Cuando algunos (Kiciloff, por ejemplo), niegan el origen monetario de la inflación, Mises sobre la teoría cuantitativa

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico II, Escuela Austriaca, de Económicas, UBA, vemos a Mises en Acción Humana. Un capítulo que se titula “Intercambio Indirecto” y que, trata gran parte de los temas relacionados con la moneda. Mises, por supuesto, entendía que la inflación es un fenómeno monetario, pero era crítico de muchos aspectos de la llamada “teoría cuantitativa del dinero”. Aquí algunos comentarios:

Mises1

“Si tantos economistas no hubieran tan lastimosamente errado en estas materias atinentes a los problemas monetarios, aferrándose después con obcecación a sus yerros, difícilmente podrían hoy prevalecer todas esas perniciosas prácticas, inspiradas en populares doctrinas monetarias, que han desorganizado la política dineraria en casi todos los países.

Error, en este sentido, de grave trascendencia fue el de suponer constituía el dinero factor de índole neutral. Tal idea indujo a muchos a creer que el «nivel» de los precios sube y baja proporcionalmente al incremento o disminución de la cantidad de dinero en circulación. Olvidábase que jamás puede variación alguna que las existencias dineradas registren afectar a los precios de todos los bienes y servicios al mismo tiempo y en idéntica proporción. No se quería advertir que las mutaciones del poder adquisitivo del dinero forzosamente han de ser función de cambios sufridos por las relaciones entre compradores y vendedores. Con miras a demostrar la procedencia de esa idea según la cual la cantidad de dinero existente y los precios proporcionalmente han de aumentar o disminuir siempre, adoptóse, al abordar la teoría del dinero, una sistemática totalmente distinta a la que la moderna economía emplea para dilucidar todos los demás problemas. En vez de comenzar examinando, como la cataláctica invariablemente hace, las actuaciones individuales, pretendióse estudiar el tema analizando la economía de mercado en su total conjunto. Ello obligaba a manejar conceptos como la cantidad total de dinero existente en la economía; el volumen comercial, es decir, el equivalente monetario de todas las transacciones de mercancías y servicios practicados en la economía-, la velocidad media de circulación de la unidad monetaria; el nivel de precios, en fin.

Tales arbitrios aparentemente hacían aceptable la doctrina del nivel de precios. Ese modo de razonar, sin embargo, meramente supone lucubrar en típico círculo vicioso. La ecuación de intercambio, en efecto, presupone la propia doctrina del nivel de precios que pretende demostrar. No es más que una expresión matemática de aquella —insostenible’— tesis según la cual existe uniforme proporcionalidad entre los precios y las variaciones cuantitativas del dinero.

Al examinar la ecuación de intercambio, presupónese que uno de sus elementos —la cantidad total de dinero, el volumen comercial, la velocidad de circulación— varía, sin que nadie se pregunte cuál sea la causa motivadora de tal cambio. Esas mutaciones indudablemente no aparecen, en la economía, por generación espontánea; lo que cambia en verdad es la disposición personal de los individuos que en la correspondiente economía actúan, siendo las múltiples actuaciones de tales personas lo que provoca las aludidas variaciones que la estructura de los precios registra. Los economistas matemáticos escamotean esa efectiva demanda y oferta de dinero desatada por cada una de las personas en la economía intervinientes. Recurren, en cambio, al engañoso concepto de la velocidad de la circulación basado en ideas tomadas de la mecánica.

No interesa, de momento, discutir si los economistas matemáticos tienen o no tienen razón cuando proclaman que los servicios que el dinero presta estriban, exclusivamente, o fundamentalmente al menos, en el rodar del mismo, en su circular. Aun cuando el aserto fuera cierto, no por ello dejaría de resultar ilógico pretender basar en tales servicios la capacidad adquisitiva —el precio— de la unidad monetaria. Los servicios que el agua, el whisky o el café prestan al hombre no determinan los precios que el mercado efectivamente paga por tales mercancías. Dichos servicios nos hacen comprender por qué las gentes, una vez advierten las propiedades de aquellas mercancías, demandan, en específicos casos, cantidades determinadas de las mismas. Es invariablemente la demanda, no el valor objetivo en uso, lo que determina los precios.

Mises sobre la formación de los precios y su tendencia hacia el equilibrio, desatada por los emprendedores

Con los alumnos de la UBA Económicas vemos a Mises, en su obra Acción Humana, tratar el tema de la formación de los precios, y considera allí un concepto fundamental para la economía que es el de equilibrio. Esto dice:

“Hállase el mercado en constante agitación. El modelo de una economía de giro uniforme jamás se da en el mundo de la realidad. Nunca la suma de los precios de los diversos factores complementarios de producción, descontando el elemento tiempo, llega a igualarse —sin que sea previsible próximo cambio de situación— con el precio de la mercancía terminada. Siempre hay beneficios aguardando a alguien. La posibilidad de lucro encandila de continuo al especulador. La imaginaria construcción de la economía de giro uniforme constituye instrumento mental que nos ayuda a comprender el origen de las pérdidas y las ganancias empresariales.

Tal construcción, sin embargo, de nada nos sirve cuando de comprender la formación de los precios se trata. Los precios finales que dicha imaginaria construcción registra jamás coinciden con los precios de mercado. Ni el empresario ni nadie que en la escena económica actúe guíase por fantasmagorías tales como los precios de equilibrio o las economías de giro uniforme. Los empresarios ponderan sólo el futuro precio por ellos previsto; jamás se preocupan por precios finales o en equilibrio. Advierten discrepancias entre los precios de los factores complementarios de producción y el futuro precio que creen podrán cobrar por la mercancía terminada, lanzándose a aprovechar la aludida diferencia. Tales actuaciones empresariales acabarían implantando una economía de giro uniforme si no fuera por las ulteriores variaciones que las circunstancias del mercado registran.

