Richard Cantillon y el peor problema de la inflación: el impacto de la emisión monetaria en los precios relativos

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico y Social, UCEMA, vemos a Richard Cantillon en su Ensayo sobre la Naturaleza del Comercio en General. Cantillon fue seguramente un personaje, nacido en Irlanda pero luego desarrollando sus actividades empresariales en Francia, escribió ese libro que bien puede compartir el podio con La Riqueza de las Naciones de Adam Smith.

Allí, no solamente describe con elegancia y precisión el impacto de la mayor cantidad de dinero, sino que, en la parte del texto que leemos, presenta el que luego fuera llamado “efecto Cantillon”, esto es, que el impacto de la emisión de dinero no eleva a todos los precios por igual, sino que distorsiona los precios relativos. Acá un par de párrafos donde presenta esta idea:

“Supongamos ahora que a causa de la residencia de embajadores y viajeros extranjeros en Inglaterra se haya introducido en la circulación otro tanto de dinero del que había al principio; este dinero pasará primero por las manos de diversos artesanos, criados, empresarios, etc., que hayan participado en las empresas de transporte, diversiones, etc., de estos extranjeros; los industriales, colonos u otros empresarios sentirán el efecto de este aumento de dinero, gracias al cual se creará, en un gran número de personas, la costumbre de un gasto mayor que en el pasado, lo que en consecuencia encarecerá los precios del mercado. Incluso los hijos de estos empresarios y artesanos incurrirán en nuevos gastos: en esta situación de abundancia sus padres les darán dinero para sus placeres menudos, y con ellos comprarán pasteles y otras golosinas, y esta nueva cantidad de dinero se distribuirá de tal modo que ciertas personas antes privadas de dinero podrán ahora disponer de él. Muchas compras que anteriormente se hacían por evaluación se efectuarán en lo sucesivo con dinero en mano y, por consiguiente, será mayor la velocidad de circulación del dinero que la que antes existía en Inglaterra. De todo esto induzco que cuando se introduce doble cantidad de dinero en un Estado no siempre se duplica el precio de los productos y mercaderías. Un río que se desliza y serpentea por su cauce no corre con doble rapidez porque se duplique el caudal de sus aguas. La proporción de carestía que el aumento y la cantidad de dinero introducen en un Estado dependerá del rumbo que este dinero imprima al consumo y a la circulación. Cualesquiera que sean las manos por donde pase el dinero que se ha introducido en la circulación aumentará naturalmente el consumo; pero este consumo será más o menos grande según los casos, y afectará en mayor o menor escala a ciertas especies de artículos o mercaderías, según el capricho de los que adquieren el dinero. Los precios de mercado se encarecerán más para ciertas especies que para otras, por abundante que sea el dinero. En Inglaterra el precio de la carne podrá encarecerse al triple, mientras que el precio del trigo sólo se aumenta en una cuarta parte.”

Y luego:
“De ello infiero que un aumento de dinero efectivo en un Estado provoca siempre, en él, un aumento de consumo y la costumbre de un más elevado nivel de gastos. Pero la carestía originaRichada por ese incremento de dinero no se distribuye por igual entre todas las especies de productos y mercaderías, proporcionalmente a la cantidad de dinero incrementado, a menos que dicho incremento penetre por los mismos canales de circulación que el dinero primitivo, es decir, a menos que los que ofrecían en los mercados una onza de plata no sean los mismos y los únicos que allí ofrecen ahora dos onzas, cuando la cantidad de dinero en circulación se duplica, lo que nunca ocurre. Se comprende, así, que cuando en un Estado se introduce una respetable cantidad de dinero excedente, este dinero nuevo dé un nuevo giro al consumo, e incluso una nueva velocidad a la circulación, si bien no es posible indicar en qué medida.”

La Nueva Economía Institucional: North, Ostrom, los cambios en precios relativos y las ideas e ideologías

Con los alumnos de la materia Escuela Austriaca y Economía Institucional, de UCEMA, vemos ahora algunos autores importantes de la Nueva Economía Institucional, incluyendo a Douglass North, quien (junto con Thomas), presenta su visión original sobre el crecimiento del mundo occidental y más adelante muestra un cierto cambio en su visión, sin tanto énfasis en los cambios institucionales a partir de cambios en los precios relativos, y mayor énfasis en la influencia de las ideas e ideologías. También vemos a la primera mujer en obtener el Premio Nobel en Economía, Elinor Ostrom. Estas son las lecturas

