Financiamiento privado de la ciencia: Centros del Progreso, Newton y Cambridge

Chelsea Follett es editora ejecutiva de HumanProgress.org y analista en el  Center for Global Liberty and Prosperity del the Cato Institute’s. Tiene a su cargo la serie de informes Centers of Progress, donde viene analizando los desarrollos experimentados en distintas ciudades que dieron como resultado el nivel actual de progreso. Ya va por el capítulo 38 y en esta oportunidad considera a la ciudad de Cambridge y sus contribuciones a la ciencia. El informe está aquí: https://www.humanprogress.org/centers-of-progress-pt-38-cambridge-physics/

Y comienza de esta forma:

“Hoy marca la trigésima octava entrega de una serie de artículos de HumanProgress.org llamada Centers of Progress. ¿Dónde ocurre el progreso? La historia de la civilización es, en muchos sentidos, la historia de la ciudad. Es la ciudad que ha ayudado a crear y definir el mundo moderno. Esta columna quincenal brindará una breve descripción de los centros urbanos que fueron sitios de avances fundamentales en la cultura, la economía, la política, la tecnología, etc.

Nuestro trigésimo octavo Centro de Progreso es Cambridge durante la Revolución Científica. Los siglos XVI y XVII constituyeron un período de cambios drásticos en la forma en que la humanidad conceptualizaba y buscaba entender el mundo. Los académicos dieron saltos masivos en campos como las matemáticas, la astronomía, la química y, quizás lo más notable, la física. Podría decirse que ninguna ciudad contribuyó más profundamente a esa nueva comprensión que Cambridge.”

 

En 1669, solo un año después de completar su maestría, Newton se convirtió en la Cátedra Lucasiana de Matemáticas, que ahora se encuentra entre las cátedras más prestigiosas del mundo, y permaneció en esa posición hasta 1702.

La cátedra fue posible gracias a la financiación privada de un benefactor llamado Henry Lucas (c. 1610-1663). Fue un clérigo, político y ex alumno de Cambridge que también legó generosamente una colección de unos cuatro mil libros a la Biblioteca de la Universidad de Cambridge.

250 años después seguimos discutiendo el origen de la Riqueza de las Naciones. Un libro recomendado por Mokyr y Acemoglu

Mark Koyama es Associate Professor of Economics en George Mason University. Jared Rubin es Professor of Economics en Chapman University. Entre los dos escribieron el libro How the World Became Rich: The Historical Origins of Economic Growth: https://www.amazon.com/How-World-Became-Rich-Historical/dp/1509540237/ref=sr_1_1?crid=3TAW2S7HYGY7H&keywords=how+the+world+became+rich+the+historical+origins+of+economic+growth&qid=1656097680&sprefix=how+the+world+became+rich%2Caps%2C297&sr=8-1

Es la misma pregunta de Adam Smith acerca del origen de la Riqueza de las Naciones, un tema que seguimos discutiendo hoy, 250 años después, cuando en buena medida, el gran Adam ya nos había dado la respuesta. Así es presentado:

“La mayoría de los humanos son significativamente más ricos que sus antepasados. La humanidad ganó casi toda su riqueza en los últimos dos siglos. ¿Cómo ha sucedido esto? ¿Cómo se enriqueció el mundo?

Mark Koyama y Jared Rubin se sumergen en las muchas teorías de por qué el crecimiento económico moderno ocurrió cuando y donde ocurrió. Discuten teorías recientemente avanzadas arraigadas en la geografía, la política, la cultura, la demografía y el colonialismo. Fragmentos de cada una de estas teorías ayudan a explicar eventos clave en el camino hacia la riqueza moderna. ¿Por qué comenzó la Revolución Industrial en la Gran Bretaña del siglo XVIII? ¿Por qué algunos países europeos, Estados Unidos y Japón se pusieron al día en el siglo XIX? ¿Por qué se tardó hasta finales del siglo XX y XXI para otros países? ¿Por qué algunos todavía no se han puesto al día?

Koyama y Rubin muestran que el pasado puede proporcionar una guía sobre cómo los países pueden escapar de la pobreza. Hay ciertos requisitos previos que todas las economías exitosas parecen tener. Pero tampoco hay panacea. El pasado de una sociedad y sus instituciones y cultura juegan un papel clave en la configuración de cómo puede o no puede desarrollarse.”

