El nuevo gobierno argentino ha comenzado a tomar medidas en el ámbito económico, entre las que se destaca por el momento la eliminación del cepo cambiario y de casi todos los impuestos a las exportaciones. Falta todavía conocer su política monetaria y fiscal, elementos fundamentales de todo programa de política económica. Pero ya ha comenzado a discutirse cuál es la visión que lo define. Así, por ejemplo, el diario El Cronista, reproduce un artículo de Martín Tetaz originalmente publicado en el semanario El Economista, titulado “Macri, el neokeynesiano”: http://www.cronista.com/3dias/Macri-el-neokeynesiano-20151224-0055.html
El artículo comienza señalando un elemento central de la cosmovisión keynesiana:
“Uno de los aportes más disruptivos de la «Teoría General» de John Maynard Keynes fue el planteo de que, al contrario de la Ley de Say, que sostenía que toda oferta generaba su propia demanda, era la demanda agregada la que determinaba la oferta.”
Que ésta fue la visión de Keynes es absolutamente correcto. Que haya interpretado correctamente a Say es otra cosa. Es que así simplificada, la Ley de Say parece absurda; pero lo que Say decía no es tan difícil de entender. Supongamos una economía de trueque: para obtener algo que necesito o quiero poseer, ofrezco algo a cambio. Es decir, tengo que tener algo para ofrecer, tengo que haber producido algo, para luego poder demandar. La producción es primero. Sucede también a nivel personal: no salgo a la calle y por el hecho de gastar se me genera un ingreso; primero trabajo, produzco, obtengo un ingreso, y luego estoy en capacidad de consumir. Eso es lo que decía Say. Si agregamos el dinero, es simplemente un medio de intercambio para facilitar mi oferta y mi demanda.
Ahora vienen los neokeynesianos: “La novedad de los pensadores neokeynesianos como Pierangelo Garegnani, Franklin Serrano y Anthony Thirlwall es que, además de subirse a la idea que ya había planteado Michael Kaleki en el sentido de que la inversión era endógena en el ingreso, dando lugar a un supermultiplicador, pusieron en debate el poder de la demanda efectiva para empujar el ingreso más allá de las fluctuaciones cíclicas de corto plazo, abriendo una teoría neokeynesiana no ya de las crisis sino del desarrollo.”
Si ahora incluyo a la inversión del lado de la demanda, he demostrado que ésta es el motor de la economía básicamente porque no he dejado casi nada del otro lado. ¿Qué queda del lado de la oferta? En fin, lo que se venía produciendo antes. Como le he quitado todos los elementos dinámicos que podrán impulsarla, no queda otra que el impulso venga de otro lado, de la demanda.
Esto parece algo así como analizar las cosas al revés: todo lo que promueva el crecimiento económico será llamado “impulso de la demanda”. Pero no creo que nos ayude a entender lo que realmente sucede. Son bien distintas las decisiones del consumidor y las del que invierte para aumentar la producción, aunque para hacerla efectiva ‘demande’ bienes de producción o insumos.
En particular, lo visto hasta ahora por parte del gobierno de Macri parece calificar algo, tal vez, más cerca de la Ley de Say que de políticas keynesianas o neo. De hecho, la liberación del cepo, de las retenciones a las exportaciones y el aumento de las tasas de interés tendrán dos efectos iniciales: reducir el consumo y aumentar el ahorro y la inversión. Las economías regionales comienzan a activarse, al igual que la producción agrícola y otras. Eventualmente los mayores ingresos generados por esa mayor inversión, por el aumento de la producción (inversión en nuevos equipos o en bienes intermedios para la producción) aumentarán el consumo. Algo similar ocurrió con la devaluación del 2002, cuando se reactivó la producción primero y algo después el consumo. Esto es más ‘supply side’.
Por otro lado, la disminución de las cargas impositivas sobre los salarios y el aumento de la Asignación Universal calificarían como impulso de la demanda. Dentro de un repertorio ‘keynesiano’ habría que incluir también el proteccionismo a través de la extensión de posiciones arancelarias alcanzadas ahora por licencias no automáticas, aunque es cierto que reemplazan a un sistema peor o, al menos, más discrecional.
En definitiva, parece haber una mezcla, y tal vez siga siempre así. La etiqueta está por definirse.