Adam Smith y las dos páginas más memorables de la historia del pensamiento económico

Si tuviera que elegir las dos páginas más memorables y relevantes que se hayan escrito en toda la historia del pensamiento económico creo que elegiría las del Libro IV, Capítulo II de “La Riqueza de las Naciones”, [(1776) Liberty Fund 1982], pags 456 y 457.

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Hay tantas cosas en esas dos páginas que tal vez ningún otro texto haya podido aportar tantos temas como los que allí aparecen en algunos pocos párrafos. Empieza la página 456 con la famosa frase sobre la “mano invisible”, explicando que existe allí un “orden espontáneo” que lleva a que las acciones individuales motivadas aunque sea por el interés personal, terminan contribuyendo a un fin que no era parte de su intención. Persiguiendo su propio interés (que puede incluir la preocupación por el bienestar de otros), promueve más el bien de la sociedad que si se lo hubiera propuesto. Ya con eso sólo, por supuesto, ha pasado a la historia. El tema va más allá que una mera metáfora sobre una “mano invisible”. Carlos Rodriguez Braun señala con muy criterio que en verdad es engañosa porque no hay allí ninguna mano, ni siquiera invisible, sino que son los incentivos de cada uno por los que para obtener lo que queremos tenemos que ofrecer a los demás algo que ellos necesiten y valoren. Pero es la magia de que allí, en el mercado, se ordenan las acciones de todos de una forma que termina beneficiándonos como no lo podríamos hacer si actuáramos con esa intención (por ejemplo, planificando la economía hacia un supuesto bienestar general).

Esta es una de las contribuciones más importantes que se hayan realizado a las ciencias sociales: la existencia de ciertos órdenes espontáneos donde las partes componentes se acomodan a sí mismas y no hay nadie que las acomode en un cierto lugar. Esos órdenes espontáneos incluyen además de los mercados, al lenguaje, la moral, la moneda y otros. En el párrafo siguiente plantea la cuestión del conocimiento local, algo que luego Hayek profundizaría en su artículo “El uso del conocimiento en la sociedad”. Allí dice, precisamente, que cada individuo “en su situación local” juzgará mucho mejor cómo invertir su capital que cualquier “político o legislador”.

El político que se asignara esa tarea se estaría cargando a sí mismo con algo innecesario y cuya decisión no podría confiarse que además sería muy arriesgado otorgar esa decisión a alguno que fuera tan loco o presuntuoso que pensara que puede tomarla.

. Si podemos proveernos algo de afuera más barato pagando con el producto de nuestra propia actividad, sería ridículo no hacerlo. El trabajo no se aplica a la mejor ventaja cuando se dirige a algo que es más barato comprarlo que producirlo.

La idea de que la lógica de la familia no es distinta de la lógica del “reino” es fundamental, sobre todo en estos tiempos donde aplicamos un razonamiento y un accionar a nivel individual pero se nos dice que a nivel agregado es todo lo contrario.

En fin, el capítulo da para más, pero tan solo estas dos páginas traen todos estos temas. Con uno sólo de ellos hubiera sido suficiente como para hacer historia. Es como un álbum de música que pone cuatro o cinco temas en el número uno. Si hay algún caso de esos, ya está en la historia grande.

Las dos caras de Adam Smith

Analizamos con los alumnos del doctorado este muy interesante artículo de Vernon Smith, premio Nobel de Economía en 2002, sobre el famoso debate relacionado con Adam Smith. ¿Hay dos Adam Smith? ¿Uno de Teoría de los Sentimientos Morales y otro el de La Riqueza de las Naciones? ¿Señala en uno que el ser humano es básicamente altruista y en el otro que es egoísta? ¿Existe una contradicción entre los dos textos?

Acá va un resumen hecho por un alumnus (con algunas modificaciones):
V. Smith sostiene que no, y para demostrarlo comienza planteando como rasgo distintivo fundamental de los hombres su propensión universal al intercambio, que se expresa tanto en el intercambio personal en las transacciones sociales en pequeños grupos, como a través de relaciones impersonales, por medio de intercambios comerciales. Según esto, Para Adam Smith sólo había un supuesto de comportamiento: “la propensión al trueque e intercambio de una cosa por otra”, donde los objetos de intercambio incluyen no son solo bienes, sino también regalos, asistencia y favores, fundados en la simpatía y preocupación por los demás. En los grupos pequeños prevalece el intercambio de favores, en el orden extenso del mercado el intercambio comercial.
Una gran sociedad abierta, con amplia división del trabajo, no podría organizarse en base al intercambio de favores. Tanto un tipo de intercambio como el otro reconoce implícitamente derechos mutuos para actuar, que se traducen en lo que normalmente llamamos “derechos de propiedad”, así, los derechos de propiedad preceden a los estados-naciones, porque el intercambio social al interior de tribus sin Estado, y el comercio entre estas tribus, precede a la revolución agrícola ocurrida hace unos 10.000 años.

