La Ley de Say: toda oferta crea su propia demanda. Malinterpretada y vilipendiada cien años después

Los alumnos de Económicas leen a Jean Baptiste Say (1767-1832), un ‘clásico’ francés quien nunca debe haber sospechado la importancia que adquiriría en la política económica del siglo XX. Seguramente han conocido la famosa “Ley de Say” presentada como “toda oferta crea su propia demanda”. Desde el punto de vista, digamos, del ‘marketing’, la frase parece absurda; nadie tiene garantizado que simplemente por ofrecer algo exista alguien que esté dispuesto a comprarlo. Pero, ¿es eso lo que dijo Say?, o ¿es eso lo que quiso decir?

Say

La lectura es sobre el capítulo de su libro ‘Tratado de Economía Política’ donde precisamente presenta esta idea:

Jean Baptise Say, A treatise on political economy, capítulo XV «Of the demand of market for products»: http://www.econlib.org/library/Say/sayT15.html#Bk.I,Ch.XV

En castellano: http://www.eseade.edu.ar/files/Libertas/33_10_Say.pdf

“Una persona que dedique su esfuerzo a invertir en objetos de valor que tienen determinada utilidad no puede pretender que otros individuos aprecien y paguen por ese valor, a menos que dispongan de los medios para comprarlo. Ahora bien, ¿en qué consisten estos medios? Son los valores de otros productos que también son fruto de la industria, el capital y la tierra. Esto nos lleva a una conclusión que, a simple vista, puede parecer paradójica: es la producción la que genera la demanda de productos.”

“Si un comerciante dijera: «No quiero recibir otros productos a cambio de mi lana; quiero dinero», sería sencillo convencerlo de que sus clientes no podrían pagarle en dinero si antes no lo hubieran conseguido con la venta de algún bien propio. Un agricultor podrá comprar su lana si tiene una buena cosecha. La cantidad de lana que demande dependerá de la abundancia o escasez de sus cultivos. Si la cosecha se pierde, no podrá comprar nada. Tampoco podrá el comerciante comprar lana ni maíz a menos que se las ingenie para adquirir además lana o algún otro artículo con el cual hacer la compra. El comerciante dice que sólo quiere dinero. Yo digo que en realidad no quiere dinero, sino otros bienes. De hecho, ¿para qué quiere el dinero? ¿No es acaso para comprar materias primas o mercaderías para su comercio, o provisiones para su consumo personal? Por lo tanto, lo que quiere son productos, y no dinero. La moneda de plata que se reciba a cambio de la venta de productos propios, y que se entregue en la compra de los de otras personas, cumplirá más tarde la misma función entre otras partes contratantes, y así sucesivamente. De la misma manera que un vehículo público transporta en forma consecutiva un objeto tras otro. Si no puede encontrar un comprador, ¿diría usted que es solamente por falta de un vehículo donde transportarlo? Porque, en última instancia, la moneda no es más que un agente que se emplea en la transferencia de valores. Su utilidad deriva de transferir a sus manos el valor de los bienes que un cliente suyo haya vendido previamente, con el propósito de comprarle a usted. De la misma manera, la próxima compra que usted realice transferirá a un tercero el valor de los productos que usted anteriormente haya vendido a otros. De esta manera, tanto usted como las demás personas compran los objetos que necesitan o desean con el valor de sus propios productos, transformados en dinero solamente en forma temporaria. De lo contrario, ¿cómo es posible que la cantidad de bienes que hoy se venden y se compran en Francia sea cinco o seis veces superior a la del reinado miserable de Carlos VI? ¿No es evidente que deben haberse producido cinco o seis veces más bienes, y que deben haber servido para comprarse unos a otros?”

Y aquí el párrafo que diera lugar a esa interpretación llamada “Ley de Say”. ¿Parece tan ilógico como alguien (¿quién?) lo quiso presentar?:

“Cuando un producto superabundante no tiene salida, el papel que desempeña la escasez de moneda en la obstrucción de sus ventas en tan ínfimo que los vendedores aceptarían de buen grado recibir el valor en especie para su propio consumo al precio del día: no exigirían dinero ni tendrían necesidad de hacerlo, ya que el único uso que le darían seria transformarlo inmediatamente en artículos para su propio consumo.

Esta observación puede extenderse a todos los casos donde exista una oferta de bienes o servicios en el mercado. La mayor demanda estará universalmente en los lugares donde se produzcan más valores, porque en ningún otro lugar se producen los únicos medios de compra, es decir, los valores. La moneda cumple sólo una función temporaria en este doble intercambio. Y cuando por fin se cierra la transacción, siempre se habrá intercambiado un bien por otro.

Vale la pena señalar que desde el instante mismo de su creación el producto abre un mercado para otros por el total de su propio valor. Cuando el productor le da el toque final a su producto, está ansioso por venderlo de inmediato, por miedo a que pierda valor en sus manos. De la misma manera, quiere deshacerse del dinero que recibe a cambio, ya que también el valor del dinero es perecedero. Pero la única manera de deshacerse del dinero es comprando algún otro producto. Por lo tanto, la sola creación de un producto inmediatamente abre una salida para otros.”

Hume, Smith y Ricardo sobre el mercantilismo, el flujo de divisas y la asignación de capitales (II)

Con los alumnos de Economía de la UBA vemos a los clásicos: Hume, Smith, Ricardo, sobre el mercantilismo, el flujo de divisas y la asignación de capital. Los alumnos preguntan:

  1. David Hume, Essays, Moral, Political and Literary, Part II Chapter V «Of the balance of trade»: http://www.econlib.org/library/LFBooks/Hume/hmMPL28.html
  2. Adam Smith, Wealth of Nations Libro IV capitulo 1: Of the principle of the commercial or mercantile system: http://www.econlib.org/library/Smith/smWN12.html
  3. David Ricardo, Principles of Political Economy, Chapter IV, «On Natural and Market Price»: http://www.econlib.org/library/Ricardo/ricP2.html

Pregunta: Como interfiere que nuestros vecinos mejoren su producción en la rama que les exportamos, sería una pérdida para nosotros.

