En su libro “El Gran Escape”, el último premio Nobel en Economía, Angus Deaton habla sobre la desigualdad y el progreso:
“Buena parte de los grandes episodios de progreso humano, incluyendo aquellos que usualmente se describen como totalmente positivos, han dejado tras de sí un legado de desigualdad. La Revolución Industrial, que comenzara en Gran Bretaña en los siglos XVIII y XIX, dio comienzo al crecimiento económico que ha sido responsable de sacar a millones de personas de la privación material. El otro lado de esta misma Revolución Industrial es lo que los historiadores llaman la “Gran Divergencia”, cuando Gran Bretaña, seguida después por el noroeste de Europa y América del Norte, se separaron del resto del mundo, creando una enorme brecha entre Occidente y el resto, que no se ha cerrado hasta nuestros días. La desigualdad global actual fue, en gran medida, creada por el éxito del crecimiento económico moderno.
No debemos pensar que, antes de la Revolución Industrial, el resto del mundo había sido siempre atrasado y pobre. Décadas antes de Colón, China fue suficientemente avanzada y rica como para enviar una flota en enormes barcos bajo el comando del Almirante Sheng He –portaviones en comparación con los botes de remo de Colón- para explorar el Océano Índico. Trescientos años antes de esto, la ciudad de Kaifeng era una metrópolis humeante de un millón de almas cuyas sucias fábricas no hubieras desencajado en Lancashire ocho siglos después. Los impresores producían millones de libros que eran suficientemente baratos para ser leídos por gente de ingresos modestos. Sin embargo esas épocas, en China y otros lugares, no se sostuvieron, y menos aún fueron puntos de partida de una siempre creciente prosperidad. En 1127, Kaifeng cayó ante una invasión de tribus de Manchuria, que habían sido reclutadas rápidamente para ayudarla en la guerra. Si vas a enlistar aliados peligrosos, tienes que asegurarte que estén bien pagos.
El crecimiento económico en Asia arrancaba y era frenado, por gobernantes rapaces, guerras o ambos. Es solamente en los últimos 250 años que un crecimiento sostenido y a largo plazo en algunas partes del mundo – pero no en otras- ha llevado a una brecha persistente entre países. El crecimiento económico ha sido el motor de la desigualdad internacional de ingresos.
La Revolución Industrial y la Gran Divergencia están entre los escapes más benignos de la historia. Hay muchas ocasiones en que el progreso en un país se realizó a expensas de otro. La Era del Imperio en el siglo XVI, que precedió a la Revolución Industrial y ayudó a originarla, benefició principalmente a Inglaterra y Holanda, los dos países que mejor hicieron en el desorden. Para 1750, trabajadores en Londres y Amsterdam habían visto crecer sus ingresos en relación a los de Delhi, Beijing, Valencia y Florencia; los trabajadores ingleses podían permitirse algunos lujos, como el azúcar y el té. Pero aquellos que fueron conquistados y saqueados en Asia, América Latina y el Caribe, no solamente fueron dañados entonces, sino en muchos casos cargados con instituciones políticas y económicas que los condenaron a vivir siglos de continua pobreza y desigualdad.
La globalización actual, como las anteriores, ha visto creciente prosperidad junto a creciente desigualdad. Países que eran pobres hace poco, como China, India, Corea y Taiwán, la han aprovechado y han crecido rápido, mucho más rápido que los países ricos. Al mismo tiempo, se han separado de los países pobres, la mayoría de ellos en África, creando nuevas desigualdades. A medida que unos escapan, otros quedan atrás. La globalización y nuevas formas de hacer las cosas han llevado a incrementos continuos en la prosperidad de los países ricos, aunque las tasas de crecimiento han sido menores a las de los países pobres de rápido crecimiento y a las que ellos mismos solían tener. A medida que ese crecimiento se ha frenado,”