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La clave para entender nuestra vieja “propensión al trueque e intercambio” se encuentra, en nuestra capacidad para la reciprocidad (positiva y negativa), que constituye la base del intercambio social, mucho antes que hubiera comercio en el sentido económico convencional.
La reciprocidad positiva es el caso en que el individuo A responde, no simultáneamente y con actos similares, a los bienes o favores que el individuo B le ha transferido previamente. La reciprocidad positiva genera expectativas de recibir beneficios de una actitud altruista.
La reciprocidad negativa ocurre cuando los individuos son castigados por “hacer trampa” en el intercambio social, es decir, cuando no reciprocan a quienes previamente les han entregado bienes o favores. La reciprocidad negativa es el policía endógeno del intercambio social, que define los sistemas naturales de derecho de propiedad.
Estas consideraciones sugieren la hipótesis de que la reciprocidad positiva y negativa favorecen el intercambio social voluntario, que es la base del comercio, el cual permite que las ganancias que genera el intercambio social se extendieran más allá de la familia y la tribu.
Una vez que se establece una relación de comercio (intercambio) en el tiempo, los beneficios recíprocos del intercambio proveen el fundamento para el respeto de los derechos de propiedad. Los seres humanos normales no solo están intuitivamente conscientes del valor de tener ciertos derechos para actuar, sino que también conocen intuitivamente el valor de esos derechos para otros. De ahí la disposición personal a defender a los amigos y/o sus derechos de sus enemigos externos.
Pero el artículo no se queda aquí, extiende además una discusión sobre la Teoría de los Juegos y los aportes de la economía experimental. Es que según el juego del Dilema del Prisionero, un jugador racional y maximizador estará motivado a traicionar, no a cooperar con la otra parte. Se sabe que si se trata de juegos repetidos surge espontáneamente el incentivo a cooperar, pero Vernon Smith va más allá y señala que los experimentos muestran a las personas actuando, en juegos de una sola vez, incluso en base a valores de cooperación lejanos a la maximización inmediata. Los experimentos, en definitiva, llevan a los “juegos” a la práctica, a realizarse con gente de carne y hueso, no con hipotéticos ‘homos economicus’.
VS sostiene que hemos heredado las motivaciones para el intercambio social repetido. Es que aquellos grupos que no lo hicieran, no llegaron hasta aquí. El argumento se vincula aquí con los que aporta la sicología evolutiva (Tooby & Cosmides).
Por experiencia y evolución, los humanos han desarrollado los instintos de reciprocidad los que han demostrado ser adecuados para tomar las decisiones. Los datos obtenidos en otros juegos de este tipo corroboran estos resultados (experimentos cuyo protocolo es de un único juego sin repetición). Si estos juegos se hacen repetidamente con los mismos pares de sujetos, la cooperación aumenta de manera sustancial, de modo que claramente la repetición refuerza el resultado cooperativo, incorporando a la reciprocidad a aquellos que son más cautelosos y desconfiados en los experimentos de juego único.
Estas relaciones de reciprocidad (positivas y negativas) han servido de base para el intercambio entre los humanos y el desarrollo implícito de los derechos de propiedad en los primeros humanos. Todo intercambio lleva implícito una aceptación mutua de derechos para actuar. La reciprocidad, es el fundamento del comportamiento social humano, de las asociaciones bilaterales, de las amistades particulares y de la amistad en general. El intercambio social también requiere de la reciprocidad negativa, es decir, la existencia del policía endógeno que castiga a quien no retribuye, mediante actos inamistosos, por medio de los cuales A le recuerda a B sus obligaciones. Sin reciprocidad negativa, los altruistas recíprocos estarían facilitando la invasión de los free riders.
Así como los humanos nacemos naturalmente como intercambiadores sociales, también los derechos de propiedad, que se fundan en estos sistemas espontáneos, son naturales, y es natural que las sociedades formalizadas incorporen esos derechos en los códigos legales (formales), capturando así la vasta experiencia humana adquirida en nuestras prácticas de intercambio.