Artículo en InfoBAE: Ideología y resultados en el comercio internacional. Los beneficios del libre comercio

Artículo en InfoBAE Económico: https://www.infobae.com/opinion/2020/05/07/los-numeros-que-explican-los-beneficios-del-libre-comercio/

Hay frases que dicen muchas cosas. El canciller Felipe Solá dijo una de esas: “Los que piden tratados de libre comercio del Mercosur con otros países no pueden destacar un solo beneficio para el trabajo argentino. Su posición es ideológica: el libre comercio siempre será mejor por definición”.

Vamos por partes. Al demandar que se presente, aunque sea, un beneficio del libre comercio el canciller manifiesta que evalúa el tema en relación a sus consecuencias, al resultado. El libre comercio puede defenderse desde otra perspectiva: que se trata de un derecho. Tomemos a esos trabajadores argentinos que menciona en la frase. ¿Tienen derecho a disponer de su ingreso como les parezca apropiado? ¿Pueden decidir si lo van a gastar comprando a alguien del barrio, o de otra provincia, o del Uruguay, o de México, o de Noruega y Finlandia, que tanto le gustan al Presidente?

No es esa la visión del canciller, pero es la que defienden en otros ámbitos. ¿Acaso no plantean también que las personas tienen “derecho” a un cierto ingreso sin tomar en cuenta las consecuencias? Que tienen un derecho a la ayuda del Estado aunque este no tenga recursos, aunque emita para pagarlos, aunque genere más inflación que deteriora esos mismos recursos, aunque desafíe la hiperinflación. Esas parecen ser cuestiones de “derechos”, y no de consecuencias. Entonces, ¿cuándo tomamos en cuenta derechos y cuándo resultados?

Respecto a si el libre comercio siempre será mejor por definición, eso es correcto, pero no es una posición “ideológica”, que implica “sesgada”, sino una posición “científica”. Es lo que señala la ciencia económica desde que David Ricardo desarrollara la teoría de las ventajas comparativas en su famoso texto de 1817. No es una teoría que se haya mantenido inalterada, sin embargo. La “revolución” que implicó considerar al valor como algo subjetivo llevó a la reformulación de esta teoría en base al costo de oportunidad por Gottfried Haberler en 1930 y en las décadas recientes ha avanzado desde analizar las ventajas comparativas de países, a las de industrias y a las de empresas, con aportes, entre otros, de Paul Krugman, que le valieran el premio Nobel, no sus artículos en el New York Times.

Es que esa “ley” económica no es más que parte de la llamada Ley de Asociación, según la cual a cada uno de nosotros nos conviene dedicarnos a algo y luego comprar lo que necesitemos de los demás. Ya Adam Smith señalaba que no nos parecería lógico que un padre de familia intentara producir desde el alimento que le va a dar a sus hijos, pasando por su ropa, sus libros y cuadernos para el colegio hasta sus vacunas o tratamiento dental. Y lo que es razonable para una familia no deja de serlo para un “reino”.

Supongo que el Canciller querrá seguir a quienes han desafiado estas teorías, aceptadas por el 95% de los economistas según encuestas entre ellos. No hace mucho, George Mankiw, director del Departamento de Economía de Harvard, volvía a hacer referencia a esto señalando que “pocas proposiciones logran tanto consenso entre los economistas profesionales como que el comercio global abierto incrementa el crecimiento económico y los estándares de vida”.

Los países que se han abierto al comercio internacional han mejorado consistentemente su nivel de ingresos y diversificado su comercio internacional. Así, por ejemplo, los dos países con menores barreras al comercio son Singapur y Hong Kong. En el primer caso el ingreso per cápita era de 3.503 dólares en 1960, según el Banco Mundial, y ahora es $ 58.247; para Hong Kong de $3.380 a $38.781 en el mismo lapso.

Son muy distintos a Argentina, se dirá. Veamos uno un poco más parecido en cuanto a recursos, Nueva Zelanda, que está en el tercer lugar como economía más abierta. Pasó de $20.973 en 1970, cuando decidió abrir su economía, a $37.797 ahora. Australia es mucho más parecido a nosotros en cuanto a recursos disponibles, se encuentra en el puesto 17° y su ingreso per cápita pasó de $19.378 en 1960 a $ 56.842 ahora. Canadá también tiene recursos parecidos, y está en el puesto 10° de apertura comercial y con un cambio de $16.449 en 1960 a $51.391 ahora. Mientras tanto Argentina está en el puesto 71° de apertura comercial y nuestro ingreso ha crecido de $5.642 en 1960 a $10.043 en 2018.

Nótese que en el caso del país más abierto, Singapur, el ingreso per cápita se multiplicó 16,6 veces; en Hong Kong 11,4 veces; en Australia 2,93 veces; en Canadá 3,12 veces, mientras que en Argentina creció 1,78 veces en el mismo período.

Si queremos tomar algunos ejemplos más cercanos, Chile pasó de un ingreso per cápita de $4.465 en 1983 cuando comenzó a abrir su economía, a $15.130 en 2018, unas 3,38 veces. Como siempre se dirá que fue una dictadura aunque el proceso continuó y se aceleró en gobiernos posteriores. Si no es ese podemos ver el caso de Perú, que inició sus reformas en los 90s, es el primero en la región en cuanto a apertura comercial y vio crecer su ingreso de $2.589 en 1992 a $6.453 en 2018, 2,49 veces en 25 años.

¿Podrán destacarse estos resultados como los “beneficios” que el Canciller dice nadie puede mostrar? No hay ninguna ideología acá, lo que hay es teoría confirmada por los hechos. Ideología puede ser la del Canciller, que le impide ver los resultados.