Pero no sería correcto pensar en términos de “países”. Lo mismo ocurre si tengo un kiosco y el “vecino” de la otra cuadra pone ahora uno. Ya no le vendo (no le exporto). Es el típico resultado de la competencia, que ocurre tanto a nivel local, como regional o internacional.

Pregunta: Si hubo tanto dinero como no se produjo una hiperinflación con la gran cantidad de dinero que circulo en los países Europeos.

Fue un proceso relativamente lento, pero los precios en Europa aumentaron seis veces entre mitad del siglo XV y el todo el siglo XVI (150 años). Se dice también que no aumentaron más porque en ese período también aumentó la demanda de dinero, debido a un mayor crecimiento de la población luego de las enormes pérdidas de la peste negra. Así y todo, el caso habla de la “resistencia” que presentan las monedas metálicas: había que sacarlas, explorar, organizar su tratamiento y transporte, etc. Todo esto llevó tiempo. El dinero fiduciario, por el contrario, se puede multiplicar varias veces de un día para el siguiente. Por eso, tal vez, no hubo “hipers” con moneda metálica, y las hubo con moneda papel.

Pregunta: ¿Considera que existen herramientas que permiten evitar que las desviaciones accidentales y temporales (oferta/demanda) impacten en el precio de las mercancías?

Seguramente, tanto Hume como Smith y Ricardo hubieran aceptado algún tipo de arancel o impuesto pero solamente con carácter muy temporal y acotado.

Pregunta: ¿Teniendo en cuenta este mercado que se auto regula encontrando un equilibrio entre la oferta y la demanda (sin intervención del estado), cree el autor que es posible acercar las clases sociales o por lo menos disminuir su marcada diferencia?

No sé si disminuir su diferencia pero sí elevar el nivel de vida de todos. Desde que escribieran Hume y Smith el PIB per cápita ha crecido en el mundo desde 250 dólares anuales hasta unos 7.000 actualmente. Si consideramos también que esos 250 se multiplicaban por unos mil millones de habitantes, para considerar la riqueza total, y hoy los 7.000 se multiplican por unos siete mil millones de habitantes, la riqueza total creada desde entonces es un fenómeno incomparable. Nunca hubo algo así en la historia de la humanidad. La idea de “progreso” no existía, es fruto de estos últimos 250 años.

Pregunta: ¿Así como la competencia es el generador de precios de las mercancías, los salarios no deberían ser consecuencia de una competencia dentro del mercado laboral entre los mismos obreros?

Lo son. Los salarios son determinados por la oferta y la demanda de trabajo. Y la demanda de trabajo es determinada, en última instancia, por las preferencias de los consumidores respecto a los bienes y servicios que han de producirse.

Pregunta: ¿Cómo es que los capitalistas reconocen esa falta de oferta para lograr sustituir su producción de un bien por otro?

Los emprendedores son quienes tienen esa capacidad de detectar demandas futuras y luego conseguir el capital y la gestión para llevar ese proyecto adelante. Se guían por señales que envían los mercados de capitales, por ejemplo, los precios de las acciones. Aunque estén pensando en un producto que hoy no existe, saben que un nuevo producto o servicio que acierta en satisfacer una necesidad puede recibir un enorme premio. Es lo que ha pasado con la capitalización accionaria de empresas como Google, Facebook o Ali Baba.

Pregunta: ¿Qué pasaría si ante un cambio de preferencias de los agentes hacia otro bien que no es de fácil remplazo, (es decir donde hay barreras a la entrada del mismo), como logrará el mercado ajustar al precio natural?

El mercado “tiende” a ese precio natural, o de equilibrio, pero es un proceso que nunca termina o sea que ese equilibrio nunca se alcanza finalmente. Si hay barreras de entrada, por ejemplo barreras regulatorias, ese proceso se retrasará.

Pregunta: ¿El motor del equilibrio está dado por el interés maximizador de los capitalistas, ahora si rigen controles de capitales (como en la mayoría de las economías del siglo XXI), como supondríamos afecta esto al equilibrio? ¿Simplemente lo retrasa, o lo impide?

Correcto, genera, en última instancia, una mala asignación de los capitales

Pregunta: ¿La verdadera riqueza de una nación en vez del dinero acumulado no sería la capacidad intelectual de todos sus ciudadanos y su deseo de desarrollarse por medio de su esfuerzo?

Sí, ése es uno de los recursos, tal vez de los más importantes en la economía moderna, pero también están los recursos naturales con los que pueda contarse y el capital acumulado. Aunque, en verdad, según los escoceses la capacidad de generar riqueza va a estar dada por la calidad de sus instituciones.

Pregunta: El autor dice que ninguna otra mercancía puede ser tan fácilmente transportada como el oro y la plata. ¿Cómo es el mecanismo de transporte? ¿Habla de llevarlos físicamente o la facilidad que brindan la existencia de letras de cambio y demás documentos?

Así es, y ese tipo de instrumentos financieros buscaban reducir esos costos.

Pregunta: Smith, en el párrafo 33, dice que el descubrimiento del pasaje a las Indias Orientales por el camino de Buena Esperanza amplió aún más el rango del comercio exterior que el descubrimiento de América porque aquellos países eran más avanzados. ¡¿Cómo pueden estos países tener una oferta mayor a la de un continente nuevo sin explotar?!

Bueno, precisamente, había allí ya capital invertido, producción y posibilidades de comercio inmediatas, no había que comenzar desde cero. En América lo único que había inmediato era el saqueo del oro y otros metales que tuvieran los aztecas o los incas.

Pregunta: ¿El autor no toma en cuenta la posibilidad que tienen España y Portugal de poner un precio alto al oro y la plata (ya que tienen casi la hegemonía de su producción) y así obtener riqueza obteniendo más bienes a cambio de ellos?

Pero para ellos la riqueza era poder gastarlos, poder adquirir los bienes y servicios que ahora podían tener. De poco les servía el metal solamente para guardarlo.

Pregunta: El autor dice en los párrafos 21, 22, y 24 que la presencia del papel hace que se tenga un nivel de metal precioso más bajo, ¿significa esto que el papel no tiene respaldo?

