David Ricardo y el Bullion Report: el pago de la deuda pública con emisión monetaria

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico I, UBA Económicas, vemos a David Ricardo y su «Bullion Report» que presentara al Parlamento explicando cómo el Banco de Inglaterra tenía que volver a tener una moneda convertible al metal luego de las restricciones impuestas por las guerras napoleónicas. Y así comenta los problemas de devaluar la moneda:

Los poderes extraordinarios con los que se les confía les permiten regular a su entender el precio al que aquellos que poseen un tipo particular de propiedad, llamado dinero, dispondrá de él. Los directores del Banco han impuesto a estos tenedores de dinero todos los males de un máximo. Hoy es su placer que 4 l. 10s. pasará por 3 l. 17s. 10 1 / 2d., Mañana pueden degradar 4 l. 15s. al mismo valor, y en otro año 10 l. puede que no valga más. ¡Por qué tenencia insegura se retiene es propiedad que consiste en dinero o anualidades pagadas en dinero! ¿Qué seguridad tiene el acreedor público que el interés sobre la deuda pública, que ahora se paga en un medio depreciado quince por ciento, no podrá en adelante ser pagado en un degradado cincuenta por ciento? La lesión a los acreedores privados no es menos grave. Una deuda contraída en 1797 ahora puede pagarse con el ochenta y cinco por ciento. de su cantidad y quién dirá que la depreciación no irá más allá?

«El aumento de la denominación de la moneda ha sido el recurso más habitual por el cual una verdadera quiebra pública se ha disfrazado bajo la apariencia de un pago simulado. Si un Seis peniques, por ejemplo, por ley parlamentaria o por proclamación real deberían elevarse a la denominación de un chelín y veintiséis peniques a la de una libra esterlina, la persona quien bajo la antigua denominación había tomado prestados veinte chelines, o cerca de cuatro onzas de plata, bajo el nuevo, pagaría con veintiséis peniques, o con algo menos de dos onzas. Una deuda nacional de unos ciento veinte millones, casi el capital de la deuda financiada de Gran Bretaña, de esta manera se podría pagar con unos sesenta y cuatro millones de nuestro presente dinero. De hecho, sería un pago simulado solamente, y los acreedores del público serían estafados en diez chelines en la libra de lo que se les debía. La calamidad también se extiende mucho más allá de los acreedores del público y cada persona privada sufriría una pérdida proporcional; y esto sin ninguna ventaja, pero en la mayoría de los casos con un gran pérdida adicional, para los acreedores del público. Si los acreedores del público realmente fueran generalmente muy endeudados con otras personas, en cierta medida podrían compensar su pérdida pagando a sus acreedores en la misma moneda en que el público les había pagado. Pero en la mayoría de los países los acreedores del fisco son en su mayor parte personas ricas, que están más en relación de acreedores que en la de deudores con el resto de sus conciudadanos. Un pago pretendido de este tipo, por lo tanto, en lugar de aliviar, agrava en la mayoría de los casos la pérdida de los acreedores del público; y sin ninguna ventaja para el público, extiende la calamidad a un gran número de personas inocentes. Ocasiona una general y perniciosa subversión de las fortunas de personas privadas; enriqueciendo en la mayoría de los casos al deudor inactivo y profuso a expensas del acreedor trabajador y frugal, y transportando una gran parte del capital nacional de manos de quienes probablemente aumenten y mejoren a aquellos que puedan disiparlo y destruirlo. Cuando se hace necesario para un Estado declararse en quiebra, de la misma manera que cuando se hace necesario para un individuo para hacerlo, una bancarrota justa, abierta y declarada es siempre la medida que es a la vez menos deshonrosa para el deudor y menos hiriente para el acreedor. El honor de un estado es seguramente muy mal provisto, cuando para cubrir la desgracia de una bancarrota real, recurre a un truco de malabarismo de este tipo, tan fácil de ver, y al mismo tiempo extremadamente pernicioso”.

Estas observaciones del Dr. Smith sobre un dinero degradado son igualmente aplicables a un depreciado papel moneda. Ha enumerado algunas de las consecuencias desastrosas que presenta. la degradación del medio circulante, pero nos ha advertido lo suficiente de no intentar experimentos tan peligrosos. Será una circunstancia para siempre lamentarse, si este gran país, teniendo ante sus ojos las consecuencias de una circulación forzada de papel en América y Francia, quisiera perseverar en un sistema preñado de tantos desastres. Esperemos que ella será más sabia. De hecho, se dice que los casos son diferentes: que el Banco de Inglaterra es independiente del gobierno. Si esto fuera cierto, los males de una superabundante circulación no se sentirían menos; pero se puede cuestionar si un banco presta muchos millones más al gobierno que su capital y los ahorros se pueden llamar independientes de ese gobierno.

Contribuciones originales a la teoría económica que se desarrollaron en Argentina o en la región

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico y Social, completamos la materia y una larga serie de lecturas con distintas contribuciones en esta área desarrolladas en Argentina. Para eso, los alumnos leen algunos de estos artículos:

  1. Juan Bautista Alberdi; Sistema Económico y Rentístico de la Confederación Argentina; Tercera Parte; Capítulo VII, «Objetivos del gasto público según la Constitución Argentina»: http://www.hacer.org/pdf/sistema.pdf  
  1. Julio H. Olivera: “La teoría no monetaria de la inflación”: http://www.obela.org/system/files/La%20teoria%20no%20monetaria%20de%20la%20inflacion.pdf 
  1. Diamand, Marcelo: “El péndulo argentino”: https://esepuba.files.wordpress.com/2009/05/diamand.pdf 
  1. Manuel Fernández López; La ciencia económica argentina en el Siglo XX:  https://aaep.org.ar/anales/pdf_01/fernandez-lopez.pdf 

Por cierto que es una lista incompleta, aunque el trabajo de Fernández López comenta todas las contribuciones en general. Es imposible ver todo lo que podría verse. Es más, falta, por ejemplo, Prebisch quien jugara un rol importante a nivel loca e internacional.

