Cien mil «free riders» en Buenos Aires para los ejemplos de Samuelson y Mankiw. Sigan buscando.

Es muy frecuente utilizar ejemplos en el análisis económico. Esos ejemplos pueden ser “hipotéticos” o “históricos”. ¿Cuáles son mejores? Veamos esto con los casos de Samuelson y Mankiw.

Los hipotéticos tienen la ventaja de ser más “puros”. Es decir, uno los puede armar para que no estén influidos por otras variables que puedan estar en juego en un ejemplo histórico. En este caso se puede discutir su lógica. Los eventos históricos, por otra parte, son el resultado de muchas variables diferentes, por lo que es difícil encontrar algunos que presenten claramente una teoría y sus conclusiones. Pero los hay.

Uno famoso de estos últimos ha sido el caso de los faros, que Samuelson planteara como ejemplo de “bien público” que no podría ser provisto voluntariamente por la existencia de “free riders” o usuarios gratuitos. Coase, en un famoso artículo (The lighthouse in economics, Journal of Law and Economics, 1974), sepultó el ejemplo de Samuelson analizando la historia de la provisión privada de faros en Inglaterra.

Gregory Mankiw, el reconocido profesor de Harvard, trata el mismo tema pero esta vez no cae en el error de presentar un caso histórico que luego es refutado. Presenta un caso hipotético. En su libro “Principles of Economics” (1998), desarrolla el caso de un pequeño pueblo, Smalltown, donde no habría fuegos artificiales el 4 de Julio porque como no se puede excluir a quienes no pagan, todos buscarían ser “colados”. Por esa razón, los provee el gobierno local.

Fireworks

Dice Mankiw: “La historia de Smalltown es estilizada, pero también es realista. En verdad, muchos gobiernos en los Estados Unidos pagan los fuegos artificiales del 4 de Julio. Más aun, la historia muestra una lección general sobre los bienes públicos: debido a que son no-excluyentes, el problema del free rider impide que el mercado privado los provea. El gobierno, sin embargo, puede potencialmente remediar el problema. Si el gobierno decide que los beneficios totales exceden a los costos, puede proveer el bien público y pagarlo con recursos impositivos, mejorando la situación de todos” (p. 222).

Bueno, ayer tuvimos un ejemplo en Buenos Aires que vuelve a cuestionar el caso, tanto hipotético como histórico, de Mankiw y Samuelson. La historia aparece publicada en La Nación con el título: “Buenos Aires se iluminó al ritmo de 8000 fuegos de artificio”: http://www.lanacion.com.ar/1752442-buenos-aires-se-ilumino-al-ritmo-de-8000-fuegos-de-artificio

¿Fue esto organizado por el gobierno? No.

Dice el artículo: “Miles de vecinos de la ciudad y del conurbano norte y sur disfrutaron anoche de los shows de fuegos artificiales organizados por los centros de compras que funcionan en el área metropolitana para celebrar la cercanía del final de 2014. Por décimo año consecutivo, tres shoppings pertenecientes a Alto Palermo Centros Comerciales SA (APSA) y otras dos locaciones en la Capital sirvieron como escenario del lanzamiento de fuegos de artificio que en forma simultánea, desde las 21.30, brindaron un inolvidable y colorido espectáculo en un cielo diáfano. Se estima que unas 100.000 personas pudieron observar el festival de luces.”

¡Hubo 100.000 free riders! Y, así y todo, los fuegos fueron provistos y financiados por el sector privado. La respuesta ya la había dado Coase: la publicidad es una forma de financiar este tipo de bienes, al igual que la publicidad financia la radio o la TV abierta.

Sigan participando. Sigan buscando ejemplos, hipotéticos o históricos, pero la realidad sigue mostrando que los mercados proveen incluso este tipo de bienes.

