El concepto de una moneda sana, como un instrumento para proteger las libertades civiles

Con los alumnos de la UBA Económicas vemos a Mises  y la idea clásica de la moneda sana (de «Reconstrucción Monetaria»):

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El principio de una moneda sana que guió las doctrinas y políticas monetarias del siglo XIX fue un producto de la economía política clásica. Constituyó una parte esencial del programa liberal, tal como lo desarrolló la filosofía social del siglo XVIII y lo difundieron los partidos políticos más influyentes de Europa y América durante el siglo siguiente.

La doctrina liberal ve en la economía de mercado el mejor, inclusive el único sistema posible de organización económica de la sociedad. La propiedad privada de los factores de la producción tiende a transferir el control de ésta a manos de quienes se hallan mejor capacitados para la tarea, y, de esta suerte, a procurar a todos los miembros de la sociedad la satisfacción más completa posible de sus necesidades. Ella atribuye a los consumidores el poder de elegir a aquellos proveedores que los abastezcan más barato de los artículos que solicitan con mayor urgencia y en esa forma sujeta a los empresarios y a los propietarios de los factores productivos, es decir, a los capitalistas y terratenientes, a la soberanía del público consumidor. Ella hace que las naciones y sus ciudadanos sean libres y proporciona sustento abundante para una población cada vez más numerosa.

Como sistema de cooperación pacífica con arreglo a la división del trabajo, la economía de mercado no podría funcionar sin una institución que garantizara a sus miembros que estarán protegidos en contra de los malhechores de adentro y de los enemigos de afuera. La agresión violenta únicamente puede frustrarse mediante la resistencia y la represión armadas. La sociedad necesita un aparato defensivo, un estado, un gobierno, una fuerza policíaca. Su funcionamiento sin tropiezos ha de salvaguardarse mediante el apresto incesante a repeler a los agresores. Mas entonces surge un nuevo peligro. ¿Cómo es posible mantener bajo control a aquellos a quienes se confía la dirección del aparato gubernamental, a fin de que no volteen sus armas contra aquellos a quienes deben servir? El problema político esencial estriba en cómo impedir que los gobernantes se conviertan en déspotas y esclavicen a los ciudadanos. La defensa de la libertad individual en contra de los abusos de los gobiernos tiránicos constituye el tema esencial de la historia de la civilización occidental. El rasgo característico de occidente se encuentra en el afán de sus pueblos por ser libres, preocupación que es desconocida de los orientales. Todas las maravillosas proezas de la civilización occidental son otros tantos frutos que han crecido en el árbol de la libertad.

Es imposible asir el significado de la idea de la moneda sana si no se hace uno cargo de que se concibió como un instrumento destinado a proteger las libertades civiles contra las invasiones despóticas por parte de los gobiernos. Ideológicamente pertenece a la misma categoría que las constituciones políticas y las declaraciones de derechos. La exigencia de garantías constitucionales y de declaraciones de derechos representó una reacción contra los regímenes arbitrarios y la inobservancia por los reyes de las costumbres tradicionales. El postulado de una moneda sana se esgrimió como respuesta a la práctica de los príncipes de rebajar la ley de la moneda acuñada. Más tarde se elaboró y perfeccionó con cuidado en la época que, como resul-tado de su experiencia con la Moneda Continental de las Colonias Norteamericanas, con el papel-moneda de la Revolución Francesa y con el período de restricción en Inglaterra, había aprendido lo que un gobierno puede hacer al sistema monetario de una nación.

El cripto-despotismo moderno, que en los Estados Unidos de América ha usurpado el nombre de liberalismo, critica la negatividad del concepto de libertad. Esta censura carece de valor, toda vez que se relaciona puramente con la forma gramatical de la idea y no entiende que todos los derechos civiles pueden definirse con igual propiedad en términos afirmativos que en términos negativos. Son negativos en cuanto tienen por finalidad cerrar la puerta a un mal, como es la omnipotencia del poder público, e impedir que el Estado se convierta en totalitario. Son afirmativos en cuanto tienden a preservar el funcionamiento sin obstáculos del sistema de propiedad privada, el único sistema social que ha creado lo que llamamos civilización.

De esta suerte, el principio de la moneda sana reviste dos aspectos. Es afirmativo cuando sanciona la elección por el mercado de un medio de cambio de uso general. Es negativo cuando se opone a la propensión del gobierno a entrometerse con el sistema monetario.

Uber no solamente te lleva, también te da una clase de demanda, oferta y formación de precios

El tema surge una y otra vez, en particular cuando hay alguna tormenta, o ahora el caso de los huracanes en Haití y Florida. Los precios de ciertos productos aumentan mucho y los vendedores son acusados de abuso y tantas otras cosas más. Pero lo que está ocurriendo es que están respondiendo al cambio en la demanda y la oferta, y al subir el precio están enviando una señal para quienes están en posesión de la oferta la lleven al lugar donde más se necesita. Uber aplica el mismo principio en situaciones en las que la demanda aumenta mucho, no solamente por problemas meteorológicos sino, por ejemplo, a la salida de grandes eventos.

Así lo explica Uber en su página web y, de paso, da una clase básica de demanda, oferta y precio:

Tarifa dinámica: Queremos estar siempre disponibles para vos

octubre 11, 2016  Posted by El Equipo de Uber

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¿Qué es la tarifa dinámica?