De todas formas se trata de tener una idea general, tanto sea de la inspiración «Smithiana» de Alberdi, tal vez a través de Jean Baptiste Say, como del desarrollo del llamada «estructuralismo» argentino que busca ser una contribución general aunque con un desarrollo y aplicación local, algo que nos hace acordar al historicismo alemán.

Para bien o para mal es una contribución original, de las cuales hay muy poco en la región. Forma parte o se complementa con una visión más general conocida como la «doctrina de la Cepal».

Tal vez la otra gran contribución original proveniente de América Latina sea la desarrollada por Hernando de Soto, Enrique Ghersi, etc, en relación a las investigaciones sobre la economía informal que salen a la luz con la publicación del libro «El otro sendero». Este trabajo llamó la atención a los economistas de todo el mundo sobre un fenómeno existente en todas partes, pero sobre todo en los países más pobres, de una importante actividad económica que se realiza por fuera de los marcos legales y regulatorios formales. Y señaló, también, que los «informales» son y quieren ser emprendedores, quieren integrarse al mercado, no destruirlo.

No clasifico este post como «teoría económica» porque creo que en ambos casos no da para eso, digamos entonces que cae en «política económica».

 

Alberdi sobre el objeto del gasto público y también sobre el «espíritu» público comunitario

Con los alumnos de la UBA Derecho vemos a Juan Bautista Alberdi en Sistema Económico y Rentístico analizar el objeto del gasto público según la Constitución Nacional, pero al final del capítulo plantea un tema bien interesante en estos tiempos: no hay que pensar solamente en el gasto del Estado para solucionar los problemas que se encuentren en la sociedad:

“Observaré entretanto, para acabar de hablar del gasto público, que no todo él consiste en el gasto con que la sociedad satisface sus necesidades de orden público por conducto del gobierno, sino también en el que hace ella directa e inmediatamente, por la mano de sus habitantes, en la mejora, comodidad y perfeccionamiento de sus ciudades, en el socorro y alivio de las clases desgraciadas, y en fin en todo ese orden de servicios que la sociedad se hace a sí misma, sin el intermedio de la autoridad, en el sentido de su prosperidad más rápida y más completa. – A ese gasto pertenecen las calles, los empedrados, las calzadas, los caminos, puentes, desagües, mejoras locales, monumentos, socorros públicos y eventuales, que se hacen por suscriciones voluntarias levantadas entre el vecindario.

Ese gasto es obra exclusiva del espíritu público, es decir, de la disposición y aptitud de los habitantes para unir sus esfuerzos y prestarlos, sin más coacción que el deseo del bienestar común, sin más mira que realizarlo. Los pueblos educados en servidumbre no tienen idea de esta contribución sin ley, que el patriotismo se impone a sí mismo, como el esclavo que todo lo hace para su amo y por su mandato no tiene idea del celo generoso.

La Inglaterra, los Estados Unidos deben la mitad de sus mejoras de orden local a esa contribución que el país paga sin que se lo exija la ley, nada más que por el placer de existir bien y de un modo digno del pueblo que sabe estimarse y respetarse hasta en su decoro externo, hasta en el aire distinguido y brillante de esas habitaciones colectivas para su mansión, que se denominan ciudades.

De la omisión de este gasto espontáneo que pesa sobre el espíritu público, ¿a quién hacer responsable? – No al gobierno, ciertamente, que nada tiene que hacer en él, sino al país, que no se siente animado de ese impulso inherente a todo país educado en la libertad. La falta de espíritu pú-blico en nuestras Repúblicas nominales tiene una mitad de la responsabilidad de su atraso propio. Del gobierno podrá ser la otra en mucha parte, no lo dudo, pero ella no excusa la del país. Entretanto es el pretexto que releva de todo escrúpulo a la incuria abyecta de nuestras ciudades manumitidas. ¿El gobierno os impide pintar, renovar, hermosear cada tres meses vuestros edificios? ¿Os impide alumbrarlos brillantemente por las noches? ¿Os impide hacer puertas, veredas, empedrados, puentes, caminos para vuestra propia comodidad? – Diréis que sí. – Os diré entonces que quien lo estorba es el mismo poder que os hace comer mal, vestir peor, habitar casas lóbregas y tristes, vivir vida mezquina y pobre.

La mitad de la organización del país está en la organización de la propia persona. ¿ Qué ha querido decir Montesquieu, cuando ha dicho que el gobierno de libertad era el más caro de los gobiernos? – Que es el que demanda más sacrificios, no más tributos. Lo más fuerte del precio que la libertad cuesta a la Nación reside en el servicio prestado en consagración, en celo, en participación libre y voluntaria por sus habitantes en favor de la obra del bienestar propio y común.

Ser libre no consiste en pasar la mañana en el café renegando a voz en cuello de todos los actos del gobierno; es vivir en continuo afán y en perpetua solicitud, es tomar parte en todo lo que interesa a la Nación; sobre todo es vivir con la mano en el bolsillo, -fisco doméstico y casero-, en el que tiene cada ciudadano un poder de acción pública más eficaz que el fusil de la guardia nacional, herramienta inútil para hacer caminos y puentes, para hermosear las ciudades.

El ocio egoísta pretexta efugios para eludir sus deberes de libertad, es decir, de actividad y trabajo en el interés común, porque esto es la libertad. Lleva su extravío hasta convertir la abstención indiferente en buen tono y prueba de civismo. El egoísta viene a ser tipo del honesto ciudadano, y la mayor recomendación del buen juicio de un vecino se hace con decir que «es persona que en nada se mezcla».

Hemos vivido siglos aceptando lo que nos daba hecho y formado el tutor regio en cómodo y agradable pupilaje. El precedente de siglos gobierna nuestra vida real bajo el imperio de la República escrita. A la menor necesidad sentida alzamos los ojos hacia el papá.

El gobierno era antes el amo, hoy es el sirviente; he ahí toda la diferencia de la colonia a la República: en cuanto al vecino, su rol es siempre el mismo: – aceptar todo lo que se le da hecho, sin hacer nada por sí.”

