Ahora que se van las retenciones, Amilcare Pulviani (1854-1907) ayuda a explicar porqué existían

Las “retenciones”, para los lectores de otros países que desconocen a qué se refiere esa palabra, son impuestos a ciertas exportaciones, que se aplican sobre el precio FOB de un producto en el momento en que se exporta. En Argentina, hay una serie de ‘retenciones’, aplicadas principalmente a productos de origen agropecuario y otros, a distintas tasas, siendo la más alta, la del 35% a las exportaciones de soja. Ahora, ésta será reducida al 30% y todas las demás eliminadas.

Poco hay que explicar a los lectores el daño que ha ocasionado este impuesto a la producción. Pero veamos aquí alguna explicación acerca de porqué suelen aplicarse impuestos como éste, o similares. Para ello recurriremos a un clásico italiano, pero muy poco conocido: Amilcare Puviani (1854-1907). Si alguien lo conoce es por la teoría de la “ilusión fiscal”, que dice que cuando los impuestos no son totalmente transparentes o no están claramente a la vista de los contribuyentes, el costo del gobierno es menos evidente para ellos y los lleva a demandar más gasto. Puviani se planteó la pregunta: ‘¿si un gobierno quisiera esquilmar al máximo a su población, qué haría? Y presentó once estrategias, casi todas aplicadas por nuestros gobiernos, pero veamos de qué forma se relacionan algunas de ellas con las retenciones:

1.       Mejor impuestos indirectos que directos, así el impuesto está escondido en el precio de los productos: y la retención es más que escondida para el consumidor común, mucho más que el IVA. Quienes imponen las retenciones argumentan que contribuyen a reducir el precio interno del bien exportado (ya que el comprador local compite con el comprador extranjero, y solamente debe ofrecer al productor local el precio internacional menos el impuesto). Pero la retención reduce la oferta y, con el tiempo, eleva los  precios. El consumidor no nota ese supuesto efecto ‘reducción’ y en un contexto inflacionario no puede saber si el precio aumentó menos gracias a la existencia de ese impuesto. Tampoco puede evaluar cuánto más termina pagando por una oferta más reducida.

2.       Impuestos que explotan el conflicto social ya que se aplican a grupos con poco peso político: y en el caso argentino, el gobierno tuvo una visión ‘antigua’ de la producción agropecuaria. Este fue el gran error político del gobierno saliente. Pensó que aplicaba un impuesto a los “ricos” hacendados y estancieros y no se dio cuenta que el campo moderno involucra a toda una cadena de producción de la cual participan cientos de miles de personas, grandes y pequeños. No es de extrañar que perdiera la elección principalmente en toda la zona central agropecuaria.  

3.       Impuestos ‘temporales’: que nunca se reducen luego que la crisis pasó. Típicamente, en este caso, las retenciones se impusieron como resultado de la gran crisis y devaluación del 2002, pero se mantuvieron desde entonces pese a que esa crisis había quedado atrás. Curiosamente, ahora que no pagarán retenciones, los productores deberán pagar Ganancias, otro impuesto ‘temporal’, creado en la crisis de los años 1930.

4.       Amenaza de colapso social e imposibilidad de prestar servicios públicos si el impuesto se reduce: era el argumento por el cual se mantuvieron las retenciones en un contexto en que el gasto público no dejaba de crecer.

5.       Recaudación en pequeños pagos, no, por ejemplo, un pago total anual: y en el caso de las retenciones el productor ni siquiera tiene que hacer la gestión de pagarlo, ya que está deducido del precio que recibe del exportador. Estos son los que pagan al exportar, pero son bien pocos, y es muy fácil controlarlos.

Las otras estrategias comentadas por Pulviani son bien conocidas: financiar el gasto con emisión y la consiguiente inflación, endeudamiento que se paga con impuestos futuros; alta complejidad del presupuesto, cosa que nadie entienda mucho en qué se está gastando; uso de categorías de gasto muy generales, como ‘educación’ o ‘seguridad’, donde no puede verse con precisión en qué se gasta específicamente.

Angus Deaton comenta «El Gran Salto Adelante» de Mao, que fue un terrible salto para atrás en China

En su libro “The Great Escape”, el último premio Nobel de Economía, Angus Deaton, analiza los procesos de crecimiento económico que permitieron a millones de personas dejar atrás la pobreza, en general, en economías de mercado capitalistas. Ya casi no existen las hambrunas ocasionadas por catástrofes naturales y las poca que hubo en el siglo XX fueron causadas por el Estado. Aquí analiza una de ellas, “El Gran Salto Adelante”, impulsado por Mao en China:

“Mao Zedong y sus camaradas estaban decididos a mostrar la superioridad del comunismo, alcanzando rápidamente los niveles de producción de Rusia y Gran Bretaña, y estableciendo el liderazgo de Mao en el mundo comunista. Se establecieron estrafalarios objetivos de producción para abastecer las necesidades de alimentos de las ciudades industriales en rápido crecimiento y para obtener divisas con las exportaciones de alimentos. Bajo el sistema totalitario establecido por el Partido Comunista de China, las comunas rurales competían entre sí para exagerar su producción, inflando aún más las cuotas que ya eran inalcanzables y dejando nada a la gente para comer. Al mismo tiempo, el Partido generó un caos en el campo ordenando que toda la tierra privada fuera convertida en comunas, confiscando la propiedad privada e incluso los utensilios de cocina privados, y forzando a la gente a comer en cocinas comunales. Dados los enormes aumentos en la producción que se esperaban, se desvió a trabajadores rurales hacia obras públicas y fábricas rurales de acero, muchas de las cuales no produjeron nada. Las drásticas restricciones a los viajes y la comunicación impidieron que se corriera la voz, y las penalidades para los disidentes eran claras; se había ejecutado ya a 750.000 personas en 1950-51 (en estos años tempranos de la revolución la gente todavía confiaba en el Partido).

Mao

Cuando Mao supo de los desastres (aunque no probablemente de su escala real), duplicó la apuesta con las políticas, purgando a los mensajeros, etiquetándolos como “desviacionistas de derecha”, y culpando a los campesinos de acaparar alimentos en secreto. Haber hecho otra cosa y admitir el error del Gran Salto Adelante hubiera puesto en peligro la propia posición de liderazgo de Mao, quien estaba dispuesto a sacrificar a decenas de millones de sus compatriotas para impedirlo. Si Mao hubiera revertido el curso cuando la magnitud de la hambruna masiva se hizo evidente, hubiera durado un solo año, y en todo caso había más que suficiente granos en los depósitos del gobierno para evitar que cualquiera se muriera de hambre.

Según diversos relatos, la expectativa de vida en China que era cercana a los 50 años en 1958, cayó a menos de 30 en 1960; cinco años después, cuando Mao había frenado las matanzas, había subido a unos 55. Casi un tercio de los nacidos durante el Gran Salto Adelante no lo sobrevivieron. A veces nos cuesta identificar los beneficios de las políticas, o aun de convencernos que ciertas políticas dan resultados. Sin embargo, los resultados catastróficos de las malas políticas son demasiado obvios, como lo muestra el Gran Salto Adelante. Aun en ausencia de guerras o epidemias, las malas políticas en un sistema totalitario causaron decenas de millones de muertos. Por supuesto, hay malas políticas todo el tiempo sin que causen muertos. El problema en China es que se tardó tanto en revertir la política por el sistema totalitario y la falta de mecanismos para que Mao cambie de rumbo. El sistema político en China hoy no es tan diferente del que Mao creó; lo que es diferente es el flujo de información. A pesar de un control estatal permanente, es difícil creer que una hambruna tal podría ocurrir sin que los líderes chinos, y el resto del mundo, lo sepan rápidamente. Si el resto del mundo podría ayudar hoy más de lo que pudo entonces, no está claro.”

Empresas con talento: Piketty se olvida del capital humano, la mayor parte del capital moderno

La sección Economía de La Nación trae hoy un artículo titulado «Empresas con talento: el as en la manga que conduce al éxito», donde se señala la importancia del capital humano: http://www.lanacion.com.ar/1851591-empresas-con-talento-el-as-en-la-manga-que-conduce-al-exito

Como parte de la nota, el director de Recursos Humano de Arcor señala que: «Contar con talentos es más importante que el capital hoy en día, es algo que está cada vez más fuerte como tendencia.: http://www.lanacion.com.ar/1851584-la-opinion-de-los-que-estan-en-el-podio.

Eso es precisamente lo que comenta Dreidre McCloskey, Distinguished Professor of Economics and History en la University of Illinois at Chicago y autora del libro “Bourgeois Equality: How Ideas, Not Capital, Enriched the World”: http://www.cato.org/policy-report/julyaugust-2015/how-piketty-misses-point

“La definición de riqueza de Piketty no incluye el capital humano, propiedad de los trabajadores, que ha crecido, en los países ricos, hasta ser la principal fuente de ingresos, cuando se la combina con la inmensa acumulación desde 1800 en capital de conocimiento y hábitos sociales, propiedad de cualquier que tenga acceso a ellos. Alguna vez el mundo de Piketty sin capital humano era aproximadamente el mundo de Ricardo y Marx, con trabajadores que solamente poseían sus manos y sus espaldas, y sus jefes y patrones eran propietarios de todos los otros medios de producción. Pero desde 1848 el mundo se ha transformado por aquello que se encuentra entre nuestras dos orejas.

