Vuelve a escena la «supply-side economics», como forma de afrontar la próxima recesión

Hace tiempo que no veía alguna referencia directa a las políticas “supply side”, sobre todo dado el elevado déficit fiscal en Estados Unidos y otros países, y la visión de que reducciones de impuestos sólo empeoran el problema fiscal. Por eso es bueno encontrar que el nombre vuelve a estar presente en la discusión, ahora presentado como una forma de reducir el déficit. Tal este paper del Manhattan Institute: “New Economic Challenges, New Supply-Side Playbook: How Congress Can Fight the Next Recession; por Allison Schrager y Brian Riedl, Senior Fellow del mencionado instituto: https://www.manhattan-institute.org/supply-side-playbook-how-congress-can-fight-next-recession

“A pesar de la persistencia de un mercado laboral fuerte, la sabiduría convencional entre los economistas académicos y de negocios pronostica una recesión en 2023. Incluso cuando las interrupciones de la cadena de suministro se desvanecen, otras presiones inflacionarias están demostrando ser más duraderas, en particular un mercado laboral ajustado que ha contribuido a una aceleración del crecimiento de los salarios. Dado el compromiso declarado de la Reserva Federal de reducir la inflación, no es descabellado anticipar que continuará elevando las tasas de interés, incluso si eso significa provocar una contracción económica. La pregunta para el Congreso, entonces, es cómo prepararse exactamente para la próxima recesión económica.

En los últimos años, el Congreso ha seguido un manual sencillo para luchar contra las recesiones: desatar una avalancha de gasto federal. A raíz de la crisis financiera mundial de 2007–08, el Congreso promulgó un estímulo fiscal de $1,8 billones, desembolsado gradualmente de 2008 a 2012. Durante la crisis de la COVID-19, el Congreso aprobó una serie de medidas de estímulo federal que, en total, agregaron $5 billones a los fondos federales. déficits, gran parte se gastó en un intervalo mucho más corto. Si bien esta extraordinaria inyección de fondos federales puede haber ayudado a evitar una recesión más pronunciada y prolongada, no hay duda de que contribuyó al reciente aumento de la inflación.

El entorno inflacionario actual significa que muchos en el Congreso son reacios a revisar el libro de jugadas posterior a la crisis del pasado reciente. Por un lado, no es del todo obvio que un aumento en el gasto federal sería una buena idea a la luz de los esfuerzos antiinflacionarios de la Fed. Además, el aumento de las tasas de interés ha obligado a los legisladores a enfrentar el aumento del costo del servicio de la creciente deuda federal, un desafío que solo se hará más pronunciado en los próximos años a medida que aumenten los déficits de derechos.

El Congreso necesita un nuevo enfoque para abordar la próxima recesión, uno que limite el gasto deficitario a favor de un enfoque del lado de la oferta que ayudaría a mitigar la inflación en lugar de exacerbarla. En este estudio, ofrecemos una serie de medidas de política incrementales que podrían fomentar el crecimiento económico frente a una recesión inminente, todo a un costo relativamente bajo para el contribuyente. Para ser claros, esta no es una agenda integral para la consolidación fiscal o la revitalización del crecimiento económico a largo plazo, pero sí tiene como objetivo orientar a los legisladores en la dirección correcta a medida que la economía estadounidense ingresa en lo que podría ser una dolorosa recesión.”

No solamente hay que ajustar el gasto y eliminar la emisión monetaria: hay que liberar la economía

Aquí hay un punto interesante. Todos sabemos…, bueno, no todos, que para frenar la inflación hay que frenar la emisión monetaria y la causa de esa emisión, el gasto público. Pero, no sólo eso, también hay que liberar la capacidad productiva de la economía. Si no, es puro costo, al menos al principio. Algo así comentan en el paper “Winning the Battle Against Inflation Also Requires Supply-Side Reforms: Raising interest rates alone won’t tame rising prices”, cuyos autores son Veronique de Rugy y Jack Salmon, en Discourse: https://www.discoursemagazine.com/economics/2022/10/12/winning-the-battle-against-inflation-also-requires-supply-side-reforms/