La actividad empresarial desata, en todo el ámbito mercantil, una tendencia a la igualación de los precios de todas las mercancías idénticas entre sí, descontados siempre los gastos de transporte, así como el tiempo que éste pueda requerir. Toda diferencia que entre dichos precios pueda registrarse (si no resulta meramente transitoria hallándose condenada a desaparecer a causa de la propia actuación empresarial) es siempre fruto de específicos obstáculos opuestos a aquella natural tendencia igualatoria. Hay alguna cortapisa que a quienes persiguen el lucro impide actuar. El observador que no conozca a fondo las particulares circunstancias del correspondiente mercado posiblemente no logre advertir cuáles sean las barreras institucionales que frenan y estorban la igualación de los precios. Los comerciantes interesados, sin embargo, no se engañan; saben perfectamente por qué no se lucran aprovechando tales diferencias.

Las estadísticas abordan estos asuntos con enorme ligereza. Cuando tropiezan con disparidades entre dos ciudades o países, en lo tocante a los precios al por mayor de determinadas mercancías, diferencias que el transporte, los aranceles o los impuestos no justifican, acaban simplemente concluyendo que el poder adquisitivo del dinero y el «nivel» de los precios es dispar en ambas localidades ‘. Partiendo de tales cifras estadísticas, Iánzanse las gentes a arbitrar fórmulas monetarias que supriman dichas desigualdades. Pero la verdadera causa de las diferencias jamás puede ser de índole monetaria. Si los precios, en ambas localidades, cotízanse en la misma moneda, resulta forzoso averiguar qué es lo que impide a los comerciantes lanzarse a aquellas lucrativas operaciones que fatalmente harían desaparecer tal disparidad de precios. Ni aun expresándose los precios en valutas disimilares varíase el planteamiento. En efecto, las cotizaciones de las distintas monedas tienden hacia tipos que impiden nadie se lucre aprovechando las diferencias que los precios de los productos puedan registrar. Cuando, entre dos plazas, esas diferencias de precios a que venimos aludiendo persisten de modo permanente, corresponde a la economía descriptiva y a la historia económica investigar las barreras institucionales que impiden a las gentes concertar aquellas transacciones que provocarían la igualación de los precios.”

Hayek y la compentencia. No importa que sea perfecta, sino que haya, es decir remover las barreras al ingreso

La economía neoclásica ha centrado su análisis sobre la competencia en el de la “estructura de los mercados”, determinando mayores o menores grados de “poder de mercado” en relación a la cantidad de participantes. Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico II (Escuela Austriaca) de Económicas, UBA, vemos el texto de Hayek “El significado de la competencia”. Algunos párrafos:

Hayek

“El argumento en favor de la competencia no se basa en las condiciones hipotéticas que existirían si fuera perfecta. Empero, en los casos en que los hechos objetivos hicieran posible que se aproximara a la perfección, se garantizaría al mismo tiempo la asignación más efectiva de recursos. Y aunque, en consecuencia, siendo éste el caso se eliminarían todos los obstáculos humanos a la competencia, eso no quiere decir que ésta no dé por resultado el uso más efectivo posible de los recursos a través de los medios conocidos en aquellas situaciones donde la natura-leza misma del caso hace que sea imperfecta. Aunque lo único que se asegure mediante la entrada libre en el mercado sea que en un momento dado se produzcan, con la menor cantidad de recursos presentes posible en un determinado momento histórico, todos los bienes y servicios para los que habría una demanda efectiva en caso de estar disponibles — aun cuando el precio que deba pagar el consumidor sea considerablemente mayor, y apenas inferior al costo del próximo bien destinado a satisfacer de la mejor manera su necesidad—, creo que esto es mucho más de lo que podemos esperar de cualquier otro sistema conocido. El punto decisivo radica en la consideración básica de que es muy poco probable (prescindiendo de los obstáculos artificiales que la actividad gubernamental crea o elimina) que durante un período de tiempo determinado un bien o servicio sea ofrecido únicamente a un precio al cual quienes no participan en el mercado pudieran esperar obtener un beneficio superior al normal si entraran en él.

En mi opinión, la enseñanza práctica de todo esto es que no deberíamos preocuparnos tanto porque la competencia sea perfecta en un caso determinado, y ocuparnos mucho más de que haya competencia. Lo que nuestros modelos teóricos de industrias separadas ocultan es que, en la práctica, el abismo que divide a la competencia de la ausencia de competencia es mucho mayor que el que separa a la competencia perfecta de la imperfecta. Con todo, la tendencia actual en las discusiones es ser intolerante ante las imperfecciones y callar ante las restricciones que se oponen a la competencia. Es factible, que aprendamos aún más acerca de la trascendencia real de este proceso si estudiamos los resultados que habitualmente se producen cuando se lo suprime deliberadamente que si nos concentramos en sus deficiencias en la vida real si se lo compara con un ideal que no es pertinente en una situación objetivamente dada. Y digo cuando se suprime (280) deliberadamente la competencia” y no “en ausencia de competencia”, porque sus efectos esenciales operan, aunque con mayor lentitud, siempre y cuando no se la suprima abiertamente con el apoyo o la tolerancia del estado. La experiencia nos enseña que, por lo general, los males que derivan de la restricción de la competencia están en un plano distinto de los que pueden provocar las imperfecciones de ésta. El hecho de que muy probablemente un monopolio artificial tenga costos mucho mayores que los necesarios es más grave que la situación en la cual los precios no correspondan a los costos marginales. Por otra parte, un monopolio que deba su existencia a una eficiencia superior provoca un daño relativamente menor, en la medida en que se asegure que desaparecerá tan pronto como aparezca alguien más eficiente para satisfacer las necesidades de los consumidores.”