Probablemente tuviste la mala experiencia de no saber cómo llegar a casa un viernes por la noche, después de un partido de fútbol o en la madrugada al salir del boliche.

Por eso sabemos que confías en nosotros. Y confías en que, al tocar un botón, siempre vas a obtener un viaje cómodo, seguro y eficiente en cuestión de minutos – sin importar el clima o el momento del día. Gracias a la tarifa dinámica, eso es posible.

Las tarifas dinámicas son un concepto familiar para muchos, ya que operan sobre la ley de la oferta y la demanda. Los precios de los pasajes de avión, habitaciones de hotel o entradas a eventos deportivos cambian de acuerdo con la fluctuación de la demanda.

Cuando hay más personas solicitando un viaje de Uber y menos socios en las calles, nuestro sistema nota un aumento en los tiempos de espera.

De manera automática, momentáneamente se incrementa el precio para incentivar a más socios a llegar a la zona donde se registra un incremento en la solicitud de viajes, y para asegurar que las personas que requieren de un Uber puedan tenerlo.

Al llegar más socios a la zona para tomar solicitudes, se reducirán los tiempos de espera y la tarifa dinámica comenzará a bajar hasta regresar a sus valores normales. Todo el proceso es automático.

Siempre, siempre, serás notificado cuando hay tarifa dinámica

Uber te ofrece una función para “estimar la tarifa”, donde siempre puedes consultar el precio o costo del viaje de manera anticipada. Pero cuando se activa la tarifa dinámica, nos aseguramos que sepas cuánto más te va a costar tu viaje.

Esto es exactamente lo que verás en tu app

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  1. Una vez que abras la aplicación, inmediatamente verás si tu viaje en Uber tiene una tarifa dinámica gracias al ícono de rayo en la parte inferior de la pantalla.
  2. Si solicitás el viaje, una ventana emergente te alertará acerca del multiplicador dinámico en ese momento y tendrás que confirmar el aumento de tarifa.
  3. Cuando el multiplicador es más alto que 2x, deberás digitar manualmente el multiplicador para asegurar que estás de acuerdo en pagar la tarifa más alta.

 

La inflación es un problema monetario, pero Mises critica la teoría cuantitativa del dinero y su ecuación

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico II, Escuela Austriaca, de Económicas, UBA, vemos a Mises en Acción Humana. Un capítulo que se titula “Intercambio Indirecto” y que, trata gran parte de los temas relacionados con la moneda. Mises, por supuesto, entendía que la inflación es un fenómeno monetario, pero era crítico de muchos aspectos de la llamada “teoría cuantitativa del dinero”. Aquí algunos comentarios:

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“Si tantos economistas no hubieran tan lastimosamente errado en estas materias atinentes a los problemas monetarios, aferrándose después con obcecación a sus yerros, difícilmente podrían hoy prevalecer todas esas perniciosas prácticas, inspiradas en populares doctrinas monetarias, que han desorganizado la política dineraria en casi todos los países.

Error, en este sentido, de grave trascendencia fue el de suponer constituía el dinero factor de índole neutral. Tal idea indujo a muchos a creer que el «nivel» de los precios sube y baja proporcionalmente al incremento o disminución de la cantidad de dinero en circulación. Olvidábase que jamás puede variación alguna que las existencias dineradas registren afectar a los precios de todos los bienes y servicios al mismo tiempo y en idéntica proporción. No se quería advertir que las mutaciones del poder adquisitivo del dinero forzosamente han de ser función de cambios sufridos por las relaciones entre compradores y vendedores. Con miras a demostrar la procedencia de esa idea según la cual la cantidad de dinero existente y los precios proporcionalmente han de aumentar o disminuir siempre, adoptóse, al abordar la teoría del dinero, una sistemática totalmente distinta a la que la moderna economía emplea para dilucidar todos los demás problemas. En vez de comenzar examinando, como la cataláctica invariablemente hace, las actuaciones individuales, pretendióse estudiar el tema analizando la economía de mercado en su total conjunto. Ello obligaba a manejar conceptos como la cantidad total de dinero existente en la economía; el volumen comercial, es decir, el equivalente monetario de todas las transacciones de mercancías y servicios practicados en la economía-, la velocidad media de circulación de la unidad monetaria; el nivel de precios, en fin.

Tales arbitrios aparentemente hacían aceptable la doctrina del nivel de precios. Ese modo de razonar, sin embargo, meramente supone lucubrar en típico círculo vicioso. La ecuación de intercambio, en efecto, presupone la propia doctrina del nivel de precios que pretende demostrar. No es más que una expresión matemática de aquella —insostenible’— tesis según la cual existe uniforme proporcionalidad entre los precios y las variaciones cuantitativas del dinero.

Al examinar la ecuación de intercambio, presupónese que uno de sus elementos —la cantidad total de dinero, el volumen comercial, la velocidad de circulación— varía, sin que nadie se pregunte cuál sea la causa motivadora de tal cambio. Esas mutaciones indudablemente no aparecen, en la economía, por generación espontánea; lo que cambia en verdad es la disposición personal de los individuos que en la correspondiente economía actúan, siendo las múltiples actuaciones de tales personas lo que provoca las aludidas variaciones que la estructura de los precios registra. Los economistas matemáticos escamotean esa efectiva demanda y oferta de dinero desatada por cada una de las personas en la economía intervinientes. Recurren, en cambio, al engañoso concepto de la velocidad de la circulación basado en ideas tomadas de la mecánica.