“A pesar de varias subidas de tipos de interés por parte de la Reserva Federal (cinco hasta ahora, por un total de 300 puntos básicos), la inflación sigue viva y bien, y la inflación subyacente sigue inclinándose al alza. Eso es porque la Reserva Federal no puede luchar por sí sola contra el aumento de los precios. Detener la inflación requerirá un endurecimiento monetario continuo, así como una reducción del déficit fiscal. Pero ganar la batalla contra la inflación también requerirá reformas del lado de la oferta que hagan que la economía sea más dinámica y competitiva.

Antes de discutir las soluciones del lado de la oferta, recordemos cómo llegamos aquí: durante la pandemia, y mientras la economía estaba cerrada y luego solo parcialmente reabierta, los funcionarios gubernamentales se involucraron en la impresión de grandes sumas de dinero, grandes préstamos y grandes gastos. Como si eso no fuera suficiente, cuando la economía casi había vuelto a la normalidad, el Congreso y los legisladores no se movieron para poner fin al partido, sino que anunciaron que continuaría el gran gasto deficitario. Y lo hizo, incluso cuando la inflación comenzó a aumentar.

Ahora estamos en un lío. Todos entienden fundamentalmente por qué la inflación es un problema: las ganancias y los ahorros compran cada vez menos. Es por eso que ahora encabeza la lista de preocupaciones de los estadounidenses promedio. Lo que no se entiende tan bien es cuánto peor puede ser el problema de la inflación durante un período de alta deuda pública. No lo aburriremos con todos los detalles, pero si debe saber una cosa, sepa esto: si bien la mejor manera de que la Reserva Federal controle la inflación es aumentar las tasas de interés, cuanto más altas sean las tasas de interés (y con el 10- año, siendo la tasa del Tesoro de alrededor del 3,8%, ya es un total de 2,5 puntos porcentuales más alta que hace poco más de un año), mayor será el interés que el gobierno federal debe pagar por la deuda. Eso puede volverse muy costoso, muy rápidamente, ya que nuestra deuda es aproximadamente el 100% del PIB, y el 30% de nuestra deuda vence dentro del próximo año.”

Frederic Bastiat y John Stuart Mill sobre lo que se ve y lo que no se ve, la demanda y la producción

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico y Social de UCEMA vemos a Jean Baptiste Say y en forma optativa dos grandes economistas clásicos. Uno de ellos es John Stuart Mill, de quien leemos su visión de la Ley de Say. Mill fue el economista clásico más influyente de la segunda mitad del siglo XIX. Y vemos también a un economista menos comentado pero también de impacto más general.

Frederic Bastiat (1801-1850) fue un gran divulgador y polemista. Sus trabajos, por supuesto, no son ‘académicos’, pero eso no implica que no estén basados en ideas que lo son. Pero he aquí una breve colección de sus artículos con el título de “Lo que se ve y lo que no se ve”: http://www.hacer.org/pdf/seve.pdf

Es particularmente importante para los estudiantes de Economía ya que se trata de aprender las consecuencias de las acciones humanas más allá de sus efectos inmediatos. Por ejemplo, y en relación a lo que analizara Say, esto dice Bastiat en un artículo titulado “El cristal roto”:

“¿Ha sido usted alguna vez testigo de la cólera de un buen burgués Juan Buenhombre, cuando su terrible hijo acaba de romper un cristal de una ventana? Si alguna vez ha asistido a este espectáculo, seguramente habrá podido constatar que todos los asistentes, así fueran éstos treinta, parecen haberse puesto de acuerdo para ofrecer al propietario siempre el mismo consuelo: « La desdicha sirve para algo. Tales accidentes hacen funcionar la industria. Todo el mundo tiene que vivir. ¿Qué sería de los cristaleros, si nunca se rompieran cristales?