Ludwig von Mises visitó Buenos Aires en 1959. Lo que entonces dijo, muestra que no aprendimos nada

En Junio de 1959, Ludwig von Mises dictó seis conferencias en Buenos Aires. Éstas fueron luego publicadas y las consideramos con los alumnos de la UBA Económicas, Historia del Pensamiento Económico II, Escuela Austriaca. Su tercera conferencia se tituló “Intervencionismo” y trata ahora sobre ese supuesto “tercer camino”. Mises comenta:

Mises3

“La idea que existe un tercer sistema – entre el socialismo y el capitalismo – como sus sostenedores dicen, un sistema tan alejado del socialismo como lo está del capitalismo pero que retiene las ventajas y evita las desventajas de cada uno, es puro disparate. La gente que cree en tan mítico sistema puede convertirse en realmente poética cuando  elogian la gloria del intervencionismo. Se puede decir, solamente, que están equivocados.

La interferencia del gobierno, que ellos elogian, provoca condiciones que a ellos mismos les disgustan. Uno de los problemas que trataré más adelante es el proteccionismo. El gobierno trata de aislar el mercado doméstico respecto al mercado mundial. Impone tarifas que elevan el precio doméstico de un producto por sobre el precio en el mercado mundial, haciendo posible a los productores domésticos formar cárteles. Los cárteles entonces son atacados por el gobierno declarando: ‘Bajo estas condiciones, es necesaria una legislación anti – cártel’

Esta es precisamente la situación con la mayoría de los gobiernos europeos. En los EEUU, hay además otras razones para la legislación anti – trust y la campaña del gobierno contra el fantasma del monopolio Es absurdo ver al gobierno – que crea por su propia intervención las condiciones que hacen posible la emergencia de cárteles domésticos – señalar con el dedo a las empresas, diciendo: ‘Hay cárteles, por lo tanto la interferencia del gobierno en los negocios es necesaria’. Sería mucho más simple evitar los cárteles terminando la interferencia del gobierno en el mercado – una interferencia que hace posibles estos cárteles.

La idea de la interferencia del gobierno como una ‘solución’ a los problemas económicos lleva, en cada país, a condiciones que, por lo menos, son bastante insatisfactorias y, a menudo, caóticas. Si el gobierno no se detiene a tiempo, fomentará el socialismo. Sin embargo, la interferencia del gobierno en los negocios es todavía muy popular. Tan pronto como a alguien no le gusta algo que sucede en el mundo, dice: ‘El gobierno debería hacer algo al respecto. ¿Para qué tenemos un gobierno? El gobierno debería hacerlo.’ Y este es un resabio de pensamiento característico de épocas pasadas, de épocas que precedían a la libertad moderna, al moderno gobierno constitucional, antes del gobierno representativo o del republicanismo moderno.

Por siglos existió la doctrina – sostenida y aceptada por todos – que un rey, un rey ungido – era el mensajero de Dios; tenía más sabiduría que sus súbditos; y tenía poderes sobrenaturales. Tan recientemente como a principios del Siglo XIX, la gente que sufría de ciertas enfermedades esperaba ser curada por el toque real, por la mano del rey. Los doctores eran generalmente mejores; sin embargo, hacían que sus pacientes se trataran con el rey.

Esta doctrina de la superioridad del gobierno paternal, de los poderes sobrenaturales y sobrehumanos de los reyes hereditarios, ha desaparecido gradualmente – o por lo menos eso creíamos. Pero apareció nuevamente. Hubo un profesor alemán llamado Werner Sombart (lo conocí muy bien), que era conocido en todo el mundo; era doctor honorario de muchas universidades y miembro honorario de la American Economic Association. Ese profesor escribió un libro que se encuentra disponible en una traducción al inglés, publicada por la Princeton University Press; también existe una traducción al francés, y probablemente exista una versión en español. Y espero que exista porque deseo que verifiquen lo que estoy diciendo. En este libro – publicado en nuestro siglo y no en la Edad Media – Werner Sombart, profesor de Economía, simplemente dice: ‘El Führer, nuestro Führer,’ – desde ya se refiere a Hitler – ‘recibe sus órdenes directamente de Dios, el Führer del Universo’

Antes ya mencioné esta jerarquía de Führers, y en esta jerarquía mencioné a Hitler como el ‘Supremo Führer’… Pero existe, de acuerdo con Werner Sombart, un más alto Führer: Dios, el Führer del Universo. Y Dios, escribió, le da Sus órdenes directamente a Hitler. Desde ya, el Profesor Sombart dijo, bastante modestamente; ‘No sabemos cómo Dios se comunica con el Führer. Pero el hecho no puede negarse’

Ahora, si oyen que dicho libro puede ser publicado en idioma alemán, el idioma de una nación que una vez fue aclamada como ‘la nación de los filósofos y de los poetas’, y ven que puede ser traducido al inglés y al francés, no podrán asombrarse del hecho que un pequeño burócrata se considere a sí mismo mejor y más inteligente que los ciudadanos y desee interferir en todo, aunque sea solamente un pobre minúsculo burócrata, y no el famoso Profesor Werner Sombart, miembro honorario de lo que sea.

¿Existe un remedio contra estas cosas? Yo diría que sí, que hay un remedio. Y este remedio es el poder los ciudadanos; tienen que impedir que se establezca un régimen tan autocrático que se arroga una mayor sabiduría que la del ciudadano común. Esta es la diferencia fundamental entre la libertad y la servidumbre. Las naciones socialistas han usurpado para sí mismas el término democracia. Los rusos llaman a su sistema Democracia Popular, probablemente sostienen que la gente está representada en la persona del dictador. Creo que a un dictador, Juan Perón aquí en la Argentina, se le dio una buena respuesta cuando se lo forzó al exilio en 1955. Esperemos  que otros dictadores, en otras naciones, se les dé una respuesta similar.”