Así es, si el sistema monetario y bancario genera moneda papel más allá de la cantidad de metálico existente, su precio se devalúa.

Pregunta: En el contexto de que un país puede incrementar su nivel de dinero subiendo su tesoro público, encerrándolo y previniendo la circulación; el autor dice que un gran Estado (que hace esto) disipa su riqueza en proyectos malos y así destruye su industria. ¿Es esto necesariamente así? ¿Qué pasaría si hiciese inversiones productivas? (párrafo 28)

Smith favorecía la realización de obras de infraestructura, e incluso sugería que se financiaran con peajes. Su argumento contra los mercantilistas era que un país no era rico si su gobierno tenía ese oro acumulado sino si producía más bienes y servicios. Es necesario tener en cuenta que esos estados tenían que “comprar” ese metal, ya que el flujo de metales era el resultado del comercio que realizaban los particulares. Entonces, la pregunta es: ¿es correcto usar fondos públicos para comprar metal y atesorarlo? Tal vez lo sería si se dirigiera a construir una reserva para un cierto imprevisto futuro, pero al margen de esto, si el dinero quedara en manos del sector privado se canalizaría a la inversión y al crecimiento de la economía.

Pregunta: Concuerdo que es la industria y la gente lo que hace a un país rico, pero ¿España era menos rica que otros países con mejor manufactura en la etapa colonial? ¿Las posibilidades de financiamiento no juegan un papel en lo absoluto?

Es un caso típico. La corona española primero se apodera de todo el recurso al establecer la propiedad real de todo el subsuelo. Luego gasta esos recursos, lo que seguramente habrá favorecido a algunos productores locales, pero mucho a comerciantes que abastecían ese consumo con productos de toda Europa.

Impresionante ensayo de David Hume sobre la moneda, las divisas y el comercio internacional

El ensayo de David Hume sobre la balanza comercial comienza con un párrafo que bien podría haberlo escrito pensando en la Argentina de estos días: http://www.econlib.org/library/LFBooks/Hume/hmMPL28.html

“Es muy común, en naciones ignorantes de la naturaleza del comercio, prohibir la exportación de productos, y mantenerlos dentro de ellas cuando sea que los consideran valiosos o útiles. No consideran que, con esta prohibición, actúan directamente en contra de su misma intención; y que cuanto más se exporta de un producto, más será producido localmente, y ellos serán los primeros que recibirán esa primera oferta.”

Hume

Pero si bien el artículo comienza considerando barreras para la salida de bienes (y menciona el caso de los higos en Atenas y el trigo en Francia), luego centra su atención en los temores porque una balanza comercial “negativa” (mayores importaciones que exportaciones) reduzcan la cantidad de dinero en el país. Al considerar esto está criticando la visión mercantilista para cuyos autores la riqueza de un país depende de la cantidad de dinero (en ese entonces metales) que posee. Dice Hume:

“También ha prevalecido entre varias naciones el mismo temor celoso en cuanto al dinero; para convencer a la gente de que estas prohibiciones no sirven sino para encarecer los cambios en su contra y provocar una exportación aún mayor, se precisa tanto de la lógica como de la experiencia.

Podría decirse que estos errores son burdos y evidentes; pero sigue prevaleciendo, aún en naciones familiarizadas con el comercio, un gran celo por la balanza comercial y temor de que salga del país todo su oro y plata. A mi modo de ver esto es en casi todos los casos un temor sin fundamento; e igual temería que se agotasen lodos nuestros manantiales y ríos que saliese el oro de un reino donde hay habitantes e industrias. Pongamos buen cuidado en conservar estas últimas ventajas y no tendremos nunca por qué temer la pérdida del primero.”

En su respuesta, comienza a desarrollar la teoría monetaria, su relación con los flujos de divisas y el mecanismo de ajuste automático de la cantidad de dinero a las necesidades de un país vía el ajuste de los precios. Y lo hace brillantemente con estos ejemplos:

“Supóngase que de la noche a la mañana desapareciesen cuatro quintos de todo el dinero de Gran Bretaña, y que la nación quedase reducida, en lo que respecta al metálico, a la misma situación que en los reinados de los ENRIQUES y los EDUARDOS, ¿Cuál sería la consecuencia? ¿No deberá bajar en proporción el precio de todo el trabajo y mercancías y venderse todas las cosas tan baratas como en aquellos tiempos? ¿Qué nación podría entonces competir con nosotros en cualquier mercado extranjero, o pretender navegar o vender manufacturas a un precio que a nosotros nos dejara un beneficio suficiente? Por lo tanto ¿en qué poco tiempo habría de devolvernos esto el dinero que perdimos y elevarnos al nivel de todas las naciones vecinas? Y cuando lo hubiéramos alcanzado perderíamos inmediatamente la ventaja de la baratura del trabajo y las mercancías; y la mayor afluencia de dinero se detendría por nuestra abundancia y plenitud.

Supongamos ahora que de la noche a la mañana se multiplicara por cinco todo el dinero de Gran Bretaña. ¿No debería producirse el efecto contrario? ¿No debería subir todo el trabajo y mercancías a una altura tan exorbitante que ninguna nación vecina pudiera comprar nada de nosotros, mientras por otro lado sus mercancías llegarían a ser comparativamente tan baratas que, a pesar de todas las leyes que pudieran dictarse, nos inundarían y saldría nuestro dinero, hasta que cayéramos al nivel de los extranjeros y perdiéramos esa gran superioridad de riqueza que nos había colocado en posición tan desventajosa?

Ahora bien, es evidente que las mismas causas que corregirían estas desigualdades exorbitantes, si se presentaran milagrosamente, han de impedir que sucedan en el curso normal de la naturaleza, y han de mantener siempre el dinero, entre todas las naciones vecinas, casi proporcional a la industria y laboriosidad de cada nación.’* Siempre que el agua se comunica, permanece al mismo nivel. Preguntad la razón a los físicos; os dicen que si subiera en algún lugar, como la mayor gravedad de esa parte no está compensada, ha de deprimirla hasta encontrar un contrapeso; y que la misma causa que corrige la desigualdad cuando sucede, ha de impedir siempre que se presente, en ausencia de alguna operación externa violenta.”