Sobre la provisión privada y voluntaria de bienes públicos. Hubo faros y se vienen las boyas y balizas

Es más que conocida ya la discusión sobre los bienes públicos y el ejemplo de los faros como el de un tipo de servicio que no podría ser provisto privadamente debido a que no se puede excluir a quienes no pagan y que el consumo de unos no reduce el de otros. Estaré presentando un paper en el próximo Congreso de Economía Austriaca de Rosario sobre este tema en relación a boyas y balizas: http://escuelaaustriaca.org/esp/inicio_esp.php

Va algo introductorio sobre el tema del cap. 7 del libro:

Faro

Comenta Coase una historia de notable espíritu emprendedor, relacionada con el famoso faro de Eddystone, en un peñasco de rocas a 20 kilómetros de Plymouth. El Almirantazgo británico recibió un pedido para construir un faro pero Trinity House consideró que era imposible, pero en 1692 un emprendedor, Walter Whitfield hizo un acuerdo con Trinity House por el que se comprometía a construirlo compartiendo las ganancias. Nunca llegó a construirlo, pero sus derechos fueron transferidos a Henry Winstanley quien negoció un mejor trato: recibiría todas las ganancias en los primeros cinco años y luego los repartiría por igual con Trinity House por 50 años. Construyó una torre primero y luego la reemplazó por otra finalizada en 1699 pero una gran tormenta en 1703 lo destruyó y se cobró las vidas de Winstanley y algunos de sus trabajadores. Dice Coase (p. 364): “Si la construcción de faros hubiera quedado solamente en manos de hombres motivados por el interés público, Eddystone hubiera permanecido sin faro por largo tiempo. Pero la perspectiva de ganancias privadas asomó nuevamente su horrible cara”.

Otros dos emprendedores, Lovett y Rudyerd decidieron construirlo de nuevo, y el acuerdo fue en mejores términos: una concesión por 99 años con una renta anual de 100 libras y el cien por cien de las ganancias para los constructores. El nuevo faro se completó en 1709 y operó hasta 1755 cuando fue destruido por un incendio. La concesión, que tenía todavía unos 50 años por delante, había pasado a otras manos y los nuevos propietarios decidieron construirlo de nuevo para lo que contrataron al mejor ingeniero de esos tiempos, John Smeaton, quien completó una nueva estructura de piedra en 1759 operando hasta 1882, cuando fue reemplazado por una nueva estructura por Trinity House.

Según Coase un informe del Comité de faros de 1834 reporta la existencia de 42 faros en manos de Trinity House, 3 concesionados por ella a individuos, 7 concesionados por la Corona a individuos particulares, 4 en manos de propietarios bajo distintos permisos, un total de 56 de los cuales 14 estaban en manos privadas bajo distintos acuerdos de propiedad. Trinity House, recelosa de la competencia, y argumentando que bajo su égida los peajes serían más bajos terminó consiguiendo el monopolio de los faros, todos pasaron a su órbita.

En una directa respuesta a Mill, Sidgwick, Pigou y Samuelson, Coase concluye que “… los economistas no deberían utilizar a los faros como un ejemplo de servicio que puede ser provisto solamente por el Estado. Pero este trabajo no intenta resolver la cuestión de cómo debería organizarse y financiarse el servicio de faros. Eso deberá esperar estudios más detallados. Entretanto, los economistas que deseen señalar un servicio como mejor provisto por el Estado deberían utilizar un ejemplo que tenga más fundamento”.

Encontrarlos no será sencillo, sobre todo teniendo en cuenta las objeciones que señala, por ejemplo, Hoppe (1993, p. 5): “Aun el análisis más superficial no dejaría de señalar que utilizar el mencionado criterio de no exclusión, más que presentar una solución sensible, lo pondría a uno en problemas. Si bien a primera vista parece que algunos de los bienes y servicios provistos por el estado califican ciertamente como bienes públicos, por cierto que no resulta obvio cuántos de esos bienes que son provistos por los estados caen bajo la definición de bienes públicos. Ferrocarriles, servicios postales, teléfonos, calles y otros parecen ser bienes cuyo uso puede ser restringido a las personas que los financian y parecen, por lo tanto, ser bienes privados. Y lo mismo parece ser en el caso de ese bien multidimensional llamado ‘seguridad’: todo para lo que podría obtenerse un seguro debería calificar como un bien privado. Sin embargo, esto no es suficiente. De la misma forma en que muchos de los bienes provistos por el estado parecen ser bienes privados, muchos bienes producidos privadamente parecen caer en la categoría de bienes públicos. Claramente, mis vecinos se beneficiarían de mi prolijo jardín de rosas – disfrutarían la vista del mismo sin tener que ayudarme con él. Lo mismo sucede con todo tipo de mejoras que podría realizar en mi propiedad las que mejorarían también el valor de las propiedades vecinas. Aun aquellos que no ponen dinero en su sombrero se benefician de la actuación de un músico callejero. Aquellos pasajeros en el ómnibus que no me ayudaron a comprarlo se benefician de mi desodorante. Y todo el que alguna vez se encuentre conmigo se beneficiaría de mis esfuerzos, realizados sin su apoyo financiero, de convertirme en la persona más sociable. Ahora bien, ¿tienen todos estos bienes –jardines de flores, mejoras en las propiedades, música en la calle, desodorantes, mejoras personales- siendo que claramente parecen poseer las características de bienes públicos, que ser provistos por el estado o con asistencia del mismo?”