La única razón en el libro para excluir al capital humano de todo el capital parece ser la conclusión a la que Piketty quiere llegar. Uno de los títulos en el Capítulo 7 declara que ‘el capital es siempre más desigualmente distribuido que el trabajo’. No es cierto. Si se incluye al capital humano –el conocimiento normal del operario, la habilidad de la enfermera, el manejo profesional de sistemas complejos, la comprensión del economista sobre la reacción de la oferta- son los trabajadores mismos, en una correcta contabilidad, quienes poseen la mayor parte del capital nacional- y el drama de Piketty se derrumba.

Finalmente, como admite cándidamente, la misma investigación de Piketty sugiere que solamente en los Estados Unidos, el Reino Unido y Canadá se ha incrementado mucho la desigualdad, y solo recientemente. En otras palabras, sus temores no se han confirmado en ningún lado entre 1910 y 1980; en ningún lado en el largo plazo antes de 1800, en ningún lugar de Europa continental y Japón desde la Segunda Guerra Mundial, y, solo recientemente, y poco, en los Estados Unidos, el Reino Unido y Canadá. Esto es un verdadero acertijo si el dinero tiende a reproducirse a sí mismo como ley general. Lo cierto es que la desigualdad sube y baja en grandes olas, para lo que tenemos evidencias desde hace varios siglos atrás hasta el presente, que tampoco figuran en su historia.

Algunas veces Piketty describe su maquinaria como un ‘proceso potencialmente explosivo’. Otras veces admite que shocks aleatorios a una fortuna familiar significan que ‘es poco probable que la desigualdad de la riqueza crezca indefinidamente…, más bien, la distribución convergerá hacia un cierto equilibrio’. Sobre la base de listas de los ricos en la revista Forbes, Piketty nota, por ejemplo, que ‘varios centenares de nuevas fortunas aparecen en el rango (de 1.000 a 10.000 millones de dólares) en alguna parte del mundo casi cada año’. ¿Qué es esto, profesor Piketty? ¿El apocalípsis o un creciente proporción de gente rica constantemente perdiendo esas riquezas u obteniéndolas, en un proceso evolutivo?

El escritor sobre ciencia Matt Ridley ha ofrecido una razón persuasiva por el leve crecimiento de la desigualdad en Gran Bretaña: “Quieres acaso decir que durante tres décadas cuando el gobierno alentó las burbujas en los precios de las viviendas, puso bajos impuestos a los inversores no residentes; asignó fondos a los subsidios agrícolas y restringió severamente la tierra para construir empujando la prima para los desarrollos inmobiliarios, los ricos que poseen capital han visto aumentar su riqueza levemente? En serio…, una buena parte de la concentración de la riqueza desde los años 1980 ha sido motivada por políticas públicas gubernamentales, que han redirigido sistemáticamente las oportunidades hacia los ricos, más que a los pobres.”

En los Estados Unidos, uno puede hacer un argumento semejante respecto a que el gobierno, de quien Piketty espera que resuelva el problema, ha sido, de hecho, la causa.”

Los gobiernos nunca utilizaron su poder para proporcionar una moneda estable: salvo el patrón-oro

En su libro “Desnacionalización del dinero” Hayek trata el tema de la política monetaria y realiza una propuesta de “competencia de monedas”, cuya discusión es apropiada en todo país, como Argentina, que tiene dos monedas al menos, el peso y el dólar. Se suele pensar que la provisión de dinero es un ‘bien público’, una función indelegable del Estado. ¿De dónde salió eso? El libro fue publicado en inglés por el Institute of Economic Affairs de Londres.

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“La deflación local o temporal de la Alta Edad Media

La Alta Edad Media puede haber sido un período de deflación que contribuyó al declive económico de Europa. Pero incluso esto no es seguro. Parecería que, en conjunto, la disminución del comercio condujo a la reducción de la cantidad de dinero en circulación, y no a la inversa. Encontramos demasiadas quejas sobre la carestía de los bienes y el deterioro de la moneda que nos llevan a considerar la deflación como poco más que un fenómeno local de aquellas regiones en las que las guerras y las migraciones habían destruido el mercado y la economía monetaria se había reducido debido a que la gente enterraba sus tesoros. Pero donde, como en el norte de Italia, la economía renació pronto, encontramos a todos los pequeños príncipes rivalizando entre sí para devaluar la moneda, procedimiento que, a pesar de los intentos fracasados de los comerciantes de proporcionar un medio de cambio mejor, se mantuvo a través de las siguientes centurias hasta que Italia se convirtió en el país con el peor dinero y los mejores escritores sobre temas monetarios.