Y concluye:

“En resumen, un gobierno tiene razón sobrada para conservar con cuidado su población y sus manufacturas. Puede confiar su dinero al curso de los asuntos humanos sin miedo o desconfianza. Y si alguna vez presta atención a esta última circunstancia, sólo debe ser en la medida en que afecta a las primeras.”

 

Mariana, ya en el siglo XVI, tenía clara la relación entre gasto público, emisión monetaria e inflación

Con los alumnos de Económicas de la UBA vemos el artículo de Lucas Beltrán “El Padre Juan de Mariana”: http://www.hacer.org/pdf/Beltran00.pdf . Lucas Beltrán fue un economista español del siglo XX. Se graduó en Derecho en la Universidad de Barcelona y estudió economía en la London School of Economics. Algunos párrafos sobre la emisión de dinero y el gasto público:

Juan de Mariana

“Tal vez el Tratado y discurso sobre la moneda de vellón ha de ser considerado como el pensamiento maduro y definitivo del autor, pues es uno de los últimos libros que publicó. En él Mariana empieza preguntándose si el rey es dueño de los bienes particulares de sus vasallos y contesta rotundamente que no. El autor acude a su distinción entre rey y tirano, a la que tanta afición manifiesta: «El tirano es el que todo lo atropella y todo lo tiene por suyo; el rey estrecha sus codicias dentro de los términos de la razón y de la justicia.»

De aquí deduce que el rey no puede exigir impuestos sin el consentimiento del pueblo, pues el impuesto significa la apropiación de una parte del patrimonio de los súbditos; para que tal apropiación sea legítima es preciso que los súbditos estén de acuerdo con ella. Tampoco puede el rey crear monopolios estatales, que serían un medio disimulado de exigir impuestos; en el lenguaje del autor, «si no es lícito poner pecho, tampoco lo será hacer esta manera de estanques sin voluntad de aquellos en cuyo perjuicio redundan».

Y tampoco puede el rey obtener ingresos rebajando el contenido metálico de las monedas. Los monarcas de la Casa de Austria acudieron reiteradamente a este antiguo recurso tantas veces utilizado en todos los tiempos y todos los Estados. En España, en tiempo del Padre Mariana, la rebaja se hizo sobre todo en las llamadas monedas de vellón; éstas eran de una aleación de plata y cobre y hasta fines del siglo XV fueron perfectamente respetables; en los siglos XVI, XVII y XVIII su contenido de plata fue reducido reiteradamente hasta que finalmente las monedas de vellón se hicieron sólo de cobre y funcionaron como moneda fraccionaria de las piezas de oro y plata. También el contenido de metal noble de éstas fue reducido en algunas ocasiones, pero menos que en el caso de las monedas de vellón, que constituyen el tema del tratadito de Mariana.

Éste ve la cuestión con tanta claridad como un economista moderno: se da cuenta de que la reducción del contenido de metal noble de las monedas y el aumento de la cantidad de éstas es una forma de inflación (aunque no usa esta palabra, entonces desconocida) y que la inflación produce fatalmente elevación de precios: «que si baja el dinero del valor legal, suben todas las mercadurías sin remedio, a la misma proporción que abajaron la moneda, y todo se sale a una cuenta».

Mariana ve que la inflación es un impuesto que recae sobre los que antes de ella tenían dinero, que ahora han de comprar las cosas más caras. Al argumento de que esto se puede evitar poniendo precios de tasa a las mercancías, contesta que la experiencia nos muestra que las tasas han sido siempre ineficaces. Siendo la inflación un impuesto, requerirá en todo caso el consentimiento del pueblo, pero aun con este consentimiento será siempre un impuesto dañoso y desorganizador de la vida económica: «este arbitrio nuevo de la moneda de vellón, que si se hace sin acuerdo del reino es ilícito y malo, si con él, lo tengo por errado y en muchas maneras perjudicial».

¿Cómo se puede evitar el recurso al cómodo expediente de la inflación? Equilibrando el presupuesto por otros procedimientos. Mariana tampoco usa estas expresiones que utilizaríamos nosotros, pero ve el problema con precisión y todas sus propuestas tienden al mencionado equilibrio; es decir, consisten en reducciones de gastos públicos o aumentos de los ingresos. Propone, en primer lugar, gastar menos en la casa real, «que lo moderado, gastado con orden, luce más y representa mayor majestad que lo superfluo sin él». En segundo lugar, «que el rey se acortase en sus mercedes», es decir, que no recompense tan generosamente servicios (reales o supuestos) de sus vasallos; «que no hay en el mundo reino que tenga tantos premios públicos, encomiendas, pensiones, beneficios y oficios; con distribuirlos bien y con orden, se podría ahorrar de tocar tanto en la hacienda real o en otros arbitrios de que se podrían sacar ayudas de dineros». «Veamos, si enviase yo a Roma a uno y le diese dinero para el gasto, ¿sería bien que lo gastase y diese a quien se le antojase o que se mostrase liberal de la hacienda ajena? No puede el rey gastar la hacienda que le da el reino con la libertad que el particular los frutos de su viña o de su heredad.»

Juan de Mariana: La inflación es un impuesto pero, ¿tiene el consentimiento de los contribuyentes?

