Ante una situación de recesión económica la respuesta clásica era que los salarios debían reducirse. Ante una menor producción y ventas, cualquier empresa tiene que reducir sus gastos, y tan solo puede hacerlo con alguna de las dos variables centrales en el análisis de los mercados: o ajusta por precios (es decir con salarios más bajos) o ajusta por cantidad (despide personal).
Los sindicatos lograron, a fines del siglo XIX, que los salarios se volvieran rígidos. Incluso esto aparece en la legislación: los salarios no pueden bajar. Pero cualquier economista sabe que si no bajan habrá desempleo, lo que diferencia a unos de otros es admitir esto públicamente o tratar de obtener el mismo resultado pero por un camino menos visible.
Esto es lo que propuso Keynes en su famosa Teoría General. Keynes entendió que lo que habían logrado los sindicatos era una barrera a la reducción de los salarios nominales, pero no podían lograr algo similar con los salarios reales.
Dice: “en verdad, un movimiento de los empleadores para revisar hacia abajo las negociaciones salariales serán resistidas mucho más tenazmente que una reducción gradual y automática de los salarios reales como resultado de precios crecientes” (Cambridge University Press, p. 264).
Escribe esto en 1936. Pero ya Mises en 1931 (“The Causes of Economic Crisis: An Address”) anticipaba una crítica a esta posición:
“Un solo argumento es nuevo, aunque de todas formas no menos falso. Esto es en relación a que salarios más altos de los que se obtendrían en el mercado no regulado pueden reacomodarse a una relación apropiada más fácilmente a través de la inflación. Este argumento muestra cuán preocupados están nuestros economistas para evitar desagradar a los sindicatos. Aunque no pueden sino reconocer que los salarios están muy altos y deben reducirse, no se atreven a reclamar abiertamente que se reduzcan. En cambio, proponen ser más astutos que los sindicatos de alguna forma. Proponen que los salarios monetarios actuales se mantengan sin cambio en la próxima inflación. En efecto, esto sería equivalente a reducir los salarios reales. Esto asume, por supuesto, que los sindicatos no van a realizar nuevas demandas salariales cuando la economía se recupere y que, en cambio, se mantendrán pasivos mientras los salarios reales se deterioran. Aun si esta totalmente injustificada y optimista expectativa es aceptada como verdad, no se gana nada con ello. Un boom ocasionado por medidas de política bancaria llevará eventualmente a una crisis y una depresión. Por lo tanto, con este método, el problema de la reducción de los salarios no se soluciona, solamente se posterga.”
Y en 1945, en su ensayo “Planning for freedom”, decía Mises:
“Si durante una inflación el crecimiento de los precios de los bienes excede el crecimiento de los salarios nominales, el desempleo va a caer. Pero lo que lo hace caer es precisamente el hecho que los salarios reales están cayendo. Lord Keynes recomendó la expansión crediticia porque creía que los asalariados aceptarían este resultado; creía que “una reducción gradual y automática de los salarios reales como resultado de precios crecientes” no sería fuertemente resistida por los sindicatos como un intento de reducción de los salarios. Es muy poco probable que esto suceda. La opinión pública conoce bien los cambios en el poder adquisitivo y observa con sumo interés los movimientos del índice de precios y el costo de vida. La substancia de todas las discusiones en relación a los salarios son los salarios reales, no los nominales. No hay chances de ser más astutos que los sindicatos con estas maniobras.”