Pero aunque los teólogos y los juristas se unieron en la condena de estas prácticas, éstas no cesaron hasta que la introducción del papel moneda suministró al poder público un método aún más barato de defraudar a la gente. Por supuesto, los gobernantes ya no podían seguir utilizando las prácticas crudelísimas mediante las cuales obligaron a la gente a aceptar el dinero malo. Un tratado sobre la ley del dinero resume así la historia de las penas impuestas a quienes meramente se negaban a aceptar el dinero legal: «Sabemos por Marco Polo que en el siglo XIII la ley china castigaba con la muerte el rechazo del papel moneda imperial, y negarse a aceptar los assignats franceses podía ser castigado con veinte años de prisión e incluso con la muerte en algunos casos. En el antiguo Derecho inglés se castigaba el rechazo como de lesa majestad. Durante la revolución americana no aceptar los billetes continentales se consideraba como un acto hostil y a veces significaba la cancelación de la deuda».

El absolutismo suprimió los intentos de los comerciantes de crear un dinero estable

Algunos de los primeros bancos fundados en Amsterdam y otros lugares surgieron de los intentos de los comerciantes de crear una moneda estable, pero el creciente absolutismo pronto impidió los esfuerzos de producir una moneda no estatal. En lugar de ello, protegió el crecimiento de los bancos que emitían billetes denominados en la unidad de cuenta oficial. Es, en este caso, todavía más difícil que en el del metálico el exponer cómo tal desarrollo abrió las puertas a nuevos abusos de las autoridades públicas.

Se dice que los chinos, escarmentados por su experiencia con el papel moneda, intentaron prohibirlo totalmente (por supuesto sin éxito) antes de que los europeos lo inventaran. Desde luego, los Estados europeos, una vez al tanto de esta posibilidad, comenzaron a explotarla despiadadamente, no para producir un dinero mejor, sino para sacar de ello mayores ingresos. Desde que la Corona británica, en 1694, otorgó al Banco de Inglaterra un monopolio limitado de emisión de billetes de banco, la principal preocupación de los gobiernos ha sido impedir que su poder sobre el dinero, basado en la prerrogativa de la acuñación, se traspasara a bancos realmente independientes. Durante algún tiempo, la influencia del patrón oro y la creencia de que mantenerlo era una importante cuestión de prestigio y el abandonarlo una deshonra nacional frenaron eficazmente este poder. Este sistema proporcionó al mundo el único período —doscientos o más años— de relativa estabilidad durante el cual pudo desarrollarse el industrialismo moderno, aunque padeciera crisis periódicas. Pero en cuanto se generalizó, hace cincuenta años, la idea de que la convertibilidad en oro era sólo un método para controlar la cantidad de moneda, factor real de determinación de su valor, los gobernantes quisieron escapar rápidamente a esa disciplina y el dinero se convirtió más que nunca en el juguete de la política gubernamental. Sólo algunas de las grandes potencias mantuvieron, durante algún tiempo, una estabilidad monetaria tolerable llevándola también a sus colonias. Ahora bien, ni Europa oriental ni Sudamérica tuvieron jamás un período prolongado de estabilidad monetaria.

Los gobiernos nunca han utilizado su poder para proporcionar una moneda aceptable y se han reprimido de cometer grandes abusos sólo mientras se mantenía el patrón oro. La razón para que nos neguemos a continuar tolerando esta irresponsabilidad de los poderes públicos es que sabemos ahora que es posible controlar la cantidad de moneda para prevenir fluctuaciones excesivas de su poder adquisitivo. Además, aunque hay multitud de razones para dudar de las autoridades si no están sujetas al patrón oro, no hay ninguna razón para pensar que la empresa privada, cuyo beneficio dependería de que el éxito coronase sus esfuerzos, no sería capaz de mantener estable el valor del dinero que emitiera.”

Sobre el dinero malgastado y malversado a través del gasto público, nacional y de las provincias

Con los alumnos de la UBA Derecho vemos uno de los temas donde más se ha desviado la política argentina de los principios establecidos originalmente en la Constitución. Así explica Alberdi como eran éstos:

Alberdi

“El gasto público de la Confederación Argentina, según su Constitución, se compone de todo lo que cuesta el «constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad»; en una palabra, el gasto nacional argentino se compone de todo lo que cuesta el conservar su Constitución, y reducir a verdades de hecho los objetos que ha tenido en mira al sancionarse, como lo declara su preámbulo.

Todo dinero público gastado en otros objetos que no sean los que la Constitución señala como objetos de la asociación política argentina, es dinero malgastado y malversado. Para ellos se destina el Tesoro público, que los habitantes del país contribuyen a formar con el servicio de sus rentas privadas y sudor. Ellos son el límite de las cargas que la Constitución impone a los habitantes de la Nación en el interés de su provecho común y general.

Encerrado en ese límite el Tesoro nacional, como se ve, tiene un fin santo y supremo; y quien le distrae de él, comete un crimen, ya sea el gobierno cuando lo invierte mal, ya sea el ciudadano cuando roba o defrauda la contribución que le impone la ley del interés general. Hay cobardía, a más de latrocinio, en toda defraudación ejercida contra el Estado; ella es el egoísmo llevado hasta la bajeza, porque no es el Estado, en último caso, el que soporta el robo, sino. el amigo, el compatriota del defraudador, que tienen que cubrir con su bolsillo el déficit que deja la infidencia del defraudador.