La inflación hace que muchos paguen impuesto cuando antes no pagaban. Peor aún, la inflación “es un impuesto”. La pregunta es: ¿quién lo votó? ¿No es que los impuestos se aprueban en el Congreso como parte de una larga tradición que dice que no pueden ponerse impuestos sin el consentimiento de los ciudadanos? Parece que eso no corre para la inflación. Pero el principio es claro, está en la Carta Magna (1215) y lo comenta Juan de Mariana (1536-1624): Juan de Mariana Si el rey puede cargar pechos sobre sus vasallos sin consentimiento del pueblo Algunos tienen por grande sujeción que los reyes, cuanto al poner nuevos tributos, pendan de la voluntad de sus vasallos, que es lo mismo que no hacer al rey dueño, sino al común; y aun se adelantan á decir que si para ello se acostumbra llamar á Cortes, es cortesía del príncipe, pero si quisiese, podría romper con todo y hacer las derramas á su voluntad y sin dependencia de nadie conforme á las necesidades que se ofrecieren. Palabras dulces y engañosas y que en algún« reinos han prevalecido, como en el de Francia, donde refiere Felipe Comines, al fin de la vida que escribió de Luis XI de Francia, que el primero que usó de aquel término fue el príncipe de aquel reino, que se llamó Carlos VIl. Las necesidades y aprietos eran grandes; en particular los ingleses estaban apoderados de gran parte de Francia; granjeó los señores con pensiones que les consignó á cada cual y cargó á su placer al pueblo. Desde el cual tiempo dicen comunmente que los reyes de Francia salieron de pupilaje y de tutorías, y yo añado que las largas guerras que han tenido trabajada por tantos años á Francia en este nuestro tiempo todas han procedido de este principio. Veíase este pueblo afligido y sin substancia; parecióles tomar las armas para de una vez remediarse con la presa ó acabar con la muerte las necesidades que padecían, y para esto cubrirse de la capa de religión y colorear con ella sus pretensiones. Bien se entiende que presta poco lo que en España se hace, digo en Castilla, que es llamar los procuradores á Cortes, porque los mas de ellos son poco á propósito, como sacados por suertes, gentes de poco ajobo en todo y que van resueltos á costa del pueblo miserable de henchir sus bolsas; demás que negociaciones son tales, que darán en tierra con los cedros del Líbano. Bien lo entendemos, y que como van las cosas, ninguna querrá al príncipe á que no se rindan, y que seria mejor para excusar cohechos y costas que nunca allá fuesen ni se juntasen; pero aquí no tratamos de lo que se hace, sino de lo que conforme à derecho y justicia se debe hacer, que es tomar el beneplácito del pueblo para imponer en el reino nuevos tributos y pechos. No hay duda sino que el pueblo, como dice el historiador citado, debe siempre mostrar voluntad de acudir á la de su rey y ayudar conforme lo pidiesen las necesidades que ocurren; pero también es justo que el príncipe oiga á su pueblo y se vea si en él hay fuerza y substancia para contribuir y si se hallan otros caminos para acudir á la necesidad, aunque toquen al mismo príncipe y á su reformación, como veo que se hacia antiguamente en las Cortes de Castilla. Digo pues que es doctrina muy llana, saludable y cierta que no se pueden poner nuevos pechos sin la voluntad de los que representan el pueblo. Esto se prueba por lo que acabamos de decir, que si el rey no es señor do los bienes particulares, no los podrá tomar todos ni parte de ellos sino por voluntad de cuyos son. Item, si, como dicen los juristas, ninguna cosa puede el rey en perjuicio del pueblo sin su beneplácito, ni les podrá tomar parte de sus bienes sin él, como se hace por via de los pechos. Demás que ni el oficio de capitán general ni de gobernador le da esta autoridad, sino que pues de la república tiene aquellos cargos, como al principio señaló el costeamiento y rentas que le parecieron bastantes para ejercellos; así, si quiere que se las aumenten, será necesario que haga recurso al que se las dio al principio. Lo cual, dado que en otro reino se permitiera, en el nuestro está por ley vedado, fecha y otorgada á pedimento del reino por el rey don Alonso el Onceno en las Corles de Madrid, año de 1329, donde la petición 68 dice así: «Otrosí que me pidieron por merced que tenga por bien de les no echar ni mandar pagar pecho desaforado ninguno especial ni general en toda la mi tierra sin ser llamados primeramente á Cortes é otorgado por todos los procuradores que vinieren: á esto respondo que lo tengo por bien é lo otorgo.» Felipe de Comines, en el lugar ya citado, por dos veces generalmente dice en francés: «Por tanto, para continuar mi propósito no hay rey ni señor en la tierra que tenga poder sobre su estado de imponer un maravedí sobre sus vasallos sin consentimiento de la voluntad de los que lo deben pagar, sino por tiranía y violencia»; y añade poco mas adelante «que tal príncipe, demás de ser tirano, si lo hiciere será excomulgado », lo cual ayuda á la sexta «comunión puesta en la bula In Coena Domini, en que descomulga á los que en sus tierras imponen nuevos pechos, unas bulas dicen : «sin tener para ello poder»; otras «fuera de los casos por derecho concedidos»; de la cual censura no sé yo cómo se puedan eximir los reyes que lo contrario hacen, pues ni para ello tienen poder ni por derecho les es permitido esta demasía; que como el dicho autor fue seglar y no persona de letras, fácilmente se entiende que lo que dice por cosa tan cierta lo pone por boca de los teólogos de su tiempo, cuyo parecer fue el suyo. Añado yo mas, que no solamente incurre en la dicha excomunión el príncipe que con nombre de pecho ó tríbulo hace, las tales imposiciones, sino también con el de estanque y monipodio sin el dicho consentimiento, pues todo se sale á una cuenta, y por el un camino y por el otro toma el príncipe parte de la hacienda de sus vasallos, para lo cual no tiene autoridad. En Castilla de unos años á esta parte se han hecho algunos estanques de los naipes, del solimán, de la sal, en lo cual no me meto, antes los tengo por acertados; y de la buena conciencia del rey, nuestro señor, de gloriosa memoria, don Felipe II, se ha de creer que alcanzó el consentimiento de su reino; solo pretendo probar que lo mismo es decir poner estanques que pechos y que son menester los mismos requisitos. Pongamos ejemplo para que esto se entienda. En Castilla se ha pretendido poner cierto pecho sobre la harina; el reino hasta ahora ha representado graves dificultades. Claro está que por via de estanque si el rey se apoderase de todo el trigo del reino, como se hace de toda la sal, lo podría vender á dos reales mas de lo ordinario, con que se sacaría todo el interés que se pretende y aun mas, y que seria impertinente pretender no puede echar pecho sin el acuerdo dicho, si por este ú otro camino se puede sin él salir con lo que se pretende. Por lo menos de todo lo dicho se sigue que si no es licito poner pecho, tampoco lo será hacer esta manera de estanques sin voluntad de aquellos en cuyo perjuicio redundan.

El Banco Central está quebrado: ¿vamos para atrás y lo recuperamos o avanzamos y lo liquidamos?