La función del ahorro, clave para el progreso; terminará luego en la eutanasia del ahorrista

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico II, UBA, vemos un artículo que Böhm-Bawerk publicara en Estados Unidos (sus obras en inglés se publicaron antes y más que las de Menger mismo, y luego las de Mises, por eso esos autores no eran conocidos para los economistas de habla inglesa, pero sí lo era BB). Se titula “La función del ahorro” y es antecede al ataque feroz que lanzara Keynes a través de su conocida idea de la “eutanasia del ahorrista”, para colocar al consumo como el único motor de la economía. Dice:

Bohm Bawerk - Positive Theory of Capital

“En respuesta me gustaría simple mente insistir en que no he confundido dos conceptos de “ahorro” en mis escritos, sino que sencillamente he procurado analizar completamente un concepto y presentar al lector una visión exhaustiva del proceso del “ahorro”. Para concretar, que lo que “todo el mundo conoce como ahorro” tiene en primer lugar su lado negativo, esto es, el no consumo de una porción de nuestros ingresos o, en términos aplicables a nuestra sociedad que utiliza el dinero, el no gasto de una porción del dinero recibido anualmente. Este aspecto negativo del ahorro es que es más evidente en las conversaciones cotidianas y a menudo es el único que se tiene en cuenta, puesto que comparativamente pocas personas consideran el destino subsiguiente de las sumas de dinero ahorrado, más allá de la ventanilla de caja del banco o la compañía financiera. Pero es aquí justamente donde comienza la parte positiva del proceso del ahorro, para completarse lejos del campo de visión del ahorrador, cuya acción, sin embargo, ha dado el primer impulso a toda la actividad posterior: el banco recoge los ahorros de sus depositantes y los pone a disposición de la comunidad empresarial de una forma u otra –a través de préstamos hipotecarios, empréstitos a compañías ferroviarias y a otras compañías a cambios de los bonos que éstas emiten, alojamientos para gestores de negocios, etc.-, para su empleo en posteriores iniciativas productivas, que sin esa ayuda no podrían tener éxito o al menos no lo alcanzarían con la misma eficiencia. Si aquéllos que ahorran hubieran evitado hacerlo y, en cambio, hubieran vivido más lujosamente, esto es, hubieran comprado y consumido más o mejor comida, vinos, ropa u otros objetos de lujo, habrían estimulado su producción, a través del incremento de la demanda de estos productos; frente a ello, el resultado de ahorrar y depositar en los bancos porciones de sus ingresos, hubiera sido dar un impulso a la producción en forma de incremento en la manufactura de dispositivos productivos, en ferrocarriles, fábricas, máquinas, etc.”

Y más adelante:

“… uno puede preguntarse ¿hacia qué tipo de bienes de consumo se dirigirá la producción si no se conoce por cuáles se decidirán los ahorradores? La respuesta es muy simple: quienes dirigen la producción no lo saben mejor, pero tampoco peor, acerca de la especial demanda de los ahorradores, que lo que saben de la demanda de los consumidores en general. Un sistema de producción altamente complejo, capitalista y subdividido normalmente no espera a las solicitudes que les hagan antes de proveer, sino que tiene que anticiparse a ellas con tiempo suficiente. Su conocimiento de la cantidad, el tiempo y la dirección de la demanda de bienes de consumo no se basa en información positiva, sino que solamente puede adquirirse mediante un proceso de prueba, suposición o experimentación. Por supuesto, la producción puede cometer serios errores en esta conexión y cuando esto ocurre lo expía a través de la situación de crisis que no es familiar. Sin embargo, a menudo encuentra su camino, generando suposiciones para el futuro a partir de la experiencia del pasado, sin grandes contratiempos, aunque a veces pequeños errores se corrijan con dificultad mediante una desagradable redistribución de las fuerzas productivas mal empleadas. Estos reajustes se facilitan materialmente, como tratado de demostrar en detalle en mi “Teoría positiva”, mediante la gran movilidad de muchos productos intermedios.”

Alberdi sobre la producción agrícola, la actividad comercial y la protección de la industria.

Con los alumnos de la UBA Derecho vemos a Alberdi en Sistema Económico y Rentístico y la protección de la industria:

Las leyes protectoras, las concesiones temporales de privilegios y las recompensas de estímulo son, según el artículo citado, otro medio que la Constitución pone en manos del Estado para fomentar la industria fabril que está por nacer.

Este medio es delicadísimo en su ejercicio, por los errores en que puede hacer caer el legislador y estadista inexpertos, la analogía superficial o nominal que ofrece con el aciago sistema proteccionista de exclusiones privilegiarías y de monopolios.

Para saber qué clase de protección, qué clase de privilegios y de recompensas ofrece la Constitución como medios, es menester fijarse en los fines que por esos medios se propone alcanzar. Volvamos a leer su texto, con la mira de investigar este punto que importa a la vida de la libertad fabril. Corresponde al Congreso (dice el art. 64) proveer lo conducente a la prosperidad del país, etc., promoviendo la industria, la inmigración, la construcción de ferrocarriles y canales navegables, la colonización de tierras de propiedad nacional, la introducción y establecimiento de nuevas indus-trias, la importación de capitales extranjeros y la exploración de los ríos interiores (¿por qué medio? – la Constitución prosigue), por leyes protectoras de estos FINES, y por concesiones temporales de privilegios y recompensas de estimulo (protectoras igualmente de esos FINES, se supone) .

Según esto, los FINES que las leyes, los privilegios y las recompensas están llamados a proteger, son:

La industria,

La inmigración,

La construcción de ferrocarriles y canales navegables,

La colonización de tierras de propiedad nacional,

La introducción y establecimiento de nuevas industrias,

La importación de capitales extranjeros,

Y la exploración de los ríos interiores.

Basta mencionar estos FINES para reconocer que los medios de protección que la Constitución les proporciona, son la libertad y los privilegios y recompensas conciliables con la libertad.

En efecto, ¿podría convenir una ley protectora de la industria por medio de restricciones y prohibiciones, cuando el art. 14 de la Constitución concede a todos los habitantes de la Confederación la libertad de trabajar y de ejercer toda industria? Tales restricciones y prohibiciones serían un medio de atacar ese principio de la Constitución por las leyes proteccionistas que las contuviesen; y esto es precisamente le que ha querido evitar la Constitución cuando ha dicho por su artículo 28: – Los principios, derechos y garantías reconocidos en los anteriores artículos, no podrán ser alterados por las leyes que reglamenten su ejercicio. Esta disposición cierra la puerta a la sanción de toda ley proteccionista, en el sentido que ordinariamente se da a esta palabra de prohibitiva o restrictiva.