El autor es profesor de Economía en la UBA y UCEMA y miembro del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso

Alberdi y los tratados internacionales como una forma de garantizar la paz y la libertad económica

Con los alumnos de la UBA Derecho, vemos a Alberdi cuando comenta cómo transmitir confianza a los inversores extranjeros, y a los trabajadores inmigrantes, luego de años de guerras civiles:

Alberdi

“En países como los nuestros, en que la guerra civil es crónica, y en que las guerras con el extranjero tienen su germen inagotable en el odio que el sistema español colonial supo inocularles hacia él, no hay medio más eficaz y serio de asegurar la industria, la persona y la propiedad, que por estipulaciones internacionales, en que el país se obligue a respetar esas garantías, en la paz lo mismo que en la guerra. Esa seguridad dada a los extranjeros es decisiva de la suerte de nuestra riqueza, porque son ellos de ordinario los que ejercen el comercio y la industria, y los que deben dar impulso a nuestra agricultura con sus brazos y capitales poderosos. Este gran medio económico de asegurar la libertad y los resultados del trabajo, en esta América de constante inquietud, pertenece a la Constitución argentina, que por el art. 27 ya citado, declara, que el gobierno federal argentino está obligado a afianzar sus relaciones de paz y comercio con las potencias extranjeras, por medio de tratados que estén en conformidad con los principios de derecho público establecido en esta Constitución. O más claramente dicho, que sirvan para asegurar los principios del derecho público que establece la Constitución argentina. En efecto, el sistema económico de la Constitución argentina debe buscar su más fuerte garantía de estabilidad y solidez en el sistema económico de su política exterior, el cual debe ser Un medio orgánico del primero, y residir en tratados de comercio, de navegación, de industria agrícola y fabril con las naciones extranjeras. Sin esa garantía internacional la libertad económica argentina se verá siempre expuesta a quedar en palabras escritas y vanas.

No vacilo, según esto, en creer que los tratados de la Confederación, celebrados en julio de 1853 con la Francia, Inglaterra y los Estados Unidos, son la parte más interesante de la organización argentina, porque son medios orgánicos que convierten en verdad práctica y durable la libertad de navegación y comercio interior para todas las banderas, que encerrada en la Constitución habría quedado siempre expuesta a ser derogada con ella. El día que la Confederación desconozca que esos tratados valen más para su riqueza y prosperidad que la Constitución misma que debe vivir por ellos, puede creer que su suerte será la misma que bajo el yugo de los reyes de España y de los caudillos como Rosas.”

Y luego:

«En efecto, el sistema económico de la Constitución Argentina debe buscar su más fuerte garantía de estabilidad y solidez en el sistema económico de su política exterior, el cual debe ser un medio orgánico del primero, y residir en tratados de comercio, de navegación, de industria agrícola y fabril con las naciones extranjeras. Sin esa garantía internacional la libertad económica argentina se verá siempre expuesta a quedar en palabras escritas y vanas.»

Artículo en InfoBAE Económico: El maldito sector privado al rescate del coronavirus

Artículo en Infobae Económico:

https://www.infobae.com/economia/2020/04/18/el-maldito-sector-privado-al-rescate-del-coronavirus/

Las viejas películas de Hollywood sobre el Lejano Oeste mostraban, en muchas ocasiones, una caravana de carretas con colonos atacada por los indios. Las carretas se ponían en círculo para protegerse, pero eran asediadas por los indios hasta la llegada salvadora, a último momento, del quinto de caballería. Todo esto sería muy políticamente incorrecto para Hollywood en estos días, pero sirve como una metáfora de lo que nos está ocurriendo.

Como los colonos, estamos rodeados por el coronavirus y no podemos salir, en este caso porque el gobierno ha decretado la cuarentena. Mientras tanto, le echamos la culpa de muchas consecuencias a esos perversos agentes del sector privado: un supermercado, los almacenes chinos, los bancos, etc.

Sin embargo, va a ser el sector privado el que cumplirá el papel de los que vienen al rescate de nuestro encierro. Por un lado, es el que produce la materia prima (caña de azúcar y maíz) necesaria para producir alcohol. No hay problemas de stock allí, y si los hubiera se puede derivar parte de lo que se dedica a producir el componente complementario de las naftas. Hay algunos distribuidores mayoristas que llevan el alcohol 96% a varios laboratorios y fabricantes de alcohol envasado, por lo menos seis. Tres de ellos son grandes, Porta (Bialcohol), Elea Phoenix (Pervicol) y Fradealco (MF). Una de ellas está trabajando 24 horas al día, otra piensa llevar la producción de 20.000 unidades mensuales a 600.000 (La Nación; Alcohol en gel: la cadena desconocida del «oro» en tiempos de pandemia, 26/3). Un laboratorio de las Fuerzas Armadas, también produce alcohol en gel. Hay ciertas demoras en la producción porque se utilizan algunos componentes importados.

La empresa Tecme, que produce respiradores en Córdoba y exportaba el 80% de su producción antes de la crisis, cuadruplicó su producción, completamente volcada al mercado local (Cronista; El mayor fabricante de respiradores produce contrarreloj para cumplir con la demanda, 22/3).

En cuanto a las importaciones, se sufren demoras porque tienen que ser aprobadas por la Anmat (Clarín, Restricciones al comercio exterior: Coronavirus en la Argentina: denuncian trabas y demoras en la importación de reactivos y barbijos, 27/3). Cuando una empresa compra barbijos para sus empleados, el despacho se demora diez días; si son para comercializar, veinte. La importación de reactivos se ve demorada porque el sistema informático de la Aduana no reconoce la autorización de la Anmat. Los respiradores importados también tienen que ser autorizados por esa agencia.

Por último, en el Instituto Leloir están desarrollando un test (InfoTechnology; Argentina, a un paso de lograr tests masivos propios: el descubrimiento que cambiaría las pruebas en el país, 30/3), pero ya sabemos que en el mundo se han desarrollado varios. Hace poco se anunciaba que el Laboratorio Abbott tenía uno que daba el resultado en pocos minutos.

Lo mismo sucede en otros lugares, como Estados Unidos. Eo Products y GoJo industries han multiplicado la producción de alcohol en gel, la primera dieciséis veces. 3M duplicó su producción global de respiradores, a 100 millones por mes en todo el mundo. Ventec Life Systems, Medtronic y Zoll Medical Corporation también lo han hecho. Además de Abbott, Cepheid ha desarrollado un test con resultados en menos de una hora.