Provisión estatal de bienes «públicos», la salud en Canadá y «Las Invasiones Bárbaras»

Las tareas originalmente asignadas al estado eran las vinculadas con la seguridad, tanto interna como externa, las que pueden ser explicadas en términos de bienes públicos, también las relaciones exteriores y la provisión de justicia, pero el espectro es ahora mayor incluyendo, entre otros, la promoción de productos de un país en el exterior, el desarrollo del arte y la cultura local, la ayuda a los carenciados y la promoción del deporte.

Pero la administración estatal de servicios se enfrenta a problemas de incentivos que le impiden alcanzar la eficiencia. En el sector público los incentivos de la administración son más débiles. Los buenos administradores no se pueden llevar parte de las ganancias, tampoco sufren las pérdidas. Sus incentivos son más débiles que los del sector privado y esto, sumado a la estabilidad de la que normalmente gozan en sus puestos, lleva a mayores niveles de ineficiencia. Estos se expresan normalmente en estructuras burocráticas pesadas, resistentes a los cambios y proclives a la corrupción. Los representantes políticos, por otra parte, están sujetos a premios y castigos que expresan los votantes en el momento de votar, pero son necesariamente de corto plazo, dada la necesaria renovación de los mandatos.

El Estado, además, provee necesariamente una sola cantidad del bien público. Es decir, cuando lo provee lo hace para todos, lo que no permite que se satisfagan preferencias diversas. Por ejemplo, el Estado provee un servicio de seguridad en la forma de policía y financia esto con el cobro de impuestos. Algunos podrían desear más policía y menos crimen, y estar dispuestos a pagar más impuestos por ello; otros podrían desear menos y gastar menos. Los que deseen más seguridad terminan contratándola en el mercado; los que desean menos no tienen forma de evitarlo, al menos legalmente, ya que podrían volverse evasores. En el mercado, cada uno decide la cantidad y calidad que quiere obtener sujeto a su restricción presupuestaria.

Esa lección elemental aparece hoy evidente en el caso de la salud en Canadá. Allí existe un “Sistema Nacional de Salud” administrado por el Estado, el cual suele ser mencionado como modelo por muchos médicos y políticos locales. No obstante, tal vez el lector recuerde haber visto la película “Las Invasiones Bárbaras”, donde lo que allí aparecía no era muy diferente de un hospital cualquiera en América Latina (Esmail y Walker, 2004).

Invasiones barbaras

Pues como en el sistema estatal no hay “precios”, lo que la economía nos enseña es que cuando no hay precios, o se acercan a cero para los usuarios, entonces la demanda se expande. Por supuesto que la no existencia de precios no significa que el sistema sea gratuito, alguien tiene que pagar los costos, y en este caso ese alguien es el gobierno. Pero para todos, incluso para el gobierno de Canadá, los recursos son escasos, sobre todo comparados con una demanda exacerbada por lo poco o nada que paga el consumidor. A ese exceso de demanda sobre oferta le queda sólo un camino: ajustar por cantidad, habrá tan sólo tantos consumidores satisfechos como la oferta pueda atender, y el resto deberá esperar.

Al respecto, el informe mencionado muestra que el tiempo de espera promedio desde que el paciente es atendido por un médico clínico hasta el tratamiento para 12 especialidades y 10 provincias estudiadas es de 17,9 semanas, un poco más que las 17,7 semanas de 2003. Esta espera se compone de dos períodos diferentes. El primero es la derivación del médico clínico a la consulta con el especialista, la que alcanza las 8,4 semanas en promedio. El segundo es el tiempo entre la consulta con el especialista y el tratamiento, cuya espera es de 9,5 semanas.

