Sobre el dinero malgastado y malversado a través del gasto público, nacional y de las provincias

Con los alumnos de la UBA Derecho vemos uno de los temas donde más se ha desviado la política argentina de los principios establecidos originalmente en la Constitución. Así explica Alberdi como eran éstos:

Alberdi

“El gasto público de la Confederación Argentina, según su Constitución, se compone de todo lo que cuesta el «constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad»; en una palabra, el gasto nacional argentino se compone de todo lo que cuesta el conservar su Constitución, y reducir a verdades de hecho los objetos que ha tenido en mira al sancionarse, como lo declara su preámbulo.

Todo dinero público gastado en otros objetos que no sean los que la Constitución señala como objetos de la asociación política argentina, es dinero malgastado y malversado. Para ellos se destina el Tesoro público, que los habitantes del país contribuyen a formar con el servicio de sus rentas privadas y sudor. Ellos son el límite de las cargas que la Constitución impone a los habitantes de la Nación en el interés de su provecho común y general.

Encerrado en ese límite el Tesoro nacional, como se ve, tiene un fin santo y supremo; y quien le distrae de él, comete un crimen, ya sea el gobierno cuando lo invierte mal, ya sea el ciudadano cuando roba o defrauda la contribución que le impone la ley del interés general. Hay cobardía, a más de latrocinio, en toda defraudación ejercida contra el Estado; ella es el egoísmo llevado hasta la bajeza, porque no es el Estado, en último caso, el que soporta el robo, sino. el amigo, el compatriota del defraudador, que tienen que cubrir con su bolsillo el déficit que deja la infidencia del defraudador.

Para mantener la Constitución y llevar a cabo los objetos de su instituto que hemos señalado más arriba, la misma Constitución instituye y funda el gobierno, cuyo costo se extiende y divide como los servicios de su cargo, y las necesidades públicas que deben satisfacerse con el Tesoro de la Confederación.

Según esto, los gastos se dividen primeramente en gastos nacionales y gastos de provincia.

Teniendo cada provincia su gobierno propio, revestido del poder no delegado por la Constitución al gobierno general, cada una tiene a su cargo el gasto de su gobierno local; cada una lo hace a expensas de su Tesoro de provincia, reservado justamente para ese destino. Según eso, en el gobierno argentino, por regla general, todo gasto es local o provincial; el gasto general, esencialmente excepcional y limitado, se contrae únicamente a los objetos y servicios declarados por la Constitución, como una delegación que las provincias hacen a la Confederación, o Estado general. Este sistema, que se diría entablado en utilidad de la Confederación, ha sido reclamado y defendido por cada una de las provincias que la forman. (Constitución argentina, parte 2a, título 2°, y pactos preexistentes invocados en su preámbulo.)

¿El efecto ‘positivo’ de los ataques terroristas? Ridículo, incluso desde el punto de vista económico

Estuvimos, en estos días, participando de un coloquio donde discutimos el llamado “debate del siglo”, entre Hayek y Keynes, sobre los ciclos económicos, y cómo se ha extendido el debate hasta nuestros días a través de una discusión entre economistas “austriacos” y keynesianos como Krugman y Stiglitz. Por supuesto que el nivel de las discusiones, muy buenas por cierto, fue teórico y académico. Pero esas distintas visiones teóricas no pueden sino generar posiciones sobre temas coyunturales que se basan en ellas.

Con el énfasis keynesiano en que el motor de la economía es el consumo y el gasto, no es de extrañar que nos encontremos con opiniones como la que presente el diario El Economista, de España: http://www.eleconomista.es/economia/noticias/7157367/11/15/Roubini-y-Krugman-creen-que-los-atentados-de-Paris-podrian-ser-buenos-para-la-economia.html

Uno podría aprovechar el sentimiento de horror que se ha apoderado en toda persona tolerante del mundo y vilipendiar estas posiciones. Por cierto, y si tratamos de verlas desde su lado más benévolo, está claro que ninguno de los dos autores favorece esos atentados, y que simplemente estarían diciendo que, dado que han ocurrido, las consecuencias serán un aumento del gasto, que consideran, en particular Krugman, como positivo.

“Krugman explica en su blog del New York Times, que los atentados pueden supondrán (¿?) un aumento del gasto público en Francia y quizá en otros países de la Unión Europea. El Nobel de Economía no ha dudado en asegurar en varias ocasiones que un supuesto ataque de extraterrestres a la tierra «sería una solución para que el mundo emprendiese una política de estímulos», y de este modo acabar con el estancamiento.”