Por último, decenas de empresas farmacéuticas y de biotecnología se han lanzado a la carrera para desarrollar tratamientos para la enfermedad, y vacunas. Algunas de ellas en Estados Unidos son Novavax, Pfizer, Gilead Sciences, Heat Biologics, Inovio Pharmaceuticals, Johnson & Johnson, Moderna, Regeneron Pharmaceuticals, Vaxart, Vir Biotechnology, Airway Therapeutics, Altimmune, Tonix Pharmaceuticals, Innovation Pharmaceuticals, CytoDyn, Applied DNA Sciences, Eli Lilly, Arcturus Therapeutics (Cato Institute: American Businesses Help Tackle the Coronavirus, 1/4). Todas correrán por la patente, y por el prestigio, aun cuando si obtienen la primera corran el riesgo que los gobiernos populistas fuercen licencias obligatorias luego de que estos han gastado millones en su desarrollo.

Todos esos desarrollos son perversos, por supuesto, porque están motivados por el lucro, aunque en realidad si bien lo suponemos, no podemos saberlo. Alguno podría estar motivado por contribuir en estas circunstancias, por la fama, por alcanzar el cielo o por cualquier otra cosa. El mercado recoge todo tipo de motivaciones.

Y al final del día, lo que nos importará es que lleguen los productos, los equipos, los tests y las vacunas, pero igual diremos que son unos malditos explotadores.

Jean Baptiste Say nunca se imaginó que su «ley» sería el centro del debate económico en el siglo XX

Los alumnos de Historia del Pensamiento Económico I, en Económicas, UBA, leen a Jean Baptiste Say (1767-1832), un ‘clásico’ francés quien nunca debe haber sospechado la importancia que adquiriría en la política económica del siglo XX. Seguramente han conocido la famosa “Ley de Say” presentada como “toda oferta crea su propia demanda”. Desde el punto de vista, digamos, del ‘marketing’, la frase parece absurda; nadie tiene garantizado que simplemente por ofrecer algo exista alguien que esté dispuesto a comprarlo. Pero, ¿es eso lo que dijo Say?, o ¿es eso lo que quiso decir?

La lectura es sobre el capítulo de su libro ‘Tratado de Economía Política’ donde precisamente presenta esta idea:

Jean Baptise Say, A treatise on political economy, capítulo XV «Of the demand of market for products»: http://www.econlib.org/library/Say/sayT15.html#Bk.I,Ch.XV

En castellano: http://www.eseade.edu.ar/files/Libertas/33_10_Say.pdf

“Una persona que dedique su esfuerzo a invertir en objetos de valor que tienen determinada utilidad no puede pretender que otros individuos aprecien y paguen por ese valor, a menos que dispongan de los medios para comprarlo. Ahora bien, ¿en qué consisten estos medios? Son los valores de otros productos que también son fruto de la industria, el capital y la tierra. Esto nos lleva a una conclusión que, a simple vista, puede parecer paradójica: es la producción la que genera la demanda de productos.”

“Si un comerciante dijera: «No quiero recibir otros productos a cambio de mi lana; quiero dinero», sería sencillo convencerlo de que sus clientes no podrían pagarle en dinero si antes no lo hubieran conseguido con la venta de algún bien propio. Un agricultor podrá comprar su lana si tiene una buena cosecha. La cantidad de lana que demande dependerá de la abundancia o escasez de sus cultivos. Si la cosecha se pierde, no podrá comprar nada. Tampoco podrá el comerciante comprar lana ni maíz a menos que se las ingenie para adquirir además lana o algún otro artículo con el cual hacer la compra. El comerciante dice que sólo quiere dinero. Yo digo que en realidad no quiere dinero, sino otros bienes. De hecho, ¿para qué quiere el dinero? ¿No es acaso para comprar materias primas o mercaderías para su comercio, o provisiones para su consumo personal? Por lo tanto, lo que quiere son productos, y no dinero. La moneda de plata que se reciba a cambio de la venta de productos propios, y que se entregue en la compra de los de otras personas, cumplirá más tarde la misma función entre otras partes contratantes, y así sucesivamente. De la misma manera que un vehículo público transporta en forma consecutiva un objeto tras otro. Si no puede encontrar un comprador, ¿diría usted que es solamente por falta de un vehículo donde transportarlo? Porque, en última instancia, la moneda no es más que un agente que se emplea en la transferencia de valores. Su utilidad deriva de transferir a sus manos el valor de los bienes que un cliente suyo haya vendido previamente, con el propósito de comprarle a usted. De la misma manera, la próxima compra que usted realice transferirá a un tercero el valor de los productos que usted anteriormente haya vendido a otros. De esta manera, tanto usted como las demás personas compran los objetos que necesitan o desean con el valor de sus propios productos, transformados en dinero solamente en forma temporaria. De lo contrario, ¿cómo es posible que la cantidad de bienes que hoy se venden y se compran en Francia sea cinco o seis veces superior a la del reinado miserable de Carlos VI? ¿No es evidente que deben haberse producido cinco o seis veces más bienes, y que deben haber servido para comprarse unos a otros?”

Y aquí el párrafo que diera lugar a esa interpretación llamada “Ley de Say”. ¿Parece tan ilógico como alguien (¿quién?) lo quiso presentar?:

“Cuando un producto superabundante no tiene salida, el papel que desempeña la escasez de moneda en la obstrucción de sus ventas en tan ínfimo que los vendedores aceptarían de buen grado recibir el valor en especie para su propio consumo al precio del día: no exigirían dinero ni tendrían necesidad de hacerlo, ya que el único uso que le darían seria transformarlo inmediatamente en artículos para su propio consumo.

Esta observación puede extenderse a todos los casos donde exista una oferta de bienes o servicios en el mercado. La mayor demanda estará universalmente en los lugares donde se produzcan más valores, porque en ningún otro lugar se producen los únicos medios de compra, es decir, los valores. La moneda cumple sólo una función temporaria en este doble intercambio. Y cuando por fin se cierra la transacción, siempre se habrá intercambiado un bien por otro.