Mas, hay en esta fórmula de condolencia toda una teoría, que es bueno sorprender en flagrante delito, en este caso muy simple, dado que es exactamente la misma que, por desgracia, dirige la mayor parte de nuestras instituciones económicas. Suponiendo que haya que gastar seis francos para reparar el destrozo, si se quiere decir que el accidente hace llegar a la industria cristalera, que ayuda a dicha industria en seis francos, estoy de acuerdo, de ninguna manera lo contesto, razonamos justamente. El cristalero vendrá, hará la reparación, cobrará seis francos, se frotará las manos y bendecirá de todo corazón al terrible niño. Esto es lo que se ve.

Pero si, por deducción, se llega a la conclusión, como a menudo ocurre, que es bueno romper cristales, que esto hace circular el dinero, que ayuda a la industria en general, estoy obligado a gritar: ¡Alto ahí! Vuestra teoría se detiene en lo que se ve, no tiene en cuenta lo que no se ve.

No se ve que, puesto que nuestro burgués a gastado seis francos en una cosa, no podrá gastarlos en otra. No se ve que si él no hubiera tenido que reemplazar el cristal, habría reemplazado, por ejemplo, sus gastados zapatos o habría añadido un nuevo libro a su biblioteca. O sea, hubiera hecho de esos seis francos un uso que no efectuará.

Hagamos las cuentas para la industria en general. Estando el cristal roto, la industria cristalera es favorecida con seis francos; esto es lo que se ve. Si el cristal no se hubiera roto, la industria zapatera (o cualquier otra) habría sido favorecida con seis francos. Esto es lo que no se ve.

Y si tomamos en consideración lo que no se ve que es un efecto negativo, tanto como lo que se ve, que es un efecto positivo, se comprende que no hay ningún interés para la industria en general, o para el conjunto del trabajo nacional, en que los cristales se rompan o no.

Hagamos ahora las cuentas de Juan Buenhombre. En la primera hipótesis, la del cristal roto, él gasta seis francos, y disfruta, ni más ni menos que antes, de un cristal. En la segunda, en la que el accidente no llega a producirse, habría gastado seis francos en calzado y disfrutaría de un par de buenos zapatos y un cristal.

O sea, que como Juan Buenhombre forma parte de la sociedad, hay que concluir que, considerada en su conjunto, y hecho todo el balance de sus trabajos y sus disfrutes, la sociedad ha perdido el valor de un cristal roto. Por donde, generalizando, llegamos a esta sorprendente conclusión: « la sociedad pierde el valor de los objetos destruidos inútilmente, » — y a este aforismo que pondrá los pelos de punta a los proteccionistas: «Romper, rasgar, disipar no es promover el trabajo nacional, » o más brevemente: « destrucción no es igual a beneficio. »

¿Qué dirá usted, Moniteur Industriel, que dirán ustedes, seguidores de este buen Sr. De Saint-Chamans, que ha calculado con tantísima precisión lo que la industria ganaría en el incendio de París, por todas las casas que habría que reconstruir? Me molesta haber perturbado sus ingeniosos cálculos, tanto más porque ha introducido el espíritu de éstos en nuestra legislación. Pero le ruego que los empiece de nuevo, esta vez teniendo en cuenta lo que no se ve al lado de lo que se ve. Es preciso que el lector se esfuerce en constatar que no hay solamente dos personajes, sino tres, en el pequeño drama que he puesto a su disposición. Uno, Juan Buenhombre, representa el Consumidor, obligado por el destrozo a un disfrute en lugar de a dos. El otro, en la figura del Cristalero, nos muestra el Productor para el que el accidente beneficia a su industria. El tercero es el zapatero, (o cualquier otro industrial) para el que el trabajo se ve reducido por la misma causa. Es este tercer personaje que se deja siempre en la penumbra y que, personificando lo que no se ve, es un elemento necesario en el problema. Es él quien enseguida nos enseñará que no es menos absurdo el ver un beneficio en una restricción, que no es sino una destrucción parcial. — Vaya también al fondo de todos los argumentos que se hacen en su favor, y no encontrará que otra forma de formular el dicho popular: «¿Que sería de los cristaleros, si nunca se rompieran cristales?”