Quienes analizan este libro no es que tengan poca experiencia en este mismo tema:

“Un resumen vívido y claro como el cristal de la gran cantidad de investigación compilada en las últimas dos décadas sobre la cuestión más importante de la historia económica. Bien informado, sólidamente anclado en hechos históricos y análisis económicos, este libro es imprescindible para los estudiantes de economía.”

Joel Mokyr, Northwest University

 

“En nuestro momento actual, cuando muchos están preocupados por el futuro del crecimiento del medio ambiente y el planeta, este libro que invita a la reflexión de dos destacados académicos cuenta la historia de cómo y por qué despegó el crecimiento económico y cómo elevó enormemente el nivel de vida. , pero también aumentó la desigualdad y la miseria en el camino. Esta es una lectura obligada para cualquier persona preocupada por el futuro del crecimiento y la pobreza en nuestro planeta”.

Daron Acemoglu, MIT

Seguimos, 250 años después, con el mismo tema: ¿cómo explicamos la generación de riqueza?

La revista Evolution and Human Behavior (Volume 43, Issue 1, January 2022, Pages 71-82) publica un artículo titulado “Assessing different historical pathways in the cultural evolution of economic development”, por Adam Flitton y Thomas E. Currie , del Human Behaviour and Cultural Evolution Group, Centre for Ecology and Conservation, College of Life and Environmental Sciences, University of Exeter. La pregunta, en definitiva, es la misma de Adam Smith, el origen del progreso y la generación de riqueza. Esto plantean los autores:

“Se han propuesto una gran cantidad de hipótesis para explicar la diversidad sustancial en el desempeño económico que vemos en la actualidad. Ha habido una creciente apreciación de que los factores históricos y ecológicos han contribuido al desarrollo social y económico. Sin embargo, no está claro si tales factores han ejercido un efecto directo sobre la productividad moderna o si influyen indirectamente en las economías al dar forma a la evolución cultural de las normas e instituciones. Aquí analizamos un conjunto de datos globales transnacionales para probar entre hipótesis que involucran una serie de diferentes factores ecológicos, históricos y sociales próximos y una variedad de vías directas e indirectas. Mostramos que el momento histórico de la agricultura predice el momento del surgimiento del estado, que a su vez afecta el desarrollo económico indirectamente a través de su efecto en las instituciones. Los factores ecológicos parecen afectar el desempeño económico indirectamente a través de sus efectos históricos en el desarrollo de la agricultura y dando forma a los patrones de colonización de los colonos europeos. Un desempeño institucional más efectivo también se predice por niveles más bajos de sesgo endogrupo que, a su vez, parece estar relacionado con la proporción de la población de una nación que desciende de países europeos. Estos resultados respaldan la idea de que los procesos evolutivos culturales han sido importantes en la configuración de las normas e instituciones sociales que permiten la cooperación a gran escala y el crecimiento económico en las sociedades actuales.”

https://doi.org/10.1016/j.evolhumbehav.2021.11.001

McAfee, del MIT: More for Less. Cada vez usamos menos materiales para producir una unidad de PBI. El consumo de metales cae

El profesor del MIT, Andrew McAfee, publica un libro titulado:

More from Less: The Surprising Story of How We Learned to Prosper Using Fewer Resources — and What Happens Next; Scribner, 2019

Se inscribe en la línea de trabajos como los de Matt Ridley (The Rational Optimism), Steven Pinker (The Better Angels in Our Nature) o el de Johan Norberg (Progress: Ten Reasons to Look Forward to the Future). En esencia son trabajos que se contraponen con una visión pesimista predominante tanto en la izquierdo como en la derecha conservadora.

Para los primeros, todo va mal, culpa del capitalismo salvaje, cada vez peor y por eso hay que cambiar el sistema aunque todavía no hayan podido presentar un modelo alternativo. Esto se junta, además, con el tema del cambio climático y visiones apocalípticas del futuro. Desde el lado conservador el pesimismo es más bien cultural, donde vamos cada vez peor en términos de valores y conductas.