Vale la pena señalar que desde el instante mismo de su creación el producto abre un mercado para otros por el total de su propio valor. Cuando el productor le da el toque final a su producto, está ansioso por venderlo de inmediato, por miedo a que pierda valor en sus manos. De la misma manera, quiere deshacerse del dinero que recibe a cambio, ya que también el valor del dinero es perecedero. Pero la única manera de deshacerse del dinero es comprando algún otro producto. Por lo tanto, la sola creación de un producto inmediatamente abre una salida para otros.”

Caps 2 y 3: Fallas de mercado y bienes públicos: ¿también globales? ¿incluyen el combate contra la pandemia?

Con los alumnos de la UBA Derecho vemos los Caps 2 y 3, donde se trata la teoría de las así llamadas «fallas de mercado» y consideramos también las soluciones de políticas públicas que se proponen. El tema de la existencia de bienes públicos «globales» plantea un tema interesante, particularmente en estos momentos de pandemia, ya que quienes plantean que los bienes públicos han de ser provistos por el Estado deberían sostener la necesidad de un Estado global. Y si aceptan que algunos bienes públicos globales son provistos ahora sin tal Estado, entonces puede ser que se provean sin necesidad de un monopolio.

El proceso de globalización, o la movilización de recursos por todo el mundo, plantea, para algunos autores, no solo la necesidad de bienes públicos nacionales, sino también “globales”. Sus características principales serían (Kaul et al 1999, p. 2) las ya mencionadas de no exclusión y no rivalidad en el consumo, y que sus beneficios sean “cuasi universales” en términos de países —cubriendo más de un grupo de países—, pueblos —llegando a varios, preferiblemente todos—, grupos poblacionales y generaciones —extendiéndose tanto a generaciones presentes como futuras, o por lo menos cubriendo las necesidades de las generaciones actuales, sin eliminar las opciones de desarrollo para generaciones futuras—. En tales circunstancias, pocas cosas quedan fuera de esta definición y la lista de bienes públicos aumenta considerablemente.

Estos autores clasifican a los bienes en públicos puros y públicos impuros. Los primeros fueron definidos antes y a nivel global se presenta como ejemplo la paz, ya que, “cuando existe, todos los ciudadanos de un país pueden disfrutarla y su gozo, digamos, por poblaciones rurales no reduce los beneficios de las poblaciones urbanas”. Ya hemos comentado antes el grado de colectividad de la defensa; ahora se suman también en esta categoría la provisión de la ley y el orden, y un buen manejo macroeconómico. En cuanto a los bienes públicos impuros, serían aquellos que cumplen parcialmente con las características mencionadas: es decir, son parcialmente no rivales o parcialmente no excluyentes. Como ejemplo, Kaul y otros plantean el caso del consumo de una comida nutritiva, que a primera vista parece ser un bien privado, pero que también brinda beneficios públicos, ya que mejora la salud y con ella la posibilidad de adquirir habilidades para desempeñar un trabajo productivo, lo cual beneficiaría no solamente a la familia, sino también a la sociedad en su conjunto, pese a que los beneficios inmediatos sean mayormente privados.

Está claro que con esta definición no hay bien o servicio alguno que no tenga algún tipo de impacto en los demás. Y en tanto vivamos en sociedad, parece que esto es inevitable. La discusión no es que produzcan o no produzcan algún tipo de impacto, sino cómo considerar si ese impacto es negativo o positivo, siendo que las valoraciones son subjetivas, y si el Estado es el único capaz de proporcionar determinados bienes. Así, “males” públicos demandarían soluciones colectivas que serían “bienes” públicos, incluyendo, según Kaul y otros, las crisis bancarias, crímenes y fraudes en Internet, problemas sanitarios debidos al mayor comercio y transporte de personas, y también del incremento de actividades riesgosas, como el abuso de las drogas y el tabaquismo.

Un programa para aliviar la pobreza en África, por ejemplo, sería un bien público global si, además de mejorar la situación de esa población contribuyera también a prevenir conflictos, o a fortalecer la paz internacional, o a reducir el deterioro ambiental, o a mejorar las condiciones sanitarias globales. Las organizaciones internacionales y las ONG internacionales serían las que proporcionan este tipo de bienes públicos globales (Martin 1999).

Pero si se pudiera justificar la existencia de cualquier bien o servicio con efectos para terceros por el hecho de ser proporcionado por el Estado, o a través de organismos internacionales financiados por los Estados, o en última instancia por contribuyentes nacionales, entonces prácticamente “todo” tiene características de bien público. Un bien público “puro” no sería ya un bien económico, como en el caso del aire puro; y todos los demás serían “impuros” y sujetos a ser proporcionados mediante decisiones políticas, y no por la decisión de los consumidores tomadas en el mercado.

Stiglitz (1999), por ejemplo, considera que el “conocimiento sobre el desarrollo” es un bien público que debería ser provisto por instituciones como el Banco Mundial. Es cierto que las ideas tienen características de bien público, ya que, una vez producidas, su costo de reproducción es mas bien bajo. Esto lleva a dicho autor a pensar que serán “subproducidas” en el mercado, problema que se puede superar con la provisión pública. Sin embargo, el ejemplo no podría ser peor elegido: una gran cantidad de autores han escrito sobre el tema y propuesto enseñanzas sobre el mismo, desde Adam Smith en La riqueza de las naciones hasta una gran cantidad de autores contemporáneos. ¿Por qué hacen eso, si luego, cuando un país se desarrolla —siguiendo, por ejemplo, las enseñanzas de Adam Smith— este o sus sucesores no pueden excluir a quienes implementaron esas ideas y no pagaron por esos beneficios? En otros términos: una vez que dicen cómo se desarrolla un país, nadie parece que les va a pagar por ello; entonces no habría propuestas y el mercado fracasaría en proporcionarlas.