Alberdi sobre el gasto público: no es solamente el que hace el gobierno, también la misma comunidad

Con los alumnos de la UBA Derecho vemos a Juan Bautista Alberdi en Sistema Económico y Rentístico analizar el objeto del gasto público según la Constitución Nacional, pero al final del capítulo plantea un tema bien interesante en estos tiempos: no hay que pensar solamente en el gasto del Estado para solucionar los problemas que se encuentren en la sociedad:

“Observaré entretanto, para acabar de hablar del gasto público, que no todo él consiste en el gasto con que la sociedad satisface sus necesidades de orden público por conducto del gobierno, sino también en el que hace ella directa e inmediatamente, por la mano de sus habitantes, en la mejora, comodidad y perfeccionamiento de sus ciudades, en el socorro y alivio de las clases desgraciadas, y en fin en todo ese orden de servicios que la sociedad se hace a sí misma, sin el intermedio de la autoridad, en el sentido de su prosperidad más rápida y más completa. – A ese gasto pertenecen las calles, los empedrados, las calzadas, los caminos, puentes, desagües, mejoras locales, monumentos, socorros públicos y eventuales, que se hacen por suscriciones voluntarias levantadas entre el vecindario.

Ese gasto es obra exclusiva del espíritu público, es decir, de la disposición y aptitud de los habitantes para unir sus esfuerzos y prestarlos, sin más coacción que el deseo del bienestar común, sin más mira que realizarlo. Los pueblos educados en servidumbre no tienen idea de esta contribución sin ley, que el patriotismo se impone a sí mismo, como el esclavo que todo lo hace para su amo y por su mandato no tiene idea del celo generoso.

La Inglaterra, los Estados Unidos deben la mitad de sus mejoras de orden local a esa contribución que el país paga sin que se lo exija la ley, nada más que por el placer de existir bien y de un modo digno del pueblo que sabe estimarse y respetarse hasta en su decoro externo, hasta en el aire distinguido y brillante de esas habitaciones colectivas para su mansión, que se denominan ciudades.

De la omisión de este gasto espontáneo que pesa sobre el espíritu público, ¿a quién hacer responsable? – No al gobierno, ciertamente, que nada tiene que hacer en él, sino al país, que no se siente animado de ese impulso inherente a todo país educado en la libertad. La falta de espíritu pú-blico en nuestras Repúblicas nominales tiene una mitad de la responsabilidad de su atraso propio. Del gobierno podrá ser la otra en mucha parte, no lo dudo, pero ella no excusa la del país. Entretanto es el pretexto que releva de todo escrúpulo a la incuria abyecta de nuestras ciudades manumitidas. ¿El gobierno os impide pintar, renovar, hermosear cada tres meses vuestros edificios? ¿Os impide alumbrarlos brillantemente por las noches? ¿Os impide hacer puertas, veredas, empedrados, puentes, caminos para vuestra propia comodidad? – Diréis que sí. – Os diré entonces que quien lo estorba es el mismo poder que os hace comer mal, vestir peor, habitar casas lóbregas y tristes, vivir vida mezquina y pobre.

La mitad de la organización del país está en la organización de la propia persona. ¿ Qué ha querido decir Montesquieu, cuando ha dicho que el gobierno de libertad era el más caro de los gobiernos? – Que es el que demanda más sacrificios, no más tributos. Lo más fuerte del precio que la libertad cuesta a la Nación reside en el servicio prestado en consagración, en celo, en participación libre y voluntaria por sus habitantes en favor de la obra del bienestar propio y común.

Ser libre no consiste en pasar la mañana en el café renegando a voz en cuello de todos los actos del gobierno; es vivir en continuo afán y en perpetua solicitud, es tomar parte en todo lo que interesa a la Nación; sobre todo es vivir con la mano en el bolsillo, -fisco doméstico y casero-, en el que tiene cada ciudadano un poder de acción pública más eficaz que el fusil de la guardia nacional, herramienta inútil para hacer caminos y puentes, para hermosear las ciudades.

El ocio egoísta pretexta efugios para eludir sus deberes de libertad, es decir, de actividad y trabajo en el interés común, porque esto es la libertad. Lleva su extravío hasta convertir la abstención indiferente en buen tono y prueba de civismo. El egoísta viene a ser tipo del honesto ciudadano, y la mayor recomendación del buen juicio de un vecino se hace con decir que «es persona que en nada se mezcla».

Hemos vivido siglos aceptando lo que nos daba hecho y formado el tutor regio en cómodo y agradable pupilaje. El precedente de siglos gobierna nuestra vida real bajo el imperio de la República escrita. A la menor necesidad sentida alzamos los ojos hacia el papá.

El gobierno era antes el amo, hoy es el sirviente; he ahí toda la diferencia de la colonia a la República: en cuanto al vecino, su rol es siempre el mismo: – aceptar todo lo que se le da hecho, sin hacer nada por sí.”

Lecciones de la hiperinflación. El análisis de Mises sobre Alemania y Austria en la década de los años 1920

Thorsten Polleit es profesor en la Universidad de Bayreuth, y consultor de inversiones. Escribe un artículo en el Mises Institute sobre la hiperinflación, la demanda de dinero y las crisis, teniendo en cuenta las observaciones que hizo Mises como testigo de la hiper en Alemania y Austria en los años 1920. Interesante sobre todo para la Argentina: https://mises.org/es/library/hiperinflaci%C3%B3n-demanda-de-dinero-y-el-crack-boom

A principios de la década de los veinte, Ludwig von Mises se convirtió en testigo de la hiperinflación en Austria y Alemania, acontecimientos monetarios que causaron daños irreparables y (en el caso alemán) cataclísmicos a la civilización.