No interesa, de momento, discutir si los economistas matemáticos tienen o no tienen razón cuando proclaman que los servicios que el dinero presta estriban, exclusivamente, o fundamentalmente al menos, en el rodar del mismo, en su circular. Aun cuando el aserto fuera cierto, no por ello dejaría de resultar ilógico pretender basar en tales servicios la capacidad adquisitiva —el precio— de la unidad monetaria. Los servicios que el agua, el whisky o el café prestan al hombre no determinan los precios que el mercado efectivamente paga por tales mercancías. Dichos servicios nos hacen comprender por qué las gentes, una vez advierten las propiedades de aquellas mercancías, demandan, en específicos casos, cantidades determinadas de las mismas. Es invariablemente la demanda, no el valor objetivo en uso, lo que determina los precios.

Hayek introduce a Carl Menger, quien aportó mucho más que la teoría de la utilidad marginal y precios

Con los alumnos de la UBA Económicas vemos a Carl Menger, su libro Principios de Economía Política. Comenzamos con la Introducción, escrita por F. A. von Hayek, quien dice, entre otras cosas:

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“El hecho de que William Stanley Jevons, Carl Menger y Léon Walras descubrieran casi al mismo tiempo y cada uno por su lado el principio de la utilidad límite es tan conocido que no  es necesario insistir en ello. Hoy se admite, en general, y con buenas razones, que el año 1871, en el que se publicaron la Theory of Political Economy de Jevons y los Principios de Menger, es el punto de partida de una nueva época en el desarrollo de la política económica. Jevons había expuesto ya sus ideas fundamentales nueve años antes, en un artículo (publicado en 1866) que apenas llamó la atención. Walras no inició la publicación de sus teorías hasta 1874. En todo caso, está bastante bien comprobada a mutua independencia de los trabajos de los tres fundadores.

Aunque sus propósitos centrales —es decir, aquella parte de sus sistemas a que mayor importancia dieron sus contemporáneos— son los mismos, el carácter general y el telón de fondo de sus trabajos son tan esencialmente diferentes que se plantea de forma inevitable la pregunta de cómo es posible que por caminos tan distintos se llegara a resultados tan parecidos.

Para comprender el transfondo intelectual de la obra de Carl Menger conviene hacer algunas observaciones sobre la situación general de la economía política en aquella época. Si bien es cierto que el cuarto de siglo que media entre la aparición de los Principles de J. St. Mill (1848) y el nacimiento de la nueva escuela fue, bajo muchos aspectos, testigo del gran triunfo de la política económica clásica en el ámbito práctico, sus fundamentos, y más en concreto su teoría del valor, fueron cada vez más discutidos. Tal vez la exposición sistemática de los Principles del propio J. St. Mill contribuyó en parte, a pesar o a causa de su autocomplaciente satisfacción por el alto grado de perfección alcanzado por la teoría del valor, a una con su posterior refutación de otros puntos importantes de esta teoría, a poner al descubierto las lagunas del sistema clásico. Fuera como fuere lo cierto es que en la mayoría de los países se multiplicaron los ataques críticos y los esfuerzos por conseguir nuevos puntos de vista.

Pero en ninguna parte se registró tan rápido y tan total ocaso de la escuela clásica de la economía política como en Alemania. Bajo los ataques de la escuela histórica, no sólo se abandonaron enteramente las teorías clásicas — que, por lo demás, nunca habían tenido profundas raíces en esta parte del mundo—, sino que toda tentativa de análisis teórico era saludada con profunda desconfianza. Esto era en parte el resultado de una serie de reflexiones metodológicas. Pero era, sobre todo, el producto de la acentuada animosidad con que el impulso reformista de los nuevos grupos, que se autodenominaban orgullosamente “escuela ética”, se oponía a las consecuencias prácticas de la escuela clásica inglesa. En Inglaterra se estancó el progreso de la teoría económica. Mientras tanto, había surgido en Alemania una segunda generación de economistas políticos históricos, que nunca había llegado a familiarizarse con el único sistema teórico bien estructurado y desarrollado y que había aprendido, además, a considerar inútiles, si no abiertamente perjudiciales, todo tipo de especulaciones teóricas.”

Por qué un jean se paga en el exterior a u$s 20 y en Argentina a u$s 100. ¿Es un problema de costos?

El diario La Nación trae un interesante artículo sobre el precio de los pantalones jeans en Argentina con el título “Por qué un jean en el exterior se consigue a u$s 20 y en la Argentina cuesta $ (pesos) 1500”: http://www.lanacion.com.ar/1923766-por-que-vestirse-es-tan-caro-los-costos-ocultos-de-la-ropa-en-la-argentina

Para aclarar el título a los lectores de otros países, el precio local en dólares sería de u$s 100.

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Y el comentario final que quiero hacer al respecto es una visión inversa del problema a cómo lo trata el informe de la UADE que el artículo comenta: el precio local es así de alto porque la importación está cerrada.

Si ésta estuviera abierta el precio local no sería diferente del precio internacional, y los costos tenderían también a igualarse, o los recursos que se utilizan ahora para producirlos se dedicarían a otra cosa.

El informe, y el artículo, dan a entender que son los costos los que determinan los precios, por eso buscan estudiar cuánto corresponde a cada ítem. Por ejemplo, “el costo de producción de una prenda, que comprende la materia prima, la fabricación y el margen del confeccionista, suele representar entre el 20 y el 25% del precio final del producto”. Supuestamente esto incluye el costo de la mano de obra.