La ley de Say: toda oferta crea su propia demanda. Malinterpretada y vilipendiada cien años después

Los alumnos de Económicas leen a Jean Baptiste Say (1767-1832), un ‘clásico’ francés quien nunca debe haber sospechado la importancia que adquiriría en la política económica del siglo XX. Seguramente han conocido la famosa “Ley de Say” presentada como “toda oferta crea su propia demanda”. Desde el punto de vista, digamos, del ‘marketing’, la frase parece absurda; nadie tiene garantizado que simplemente por ofrecer algo exista alguien que esté dispuesto a comprarlo. Pero, ¿es eso lo que dijo Say?, o ¿es eso lo que quiso decir?

Say

La lectura es sobre el capítulo de su libro ‘Tratado de Economía Política’ donde precisamente presenta esta idea:

Jean Baptise Say, A treatise on political economy, capítulo XV «Of the demand of market for products»: http://www.econlib.org/library/Say/sayT15.html#Bk.I,Ch.XV

En castellano: http://www.eseade.edu.ar/files/Libertas/33_10_Say.pdf

“Una persona que dedique su esfuerzo a invertir en objetos de valor que tienen determinada utilidad no puede pretender que otros individuos aprecien y paguen por ese valor, a menos que dispongan de los medios para comprarlo. Ahora bien, ¿en qué consisten estos medios? Son los valores de otros productos que también son fruto de la industria, el capital y la tierra. Esto nos lleva a una conclusión que, a simple vista, puede parecer paradójica: es la producción la que genera la demanda de productos.”

“Si un comerciante dijera: «No quiero recibir otros productos a cambio de mi lana; quiero dinero», sería sencillo convencerlo de que sus clientes no podrían pagarle en dinero si antes no lo hubieran conseguido con la venta de algún bien propio. Un agricultor podrá comprar su lana si tiene una buena cosecha. La cantidad de lana que demande dependerá de la abundancia o escasez de sus cultivos. Si la cosecha se pierde, no podrá comprar nada. Tampoco podrá el comerciante comprar lana ni maíz a menos que se las ingenie para adquirir además lana o algún otro artículo con el cual hacer la compra. El comerciante dice que sólo quiere dinero. Yo digo que en realidad no quiere dinero, sino otros bienes. De hecho, ¿para qué quiere el dinero? ¿No es acaso para comprar materias primas o mercaderías para su comercio, o provisiones para su consumo personal? Por lo tanto, lo que quiere son productos, y no dinero. La moneda de plata que se reciba a cambio de la venta de productos propios, y que se entregue en la compra de los de otras personas, cumplirá más tarde la misma función entre otras partes contratantes, y así sucesivamente. De la misma manera que un vehículo público transporta en forma consecutiva un objeto tras otro. Si no puede encontrar un comprador, ¿diría usted que es solamente por falta de un vehículo donde transportarlo? Porque, en última instancia, la moneda no es más que un agente que se emplea en la transferencia de valores. Su utilidad deriva de transferir a sus manos el valor de los bienes que un cliente suyo haya vendido previamente, con el propósito de comprarle a usted. De la misma manera, la próxima compra que usted realice transferirá a un tercero el valor de los productos que usted anteriormente haya vendido a otros. De esta manera, tanto usted como las demás personas compran los objetos que necesitan o desean con el valor de sus propios productos, transformados en dinero solamente en forma temporaria. De lo contrario, ¿cómo es posible que la cantidad de bienes que hoy se venden y se compran en Francia sea cinco o seis veces superior a la del reinado miserable de Carlos VI? ¿No es evidente que deben haberse producido cinco o seis veces más bienes, y que deben haber servido para comprarse unos a otros?”

