Con los alumnos de Microeconomía de OMMA-Madrid vemos el significado de la competencia leyendo el artículo de Hayek “La competencia como proceso de descubrimiento”:
“Es difícil defender a los economistas del cargo de haber discutido la competencia, por cerca de 40 o 50 años, basándose en conjeturas que si reflejaran la verdad del mundo real harían que la competencia fuera algo sin interés e inútil. Si alguien conociera efectivamente todo lo concerniente a aquello que la teoría económica llama datos, la competencia sería, en realidad, un método inútil para asegurar un ajuste a estos hechos. No es sorprendente, por tanto, que algunos se hayan visto inducidos a concluir que podemos prescindir totalmente del mercado, o que los resultados de éste sólo deberían usarse como un primer paso para garantizar una producción de bienes y servicios que podamos manejar, corregir o redistribuir del modo que queramos. Otros, cuya idea de la competencia pareciera derivar únicamente de los textos modernos, han concluido, naturalmente, que ésta no existe.
Contra esto es útil recordar que dondequiera que se pueda justificar racionalmente el uso de la competencia, ello será sólo sobre la base de que no conocemos anticipadamente los hechos que determinan las acciones de los competidores. Ya sea en los deportes como en los exámenes, y no menos en la adjudicación de contratos gubernamentales o de premios a la poesía, sería obviamente inútil organizar competencias si supiéramos de antemano quién será el ganador. Como se indica en el título de la conferencia, propongo que la competencia sea considerada como un procedimiento para descubrir hechos que, de no recurrir a ella, serían desconocidos para todos o, por lo menos, no serían utilizados.
Esto puede parecer tan obvio e indiscutible a primera vista como para que no merezca ninguna atención. No obstante, de la formulación explícita del aparente axioma anterior se siguen de inmediato algunas interesantes consecuencias, las que no son tan obvias. Una de ellas es que la competencia es valiosa sólo porque, y en tanto, sus resultados son imprevisibles y diferentes, en general, de aquellos que alguien pudiera haber perseguido deliberadamente. Y, aún más, que los efectos generalmente provechosos de la competencia deben incluir el desilusionar o derrotar algunas expectativas o intenciones particulares.
En estrecha conexión con esto hay una interesante consecuencia metodológica, la que es de gran utilidad para explicar el descrédito en que ha caído el enfoque microeconómico de la teoría. A pesar de que esta teoría, a mi juicio, pareciera ser la única capaz de explicar el papel de la competencia, ya no es comprendida ni siquiera por algunos supuestos economistas. Por consiguiente, vale la pena decir inicialmente algunas palabras acerca de la peculiaridad metodológica de la teoría de la competencia, cualquiera ésta sea, puesto que ella ha hecho que sus conclusiones resulten sospechosas para muchos de los que aplican habitualmente una prueba sobre-simplificada para decidir qué es lo que están dispuestos a aceptar como algo científico.
La consecuencia necesaria de la razón por la que utilizamos la competencia es que en aquellos casos en que es relevante nunca puede demostrarse la validez empírica de la teoría. Podemos someterla a pruebas en modelos conceptuales y podríamos examinarla en situaciones reales, creadas artificialmente, donde los hechos que deberían ser descubiertos por la competencia son ya conocidos por el observador. Pero en tales casos ello no tiene ningún valor práctico, de modo que llevar a cabo el experimento no justificaría su costo. Si no podemos conocer los hechos que esperamos descubrir por medio de la competencia, nunca podremos comprobar cuán efectiva ha sido ésta para descubrir aquellos hechos que podrían revelarse.