En Strategy+Business, de la consultora PWC, comentan el texto en estos términos:

https://www.strategy-business.com/article/Pessimism-dematerialized-Four-reasons-to-be-hopeful-about-the-future?gko=d1f4d

 

“Si eres una persona con el vaso medio lleno, te encantará el último libro de Andrew McAfee, Más de menos. Siempre optimista, aunque sigue expresando pequeñas notas de precaución, McAfee, científico investigador de la Escuela de Administración MIT Sloan y cofundador y codirector de la Iniciativa sobre Economía Digital del MIT (con el colaborador frecuente Erik Brynjolfsson), cree que la vida en este planeta se está volviendo cada vez mejor todo el tiempo También piensa que aunque los humanos enfrentan grandes desafíos, tenemos a nuestra disposición todos los recursos necesarios para enfrentarlos.

El principal apoyo sobre el que McAfee construye esta tesis, que él admite que será difícil de asimilar para los lectores más escépticos, es un proceso continuo de desmaterialización que encuentra que ocurre en economías maduras. A partir de la investigación realizada por el científico ambiental Jesse Ausubel y el escritor Chris Goodall, McAfee traza el consumo de recursos en los Estados Unidos. Por ejemplo, utiliza los datos del Servicio Geológico de EE. UU. Para mostrar que a partir de 2015, el consumo de los cinco metales de fabricación «más importantes» en los EE. UU. (Aluminio, cobre, acero, níquel y oro) ha alcanzado su punto máximo desde 2000. El consumo de acero ha bajado un 15 por ciento; el aluminio ha bajado un 32 por ciento; el cobre ha bajado un 40 por ciento. Lo mismo es cierto para el consumo de energía, así como para una variedad de insumos agrícolas y de construcción. Desde el primer Día de la Tierra en 1970, el consumo de recursos de EE. UU. Ha disminuido, pero la economía de la nación ha seguido creciendo. En pocas palabras, McAfee argumenta que se necesitan muchas menos cosas para producir un dólar de PIB hoy que hace 50 años.

McAfee declara que los datos muestran que «se está produciendo una gran inversión de nuestros hábitos de la era industrial». La economía estadounidense ahora está experimentando una desmaterialización absoluta amplia ya menudo profunda ”. ¿Y el resto del mundo? Bueno, los datos están incompletos. McAfee encuentra alguna evidencia de que las naciones industrializadas de Europa están consumiendo recursos en un «pico pasado», pero los países en desarrollo, como China e India, que todavía están en proceso de industrialización, «probablemente aún no se están desmaterializando».

Así es, el progreso se explica por el cambio cultural, de ideas y valores. Pero, ¿ideas científicas o las que determinan instituciones?

Enrico Spolaore del Departamento de Economía de Tufts University repasa y comenta el libro de Joel Mokyr A Culture of Growth: The Origins of the Modern Economy. El tema es fascinante, por supuesto, lo venimos discutiendo desde la Investigación acerca de la Causa y Origen de la Riqueza de las Naciones.

En buena medida, el análisis a regresado a las fuentes, después de un largo período en que la economía neoclásica se limitó a decir que el crecimiento económico de Occidente se debió a la mayor acumulación de capital. Claro, pero ¿porqué se dio esa acumulación en Inglaterra y Holanda y no en China? Se han planteado distintas respuestas. La de Mokyr es una de ellas, basada en el cambio cultural que se produjo en Europa en relación al conocimiento científico y las posibilidades que éste brinda para la innovación tecnológica.

Es decir, en principio Mokyr se ubica en el lado de la cultura, a diferencia de quienes señalan cuestiones geográficas o la disponibilidad de recursos. Hasta ahí, todo muy bien. Pero se diferencia de autores como Dreidre McCloskey o el último Douglass North, quienes también hacen énfasis en la cultura y los valores, pero como la fuente de las innovaciones institucionales, más que tecnológicas, que permitieron luego el despegue de esos países. Me gusta más ésta explicación, que ha aparecido más de una vez en este blog.