Y aquí el párrafo que diera lugar a esa interpretación llamada “Ley de Say”. ¿Parece tan ilógico como alguien (¿quién?) lo quiso presentar?:

“Cuando un producto superabundante no tiene salida, el papel que desempeña la escasez de moneda en la obstrucción de sus ventas en tan ínfimo que los vendedores aceptarían de buen grado recibir el valor en especie para su propio consumo al precio del día: no exigirían dinero ni tendrían necesidad de hacerlo, ya que el único uso que le darían seria transformarlo inmediatamente en artículos para su propio consumo.

Esta observación puede extenderse a todos los casos donde exista una oferta de bienes o servicios en el mercado. La mayor demanda estará universalmente en los lugares donde se produzcan más valores, porque en ningún otro lugar se producen los únicos medios de compra, es decir, los valores. La moneda cumple sólo una función temporaria en este doble intercambio. Y cuando por fin se cierra la transacción, siempre se habrá intercambiado un bien por otro.

Vale la pena señalar que desde el instante mismo de su creación el producto abre un mercado para otros por el total de su propio valor. Cuando el productor le da el toque final a su producto, está ansioso por venderlo de inmediato, por miedo a que pierda valor en sus manos. De la misma manera, quiere deshacerse del dinero que recibe a cambio, ya que también el valor del dinero es perecedero. Pero la única manera de deshacerse del dinero es comprando algún otro producto. Por lo tanto, la sola creación de un producto inmediatamente abre una salida para otros.”

La política económica de Macri es ‘neokeynesiana’, ‘supply side’, o todavía una mezcla de todo eso (I)

El nuevo gobierno argentino ha comenzado a tomar medidas en el ámbito económico, entre las que se destaca por el momento la eliminación del cepo cambiario y de casi todos los impuestos a las exportaciones. Falta todavía conocer su política monetaria y fiscal, elementos fundamentales de todo programa de política económica. Pero ya ha comenzado a discutirse cuál es la visión que lo define. Así, por ejemplo, el diario El Cronista, reproduce un artículo de Martín Tetaz originalmente publicado en el semanario El Economista, titulado “Macri, el neokeynesiano”: http://www.cronista.com/3dias/Macri-el-neokeynesiano-20151224-0055.html

El artículo comienza señalando un elemento central de la cosmovisión keynesiana:

“Uno de los aportes más disruptivos de la «Teoría General» de John Maynard Keynes fue el planteo de que, al contrario de la Ley de Say, que sostenía que toda oferta generaba su propia demanda, era la demanda agregada la que determinaba la oferta.”

Que ésta fue la visión de Keynes es absolutamente correcto. Que haya interpretado correctamente a Say es otra cosa. Es que así simplificada, la Ley de Say parece absurda; pero lo que Say decía no es tan difícil de entender. Supongamos una economía de trueque: para obtener algo que necesito o quiero poseer, ofrezco algo a cambio. Es decir, tengo que tener algo para ofrecer, tengo que haber producido algo, para luego poder demandar. La producción es primero. Sucede también a nivel personal: no salgo a la calle y por el hecho de gastar se me genera un ingreso; primero trabajo, produzco, obtengo un ingreso, y luego estoy en capacidad de consumir. Eso es lo que decía Say. Si agregamos el dinero, es simplemente un medio de intercambio para facilitar mi oferta y mi demanda.

Ahora vienen los neokeynesianos: “La novedad de los pensadores neokeynesianos como Pierangelo Garegnani, Franklin Serrano y Anthony Thirlwall es que, además de subirse a la idea que ya había planteado Michael Kaleki en el sentido de que la inversión era endógena en el ingreso, dando lugar a un supermultiplicador, pusieron en debate el poder de la demanda efectiva para empujar el ingreso más allá de las fluctuaciones cíclicas de corto plazo, abriendo una teoría neokeynesiana no ya de las crisis sino del desarrollo.”

Si ahora incluyo a la inversión del lado de la demanda, he demostrado que ésta es el motor de la economía básicamente porque no he dejado casi nada del otro lado. ¿Qué queda del lado de la oferta? En fin, lo que se venía produciendo antes. Como le he quitado todos los elementos dinámicos que podrán impulsarla, no queda otra que el impulso venga de otro lado, de la demanda.