Y en un tema que no deja de ser relevante para la Argentina, Hayek comenta la competencia en el mercado que suele ser puesto siempre como ejemplo de “competencia perfecta”, el de granos:

“Cuando comparamos un mercado “imperfecto” como éste con un mercado relativamente “perfecto» como lo es, por ejemplo, el de los granos, nos encontramos en mejor posición para señalar la distinción que ha estado presente en todo este análisis: la diferencia entre los hechos objetivos fundamentales constitutivos de una situación que la acción humana no puede alterar, y la naturaleza de las actividades competitivas en función de las cuales los hombres se adaptan a esa situación. En casos como éste al que hacemos referencia estamos frente a un mercado sumamente organizado de un bien totalmente estandarizado producido por gran número de productores, en el cual la necesidad de que haya actividades competitivas, o el alcance que pueden tener, son limitados en virtud de que, por la naturaleza misma de la situación, las condiciones que esas actividades podrían originar ya están satisfechas desde un principio. En la mayoría de los casos, todos los participantes del mercado cuentan con el mismo grado de información respecto de los mejores métodos para producir un bien, su naturaleza y aplicaciones. El conocimiento acerca de cualquier cambio se difunde con tal rapidez y la adaptación correspondiente se efectúa en (277) forma tan inmediata que habitualmente se atribuye poca importancia a lo que sucede durante esos breves períodos de transición, y el análisis se limita a comparar los dos períodos de cuasi-equilibrio que existen antes y después de ellos. Sin embargo, es precisamente durante ese intervalo breve y subestimado cuando operan y se hacen visibles las fuerzas de la competencia. Y son justamente los hechos que tienen lugar en este intervalo los que debemos estudiar si queremos “explicar” el equilibrio que lo sucede.”

Hayek y una crítica al corazón de la teoría neoclásica que asume perfección: El uso del conocimiento en la sociedad

Los alumnos de la UBA Económicas, Historia del Pensamiento Económico II (Escuela Austriaca),  leyeron el artículo de Hayek, «El uso del conocimiento en la sociedad». Un artículo famoso, por supuesto, publicado en el American Economic Review y, tal vez, el más citado de este autor y el único que conozcan muchos economistas del mainstream.

Hayek

Curiosamente, muchos que lo leyeron parecen no haber considerado las consecuencias de sus conclusiones.

El artículo de Hayek es un torpedo que explota en la sala de máquinas del modelo de equilibrio general, desarrollado primero por Leon Walras y asumido como un elemento fundacional de la economía moderna bajo la forma del primer teorema de la economía del bienestar.

Este teorema sostiene que el equilibrio competitivo describe una situación donde los recursos se asignan en forma eficiente según el criterio de Pareto.

Hayek afirma en el artículo que el problema a resolver en la ciencia económica no es uno de asignación de recursos que están «dados» sino del uso del conocimiento limitado y disperso. El equilibrio general debe asumir que el conocimiento es perfecto, de otra forma no llegaría a alcanzarse, y esto es imposible. El equilibrio general, para Mises, es un modelo ideal que sirve para entender como la realidad «no es».

La economía del bienestar pasa del análisis positivo al normativo; el equilibrio general «debería alcanzarse» y si el mercado no lo logra es porque falla (externalidades, bienes públicos, etc.), por lo que el gobierno debe intervenir para acercar la situación al óptimo de Pareto.

Pero el conocimiento, no solamente es limitado, sino que esta disperso entre todos los participantes del mercado, cada uno de los cuales tiene tan solo una porción. Además, ese conocimiento describe las condiciones particulares de tiempo y lugar que no se pueden transmitir al «planificador central» y se pierden en todo intento de planificación de la economía. Al mismo tiempo, «el hombre en el lugar» necesita información general para coordinar sus acciones con el resto, la que recibe a través del sistema de precios, que actúa como un gran sistema de telecomunicaciones.

Hayek sostiene que no un problema de planificación o no, sino de quién planifica. En el socialismo es el buró de planificación, en la sociedad libre hay mucha planificación pero descentralizada, ya que cada individuo y empresa planifican aprovechando su conocimiento particular.

Hasta ahí un breve resumen del artículo, del cual se pueden extraer muchas cosas más. Pero veamos algunas interesantes preguntas que plantearon los alumnos:

«¿Cuál es el problema que queremos resolver cuando tratamos de construir un orden económico racional en una sociedad compleja y con grupos con puntos de vista políticamente diferentes?»

Esos puntos de vista políticamente diferentes son uno de los problemas que enfrenta el planificador. Digamos que son las preferencias de los individuos por la provisión de bienes «públicos» (aunque el mercado puede proveer bienes con características de públicos y casi todos los estados terminan proveyendo bienes con características de bienes privados). El planificador tendría que conocer las preferencias de cada uno, en términos de que bienes y en que cantidades. Ejemplo: Prefiero yo mas educación o mas salud? o mas defensa? o mas justicia? Y en todo caso cuanto de cada una? Ni hablar de como definir «educación» (ir a la escuela, tener acceso a Internet, tener un tutor, buenas conversaciones en mi casa, padres que me ensenan).