Para mantener la Constitución y llevar a cabo los objetos de su instituto que hemos señalado más arriba, la misma Constitución instituye y funda el gobierno, cuyo costo se extiende y divide como los servicios de su cargo, y las necesidades públicas que deben satisfacerse con el Tesoro de la Confederación.

Según esto, los gastos se dividen primeramente en gastos nacionales y gastos de provincia.

Teniendo cada provincia su gobierno propio, revestido del poder no delegado por la Constitución al gobierno general, cada una tiene a su cargo el gasto de su gobierno local; cada una lo hace a expensas de su Tesoro de provincia, reservado justamente para ese destino. Según eso, en el gobierno argentino, por regla general, todo gasto es local o provincial; el gasto general, esencialmente excepcional y limitado, se contrae únicamente a los objetos y servicios declarados por la Constitución, como una delegación que las provincias hacen a la Confederación, o Estado general. Este sistema, que se diría entablado en utilidad de la Confederación, ha sido reclamado y defendido por cada una de las provincias que la forman. (Constitución argentina, parte 2a, título 2°, y pactos preexistentes invocados en su preámbulo.)

¿El efecto ‘positivo’ de los ataques terroristas? Ridículo, incluso desde el punto de vista económico

Estuvimos, en estos días, participando de un coloquio donde discutimos el llamado “debate del siglo”, entre Hayek y Keynes, sobre los ciclos económicos, y cómo se ha extendido el debate hasta nuestros días a través de una discusión entre economistas “austriacos” y keynesianos como Krugman y Stiglitz. Por supuesto que el nivel de las discusiones, muy buenas por cierto, fue teórico y académico. Pero esas distintas visiones teóricas no pueden sino generar posiciones sobre temas coyunturales que se basan en ellas.

Con el énfasis keynesiano en que el motor de la economía es el consumo y el gasto, no es de extrañar que nos encontremos con opiniones como la que presente el diario El Economista, de España: http://www.eleconomista.es/economia/noticias/7157367/11/15/Roubini-y-Krugman-creen-que-los-atentados-de-Paris-podrian-ser-buenos-para-la-economia.html

Uno podría aprovechar el sentimiento de horror que se ha apoderado en toda persona tolerante del mundo y vilipendiar estas posiciones. Por cierto, y si tratamos de verlas desde su lado más benévolo, está claro que ninguno de los dos autores favorece esos atentados, y que simplemente estarían diciendo que, dado que han ocurrido, las consecuencias serán un aumento del gasto, que consideran, en particular Krugman, como positivo.

“Krugman explica en su blog del New York Times, que los atentados pueden supondrán (¿?) un aumento del gasto público en Francia y quizá en otros países de la Unión Europea. El Nobel de Economía no ha dudado en asegurar en varias ocasiones que un supuesto ataque de extraterrestres a la tierra «sería una solución para que el mundo emprendiese una política de estímulos», y de este modo acabar con el estancamiento.”

Sería muy fácil ahora, denostarlos por señalar que puede haber un efecto positivo de tanto horror, pero no es lo que quiero tratar aquí, sino su fundamento económico. La idea es tan vieja como errónea. El economista francés del siglo XIX Frederic Bastiat caricaturizó esta visión en su famoso artículo sobre la ventana rota, donde argumenta en forma satírica todos los beneficios que se generan a partir de que unos niños rompan el vidrio de una ventana (trabajo para el vidriero, etc.). Esto fue varias décadas antes que Keynes aconsejara a los gobiernos enviar a la gente a cavar pozos y enterrar botellas para luego desenterrarlas.

Su respuesta ha sido contundente: eso no agrega nada, es más resta un vidrio que prestaba un buen servicio. Lo que tiene que gastar ahora el dueño de casa en cambiar el vidrio es dinero que no gastará en otra cosa, con lo que lo único que ha ocurrido es un desvío del gasto. O puede ser que para hacerlo reduzca sus ahorros, con lo que se reducirá el consumo futuro y/o la inversión presente, frenando el progreso económico.

Bastiat tiene otra referencia a este tema, vista ahora desde otro lado: no ya los beneficios que generaría un daño ocasionado, sino los que resultarían de aprovechar un beneficio inesperado. Así, por ejemplo, cuenta que estaban Robinson Crusoe y Viernes en la isla desierta, trabajando, y de pronto Viernes ve que llega un excelente tronco a la playa, que podría ser utilizado en lo que estaban haciendo. Crusoe ordena a Viernes no tocarlo, señalándole lo perjudicial que podría ser eso ya que estaría destruyendo el trabajo que ellos mismos van a tener que realizar para llegar a tener una viga de la misma calidad. Ridículo, ¿verdad?