Sería muy fácil ahora, denostarlos por señalar que puede haber un efecto positivo de tanto horror, pero no es lo que quiero tratar aquí, sino su fundamento económico. La idea es tan vieja como errónea. El economista francés del siglo XIX Frederic Bastiat caricaturizó esta visión en su famoso artículo sobre la ventana rota, donde argumenta en forma satírica todos los beneficios que se generan a partir de que unos niños rompan el vidrio de una ventana (trabajo para el vidriero, etc.). Esto fue varias décadas antes que Keynes aconsejara a los gobiernos enviar a la gente a cavar pozos y enterrar botellas para luego desenterrarlas.

Su respuesta ha sido contundente: eso no agrega nada, es más resta un vidrio que prestaba un buen servicio. Lo que tiene que gastar ahora el dueño de casa en cambiar el vidrio es dinero que no gastará en otra cosa, con lo que lo único que ha ocurrido es un desvío del gasto. O puede ser que para hacerlo reduzca sus ahorros, con lo que se reducirá el consumo futuro y/o la inversión presente, frenando el progreso económico.

Bastiat tiene otra referencia a este tema, vista ahora desde otro lado: no ya los beneficios que generaría un daño ocasionado, sino los que resultarían de aprovechar un beneficio inesperado. Así, por ejemplo, cuenta que estaban Robinson Crusoe y Viernes en la isla desierta, trabajando, y de pronto Viernes ve que llega un excelente tronco a la playa, que podría ser utilizado en lo que estaban haciendo. Crusoe ordena a Viernes no tocarlo, señalándole lo perjudicial que podría ser eso ya que estaría destruyendo el trabajo que ellos mismos van a tener que realizar para llegar a tener una viga de la misma calidad. Ridículo, ¿verdad?

Para Alberdi, la función más ardua del Estado es el poder de crear, manejar e invertir el Tesoro público

Con los alumnos de la UBA Derecho continuamos viendo a Juan Bautista Alberdi, quien ahora trata cómo se debería manejar el Tesoro Público:

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“El poder de crear, de manejar y de invertir el Tesoro público, es el resumen de todos los poderes, la función más ardua de la soberanía nacional. En la formación del Tesoro puede ser saqueado el país, desconocida la propiedad privada y hollada la seguridad personal; en la elección y cantidad de los gastos puede ser dilapidada la riqueza pública, embrutecido, oprimido, degradado el país.

¿Cómo evitar que el gobierno incurra en tales excesos al ejercer la soberanía del país delegada para crear el Tesoro y aplicarlo? ¿Hay garantías aplicables al remedio de esos abusos? ¿Cómo conseguir que los principios económicos y rentísticos de la Constitución prevalezcan en las leyes y en los actos del gobierno, encargado de hacer cumplir la Constitución? – La Inglaterra ha encontrado ese secreto a costa de muchos siglos de experiencias dolorosas, y lo ha enseñado al mundo parlamentario: consiste en dividir el poder rentístico en dos poderes accesorios e independientes, a saber, el poder de crear los recursos y votar los gastos públicos, y el poder de recaudar, administrar y emplear esos recursos en los gastos designados, ¿por quién? – Al poder legislativo, órgano más íntimo del país, es delegado el ejercicio de la primera atribución. y al ejecutivo el de la segunda por ser el Tesoro el principal medio de acción y de ejecución.. Tal es la teoría del gobierno parlamentario de Inglaterra, de que ha sido expresión práctica la Constitución argentina, a imitación de todas las conocidas en ambos mundos de medio siglo a esta parte.

Toda la libertad del país depende de la verdad en esa división del poder.

Ella constituye la principal y más importante tradición de la revolución de Mayo contra el gobierno de España.

En el acta del 25 de Mayo de 1810, inaugural del nuevo régimen, se previno que la. nueva junta, depositaria del Poder ejecutivo, no podría imponer contribuciones ni gravámenes al pueblo o sus vecinos sin previa consulta o conformidad del Cabildo, eco inmediato de la ciudad. (Artículo 9 dé dicha acta).

Los Estados Unidos de Norte-América debieron a su madre patria el legado de esa tradición de progreso y libertad. En la Gran Bretaña fué siempre de la Cámara de los comunes el privilegio de iniciar las contribuciones, por el principio de que procediendo del pueblo toda contribución, es justo que el pueblo sea quien se la imponga. Eso fuera cierto, decía Blackstone, si sólo el pueblo pagase contribuciones, y no la nobleza propietaria, que en realidad las soporta al igual del resto del país. La verdadera razón de ese privilegio de los representantes del pueblo inglés (Cámara de los comunes) residía en el peligro de promediarlo con la Cámara de los lores, elegida por el rey, a cuya influencia se la presumía sujeta por este motivo.