Y, además, como se expresaría mi preferencia? El principal instrumento que tengo es el voto, pero Public Choice ya nos ha mostrado cuan rudimentario e imperfecto es este instrumento. Cuando voto a un candidato, que quiero decir respecto a mas o menos educacion, de que tipo, con que proveedores, etc. Y deberia agregar toda esa informacion en algo asi como una «funcion de bienestar general». Precisamente es esto lo que algunos economistas han intentado hacer: un fracaso y un ridiculo.

El planificador, si quisiera organizar toda la sociedad, deberia tambien conocer mis preferencias por bienes privados: cuantas manzanas quiero, de que tipo, en que momento, etc. Pues esa informacion no la tiene disponible porque solamente se manifiesta como «preferencia revelada» en el momento en que compro tales manzanas en el mercado. Es decir, sin mercados, no puedo saberlo.

«Debemos, más bien, demostrar cómo se llega a una solución a través de interacciones entre individuos que poseen, cada uno de ellos, un conocimiento parcial. Por otro lado ¿Cómo suponer todo el conocimiento dado a una sola mente, como suponemos que nos es dado a los economistas en tanto que constructores de teorías explicativas? ¿Esto no es suponer el problema resuelto e ignorar todo lo que es realmente importante y significativo en el mundo real?»

Los economistas desarrollan teorias para tratar de explicar la realidad. A diferencia del planificador, compiten entre si, se encuentran en un entorno de mercado. Algunas teorias podran explicar la realidad mejor que otras. No hay una sola mente entre los economistas, hay muchas. Las teorias desarrollan modelos abstractos, simplificaciones de fenomenos complejos, no pueden describir toda la realidad, destacan sus aspectos mas importantes.

Jorge Luis Borges mostraba esto en forma ironica, el mapa perfecto tendria el mismo tamano de la region descripta. Desde esa perspectiva, todo mapa es «imperfecto» (pero al mismo tiempo util, a ninguno nos serviria un mapa de Brasil del tamano del Brasil!)

«¿Sería posible construir una sociedad y economía racional una vez que muchas personas, los estados y las organizaciones están más preocupados por maximizar su bienestar individual que con el colectivo?»

La respuesta a esta pregunta es el aporte mas extraordinario de la economia a las ciencias sociales: el concepto de orden espontaneo, la «mano invisible» de Adam Smith. Cada uno persigue su propio interes, pero se ve guiado a contribuir al bienestar de otros, incluso sin haberselo propuesto. Incluso mas que cuando se proponen contribuir al bienestar general.

Böhm-Bawerk sobre la función del ahorro, que luego sería repudiada por Keynes, entronando al gasto y el consumo

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico II, UBA, vemos un artículo que Böhm-Bawerk publicara en Estados Unidos (sus obras en inglés se publicaron antes y más que las de Menger mismo, y luego las de Mises, por eso esos autores no eran conocidos para los economistas de habla inglesa, pero sí lo era BB). Se titula “La función del ahorro” y es antecede al ataque feroz que lanzara Keynes a través de su conocida idea de la “eutanasia del ahorrista”, para colocar al consumo como el único motor de la economía. Dice:

Bohm Bawerk - Positive Theory of Capital

“En respuesta me gustaría simplemente insistir en que no he confundido dos conceptos de “ahorro” en mis escritos, sino que sencillamente he procurado analizar completamente un concepto y presentar al lector una visión exhaustiva del proceso del “ahorro”. Para concretar, que lo que “todo el mundo conoce como ahorro” tiene en primer lugar su lado negativo, esto es, el no consumo de una porción de nuestros ingresos o, en términos aplicables a nuestra sociedad que utiliza el dinero, el no gasto de una porción del dinero recibido anualmente. Este aspecto negativo del ahorro es que es más evidente en las conversaciones cotidianas y a menudo es el único que se tiene en cuenta, puesto que comparativamente pocas personas consideran el destino subsiguiente de las sumas de dinero ahorrado, más allá de la ventanilla de caja del banco o la compañía financiera. Pero es aquí justamente donde comienza la parte positiva del proceso del ahorro, para completarse lejos del campo de visión del ahorrador, cuya acción, sin embargo, ha dado el primer impulso a toda la actividad posterior: el banco recoge los ahorros de sus depositantes y los pone a disposición de la comunidad empresarial de una forma u otra –a través de préstamos hipotecarios, empréstitos a compañías ferroviarias y a otras compañías a cambios de los bonos que éstas emiten, alojamientos para gestores de negocios, etc.-, para su empleo en posteriores iniciativas productivas, que sin esa ayuda no podrían tener éxito o al menos no lo alcanzarían con la misma eficiencia. Si aquéllos que ahorran hubieran evitado hacerlo y, en cambio, hubieran vivido más lujosamente, esto es, hubieran comprado y consumido más o mejor comida, vinos, ropa u otros objetos de lujo, habrían estimulado su producción, a través del incremento de la demanda de estos productos; frente a ello, el resultado de ahorrar y depositar en los bancos porciones de sus ingresos, hubiera sido dar un impulso a la producción en forma de incremento en la manufactura de dispositivos productivos, en ferrocarriles, fábricas, máquinas, etc.”