El asesoramiento político de Mises fue fundamental para ayudar a detener la hiperinflación en Austria en 1922. En sus Memorias, sin embargo, expresó la opinión de que su instrucción –detener la imprenta– era atendida demasiado tarde:

La moneda de Austria no colapsó, al igual que la de Alemania en 1923. El desmoronamiento del auge no ocurrió. Sin embargo, el país tuvo que soportar las consecuencias destructivas de la continua inflación durante muchos años. Sus sistemas bancarios, crediticios y de seguros habían sufrido heridas que ya no podían sanar, y no se podía detener el consumo de capital.1

Como señaló Mises, la hiperinflación en Alemania no se detuvo antes de la destrucción completa del reichsmark. Para ilustrar la catástrofe monetaria, se puede observar el tipo de cambio del reichsmark frente al dólar estadounidense. Antes del comienzo de la Primera Guerra Mundial en 1914, alrededor de 4,2 marcos compraban un dólar estadounidense. Tan pronto como comenzó la guerra, se suspendió la convertibilidad de la marca y se emitieron marcas de papel (papiermark), en gran medida para financiar gastos relacionados con la guerra. En 1918, después del final de la Primera Guerra Mundial, 8,4 marcos compraron 1 dólar estadounidense.2 En diciembre de 1919, el marco se había depreciado a 46,8 por dólar estadounidense, y en diciembre de 1920 a 73,4 por dólar.

En julio de 1922, el dólar estadounidense costaba 670 marcos. Sin embargo, cuando las tropas francesas y belgas ocuparon Renania a principios de 1923, el tipo de cambio del marco se desplomó hasta 49.000 marcos por dólar estadounidense. El 15 de noviembre de 1923, cuando la hiperinflación alcanzó su punto máximo, la reforma monetaria hizo que 1 billón (1.000.000.000.000) de papel equivaliera a 1 marco de referencia, y como 4,2 billones de marcos de referencia cambiados por 1 dólar de EE.UU. en ese momento, 4,2 marcos de referencia equivaldrían a 1 dólar de EE.UU.3

Aumentos en la oferta de dinero

En el siglo XX hubo muchas hiperinflaciones, incluyendo China en 1949-50, Brasil en 1989-90, Argentina a finales de los ochenta y principios de los noventa, Rusia en 1992, Yugoslavia en 1994 y, más recientemente, Zimbabwe en 2006-09. Todas estas hiperinflaciones fueron el resultado directo de un sistema de dinero fiduciario sin trabas bajo control del Estado, un sistema que produce dinero de una manera que no se ajusta al mercado: la oferta monetaria se incrementa de la nada con la simple concesión de préstamos (crédito de circulación) y/o la monetización de activos por parte de los bancos.

La hiperinflación es quizás el lado más oscuro de un régimen de dinero fiduciario del Estado. Entre los principales economistas, la hiperinflación denota típicamente un período de aumentos excepcionalmente fuertes en los precios generales de bienes y servicios, lo que denota un período de erosiones excepcionalmente fuertes en el valor cambiario del dinero. Algunas personas consideran que un aumento de los precios generales del 10 por ciento mensual (lo que implica una tasa anual de aumento de los precios de alrededor del 214 por ciento) es hiperinflación; otras identifican la hiperinflación como un aumento mensual de los precios de al menos el 20 por ciento (lo que implica un aumento anual de los precios de casi el 792 por ciento).

Sin embargo, cualquier definición numérica de este tipo puede ser criticada, ya que se refiere al síntoma y no a la causa fundamental de la pérdida acelerada del poder adquisitivo del dinero. Económicamente hablando, la hiperinflación es la consecuencia inevitable de un aumento cada vez mayor de la cantidad de dinero. Y esto es exactamente lo que enseña la teoría monetaria de la Escuela austriaca de economía: De hecho, la teoría austriaca muestra que la inflación es la consecuencia lógica de un aumento de la oferta monetaria, y que la hiperinflación es el resultado lógico de unas tasas de crecimiento cada vez más altas de la oferta monetaria.

Según la escuela austriaca, el dinero está, como cualquier otro bien, sujeto a la ley irrefutablemente verdadera de la utilidad marginal decreciente. Es esta ley, implícita en el axioma de la acción humana, la que está en el corazón de la praxeología de Mises. En lo que se refiere al dinero, la ley de utilidad marginal decreciente establece que un aumento de la cantidad de dinero en una unidad adicional se clasificará inevitablemente por debajo (es decir, se valorará menos) que cualquier unidad monetaria del mismo tamaño que ya esté en posesión de un individuo. Esto se debe a que el dinero nuevo sólo puede emplearse como medio para eliminar un estado de malestar que se considera menos urgente que el menos urgente que hasta ahora se ha estado eliminando con el dinero en su poder.

La demanda de dinero

La gente tiene dinero porque el dinero tiene poder adquisitivo (que la gente desea, dado el hecho de que la incertidumbre es una categoría innegable de la acción humana), y el poder adquisitivo del dinero está determinado por la oferta y la demanda de dinero.

Si un aumento de la oferta monetaria va acompañado de un aumento igual de la demanda de dinero, los precios generales y el poder adquisitivo del dinero permanecen invariables. Sin embargo, una vez que las personas empiecen a intercambiar sus mayores tenencias de dinero por otros bienes, los precios comenzarán a subir y el poder adquisitivo del dinero disminuirá. Dicho esto, es el aumento de la oferta monetaria en relación con la demanda de dinero lo que pone de manifiesto el efecto obvio de un aumento de la oferta monetaria: el aumento de los precios.

Mises vio que la demanda de dinero juega un papel crucial en la posibilidad de que se desarrolle una hiperinflación. Si se espera que el banco central aumente la oferta de dinero en el futuro, se puede esperar que la gente frene su demanda de dinero en el presente, es decir, que renuncie cada vez más al dinero contra artículos vendibles. Esto, en igualdad de condiciones, haría subir los precios del dinero. Mises señaló que «esto continúa hasta que se alcanza el punto en el que no se esperan más cambios en el poder adquisitivo del dinero».4 El proceso de aumento de los precios se detendría una vez que las personas se hayan ajustado por completo al aumento esperado de la oferta monetaria.