Sin que en América existieran esas causas, los Estados Unidos reservaron esa prerrogativa a la Cámara de diputados, presumida siempre más cercana del pueblo por el origen de su elección directa, que no el Senado elegido por las legislaturas de Estado. El hecho es que la Constitución argentina ha seguido el mismo ejemplo en ese punto.

Al Congreso pertenece. según su artículo 4, el poder de imponer contribuciones, y de decretar empréstitos y operaciones de crédito para atender a los gastos ordinarios y extraordinarios de la Nación.”

Alberdi sugiere políticas económicas olvidadas hace tiempo: gastar poco y cumplir con las deudas

Con los alumnos de la UBA Derecho vemos “Sistema Económico y Rentístico de la Confederación Argentina” donde Alberdi analiza y comenta la Constitución. En este caso se refiere al uso del gasto y el endeudamiento público:

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“Toda renta pública o privada viene con la constancia en la labor. El que planta un gajo de álamo espera diez años para convertir en un peso fuerte la madera del árbol que se ha formado de ese gajo, con una sola condición: – esperar diez años. La viña, la morera, el trigo, el ganado, todo sigue la misma ley de formación: el tiempo entra en ello como una condición de su vida. La renta pública, parásita de la privada, sigue la ley de formación de toda riqueza producida. La constancia exige fe. El que no cree en la libertad como fuente de riqueza, ni merece ser libre, ni sabe ser rico. La Constitución que se han dado los pueblos argentinos es un criadero de oro y plata. Cada libertad es una boca mina, cada garantía es un venero. Estas son figuras de retórica para el vulgo, pero es geometría práctica para hombres como Adam Smith. Llevad con orgullo, argentinos, vuestra pobreza de un día; llevadla con esa satisfacción del minero que se para andrajoso y altivo sobre sus palacios de plata sepultados en la montaña, porque sabe que sus harapos de hoy serán reemplazados mañana por las telas de Cachemira y de Sedán. – La Constitución es un título de propiedad que os llama al goce de una opulencia de mañana. El que no sabe ser pobre a su tiempo, no sabe ser libre, porque no sabe ser rico.

Y en tanto que esa riqueza viene, hay una política económica de transición que sabe hacer llegar los recursos del tesoro, por menguado que sea, hasta cubrir todos los gastos. Consiste lisa y llanamente en gastar poco. La Confederación tiene en su capacidad notoria de ahorrar una nueva probabilidad de tener renta suficiente para llenar su gasto, sobrio como la condición de su vida de orden y buen juicio. Firmar tratados, postergar guerras, prevenir disturbios, es agrandar el Tesoro nacional. Los presupuestos de gastos públicos de la provincia de Buenos Aires no deben servir de regla para la Confederación, porque esa provincia, disponiendo de rentas ajenas en gran parte y gobernada veinte años por tiranos, ha gastado como cuatro Repúblicas juntas y ha contraído el hábito de la dilapidación, no en obras de utilidad pública, sino en guerras buscadas para tener pretexto de ejercer la dictadura perpetua, y en soldados y cómplices para sostenerla.”

Alberdi aceptaba la capacidad de endeudamiento del Estado dada la precariedad en la organización del estado argentino, pero llamaba la atención sobre sus límites y la importancia de mantener el crédito:

“Siendo el crédito del Estado el recurso más positivo de que pueda disponer en esta época anormal y extraordinaria por ser de creación y formación, será preciso que los gobiernos argentinos sean muy ciegos para que desconozcan, que faltar a sus deberes en el pago de los intereses de la deuda, es lo mismo que envenenar el único pan de su alimento, y suicidarse; es algo más desastroso que faltar al honor, es condenarse a la bancarrota y al hambre. El gobierno argentino acaba de dar una prueba de que comprende esta verdad en toda su latitud, cambiando la organización que había ensayado por error para su crédito público, por otra que le restablece a sus bases más normales y más firmes.”

El dinero emitido llega primero a los que no producen, al final (devaluado) llega a los que producen

Argentina, o Venezuela, han vuelto al conocimiento y la comprensión que se tenía hace unos sesenta años en cuanto a la inflación se refiere. En Junio de 1959, Ludwig von Mises dictó seis conferencias en Buenos Aires. Éstas fueron luego publicadas y las consideramos con los alumnos de la UBA en Derecho. Su cuarta conferencia se tituló, precisamente “Inflación”. Mises comenta:

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“La expresión metafórica ‘nivel de precios’ nunca debe usarse. Cuando la gente habla de un ‘nivel de precios’ piensa en la imagen del nivel de un líquido que va hacia arriba o hacia debajo de acuerdo con el aumento o reducción de su cantidad, pero que, como el líquido en un tanque, siempre sube uniformemente. Pero en los precios no existe tal cosa como un ‘nivel’. Los precios no cambian con la misma amplitud y en el mismo momento. Siempre hay precios que cambian más rápidamente, subiendo o bajando más rápidamente que otros precios. Y existe una razón para ello.