El ‘costo comercial’ incluiría el “costo del alquiler, la comisión inmobiliaria y las expensas, junto con cuestiones financieras (aranceles por utilización de tarjetas o los costos de las promociones bancarias) representan entre el 20 y el 25% del precio de venta al público. A su vez, otro 20% corresponde a los costos operativos y el desarrollo de la marca, con ítems como el diseño y desarrollo de producto, la publicidad y la implementación de acciones de marketing.”

Por último, “el esquema impositivo es otro rubro de peso. Según estimaciones de la UADE, un 27% del monto que paga el consumidor final por su prenda corresponde a impuestos, entre los que se incluye el 21% de alícuota del IVA (Impuesto al Valor Agregado)”.

Sin embargo es al revés, es porque el precio de un jean importado es superior a u$s 100, o infinito si es que está prohibido su ingreso, que el empresario hace su cálculo económico y contrata esos otros recursos ‘no transables’ que se benefician también de la protección, de estos productos y de todos los demás (o sea que son caros para todos los productos), a precios que son también diferentes a los precios internacionales. La competencia interna no logra reducir los precios porque todos se enfrentan a costos de servicios e impuestos similares. Y eso no va a cambiar con el arancel o la prohibición de por medio. Es decir, que la prohibición protege no solo a los fabricantes de jeans sino también, indirectamente, a todos los demás en la ‘cadena de valor’.

Todo, por supuesto, a costa del consumidor, quien paga todo eso. Y más a costas del consumidor pobre, quien podría comprar otras cosas si gastara tan solo $20 en un jean (le quedarían $80 disponibles).

La salida no llegará porque alguna vez se reducirán los costos y así bajará el precio de los jeans. Vendrá del otro lado, por la presión que ejerza la mayor competencia, que obligará a todos a ser más eficientes.

Tómese nota que no necesariamente estoy proponiendo la eutanasia de la producción y los servicios locales. Como bien propone Adam Smith en La Riqueza de las Naciones, esa apertura puede ser gradual para permitirles acomodarse. Pero tiene que estar claro desde el principio que esquilmar a los consumidores dejará de ser una alternativa posible.

Böhm-Bawerk vincula costes con precios de bienes complementarios y distribución de ingresos

Con los alumnos de Microeconomía de OMMA Madrid vemos a Böhm-Bawerk explicar la Ley de costes. En relación a ese tema es también interesante este extracto de un artículo de este autor:

Bohm Bawerk - Positive Theory of Capital

La relación del coste y el valor

Por Eugen von Böhm-Bawerk

 [Extracto de un ensayo publicado originalmente en Annals of the American Academy of Political and Social Science, volumen 1 (1891)]

“La cuestión de la relación del coste y el valor es en realidad sólo una forma concreta de una mucho más general: la cuestión de las relaciones regulares entre los valores de los bienes que en interdependencia causal contribuyen a una única utilidad para nuestro bienestar.

La utilidad que proporciona una cantidad de materiales con los que puede producirse un abrigo es aparentemente idéntica a la utilidad que proporcionará el abrigo terminado. Es por tanto evidente que los bienes o grupos de bienes que derivan su importancia para nuestro bienestar mediante una única utilidad deben asimismo presentar alguna relación fija y habitual entre sí respecto de su valor.

La cuestión de este relación regular fue puesta por primera vez en una forma clara y completa por los economistas austriacos; hasta entonces, sólo se había tratado de una manera insatisfactoria bajo el epígrafe de coste de producción. Sin embargo, hay un corolario a esta proposición general e importante que no es menos importante e interesante, pero que hasta ahora nunca ha recibido el modesto grado de atención de la teoría económica que se ha prestado al problema del coste.

Muy comúnmente, varios bienes se combinan simultáneamente para la fabricación de un producto común: por ejemplo, papel, pluma y tinta sirven juntos para escribir; aguja e hilo para coser; aperos de granja, semilla, tierra y trabajo para producir grano. Menger ha calificado a los bienes que aparecen en esa relación entre sí como bienes complementarios. Aquí aparece la cuestión, tan natural como difícil: ¿Cuánta de la utilidad común en esos casos es atribuible a cada  uno de los factores complementarios en cooperación? ¿Y qué ley determina el valor y precio proporcional de cada uno?

El destino de este problema hasta ahora ha sido muy notable. La teoría antigua no lo calificaba de problema general en absoluto pero sin embargo llevaba a explicar una serie de casos concretos que dependían implícitamente de este problema. La cuestión de la distribución de la propiedad daba especialmente lugar a dichas explicaciones. Como varios factores de producción (tierra, capital, mano de obra y trabajo del propio patrón) cooperan en la producción de un producto común, la cuestión de qué porción de valor será asignada a cada uno de los factores en compensación por su participación es obviamente un caso especial del problema general.”

“He llamado la ley de los bienes complementarios al equivalente a la ley de los costes. Igual que la primera desentraña las relaciones de valor que resultan de yuxtaposiciones temporales y causales, de la cooperación simultánea de varios factores hacia una utilidad común, de forma que la ley de los costes explica las relaciones de valor que resultan de una secuencia temporal y causal, de la interdependencia causal de factores sucesivos.”