North & Thomas; Una teoría económica del crecimiento del mundo occidental: https://riim.eseade.edu.ar/wp-content/uploads/2016/08/North-Thomas.pdf \

 

Instituciones, Ideología y Desempeño Económico: http://www.elcato.org/instituciones-ideologia-y-desempeno-economico

 

Ostrom, Elinor, Beyond Markets and States: http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/economic-sciences/laureates/2009/ostrom-lecture.html

 

Ménard, Claude (Centre d’Economie de La Sorbonne, University of Paris). “Disentangling institutions: a challenge”. Agric Econ 10, 16 (2022). https://doi.org/10.1186/s40100-022-00223-w\\

Richard Cantillon, ¿la emisión monetaria y su impacto en los precios en general o en los precios relativos?

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico y Social, UCEMA, vemos a Richard Cantillon en su Ensayo sobre la Naturaleza del Comercio en General. Cantillon fue seguramente un personaje, nacido en Irlanda pero luego desarrollando sus actividades empresariales en Francia, escribió ese libro que bien puede compartir el podio con La Riqueza de las Naciones de Adam Smith.

Allí, no solamente describe con elegancia y precisión el impacto de la mayor cantidad de dinero, sino que, en la parte del texto que leemos, presenta el que luego fuera llamado “efecto Cantillon”, esto es, que el impacto de la emisión de dinero no eleva a todos los precios por igual, sino que distorsiona los precios relativos. Acá un par de párrafos donde presenta esta idea:

“Supongamos ahora que a causa de la residencia de embajadores y viajeros extranjeros en Inglaterra se haya introducido en la circulación otro tanto de dinero del que había al principio; este dinero pasará primero por las manos de diversos artesanos, criados, empresarios, etc., que hayan participado en las empresas de transporte, diversiones, etc., de estos extranjeros; los industriales, colonos u otros empresarios sentirán el efecto de este aumento de dinero, gracias al cual se creará, en un gran número de personas, la costumbre de un gasto mayor que en el pasado, lo que en consecuencia encarecerá los precios del mercado. Incluso los hijos de estos empresarios y artesanos incurrirán en nuevos gastos: en esta situación de abundancia sus padres les darán dinero para sus placeres menudos, y con ellos comprarán pasteles y otras golosinas, y esta nueva cantidad de dinero se distribuirá de tal modo que ciertas personas antes privadas de dinero podrán ahora disponer de él. Muchas compras que anteriormente se hacían por evaluación se efectuarán en lo sucesivo con dinero en mano y, por consiguiente, será mayor la velocidad de circulación del dinero que la que antes existía en Inglaterra. De todo esto induzco que cuando se introduce doble cantidad de dinero en un Estado no siempre se duplica el precio de los productos y mercaderías. Un río que se desliza y serpentea por su cauce no corre con doble rapidez porque se duplique el caudal de sus aguas. La proporción de carestía que el aumento y la cantidad de dinero introducen en un Estado dependerá del rumbo que este dinero imprima al consumo y a la circulación. Cualesquiera que sean las manos por donde pase el dinero que se ha introducido en la circulación aumentará naturalmente el consumo; pero este consumo será más o menos grande según los casos, y afectará en mayor o menor escala a ciertas especies de artículos o mercaderías, según el capricho de los que adquieren el dinero. Los precios de mercado se encarecerán más para ciertas especies que para otras, por abundante que sea el dinero. En Inglaterra el precio de la carne podrá encarecerse al triple, mientras que el precio del trigo sólo se aumenta en una cuarta parte.”

Y luego:
“De ello infiero que un aumento de dinero efectivo en un Estado provoca siempre, en él, un aumento de consumo y la costumbre de un más elevado nivel de gastos. Pero la carestía originaRichada por ese incremento de dinero no se distribuye por igual entre todas las especies de productos y mercaderías, proporcionalmente a la cantidad de dinero incrementado, a menos que dicho incremento penetre por los mismos canales de circulación que el dinero primitivo, es decir, a menos que los que ofrecían en los mercados una onza de plata no sean los mismos y los únicos que allí ofrecen ahora dos onzas, cuando la cantidad de dinero en circulación se duplica, lo que nunca ocurre. Se comprende, así, que cuando en un Estado se introduce una respetable cantidad de dinero excedente, este dinero nuevo dé un nuevo giro al consumo, e incluso una nueva velocidad a la circulación, si bien no es posible indicar en qué medida.”