Considere el ejemplo del empleado público que recibió ese nuevo dinero agregado al dinero circulante. La gente no compra hoy precisamente los mismos bienes y en las mismas cantidades en que lo hizo ayer. El dinero adicional que el gobierno imprimió e introdujo en el mercado no es utilizado para comprar todos los bienes y servicios. Es utilizado para la compra de ciertos bienes, cuyos precios subirán, mientras que otros productos se mantendrán en los mismos precios vigentes antes que el nuevo dinero fuera puesto en el mercado. Por ello, cuando la inflación comienza, diferentes grupos dentro de la población son afectados por esta inflación en forma diferente. Aquellos grupos que consiguen el nuevo dinero son los primeros en ganar un beneficio temporario.

Cuando el gobierno infla la cantidad de dinero para librar una guerra, tiene que comprar municiones, y los primeros en obtener el dinero adicional son los fabricantes de municiones y los trabajadores de esas industrias. Estos grupos están ahora en una posición muy favorable. Tienen mayores ganancias y mayores sueldos; su negocio se mueve. ¿Por qué? Porque ellos fueron los primeros en recibir el dinero adicional. Y teniendo ahora más dinero a su disposición, están comprando. Y están comprando a otra gente que está fabricando y vendiendo los productos que desean estos fabricantes de municiones. Esta otra gente forma un segundo grupo. Y este segundo grupo considera a la inflación como muy buena para los negocios. ¿Por qué no? ¿No es maravilloso vender más? Por ejemplo, dice el propietario de un pequeño restaurante en la vecindad de una fábrica de municiones: ‘¡Es realmente fabuloso! Los trabajadores de la fábrica de municiones tienen más dinero, hay muchos más trabajadores ahora que antes, todos vienen a mi restaurante. Estoy muy feliz por eso’. No ve razón alguna para pensar de otra manera.

Esta es la situación: aquella gente a quien el dinero llega primero ahora tiene un mayor ingreso y todavía pueden comprar muchos productos y servicios a precios que corresponden a la anterior situación del mercado, la situación que existía al comienzo de la inflación. Por consiguiente están en una posición favorable. Y así la inflación continúa paso a paso, de un grupo de la población a otro. Y todos aquellos a quienes el dinero adicional les llega al principio de la situación inflacionaria se benefician, porque están comprando algunas cosas a precios todavía correspondientes a la fase previa del tipo de intercambio entre el dinero y los bienes.

Pero existen otros grupos en la población a quienes este dinero adicional les llega mucho, mucho más tarde. Esta gente está en una posición desfavorable. Antes que ese dinero adicional les llegue, están forzados a pagar mayores precios que los que pagaban antes por algunos – o por prácticamente todos – los productos que desean comprar en tanto que su ingreso ha continuado siendo el mismo, o no se ha incrementado proporcionalmente con los precios.»

Mises a Kiciloff: la diferencia entre pagar el gasto público con impuestos o emisión es ésta: inflación

Argentina, o Venezuela, han vuelto al conocimiento y la comprensión que se tenía hace unos sesenta años en cuanto a la inflación se refiere. En Junio de 1959, Ludwig von Mises dictó seis conferencias en Buenos Aires. Éstas fueron luego publicadas y las consideramos con los alumnos de la UBA en Derecho. Su cuarta conferencia se tituló, precisamente “Inflación”. Mises comenta:

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“No existe un camino secreto para la solución de los problemas financieros de un gobierno; si necesita dinero, tiene que obtener el dinero gravando con impuestos a sus ciudadanos (o, bajo condiciones especiales, tomando préstamos de la gente que tenga el dinero) Pero muchos gobiernos, podríamos decir casi todos los gobiernos, piensan que hay otro método para obtener el dinero que necesitan: simplemente imprimirlo.