¿Qué sucede, sin embargo, si la gente espera que, en el futuro, la tasa de crecimiento de la oferta monetaria aumente a tasas cada vez más altas? En este caso, la demanda de dinero, tarde o temprano, colapsaría. Tal expectativa llevaría (relativamente rápido) a un punto en el que nadie estaría dispuesto a retener dinero, ya que la gente esperaría que el dinero perdiera todo su poder adquisitivo. La gente empezaría a huir del dinero por completo. Esto es lo que Mises llamó un «crack-up boom»:

Pero si la opinión pública cree que va a continuar la creación de dinero, de tal suerte que seguirán subiendo los precios de todas las mercancías y servicios, nadie deja de adquirir cuanto puede ni de reducir al mínimo su tenencia de numerario. Ello es natural, pues los costes normales que supone la tenencia de numerario se incrementan en tales casos con las pérdidas derivadas del progresivo descenso del poder adquisitivo de la moneda. Frente a las ventajas que supone la tenencia de numerario, sus inconvenientes son tales que a nadie le interesa mantener dinero líquido. En las grandes inflaciones europeas de los años 1920-1930, este fenómeno se denominó refugio en valores reales (Flucht in die Sachwerte) o crack-up boom (Katastrophenhausse). A los economistas matemáticos les resulta difícil comprender qué relaciones causales puede haber entre el aumento de la cantidad de dinero y eso que ellos denominan «velocidad de circulación».5

A muchos países centroamericanos los presionan porque dicen que tienen un bajo nivel de gasto público: la Paradoja de Simpson

Daniel Fernández, profesor de la UFM y director de UFM Market Trends escribe sobre la Paradoja de Simpson, para contrarrestar las ideas que normalmente se presentan a países como Guatemala, a los que se dice que no tienen suficiente recaudación fiscal.

El texto completo en: https://trends.ufm.edu/articulo/presion-fiscal-renta-per-capita-paradoja-simpson/

Así comienza:

¿Cuántas veces ha oído que a mayores impuestos o presión fiscal, mayor es el bienestar social y el desarrollo económico? La afirmación viene respaldada por un toque de sabiduría popular: “a mayores impuestos, más servicios públicos” y por una casi incontestable evidencia empírica: con poquísimas excepciones ocurre que en los países más ricos las tasas impositivas son muy altas mientras que en los países pobres los impuestos son relativamente bajos.

En este artículo vamos a centrarnos en analizar las relaciones estadísticas que sostienen que una alta presión fiscal (ingresos gobierno/PIB) está vinculada a un alto nivel de desarrollo (medido mediante el PIB per cápita).

A lo largo del artículo vamos a ver que la relación positiva entre PIB per cápita y presión fiscal sufre de la paradoja estadística de Simpson. Veamos entonces de que se trata este fenómeno de la paradoja de Simpson.

Paradoja Simpson

La paradoja recibe su nombre del estadístico británico Edward Simpson. El fenómeno consiste en el error que puede derivarse al analizar grupos de datos de manera agregada cuando en realidad las observaciones pertenecen a categorías separadas. En concreto, los datos desagregados por categoría tendrían una tendencia mientras que los datos agregados mostrarían una tendencia diferente.

Quizá queda más claro el concepto si lo ilustramos con un ejemplo:

Imaginemos que queremos comparar el número de habitaciones que tiene una vivienda con su precio. En principio esperaríamos que el precio de la vivienda incrementará conforme incrementa el número de habitaciones. Sin embargo, si analizamos los datos en conjunto hay una marcada tendencia negativa, es decir, a mayor número de habitaciones, menor es el precio. Pero cuando analizamos los datos por grupos vemos que nuestra intuición original sí se cumple: a mayor número de habitaciones, mayor es el precio dela vivienda.

Fuente: Borgatti (2017)

¿Dónde está la trampa aquí? El problema radica en que estamos comparando peras con manzanas. El número de habitaciones (o la superficie) no es el único motivo que impacta en el precio de una vivienda. La ubicación es un factor al menos tan importante como el número de habitaciones a lo hora de determinar el precio.

Lo que vemos en el gráfico anterior son las viviendas agrupadas por área. Cada punto es un apartamento y cada color representa una zona de la ciudad diferente (en negro el centro de la ciudad, en rojo las afueras, en azul los suburbios, y en verde área rural). Las viviendas son más onerosas cuanto más cerca del centro de la ciudad se encuentran. Una vez que tenemos en cuenta lo cerca o lejos del centro de la ciudad, el número de habitaciones sí está positivamente relacionado con el precio de la vivienda.

La paradoja de Simpson y este ejemplo muestra que hay que tener cuidado con la interpretación de los datos estadísticos, no es oro todo lo que reluce.

Como vamos a ver en los siguientes epígrafes, la relación entre presión fiscal y desarrollo económico sufre de un problema de interpretación similar al que acabamos de exponer.

Alberdi y los recursos del Estado. Los impuestos y los ingresos de la Aduana. El comercio libre.

Con los alumnos de la UBA Derecho vemos a Alberdi sobre la Aduana y el comercio internacional:

“Siete son los artículos de la Constitución que establecen las bases del sistema aduanero argentino, a saber: – el 1, 9, 10, 11, 12, 25 y 26. – Estos son los que lo establecen en interés del fisco; hay otros que lo limitan en el interés de la libertad y de la civilización. En el capítulo 5 de la 2a parte de este libro, hemos estudiado cómo debe ser la aduana para servir los intereses de la libertad y de la población. Ese estudio es de política económica. En el presente lugar vamos a examinar cómo debe ser la aduana para dar mucha renta al Tesoro nacional, estudio que pertenece a las finanzas o rentasa.

