Charlie Hebdo, la libertad de expresión aunque se ofenda, y las caricaturas danesas sobre Mahomma

Tan solo unos días después de la masacre a los editores de la revista Charlie Hebdo, el Cato Institute publica un libro sobre este tema de fundamental importancia, pero en relación a un caso anterior: la publicación de una caricatura de Mahomma en el diario danés Jyllands-Posten en 2006. El editor, y autor del libro “The Tyranny of Silence”, publicado ahora por Cato, Flemming Rose, fue responsable de la publicación, aunque no el autor, de esa caricatura en el diario danés. A partir de entonces, su vida se vio convulsionada por el hecho y su presencia generó todo tipo de reacciones en los eventos a los cuales fuera invitado.

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Su objetivo al publicar esto fue señalar la importancia de la libertad de prensa y la tolerancia aun ante opiniones que puedan ser consideradas ofensivas. En este sentido, trató de darle al Islam el mismo trato que al Cristianismo o al Judaísmo, u otras religiones, sobre las cuales ya se habían publicado muchas caricaturas cuyos fieles también podrían haber considerado ofensivas. Pero plantea el tema: ¿existe el derecho a no recibir una ofensa? Así comenta cómo consolidó su visión al encontrarse con el escritor proscripto Salman Rushdie: http://www.cato.org/events/tyranny-silence

“Cuando entrevisté al autor Salman Rushdie en 2009, me presentó un problema con el que había estado luchando desde la “Crisis de la Caricatura”. Yo tenía problema en aceptar que otros estaban contando mi historia e interpretando mis motivos sin conocer quién era. Cuando hablamos, Rushdie observó que desde la niñez, relatamos historias como una forma de definirnos y entendernos a nosotros mismos. Es un fenómeno que se deriva del instinto al lenguaje que es universal e innato en el ser humano. Cualquier intento de restringir este impulso no es solamente censura o un intento de violación política de la libertad de expresión; es un acto de violencia contra la naturaleza humana, un asalto existencial que convierte a la gente en lo que no es. Lo que diferencia a las sociedades abiertas de las cerradas es el derecho a contar y recontar nuestras historias y las de otros.

En una sociedad abierta, la historia avanza por medio del intercambio de nuevas narrativas. Pensemos en la esclavitud en los Estados Unidos, el Nazismo en Alemania, el Comunismo en Europa Oriental, cada uno de ellos superado por desafíos a la forma convencional de contar la historia. En las sociedades cerradas, la narrativa es dictada por el estado, y el individuo es reducido al silencio, como un objeto pasivo. Las voces disidentes son castigadas y censuradas.

En una democracia, nadie puede reclamar el derecho a contar ciertas historias. Esto significa, para mí, que los Musulmanes tienen derecho a contar chistes e historias críticas de los Judíos, mientras que los ateos pueden distorsionar al Islam en la forma que deseen. Los blancos pueden reírse de los negros, y los negros de los blancos. Afirmar que solamente las minorías pueden hacer bromas sobre sí mismos, es tanto discriminador como tonto. Según esa lógica, sólo los Nazis pueden criticar a los Nazis, ya que en la Europa actual son una minoría perseguida y marginal. Hoy, una mayoría del planeta se opone a la circuncisión femenina, los matrimonios forzados y los ritos violentos contra las mujeres. ¿No podríamos criticar esas culturas porque son minorías? Según algunos multiculturalistas militantes de Europa, la respuesta es sí. Pero la gente en democracia no debería ser obligada a vivir dentro de campanas cerradas donde los que piensan igual refuerzan sus propias opiniones. Es vital poder trasgredir esos bordes entre grupos sociales a través del diálogo, y es importante estar expuesto a las opiniones y creencias de otros. La gente que habla entre sí, intercambia visiones, y cuenta historias diferentes, afectan la forma de pensar de los otros.

Rushdie me dijo que el conflicto sobre el derecho a contar una cierta historia estaba en el corazón de la controversia sobre su propia libertad para hacerlo. Me dijo:

‘La única respuesta que puedes dar desde este lado de la mesa es que todos tenemos derecho a relatar la historia en la forma que queramos. Esto se remonta a la cuestión de qué tipo de sociedad queremos. Si quieren vivir en una sociedad abierta, se desprende entonces que la gente hablará de cosas en distintas formas, y algunas de ellas me ocasionarán rabia y ofensa. La respuesta es práctica: OK, no te gusta, pero hay muchas otras cosas que a mí no me gustan. Ése es el precio de vivir en una sociedad abierta. Desde el momento que comienzas a hablar de limitar y controlar ciertas expresiones, entras en un mundo donde la libertad ya no reina, y de ahí en más, solamente discutirás que nivel de ‘no-libertad’ quieres aceptar. Ya has aceptado el principio de no ser libre.’