Nada de eso sucede en la realidad, sino todo lo contrario: hay un sinnúmero de libros y artículos sobre las causas del desarrollo económico; un activo mercado de ideas donde compiten las propuestas de Stiglitz con muchas otras. ¿Por qué ofrecen los autores estas ideas, si luego no pueden cobrar por ellas? Existe una gran cantidad de incentivos para hacerlo: el autor cobra un porcentaje por las ventas de sus libros; es invitado a conferencias donde recibe honorarios, viaja a lugares que nunca conocería de otra forma y se aloja en los mejores hoteles; puede llegar hasta recibir el Premio Nobel, que, además de ser un premio suculento, le garantiza un flujo de ingresos asegurado de ahí en adelante, como sabe muy bien el mismo Stiglitz, que lo ha recibido[1].

[1]. “Gran parte del conocimiento que se necesita para el desarrollo exitoso no es patentable; no es el conocimiento que subyace en nuevos productos o procesos. Más bien, es conocimiento fundamental: cómo organizar empresas, cómo organizar sociedades, cómo vivir vidas más saludables de forma que ayudan al medio ambiente. Es conocimiento que afecta la fertilidad y el conocimiento acerca del diseño de políticas económicas que promueven el crecimiento económico” (Stiglitz 1999, p. 318). “Las ideas presentadas hasta aquí dejan en claro que ese conocimiento es un bien público, y sin un apoyo público activo, habrá una sub-provisión de ese bien. Las instituciones internacionales, incluyendo al Banco Mundial y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) cumplen un papel especial en la producción y diseminación de este conocimiento” (p. 319).

Lukewarming, quiere decir «entibiando». Eso pasa con el cambio climático, no un cambio brutal

Lecturas de cuarentena: Muy bueno el libro de Patrick Michaels y Paul Knappenberger, titulado “Lukewarming: The New Climate Science that Changes Everything”, publicado por el Cato Institute en 2016.

Comienza con una increíble anécdota de cómo dos poderosos senadores, John Kerry y Tim Wirth, planearon que en una famosa presentación del tema en el Congreso de los Estados Unidos por parte de James Hansen, investigador de la NASA, prepararon el “ambiente” para tratar el tema del calentamiento global en el verano de 1988, haciendo que se abrieran las ventanas del edificio antes de la reunión y se apagaran los aires acondicionados. Así, hacía un calor de morirse, y a Hansen le caían las gotas por la frente mientras hablaba.

A los pocos días CNN hizo una encuesta de llamadas y la gran mayoría afirmaba que el calor y la sequía de ese verano eran causados por la emisión de CO2. Ahí empezó el tema.

El título del libro es interesante porque lukewarming se traduce como “entibiando”, y lo que los autores sostienen es que, efectivamente, ha habido un aumento de las temperaturas promedio, pero que es mucho más bajo de lo que los modelos auguraban, y que la respuesta no es que los gobiernos hagan nada drástico o el mundo elimine el capitalismo global, sino permitir que nos acomodemos a esa nueva circunstancia.

Por ejemplo, veamos este gráfico donde aparecen las proyecciones del IPCC, International Panel for Climate Change y las observaciones tomadas tanto por globos climáticos como satélites:

EL NUEVO MUNDO DE LOS CORONA-ZOMBIES: Artículo en Perfil

Artículo en Perfil: https://www.perfil.com/noticias/coronavirus/el-nuevo-mundo-de-los-corona-zombies.phtml

EL NUEVO MUNDO DE LOS CORONA-ZOMBIES

Martín Krause

Profesor de Economía, Universidad de Buenos Aires y Consejo Académico, Fundación Libertad y Progreso

En estos tiempos de cuarentena sobra el tiempo para seguir las últimas noticias sobre el avance o no del Covid-19 y para, entre otras cosas, mirar temporadas enteras de series y despejar la mente. También hay algunas que nos plantean temas que, de una u otra forma, podríamos vincular con lo que ocurre, aunque en general plantean distopías mucho más dramáticas que lo que estamos viviendo.

Una de ellas es “The Walking Dead”, la saga sobre zombies, sobre esa epidemia que azotó al mundo convirtiendo a muchos en esos temibles muertos-vivos que transmiten la peste a puro mordiscón. Puede parecer otra creación más destinada a captar nuestra atención a través de violencia y un atrapante guión pero plantea, además, algunos temas más profundos.

En el escenario planteado por la serie un policía de la ciudad de Atlanta se despierta luego de un largo coma y encuentra que la sociedad a colapsado ante la pandemia de los zombies, el estado ha desaparecido y el mundo ha vuelto a un verdadero “estado de naturaleza”, hasta ahora utilizado como una figura ideal por los filósofos políticos clásicos.

En esa situación previa a un supuesto contrato social se plantea la cuestión sobre la naturaleza humana: ¿qué somos, cooperadores o depredadores? Para Thomas Hobbes somos esto último, por eso la necesidad de que, como fruto de ese contrato creemos esa agencia que llamamos estado, con mucho poder para imponer una disciplina y orden necesarios para frenar y castigar esas conductas depredadoras. Para John Locke somos cooperadores, y el contrato social tiene como objetivo proteger esa cooperación natural entre seres humanos.

Para Adam Smith somos esencialmente cooperadores tanto a partir de la “simpatía” que tenemos hacia los demás, que nos lleva a ponernos en su lugar y entender sus circunstancias (en su libro Teoría de los Sentimientos Morales), como también a partir de la búsqueda del interés personal (La Riqueza de las Naciones), que nos lleva a atender las necesidades de otros para poder alcanzar las propias. No somos perfectos, también tenemos algo del instinto depredador.

La economía moderna ha confirmado esto. La economía experimental es un área relativamente joven de esta disciplina que busca comprender los comportamientos humanos en entornos de incentivos controlados creados por el experimentador. Muchas universidades tienen ya centros de experimentación y la producción académica en este ámbito es amplia.