Por supuesto que aquellas situaciones más graves tienen períodos de espera menores, no es lo mismo en cada especialidad. Así, por ejemplo, las de menor espera para ambos períodos juntos son: oncología (5,6 semanas), radiación oncológica (7,8 semanas) y cirugía general (9,9 semanas). Las esperas más largas se dan en cirugía ortopédica (37,9 semanas), cirugía plástica (35,8 semanas) y tratamiento oftalmológico (28,7 semanas). Los autores realizan también una comparación entre estos tiempos de espera y lo que los especialistas consideran que sería un tiempo “razonable”. Tomando en cuenta todas las especialidades concluyen que el tiempo de espera excede la razonable en un 88%.

Además de estas esperas, los pacientes deberían igualmente esperar cierta clase de tecnologías para diagnóstico, tales como tomografía computada, resonancia magnética y ultrasonido. La espera promedio para la primera es de 5,2 semanas, para la segunda de 12, 6 y para la tercera de 3,1 semanas. En cuanto a la cantidad de procedimientos que la gente estaba esperando al 30 de Junio de 2004, la cifra es de 815.663. Finalmente, los autores comentan que el sueño de un sistema de salud igualitario tampoco se estaría cumpliendo, ya que personajes famosos o conectados políticamente podrían eludir las listas de espera para cirugía cardiovascular, que los residentes suburbanos y rurales no tienen el mismo acceso, la igual que los de menores ingresos. Pero aún si fuera un sistema igualitario, estaría igualando a todos en la espera.

La cooperación voluntaria para superar problemas de acción colectiva

Un alumno leyó el Cap. 6 del libro, “¿Es posible la cooperación?”, donde se considera la posibilidad de que los problemas que se puedan presentar en el mercado se puedan resolver en forma cooperativa voluntaria. Aquí van sus comentarios y abajo contesto las preguntas:

• Resumen:

La tradicional teoría de juegos presenta al free rider como aquel individuo que se beneficia, mientras otros son los que asumen los costos o esfuerzos, convirtiéndose en la principal dificultad para que se provean voluntariamente bienes públicos. En el dilema del prisionero se muestra que, dado que cada uno de los jugadores persigue maximizar su beneficio, se llega a un equilibrio (resultado) menos favorable para ambos, producto de su falta de cooperación. Es decir, si cooperaran ambos terminarían mejor, se beneficiarían. Se utiliza este resultado para concluir que no podríamos esperar que los individuos cooperen voluntariamente. El análisis de tales incentivos es correcto. Pero no podemos olvidar que el dilema del prisionero es un one-shot game, y no hay comunicación entre ellos. Si se convirtiera en un juego repetido (o sucesivo), el incentivo sirve para cooperar en lugar de traicionar. El contacto y la interrelación constante fomentan la cooperación. Y en la vida en sociedad la mayor parte de los juegos son continuos y se desconoce cuándo terminarán. Por ejemplo en la relación laboral: las dos partes se encuentran en una relación continua, un contrato según el cual se intercambia trabajo y una paga. Las dos partes saben también que esa relación puede terminarse en cualquier momento, pero no saben la fecha cierta de ese fin y mientras no lo sepan, el incentivo a cooperar se mantiene.

• Dos temas nuevos o más interesantes de la lectura:

Temas interesantes: La economía experimental cuestiona el supuesto del individuo racional y maximizador de ingresos, y prefiere verificar las conclusiones de la teoría de los juegos con gente de carne y hueso. Se diseñan experimentos para verificar conductas. Respuestas interesantes y contundentes: los individuos muestran conductas de cooperación en porcentajes elevados. Esto invita a analizar a un individuo más complejo en sus conductas; permite considerar la posibilidad de cooperación voluntaria y también comprender las instancias de provisión de bienes públicos.

Las conclusiones de la psicología evolutiva: los incentivos a cooperar forman parte de nuestra estructura mental, desarrollada en largos procesos evolutivos. Dicho de otra manera: las personas tenemos estímulos naturales a cooperar, aunque no estemos determinados por esto a hacerlo.

• Tres preguntas para el autor:

  1. ¿Puede decirse que el hecho que el orden espontáneo, o mano invisible, genere a largo plazo prosperidad material, es una prueba de la natural cooperación de las personas, aunque no se esté muy consciente de tal cosa?