Gran aporte de Richard Cantillon para entender el impacto de la emisión monetaria en los precios

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico I, de la Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Buenos Aires, vemos a Richard Cantillon en su Ensayo sobre la Naturaleza del Comercio en General. Cantillon fue seguramente un personaje, nacido en Irlanda pero luego desarrollando sus actividades empresariales en Francia, escribió ese libro que bien puede compartir el podio con La Riqueza de las Naciones de Adam Smith.

Allí, no solamente describe con elegancia y precisión el impacto de la mayor cantidad de dinero, sino que, en la parte del texto que leemos, presenta el que luego fuera llamado “efecto Cantillon”, esto es, que el impacto de la emisión de dinero no eleva a todos los precios por igual, sino que distorsiona los precios relativos. Acá un par de párrafos donde presenta esta idea:

“Supongamos ahora que a causa de la residencia de embajadores y viajeros extranjeros en Inglaterra se haya introducido en la circulación otro tanto de dinero del que había al principio; este dinero pasará primero por las manos de diversos artesanos, criados, empresarios, etc., que hayan participado en las empresas de transporte, diversiones, etc., de estos extranjeros; los industriales, colonos u otros empresarios sentirán el efecto de este aumento de dinero, gracias al cual se creará, en un gran número de personas, la costumbre de un gasto mayor que en el pasado, lo que en consecuencia encarecerá los precios del mercado. Incluso los hijos de estos empresarios y artesanos incurrirán en nuevos gastos: en esta situación de abundancia sus padres les darán dinero para sus placeres menudos, y con ellos comprarán pasteles y otras golosinas, y esta nueva cantidad de dinero se distribuirá de tal modo que ciertas personas antes privadas de dinero podrán ahora disponer de él. Muchas compras que anteriormente se hacían por evaluación se efectuarán en lo sucesivo con dinero en mano y, por consiguiente, será mayor la velocidad de circulación del dinero que la que antes existía en Inglaterra. De todo esto induzco que cuando se introduce doble cantidad de dinero en un Estado no siempre se duplica el precio de los productos y mercaderías. Un río que se desliza y serpentea por su cauce no corre con doble rapidez porque se duplique el caudal de sus aguas. La proporción de carestía que el aumento y la cantidad de dinero introducen en un Estado dependerá del rumbo que este dinero imprima al consumo y a la circulación. Cualesquiera que sean las manos por donde pase el dinero que se ha introducido en la circulación aumentará naturalmente el consumo; pero este consumo será más o menos grande según los casos, y afectará en mayor o menor escala a ciertas especies de artículos o mercaderías, según el capricho de los que adquieren el dinero. Los precios de mercado se encarecerán más para ciertas especies que para otras, por abundante que sea el dinero. En Inglaterra el precio de la carne podrá encarecerse al triple, mientras que el precio del trigo sólo se aumenta en una cuarta parte.”

Y luego:
“De ello infiero que un aumento de dinero efectivo en un Estado provoca siempre, en él, un aumento de consumo y la costumbre de un más elevado nivel de gastos. Pero la carestía originada por ese incremento de dinero no se distribuye por igual entre todas las especies de productos y mercaderías, proporcionalmente a la cantidad de dinero incrementado, a menos que dicho incremento penetre por los mismos canales de circulación que el dinero primitivo, es decir, a menos que los que ofrecían en los mercados una onza de plata no sean los mismos y los únicos que allí ofrecen ahora dos onzas, cuando la cantidad de dinero en circulación se duplica, lo que nunca ocurre. Se comprende, así, que cuando en un Estado se introduce una respetable cantidad de dinero excedente, este dinero nuevo dé un nuevo giro al consumo, e incluso una nueva velocidad a la circulación, si bien no es posible indicar en qué medida.”

Una teoría sobre el cambio institucional, con énfasis en los precios relativos primero, en las ideologías después

Con los alumnos de la materia Economía e Instituciones de OMMA-Madrid comenzamos viendo el ya clásico artículo de Douglass C. North y Robert P. Thomas “Una teoría económica del crecimiento del mundo occidental”, (Revista Libertas VI: 10 (Mayo 1989).