“Así preparados, los economistas austriacos proceden con el problema de la distribución. Esto les lleva a una serie de aplicaciones especiales de la leyes teóricas generales, cuyo conocimiento se obtuvo mediante un tedioso, pero fructífero, trabajo de preparación. La tierra, el trabajo y el capital son factores de producción complementarios. Su precio, o lo que es lo mismo, tipo de  renta, salario e interés, resulta por otro lado simplemente de una combinación de las leyes de los bienes complementarios.”

http://archipielagolibertad.org/upload/files2/001%20Liberalismo/1.2%20Obras%20clasicas%20de%20la%20libertad/Bohm-Bawerk/0005%20Bohm-Bawerk%20-%20La%20relacion%20del%20coste%20y%20el%20valor.pdf

Artículo en La Nación sobre la inflación. Aunque no está preciso el título, en fin, vale el contenido

Aunque no me gusta el título con el que finalmente salió, va el artículo publicado en La Nación. Y no me gusta porque no es correcto que «mientras haya deficit, habrá inflación», porque puede haber deficit financiado por deuda. En fin, acá está el artículo: http://www.lanacion.com.ar/1901436-mientras-haya-deficit-habra-inflacion

Y acá el texto:

Muchos argentinos decidieron dejar de lado el relato de los últimos doce años y cambiar. Con el regreso a la actividad política de la ex presidenta, muchos se han preguntado de qué magnitud ha sido ese cambio y cómo es que algunos siguen atados a tal relato pese a las noticias, sobre todo judiciales, que leemos a diario.

En efecto, en algunos temas el relato estatista y populista sigue tan vivo como siempre, entre otras cosas porque presenta explicaciones simples que apelan más a las pasiones que a las razones. Esto se refleja en una cuestión tan acuciante como la inflación. Desde el escolástico de la Escuela de Salamanca Juan de Mariana o el escocés David Hume, la ciencia económica ha comprendido la relación que existe entre el crecimiento de la oferta de dinero más allá de su demanda y el aumento generalizado de los precios. Mariana observaba entonces el fenómeno debido al ingreso a España de metales provenientes de América.

El relato populista sostiene que la causa de la inflación no es la emisión monetaria, sino la «puja distributiva»: distintos sectores de la sociedad pujan por subir sus ingresos vía mejoras de sus precios y esto desata una espiral inflacionaria. Los empresarios aumentan sus precios, luego los sindicatos buscan aumentar los salarios y así sucesivamente. El Estado se ve forzado a convalidar esos nuevos precios con una mayor cantidad de moneda para que se realicen todas las transacciones y no caiga la actividad económica. A la luz de lo que ocurrió estos últimos meses, esta explicación pareciera tener cierto sentido.

Esta explicación cae como anillo al dedo a la visión estatista porque, según ella, el Estado no es el causante de la inflación. Es más: debe intervenir en ese proceso a través de una «política de ingresos» para intermediar en la puja o para aplacarla. Y le permite también echar la culpa de la inflación a otros. Y conviene echársela a los empresarios o, en particular, a los supermercados, ya que son pocos en comparación con los votos que pueden obtenerse de los asalariados y el conjunto de los consumidores.

Sin embargo, es falsa. Si cuando los empresarios suben sus precios el Estado no emitiera más moneda, los consumidores no tendrían con qué pagarlos y los precios bajarían. Es decir, aun si hubiera tal puja, sin emisión monetaria, si unos precios suben otros han de bajar: no hay moneda para todos. Otras cuestiones serían: ¿y en todos los países donde no hay inflación acaso no hay puja distributiva? O ¿qué es lo que tienen todos los bienes y servicios en común para que todos aumenten al mismo tiempo, en lugar de algo más normal, como que unos suban y otros bajen? Respuesta: la moneda; es ésta la que está perdiendo valor.

Los estatistas contraatacarían: «Vean Estados Unidos, han emitido grandes cantidades y no hay inflación». Correcto. Pero es necesario afinar el análisis. No hay un vínculo directo entre la cantidad de moneda emitida y todos los precios. Por un lado, tenemos la demanda de dinero: puede haber situaciones donde la autoridad monetaria emita pero aumente la demanda de dinero, o aumente la producción de bienes y servicios cuyas transacciones requieren utilizar más dinero. Por otro lado, no todos los precios aumentan al mismo tiempo y en la misma proporción. Lo que sucede en Estados Unidos es que ese aumento de la oferta monetaria ha terminado en un aumento de las reservas de los bancos, reacios a prestar luego de la crisis (es decir, aumento de la demanda de dinero) y, por otro, que el índice de precios al que normalmente suponemos mide la inflación no mide los precios de todos los bienes. Tal vez los que están en el índice no aumenten pero otros sí lo hagan (a esto le llamamos «burbujas»). O tal vez los precios deberían estar cayendo y la emisión monetaria genere inflación porque impide que caigan.

Lo cierto es que la inflación es claramente un fenómeno monetario. Y en el caso argentino su explicación es relativamente simple: el Estado gasta de más (aquí sí podemos hablar de puja o «piñata» distributiva, porque todos los sectores quieren más gastos, subsidios, etc.), luego emite para pagar sus gastos, ese dinero sale a la calle a través de los pagos que el Estado realiza y quienes los reciben salen a su vez a gastar o, tal vez, alguno ahorre o compre dólares.