Por supuesto, es el gran aporte de la metáfora de Adam Smith, de que cada uno persigue su interés personal y termina cooperando con otros porque necesariamente tiene que ofrecerles algo que estos valoren porque satisface alguna necesidad o preferencia. Ese orden espontáneo permite coordinar las acciones de las personas, sin ser perfecto pero de la mejor forma posible.

  1. ¿Puede decirse que un acuerdo institucional que no permita la reelección gubernamental, puede entenderse como un one-shot game, genera incentivos a que el gobierno no aplique políticas que generen buenos resultados, pues saben que su mandato tiene fin conocido? ¿La reelección tendría como aspecto positivo que incentiva al gobierno a comportarse bien? ¿Qué puede decirse de la reelección indefinida?

Es correcto, la limitación del plazo genera incentivos a corto plazo que no serían así con la reeleción. Pero al mismo tiempo, queremos que exista la limitación de los mandatos como mecanismo de control de los abusos de poder. En verdad, enfrentamos una elección entre soluciones imperfectas. Por eso si el electo tiene su poder limitado, también tendrá limitada su capacidad de ocasionar daño.

  1. ¿Cómo superar al free riding y la inacción colectiva que no permiten que un país sin libertades económicas tienda a lograr éstas? ¿Hace falta una crisis para lograr la cooperación y se instituyan libertades económicas?

Las crisis siempre cumplen un papel. El incentivo a ser free rider está siempre presente en todo tipo de acción colectiva. Pero también existen los “emprendedores institucionales” o “emprendedores de ideas”, dispuestos a actuar por toda una serie de distintas razones, y motivados a proponer cambios. Algunos hasta arriesgan su vida en ello. Persiguen ciertos valores y están dispuestos a actuar por ellos.

Brasil, decime que se siente…, tener en casa… tanto gasto

Enlace

Cada vez que se organiza un Mundial o unos Juegos Olímpicos, el gobierno organizador justifica su decisión en los beneficios que se van a derramar en la economía.

Mundial 2014

Una encuesta de Gallup parece mostrar que los brasileños no comparten ese criterio: http://www.gallup.com/poll/172091/majority-brazilians-expect-world-cup-hurt-economy.aspx?utm_source=alert&utm_medium=email&utm_campaign=syndication&utm_content=morelink&utm_term=Economy%20-%20World

El 55% dice que el Mundial va a perjudicar a la economía, contra el 31% que dice que la va a beneficiar y un 5% que no va a tener impacto. Muchos dicen que el Mundial llevará a mucha gente a visitar Brasil, cosa que vemos en los estadios, pero la mitad no cree que sirva para mejorar la imagen del país.

La organización de un Mundial plantea un tema que se puede analizar bajo el concepto de “bienes públicos” y la encuesta podría estar dando una respuesta. ¿Es un Mundial un “bien público” tal cual lo define la economía, en el sentido de que no se puede excluir a nadie de sus beneficios?

La encuesta parece mostrar que no es así, podemos interpretar que el 55% está diciendo que el mundial, al menos, no va a beneficiar “su” propia economía.

Esto podría explicarse de esta forma. El Mundial ha requerido de millonarios gastos, que serán pagados por todos los contribuyentes brasileños en la proporción en que ahora pagan sus impuestos, más o menos. El Mundial trae beneficios: para las empresas que construyeron la infraestructura y sus trabajadores, para los que venden paquetes turísticos, para los restaurantes que reciben ahora más clientes, y hasta para los que viven en Roncinha y alquilar un cuarto a altos precios en dólares. Pero está claro que la distribución de estos beneficios no coincide con la distribución de los costos: algunos pagan más de los que cobran, otros cobran más de lo que pagan. Según la encuesta, parecería que la mayoría se siente entre los primeros.

Pero, de nuevo: ¿es un Mundial un “bien público” que cumple con la condición de “no exclusión” y no rivalidad en el consumo? Por supuesto que genera cierto tipo de externalidades pecuniarias positivas, y también negativas como se dijo antes, pero sí podría haber exclusión.