Allí, los autores elaboran una teoría sobre el cambio institucional. North recibiría luego el premio Nobel por sus contribuciones en este campo, pero en alguna medida cambió su visión más adelante, particularmente en su libro “Understanding the process of economic change”, donde, en vez de presentar a los cambios en los precios relativos y la población como determinantes de esos cambios hace más hincapié en la evolución de los valores e ideas. Pero aquí, algunos párrafos de este trabajo:

North

“En este artículo nos proponemos ofrecer una nueva explicación del crecimiento económico del mundo occidental. Si bien el modelo que presentamos tiene implicaciones igualmente importantes para el estudio del desarrollo económico contemporáneo, centraremos nuestra atención en la historia económica de las naciones que formaron el núcleo del Atlántico Norte entre los años 1100 y 1800. En pocas palabras, postulamos que los cambios en los precios relativos de los productos y los factores de producción, inducidos inicialmente por la presión demográfica malthusiana, y los cambios en la dimensión de los mercados, dieron lugar a una serie de cambios fundamentales que canalizaron los incentivos hacia tipos de actividades económicas tendientes a incrementar la productividad. En el siglo XVIII estas innovaciones institucionales y los cambios concomitantes en los derechos de propiedad introdujeron en el sistema cambios en la tasa de productividad, los cuales permitieron al hombre de Occidente escapar finalmente al ciclo malthusiano. La llamada «revolución industrial» es, simplemente, una manifestación ulterior de una actividad innovadora que refleja esta reorientación de los incentivos económicos.”

“Las instituciones económicas y, específicamente, los derechos de propiedad son considerados en general por los economistas como parámetros, pero para el estudio de largo plazo del crecimiento económico son, evidentemente, variables, sujetas históricamente a cambios fundamentales. La naturaleza de las instituciones económicas existentes canaliza el comportamiento de los individuos dentro del sistema y determina, en el curso del proceso, si conducirá al crecimiento, al estancamiento o al deterioro económico.

Antes de avanzar en este análisis, debemos dar una definición. Resulta difícil asignar un significado preciso al término «institución», puesto que el lenguaje común lo ha utilizado en formas diversas para referirse a una organización (por ejemplo, un banco), a las normas legales que rigen las relaciones económicas entre la gente (la propiedad privada), a una persona o un cargo (un rey o un monarca), y a veces a un documento específico (la Carta Magna). Para nuestros fines, definiremos una «institución» o una disposición institucional (que es, en realidad, un término más descriptivo) como un ordenamiento entre unidades económicas que determina y especifica la forma en que -estas unidades pueden cooperar o competir.

Como en el caso más conocido de la introducción de un nuevo producto o un nuevo proceso, las instituciones económicas son objeto de innovaciones porque a los miembros o grupos de la sociedad les resulta aparentemente provechoso hacerse cargo de los costos necesarios para llevar a cabo tales cambios. El innovador procura obtener algún beneficio imposible de conseguir con los antiguos ordenamientos. El requisito básico para introducir innovaciones en una institución o un producto es que las ganancias que se espera obtener excedan los presuntos costos de la empresa; sólo cuando se cumple este requisito cabe esperar que se intente modificar la estructura de las instituciones y los derechos de propiedad existentes en el seno de la sociedad. Examinaremos sucesivamente la naturaleza de las ganancias potenciales y de los costos potenciales de tal innovación y exploraremos luego las fuerzas económicas que alterarían la relación de dichos costos y ganancias a lo largo del tiempo.”

¿Qué explica el crecimiento económico de Occidente? ¿Porqué se dio allí y no en otro lado?

Con los alumnos de la materia Economía e Instituciones de OMMA-Madrid comenzamos viendo el ya clásico artículo de Douglass C. North y Robert P. Thomas “Una teoría económica del crecimiento del mundo occidental”, (Revista Libertas VI: 10 (Mayo 1989).

Allí, los autores elaboran una teoría sobre el cambio institucional. North recibiría luego el premio Nobel por sus contribuciones en este campo, pero en alguna medida cambió su visión más adelante, particularmente en su libro “Understanding the process of economic change”, donde, en vez de presentar a los cambios en los precios relativos y la población como determinantes de esos cambios hace más hincapié en la evolución de los valores e ideas. Pero aquí, algunos párrafos de este trabajo:

North

“En este artículo nos proponemos ofrecer una nueva explicación del crecimiento económico del mundo occidental. Si bien el modelo que presentamos tiene implicaciones igualmente importantes para el estudio del desarrollo económico contemporáneo, centraremos nuestra atención en la historia económica de las naciones que formaron el núcleo del Atlántico Norte entre los años 1100 y 1800. En pocas palabras, postulamos que los cambios en los precios relativos de los productos y los factores de producción, inducidos inicialmente por la presión demográfica malthusiana, y los cambios en la dimensión de los mercados, dieron lugar a una serie de cambios fundamentales que canalizaron los incentivos hacia tipos de actividades económicas tendientes a incrementar la productividad. En el siglo XVIII estas innovaciones institucionales y los cambios concomitantes en los derechos de propiedad introdujeron en el sistema cambios en la tasa de productividad, los cuales permitieron al hombre de Occidente escapar finalmente al ciclo malthusiano. La llamada «revolución industrial» es, simplemente, una manifestación ulterior de una actividad innovadora que refleja esta reorientación de los incentivos económicos.”

