De «Reconstrucción Monetaria»:
El patrón ilusivo
El patrón ilusivo se basa en una mentira. El gobierno decreta la existencia de cierta paridad entre la moneda nacional y el oro o las divisas extranjeras. Se da perfecta cuenta del hecho de que en el mercado prevalecen tipos de cambio más bajos que la ilusiva paridad que le place ordenar. Sabe que nada se hace a fin de convertir la paridad ilusiva en una paridad efectiva. Sabe que la convertibilidad no existe. Pero se aferra a su simulación y prohíbe que se celebren operaciones a un tipo que se aparte del ficticio tipo de cambio que ha hecho suyo. Quien compra o vende a cualquiera otro tipo es culpable de un delito y se le castiga severamente.
Si el decreto de que hablamos se hiciera cumplir estrictamente, cesarían todas las operaciones monetarias con los países extranjeros. Por lo tanto, el gobierno da un paso más. Expropia todas las divisas extranjeras que son propiedad de sus ciudadanos e indemniza a los expropiados pagándoles la cantidad de moneda nacional que, de acuerdo con el decreto oficial, equivale a las cantidades de moneda extranjera en su poder que se confiscan. Mediante estas confiscaciones, el gobierno adquiere el monopolio nacional de operar en los cambios con el exterior. En lo sucesivo, es el único vendedor de divisas extranjeras que existe en el país. En acatamiento de su propio decreto, debería vender cambio extranjero al tipo oficial.
En un mercado al que la intervención del gobierno no le crea trabas, predomina la tendencia a establecer y mantener un tipo de cambio tal entre la moneda nacional (A) y la moneda extranjera (B), que carece de importancia el que uno compre o venda mercancías contra A o contra B. Mientras sea posible obtener una utilidad al vender determinada mercancía contra B y volver a venderla contra A, existirá una demanda específica de ciertas cantidades de B, que provendrá de los comerciantes que vendan partidas de A. Esta demanda específica desaparecerá únicamente cuando no sea posible obtener utilidades como consecuencia de las discrepancias de precio entre los precios que se expresen en cada una de dichas dos monedas. El tipo del mercado se mantiene debido al hecho de que ya no existe ventaja para nadie en pagar un mayor precio por la moneda extranjera. El hecho de comprar A contra B o B contra A a un precio superior (cotizado en el primer caso en B y en el segundo en A) que el precio del mercado, no producirá utilidades especiales. Las operaciones de arbitraje tienden a paralizarse a este precio. Este es el proceso que describe la teoría de la paridad del poder adquisitivo, del cambio extranjero.
La política que presuntuosamente se llama control de los cambios sobre el exterior trata de contrarrestar el funcionamiento del principio de la paridad del poder adquisitivo y fracasa lamentablemente. Confiscar las divisas extranjeras y pagar por ellas una indemnización inferior a su precio en el mercado equivale a establecer un impuesto a la exportación. Tiende a reducir las exportaciones y, consiguientemente, la suma de divisas extranjeras de que el gobierno no puede apoderarse. Por otra parte, vender cambio extranjero a menos de su precio en el mercado equivale a subsidiar las importaciones y, de ese modo, a aumentar la demanda de moneda extranjera. El patrón ilusivo y su principal instrumento, el control de cambios, dan por resultado un estado de cosas que se califica, con bastante impropiedad, como escasez de divisas extranjeras.
La escasez constituye la característica esencial de un bien económico. Los bienes que no son escasos relativamente a la demanda que existe de ellos, no son bienes económicos, sino bienes libres. A la acción humana no le interesan y la economía no se ocupa de ellos. Ningún precio se cubre por tales bienes libres y nada puede obtenerse a cambio de ellos. Asentar el hecho de que el oro o los dólares son escasos, es enunciar una perogrullada.
El estado de cosas que quieren describir quienes hablan de una escasez de dólares, es el siguiente: a la paridad ficticia, fijada arbitrariamente por el gobierno y aplicada por medio de todo el aparato gubernamental de violencia y coacción, la demanda de dólares resulta superior a la cantidad de éstos que se ofrecen a la venta. Esta situación constituye la consecuencia ineludible de todo intento por parte del gobierno u otro organismo en el sentido de hacer cumplir un precio máximo inferior al nivel en que un mercado sin trabas habría fijado al precio del mercado.
Los ruritanos desearían consumir más artículos extranjeros que los que pueden comprar exportando productos de Ruritania. Constituye una forma bastante torpe de describir esta situación declarar que los ruritanos sufren una escasez de divisas extranjeras. Su apuro es resultado del hecho de que no están produciendo mayor cantidad de cosas y de mejor calidad, ni para el consumo doméstico ni para el extranjero. Si en el mercado libre, el dólar compra 100 rures ruritanos y el gobierno fija una paridad ficticia de 50 rures y trata de hacer que se cumpla mediante el control de los cambios con el exterior, las cosas empeorarán. Las exportaciones de Ruritania disminuirán y la demanda de artículos extranjeros aumentará.
Por supuesto que en ese caso el gobierno ruritano recurrirá a diversas medidas, supuestamente destinadas a “mejorar” la balanza de pagos. Mas no importa qué se ponga en práctica, la “escasez” de dólares no desaparece.
Hoy día el control de los cambios con el exterior representa primordialmente un medio para la expropiación virtual de las inversiones extranjeras. Ha destruido el mercado internacional de capitales y de dinero. Constituye el principal instrumento de la política que persigue eliminar las importaciones y, de esta manera, aislar económicamente a los varios países. Por lo tanto, es uno de los factores más importantes para la decadencia de la civilización occidental. Los historiadores futuros tendrán que ocuparse de él con todo detalle. Al referirse a los problemas monetarios que ofrece la realidad de nuestra época, basta con hacer hincapié en el punto de que es una política destinada al fracaso.