierra, junto con la complicada superestructura erigida sobre él.

La indiferencia nunca puede demostrarse por la acción. Todo lo contrario. Toda acción significa necesariamente una decisión y cada decisión significa una preferencia concreta. La acción implica lo contrario de la indiferencia. El concepto de indiferencia es un ejemplo particularmente desafortunado del error de psicologización. Se supone que las clases de indiferencia existen  subyaciendo en algún lugar y aparte de la acción. Esta suposición se muestra particularmente en aquellas explicaciones que tratan de “mapear” empíricamente curvas de indiferencia mediante el uso de complicados cuestionarios.

Si una persona es realmente indiferente ante dos alternativas, no puede elegir y no elegirá entre ambas.[29] Por tanto la indiferencia nunca es relevante para la acción y no puede probarse en la acción. Por ejemplo, si a un hombre le es indiferente el uso de 5,1 onzas y 5,2 onzas de mantequilla debido a lo mínimo de la unidad, n tendrá ocasión de actuar sobre estas alternativas. Usará la mantequilla en unidades más grandes cuando las cantidades variables no le sean indiferentes. El concepto de “indiferencia” puede ser importante para la psicología, pero no para la economía. En psicología nos interesa descubrir nuestras intensidades de valor, la posible indiferencia y todo eso. Sin embargo, en economía solo nos interesan valores revelados mediante decisiones. A la economía le resulta indiferente si un hombre elige la alternativa A en lugar de la alternativa B, porque prefiera con mucho A o porque haya lanzado una moneda. El hecho de clasificar es lo que importa a la economía, no las razones por las que el individuo llega a esa clasificación.

En años recientes el concepto de indiferencia ha estado sujeto a serias críticas. El profesor Armstrong apuntaba que bajo la curiosa formulación de “indiferencia” de Hicks, es posible que una persona sea “indiferente” entre dos alternativas y aun así elegir una por encima de la otra.[30] Little tiene alguna buena crítica del concepto de indiferencia, pero su análisis está viciado por su ansia de usar teoremas defectuosos para llegar a conclusiones sociales y por su metodología radicalmente conductivista.[31] El profesor Macfie ha planteado un ataque muy interesante al concepto de indiferencia desde el punto de vista de la psicología.[32] Los teóricos de la indiferencia tienen dos defensas básicas del papel de la indiferencia en la acción real. Una es citar la famosa fábula del asno de Buridán. Es el asno “perfectamente racional” quien demuestra indiferencia quedándose parado y hambriento, equidistante de dos balas de heno igualmente atractivos.[33]

Como las dos balas son igualmente atractivas en todos sus aspectos, el asno no puede escoger ninguna y por tanto muere de hambre. Se supone que este ejemplo indica cómo puede revelarse la indiferencia en la acción. Por supuesto, es difícil concebir un asno o persona que pueda ser menos racional. En realidad, no tiene dos alternativas sino tres, siendo la tercera morir de hambre donde se encuentra. Incluso partiendo la base de los teóricos de la indiferencia, esta tercera alternativa se clasificaría por debajo de las otras dos en la escala de valores del individuo. No elegiría morir de hambre.

Si ambas balas de heno son igualmente atractivas, entonces el asno u hombre que debe elegir una u otra, dejará que la suerte, por ejemplo lanzando una moneda, decida cuál. Pero entonces la indiferencia sigue sin revelarse por esta decisión, pues el lanzamiento de una moneda ¡le ha permitido establecer una preferencia![34]

El otro intento de demostrar las clases de indiferencia se basa en la falacia de la coherencia-constancia, que hemos analizado antes. Así, Kennedy y Walsh afirman que un hombre puede revelar indiferencia si, cuando se le pide que repita sus decisiones entre A y B a lo largo del tiempo, elige cada alternativa un 50% de las veces.[35]

Si el concepto de la curva individual de indiferencia es completamente falso, es bastante evidente que el concepto de Baumol de la “curva de indiferencia comunitaria”, que pretende construir a partir de curvas individuales, merece la mínima atención posible.[36]”

Una crítica al corazón de la teoría económica predominante: Rothbard sobre la utilidad y el bienestar

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico II (Escuela Austriaca), vemos un artículo esencial de Murray Rothbard: “Hacia una reconstrucción de la economía de la utilidad y el bienestar”, donde analiza el fundamento de toda la economía, la teoría del valor y la utilidad modernas. En estos párrafos se refiere a las “curvas de indiferencia”:

Rothbard

“Los revolucionarios de Hicks reemplazaron el concepto de la utilidad cardinal con el concepto de clases de indiferencia y durante los últimos veinte años, las revistas de economía han estado plagadas de curvas de indiferencia bidimensionales y tridimensionales, tangentes, “líneas de presupuesto” y demás. La consecuencia de una adopción de la aproximación de la preferencia demostrada es que todo un concepto de clase de indiferencia debe caer por tierra, junto con la complicada superestructura erigida sobre él.