Esto parece algo así como analizar las cosas al revés: todo lo que promueva el crecimiento económico será llamado “impulso de la demanda”. Pero no creo que nos ayude a entender lo que realmente sucede. Son bien distintas las decisiones del consumidor y las del que invierte para aumentar la producción, aunque para hacerla efectiva ‘demande’ bienes de producción o insumos.

En particular, lo visto hasta ahora por parte del gobierno de Macri parece calificar algo, tal vez, más cerca de la Ley de Say que de políticas keynesianas o neo. De hecho, la liberación del cepo, de las retenciones a las exportaciones y el aumento de las tasas de interés tendrán dos efectos iniciales: reducir el consumo y aumentar el ahorro y la inversión. Las economías regionales comienzan a activarse, al igual que la producción agrícola y otras. Eventualmente los mayores ingresos generados por esa mayor inversión, por el aumento de la producción (inversión en nuevos equipos o en bienes intermedios para la producción) aumentarán el consumo. Algo similar ocurrió con la devaluación del 2002, cuando se reactivó la producción primero y algo después el consumo. Esto es más ‘supply side’.

Por otro lado, la disminución de las cargas impositivas sobre los salarios y el aumento de la Asignación Universal calificarían como impulso de la demanda. Dentro de un repertorio ‘keynesiano’ habría que incluir también el proteccionismo a través de la extensión de posiciones arancelarias alcanzadas ahora por licencias no automáticas, aunque es cierto que reemplazan a un sistema peor o, al menos, más discrecional.

En definitiva, parece haber una mezcla, y tal vez siga siempre así. La etiqueta está por definirse.

La situación económica latinoamericana. Evo marca el camino: keynesianimo aymará o supply side?

Con los alumnos de UCEMA vemos la situación económica en América Latina leyendo el interesante informe que elabora FocusEconomics, con sede en Barcelona: http://www.focus-economics.com/ . Allí se observa que la actividad económica en la región continúa mostrando signos de debilidad pero la causa son principalmente propias:

“El deterioro que se observa al comienzo del segundo semestre refleja una debilidad extendida por toda la región y condiciones económicas que empeoran, particularmente en Brasil y en Venezuela. En Brasil crecen las turbulencias ocasionadas, principalmente por factores locales. El gobierno brasileño anunció recientemente nuevas medidas fiscales que requieren aprobación parlamentaria. Sin embargo, como la presidente Dilma Rouseff continúa enfrentando una fuerte oposición y su aprobación está en caída libre, esas medidas fiscales se diluyeron en el Congreso. Como una dura recesión está minando los ingresos fiscales y el gobierno continúa esforzándose para organizar las cuentas públicas, el resultado del ajuste fiscal sigue siendo incierto. Mientras tanto, en Venezuela la situación económica sigue siendo crítica y es probable que la inestabilidad política sea alta en el período cercano a las elecciones legislativas del 6 de Diciembre.”

Los países que más crecerían este año serían Bolivia, Paraguay, Colombia y Perú, y los que más caerían Venezuela y Brasil. En estos dos países cae la producción industrial, mucho más en el primero. También el consumo y la inversión. En Argentina, el consumo crece algo pero la producción industrial y la inversión se encuentran estancadas o con leve caída.

Lamentablemente, parece que Bolivia, que aparece como la economía de mayor crecimiento en la región, gracias a los buenos precios de los commodities, de sus exportaciones de gas a Brasil,  a una buena situación fiscal, y una buena acumulación de reservas continuaría creciendo pero deteriorando ahora sus ‘fundamentals’, volviendo a tener un déficit fiscal importante. El informe no aclara si ese deterioro fiscal se debe a una caída de los ingresos con gastos que se mantienen, por un aumento de los gastos para impulsar la demanda agregada o por una reducción de impuestos para impulsar el aumento de la producción y la oferta. El tema no se menor, ya que nos estaría indicando si Evo Morales, luego de haber dejado de lado el modelo económico bolivariano, ha asumido algo así como un keynesianismo aymará o nos va a sorprender como un supply-sider autóctono.