Si el gobierno desea hacer algo beneficioso – si, por ejemplo, desea construir un hospital – la manera de encontrar el dinero que necesita para este proyecto es gravar con impuestos a los ciudadanos y construir el hospital con los ingresos provenientes de los impuestos. Y entonces no ocurrirá ninguna ‘revolución de precios’ ya que cuando el gobierno cobra el dinero para la construcción del hospital, los ciudadanos – habiendo pagado los impuestos – están forzados a reducir sus gastos. El contribuyente está forzado a reducir ya sea sus consumos, sus inversiones o sus ahorros. El gobierno, apareciendo en el mercado como un comprador, reemplaza al ciudadano: el individuo compra menos, pero el gobierno compra más. El gobierno, desde luego, no siempre compra los mismos bienes que los ciudadanos habrían comprado, pero en promedio no existe incremento alguno en los precios debido a que el gobierno construya un hospital. Elijo este ejemplo porque la gente a veces dice: ‘Hay una diferencia si el gobierno usa su dinero para buenos o malos fines’.

Deseo suponer que el gobierno siempre usa el dinero que ha impreso con los mejores fines – fines con los cuales todos estamos de acuerdo. Pero no es la manera en que el dinero es utilizado, sino la forma en que el dinero es obtenido, lo que provoca esas consecuencias que llamamos inflación y que la mayor parte de la gente en el mundo actualmente no considera beneficiosa.

Por ejemplo, sin inflar la cantidad de dinero, el gobierno podría usar el dinero proveniente de impuestos para tomar nuevos empleados o para aumentar los sueldos de aquellos que ya están al servicio del gobierno. Entonces esta gente, cuyos salarios han sido incrementados, están en posición de comprar más- Cuando el gobierno grava con impuestos a los ciudadanos y usa ese dinero para aumentar los sueldos de los empleados del gobierno, los contribuyentes tienen menos para gastar, y los empleados públicos tienen más. Los precios, en general, no se incrementarán.

Pero si el gobierno no usa el dinero proveniente de impuestos para este objetivo, y si en cambio usa dinero recién impreso, significa que habrá gente que ahora tiene más dinero en tanto que otra gente tendrá la misma cantidad que tenía antes. Así, aquellos que recibieron el dinero recién impreso estarán compitiendo con aquella gente que ya antes era compradora. Y dado que no hay más productos que los que existían antes pero hay más dinero en el mercado – y dado que hay ahora gente que hoy puede comprar más que lo que podría haber comprado ayer – habrá una  demanda adicional por la misma cantidad de bienes. Como consecuencia, los precios tenderán a subir. Esto no puede evitarse, no importa el uso que se le dé a este dinero recién emitido. Y más importante aún, esta tendencia de los precios de ir hacia arriba se desarrollará paso a paso; no es un movimiento general hacia arriba de lo que ha sido denominado ‘nivel de precios’.”

Para José Luis Espert, Dabos y Vignoli, el tipo de cambio real multilateral está apreciado en 58,6%

En un interesante trabajo, los economistas José Luis Espert, Marcelo Dabós y Guido Vignoli analizan la evolución del Tipo de Cambio Real Multilateral en la Argentina durante los últimos 50 años, y su situación actual. El trabajo se titula “Determinantes del tipo real de cambio en la Argentina: una aproximación empírica 1961-2014”, Escuela de Negocios de la Universidad de Belgrano N° 309: http://www.ub.edu.ar/investigaciones/dt_nuevos/309_Dabos.pdf

Aquí va el resumen:

“Este trabajo estima un tipo de cambio real multilateral de comportamiento de Argentina. El análisis econométrico estima un modelo de corrección de errores en vectores. Las regresiones muestran que las variables significativas para explicar el comportamiento de largo plazo del tipo de cambio real multilateral son los gastos del gobierno y los términos de intercambio. Los coeficientes de las variables fundamentales son usados para identificar períodos de apreciación y depreciación reales. Usando las variables fundamentales, el tipo de cambio real multilateral de Argentina en 2014 está significativamente apreciado con respecto al valor de equilibrio calculado.”

Y sus conclusiones:

“Este estudio estima el equilibrio del TCRM de la Argentina para el período 1961-2014 de acuerdo a un modelo de comportamiento que se basa, en parte, en la literatura existente.

La técnica econométrica empleada es la de corrección de errores en vectores (VECM) por su sigla en inglés. Las principales variables explicativas que se hallan y son significativas son el gasto del gobierno y el índice de términos de intercambio. Tal como lo hallan Espert y Maino (2000), el aumento del gasto del gobierno aprecia el TCRM en el largo plazo. En cuanto a los términos de intercambio se halla que un aumento de estos tiende a depreciar el TCRM en el largo plazo, posibilidad sugerida por Edwards (1989). Las variables explicativas Activos Externos Netos y el Índice de Productividad Multilateral fueron no significativas.