Supongamos que el Mundial hubiera sido organizado por la Confederación Brasileña de Fútbol, esto es, los clubes. Hubieran necesitado dinero para las inversiones, que tendría que haber salido de inversores, los que lo hubieran hecho en espera de beneficios que le permitirían recuperar la inversión. Es decir, en términos generales, que hubieran pagado aquellos que luego esperaban cobrar, se hubieran alineado costos y beneficios, al menos en mayor medida.

Algo que ahora no sucede, por eso hay muchos que no ven claros los resultados de tanto gasto.

Gustave de Molinari sobre la producción de seguridad en competencia

Los alumnos de Historia del Pensamiento Económico de la UBA leyeron a Gustave de Molinari (1819-1912), “Sobre la producción de seguridad”, en el marco de la consideración del tema de bienes públicos.

Gustave de Molinari

Va el comentario de una alumna, y luego sus preguntas:

“Es muy interesante lo que destaca Molinari, acerca de que los productores de seguridad son más fuertes que los consumidores, y por lo tanto es muy sencillo para aquellos imponer un régimen de monopolio a estos últimos. Las razas más fuertes y guerreras se han atribuido el gobierno exclusivo y antidemocrático de las sociedades. Y buscan a través de más conquistas y expansión sobre otras sociedades, la extensión de su mercado. El Nazismo es un claro ejemplo y la máxima expresión, de una raza que se ha considerado a sí misma superior y mediante el uso de la fuerza ha arrasado con grupos sociales más débiles.”

“Molinari tiene mucha razón al decir que el hecho de que existan razas o grupos sociales con mayor fuerza que otros, conlleva a la violencia y el terror e inevitablemente a la guerra.”

“Creo que la sociedad termina actuando bajo los regímenes gubernamentales bajo el terror que éstos imponen con su fuerza. Y no me refiero necesariamente al gobierno intra-nación, sino el gran poder que le da a un gobierno o a un régimen, ser los poseedores de las más importantes fuerzas armadas. Éstos son un asegurador de hegemonía creada bajo la imposición de terror por parte de estos gobiernos tan fuertes y poderosos.”

Aquí van sus preguntas, y las respuestas:

  1. Supongamos una situación de crisis económica, en la cual los precios se disparan a la suba y los salarios apenas alcanzan a los consumidores para obtener sus bienes. ¿No cree que éstos gastarían sus salarios en forma prioritaria en bienes de consumo, y dejarían al consumo de la seguridad en un segundo plano? Si estamos en situación de crisis, entiendo que aumentaría la inseguridad, pero al mismo tiempo los consumidores tendrían menos posibilidades de comprar más seguridad. Por lo tanto, ¿no considera que caeríamos en una situación caótica, en la cual los mercados dedicados a la producción de seguridad no tendrían los recursos para asegurar la seguridad de la sociedad? Si bien creo que su propuesta es muy buena para escapar de los regímenes autoritarios y violentos que son posibles, debido a su gran poder que ganan mediante la fuerza, me parece que no sería posible la producción de seguridad bajo un sistema de libre competencia. Pues, a mi entender, en una situación de crisis, situación en la cual la inseguridad tiende a aumentar, la provisión de seguridad sería posible bajo el sistema que tenemos hoy en día, al cual  usted llamó comunista, pero no bajo un sistema de libre competencia.

Respuesta: Puede ser, pero la seguridad es un bien básico, sin el que sería difícil conseguir los otros bienes y servicios básicos necesarios. Esos “proveedores” de seguridad, actuarían como las compañías de seguros, tendrían “reservas” para estas épocas de “siniestros”.

  1. ¿No considera que al ser muchos los productores de seguridad, hay más posibilidades de que éstos descubran que con su fuerza, o bien unidos con la fuerza de otros productores, pueden imponer un régimen de monopolio a los consumidores de seguridad?Respuesta: En tal caso se volverían un estado.
  2. Coincido sin dudas con usted, cuando afirma que bajo la producción de seguridad mediante la libre competencia nacerá una constante emulación entre todos los productores, esforzándose cada uno por aumentar o por mantener su clientela a través del incentivo de un buen precio o de una mejor, más rápida, y más completa justicia. ¿No considera que este mismo fin podría lograrse a través de la creación de más de un productor de seguridad, pero siempre todos dependiendo del mismo gobierno? Hoy en día existe una diferenciación entre lo que es la seguridad a nivel nacional y lo que es la seguridad a nivel provincial (policía federal/policía metropolitana por ejemplo). Quizá creando más productores de seguridad dependientes de estos gobiernos, podríamos lograr una competencia entre ellos, pero siempre bajo el régimen “comunista”, mediante el cual, la producción de seguridad depende de los gobiernos elegidos democráticamente por el pueblo.Respuesta: En verdad lo que hace falta es que actúen bajo un paraguas general de normas de orden superior que resuelvan los problemas entre ellos. Podemos llamar a esto “gobierno”, pero podría ser el fruto de acuerdos entre los mismos productores de seguridad para elegir mediadores o árbitros en caso de conflictos. De nuevo, similar a como hacen actualmente las compañías de seguros para resolver casos de “siniestros” que involucren a clientes de unas y otras. Y los clientes preferirían aquellas compañías que muestren tener esos convenios con la mayor cantidad de otras compañías.

