La Nación publica un muy interesante artículo sobre aquellos padres disconformes con el sistema educativo público, quienes deciden tomar la educación de sus hijos en sus propias manos y adecuarla a las vocaciones e intereses que sus hijos vayan presentando. Está bien el título: “Estudiar en casa: la opción anti-sistema de 2000 familias”, ya que es solamente un rechazo a las escuelas estatales sino a todo un sistema educativo (tanto en escuelas estatales como privadas, pues el curriculum y el método de enseñanza es impuesto por el estado). Esa cantidad llega en los Estados Unidos a los 2 millones. http://www.lanacion.com.ar/1740904-estudiar-en-casa
Al margen de que se favorezca o se rechace este tipo de educación, el punto principal es que es la reacción ante un monopolio. El sistema educativo es más o menos algo así: puedes elegir el sastre, pero el traje tiene que ser gris; tal vez algún colegio le agregue el pañuelo en el bolsillo o mejores botones, pero no vas a poder tener un traje azul o negro.
Coincidiendo con la publicación de este artículo, Raquel Merino publica otro en la web del Instituto Juan de Mariana, también sobre la educación monopólica estatal. http://www.juandemariana.org/comentario/7024/papa/quiero/peter/thiel/stuart/
Algunos de sus comentarios:
“Uno de estos campos hurtados a la competencia por el Estado es precisamente el de la educación. El nombre de por sí da verdadero pavor. No sé por qué en España hubo tanto revuelo con la asignatura de «Educación para la ciudadanía». ¿Acaso no es redundante? Los propósitos verdaderos del Estado al garantizar la educación universal tienen mucho más que ver con el adoctrinamiento y la sedación de las mentes a través del mensaje igualitario y la consiguiente anulación personal, así como con granjearse apoyos entre el colectivo educativo (la típica alianza política y burocrática).”….
“Y aquí viene el segundo error de bulto de esta concepción elitista e ilustrada. Parte de una visión conservadora que pretende hacer ver que el conocimiento sólo se puede adquirir a través de una forma que demostró un grado de éxito relevante hace dos siglos: educación secundaria y universitaria. ¿No pueden evolucionar las cosas desde entonces? Porque la gente, los paradigmas productivos y los productos y servicios sí lo han hecho.
La imposición en este campo aniquila la experimentación a través de, por ejemplo, programas educativos cambiantes dentro de especialidades existentes, nuevas especialidades per se o nuevos métodos formativos que se adecúen a las necesidades evolutivas que rijan en cada momento, ya se lancen desde dentro o fuera del ámbito educativo más tradicional…
Pero, además, al partir esta imposición de las élites intelectuales, el sesgo es completo hacia quienes tienen o cultivan un tipo de habilidades muy específicas. Puede expulsar a personas con clases de inteligencia que no sean las puramente lógicas, matemáticas o verbales. Al estrechar la oferta formativa y convertir esa educación formal en universal, muchas personas están frustradas y se encuentran en el punto de mira por no ser amigos de los libros… Se ven truncadas al mismo tiempo sus verdaderas capacidades, que podrían desarrollarse a través de la inteligencia emocional (cuanto menos apego a los libros de manera obsesiva, por lo general, más se cultiva el trato humano y mayor comprensión de la naturaleza del que se tiene en frente…), de «aprender haciendo» (learn by doing) o de explorar simplemente nuevos caminos. Cuánto provecho no obtendrían esa persona y la sociedad misma de permitírsele la especialización desde edad temprana en aquello que hace relativamente mejor y que le va a hacer más feliz por dominarlo mejor y poder recoger los frutos de sus cualidades e intereses.
Por no hablar, por supuesto, de que los colegios hoy día no son ningún centro de élite. Si al menos aquello lo consiguieran, por más frustraciones que crearan en algunos niños, algo se alcanzaría… Con lo que nos encontramos, como nos explicó magistralmente el profesor Bastos en una universidad de verano, es, las más de las veces, con centros de delincuencia juvenil en que el matón de turno (mal estudiante que no debería estar nunca encerrado en ese agujero de manera forzosa) abusa sistemáticamente del indefenso empollón… Frustrados acaban todos.”