La Nación publica un muy interesante editorial sobre un tema que, si bien es conocido, no deja de ser más que importante: la quiebra del Banco Central: http://www.lanacion.com.ar/1766695-la-quiebra-del-banco-central

Vale la pena leerlo entero, pero vayamos al resultado.

“La emisión monetaria que implica la entrega de pesos desde el Banco Central es en parte absorbida por la colocación de letras Novac y Lebac, que pagan un interés muy atractivo en plazos relativamente cortos. De esta forma indirecta el sector privado está financiando el déficit fiscal detrayendo crédito que podría destinarse a la inversión y a la producción. El stock de estas letras alcanza hoy 304.000 millones de pesos, que es un pasivo reclamable a nuestra autoridad monetaria. Contra este pasivo y contra la base monetaria en circulación, el Banco Central contrapone un activo del que descontado los papeles oficiales sin valor y la parte de las reservas que no son computables (swap de China, préstamo de Francia y encajes de depósitos locales), determina un patrimonio neto negativo de 630.000 millones de pesos. Esto es lo que resultaría de aplicar las mismas reglas contables a las que debe sujetarse cualquier banco privado. En esa situación la propia autoridad monetaria dispondría su inmediata liquidación.

El Banco Central de la República Argentina está de hecho quebrado, a pesar de que sigue con la ficción de generar utilidades por la devaluación aplicada a sus reservas. En estas condiciones no puede cumplir con su misión de regulación monetaria y menos aún garantizar la estabilidad de la moneda. Ésta es otra de las pesadas herencias que recibirá el futuro gobierno.”

Lo que sigue será como una ‘continuación’ de ese editorial aunque, claro, con una posición que será catalogada de extrema y cuyas posibilidades políticas parecen nulas. Ninguno de los que resulte nuevo presidente en Octubre lo hará por lo que esto no se dirige a los candidatos sino a los votantes. Como decía Jorge Luis Borges cuando se afilió al Partido Conservador, lo hacía “porque es de caballeros jugarse por las causas perdidas”. Lo mismo será en este caso, aunque la propuesta no es nada conservadora.

En síntesis, si el Banco Central está quebrado, ¿por qué no liquidarlo?

Veamos algunas objeciones a esta propuesta:

  1. No es políticamente aceptable. Correcto, pero tampoco se puede negar que los argentinos han tenido que levantar ya ¿cuántas quiebras del Banco Central? ¿Cuál es el argumento para proponer otro esfuerzo mayúsculo sin seguridad de que sea realmente el último?
  2. ¿No tendríamos moneda? Pues no, y tampoco necesitamos una. De hecho, los ahorros de todos los argentinos están ya en otra moneda, el dólar, o en ladrillos, o en soja. ¿Qué diría un camionero, por ejemplo, si pudiera tener la opción de cobrar su sueldo, o parte de él, en pesos o en dólares? O en francos suizos, o dólares de Singapur, o en Bitcoins?
  3. La dolarización no es conveniente porque se pierde el “señoreaje”. En principio, no sería “dolarización” porque no habría una moneda de curso legal forzoso sino libertad contractual para elegir cualquier tipo de moneda, en cuyo caso se perdería el señoreaje, por cierto, pero lo ganaría la gente al utilizar monedas que no pierden su valor adquisitivo.
  4. ¿No habría supervisión de los bancos? Aunque es una función que el mercado mismo puede hacer, pueden quedarse con esa función en una Superintendencia de Bancos si esto fuera ya demasiado políticamente incorrecto.

Los argentinos nos encontramos a mitad de camino. Usamos una moneda que elegimos, el dólar, y la otra es un papel pintado de poco valor. Estando a mitad de camino, se puede intentar retroceder para buscar otra vez tener un Banco Central solvente, o se puede intentar avanzar y deshacerse de él. No creo que el segundo fuera más costoso que el primer camino. Ese tiene la ventaja adicional de dar un gran paso hacia la libertad.

Se equivocan, lejos estamos del fin del dinero (salvo el estatal), y se multiplican los mercados

Una vieja utopía se renueva en este artículo con el título de “Cómo reemplazar el dinero en el siglo XXI”: http://www.lanacion.com.ar/1745969-como-reemplazar-el-dinero-en-el-siglo-xxi

Que el dinero billete vaya a desaparecer en el futuro no extraña a nadie, ya viene siendo desplazado desde hace rato, primero por los cheques, luego por las tarjetas de débito. Pero que vaya a desaparecer tal cosa como un “medio de intercambio” no solamente es una ilusión sino que además sería un enorme paso atrás desde que hace cientos de años abandonamos el trueque.

Bitcoin

Es más probable que terminemos reemplazando a los dineros estatales, con el Bitcoin u otra cripto-moneda. Ni la creadora de la red Bioecon ni el periodista entienden esto. Comenta un sicólogo que también es electricista:

“Desde que ingresé a Bioecon volví a ofrecer tareas de electricidad. Los puntos que obtengo por los servicios que doy los canjeo dentro de la plataforma por masajes, alimentos, muebles o hierbas aromáticas, por ejemplo.»

«La idea de Bioecon es reemplazar el dinero. No utilizar nada que se parezca a una moneda para vehiculizar intercambios, y que la gente se conozca», explica Cecilia Hecht, creadora de esta red social en la que sus casi 800 usuarios -en la Argentina y en países como los Estados Unidos, China o España, entre otros- ofrecen y solicitan servicios y bienes, ya sea a través de un sistema de puntos, el trueque, el uso compartido o, simplemente, regalándolos.”

Cecilia, en verdad, está reemplazando un dinero por otro: los puntos que se obtienen en esa red. Lo cual está muy bien, por supuesto. Esos «puntos» son una nueva «moneda privada», es de esperar que tenga éxito y no se vean tentados a emitirla por demás. Algo similar creyeron, luego de la crisis de 2002, todos los que se lanzaron a los centros de trueque, pero en verdad utilizaban una moneda alternativa, que llamaban “arbolitos” por el dibujo que tenían sus “billetes” y que terminó como muchas monedas estatales: hundida en la hiperinflación.