Y más adelante:

“… uno puede preguntarse ¿hacia qué tipo de bienes de consumo se dirigirá la producción si no se conoce por cuáles se decidirán los ahorradores? La respuesta es muy simple: quienes dirigen la producción no lo saben mejor, pero tampoco peor, acerca de la especial demanda de los ahorradores, que lo que saben de la demanda de los consumidores en general. Un sistema de producción altamente complejo, capitalista y subdividido normalmente no espera a las solicitudes que les hagan antes de proveer, sino que tiene que anticiparse a ellas con tiempo suficiente. Su conocimiento de la cantidad, el tiempo y la dirección de la demanda de bienes de consumo no se basa en información positiva, sino que solamente puede adquirirse mediante un proceso de prueba, suposición o experimentación. Por supuesto, la producción puede cometer serios errores en esta conexión y cuando esto ocurre lo expía a través de la situación de crisis que no es familiar. Sin embargo, a menudo encuentra su camino, generando suposiciones para el futuro a partir de la experiencia del pasado, sin grandes contratiempos, aunque a veces pequeños errores se corrijan con dificultad mediante una desagradable redistribución de las fuerzas productivas mal empleadas. Estos reajustes se facilitan materialmente, como tratado de demostrar en detalle en mi “Teoría positiva”, mediante la gran movilidad de muchos productos intermedios.”

Böhm-Bawerk y una contradicción (todavía) no resuelta en el sistema económica marxista. Y tal vez nunca lo sea

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico II, de Económicas, UBA, vemos partes de un ensayo de Eugen von Boehm-Bawerk, con el título: “Una Contradicción no Resuelta en el Sistema Económico Marxista”. El título lo dice todo. En este trabajo muestra de una vez y para siempre la inconsistencia de la teoría del valor-trabajo.

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“Como autor, Marx fue un hombre de envidiable ventura. Su obra no se puede clasificar entre los libros fáciles de leer o de comprender. La mayoría de los libros de este tipo –aun aquellos con una dialéctica más asequible y una ilación matemática más liviana— habrían encontrado completamente obstaculizado el camino hacia la popularidad. Pero, contrariamente, Marx se ha transformado en el apóstol de un amplio círculo de lectores, incluyendo a aquellos que, por norma, no leen libros difíciles. Más aún, la fuerza y la claridad de su razonamiento no eran tales como para convencer a nadie. Al revés, hombres calificados como los pensadores más serios y valiosos de nuestra ciencia, por ejemplo Karl Knies, han afirmado, desde un comienzo, mediante argumentos imposibles de pasar por alto, que la enseñanza de Marx estaba repleta, de principio a fin, de toda clase de contradicciones, tanto de lógica como de hechos. Podría fácilmente haber sucedido que la obra de Marx no hubiera encontrado partidarios ni entre el público común —que no podía entender su difícil dialéctica— ni entre los especialistas, que sí la comprendían, pero captaban demasiado bien sus limitaciones. Sin embargo, en la práctica, ha sucedido lo contrario.

Tampoco ha sido perjudicial para su influencia el hecho de que la obra de Marx haya permanecido como una estructura incompleta durante su vida. Generalmente, y con razón, desconfiamos de los primeros volúmenes, no proyectados a nuevos sistemas. Los principios universales pueden describirse seductoramente en las «Secciones Generales» de un libro, pero sólo se pueden corroborar si realmente poseen la fuerza de convicción que les atribuye su creador cuando, en la elaboración del sistema, se confrontan con todos los hechos minuciosamente. En la historia de la ciencia, muchas veces se ha dado el caso de que un primer volumen, promisorio y respetable, no ha sido continuado en un segundo volumen simplemente porque, bajo el propio análisis investigador del autor, los nuevos principios no soportan la prueba de las situaciones concretas. Pero la obra de Karl Marx no ha sufrido estos contratiempos. La gran masa de sus seguidores, basándose en la fuerza de su primer libro, tenía una fe ciega en sus obras aún no escritas.

Esta confianza, por una parte, fue sometida a una severa e inusual comprobación. Marx había expresado, en su primer libro, que todo el valor de las mercancías se basaba en el trabajo involucrado en ellas y que en virtud de esta «ley del valor» deberían intercambiarse en proporción a la cantidad de trabajo en ellas invertido; que, además, la rentabilidad o plusvalía ganada por el capitalista era el fruto de la explotación del trabajador; que, sin embargo, el monto de la plusvalía no estaba en proporción al monto total del capital invertido por el capitalista, sino sólo al monto de la parte «variable» —esto es, a aquella parte del capital pagado en sueldos y salarios—, mientras que el «capital constante», el capital empleado en la adquisición de los medios de producción, no aumentaba la plusvalía. En la vida diaria, sin embargo, la rentabilidad del capital está en proporción al capital total invertido; y, principalmente por esto, las mercancías no se intercambian de hecho en proporción a la cantidad de trabajo invertido en ellas. En este punto, por lo tanto, había una contradicción entre teoría y práctica que escasamente admitía una explicación satisfactoria. Pero esta contradicción manifiesta tampoco escapó al análisis de Marx. Con respecto a ella, el autor dice: «Esta ley (esta ley, a saber, establece que la plusvalía está en proporción sólo con la parte variable del capital) contradice claramente toda la experiencia prima facie». Pero al mismo tiempo declara que la contradicción es sólo aparente y su solución requiere juntar muchos cabos sueltos, postergándose para los siguientes volúmenes de su obra. La crítica especializada pensó que podía anticiparse con relativa certeza que Marx nunca cumpliría su compromiso, ya que, como era difícil probarla, la contradicción era insoluble.