“Las instituciones económicas y, específicamente, los derechos de propiedad son considerados en general por los economistas como parámetros, pero para el estudio de largo plazo del crecimiento económico son, evidentemente, variables, sujetas históricamente a cambios fundamentales. La naturaleza de las instituciones económicas existentes canaliza el comportamiento de los individuos dentro del sistema y determina, en el curso del proceso, si conducirá al crecimiento, al estancamiento o al deterioro económico.

Antes de avanzar en este análisis, debemos dar una definición. Resulta difícil asignar un significado preciso al término «institución», puesto que el lenguaje común lo ha utilizado en formas diversas para referirse a una organización (por ejemplo, un banco), a las normas legales que rigen las relaciones económicas entre la gente (la propiedad privada), a una persona o un cargo (un rey o un monarca), y a veces a un documento específico (la Carta Magna). Para nuestros fines, definiremos una «institución» o una disposición institucional (que es, en realidad, un término más descriptivo) como un ordenamiento entre unidades económicas que determina y especifica la forma en que -estas unidades pueden cooperar o competir.

Como en el caso más conocido de la introducción de un nuevo producto o un nuevo proceso, las instituciones económicas son objeto de innovaciones porque a los miembros o grupos de la sociedad les resulta aparentemente provechoso hacerse cargo de los costos necesarios para llevar a cabo tales cambios. El innovador procura obtener algún beneficio imposible de conseguir con los antiguos ordenamientos. El requisito básico para introducir innovaciones en una institución o un producto es que las ganancias que se espera obtener excedan los presuntos costos de la empresa; sólo cuando se cumple este requisito cabe esperar que se intente modificar la estructura de las instituciones y los derechos de propiedad existentes en el seno de la sociedad. Examinaremos sucesivamente la naturaleza de las ganancias potenciales y de los costos potenciales de tal innovación y exploraremos luego las fuerzas económicas que alterarían la relación de dichos costos y ganancias a lo largo del tiempo.”

Manuel Ayau: cómo se pasa de valoraciones subjetivas a precios, y el papel que cumplen los precios relativos

Los alumnos de la materia Proceso Económico en la UFM, todos médicos y nutricionistas, avanzan en la materia Proceso Económico, y para ello leemos el Manual de Manuel Ayau, fundador de la UFM, donde explica el paso de valoraciones subjetivas a precios, y el papel de los precios relativos:

“La valoración es subjetiva y no cuantificable. Sin embargo, en cualquier tiempo y lugar, hay suficiente coincidencia entre las valoraciones de muchos individuos como para que el mercado pueda establecer una tendencia que refleje la mayoría de ellas. El mercado plasma, en un dato objetivo, una multitud de valoraciones subjetivas. Ese dato objetivo es el precio, resultado de la interacción de muchos vendedores y muchos compradores.

Si no contáramos con precios expresados en unidades monetarias, la determinación del valor de intercambio de varios productos nos obligaría a visualizar mentalmente una columna para cada producto. El dinero, que sirve como denominador común y unidad de medida, permite expresar el valor de intercambio de una multitud de bienes en una sola columna.

  Pan Blusa Libro U$S
Pan 1 0,01 0,1 0,50
Blusa 100 1 10 50
Libro 10 0,1 1 5

 

Las columnas centrales de la Tabla 6.1 establecen el valor de intercambio recíproco de tres productos. La columna de la derecha hace innecesarias las otras tres.

Los precios relativos

En abstracto y en forma aislada, el precio de un objeto no tiene significado alguno. Su significado se deriva de la comparación que hacemos entre ese precio y todos los demás precios. En última instancia, nos interesa comparar precios para asignar eficientemente nuestros recursos, es decir para satisfacer, en la mayor medida posible, nuestro conjunto ilimitado de necesidades y deseos con nuestros limitados recursos.

Supongamos que, con esfuerzo, un individuo podría pagar US$300 mensuales para amortizar una deuda. La Tabla 6.2 contiene los precios de diferentes cosas que desea y el tiempo que tardaría en pagar cada una, si la comprara al crédito:

Opción Precio Deuda
Viaje U$S 2100 7 meses
Computadora U$S 3000 10 meses
Guitarra U$S 2400 8 meses

 

Este rudimentario sistema de precios permite que el individuo compare varias satisfacciones, entre ellas y con el sacrificio que representaría pagar cada una. El sistema de precios, que es el conjunto de los precios vigentes, coloca cada precio en relación con los demás precios.