En fin, el paper de Spolaore es: Commanding Nature by Obeying Her: A Review Essay on Joel Mokyr’s A Culture of Growth. Enrico Spolaore; NBER Working Paper No. 26061 July 2019

Y su resumen:

“¿Por qué la sociedad moderna es capaz de innovación acumulativa? En una cultura de crecimiento: los orígenes de la economía moderna, Joel Mokyr argumenta persuasivamente que el progreso tecnológico sostenido es derivado de un cambio en las creencias culturales. El cambio ocurrió gradualmente durante el siglo XVII y siglo XVIII y fue fomentado por una élite intelectual que formó una comunidad transnacional y adoptó nuevas actitudes hacia la creación y difusión del conocimiento, estableciendo el fundamento para el ethos de la ciencia moderna. El libro es una contribución significativa a la literatura del crecimientoque une cultura y economía. Esta revisión considera el análisis histórico de Mokyr en relación con las siguientes preguntas: ¿Qué es la cultura y cómo debemos usarla en economía? Cómo puede la cultura explicar el crecimiento económico moderno? ¿La cultura de crecimiento que causó la modernidad y prosperidad persistirá en el futuro?”

En el espíritu de Navidad: las instituciones liberales promueven la paz, la cooperación social y el progreso

Steven Horowitz, phD de la Universidad de Michigan, es profesor en la Universidad de St. Lawrence y activo en el grupo Bleeding Heart Libertarians: https://es.wikipedia.org/wiki/Steven_Horwitz

 

Recientemente recibió el Premio Prometheus para la Promoción de la Libertad Económica del grupo de expertos liberal griego KEFiM. Su discurso de aceptación principal ya está disponible: https://www.econlib.org/economics-as-the-study-of-peaceful-human-cooperation-and-progress/. Creo que tiene algo del espíritu navideño. Acá van unos párrafos:

«La realidad de los últimos dos siglos es que hemos convertido nuestras espadas en arados y nuestras lanzas en anzuelos, ya que hemos aprendido que las instituciones liberales de propiedad, contrato e intercambio voluntario son superiores a la violencia y la guerra. Parte de la humanidad vive bajo sus propias vides e higueras cada vez más fértiles. Hemos aprendido que el juego de suma positiva del orden liberal es mejor para producir el mundo de la visión de Micah que los juegos de saqueo de suma cero y negativa, ya sea feudal o socialista o nacionalista. Una mayor comprensión de la economía ayudó a que esto suceda y lo ha mantenido frente a los enemigos, viejos y nuevos.

Desafortunadamente, estamos en un punto peligroso de perder este aprendizaje en estos días gracias al renacimiento de las fuerzas del nacionalismo y el socialismo. Hay muchas razones para esto, pero creo que los liberales deben involucrarse en una autorreflexión sobre si nuestra propia retórica y forma de hablar sobre economía y liberalismo no tienen alguna responsabilidad por nuestro dilema. ¿Con qué frecuencia hablamos de los mercados como fuentes no solo de prosperidad, sino de prosperidad para los menos acomodados? ¿Con qué frecuencia hablamos de los mercados como la causa de la paz y la cooperación social y la interdependencia mutua? ¿Con qué frecuencia hablamos sobre cómo los mercados nos han humanizado y reducido nuestra propensión a la violencia, y han convertido a extraños en amigos o familiares honorarios? Es importante enfatizar la riqueza material que producen los mercados, pero el punto de eso es que nos permite vivir vidas de paz, cooperación y seguridad».

Friedrich Hayek sobre el progreso, la pretensión del conocimiento y el poder creador de la sociedad libre

Con los alumnos de la UFM vemos la filosofía política de Hayek leyendo los primeros capítulos de su libro “Fundamentos de la Libertad”. Aquí Hayek sobre el progreso y el poder creador de la sociedad libre:

“La sentencia socrática de que el reconocimiento de la ignorancia es el comienzo de la sabiduría tiene profunda significación para nuestra comprensión de la sociedad. El primer requisito en relación con esto último es que nos percatemos de lo mucho que la necesaria ignorancia del hombre le ayuda en la consecución de sus fines. La mayoría de las ventajas de la vida social, especialmente en las formas más avanzadas que denominamos «civilización», descansa en el hecho de que el individuo se beneficia de más conocimientos de los que posee. Cabría decir que la civilización comienza cuando en la persecución de sus fines el individuo puede sobrepasar los límites de su ignorancia aprovechándose de conocimientos que no poseía. Los filósofos y estudiosos de la sociedad la han glosado generalmente considerando tal ignorancia como imperfección menor que puede ser más o menos descuidada.