Sus argumentos, sin embargo, no produjeron ninguna impresión en el conjunto de sus seguidores. Su simple promesa excedía todas las refutaciones lógicas.

Huerta de Soto y las diferencias entre la Escuela Austriaca y la Neoclásica. Acción o decisión, y el subjetivismo

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Econonómico II (Escuela Austriaca) de Económicas, UBA, vemos el artículo de Jesús Huerta de Soto “La Escuela Austriaca moderna frente a la Neoclásica” (Revista de Economía Aplicada, vol V, Invierno 1997). Aquí van dos de esas diferencias:

Huerta de Soto

“Para los teóricos austríacos la Ciencia Económica se concibe como una teoría de la acción más que de la decisión, y ésta es una de las características que más les diferencian de sus colegas neoclásicos. En efecto, el concepto de acción humana engloba y supera con mucho al concepto de decisión individual. En primer lugar, para los austríacos el concepto relevante de acción incluye, no sólo el hipotético proceso de decisión en un entorno de conocimiento “dado” sobre los fines y los medios, sino, sobre todo y esto es lo más importante, “la percepción misma del sistema de fines y medios” en el seno del cual tiene lugar la asignación económica que con carácter excluyente estudian los neoclásicos.

Además, lo importante para los austríacos no es que se tome una decisión, sino que la misma se lleve a cabo en forma de una acción humana a lo largo de cuyo proceso (que eventualmente puede llegar o no a culminarse) se producen una serie de interacciones y procesos de coordinación cuyo estudio precisamente constituye para los austríacos el objeto de investigación de la Economía. Ésta, lejos de ser una teoría sobre la elección o decisión, es una teoría sobre los procesos de interacción social, que podrán ser más o menos coordinados según cuál sea la perspicacia mostrada en el ejercicio de la acción empresarial por parte de los diversos actores implicado.

Por eso, los austríacos son especialmente críticos de la estrecha concepción de la Economía que tiene su origen en Robbins y en su conocida definición de la misma como ciencia que estudia la utilización de medios escasos susceptibles de usos alternativos para la satisfacción de las necesidades humanas(4). La concepción de Robbins implícitamente supone un conocimiento dado de los fines y los medios, con lo que el problema económico queda reducido a un problema técnico de mera asignación, maximización u optimización, sometido a unas restricciones que se suponen también conocidas. Es decir, la concepción de la Economía en Robbins corresponde al corazón del paradigma neoclásico y es completamente ajena a la metodología de la Escuela Austríaca tal y como hoy se entiende.

En efecto, el hombre robbinsiano es un autómata o caricatura del ser humano que se limita a reaccionar de forma pasiva ante los acontecimientos. Frente a esta concepción de Robbins, hay que destacar la postura de Mises, Kirzner y el resto de los austríacos que consideran que el hombre, más que asignar medios dados a fines también dados, lo que realmente hace es buscar constantemente nuevos fines y medios, aprendiendo del pasado y usando su imaginación para descubrir y crear (mediante la acción) el futuro. Por eso, para los austríacos la Economía queda subsumida o integrada dentro de una ciencia mucho más general y amplia, una teoría general de la acción humana (y no de la decisión humana).Según Hayek, si para esta ciencia general de la acción humana “a name is needed, the term praxeological sciences now clearly defined and extensively used by Ludwig von Mises would appear to be most appropriate”.

1.2. El subjetivismo austríaco frente al objetivismo neoclásico

Un segundo aspecto de importancia capital para los austríacos es el del subjetivismo. Para los austríacos la concepción subjetivista consiste en el intento de construir la Ciencia Económica partiendo siempre del ser humano real de carne y hueso, considerado como actor creativo y protagonista de todos los procesos sociales. Por eso, para Mises “la teoría económica no trata sobre cosas y objetos materiales; trata sobre los hombres, sus apreciaciones y, consecuentemente, sobre las acciones humanas que de aquéllas se deriven.

Los bienes, mercancías, las riquezas y todas las demás nociones de la conducta, no son elementos de la naturaleza, sino elementos de la mente y de la conducta humana. Quien desee entrar en este segundo universo debe olvidarse del mundo exterior, centrando su atención en lo que significan las acciones que persiguen los hombres”. Por eso, para los austríacos, y en gran medida a diferencia de los neoclásicos, las restricciones en Economía no vienen impuestas por fenómenos objetivos o factores materiales del mundo exterior (por ejemplo, las reservas de petróleo), sino por el conocimiento humano empresarial (el descubrimiento, por ejemplo, de un carburador que duplique la eficiencia de los motores de explosión tiene el mismo efecto económico que una duplicación del total de reservas físicas de petróleo).

El camino de la teoría del comercio internacional desde Smith y Ricardo hasta nuestros días en un informe de la OMC

Los alumnos de UCEMA leen el apartado C, del Informe Mundial de Comercio de la OMC para el año 2008. Lo interesante de ese apartado es que presenta una resumida (aunque para ellos no tanto) visión de la evolución de la teoría del comercio internacional.

Aunque comienza tratando el tema desde una perspectiva “normativa”, esto es, ver si un comercio más libre es beneficioso, trata la teoría que es descriptiva y que señala que, precisamente, eso es lo que ocurre.

En cierta forma es curioso que se siga discutiendo sobre esto luego de más de 200 años. Cualquiera de nosotros aceptaría como beneficios un intercambio que hiciéramos voluntariamente con un amigo o vecino. No hay mayor diferencia si el vecino o amigo se encuentra en otro país, es circunstancia no cambia la esencia del intercambio. Pero, por supuesto, en materia de política todo es muy diferente y la simple existencia de una frontera modifica un intercambio que busca realizar entre alguien en Río de Janeiro y San Pablo a diferencia del mismo intercambio entre uno en Porto Alegre y otro en Santa Cruz de la Sierra. 