El ajuste del TCRM a su valor de equilibrio en ausencia de nuevos shocks es lento y solo de 1,66% por año. Sin embargo se producen grandes ajustes en poco tiempo como “saltos” en las variables o “cambios de régimen” o situaciones de “crisis” que recurrentemente caracterizan la economía Argentina y de las cuales el TCRM no es una excepción. En el largo plazo se ajusta vía crisis mientras que en el corto plazo el ajuste es pequeño, acumulándose tensiones que finalmente afloran.

En el período total de 50 años considerado, el TCRM estuvo durante 37 años apreciado y solo durante 13 años estuvo depreciado. Es decir históricamente ha habido una tendencia a la apreciación del TCRM en el último medio siglo de la historia económica argentina de acuerdo a nuestro modelo y datos.

El nivel del TCRM en 2014 es sustancialmente inferior a los 2 máximos de los años 1980 y 2001, siendo estos 2 puntos pre-crisis. O sea que no estamos tan apreciados como previamente a las crisis de 1980 y 2001. Comparando 2014 contra 1980 en 2014 el TCRM está depreciado en 36,9% y comparando 2014 contra 2001 en 2014 el TCRM está depreciado el 32,6%.

Desde un año que sepuede consi derar como “normal” de la convertibilidad que es 1996 (crecimiento alto, con estabilidad de precios) el año pre-crisis 2001 contra 1996 muestra una apreciación en 5 años del 23,6%, lo que da una tasa promedio acumulativa anual de 4,3%.

Desde un año que se puede considerar como “normal” en la última década que es 2004 (crecimiento alto, con estabilidad de precios o baja inflación) tenemos que 2014 contra 2004 muestra una apreciación en 10 años del 54,0%, lo que da una tasa promedio acumulativa anual de 4,4%.

Finalmente, de acuerdo a las estimaciones de nuestro modelo para el último año estimado 2014 el TCRM está apreciado en 58,6% respecto a su valor de equilibrio es decir sería necesaria una depreciación del TCRM del 58,6% para llevarlo a su valor de equilibrio.”

 

Límites al abuso de poder: límites al gasto, endeudamiento e impuestos, y que éstos sean explícitos

Con los alumnos de Applied Economics analizamos distintas limitaciones institucionales al abuso de poder que termina generando todo tipo de crisis económicas. Entre ellas, algunas se refieren a limitaciones en el gasto, en el endeudamiento, y también en los impuestos. Respecto a estos últimos:

La limitación para crear nuevos impuestos está en la raíz de la historia de la república moderna y la limitación del poder absoluto del gobernante. Formaba parte de la Carta Magna (1215) aquél famoso principio “no habrá impuestos sin la aprobación de los representantes”. En casi todas las constituciones, los impuestos tienen que ser aprobados por el Congreso, por los representantes de los votantes.

En las democracias modernas esta restricción funciona cuando el poder se encuentra dividido, por ejemplo, cuando el parlamento está controlado por un partido político o coalición diferente al control del poder ejecutivo. Un ejemplo en Estados Unidos es cuando el presidente es demócrata y el Congreso está controlado por los republicanos. Cuando ambos poderes se encuentran controlados por la misma mayoría el control se diluye o directamente no existe.

Es por eso que se sugiere como mecanismo de control del gasto que cada vez que se quieran crear nuevos impuestos o subir las alícuotas se las someta a la consulta de los votantes por medio de un referéndum. La ventaja de este procedimiento es que los votantes pocas veces están dispuestos a pagar más impuestos a menos que el servicio que a partir de ellos se obtenga sea realmente apreciado y no pueda producirse con los recursos existentes. El problema que puede presentar es que la mayoría abuse de la minoría aprobando impuesto sobre ésta que ella misma no pagaría. No es de extrañar que muchas veces los representantes hayan incluido a los impuestos dentro de una lista de temas que no pueden ser sometidos a consulta popular.

Relacionado con el punto anterior, las dificultades que tiene cada individuo para evaluar el verdadero costo del gasto público le impiden evaluar su verdadero peso. Resulta casi imposible para un individuo determinar cuál es la real carga impositiva que está sufriendo, porque el “precio” resulta borroso. En un intercambio normal de mercado existe un precio directamente visible y el costo resulta claro. Si consideramos en cambio una compra que se realiza mediante una cuota mensual (la cuota de un club, el pago de un seguro) la relación no es tan directa pero aún es fuerte. Sería comparable a que un ciudadano recibiera una factura mensual por todos los servicios que le brindara el Estado.

En cambio, si esos pagos se deducen de su recibo mensual de sueldo, la relación es un poco más débil, ya que no hay un acto de “pago”, no hay que tomar una decisión positiva para realizarlo.