Tan simple como eso, o no tanto. Los argentinos hemos vivido con grandes déficits fiscales, alta inflación y hasta hiperinflación durante décadas. La mayoría hemos nacido y vivido en tiempos inflacionarios. Y así y todo nos cuesta entenderlo. Hemos dicho «basta de dictaduras», «basta de violaciones de derechos humanos», pero no logramos comprender las causas para decir «basta de déficit fiscal» y, por ende, basta de inflación. No le saltamos a la yugular de un gobierno cuando tiene déficit de la misma forma en que lo haríamos si descubriéramos que es corrupto o que hace fraude.

Tan fuerte es nuestra creencia en la versión popular de la teoría de la puja distributiva que demandamos permanentemente que el gobierno haga algo para detener la suba de los precios. Hace poco, un funcionario era entrevistado en un programa de televisión y la periodista le preguntaba: «¿Están tomando alguna medida concreta para detener la suba de los precios?». El funcionario comenzaba a argumentar que se buscaba arreglar el tema de los holdouts para poder tomar deuda y cubrir el déficit, así reducir la emisión monetaria y, por lo tanto… Y la periodista insistía: «Pero, dígame una medida concreta para hacer frente a la inflación». Y así más de una vez.

Obviamente, o la periodista quiere reflejar la opinión popular al respecto o no sabe nada de la relación entre emisión monetaria y precios. Entonces, si tenemos votantes que compran la versión barata de la teoría (la culpa es del carnicero) y eventualmente pueden llegar a votar en consecuencia, el Gobierno responde a eso. Se vuelve supermercadista: vamos a crear unos 50 mercados que tendrán precios «cuidados», no descuidados, confirmando entonces que la versión populista de la inflación ha de tener razón, o algo, aunque estén actuando desde la otra perspectiva. Vamos a multiplicar estos planes sociales, etc. ¿De dónde va a salir el dinero para todo eso, teniendo en cuenta que el mismo gobierno ha señalado que hereda un déficit fiscal de más de 5 puntos del PBI? No niego la necesidad coyuntural de alguna de estas acciones, pero tampoco hay que negar que ese mayor gasto o se cubre con más emisión y, por ende, más inflación, o se cubre con más deuda.

La emisión monetaria y la deuda son dos cosas poco visibles para el votante. Éste observa los precios, que afectan directamente su presupuesto. La emisión y la deuda son cosas algo lejanas. Y los gobiernos argentinos oscilan entre una y otra cosa, llevándonos ya sea a la híper o al default, o moviéndonos en la dirección de uno o el otro.

Así seguiremos, en tanto no se derrumbe el mito del Estado paternalista al que le pedimos de todo, para luego desentendernos de cómo se paga. No me cobren impuestos porque no me gusta, pero adelante con la emisión o la deuda, que no noto que las pague a menos que genere una crisis. El populismo argentino ha alimentado las dos variantes.

Estamos saliendo de la versión inflacionista, ¿para reingresar en la versión deudora? ¿O será esto algo pasajero para salir del mal momento heredado? No hay límites institucionales, o legales, ni para uno ni para otro caso. En definitiva, dependerá de los argentinos y cuán dispuestos estemos a dejar atrás un relato que lleva ya varias décadas.

Los precios de todos los bienes y servicios están interconectados; también los factores de producción

Con los alumnos de Microeconomía de OMMA-Madrid vemos los precios de bienes y servicios sustitutos y complementarios. Leemos a Mises, quien analiza en “La Acción Humana” la interconexión de los precios y considera las distintas expresiones de este fenómeno:

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“Si un proceso definido de producción da como resultado los productos p y q simultáneamente, las decisiones y acciones empresariales estarán dirigidas por la evaluación de la suma anticipada de los precios de p y q. Los precios de p y q están particularmente conectados entre sí ya que cambios en la demanda de p (o de q) generan cambios en la oferta de q (o de p). La relación mutua de los precios de p y q puede llamarse conexión de producción. El empresario llama a p (o q) un subproducto de q (o p).”

Luego señala la conexión de consumo. Esta sería cuando la producción de un bien de consumo requiere el empleo de dos factores y no importa que la combinación de esos factores la realice una misma empresa o distintas, o incluso el mismo consumidor comprando dos productos y combinándolos luego.

Finalmente la “conexión de sustitución”: “Si los servicios que brinda un producto b puede ser sustituidos, aunque no sea de forma perfecta, por otros que brinda el producto a, un cambio en el precio de uno de ellos afectará al precio del otro. La relación mutua entre los precios de a y b puede llamarse conectividad de sustitución”.

Pero luego, existe una conectividad mucho más general. Así la presenta Robert P. Murphy en la “Guía para el estudio de La Acción Humana”:

“Los precios de ciertos bienes tienen una conexión especial; el rebaja de precio de la manteca de maní puede afectar al precio de las mermeladas. Y aún más generalmente, los precios de todos los bienes están interconectados porque todos los bienes y servicios compiten por el dinero de los compradores. Y como se requiere de trabajo para la producción de todo bien, están todos interrelacionados tanto por el lado del consumo como por el de la producción. Es imposible analizar un precio específico en forma aislada.”

Esta conectividad se debe a la existencia de muchos factores que no son específicos. Dice Mises que en un mundo ideal en el que cada factor fuera específico cada actividad estaría aislada de las otras.