Para el que le interese, analicé la moneda de los centros de trueque aquí: http://works.bepress.com/cgi/viewcontent.cgi?article=1010&context=martin_krause

En verdad, Bioecon es otra de las tantas redes de cooperación que surgen en la web y que lo que reemplazan es a los intermediarios, no al medio de intercambio. Este trabajo de la consultora Booz & Co., analiza lo que está sucediendo, particularmente entre empresas: http://www.strategy-business.com/article/00281?gko=88e49&cid=20141125enews&utm_campaign=20141125enews

Algunas redes de este tipo han florecido en estos meses, tales como las que permiten alquilar departamentos (Airbnb) o para compartir transporte (Uber), entre “consumidores”, pero lo más importante es lo que sucede entre empresas que hacen lo mismo para alquilar oficinas que no estén usando, o el conocimiento de sus investigadores, o su tecnología. Es la misma historia de E-bay o de Mercado Libre.

Todos estos son “mercados”, aceitados por un medio de intercambio, tal vez mañana si los gobiernos no lo condenan, el Bitcoin o el E-gold. Lejos está de ser el fin de la “economía mercantil” como parece sugerir la nota.

 

David Ricardo y John Stuart Mill sobre las monedas fiduciarias y los bancos centrales

Se denomina a las actuales monedas de todos los países, “fiduciarias”, por no estar respaldadas por nada (oro, plata) que no sea la confianza en quienes las emiten. De hecho, la primera acepción del adjetivo fiduciaria en el Diccionario de la Real Academia dice: “Que depende del crédito y confianza que merezca”.

Por cierto que las monedas metálicas también estaban basadas en la confianza, sobre todo por no depender de la política. Dos economistas clásicos opinan sobre las monedas fiduciarias. En primer lugar David Ricardo, de un artículo titulado “The High Price of Bullion”(1811):

David Ricardo

“Se dice…., que el Banco de Inglaterra es independiente del Gobierno… Pero puede cuestionarse si un banco que presta muchos millones más que su capital y ahorros al Gobierno puede llamarse independiente…. Este es un peligro al que el Banco, dada su naturaleza, es confiable en todo momento. Ninguna prudencia de sus directores podría haberlo evitado… Era en última instancia debido a la estrecha conexión entre el Banco y el Gobierno que la restricción [la suspensión de la convertibilidad de sus billetes por oro metálico] fue necesaria… La única seguridad legítima que el público puede tener contra la indiscreción del Banco es obligarlos a pagar sus billetes con metálico.”

EL otro autor clásico es John Stuart Mill, en su libro Principles of Political Economy (1871):

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“Ninguna doctrina de la economía política descansa en fundamentos más obvios que la manipulación de una moneda papel que no se mantenga al mismo valor que la metálica, ya sea por convertibilidad, o por algún principio de limitación equivalente… Todas las variaciones en el valor de un medio circulante son manipulaciones que distorsionan los contratos y las expectativas y la carga de esos cambios hace que todo compromiso pecuniario de largo plazo sea totalmente precario. Grande como sería este inconveniente si dependiera de un accidente (la producción de oro), es mayor cuando está arbitrariamente a disposición de una persona o un grupo de ellas; quienes pueden tener cualquier clase o grado de interés en emitir cuanto [billetes inconvertibles] como sea posible, dando cada uno que se emita una ganancia. Sin agregar que los emisores tienen, y en el caso de billetes gubernamentales siempre tienen, un interés directo en devaluar el valor de la moneda porque es ésa el medio en que se computan sus deudas…. Dicho poder, quienquiera que lo posea, es un mal intolerable.”

Mises: La inflación es el verdadero opio del pueblo

De «Reconstrucción Monetaria»:

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La inflación y la expansión del crédito son los medios de obscurecer el hecho de que prevalece una escasez que es resultado de la Naturaleza, de las cosas materiales de que depende la satisfacción de las necesidades humanas. La tarea principal de las empresas privadas capitalistas consiste en hacer desaparecer esta escasez en el mayor grado posible y en proporcionar un nivel de vida progresivamente más elevado, a una población cada vez más numerosa. El historiador no puede dejar de registrar que el laissez-faire y el individualismo resuelto han tenido buen éxito hasta un grado sin precedente en sus esfuerzos tendientes a proveer al hombre común y corriente, cada vez con mayor amplitud, de alimento, alojamiento y otras comodidades que solicita. Pero por notables que sean estos adelantos, siempre existirá un límite estricto a la cantidad que puede consumirse sin reducir el capital disponible para continuar el proceso de producción y, aún más, para ampliarlo.

En épocas pasadas, los reformadores sociales creían que todo lo que se necesitaba a fin de mejorar las condiciones materiales de las capas inferiores de la sociedad era confiscar el excedente de los ricos y distribuirlo entre quienes tenían menos. La falsedad de esta fórmula, no obstante el hecho de que aún constituye el principio ideológico que inspira los impuestos de nuestros días, ya no se discute por ningún hombre razonable. No hay para qué hacer hincapié en la circunstancia de que semejante distribución únicamente agregará una cantidad insignificante a los ingresos de la inmensa mayoría. El punto fundamental estriba en que el monto total de la producción en una nación o en todo el mundo, en un período determinado de tiempo, no representa una magnitud independiente del modo de organización económica de la sociedad. La amenaza de verse privado mediante la confiscación, de una parte considerable o inclusive de la mayor parte del producto de la actividad que desarrolla uno, hace que afloje el esfuerzo del individuo por enriquecerse y resulta, consiguientemente, en la disminución del producto nacional. Hubo un tiempo en que los socialistas marxistas se solazaban con ensueños acerca del fabuloso incremento en la riqueza que era de esperarse del modo socialista de la producción. La verdad es que cada quebrantamiento del derecho de propiedad y cada restricción a la empresa libre menoscaban la productividad del trabajo. Una de las preocupaciones primordiales de todos los partidos hostiles a la libertad económica tiende a impedir que los votantes sepan esto. Sería imposible a las diversas variedades de socialismo e intervencionismo mantener su popularidad si la gente descubriera que las medidas cuya adopción se aclama como conquistas sociales, restringen la producción y tienden a la desacumulación del capital. Ocultar estos hechos al público es uno de los servicios que la inflación presta a la llamada política progresista. La inflación es el verdadero opio del pueblo, que se administra a éste por los gobiernos y partidos anticapitalistas.