Una de las áreas más activas es la que se relaciona en cierta forma con el fenómeno de la pandemia que estamos viviendo, o más bien de su posible solución. Se trata de los experimentos que analizan la provisión voluntaria de bienes públicos.

Bienes públicos

Será necesario primero aclarar qué significa para la economía un “bien público”. Para el derecho es un bien o servicio que provee el estado, pero para la economía es uno que tiene tales características que no sería provisto voluntariamente, por el mercado, y “debería” entonces ser provisto por el estado. La razón del fracaso de la acción voluntaria seria que por las características del bien no se puede excluir de su uso a quienes no pagan. El típico caso tratado en la teoría económica es el de un faro donde, por un lado, no se puede excluir a un barco que no pague de guiarse por su luz, y al mismo tiempo tampoco sería eficiente ya que la misma luz puede ser vista por todos (no hay “rivalidad en el consumo”, el consumo de uno no reduce el consumo que otro pueda hacer).

En este caso, la pandemia sería un “mal público” y su combate un “bien público” que no podría proveerse voluntariamente, de allí que sean los estados quienes impongan su poder de coerción, que nos “obliguen” a cooperar. Es decir, predomina nuestro instinto no-cooperativo y debemos ser forzados a hacerlo. Hobbes tenía razón.

No obstante, las investigaciones en experimentos sobre la provisión voluntaria de bienes públicos muestran una situación diferente. A través de ciertos mecanismos sociales la cooperación voluntaria no solamente es posible, sino que se sostiene en el tiempo a pesar de la existencia de depredadores. La noticia nos muestra que unos de estos robaron un camión con barbijos, pero no nos muestran que la abrumadora mayoría coopera voluntariamente aislándose durante la cuarentena. Ésta puede haber sido decretada por el gobierno pero su cumplimiento es esencialmente voluntario, el estado no tendría la capacidad de controlar a los más de 40 millones de argentinos para que no tengan contacto entre sí.

Cooperación

La economía experimental ha analizado las conductas ante dilemas de bienes públicos y muestra que, en general, un 55% de nosotros somos cooperadores condicionales, un 10% son altruistas, un 23% son “free riders” no cooperadores y un 12% fluctúa entre estos distintos grupos. El altruista es aquél que coopera siempre, el free rider se aprovecha siempre, y el cooperador condicional es aquél que coopera si el otro o los demás cooperan.

La teoría muestra también que un mundo de altruistas no tendría futuro ya que sería invadido por los depredadores. Uno de cooperadores condicionales se sostiene, porque éstos castigan a los depredadores, ya sea no interactuando con ellos. La sanción “social” al no cooperador es entonces de fundamental importancia para sostener la cooperación.

Pero castigar al no cooperador puede ser costoso. Uno camina por la calle y recrimina a quien no levanta lo que su perro deja y tal vez reciba una mala reacción como respuesta, mejor que lo haga otro. Y si nadie sanciona esas conductas, entonces los no cooperadores persisten.

Las sociedades más prósperas son también aquellas donde la mayor parte de las normas las imponen las mismas personas. Es cuando uno tira un papel en la calle y viene alguien a decirle que eso no se hace, que hay cestos para la basura.

Lo mismo con el aislamiento preventivo ante la pandemia, el control social puede imponer la cooperación, pero si predomina el castigo a los que castigan esto fracasa.

Estamos entonces ante una gran oportunidad para aprender una fundamental lección. Si somos capaces nosotros mismos de imponer los controles necesarios para combatir el corona virus, entonces aprenderemos los beneficios de la cooperación voluntaria y descubriremos cuántos otros “bienes públicos” podemos proveer en forma cooperativa y voluntaria.

Incluso estas soluciones pueden no ser tan draconianas y costosas como las que el estado impone. Con aislar a nuestros mayores, mantener la distancia social y otras medidas podríamos tal vez también mantener en funcionamiento al proceso productivo antes de que llegue el momento en que nos preocupe mucho más la escasez de bienes y servicios que la extensión del virus.

Y cuando esto pase, como pasó la fiebre amarilla en 1871 gracias a la cooperación voluntaria de los vecinos de Buenos Aires, veremos si somos capaces de ser una sociedad de cooperadores condicionales o somos zombies.

Artículo en Pulso, La Tercera, de Chile: El partido político Cepal

EL PARTIDO POLITICO CEPAL

Martín Krause

Profesor de Economía, UBA; Consejo Académico, Fundación Libertad y Progreso

Hagamos este ejercicio: abajo encontrará ciertos comentarios y tiene usted que decir a un dirigente de qué partido político podrían pertenecer. O, al menos, en qué posición del espectro político se encuentra. Aquí van:

“La gran fábrica latinoamericana de desigualdad sigue siendo la brecha entre compañías grandes y pequeñas.

  1. ¿Por qué la política industrial ha sido, por muchos años, un anatema en Latinoamérica?
  2. Por el neoliberalismo puro y duro; por la escuela de Milton Friedman. El consenso de Washington tuvo un gran impacto en países como Chile, y el resultado es una economía desigual y nada diversa. En general, el modelo económico que se ha aplicado en América Latina está agotado: es extractivista, concentra la riqueza en pocas manos y apenas tiene innovación tecnológica.”

¿Alguna idea? Va más:

“No es el mercado el que nos va a llevar, por ejemplo, a más innovación tecnológica.“

… Pienso en Apple, IBM, Intel, Google (Alphabet), Oracle, Samsung, Tesla, Whole Foods ….

Más declaraciones:

“P. Llevan años apuntando a la desigualdad y a la necesidad de cambiar el modelo de desarrollo de la región. Sin mucho éxito: los Gobiernos apenas les han hecho caso. ¿Siente que han predicado en el desierto?

  1. Lo que ocurre es que no hemos logrado penetrar en la estructura misma: no hemos logrado un pacto social entre Estado, empleadores y trabajadores, como el de los países nórdicos, para cerrar la enorme disparidad entre el trabajo y el capital. Ahí sí siento que hemos predicado en el desierto: todos hablamos de mayores y mejores empleos, de formalización… Lo que hace falta es una vuelta estructural del modelo.”