La indiferencia nunca puede demostrarse por la acción. Todo lo contrario. Toda acción significa necesariamente una decisión y cada decisión significa una preferencia concreta. La acción implica lo contrario de la indiferencia. El concepto de indiferencia es un ejemplo particularmente desafortunado del error de psicologización. Se supone que las clases de indiferencia existen  subyaciendo en algún lugar y aparte de la acción. Esta suposición se muestra particularmente en aquellas explicaciones que tratan de “mapear” empíricamente curvas de indiferencia mediante el uso de complicados cuestionarios.

Si una persona es realmente indiferente ante dos alternativas, no puede elegir y no elegirá entre ambas.[29] Por tanto la indiferencia nunca es relevante para la acción y no puede probarse en la acción. Por ejemplo, si a un hombre le es indiferente el uso de 5,1 onzas y 5,2 onzas de mantequilla debido a lo mínimo de la unidad, n tendrá ocasión de actuar sobre estas alternativas. Usará la mantequilla en unidades más grandes cuando las cantidades variables no le sean indiferentes. El concepto de “indiferencia” puede ser importante para la psicología, pero no para la economía. En psicología nos interesa descubrir nuestras intensidades de valor, la posible indiferencia y todo eso. Sin embargo, en economía solo nos interesan valores revelados mediante decisiones. A la economía le resulta indiferente si un hombre elige la alternativa A en lugar de la alternativa B, porque prefiera con mucho A o porque haya lanzado una moneda. El hecho de clasificar es lo que importa a la economía, no las razones por las que el individuo llega a esa clasificación.

En años recientes el concepto de indiferencia ha estado sujeto a serias críticas. El profesor Armstrong apuntaba que bajo la curiosa formulación de “indiferencia” de Hicks, es posible que una persona sea “indiferente” entre dos alternativas y aun así elegir una por encima de la otra.[30] Little tiene alguna buena crítica del concepto de indiferencia, pero su análisis está viciado por su ansia de usar teoremas defectuosos para llegar a conclusiones sociales y por su metodología radicalmente conductivista.[31] El profesor Macfie ha planteado un ataque muy interesante al concepto de indiferencia desde el punto de vista de la psicología.[32] Los teóricos de la indiferencia tienen dos defensas básicas del papel de la indiferencia en la acción real. Una es citar la famosa fábula del asno de Buridán. Es el asno “perfectamente racional” quien demuestra indiferencia quedándose parado y hambriento, equidistante de dos balas de heno igualmente atractivos.[33]

Como las dos balas son igualmente atractivas en todos sus aspectos, el asno no puede escoger ninguna y por tanto muere de hambre. Se supone que este ejemplo indica cómo puede revelarse la indiferencia en la acción. Por supuesto, es difícil concebir un asno o persona que pueda ser menos racional. En realidad, no tiene dos alternativas sino tres, siendo la tercera morir de hambre donde se encuentra. Incluso partiendo la base de los teóricos de la indiferencia, esta tercera alternativa se clasificaría por debajo de las otras dos en la escala de valores del individuo. No elegiría morir de hambre.

Si ambas balas de heno son igualmente atractivas, entonces el asno u hombre que debe elegir una u otra, dejará que la suerte, por ejemplo lanzando una moneda, decida cuál. Pero entonces la indiferencia sigue sin revelarse por esta decisión, pues el lanzamiento de una moneda ¡le ha permitido establecer una preferencia![34]

El otro intento de demostrar las clases de indiferencia se basa en la falacia de la coherencia-constancia, que hemos analizado antes. Así, Kennedy y Walsh afirman que un hombre puede revelar indiferencia si, cuando se le pide que repita sus decisiones entre A y B a lo largo del tiempo, elige cada alternativa un 50% de las veces.[35]

Si el concepto de la curva individual de indiferencia es completamente falso, es bastante evidente que el concepto de Baumol de la “curva de indiferencia comunitaria”, que pretende construir a partir de curvas individuales, merece la mínima atención posible.[36]”