 

Más sobre los faros, Coase, la provisión privada y el GPS

Los alumnos de Historia del Pensamiento Económico de la UBA leyeron a Ronald Coase, “El faro en la economía”, en el marco de la consideración del tema de bienes públicos.

Faro_Roker

Va el comentario de unos alumnos, y luego sus preguntas:

“El aporte de Coase es muy importante dado que, desafiando el ejemplo más común sobre los bienes públicos y argumentando que el servicio de faros puede ser provisto por agentes privados, obliga a revisar toda la teoría tradicional sobre este tema.”

“Sin embargo, no debemos perder de vista que en este rubro no existe libre mercado y los agentes privados sólo tienen beneficios porque el Estado les da la potestad de exigir el pago de peajes o impuestos.”

“Considero que el desarrollo de Coase debe recordarnos que no se debe descuidar el nivel de abstracción dentro de la teoría económica, lo cual resulta más usual en estos tiempos. Un buen análisis económico debe tener una base teórica fuerte que le de su carácter científico pero también un sustento empírico que la fundamente, de lo contrario carecería de aplicabilidad”.

Esto último es muy importante. Digámoslo de otra forma: la teoría nos tiene que servir para entender la realidad. Si no lo hace, no nos sirve. Según la teoría de los bienes públicos desarrollada por algunos clásicos, pero sobre todo la versión de Samuelson, los faros privados no podrían existir. Coase señala que la historia muestra que lo fueron por varios centenares de años. De allí que sea muy correcta la afirmación anterior respecto a que “obliga a revisar toda la teoría tradicional sobre este tema”.

Otro comentario:

“En el texto es interesante ver como se cuestiona el uso de un ejemplo tan clásico para la explicación de externalidades y de cómo se justifica la intervención del estado para la prestación de varios servicios. De hecho, en la materia Finanzas Públicas, donde se ven estas cuestiones, es común el uso del manual de Stiglitz, donde figura el ejemplo del faro, sin ponerlo en tela de juicio” (¡!!)

“También es interesante pensar que como este ejemplo, deben existir muchísimos ejemplos tomados como mera ilustración que si se analizan en detalle, no deben funcionar como ejemplo, dejándonos a los economistas con cada vez menos herramientas”

Aquí van sus preguntas, y las respuestas:

  1. ¿Cómo trataría una empresa privada el caso de los “free riders”, muy común en el servicio de faros?Respuesta: He comentado esto en un post anterior: https://bazar.ufm.edu/wp-admin/post.php?post=534&action=edit donde señalo la provisión totalmente privada de boyas y balizas en el Río de la Plata.Eran otras épocas, ahora podrían simplemente activar el faro por medio de un celular; o, lo que ha sucedido, simplemente usar el GPS.
  2. Otros autores han señalado que los emprendedores buscarían soluciones diversas: unos pensaron que se podría hacer que los barcos indicaran por radio su necesidad de recibir el servicio de faro, y éste se encendería luego de asegurar el pago; otros sugirieron que el proveedor destacaría botes en la ruta de los barcos para ofrecerles y contratar el servicio.
  3. ¿Cuáles son las fuentes de ineficiencia a las que se refiere Coase cuando habla de la propiedad estatal de los faros?

Respuesta: Las usuales en el sector estatal: incentivos débiles para la gestión, permeabilidad al lobby, etc.

  1. ¿Tiene incentivos el sector privado para mejorar la eficiencia del servicio?Respuesta: Ya lo ha hecho, ahora hay GPS.