¿Tiene ya una respuesta?

Pues se trata de Alicia Bárcena, Secretaria Ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), un organismo que es parte de Naciones Unidas, en declaraciones a El País, Madrid, 6/2/20.

Tratemos en entender esto. Se trata de un organismo internacional, financiado por Estados y no un partido político o un think tank con una agenda definida. Sin embargo, financiado con dineros públicos, eso es lo que es. Se supone que un organismo público debería, al menos, presentar las distintas visiones que se encuentran entre los contribuyentes que lo sostienen.

Nada de eso. Nunca fue así. Ya desde Raúl Prebisch, quien fue Secretario Ejecutivo de 1950 a 1963, desarrolló y se embanderó en lo que denomina “estructuralismo”, proponiendo el proteccionismo, la sustitución de importaciones, el análisis de “centro y periferia”, etc. Esas políticas llevaron a varios países al colapso hiperinflacionario en los años 1980s. Tal fue el fracaso que incluso alguno de sus principales teóricos, como Fernando Henrique Cardoso, nada de eso hizo cuando llegó a la presidencia de Brasil a parar la hiper y sacó el país de ese pozo siguiendo políticas que ahora la Secretaria Ejecutiva llamaría “neoliberalismo puro y duro”.

Resulta que el modelo económico aplicado en la región está agotado. ¿A cuál se refiere? No hay ninguna referencia a Venezuela o Cuba, tampoco ningún comentario sobre Bolivia y, como señalé antes al agotamiento del mismo modelo que la Cepal parece seguir promoviendo ahora, eso sí, con un nuevo tinte tecnológico y ambiental.

Por cierto, la gente tiene todo el derecho a opinar como le parezca y a juntarse con aquellos que piensan en forma similar para promover ciertas ideas. Eso es incuestionable. Pero distinto es cuando se trata del dinero de todos. Al menos habría que respetar las ideas diversas que tienen los contribuyentes que pagan sueldos, viajes y vacaciones.

La Cepal no tiene razón de existir, su trabajo hasta aquí no justifica el dinero gastado y sus argumentos tendrían mucho más peso moral si fueran autofinanciados por quienes así piensan.

Artículo en La Nación: La grieta que nos separa del progreso…. políticos de un lado, progreso del otro

Artículo en La Nación: https://www.lanacion.com.ar/opinion/columnistas/lore-con-verit-ip-ercipla-grieta-que-nos-separa-del-progreso-nid2341567

Sabemos que la grieta política sigue existiendo, pero no es la más importante. Mucho peor es la que nos separa del progreso. Esta es una en la que los dos contendientes de la grieta local se encuentran en buena medida del mismo lado. En la cual encontramos a los políticos de un lado y a las posibilidades de progreso del otro. Estas últimas dependen de la calidad institucional de los países, y estas, a su vez, de las ideas y los valores que predominan en cada sociedad. Según el Índice de Calidad Institucional que publica la Fundación Libertad y Progreso, la Argentina ocupó su peor lugar en 2016: la posición 142. En verdad, dados la forma en que se calcula este indicador y el rezago en los datos, se refiere a la situación en 2015, y en algunos casos hasta un poco antes. A partir de allí, mejoró 30 posiciones, hasta alcanzar el puesto 112 en 2019. El recorrido ascendente refleja cambios tales como una mayor independencia de la Justicia y de los medios en el ámbito de las instituciones políticas, y la eliminación del cepo y la salida del default en el de las instituciones de mercado. Aún no está disponible el ICI 2020, pero es muy probable que ese recorrido se haya cortado y la Argentina vuelva a caer, a partir de muchas medidas que se tomaron desde la crisis de 2018.

Ese camino parece tener una fecha de comienzo: 28 de diciembre de 2017. Fue el día en que el jefe de Gabinete, Marcos Peña; el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne; el ministro de Finanzas, Luis Caputo, y el presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, brindaron una conferencia de prensa en la que anunciaron la modificación de la política de objetivos de inflación aplicada hasta el momento. Es oportuno centrar la atención en el deterioro de la calidad institucional en el ámbito de la moneda, como un reflejo de la mencionada brecha que nos separa del progreso. Al margen de las opiniones que se puedan tener respecto del cambio de política monetaria, la presencia del presidente del Banco Central, sin participar demasiado de los anuncios, mostró la debilidad institucional monetaria, reflejada en la falta de independencia de la autoridad. Tampoco existía antes: Sturzenegger fue nombrado por Macri y no era «independiente» de las preferencias políticas de este, pero hasta ese momento aparecía actuando según su propio criterio y el del directorio del BCRA.

Era una independencia muy débil, más en un país que no la tiene desde hace décadas y cuyo historial reclama acciones mucho más drásticas: cualquiera que haya perdido dieciséis ceros en el valor del producto que vende no solo muestra que está en la quiebra, sino que merece su cierre. Ningún argentino ahorra en su moneda, a menos que le ofrezcan una «bicicleta» tan rentable como riesgosa. El peso es aquel instrumento con el que se licúan los salarios de los trabajadores y las jubilaciones de los retirados.

Por supuesto que la independencia no garantiza evitar el error, el cual ocurre sistemáticamente: los bancos centrales se equivocan emitiendo de más o emitiendo de menos de lo que el mercado demanda, y cuando aciertan muestran también que son superfluos, ya que eso es lo que el mercado habría provisto. Es verdad, las monedas más fuertes del mundo son obra de banqueros centrales que se equivocan menos que los nuestros y que son más independientes como para resistir las presiones políticas.

