El izquierdismo intelectual está preocupado porque ha llegado a ubicarse en un rincón rechazado. Esto ocurre, en particular, porque parece ser cada vez mayor el repudio a lo “políticamente correcto”. Así queda claro en un artículo de Agustín Cosovschi en la sección Ideas, de La Nación, con el título “La corrección política como enemigo”.
Es cierto que quienes atacan y rechazan lo ‘políticamente correcto’ forman parte de los movimientos políticos que luego han dado su respaldo a personajes como Trump u otros grupos populistas de derecha en Europa. Estos personajes o movimientos han sabido captar ese descontento, y eso tal vez no sea una buena noticia. Pero esto no libera al ‘progresismo’ de una merecida crítica.
Dice Cosovschi, citando a una periodista de The Guardian: “El modo en que durante los últimos veinticinco años los ideólogos del conservadurismo norteamericano han difundido la idea de que la sacralización de la corrección política constituye una nueva forma de autoritarismo que pone en peligro la democracia contemporánea.”
No son solamente los conservadores norteamericanos quienes rechazan esta variante del progresismo, y esa crítica, en verdad, forma parte también de lo políticamente correcto, ya que pareciera que solamente por el hecho de ser “conservadores norteamericanos” lo políticamente correcto no merece la crítica que recibe. Cosovschi asocia al pensamiento ahora denostado con el “liberalismo”: “La denostada «corrección política» está muchas veces asociada al pensamiento de las clases urbanas, liberales y educadas que reivindican el multiculturalismo y la defensa de las minorías y los menos privilegiados.” Pero está claro que el uso de la palabra liberal ha de comprenderse en el particular contexto norteamericano donde esa palabra es utilizada para describir a quien es, en verdad, más bien ‘socialdemócrata’.
Sigue el autor: “Hay una cuota de verdad en aquellas críticas contra la corrección política que señalan que, cuando un discurso se instala en la esfera pública, establece coordenadas para el debate que excluyen ciertos interlocutores y ciertos lenguajes. Es cierto, y es un desafío de las sociedades democráticas ajustar y reajustar esas coordenadas, porque la legitimidad de la discusión pública es en gran medida el resultado de su capacidad de contener actores y posiciones diversas.”
Pero ésa no es una buena descripción de lo que realmente ocurre con lo “políticamente correcto”, en particular en el ámbito universitario en los Estados Unidos. Recomiendo para ello al profesor de Ética de los Negocios de la Stern School of Business en Nueva York, Jonathan Haidt. Por ejemplo: https://www.youtube.com/watch?v=rKfwde2cOEk
En un artículo en la revista The Atlantic, publicado en Septiembre de 2015, (http://www.theatlantic.com/magazine/archive/2015/09/the-coddling-of-the-american-mind/399356/) comenta que ahora en los reglamentos de las universidades se ha impuesto el concepto de “microagresiones”, que “son pequeñas acciones o elección de palabras que parecen, a primera vista, no tener ninguna intención maliciosa pero que igualmente se consideran una clase de violencia”. Por ejemplo, según algunas de esas normas, es una microagresión preguntar a un Asiático americano o un Latino Americano dónde nació, porque esto implica que el o ellas no sean norteamericanos reales. Para los primeros, sería una microagresión preguntarle: ¿no se supone que deberías ser bueno en matemática?; y en el sistema universitario estatal de California (que consta de diez universidades), se cuenta entre los comentarios ofensivos a los siguientes: “America es la tierra de la oportunidad”, o “Creo que la persona más calificada debería obtener ese puesto”.
Hasta acá es donde ha llegado ese ‘progresismo’ que menciona Cosovschi y que busca defender el multiculturalismo y la defensa de las minorías y los menos privilegiados. Probablemente el autor no esté de acuerdo con la censura a frases como las antes mencionadas que terminan congelando toda discusión académica y buscan imponer una cierta visión a través de lo que es “políticamente correcto” decir o no decir, pero es lo que está ocurriendo y merece el más firme repudio, al margen de que también lo condenen los “conservadores norteamericanos”.