El art. 4 habla de las aduanas sin especificarlas. Pero otros que le son correlativos fijan su sentido en estos términos: – «En todo el territorio de la Confederación (dice el art. 9) no habrá más aduanas que las nacionales, en las cuales regirán las tarifas que sancione el Congreso». – Nacionalizadas de ese modo las aduanas, podía quedar duda sobre si la aduana interior nacional era admisible. – El art. 10 la desvanece en estos términos: – «En el interior de la República es libre de derecho la circulación de los efectos de producción o fabricación nacional, así como la de los géneros y mercancías de todas clases despachadas de las aduanas exteriores.» Esta libertad de circulación interior adquiere un nuevo ensanche, por la siguiente declaración del art. 11: -«Los artículos de producción o fabricación nacional o extranjera, así como los ganados de toda especie, que pasen por territorio de una provincia a otra, serán libres de los derechos llamados de tránsito, siéndolo también los carruajes, buques o bestias en que se trasporten; y ningún otro derecho podrá imponérseles en adelante, cualquiera que sea su denominación. por el hecho de transitar el territorio». – Como consecuencia de los principios de libre circulación y libre tránsito que establecen los artículos 10 y 11, el art. 12 agrega en su apoyo la siguiente garantía: – «Los buques destinados de una provincia a otra no serán obligados a entrar, an-clar y pagar derechos por causa de tránsito».

De tales disposiciones resulta: 1° Que las aduanas argentinas son nacionales y exteriores, quedando abolidas y prohibidas las aduanas de provincia; 2° Que la aduana es un derecho o contribución y de ningún modo un medio de protección ni mucho menos de prohibición.

La Constitución habla de las aduanas de la República, porque son tantas las que puede tener exteriores, como sus numerosos y ricos contactos con los países extranjeros. La República Argentina deslinda en sus provincias del oeste con Chile, vecindad tan fecunda en recursos como en ejemplo de civilización; en sus provincias del norte con los ricos territorios meridionales del Alto Perú, que la República Argentina renunció para formar la presente República de Bolivia; por sus provincias litorales con el Paraguay, con el Brasil, con el Estado Oriental; y por su costa atlántica con todos los pueblos marítimos del mundo. Pocos países cuentan con iguales ventajas exteriores para poseer una renta pública de aduanas permanente y segura de toda interrupción por causa de guerras o bloqueos extranjeros. Durante su desquicio, en que la aduana de Buenos Aires siguió como única en el país, los bloqueos extranjeros obstruyeron frecuentemente ese manantial de renta pública, y de esa cir-cunstancia, hija del desarreglo, provino que esa provincia se echase en el abuso del crédito público como recurso ordinario para llenar su gasto público, creándole la deuda que arruinó su libertad y mantiene hasta hoy su desorden.

Son derechos o impuestos susceptibles de considerarse como accesorios del de aduana los de peajes, pontazgo, de puerto, portazgo, anclaje, faro y otros que se ligan al tráfico terrestre y por agua. – ¿ Tales derechos se podrán considerar abolidos por la Constitución en cuanto a la circulación in-terior? En lo tocante al tráfico exterior, ¿se podrán reputar delegados por las provincias al Tesoro nacional? – Ni lo uno ni lo otro, en mi opinión. En Chile, en Francia, en Inglaterra, países de rigorosa unidad económica interior, existen esos derechos, ya como recursos locales de provincia, ya del Erario nacional.

En cuanto a la segunda cuestión, yo creo que en la mente de la Constitución argentina ha entrado el dejar el producto de esos impuestos al tesoro local de la provincia en que se producen.

Siendo la aduana argentina, tal como su Constitución la establece, un derecho o contribución, y de ningún modo un medio de protección, ni de exclusión, ¿cómo deberá reglarse esta contribución para que sea abundante? – La Constitución misma lo resuelve: – aumentando la población y dando extensión a la libertad de comercio.

A propósito de lo primero, ha dicho la Constitución, art. 25: – «El gobierno federal fomentará la inmigración europea; y no podrá restringir, limitar, ni gravar con impuesto alguno la entrada en el territorio argentino de los extranjeros que traigan por objeto labrar la tierra, mejorar las industrias e introducir y enseñar las ciencias y las artes».

Como la libertad de entrar, circular y salir del país está asegurada a las personas por el art. 14 de la Constitución, no hay duda que la disposición del art. 25, que dejo citado, se refiere a la libre entrada de los objetos que traen los inmigrados para aplicar al laborío de la tierra, a la mejora de las industrias, al cultivo y propagación de las artes y ciencias. Según esto, las leyes de aduana reglamentarias del art. 25 deben eximir de todo impuesto las máquinas y utensilios para labrar la tierra, los instrumentos que traen alguna innovación útil en los métodos de industria fabril conocidos en el país; los que conducen a entablar las industrias desconocidas, las semillas, los libros, las imprentas, los instrumentos de física experimental y de ciencias exactas.

Pero, ¿hay un solo objeto de los que interna en estos países la Europa civilizada, que no conduzca a la mejora práctica de nuestra sociedad de un modo más o menos directo? – Si las cosas en sí mismas, si los productos de la civilización traen en su propia condición aventajada un principio de enseñanza y de mejora, ¿no es verdad que las leyes fiscales que gravan con un impuesto su internación, gravan la civilización misma de estos países llamados a mejorar por la acción viva de las cosas de la Europa? – Tal es realmente el carácter y resultado de la contribución de aduanas: es un gravamen fiscal impuesto sobre la cultura de estos países, aunque exigido por la necesidad de recursos para cubrir los gastos de su administración pública. Luego su tendencia natural y constante debe ser a disminuir su peso como impuesto; es decir, a dar ensanche a la libertad de comercio, establecida por la Constitución como fuente de rentas privadas, de progreso y bienestar general; pues, siendo la renta pública de aduana simple deducción de la renta particular obtenida en la producción de la industria mercantil, se sigue que el medio natural de agrandar la renta de aduana es agrandar las rentas del comercio, es decir, disminuir el impuesto de aduana.

Síguese de aquí que el medio más lógico y seguro de aumentar el producto de la contribución de aduana es rebajar el valor de la contribución, disminuir el impuesto en cuanto sea posible. En ningún punto la teoría económica ha recibido una confirmación más victoriosa de la experiencia de todos los países, que en la regla que prefiere muchos pocos a pocos muchos.”