En una entrevista por la radio el sábado por la mañana, Juan Carr, quien desarrolla una notable actividad promoviendo la ayuda voluntaria para eliminar la pobreza a través de Red Solidaria, hablando sobre la situación argentina y que este país produce alimentos en cantidad suficiente como para eliminar el hambre de 450 millones de personas, propuso que era hora de sentarse a discutir la distribución de esos alimentos. La idea es que de esa forma se podría eliminar el hambre, al menos en la Argentina.
Esta opinión es tan vieja como errónea. La idea de que la producción y la distribución son dos fenómenos distintos, separados, y regidos por leyes diferentes se encuentra ya en John Stuart Mill, autor que hemos estado viendo con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico, precisamente sobre este tema. Dice Mill:
“Quiéralo o no el hombre, su producción estará limitada por la magnitud de su acumulación previa y, partiendo de ésta, será proporcional a su actividad, a su habilidad y a la perfección de su maquinaría y al prudente uso de las ventajas de la combinación del trabajo […] No sucede lo mismo con la distribución de la riqueza. Esta depende tan solo de las instituciones humanas. Una vez que existen las cosas, la humanidad, individual o colectivamente, puede disponer de ellas como le plazca. Puede ponerlas a disposición de quien le plazca y en las condiciones que se le antojen” Principios de Economía Política (FCE [1848], p. 191).
Todos podemos tener alguna idea de cómo desearíamos que se distribuyera la riqueza en alguna sociedad ideal, pero lo que es incorrecto es pensar que esa “redistribución” (así hay que llamarla porque la distribución original ya se realizó por medio de decisiones individuales voluntarias) no va a impactar en las “leyes de producción” o, en otras palabras, en los incentivos para producir.
Toda producción se hace con miras a una distribución determinada: trabajo porque espero que recibiré un determinado sueldo. Si luego de haber trabajado, cambian las condiciones, entonces mis incentivos a trabajar en el futuro serán distintos.
Es más, eso es precisamente lo que ocurre en la Argentina con las retenciones a las exportaciones de esos mismos productos alimenticios que se estima pueden ser redistribuidos. Estos impuestos vigentes, que llegan en algunos casos hasta el 35% del precio de exportación (FOB) y son luego “redistribuidos” a voluntad o “como les plazca” según Mill, ya están impactando en los volúmenes de producción, los que serían mayores si esos impuestos no existieran. Es decir, si hoy se produce una cantidad total que permitiría sacar del hambre a 450 millones de personas, sin esa “redistribución” bien podría producirse una cantidad que sacara del hambre a 600 u 800 millones. Es lo que ha ocurrido en países vecinos donde no existen esos impuestos y la producción ha aumentado más que en Argentina, superándola en exportaciones tales como carnes o trigo.
En definitiva, el impacto de la “redistribución” en la “producción” lo estamos viendo ahora, lo tenemos delante de nuestra vista. La idea de que son decisiones guiadas por leyes diferentes debería ser definitivamente abandonada.
Tal vez se quiera continuar con la redistribución de todas formas, no estoy discutiendo eso aquí, pero debería presentarse su “costo” en términos de menor producción.