Pero aunque el examen de los problemas sociales o morales basados en la presunción del perfecto conocimiento pueda ser útil ocasionalmente como ejercicio preliminar de lógica, resulta de poca utilidad para el intento de explicar el mundo real. Los problemas están dominados por la «dificultad práctica» de que, de hecho, nuestro conocimiento se halla muy lejos de la perfección. Quizá sea natural que los científicos tiendan a cargar el acento en lo que conocemos; sin embargo, en el campo de lo social, donde lo que no conocemos es a menudo tanto más importante, las consecuencias de dicha tendencia pueden llevamos al extravío.

Muchas de las construcciones utópicas carecen de valor, porque siguen la dirección de los teorizantes que dan por descontada la posesión de un conocimiento perfecto. Debe admitirse, sin embargo, que nuestra ignorancia constituye una materia peculiarmente difícil de analizar. Por definición, de buenas a primeras, pudiera parecer imposible razonar acerca de ella. Ciertamente, no podemos especular inteligentemente de algo acerca de lo cual nada sabemos, pero al menos hemos de ser capaces de plantear los interrogantes, aunque no conozcamos las respuestas. Ello requiere cierto genuino conocimiento de la clase de mundo que estamos considerando. Para entender de qué forma funciona la sociedad hay que intentar definir la naturaleza general y el grado de nuestra ignorancia respecto a aquella. Aunque no podamos ver en la oscuridad, habremos de ser capaces de trazar los límites de las áreas oscuras.

Las engañosas consecuencias de la manera usual de acercarse a estos problemas aparecen claramente al examinar el significado de la siguiente afirmación: el hombre ha creado su civilización y, por lo tanto, también puede cambiar sus instituciones como guste.

Dicha afirmación estaría justificada únicamente si el hombre hubiese creado la civilización deliberadamente, con completo conocimiento de lo que estaba haciendo, o si tal hombre, por lo menos, conociese claramente la manera de mantenerla. En cierto sentido es verdad que el hombre ha creado su civilización y que esta constituye una producción de las acciones humanas, o más bien de las acciones de unos pocos centenares de generaciones; sin embargo, ello no significa que la civilización sea el resultado de los designios humanos o que incluso los hombres sepan de qué depende su funcionamiento y continuada existencia.

La idea de que el hombre está dotado de una mente capaz de concebir y crear civilización es fundamentalmente falsa. El hombre no impone simplemente sobre el mundo que le rodea un patrón creado por su mente. La mente humana es en sí misma un sistema que cambia constantemente como resultado de sus esfuerzos para adaptarse al ambiente que le rodea. Sería erróneo creer que para conseguir una civilización mejor no hay más que poner en marcha las ideas que ahora nos guían. Para progresar tenemos que permitir una continua revisión de nuestros ideales y concepciones presentes, precisos para experiencias posteriores. Somos tan poco capaces de concebir lo que la civilización será o podrá ser de aquí a cien años, o incluso de aquí a veinticinco años, como nuestros antepasados medievales o incluso nuestros abuelos lo fueron para prever nuestra forma de vivir hoy.”

North y Thomas sobre la teoría del cambio institucional y las razones del crecimiento de Occidente

Con los alumnos de la materia Economía e Instituciones de OMMA-Madrid comenzamos viendo el ya clásico artículo de Douglass C. North y Robert P. Thomas “Una teoría económica del crecimiento del mundo occidental”, (Revista Libertas VI: 10 (Mayo 1989). Allí, los autores elaboran una teoría sobre el cambio institucional. North recibiría luego el premio Nobel por sus contribuciones en este campo, pero en alguna medida cambió su visión más adelante, particularmente en su libro “Understanding the process of economic change”, donde, en vez de presentar a los cambios en los precios relativos y la población como determinantes de esos cambios hace más hincapié en la evolución de los valores e ideas. Pero aquí, algunos párrafos de este trabajo:

North

“En este artículo nos proponemos ofrecer una nueva explicación del crecimiento económico del mundo occidental. Si bien el modelo que presentamos tiene implicaciones igualmente importantes para el estudio del desarrollo económico contemporáneo, centraremos nuestra atención en la historia económica de las naciones que formaron el núcleo del Atlántico Norte entre los años 1100 y 1800. En pocas palabras, postulamos que los cambios en los precios relativos de los productos y los factores de producción, inducidos inicialmente por la presión demográfica malthusiana, y los cambios en la dimensión de los mercados, dieron lugar a una serie de cambios fundamentales que canalizaron los incentivos hacia tipos de actividades económicas tendientes a incrementar la productividad. En el siglo XVIII estas innovaciones institucionales y los cambios concomitantes en los derechos de propiedad introdujeron en el sistema cambios en la tasa de productividad, los cuales permitieron al hombre de Occidente escapar finalmente al ciclo malthusiano. La llamada «revolución industrial» es, simplemente, una manifestación ulterior de una actividad innovadora que refleja esta reorientación de los incentivos económicos.”

“Las instituciones económicas y, específicamente, los derechos de propiedad son considerados en general por los economistas como parámetros, pero para el estudio de largo plazo del crecimiento económico son, evidentemente, variables, sujetas históricamente a cambios fundamentales. La naturaleza de las instituciones económicas existentes canaliza el comportamiento de los individuos dentro del sistema y determina, en el curso del proceso, si conducirá al crecimiento, al estancamiento o al deterioro económico.

Antes de avanzar en este análisis, debemos dar una definición. Resulta difícil asignar un significado preciso al término «institución», puesto que el lenguaje común lo ha utilizado en formas diversas para referirse a una organización (por ejemplo, un banco), a las normas legales que rigen las relaciones económicas entre la gente (la propiedad privada), a una persona o un cargo (un rey o un monarca), y a veces a un documento específico (la Carta Magna). Para nuestros fines, definiremos una «institución» o una disposición institucional (que es, en realidad, un término más descriptivo) como un ordenamiento entre unidades económicas que determina y especifica la forma en que -estas unidades pueden cooperar o competir.

Como en el caso más conocido de la introducción de un nuevo producto o un nuevo proceso, las instituciones económicas son objeto de innovaciones porque a los miembros o grupos de la sociedad les resulta aparentemente provechoso hacerse cargo de los costos necesarios para llevar a cabo tales cambios. El innovador procura obtener algún beneficio imposible de conseguir con los antiguos ordenamientos. El requisito básico para introducir innovaciones en una institución o un producto es que las ganancias que se espera obtener excedan los presuntos costos de la empresa; sólo cuando se cumple este requisito cabe esperar que se intente modificar la estructura de las instituciones y los derechos de propiedad existentes en el seno de la sociedad. Examinaremos sucesivamente la naturaleza de las ganancias potenciales y de los costos potenciales de tal innovación y exploraremos luego las fuerzas económicas que alterarían la relación de dichos costos y ganancias a lo largo del tiempo.”

Artículo en La Nación con Ravier y Cachanosky: El mito del consumo como motor del progreso económico

Artículo en La Nación, sobre un tema que, precisamente, estamos viendo con los alumnos esta semana. Pura coincidencia. El mito del consumo como motor del progreso económico: http://www.lanacion.com.ar/2008872-el-mito-del-consumo-como-llave-del-progreso-economico

Muchas visiones económicas, religiosas o políticas no saben qué hacer con el consumo, si condenarlo o aplaudirlo; y muchas terminan haciendo las dos cosas. La discusión sobre el consumo es moderna, porque moderna es la capacidad de consumir, fruto de la Revolución Industrial. Recordemos que a comienzos del siglo XIX el ochenta por ciento de la población mundial era pobre, hoy lo es el veinte por ciento.

Bernard de Mandeville publica en 1714 un libro de alto impacto: La fábula de las abejas; o vicios privados, beneficios públicos. La segunda parte del título presenta su tesis: el libertino genera un beneficio porque «su prodigalidad da trabajo a los sastres, servidores, perfumistas, cocineros y mujeres de mala vida, quienes a su vez dan trabajo a panaderos, carpinteros, etcétera». Asociado con los autores del Iluminismo escocés de la época, es criticado por Adam Smith quien sostiene que es una falacia presentar cada pasión como viciosa. Pero Mandeville plantea su idea de «vicios privados-virtudes públicas» como una crítica a teorías morales basadas en el ascetismo, para las cuales lo virtuoso consiste en satisfacer sólo las mínimas necesidades para sobrevivir. Mandeville sostiene que aquellos «vicios» (todo deseo que vaya más allá de lo mínimo esencial) se convierten en gran virtud al motorizar el mercado.