Algo similar sucede con los impuestos: los indirectos son menos obvios y evidentes que los directos, sobre todo si es necesario preparar una declaración anual y pagar un determinado monto. Menos lo son sin esos pagos se deducen directamente del salario. En cuanto a los indirectos, menos evidentes son si aparecen como parte del precio y no en forma separada. Y menos aún si el gasto se financia vía inflación, considerada a menudo como un “impuesto” .

Con esas percepciones debilitadas, terminará aceptando niveles de gasto más altos de los que estaría dispuesto a pagar. No extraña que el crecimiento del gasto público haya llegado con la multiplicación de estos modos de esconder su verdadero peso.

Por eso, una alternativa para facilitar la evaluación de costos y beneficios del gasto público es explicitar los impuestos: que el impuesto indirecto aparezca separado del precio del producto o servicio y haga evidente ese pago adicional. Imaginemos un conductor que llena su tanque de combustible y recibe el siguiente mensaje: “$30 de combustible y $ 70 de impuesto”; que el impuesto directo demande un acto explícito de pago; que distintos servicios gubernamentales demanden un pago directo para recibirlos.

Mariana, ya en el siglo XVI, tenía clara la relación entre gasto público, emisión monetaria e inflación

Con los alumnos de Económicas de la UBA vemos el artículo de Lucas Beltrán “El Padre Juan de Mariana”: http://www.hacer.org/pdf/Beltran00.pdf . Lucas Beltrán fue un economista español del siglo XX. Se graduó en Derecho en la Universidad de Barcelona y estudió economía en la London School of Economics. Algunos párrafos sobre la emisión de dinero y el gasto público:

Juan de Mariana

“Tal vez el Tratado y discurso sobre la moneda de vellón ha de ser considerado como el pensamiento maduro y definitivo del autor, pues es uno de los últimos libros que publicó. En él Mariana empieza preguntándose si el rey es dueño de los bienes particulares de sus vasallos y contesta rotundamente que no. El autor acude a su distinción entre rey y tirano, a la que tanta afición manifiesta: «El tirano es el que todo lo atropella y todo lo tiene por suyo; el rey estrecha sus codicias dentro de los términos de la razón y de la justicia.»

De aquí deduce que el rey no puede exigir impuestos sin el consentimiento del pueblo, pues el impuesto significa la apropiación de una parte del patrimonio de los súbditos; para que tal apropiación sea legítima es preciso que los súbditos estén de acuerdo con ella. Tampoco puede el rey crear monopolios estatales, que serían un medio disimulado de exigir impuestos; en el lenguaje del autor, «si no es lícito poner pecho, tampoco lo será hacer esta manera de estanques sin voluntad de aquellos en cuyo perjuicio redundan».

Y tampoco puede el rey obtener ingresos rebajando el contenido metálico de las monedas. Los monarcas de la Casa de Austria acudieron reiteradamente a este antiguo recurso tantas veces utilizado en todos los tiempos y todos los Estados. En España, en tiempo del Padre Mariana, la rebaja se hizo sobre todo en las llamadas monedas de vellón; éstas eran de una aleación de plata y cobre y hasta fines del siglo XV fueron perfectamente respetables; en los siglos XVI, XVII y XVIII su contenido de plata fue reducido reiteradamente hasta que finalmente las monedas de vellón se hicieron sólo de cobre y funcionaron como moneda fraccionaria de las piezas de oro y plata. También el contenido de metal noble de éstas fue reducido en algunas ocasiones, pero menos que en el caso de las monedas de vellón, que constituyen el tema del tratadito de Mariana.

Éste ve la cuestión con tanta claridad como un economista moderno: se da cuenta de que la reducción del contenido de metal noble de las monedas y el aumento de la cantidad de éstas es una forma de inflación (aunque no usa esta palabra, entonces desconocida) y que la inflación produce fatalmente elevación de precios: «que si baja el dinero del valor legal, suben todas las mercadurías sin remedio, a la misma proporción que abajaron la moneda, y todo se sale a una cuenta».

Mariana ve que la inflación es un impuesto que recae sobre los que antes de ella tenían dinero, que ahora han de comprar las cosas más caras. Al argumento de que esto se puede evitar poniendo precios de tasa a las mercancías, contesta que la experiencia nos muestra que las tasas han sido siempre ineficaces. Siendo la inflación un impuesto, requerirá en todo caso el consentimiento del pueblo, pero aun con este consentimiento será siempre un impuesto dañoso y desorganizador de la vida económica: «este arbitrio nuevo de la moneda de vellón, que si se hace sin acuerdo del reino es ilícito y malo, si con él, lo tengo por errado y en muchas maneras perjudicial».