Los juristas suelen creer que el dinero es una función indelegable del estado: ¿de dónde salió eso?

En su libro “Desnacionalización del dinero” Hayek trata el tema de la política monetaria y realiza una propuesta de “competencia de monedas”, cuya discusión es apropiada en todo país, como Argentina, que tiene dos monedas al menos, el peso y el dólar. Se suele pensar que la provisión de dinero es un ‘bien público’, una función indelegable del Estado. ¿De dónde salió eso? El libro fue publicado en inglés por el Institute of Economic Affairs de Londres.

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LA MÍSTICA DE LA MONEDA DE CURSO LEGAL

“El primer error de concepto es el que concierne a lo que se denomina «curso legal». Para nuestro propósito, no es muy importante, pero sirve generalmente para explicar o justificar el monopolio gubernamental de emisión de moneda. Ante nuestra propuesta, la primera atónita réplica es: «Pero ¡tiene que haber una moneda de curso legal!», como si esta idea justificara la necesidad de una única moneda gubernamental indispensable para la negociación diaria.

En sentido jurídico estricto, moneda de curso legal significa un tipo de moneda que un acreedor no puede rechazar como pago de una deuda, haya sido ésta contraída o no en dinero emitido por los poderes públicos. Aún así, es significativo que el término no tenga ninguna definición autorizada en el derecho estatutario inglés. En otros países indica simplemente el medio con el que puede saldarse una deuda, ya porque haya sido contraída en dinero gubernamental, ya porque un tribunal ordena el pago de esa forma. En la medida en que el poder público tiene el monopolio de la emisión de dinero y lo utiliza para establecer un solo tipo de dinero, debe tener también el poder de fijar los objetos con los que se pueden pagar las deudas expresadas en esta moneda. Ahora bien, ello no significa que todo el dinero deba ser de curso legal, ni tampoco que todos los objetos que la ley considera de curso legal tengan que ser necesariamente dinero. (En algunos casos, los tribunales han obligado a los acreedores a aceptar, como pago de sus deudas, bienes que difícilmente podrían calificarse de dinero; por ejemplo, el tabaco.)

La generación espontánea de dinero destruye la superstición

El término «curso legal» se ha rodeado en la imaginación popular de una penumbra de vagas ideas acerca de la necesidad de que el Estado suministre el dinero. Es la supervivencia de la idea medieval según la cual el Estado confiere de alguna forma al dinero un valor que de otra manera no tendría. Esto, a su vez, es cierto sólo en la medida en que el gobierno puede obligarnos a aceptar cualquier cosa que determine en lugar de la contratada; en este sentido, puede dar al sustituto el mismo valor para el deudor que el objeto original del contrato. Pero la superstición de que el gobierno (normalmente llamado «Estado» para que suene mejor) tiene que definir lo que es dinero, como si lo hubiera creado y éste no pudiera existir al margen de los poderes públicos, se originó en la ingenua creencia de que el dinero debió ser «inventado» por alguien y que un inventor original nos lo proporcionó. Esta creencia ha sido totalmente desplazada por el conocimiento de la generación de semejantes instituciones involuntarias a través de un proceso de evolución social del que el dinero es principal paradigma (siendo otros ejemplos destacados el derecho, el lenguaje y la moral). Cuando el renombrado profesor alemán Knapp resucitó, en este siglo, la doctrina medieval del valor impositus, se abrió el camino para una política que en 1923 condujo al marco alemán a un valor de 1 partido por 1.000.000.000.000.”

Justicia social o distributiva: ¿y si las llamadas ‘injusticias sociales’ no fueron causadas por alguien?

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico II (Escuela Austriaca), vemos a Hayek sobre filosofía moral y, en particular, sobre el concepto de justicia social. Algunos párrafos:

Hayek

“El uso de la expresión «justicia social» es relativamente reciente, pues parece que se remonta a hace un siglo, poco más o menos. Esta expresión se empleó de vez en cuando en tiempos más antiguos para designar los esfuerzos organizativos destinados a observar las reglas de recta conducta individual; en la actualidad se usa a veces en discusiones eruditas para valorar los efectos de las actuales instituciones de la sociedad, pero el sentido en que hoy suele emplearse, y al que constantemente se recurre en las discusiones públicas y que será analizado en el presente capítulo, es esencialmente el mismo en que durante mucho tiempo se empleó la expresión «justicia distributiva». Según parece, empezó a hacerse habitual en este sentido en el tiempo en que (y acaso en parte porque) John Stuart Mill trató explícitamente ambos términos como equivalentes en afirmaciones como:

la sociedad debería tratar igualmente bien a todos aquellos que lo han merecido igual-mente, es decir, aquellos que lo han merecido igualmente en absoluto. Este es el más alto grado abstracto de justicia social y distributiva, hacia el cual deberían hacerse converger lo más posible todas las instituciones y los esfuerzos de todos los ciudadanos virtuosos; se considera universalmente justo que toda persona obtenga (tanto en el bien, como en el mal) lo que merece; es injusto que tenga que obtener el bien o sufrir el mal quien no lo merece. Tal vez sea ésta la forma más clara y enfática en que puede concebirse la idea de justicia. Puesto que implica la idea de méritos morales, surge la pregunta sobre en qué consisten estos méritos.