En el mercado, se intercambian bienes y servidos por bienes y servicios. El dinero es nada más un intermediario. Nuestra capacidad de compra está limitada por nuestros ingresos pasados si pagamos al contado, y por nuestros ingresos futuros si nos endeudamos.

Nuestros ingresos no alcanzan para comprar todo lo que deseamos, y es esta circunstancia la que nos obliga a escoger y a comparar. Los precios relativos son los precios de las diferentes cosas expresados, no en unidades monetarias, sino en unidades dé los demás bienes. Por ejemplo, según los datos de la Tabla 6.2, el precio relativo de la guitarra sería el viaje + un pago mensual adicional. No podríamos establecer objetivamente el precio relativo de la guitarra, si no contáramos con un sistema de precios nominales, es decir, expresados en unidades monetarias.

Los impactos de la inflación en los precios relativos, y en particular en la tasa de interés originaria

Con los alumnos de la UBA Económicas vemos el Cap XVII de La Acción Humana de Mises, que se titula “El interés, la expansión crediticia y el ciclo económico”. Allí, antes de analizar las teorías del ciclo económico, elabora sobre los “efectos que sobre el interés originario provocan las variaciones de la relación monetaria”:

“Al igual que cualquier otro cambio de las circunstancias del mercado, las variaciones en la relación monetaria pueden influenciar la tasa del interés originario. Con arreglo a las tesis de los partidarios de la interpretación inflacionaria de la historia, la inflación, generalmente, incrementa las ganancias de los empresarios. Razonan, en efecto, así: suben los precios de las mercancías más pronto y en mayor grado que los salarios, Obreros y asalariados, gentes que ahorran poco y que suelen consumir la mayor parte de sus ingresos, vense perjudicados, teniendo que restringir sus gastos; se favorece, en cambio, a las clases propietarias, notablemente propicias a ahorrar una gran parte de sus rentas; tales personas no incrementan proporcionalmnte el consumo, reforzando, por el contrario, la actividad ahorradora. La comunidad, en su conjunto, registra una tendencia a intensificar la acumulación de nuevos capitales. Adicional inversión es el fruto engendrado gracias a esa restricción del consumo impuesta a aquellos estratos de la población que suelen gastar la mayor parte de sus ingresos.

Ese ahorro forzoso rebaja la tasa del interés originario; acelera el progreso económico y la implantación de adelantos técnicos. Conviene advertir, desde luego, que tal ahorro forzoso podría ser provocado, y en alguna ocasión histórica efectivamente lo fue, por actividades inflacionarias. Al examinar los efectos que las variaciones de la relación monetaria provocan en el nivel de los tipos de interés, no debe ocultarse que tales cambios, en determinadas circunstancias, pueden, desde luego, alterar la tasa del interés originario. Pero hay otra serie de realidades que igualmente deben de ser consideradas. Conviene, ante todo, percatarse de que la inflación puede, en ciertos casos, provocar ahorro forzoso; pero en modo alguno constituye éste efecto que invariablemente hayan de causar las actividades inflacionarias. Depende de las particulares circunstancias de cada caso el que efectivamente el alza de los salarios se rezague en relación con la subida de los precios. La baja del poder adquisitivo de la moneda, por sí sola, no provoca general descenso de los salarios reales. Puede darse el caso de que los salarios nominales se incrementen más pronto y en mayor proporción que los precios de las mercancías *.

Por otra parte, no debe olvidarse que la propensión a ahorrar de las clases adineradas constituye mera circunstancia psicológica, en modo alguno imperativo praxeológico. Cabe que quienes vean sus ingresos incrementados, gracias a la actividad inflacionaria, no ahorren tales excedentes, dedicándolos, en cambio, al consumo. Imposible resulta predecir, con aquella apodíctica certeza característica de los teoremas económicos, cómo en definitiva procederán aquéllos a quienes la inflación privilegia. La historia nos ilustra acerca de lo que ayer aconteció; pero nada puede decirnos de lo que mañana sucederá. Constituiría omisión grave el olvidar que la inflación igualmente pone en marcha fuerzas que abogan por el consumo de capital. Uno de los efectos de la inflación es falsear el cálculo económico y la contabilidad, apareciendo entonces beneficios puramente ficticios. Si las cuotas de amortización no se aplican teniendo bien en cuenta que la reposición de los elementos desgastados del activo exigirá un gasto superior a la suma que estos últimos en su día costaron, tales amortizaciones resultan, a todas luces, insuficientes. Es por ello erróneo, en caso de inflación, calificar de beneficios, al vender mercaderías o productos, la totalidad de la diferencia entre el correspondiente costo y el precio efectivamente percibido.