Ninguno de estos autores considera que satisfacer estas necesidades sea un vicio, sino que muestran que aun cuando esos intereses resulten frívolos, su satisfacción tiene dos efectos: ofrecen oportunidades de trabajo a terceros y para pagar por esos «placeres» esas personas han tenido a su vez que satisfacer las necesidades de la sociedad de la que son parte. Hoy día muchos artistas reniegan del capitalismo sin reparar que es la riqueza que éste ha generado la que permite que existan un mercado y una demanda para la producción de su arte.

Muchos de los críticos que ven el consumo como un mal sostienen teorías económicas según las cuales el consumo es el gran motor de la economía. Por lo tanto, es necesario impulsarlo para que un país crezca. Sin previo aviso el consumo pasa de ser objeto de condena a la gran estrella económica.

Es cierto que el consumo es el fin de toda producción, pero nos resultaría paradójico a nivel individual o familiar pensar que la mejor manera de prosperar es vivir haciendo shopping. Todos tenemos una intuición de que nuestro progreso requiere primero producir (trabajar) para luego poder gastar. Sin embargo, en cuanto a políticas económicas se refiere, parece ser al revés, se puede gastar antes de producir. Esta paradoja se magnifica con una lectura sesgada del producto bruto interno (PBI), que mide el valor monetario de la producción de bienes y servicios finales.

El PBI no considera todas las transacciones de la economía, sólo las de la etapa final de consumo. Cuando se analiza el destino de esa producción surge que dos tercios son asignados al consumo. Si esto es así, y es necesario reactivar una economía, habría que hacerlo en aquello que es lo más importante: el consumo.

Esta lectura es incorrecta por dos motivos. En primer lugar, la fórmula del PBI no muestra los motores de la producción, sino que muestra cómo se decide gastar el ingreso luego de haber sido producido. El PBI muestra el destino que le damos a nuestra producción, no su origen. En segundo lugar, precisamente por su definición, el PBI esconde las etapas previas del proceso de producción, es decir todo lo que ocurre desde que se inició el proceso de desarrollo de la semilla de trigo, pasando por su siembra y cosecha, su transformación en pan y su distribución hasta que llega al consumidor. Si tomamos todas las transacciones en cuenta la situación se revierte: dos tercios del proceso son las etapas previas a la producción del bien o servicio final.

Esto llevaría a conclusiones de política económica distintas: si se quiere reactivar la economía, habría que alentar la inversión y la producción, que luego generarán mayor consumo. Pero si no hay consumo, no van a invertir, dirían los críticos. No obstante, los empresarios no miran el consumo hoy, sino que miran el futuro. El empresario invierte sobre la base de la rentabilidad esperada, no del consumo. Un gobierno puede alentar todo el consumo que quiera, pero si los empresarios ven un futuro siniestro, ninguno va a invertir.

Por este motivo, recientemente el Bureau of Economic Analysis (BEA) de los Estados Unidos ha comenzado a publicar una nueva estadística, el Gross Output, donde se tienen en cuenta todas las etapas del proceso productivo y no sólo la etapa final de consumo.

Se ha repetido hasta el cansancio que se considera el valor agregado, y no el valor bruto, porque de otro modo se estaría duplicando la contabilidad y esto sesgaría el valor del PBI. Esto es cierto, pero justamente por ello el PBI puede sesgar nuestro análisis al no considerar qué sucede con las transacciones previas al consumo. El PBI es un indicador incompleto sin el valor bruto de la producción (VBP).

Los analistas que miran esta variable consideran lo siguiente. En primer lugar, que el gasto en consumo representa el 20% de la economía real, no el 60 o el 70%, como comúnmente se informa siguiendo a Keynes. La inversión, por el contrario, representa más del 60% del VBP. El Indec tiene una estadística similar que los economistas deberían empezar a atender: el valor bruto de la producción. Según el PBI, el consumo privado y público representa el 86% del PBI, que equivale al 50% del VBP.