En definitiva, el derrotero de la teoría del comercio internacional parece encontrarse todo reducido a la presentación del principio que hiciera Mises bajo el nombre de “Ley de Asociación”, es decir, las ventajas que provienen de la división del trabajo y de los intercambios. En una época en la cual predominaban los argumentos “mercantilistas” que pensaban que el país más “fuerte” era el que poseía más oro o metales preciosos, Adam Smith se presenta para señalar esa verdad básica: que no es más rico el país que tiene más oro sino el que produce más bienes y servicios. El oro, o cualquier otra moneda, es solamente un medio de intercambio, para obtener aquellos bienes o servicios que necesitamos. 

Adam Smith también presentó la teoría de las ventajas absolutas. Dice el informe: “Existen dos leyes de la ventaja comparativa: la “positiva”, que predice lo que cabe prever que hagan los países, y la “normativa”, que sugiere lo que deberían hacer. La versión positiva predice que, si un país puede comerciar, exportará mercancías en las que tenga una ventaja comparativa. La normativa sugiere que si un país puede comerciar, obtendrá beneficios de la especialización”. Para el informe, las diferencias entre los países son de tecnología o en la dotación de recursos (modelo Heckscher-Ohlin).

Curiosamente, aparece aquí Paul Krugman son la teoría que le permitiera luego ganar el Premio Nobel, bien diferente de sus opiniones en el New York Times: “Dado que los modelos tradicionales sobre el comercio no parecían aptos para explicar los fenómenos que se han descripto ut supra, resultaba necesaria una “nueva” teoría sobre el comercio. El modelo de la competencia monopolística de Krugman es tal vez el enfoque más conocido, aportando una teoría sencilla y, no obstante, convincente, de las razones por las que países similares (en cuanto a la tecnología y las dotaciones) se benefician de comerciar entre sí y de que una parte importante de ese comercio pueda tener lugar en las mismas ramas de producción. En el modelo de Krugman son fundamentales dos hipótesis básicas, que pueden observarse con facilidad en el mundo real, a saber: “rendimientos crecientes a escala” y “la preferencia del consumidor por la variedad”. 

Pero incluso este modelo de Krugman ha sido superado en la dirección de Mises. Bajo el título “Novedades recientes: los beneficios de la productividad”, el informe presenta una subsección titulada “Las diferencias entre las empresas tienen importancia”, donde se consideran teorías que señalan que estas diferencias que promueven los intercambios hay que bajarlas de los países a las industrias (lo que hizo Krugman) y luego a nivel de las empresas. Y Mises diría, por supuesto, y esto llega hasta el nivel de los individuos, es el principio básico de Adam Smith: los beneficios de la división del trabajo y los intercambios.

La relación entre la división del trabajo y las ventajas comparativas. Manuel Ayau en «Un juego que no suma cero»

Con los alumnos de Proceso Económico II, vemos otro texto de Manuel Ayau donde explica la relación entre la división del trabajo y las ventajas comparativas. De “Un juego que no suma cero”:

“Muchos textos que tratan sobre la división del trabajo se limitan a explicar cómo la misma conduce a la especialización y cómo, en consecuencia, incrementa la productividad individual. Adam Smith comparó la exigua producción que se lograba antes de la división del trabajo con la abundante que resulta de dividirse y especializar las tareas. Sin embargo, ésta es sólo una parte de la historia. En la mayoría de las explicaciones se ignora cómo la división del trabajo per se -de acuerdo con el principio de las ventajas comparativas- incrementa la riqueza de quienes participan de la misma, aun suponiendo que no haya incremento alguno de las habilidades individuales, debido a que aumenta la productividad del grupo, trátese de una sociedad primitiva o de una sociedad avanzada. En La acción humana, Ludwig von Mises dice que «en un mundo hipotético en el que la división del trabajo no aumentase la productividad no habría sociedad alguna».  En efecto, Mises le atribuye a la división del trabajo el surgimiento mismo de la sociedad, porque, si los individuos no previeran que estarán mejor dividiéndose el trabajo, no se produciría la cooperación social, y en ausencia del beneficio derivado de la división del trabajo per se y del consecuente aumento de productividad, las personas no se verían unas a otras como colaboradores sino como rivales que buscan apropiarse de los bienes escasos e insuficientes.

Una explicación frecuentemente citada en torno al comercio y a la división del trabajo es la observación de Adam Smith en el sentido de que los individuos tienen una «propensión natural a comerciar, trocar e intercambiar unas cosas por otras». Sin embargo, me parece que la propensión humana es diferente: los individuos prefieren ser independientes y autosuficientes, y comercian sólo porque perciben que podrán vivir mejor en sociedad dividiéndose el trabajo. Los individuos valoran lo que reciben más que lo que dan en el intercambio y, por lo tanto, están dispuestos a aceptar la desventaja de volverse más dependientes de otros como el costo de llegar a vivir mejor. Como Adam Smith ampliamente lo ilustra en varias partes de su libro, es el interés individual (correctamente entendido) lo que conduce al intercambio, porque, si los individuos pensaran que vivirían peor «cambiando, trocando e intercambiando», seguramente no se detectaría tal propensión.