No es menos ilusorio el estimar ganancia las alzas de precios que los inmuebles o las carteras de valores puedan registrar. Son precisamente esos quiméricos beneficios los que hacen a muchos creer que la inflación trae consigo prosperidad general. Provoca, en efecto, alegría y desprendimiento en gastos y diversiones. Las gentes embellecen sus moradas, se construyen nuevos palacios, prosperan los espectáculos públicos. Al gastar unas inexistentes ganancias, engendradas por falseados cálculos, los interesados lo que en verdad hacen es consumir capital. Ninguna trascendencia tienen quiénes personalmente sean tales malgastadores. Igual da se trate de hombres de negocios o de jornaleros; tal vez sean asalariados cuyas demandas de mayores retribuciones fueron alegremente atendidas por patronos que se consideraban cada día más ricos; o gentes mantenidas con impuestos, pues, generalmente, es el fisco quien absorbe la mayor parte de esas aparentes ganancias.

A medida que progresa la inflación, un número cada vez mayor va advirtiendo la creciente desvalorización de la moneda. Las personas imperitas en asuntos bursátiles, que no se dedican a negocios, normalmente ahorran en cuentas bancarias, comprando deuda pública o pagando seguros de vida. La inflación deprecia todo ese ahorro. Los ahorradores se desaniman; la prodigalidad parece imponerse. La postrera reacción del público, la conocida «huida hacia valores reales», constituye desesperada intentona por salvar algo de la ruina ya insoslayable. No se trata de salvaguardar el capital, sino tan sólo de proteger, mediante fórmulas de emergencia, alguna fracción del mismo. El principal argumento esgrimido por los defensores de la inflación y la expansión es bastante endeble, como se ve. Cabe admitir que, en épocas pasadas, la inflación, a veces, provocara ahorro forzoso, incrementándose el capital disponible. De ello, sin embargo, no se sigue que tales efectos hayan de producirse siempre; más probable es que prevalezcan las fuerzas que impulsan al consumo de capital sobre las que tienden a la acumulación del mismo. Lo que, en todo caso, no puede dudarse es que los efectos finales sobre el ahorro, el capital y la tasa del interés originario dependen de las circunstancias particulares de cada caso.

Lo anteriormente expuesto, mutatis mulandis, puede igualmente ser predicado de los efectos y consecuencias propios de las actuaciones deflacionarias o restriccionistas.”

Mises y la neutralidad del dinero: es imposible que no afecte los precios relativos. Es lo importante.

Mises fue siempre muy respetuoso de los clásicos, pero también señalaba sus errores. Así, por ejemplo, en el Cap XVII “Cambio Indirecto” de Acción Humana, que vemos con los alumnos de la UBA Económicas, se refiere a Hume y Mill sobre la neutralidad del dinero:

Mises4

“El considerar de índole neutral el dinero es tan erróneo como el creer en la plena estabilidad del poder adquisitivo del mismo. Una moneda, privada de la típica fuerza impulsora del dinero, contrariamente a lo que supone la gente, en modo alguno constituiría valuta perfecta; antes al contrario, dejaría de ser dinero. Error muy extendido, en efecto, es el de suponer que la moneda ideal sería de índole neutral, gozando ele invariable poder adquisitivo. Muchos creen que tal es el objetivo que la política dineraria debiera perseguir. Compréndese la popularidad de este pensamiento en cuanto representa lógica reacción contra la aún mas extendida filosofía inflacionista. Constituye el mismo, sin embargo, contraataque excesivo, íntimamente contradictorio y confuso, que ha provocado graves daños, respaldado por errado razonamiento que muchos filósofos y economistas decididamente propalan. Inciden tales pensadores en la equivocación de suponer que el reposo constituye invariablemente estado más perfecto que el movimiento. La idea de perfección implica haberse alcanzado una situación que toda mutación vedaría, pues cualquier cambio no podría sino suponer empeoramiento. Lo mejor que, en su opinión, del movimiento cabe predicar es que tiende hacia una situación perfecta, la cual, una vez alcanzada, impondría el reposo, ya que toda ulterior actuación daría lugar a una situación menos favorable. El movimiento considérase prueba de desequilibrio, de imperfecta satisfacción, manifestación evidente de inquietud y malestar Mientras tal ideario se limite a proclamar que la acción aspira siempre a suprimir la incomodidad y, en última instancia, a alcanzar la satisfacción plena, resulta, desde luego, procedente. Nunca debe, sin embargo, olvidarse que el estado de reposo y equilibrio aparece no sólo cuando se ha alcanzado perfecta satisfacción, cuando el interesado es-totalmente feliz, sino también en situaciones manifiestamente insatisfactorias si el sujeto ignora cómo podría mejorar de estado. La ausencia de acción no sólo es consecuencia del perfecto bienestar, sino también obligado corolario de la incapacidad de prosperar. Lo mismo puede significar desesperanza que felicidad.