La «economía de la oferta»: impuestos e inflación

Al considerar a Jean-Baptiste Say y su famosa “ley” me preguntaron qué vigencia tenía ese concepto en la actualidad. Como Keynes la descalifica y busca desterrarla, pocos creen que alguien la defienda. Sin embargo, éstos no son pocos y entre ellos mencioné a los “supply-siders”, de quienes los alumnos no tenían ni noticia. Encontré aquí un relato sobre su impacto en las políticas económicas aplicadas en Estados Unidos, que traduzco: http://www.cato.org/policy-report/januaryfebruary-2014/tax-revolt-its-time-learn-past-success

El autor es Brian Domitrovic:

La “economía de la oferta” que culminó en la reducción de impuestos de 1981 surgió primero (el nombre se originó en 1976) en la corriente principal de la economía académica, en el trabajo de principios de los 60s del economista Robert A. Mundell. Éste trabajaba para el FMI durante los primeros años, recesivos, de la presidencia de John F. Kennedy. Desde 1961 publicó una serie de trabajos mostrando que la mejor forma en que Estados Unidos podía dejar atrás esos malos tiempos era fortaleciendo al dólar y reduciendo impuestos.

Mundell

Uno de esos trabajos de 1963 fue un modelo de análisis –en 1999, cuando Mundell obtuvo el premio Nobel de Economía, el anuncio citaba este trabajo. Su objetivo era mostrar que dinero fácil y altos impuestos conducían a la estanflación. En particular, si las ganancias se obtendrán en una moneda que se deprecia, y está sujeta a tasas impositivas cada vez más altas, los inversores no van a tener incentivos para tomar riesgos. El resultado de dinero fácil y altos impuestos es no crecimiento y desempleo. Por el contrario, un dólar sólido (particularmente contra su medida clásica, el oro), y apoyado por reducciones de impuestos generarían un boom de negocios y empleos.

En alguna medida el consejo de Mundell fue tomado, aunque sea por default, en los años de Kennedy. Las grandes reducciones de impuestos de 1962 y 1964 –junto con mayor vigilancia de la Reserva Federal sobre el dólar- resultó en ocho años de crecimiento al 5% anual. Pero luego el consenso desapareció. En 1968 y 1969 hubo aumentos de impuestos. Desde 1971 a 1973 la Reserva Federal y el Departamento del Tesoro conspiraron con el presidente Richard M. Nixon para desligar al dólar del oro y también de las paridades fijas con otras monedas.

La era de la “estanflación” llegó. Luego de una doble recesión en 1969-70, hubo una doble más severa aún en 1973-75, y una aún más severa en 1980-82. Desde 1969 a 1982, en conjunto, el crecimiento anual fue un mediocre 2,4%, el nivel de precios casi se triplicó, y las acciones perdieron la mitad de su valor. Fue el peor desempeño extendido de la economía norteamericana desde la Gran Depresión de los años 30 –y aún se debate si nuestra propia época de la Gran Recesión excede en su magnitud la crisis de los años 70.

En el medio de estas dificultades, una transición intelectual se produjo. Las ideas de Mundell, olvidadas por la academia (ni mencionar por la política) en los 70s, comenzaron a resonar en el periodismo, particularmente en la página editorial de The Wall Street Journal. El economista Arthur B. Laffer, colega de Mundell en la Universidad de Chicago, llamó la atención de Jude Wanniski, de esa página. Los dos comenzaron extensas discusiones sobre cómo superar la estanflación vía estabilidad del dólar y reducciones de impuestos. El editor de Wanniski, Robert L. Bartley, tomó la iniciativa de organizar reuniones mensuales en una parrilla de Manhattan donde el grupo, incluido Mundell, ahora en la Universidad de Columbia y residente de Nueva York, discutían los temas.