¿Cómo se puede evitar el recurso al cómodo expediente de la inflación? Equilibrando el presupuesto por otros procedimientos. Mariana tampoco usa estas expresiones que utilizaríamos nosotros, pero ve el problema con precisión y todas sus propuestas tienden al mencionado equilibrio; es decir, consisten en reducciones de gastos públicos o aumentos de los ingresos. Propone, en primer lugar, gastar menos en la casa real, «que lo moderado, gastado con orden, luce más y representa mayor majestad que lo superfluo sin él». En segundo lugar, «que el rey se acortase en sus mercedes», es decir, que no recompense tan generosamente servicios (reales o supuestos) de sus vasallos; «que no hay en el mundo reino que tenga tantos premios públicos, encomiendas, pensiones, beneficios y oficios; con distribuirlos bien y con orden, se podría ahorrar de tocar tanto en la hacienda real o en otros arbitrios de que se podrían sacar ayudas de dineros». «Veamos, si enviase yo a Roma a uno y le diese dinero para el gasto, ¿sería bien que lo gastase y diese a quien se le antojase o que se mostrase liberal de la hacienda ajena? No puede el rey gastar la hacienda que le da el reino con la libertad que el particular los frutos de su viña o de su heredad.»

Los votantes norteamericanos creen que el gobierno desperdicia el 51% de lo que gasta

Una encuesta de Gallup muestra que los norteamericanos creen que el estado nacional pierde, o desperdicia, el 51% de cada dólar que gasta. Esto es bastante más alto que el 40% registrado en 1970 cuando plantearon esta pregunta por primera vez: http://www.gallup.com/poll/176102/americans-say-federal-gov-wastes-cents-dollar.aspx?utm_source=alert&utm_medium=email&utm_campaign=syndication&utm_content=morelink&utm_term=Politics

La opinión es menos crítica en relación a los gobierno estaduales (creen que desperdician el 42%, en 1970 era el 30%) y que los gobiernos locales (en este caso el desperdicio sería del 37% y en 1970 del 25%). Esto es consistente con otras encuestas que muestra que la confianza es mucho mayor para los gobiernos locales que los estaduales o el gobierno nacional. Por supuesto, los republicanos encuentran mayor desperdicio en los tres niveles que los demócratas.

El crecimiento del porcentaje despilfarrado muestra un creciente descontento con el estado, los impuestos que cobra, los servicios que provee y seguramente con los políticos que lo manejan.

En fin, ¿para qué sirve esto? No está claro cómo interpretar el “desperdicio”. La pregunta que se les hace es: ¿cuántos centavos de cada dólar diría usted que se desperdician? ¿Qué significa “desperdiciar”? Tal vez que se gastan en cosas que no son necesarias.

Después de que hemos visto los débiles incentivos que tienen los votantes para estar informados de las cuestiones políticas, no parece que puedan opinar más allá de una sensación general que no está basada en ningún análisis medianamente riguroso. No obstante, refleja una opinión acerca de lo que entienden que están recibiendo en relación a lo que están pagando.

¿Será que quieren que el estado nacional haga la mitad de las cosas que ahora hace, o será que quieren que siga haciendo todo eso pero gastando la mitad de dinero? ¿O cualquier mezcla entre ambas? El problema con estas preguntas lo estamos viendo en las clases de Economía Política ya que el sistema político es muy imperfecto para generar y transmitir esta información y luego para disponer de los incentivos suficientes como para que los políticos provean esto.

Problemas tales como la desinformación de los votantes, que necesariamente hay que votar sobre “paquetes” de atributos o de distintas políticas, y que la regla de un votante-un voto no mide la intensidad de la preferencia vuelven casi imposible conocer qué es lo que realmente quieren los votantes. En este caso se ven que quieren del gobierno o menos gasto o más eficiencia. ¿Qué programa de gobierno habría que cortar, cuál habría que reducir, cuál mantener igual pero hacerlo más eficiente?

Sobre eso no tenemos ninguna información, la gente tan solo vota por el candidato A o el candidato B, ninguno de los cuales ha dado muchos detalles al respecto.

Imagino ahora una consigna: “Voy a cortar el 50% del desperdicio del gobierno”. Y si la gente me apoya, bueno, tendré básicamente las manos libres para hacer lo que quiera.

Al margen de esto, lo cierto es que la gente ve que recibe más servicios de aquellos gobiernos que tiene más cerca. Esto hablaría en favor de una descentralización mucho más profunda, delegando funciones desde el nivel nacional al estadual y de éste a los gobiernos locales.

Por ultimo, ¿cuál sería el resultado de esta pregunta en nuestros países? Imagino que menos, aunque nuestros estados sean mucho peores.