En nuestro universo real, donde hay acción y cambio incesante, en un sistema económico que jamás puede inmovilizarse, ni la neutralidad del dinero, ni la estabilidad de su poder adquisitivo resultan lógicamente admisibles. Una valuta en verdad neutral y estable sólo podría aparecer en un mundo sin acción. No es, por tanto, ni extraño ni vicioso que, donde todo es cambiante, el dinero ni sea neutral ni invariable su poder adquisitivo. Cuantos planes pretenden estructurar un dinero neutro y estable resultan íntimamente contradictorios. El dinero es un elemento de acción y, por tanto, engendrador de cambio. Las variaciones experimentadas por la relación monetaria, es decir, por la relación entre la demanda y la oferta de dinero, influyen en la razón de intercambio imperante entre el dinero, de un lado, y todos los bienes vendibles, de otro. Dichas variaciones, sin embargo, no afectan, ni al mismo tiempo ni en la misma proporción, a los precios de los diversos bienes y servicios, Tales mutaciones, por tanto, forzosamente habrán de influir de modo dispar a los distintos individuos.”

Todos piden «redistribución», pero luego generan inflación y ésta «redistribuye» de otra forma

Hay temas que nunca dejan de discutirse. Ludwig von Mises escribe en 1944 sobre las controversias monetarias del momento. No son muy diferentes a las actuales. Lo hace en un ensayo preparado en 1944 para la Comisión de Principios Económicos de la Asociación Nacional de Industriales de Estados Unidos que luego lo publicara, junto con otros trabajos, en dos volúmenes.

Mises4

Responde a la pregunta sobre la neutralidad del dinero, sobre la cual podrían considerarse dos enfoques. Uno, el que aquí se desarrolla, se refiere al impacto de cambios en el mercado monetario en los precios relativos; el otro, que Mises descarta, es que esos cambios sean ‘neutrales’ respecto a la producción. Este segundo no es sino una derivación del primero. Si, por ejemplo, una mayor oferta de dinero subiera todos los precios y salarios en la misma proporción tampoco impactaría en la producción. Pero esto no ocurre, como Mises explica esos cambios se van produciendo en distintos momentos y proporciones. Por lo tanto, por ejemplo, un incremento de la oferta monetaria más allá de su demanda ocasiona una “redistribución” de ingresos y riqueza entre distintos grupos y también distorsiones en la estructura de producción.

“¿Es neutral del dinero?

Los antiguos economistas creían que –sin cambios en las demás cosas- modificaciones en la oferta o demanda de dinero hacía subir o bajar simultáneamente a todos los precios de los bienes y a los salarios simultáneamente en proporción exacta a esos cambios. El ‘nivel de precios’ cambia, pero las relaciones entre los precios individuales de los bienes y servicios se mantiene igual. Aquellos economistas matemáticos cuya teorización culmina en una ecuación de intercambio mantienen aún su tesis (Irving Fisher 1867-1947).

El análisis económico moderno rechaza este supuesto. Los cambios en la oferta o demanda de dinero no afectan a todos los individuos en el mismo momento y en la misma forma. En el caso de la inflación, por ejemplo, una cantidad adicional de dinero no encuentra su camino al principio en los bolsillos de todos los individuos, ni tampoco esos individuos que se benefician primero con el incremento en la cantidad de dinero reciben la misma cantidad; y no reaccionan tampoco a esa cantidad adicional de la misma forma. Por lo tanto, los precios de los distintos bienes y servicios no suben todos al mismo tiempo ni en la misma magnitud. La aparición no simultánea y despareja de cambios de precios ocasionados por aumentos en la cantidad de moneda dan como resultado traslados de ingresos y riqueza de algunos grupos de la población a otros. Las fluctuaciones monetarias no son neutrales, aun aparte de sus repercusiones en todos los contratos estipulando alguna forma de pago diferido. Los cambios monetarios son la fuente del cambio económico y social.”