Es significativo el hecho de que estas dos citas se encuentren en la descripción de uno de los cinco significados de justicia que Mill distingue, cuatro de los cuales se refieren a las normas de recta conducta individual, mientras que ésta define una situación fáctica que puede pero que no necesita haber sido causada por una decisión humana racional. Parece, pues, que Mill no se percató de la circunstancia de que con este significado se refiere a situaciones completamente distintas de aquellas a las que se aplican los otros cuatro sentidos, o de que esta concepción de «justicia social» lleva directamente a un socialismo en plena regla.

Tales afirmaciones, que asocian explícitamente «justicia social y distributiva» al «tratamiento» de los individuos por parte de la sociedad según sus ritos morales, demuestran claramente la diferencia con la simple justicia, y al mismo tiempo la causa de la vacuidad del concepto. La exigencia de «justicia social» se dirige no al individuo sino a la sociedad -pero la sociedad, en sentido estricto, es decir como distinta del aparato de gobierno- es incapaz de obrar por un fin específico, y la exigencia de «justicia social» se convierte por tanto en una exigencia dirigida a los miembros de la sociedad para que se organicen de tal modo que puedan asignar determinadas cuotas de la producción social a los diferentes individuos y grupos. La pregunta fundamental, pues, es la de si existe el deber moral de someterse a un poder que pueda coordinar los esfuerzos de los miembros de la sociedad en orden a obtener un modelo de distribución particular, considerado como justo.”

Una propuesta ‘algo extremista’ para los candidatos que quedaron, Macri y Scioli: No a Goebbels

Me encuentro a menudo con interlocutores, incluso en mi propia familia, que me dicen que no puedo ser tan ‘extremista’, que debo moderar mis posiciones, que debería estar feliz ahora que quienes están en el poder han sufrido una buena derrota.

Sí, claro, siempre es bueno que el poder sea derrotado, esa es la esencia de mi posición, digamos, ‘anarco capitalista’, un término que Cristina aborrece, al cual le adjudica todos los males del capitalismo de amigos que impera a nivel mundial, y que, seguramente, espantaría tanto a Macri como a Scioli.

Es verdad, esos locos, que plantean cosas utópicas.

Entiendo el punto. Además de Economía Austriaca enseño Public Choice, o el Análisis Económico de la Política, con lo que se claramente cuáles son las limitaciones de los votantes en cuanto a la información que manejan, y los incentivos que tienen tanto políticos como funcionarios del gobierno. No me extraña que se hagan campañas donde no se habla de nada en particular, ya que los votantes tampoco quieren escuchar nada de eso. Es más, si lo escucharan saldrían espantados.

Si un candidato les dijera que hay que hacer un fenomenal ajuste porque el déficit fiscal alcanza ya el 8% del PIB, o que el balance del Banco Central muestra que está quebrado, seguro que no lo votarían. Y como los votantes no quieren cambios bruscos, no quieren pagar las cuentas de varios años de descontrol, entonces no se les puede proponer un ajuste en el cual los costos de esas mismas decisiones caigan sobre quienes las votaron en su momento.

Tampoco podemos decirles claramente que las hayan votado porque, ¿qué votaron en 2011? ¿Acaso votaron en favor de la inflación y el déficit fiscal? Nadie tiene mayor idea de eso, ni de cómo se paga; en general votaron porque la economía entonces había salido de la crisis del 2008 y, bueno, el efecto viuda. No mucho más.

En esta oportunidad, los votantes no han elegido nada ‘revolucionario’. Así que  poco puedo esperar al respecto. Pero he aquí que voy a proponer algo que no tiene mayor costo político o económico y que, sin embargo, sería una decisión drástica y una clara señal hacia el futuro: eliminar toda publicidad estatal, terminar con las cadenas nacionales y cerrar TELAM, ese ‘ministerio de la verdad’.

Un gobierno nacional no necesita hacer publicidad, los medios están atentos para informar todos sus movimientos. Simplemente tiene que dar comunicados a la prensa o dar conferencias de prensa y listo, nos enteramos de las noticias por los medios. Además, las conferencias de prensa permiten que las preguntas de los periodistas indaguen sobre cosas que el gobierno tal vez no está tan interesado en informar.

De esta forma se reduce el presupuesto, algo que hay que hacer de todas formas y, además, se deja de financiar con el dinero de todos a amigos y socios del gobierno.