Si bien en 2009 tanto el PBI como el VBP cayeron un 5,8% cada uno, el desagregado por sector económico muestra diferencias. A modo de ejemplo, el PBI y el VBP del sector agrícola cayeron un 17,7% y un 26,4%, respectivamente, mientras que para el sector comercial lo hicieron un 19,5% y un 12,3%. Si observásemos las transacciones finales (PBI), concluiríamos que el sector comercial se vio más afectado que el agrícola, pero al tener en cuenta todas las transacciones de cada sector vemos que el agrícola fue notablemente más afectado.

En segundo lugar, cuando atendemos el VBP en lugar del PBI, comprendemos que es la inversión la principal variable en la producción, y es entonces allí donde debemos colocar el esfuerzo de la política económica, ofreciendo los incentivos adecuados. Dicho en otros términos, el PBI oculta la estructura económica que está detrás del consumo o, en otros términos, la importancia de la inversión en la producción.

En tercer lugar, como observan Mark Skousen en Estados Unidos o César Pailacura en la Argentina, al comparar el PBI con el VBP, se ve una volatilidad mayor del segundo respecto del primero. Esto nos muestra que el impacto de las crisis económicas es más profundo de lo que en general se reconoce.

En definitiva, tenemos que reconciliarnos con el consumo. No es ni héroe ni villano. Seguramente no será el fin más elevado de nuestras vidas, tampoco es la llave del progreso. Debemos correr el foco de cómo se gasta el ingreso en lugar de cómo lo producimos.

 

Profesores de Economía. Krause, en la UBA; Ravier, en la Universidad Nacional de La Pampa, y Cachanosky, en la Metropolitan State University of Denver

Hay pueblos que no pueden progresar porque su cultura no permite superar la envidia

En el libro «El Foro y el Bazar» se resalta la importancia de los valores y cultura predominantes para explicar la calidad institucional de los países y, luego, su mayor o menor progreso.

Unos meses atrás publiqué un post mostrando el espíritu emprendedor de la tribu de los Seminoles, en el sur de Florida, quienes son dueños del Hard Rock Café. https://bazar.ufm.edu/wp-admin/post.php?post=864&action=edit

Ahora la contraparte. Comenta Helmuth Schoeck en su interesante libro «Envy» (Liberty Fund, 1987), sobre la tribu de los Navajos:

«Los Navajos son la tribu más grande que todavía sobrevive en Estados Unidos. La existencia que llevan en su reservación es miserable. Los Navajos no tienen nada que se corresponda con nuestro concepto de ‘éxito personal’ o ‘logro personal’. Tampoco puede tener Buena o mala suerte. Cualquiera que prospere o, según sus conceptos, se enriquezca, lo habrá logrado solo a costa de algún otro. Por lo tanto, el Navajo que está mejor se siente bajo constante presión para ser pródigo en hospitalidad y generoso con los regalos. Sabe que si fracasa en esto ‘la voz de la envidia hablará en susurros de brujería’ que harán penosa su vida en sociedad…»

Comenta Schoeck:

«No es cierto, como muchos críticos sociales nos quieren hacer creer, que solo la gente más afortunada en este mundo, aquellos con propiedades heredadas o con oportunidades de riqueza, tienen un interés creado en una ideología que inhiba la envidia. Tal ideología es, en verdad, mucho más importante para la persona envidiosa, quien podrá comenzar a hacer algo sobre su vida solamente cuando haya construido alguna especie de teoría personal que desvíe su atención de la envidiable Buena fortuna de otros, y guíe sus energías hacia objetivos realistas a su alcance.»

El autor afirma que no es posible eliminar la envidia (ése sería el objetivo de las ideologías igualitaristas, que piensan que eliminando las diferencias la envidia desaparecería). La envidia se daría por otras cosas, íncluyendo envidia hacia quienes están en posición de redistribuir todo para que no haya envidia.

Una de sus principales tesis: «cuanto más puedan, los individuos privados y los custodies del poder politico, actuar como si no existiera tal cosa como la envidia, mayor será la tasa de crecimiento económico y el número de innovaciones en general».