Concluye en este tema:

“Sería absurdo considerar a un precio definido como si fuera un objeto aislado en sí mismo. Un precio expresa la posición que los hombres actuantes le otorgan a una cosa en el estado presente de los esfuerzos para remover una insatisfacción. No indica relación con algo inmutable, sino solamente una posición instantánea en un conjunto permanentemente cambiante. En esta colección de cosas que son consideradas valiosas por los juicios de valor de las personas actuantes el lugar de cada una de ellas está interrelacionado con todas las demás. Lo que llamamos precio es una relación, dentro de un sistema integrado, que es el efecto compuesto de las valoraciones humanas.”

Tarifas y costos que inflan los precios: Böhm-Bawerk dice que los costos no determinan los precios

En estos días de aumentos de precios y ajustes de tarifas todos hablan dando por sentado que los costos determinan los precios. Precisamente, con los alumnus de OMMA Madrid estamos viendo este tema y una lectura de Böhm-Bawerk al respecto.

Lo esencial, no es visible a los ojos, decía el Principito, de Saint Exúpery. Algo así sucedió por mucho tiempo en relación a los precios y a los costos (que también son precios). Durante siglos, filósofos y luego economistas, discutieron la relación entre precios y costos, confundidos porque a simple vista parece que cualquier comerciante, por ejemplo, simplemente toma en cuenta su costo de compra y le suma un cierto porcentaje para establecer sus propios precios. Es cierto, ése es un método sencillo que utilizan muchos, pero no nos explica la real relación entre costos y precios. Sí lo hace Böhm-Bawerk:

Bohm Bawerk - Positive Theory of Capital

“En lo que sigue trataré, tan breve y claro como sea posible, de describir la concatenación entre Valor, Precio y Costos; y creo que no exagero al decir que, entender claramente esta conexión, es entender claramente la mejor parte de la Economía Política.”

“La formación del valor y el precio comienza con las valoraciones subjetivas de los consumidores sobre los productos terminados. Estas valoraciones determinan de la demanda de esos productos. Como oferta, contra esta demanda, se encuentra, en primer lugar, el stock de productos terminados que mantienen los productores. El punto de intersección de estas valoraciones bilaterales, la valoración de los pares marginales, determina, como sabemos, el precio y, por supuesto, determina el precio de cada clase de producto separadamente. Así, por ejemplo, el precio de rieles de hierro es determinado por la relación entre la oferta y la demanda de rieles, y, similarmente, el predio de todo otro producto hecho con el bien de producción hierro –tales como espadas, arados, martillos, láminas, calderas, máquinas, etc- es determinado por la relación entre la oferta y la demanda de cada uno de esos productos específicos.

Para que quede esto bien claro, asumamos que la relación entre los requerimientos y los stocks de distintos productos de hierro –y, por ende, sus precios- son diferentes; que el precio de una cantidad de un producto que puede fabricarse de una misma unidad de material- por ejemplo una tonelada de hierro- varía de 2 para el más barato a 20 para el más caro de los productos. Estos precios son el resultado de la posición del mercado en el momento, y hemos ya asumido que el stock de productos (la oferta) son una cierta cantidad. Pero lo son solamente por un momento. A medida que pasa el tiempo, están siendo siempre suplementados por la producción, y esto los convierte en una cantidad variable. Sigamos las circunstancias de esta producción.

Para la manufactura de productos de hierro los fabricantes, por supuesto, necesitan hierro. Bajo el sistema de la división del trabajo deben comprarlo en el mercado del hierro. Los fabricantes representan esta demanda de hierro. En cuanto a la magnitud de la demanda, está claro que cada productor comprará tanto hierro como le requiera producir la cantidad de bienes que espera vender entre sus clientes. Obviamente ningún fabricante pagará más por la tonelada de hierro de lo que pueda obtener de sus propios clientes en la forma del precio; pero hasta este punto, aun en el peor caso, podrá competir y competirá antes que dejar que su proceso se pare por falta de materia prima. El fabricante, entonces, que puede emplear rentablemente la tonelada de hierro si obtiene 20 de sus clientes será un comprador en el mercado; aquél que puede emplear rentablemente una tonelada de hierro a 16 naturalmente, no comprará a un precio superior a 16, y así sucesivamente.

De esta forma, el precio de mercado que cada productor de productos de hierro obtiene por sus productos específicos (o la proporción del precio de mercado que cae sobre el hierro según la ley de los bienes complementarios) lo provee de la valoración concreta que tienen en mente cuando se suma a la demanda de hierro.”

Si el presidente Macri lee este libro, deroga la Ley de Abastecimiento. Sus consecuencias jurídicas

El problema es que es tan largo, que no va a tener tiempo para leerlo. Se trata del libro de Santiago Castro Videla y Santiago Maqueda Fourcade, “Tratado de la regulación para el abastecimiento: estudio constitucional sobre los controles de precios y la producción”, publicado por la Editorial Ábaco de Rodolfo Depalma. No es solamente un libro sobre la Ley de Abastecimiento sino mucho más, es un libro sobre las regulaciones y, en particular, los controles de precios, desde una perspectiva filosófica, económica y jurídica. Ahora se plantean si las cuestiones jurídicas de la regulación del abastecimiento, los precios y la producción:  

“Como se podrá advertir, la regulación para el abastecimiento suscita diversas problemáticas económicas, políticas y sociales. Sin embargo, también plantea dificultades jurídicas. Aun cuando se piense que estas regulaciones son innecesarias e inadecuadas para lograr los fines que se pretenden alcanzar con su adopción, lo cierto es que ellas se vienen aplicando hace más de 75 años. Esto es un dato inexorable que la doctrina jurídica no puede obviar. Aun cuando se recomiende, desde una perspectiva económico-política, la derogación de la regulación para el abastecimiento, es necesario también estudiarla desde una perspectiva fundamentalmente jurídica. Ese es el objeto de este libro: analizar integralmente, desde el derecho constitucional, administrativo y procesal, el fenómeno de la regulación para el abastecimiento.