Debido a la importancia de estas implicaciones, ausentes con frecuencia en la enseñanza de la ciencia económica, el principio de la división del trabajo merece una explicación más detallada en los textos básicos de economía. De hecho, la esencia de los textos de economía no es más que la explicación de cómo la división del trabajo se coordina espontáneamente en el mercado, mediante el sistema de precios, el uso del dinero y otros factores determinantes. Es bueno recordar que, reducida a lo esencial, no obstante la complejidad de los sistemas monetarios, en última instancia la función del dinero es permitir la división del trabajo.

Las explicaciones del intercambio descansan predominantemente sobre la base de que las personas difieren en sus valuaciones subjetivas; así que, cuando intercambian, entregan algo que subjetivamente valoran menos que lo que reciben, lo cual es una verdad evidente. Pero aquellas explicaciones no nos informan sobre cómo la riqueza material total de los participantes habrá aumentado, sino sólo nos dicen que ha cambiado de manos. Es decir, no nos informan sobre cómo la división del trabajo per se aumenta el producto real -la riqueza material de los participantes, aun cuando la productividad individual de unos y otros se mantenga constante.

LA LÓGICA DEL INTERCAMBIO Y LOS DERECHOS DE PROPIEDAD

Apreciaremos lo dicho con el ejemplo de un intercambio entre dos personas, suponiendo incluso el peor escenario, en el que Juan es menos productivo que Pedro en todo. Es imprescindible tomar en consideración este escenario para demostrar por qué hasta al más productivo le conviene cooperar con el menos productivo: en él se explica cómo aun el intercambiante más hábil ganará en la cooperación con el intercambiante menos hábil. La única excepción la constituye el caso hipotético e improbable de que la superior dotación de uno sea idéntica en cada una y en todas las tareas.

El mismo razonamiento explica cómo en el mercado todos los recursos están tendiendo siempre -aunque sea lenta e imperfectamente- a ser asignados a un uso socialmente óptimo, dejando sin atender otros usos potenciales por considerarse menos prioritarios. Es evidente cómo los intercambios voluntarios no son un juego de suma cero, sino, de hecho, un juego de suma positiva (gana-gana), en los que la ganancia es mutua.

Así surge una de las más importantes implicaciones sobre la distribución de la riqueza, que tanto preocupa a ciertos individuos, e incluso a organizaciones como las Naciones Unidas y el Banco Mundial, pues se comprenderá por qué en una economía de mercado alguien sólo puede hacer fortuna si enriquece a otros. Ese hecho en sí mina la pretensión de superioridad moral de aquellos que proponen una re-distribución, por el Gobierno, de la riqueza adquirida en el mercado, como un medio para aliviar la pobreza.”

El significado de la Escuela Austriaca de Economía en la historia de las ideas: comenzamos con un artículo de Lachmann

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico II (Escuela Austriaca), de Económicas UBA, comenzamos a ver los fundamentos de la escuela, en este caso con un artículo de Ludwig Lachmann, titulado “El significado de la Escuela Austriaca de Economía en la historia de las ideas” Revista Libertas 27 (Octubre 1997)

Austrian-Economists

“El logro específico de la escuela austriaca sólo adquiere transparencia con este trasfondo del pensamiento clásico. Tal vez se lo podría caracterizar así: también aquí nos esforzamos por describir leyes. Pero, sea lo que fuere que Menger haya creído, las leyes de la cataláctica son leyes lógicas, vérités de raison. A partir de la ley de utilidad marginal, se desarrolla gradualmente un cálculo económico, o sea, una “lógica de la elección”. Una cuestión muy importante, que analizaremos más adelante, es de qué manera se relaciona esta lógica con la realidad, de tal modo que nos ayude a interpretar los procesos reales.

Tal vez la expresión más significativa de la importancia de la escuela austriaca en la historia de las ideas sea el enunciado según el cual el hombre se encuentra en el centro de los sucesos económicos como actor. Claro que también para los austriacos las múltiples relaciones económicas cuantitativas ocupan el primer lugar como objeto de conocimiento para la investigación económica, pero su determinación no constituye el objetivo último. El investigador no se detiene aquí, porque esas determinaciones provienen de actos de la mente que deben ser “comprendidos”: es decir, su origen, su significado y sus efectos tienen que ser explicados dentro del marco de nuestra “experiencia común” de la acción humana. Hay aun otra cosa importante para comprender a la escuela austriaca y es que en ella, a diferencia de la escuela clásica, se considera a los hombres como muy distintos. Cada uno tiene necesidades y capacidades diferentes, de las cuales dependen las cantidades y los precios de los bienes vendidos en el mercado. Este hecho es precisamente el que destaca la teoría subjetiva del valor. Cada agente económico imprime su individualidad sobre los sucesos económicos a través de su acción. El hombre como consumidor no puede ser incluido forzadamente dentro de ninguna clase homogénea, y lo mismo puede decirse de su función como productor. El concepto de costos de oportunidad quiebra la homogeneidad de los factores de costos y amplía el área de la subjetividad, que ahora abarca también la teoría de la producción.

Por último, el concepto clásico del valor experimenta un cambio fundamental en las obras de los autores vieneses. Ya no se lo considera como una “sustancia” inherente a los bienes. El concepto central de la escuela austriaca es la evaluación, que es un acto de la mente. Para estos pensadores el valor de un bien consiste en una relación que realiza una mente que evalúa. Puesto que las necesidades son heterogéneas, es muy improbable qué diversos agentes económicos evalúen de manera semejante un mismo bien. Del concepto ricardiano de cuasi-sustancia ha emergido un concepto de relaciones mentales.”