Que el gobierno tenga una agencia de noticias es como aceptar que Goebbels tenía razón aunque era un poco violento. ¿Quién podría estar en contra? ¿No está acaso comprobado en la historia de ese organismo y, en particular, durante los últimos años, que una agencia de ese tipo es nada más que el instrumento de propaganda de quienquiera que esté en el gobierno? ¿Qué van a hacer Scioli o Macri con ella? ¿Van a cambiarla para que haga propaganda sobre sus respectivos gobiernos? ¿Van a pretender que puede existir tal cosa como una agencia gubernamental de noticias que sea ‘neutra’? Sí, ya sé, el ejemplo de la BBC es lindo, pero prefiero ver el canal de la BBC en el cable que 6, 7, 8.

¿Cuál es la justificación de su existencia? ¿Acaso el mercado no provee noticias suficientes? Tenemos medios de todo tipo y ahora tenemos Internet, podemos leer las noticas según la “corpo” o podemos leer el New York Times o El País o los medios financiados por el estado.

Es cierto, nadie quiere cambios bruscos; que todo sea despacio, que no nos duela, que seamos moderados. Pero, tal vez, pueden jugarse en una sola que no duele: basta de publicidad estatal y cierren la agencia de Goebbels.

Argentina 2015: ‘Après nous le déluge’ o como dijo Keynes, ‘en el largo plazo estamos todos muertos’

En Junio de 1959, Ludwig von Mises dictó seis conferencias en Buenos Aires. Éstas fueron luego publicadas y las consideramos con los alumnos de la UBA en Derecho. Su cuarta conferencia se tituló, precisamente “Inflación”. Mises comenta:

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“Una de las mayores inflaciones en la historia ocurrió en el Reich Alemán después de la Primera Guerra Mundial. La inflación no fue tan importante durante la guerra; fue la inflación después de la guerra lo que provocó la catástrofe. El gobierno no dijo: ‘Estamos avanzando hacia la inflación’ El gobierno simplemente tomó dinero prestado, muy indirectamente, del banco central.

El  gobierno no tenía que preguntar cómo el banco central encontraría y entregaría el dinero. El banco central simplemente lo imprimió. En la actualidad las técnicas para realizar la inflación se complican por el hecho que existe el dinero de chequera. Supone otras técnicas, pero el resultado es el mismo. De un plumazo el gobierno crea dinero por decreto (fiat money), aumentando así la cantidad de dinero y crédito. Simplemente el gobierno emite una orden, y el dinero por decreto aparece.

Al gobierno no le preocupa, al principio, que algunas personas pierdan, no le preocupa que los  precios se vayan para arriba. Los legisladores dicen: ‘¡Este es un sistema maravilloso!’ Pero este sistema maravilloso tiene una debilidad fundamental: no puede durar. Si la inflación pudiera seguir eternamente, no tendría sentido indicar a los gobiernos que no deben inflar la cantidad de dinero. Pero la verdad sobre la inflación es que, tarde o temprano, debe terminar. Es una política que no puede durar.

En el largo plazo la inflación termina destruyendo la moneda; se llega a una catástrofe, a una situación como la Alemania en 1923. El 1º de Agosto de 1914 el valor del dólar era de cuatro marcos y veinte pfennings. Nueve años y tres meses más tarde, en Noviembre de 1923, el valor del dólar era 4,2 trillones de marcos. En otras palabras, el marco no valía nada, nunca más tuvo algún valor.

Hace algunos años, un famoso autor, John Maynard Keynes, escribió: ‘En el largo plazo, estamos todos muertos’ Tengo el pesar de decirles que esto ciertamente es verdad. Pero la pregunta es ¿cuán corto o largo será el corto plazo? En el Siglo XVIII existió una famosa dama, Madame de Pompadour, a quien se le atribuye el dicho: ‘Après nous le déluge’  (‘Después de nosotros el diluvio’) Madame de Pompadour tuvo la suerte de morirse en el corto plazo. Pero su sucesora en el puesto, Madame du Barry, sobrevivió el corto plazo y fue guillotinada en el largo plazo. Para mucha gente el ‘largo plazo’ rápidamente se convierte en el ‘corto plazo’ – y el mayor tiempo que continúe la inflación, más rápido se cumplirá el ‘corto plazo’.

¿Cuánto puede durar el ‘corto plazo’? ¿Durante cuánto tiempo puede un banco central continuar con la inflación? Probablemente todo el tiempo que la gente continúe convencida que el gobierno, tarde o temprano, pero ciertamente no demasiado tarde, dejará de imprimir dinero y de ese modo detendrá la reducción del valor de la unidad de moneda.

Cuando la gente no crea más en ello, cuando se den cuenta que el gobierno seguirá y seguirá sin intención alguna de detenerse, entonces comenzarán a entender que mañana los precios serán más altos que hoy. Entonces comenzarán a comprar a cualquier precio, haciendo que los precios suban a tales alturas que el sistema monetario se destroza.”