La regulación para el abastecimiento suscita, en efecto, cuestiones jurídicas de todo tipo que buscan ser abordadas por esta obra. Primero, desde una perspectiva de dogmática jurídica, se nos plantea qué es la “regulación para el abastecimiento” y cuáles son sus características esenciales. Asimismo, es preciso tener en cuenta las implicancias del derecho de propiedad privada y libertad económica, que es el objeto de dicha regulación. Para ello, la Parte Preliminar del libro define al “derecho de propiedad privada y libertad económica” y a la “regulación para el abastecimiento”, explicando sus características esenciales y relaciones mutuas.

Segundo, con base en dichos fundamentos, resulta luego necesario analizar en qué regímenes normativos específicos, y de qué manera, existe y ha existido la regulación para el abastecimiento. A esto se dedica la Parte Primera del libro: a explicar la evolución histórica de la regulación para el abastecimiento, y en particular de la LA, y a reseñar los distintos regímenes en que actualmente se utiliza esta especie de regulación en el derecho argentino.

Tercero, pasando al análisis constitucional, surge la cuestión de qué principios constitucionales son aplicables para limitar y controlar a las autoridades públicas en el establecimiento de esta clase de regulaciones. La Parte Segunda del libro, en este sentido, estudia y expone cuáles son esos principios sustantivos y adjetivos, analizando también qué vías procesales –fundadas en el derecho a la tutela judicial efectiva– le asisten al particular afectado por una medida de regulación para el abastecimiento, y cuál ha sido la recepción de estos principios por la jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, con especial referencia al principio de razonabilidad.

Cuarto, continuando con el análisis constitucional sustancial, se presenta el problema de cuáles son los efectos económicos de las medidas de regulación para el abastecimiento, lo que constituye un dato imprescindible para determinar si son regulaciones razonables del derecho de propiedad privada y libertad ecónomica. Dichas medidas persiguen distintas finalidades y tienen distintos efectos económicos, pero es una exigencia constitucional que éstos sean adecuados, necesarios y proporcionales para el logro de las finalidades que pretenden conseguir –siempre, claro está, que sean legítimas–. A este análisis económico-jurídico se dedica la Parte Tercera del libro: a estudiar las consecuencias económicas y la eventual razonabilidad o irrazonabilidad de las medidas características de la regulación para el abastecimiento, esto es, los controles de precios, los controles de la producción y las medidas fiscales o aduaneras adoptadas para garantizar el abastecimiento.

Quinto, pasando a los aspectos de validez formal de la regulación para el abastecimiento, queda pendiente la cuestión de cuáles son los límites que tiene el Congreso para delegar sus facultades de regulación en el Presidente o en sus órganos subordinados o los entes descentralizados, así como también para autorizar su subdelegación. La gran mayoría de las medidas de regulación para el abastecimiento no han sido establecidas por el Congreso directamente, sino por órganos o entes distintos del Presidente en ejercicio de facultades legislativas delegadas o subdelegadas. Ello plantea una cuestión fundamental frente a la separación de poderes y el principio de legalidad en la regulación de los derechos, y en esto se enfoca la Parte Cuarta de esta obra: en estudiar cuál es el régimen constitucional aplicable a la delegación y subdelegación, a favor del Presidente y sus órganos subordinados o entes descentralizados, de facultades legislativas para establecer medidas de regulación para el abastecimiento.

Sexto, la propia LA, paradigma actual de la regulación para el abastecimiento, presenta a su vez diversas problemáticas constitucionales, administrativas y procesales específicas que surgieron luego de la reforma recientemente dispuesta por la ley 26991 (2014). En esto se centra la Parte Quinta del libro: en estudiar cuáles son las condiciones de ejercicio de las facultades legislativas delegadas por la LA, y en analizar la constitucionalidad de dicha delegación, así como también la de su régimen infraccional –tanto sustantivo como procesal–.

Y séptimo, en el Apéndice se estudian las cuestiones relativas a la vigencia y constitucionalidad de la delegación realizada por la LA reformada por el decreto 2284/91, que se tornaron relativamente abstractas luego de la reforma por la ley 26991 (2014). Sin embargo, creemos que su inclusión se justifica pues, a pesar de ello, continúan manteniendo relevancia doctrinal e incluso práctica —esto último, tanto por la eventual vigencia de regulaciones dictadas con anterioridad a la ley 26991, como por la existencia impugnaciones administrativas y judiciales que se encontraban en trámite antes de la sanción de esta última norma, así como también de sanciones impuestas por incumplimientos previos—.

Con todo este desarrollo, solo habremos pretendido otorgar elementos para el análisis de validez e impugnación de las medidas de regulación para el abastecimiento, fundándonos para ello en los principios y normas constitucionales, administrativas y procesales.

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En sus Bases, el genial y profético Juan B. ALBERDI, exhortando a adecuar la legislación preexistente a la Constitución que se aprobaría en 1853, señaló que era imperioso que “el derecho administrativo no sea un medio falaz de eliminar o escamotear las libertades y garantías constitucionales” .

Con esa esperanza es que ahora presentamos este libro.”