Hacia el final de los penosos años 1973-75, de recesión y estanflación, cuando el desempleo alcanzó el 9% en el contexto de inflación de dos dígitos y un colapso de la bolsa del 45%, el Journal publicaba regularmente las visiones de Mundell y Laffer. Se había eludido a la academia. Si el establishment económico no iba a promover bajos impuestos y moneda estable, entonces el principal medio de negocios lo haría.

Mientras el Journal hacía esto, algunos rincones del Congreso, incluyendo el Comité Económico Conjunto desarrollaban nuevas ideas de política económica en esta línea. Jack Kemp, representando a Buffalo, Nueva York, que experimentaba desindustrialización frente a la estanflación, comenzó a preparar un proyecto de ley para llevarlo a la práctica. En 1977, Roth dio su apoyo como co-firmante y nació así el proyecto Kemp-Roth. La ley proponía tres cortes anuales del 10% al impuesto a las ganancias. El modelo era la reducción de 1964, que había reducido todas las tasas en un 30% y ocasionado la gran recuperación de entonces.

Los impuestos eran particularmente pesados en los 70s por la forma que se combinaban con la inflación. No estaban indexados, por lo que cada aumento anual de 7% en los precios, más contribuyentes alcanzaban tasas más altas si los ingresos subían en la misma proporción. Si uno tenía un ajuste por “costo de vida”, el ingreso real caía, y el gobierno se llevaba la diferencia.

La situación era peor en relación a impuestos sobre las ganancias de propiedad y bienes de capital. En los 70s el valor de las casas se disparó como forma de protegerse contra la inflación, y también las tasaciones sobre esas casas. Las acciones (y las casas) que subían por la inflación estaban sujetas a tasas de ganancias (que alcanzaban 49%) que eran irreales.

Así, sucedió lo inevitable, una rebelión fiscal nacional. En California, donde los precios de las casas habían aumentado hasta cinco veces pues la gente buscaba protegerse contra el dólar, los impuestos aumentaron proporcionalmente. El empresario de Los Angeles, Howard Jarvis, organizó un movimiento que culminó en una consulta popular aprobando una reducción de los impuestos sobre las propiedades. La Proposición 13 ganó holgadamente en Junio de 1978.

En el Congreso, ese mismo año, un representante poco conocido de Wisconsin, William A. Steiger (quien fallecería ese diciembre con 40 años) propuso una reducción de la tasa de impuestos a las ganancias de capital de 21 puntos. Fue tan popular que el presidente Carter la convirtió en ley, a condición de que se archivara Kemp-Roth.

Estos primeros movimientos electorales y legislativos en dirección a reducciones impositivas dieron paso a cuatro de los más extraños en la economía norteamericana. Desde 1979 a 1981 la inflación fue superior al 10% cada año, aun cuando hubo recesión y el crecimiento alcanzó solo 1.2%. En 1982 la inflación se moderó al todavía excesivo nivel de 6% pero el crecimiento fue negativo (-1,9%). Era más que estanflación, era una economía que se achicaba en el contexto de intolerables aumentos de precios.

En la última parte de este bastante terrible período, con el Journal proponiendo la reducción de impuestos y la estabilidad monetaria, Reagan impulsó la ley Kemp-Roth a los siente meses de su asunción en Agosto de 1981. Sin embargo, la reducción del primer año fue de solo 5%. Cuando llegó la del 10% a mediados de 1982 la economía cambió, y mucho, para el largo plazo.

Las acciones alcanzaron el fondo en Agosto de 1982, crecieron un 30% el resto del año, y en los siguientes 18 años aumentaron 11 veces. La inflación, intratable por 12 años con 8% de promedio, cayó al 3% inmediatamente y allí quedó. El desempleo cayó de 11% a 5%, luego a 4%, mientras la oferta de mano de obra aumentaba en 40 millones de personas. La cantidad de tiempo en recesión en los 18 años siguientes a 1982 fue un quinto de los que hubo en los 13 años de estanflación.