El segundo punto que genera una relativa mejor calidad institucional monetaria es la sujeción a reglas. Las monedas más fuertes creen no tener necesidad de someterse a ellas, aunque muchas veces lo hacen de facto, tal el caso de la regla de Taylor, que muchos banqueros siguen sin que les sea impuesta. En países con mala calidad institucional monetaria la necesidad de una regla es mucho mayor y se extiende al ámbito fiscal. Poco sirve una regla que restrinja o elimine la política monetaria si a su lado florece el despilfarro fiscal: la convertibilidad no fue suficiente para evitar ese colapso. Incluso una regla fiscal que elimine el déficit operativo (que no elimina todo el déficit) no es suficiente si se logra con un nivel de gasto público y de impuestos que sofoca y mata a quienes producen y generan algo de riqueza. Así es como el problema institucional económico argentino es muy serio. De hecho, el ICI consta de dos subíndices: uno de instituciones políticas y otro de instituciones de mercado. En 2019 ocupamos el puesto 78 en las primeras y el 138 en las segundas, detrás de Níger, Haití y Bolivia.

Pero lo peor de todo son las ideas y los valores que predominan en la política argentina, y tal vez en los votantes, quienes no muestran ninguna intención de llevar adelante cambios que mejoren la calidad institucional. Empecemos de nuevo con la política monetaria. No solamente Guido Sandleris no era «independiente» respecto del gobierno, sino que además renuncia a su mandato cuando va a asumir el nuevo gobierno, «para allanar el camino para que el presidente electo designe a quien considere adecuado», reconociendo que se trata de una tradición argentina. Por supuesto, una tradición que no aportó nada a los argentinos. Además, calidad institucional significa límites al poder, y esto es exactamente lo contrario. No se trata de «allanar» el camino al gobernante, sino de limitarlo. La calidad institucional incluye aspectos básicos como la división de poderes, la independencia de la Justicia, la renovación de mandatos, la libertad de prensa, y si el Estado va a tener una moneda (los argentinos, al menos para sus ahorros han elegido otra), que al menos sea estable y que no se vea sometida a las necesidades fiscales del gobierno de turno.

Nada de eso pasa por la cabeza de los políticos locales. En definitiva, es lógico: quieren tener las manos libres, el camino allanado, quieren tener el poder. Y como mencionara antes, instituciones significan menos poder para quienquiera que sea el gobernante. Los tres primeros puestos del Índice de Calidad Institucional los ocupan Nueva Zelanda, Dinamarca y Suiza. Probablemente ninguno de los lectores recordará el nombre de su gobernante. Borges decía que tal vez ni siquiera los suizos lo saben. Pero son países que progresan, que ofrecen más y mejores oportunidades a sus ciudadanos. Si vamos al final de la lista, todos sabemos quién es el gobernante de Corea del Norte, y en el caso de América, de Venezuela. Así que, en definitiva, la brecha que nos separa del progreso es una brecha de normas, de reglas de juego y, sobre todo, de limitaciones al poder. Hace rato que lo único que discutimos es quién se hará cargo del poder, nunca discutimos cuál será la dimensión de este. Y así, discutiendo personas, nombres, carismas, dejamos que las instituciones se deterioren y las oportunidades de progreso se cierren.

Donald Trump propuso a Judy Shelton para el board de la Reserva Federal. La descalifican porque le gusta el patrón oro (¿??)

Donald Trump propuso como miembro del Board de la Reserva Federal a  Judy Shelton. Muchos la critican ahora porque tendría opiniones favorables al patrón oro.

James Dorn, en el blog del Cato, comenta al respecto: https://www.cato.org/blog/classical-gold-standard-can-inform-monetary-policy?utm_campaign=Cato%20Today&utm_source=hs_email&utm_medium=email&utm_content=84344530&_hsenc=p2ANqtz-9ySi49lZiuu4_vIFQwaa-nzAoFEUuPrwNW-PB4xwmdTNRM11oFVE2cHu5qL0zhDobodvGtiSLDWRFb-7Ys145tmUjWUw&_hsmi=84344530

Aquí sus conclusiones:

¿Qué aportarían los principios del oro a la Fed?

Si uno no es apto para servir en la Junta de la Reserva Federal porque él o ella ve la belleza del patrón oro clásico, entonces a Alan Greenspan tampoco se le debería haber permitido servir en la Junta. Él también fue un fuerte defensor del patrón oro clásico. En 1966, escribió:

Un antagonismo casi histérico hacia el patrón oro es un tema que une a los estatistas de todas las persuasiones. Parecen sentir, quizás más clara y sutilmente que muchos defensores consistentes del laissez-faire, que el oro y la libertad económica son inseparables, que el patrón oro es un instrumento del laissez-faire y que cada uno implica y requiere al otro. Para comprender la fuente de su antagonismo, primero es necesario comprender el papel específico del oro en una sociedad libre.

La operación del estándar de oro clásico ofreció muchas lecciones, incluida la importancia de los contratos privados exigibles bajo un estado de derecho justo, sobre cómo se podría mejorar el sistema existente. Esto no significa que necesariamente debamos volver a ese estándar. Simplemente significa que no debemos descartar ese sistema como una «idea chiflada». Karl Brunner , cofundador del Comité de Mercado Abierto de la Sombra, por ejemplo, una vez llamó a un «club de estabilidad financiera» internacional en el que los estados miembros estarían de acuerdo en obligarse a una regla monetaria y así ayudar a reducir la incertidumbre inherente a un gobierno discrecional. régimen de dinero fiduciario. Volver a la política monetaria basada en reglas sería, en sí mismo, honrar las lecciones aprendidas durante la era del patrón oro.

Aunque Greenspan elogió el estándar de oro clásico, se dio cuenta de que, una vez designado, tendría que trabajar dentro del marco legal existente, no abogar por un regreso al patrón de oro anterior a 1914. Sin embargo, su conocimiento de cómo funcionaba ese sistema para mantener el valor del dinero, y para permitir que las tasas de interés, no los banqueros centrales, asignaran capital escaso, ayudó a informar su enfoque de la política monetaria en la Fed. Incluso muchos años después de que comenzó su largo mandato como presidente de la Fed, Greenspan declaró, en una audiencia en el Congreso de 2001: «Señor presidente, siempre que tenga moneda fiduciaria, que es un asunto estatutario, un banco central que funcione adecuadamente se esforzará por, en muchos casos, replica lo que generaría un estándar de oro «.