Mises describe el sistema cambiario argentino (control de cambios) como «sistema ilusivo»

De «Reconstrucción Monetaria»:

El patrón ilusivo

El patrón ilusivo se basa en una mentira. El gobierno decreta la existencia de cierta paridad entre la moneda nacional y el oro o las divisas extranjeras. Se da perfecta cuenta del hecho de que en el mercado prevalecen tipos de cambio más bajos que la ilusiva paridad que le place ordenar. Sabe que nada se hace a fin de convertir la paridad ilusiva en una paridad efectiva. Sabe que la convertibilidad no existe. Pero se aferra a su simulación y prohíbe que se celebren operaciones a un tipo que se aparte del ficticio tipo de cambio que ha hecho suyo. Quien compra o vende a cualquiera otro tipo es culpable de un delito y se le castiga severamente.

Si el decreto de que hablamos se hiciera cumplir estrictamente, cesarían todas las operaciones monetarias con los países extranjeros. Por lo tanto, el gobierno da un paso más. Expropia todas las divisas extranjeras que son propiedad de sus ciudadanos e indemniza a los expropiados pagándoles la cantidad de moneda nacional que, de acuerdo con el decreto oficial, equivale a las cantidades de moneda extranjera en su poder que se confiscan. Mediante estas confiscaciones, el gobierno adquiere el monopolio nacional de operar en los cambios con el exterior. En lo sucesivo, es el único vendedor de divisas extranjeras que existe en el país. En acatamiento de su propio decreto, debería vender cambio extranjero al tipo oficial.

En un mercado al que la intervención del gobierno no le crea trabas, predomina la tendencia a establecer y mantener un tipo de cambio tal entre la moneda nacional (A) y la moneda extranjera (B), que carece de importancia el que uno compre o venda mercancías contra A o contra B. Mientras sea posible obtener una utilidad al vender determinada mercancía contra B y volver a venderla contra A, existirá una demanda específica de ciertas cantidades de B, que provendrá de los comerciantes que vendan partidas de A. Esta demanda específica desaparecerá únicamente cuando no sea posible obtener utilidades como consecuencia de las discrepancias de precio entre los precios que se expresen en cada una de dichas dos monedas. El tipo del mercado se mantiene debido al hecho de que ya no existe ventaja para nadie en pagar un mayor precio por la moneda extranjera. El hecho de comprar A contra B o B contra A a un precio superior (cotizado en el primer caso en B y en el segundo en A) que el precio del mercado, no producirá utilidades especiales. Las operaciones de arbitraje tienden a paralizarse a este precio. Este es el proceso que describe la teoría de la paridad del poder adquisitivo, del cambio extranjero.

La política que presuntuosamente se llama control de los cambios sobre el exterior trata de contrarrestar el funcionamiento del principio de la paridad del poder adquisitivo y fracasa lamentablemente. Confiscar las divisas extranjeras y pagar por ellas una indemnización inferior a su precio en el mercado equivale a establecer un impuesto a la exportación. Tiende a reducir las exportaciones y, consiguientemente, la suma de divisas extranjeras de que el gobierno no puede apoderarse. Por otra parte, vender cambio extranjero a menos de su precio en el mercado equivale a subsidiar las importaciones y, de ese modo, a aumentar la demanda de moneda extranjera. El patrón ilusivo y su principal instrumento, el control de cambios, dan por resultado un estado de cosas que se califica, con bastante impropiedad, como escasez de divisas extranjeras.

La escasez constituye la característica esencial de un bien económico. Los bienes que no son escasos relativamente a la demanda que existe de ellos, no son bienes económicos, sino bienes libres. A la acción humana no le interesan y la economía no se ocupa de ellos. Ningún precio se cubre por tales bienes libres y nada puede obtenerse a cambio de ellos. Asentar el hecho de que el oro o los dólares son escasos, es enunciar una perogrullada.

El estado de cosas que quieren describir quienes hablan de una escasez de dólares, es el siguiente: a la paridad ficticia, fijada arbitrariamente por el gobierno y aplicada por medio de todo el aparato gubernamental de violencia y coacción, la demanda de dólares resulta superior a la cantidad de éstos que se ofrecen a la venta. Esta situación constituye la consecuencia ineludible de todo intento por parte del gobierno u otro organismo en el sentido de hacer cumplir un precio máximo inferior al nivel en que un mercado sin trabas habría fijado al precio del mercado.

Los ruritanos desearían consumir más artículos extranjeros que los que pueden comprar exportando productos de Ruritania. Constituye una forma bastante torpe de describir esta situación declarar que los ruritanos sufren una escasez de divisas extranjeras. Su apuro es resultado del hecho de que no están produciendo mayor cantidad de cosas y de mejor calidad, ni para el consumo doméstico ni para el extranjero. Si en el mercado libre, el dólar compra 100 rures ruritanos y el gobierno fija una paridad ficticia de 50 rures y trata de hacer que se cumpla mediante el control de los cambios con el exterior, las cosas empeorarán. Las exportaciones de Ruritania disminuirán y la demanda de artículos extranjeros aumentará.

Por supuesto que en ese caso el gobierno ruritano recurrirá a diversas medidas, supuestamente destinadas a “mejorar” la balanza de pagos. Mas no importa qué se ponga en práctica, la “escasez” de dólares no desaparece.

Hoy día el control de los cambios con el exterior representa primordialmente un medio para la expropiación virtual de las inversiones extranjeras. Ha destruido el mercado internacional de capitales y de dinero. Constituye el principal instrumento de la política que persigue eliminar las importaciones y, de esta manera, aislar económicamente a los varios países. Por lo tanto, es uno de los factores más importantes para la decadencia de la civilización occidental. Los historiadores futuros tendrán que ocuparse de él con todo detalle. Al referirse a los problemas monetarios que ofrece la realidad de nuestra época, basta con hacer hincapié en el punto de que es una política destinada al fracaso.