Positiva valoración del capitalismo en Estados Unidos y mucho más de la libre empresa: ¿son diferentes?

Los norteamericanos valoran positivamente, en general, al capitalismo, y mucho mas la libre empresa.

Las valoraciones positivas sobre el capitalismo y el socialismo no presentan modificaciones en los dos últimos años, según un informe de Gallup. La valoración positiva del capitalismo alcanza al 60% de la población mientras que la del socialismo al 38%. Esta imagen positiva es del 72% entre los republicanos y del 52% entre los demócratas. Al revés, el socialismo (¿tal vez la socialdemocracia?), es positivo para el 65% de los que tienden a votar demócrata y 14% para los que tienden a votar republicanos.  

Al respecto, la pequeña empresa muestra una valoración positiva del 97%, mientras que las grandes empresas del 46%. EL concepto de libre empresa muestra una valoración positiva alta, del 84%, y una negativa de sólo el 13%; mientras que el gobierno federal muestra una positiva del 38% y una negativa del 62%. 

https://news.gallup.com/poll/357755/socialism-capitalism-ratings-unchanged.aspx  

 

¿Qué entenderán por capitalismo entonces? Se ve que quisieran un capitalismo de pequeñas empresas. ¿Ninguna que llegue a crecer entonces?

Pero es comprensible, entiendo que puedan pensar en ellas positivamente cuando son pequeñas, pero no tanto cuando crecen y terminan abriendo oficinas en Washington para hacer lobby.

Ludwig von Mises visitó Buenos Aires en 1959. Lo que entonces dijo, muestra que no aprendimos nada

En Junio de 1959, Ludwig von Mises dictó seis conferencias en Buenos Aires. Éstas fueron luego publicadas y las consideramos con los alumnos de la UBA Económicas, Historia del Pensamiento Económico II, Escuela Austriaca. Su tercera conferencia se tituló “Intervencionismo” y trata ahora sobre ese supuesto “tercer camino”. Mises comenta:

Mises3

“La idea que existe un tercer sistema – entre el socialismo y el capitalismo – como sus sostenedores dicen, un sistema tan alejado del socialismo como lo está del capitalismo pero que retiene las ventajas y evita las desventajas de cada uno, es puro disparate. La gente que cree en tan mítico sistema puede convertirse en realmente poética cuando  elogian la gloria del intervencionismo. Se puede decir, solamente, que están equivocados.

La interferencia del gobierno, que ellos elogian, provoca condiciones que a ellos mismos les disgustan. Uno de los problemas que trataré más adelante es el proteccionismo. El gobierno trata de aislar el mercado doméstico respecto al mercado mundial. Impone tarifas que elevan el precio doméstico de un producto por sobre el precio en el mercado mundial, haciendo posible a los productores domésticos formar cárteles. Los cárteles entonces son atacados por el gobierno declarando: ‘Bajo estas condiciones, es necesaria una legislación anti – cártel’

Esta es precisamente la situación con la mayoría de los gobiernos europeos. En los EEUU, hay además otras razones para la legislación anti – trust y la campaña del gobierno contra el fantasma del monopolio Es absurdo ver al gobierno – que crea por su propia intervención las condiciones que hacen posible la emergencia de cárteles domésticos – señalar con el dedo a las empresas, diciendo: ‘Hay cárteles, por lo tanto la interferencia del gobierno en los negocios es necesaria’. Sería mucho más simple evitar los cárteles terminando la interferencia del gobierno en el mercado – una interferencia que hace posibles estos cárteles.

La idea de la interferencia del gobierno como una ‘solución’ a los problemas económicos lleva, en cada país, a condiciones que, por lo menos, son bastante insatisfactorias y, a menudo, caóticas. Si el gobierno no se detiene a tiempo, fomentará el socialismo. Sin embargo, la interferencia del gobierno en los negocios es todavía muy popular. Tan pronto como a alguien no le gusta algo que sucede en el mundo, dice: ‘El gobierno debería hacer algo al respecto. ¿Para qué tenemos un gobierno? El gobierno debería hacerlo.’ Y este es un resabio de pensamiento característico de épocas pasadas, de épocas que precedían a la libertad moderna, al moderno gobierno constitucional, antes del gobierno representativo o del republicanismo moderno.

Por siglos existió la doctrina – sostenida y aceptada por todos – que un rey, un rey ungido – era el mensajero de Dios; tenía más sabiduría que sus súbditos; y tenía poderes sobrenaturales. Tan recientemente como a principios del Siglo XIX, la gente que sufría de ciertas enfermedades esperaba ser curada por el toque real, por la mano del rey. Los doctores eran generalmente mejores; sin embargo, hacían que sus pacientes se trataran con el rey.

Esta doctrina de la superioridad del gobierno paternal, de los poderes sobrenaturales y sobrehumanos de los reyes hereditarios, ha desaparecido gradualmente – o por lo menos eso creíamos. Pero apareció nuevamente. Hubo un profesor alemán llamado Werner Sombart (lo conocí muy bien), que era conocido en todo el mundo; era doctor honorario de muchas universidades y miembro honorario de la American Economic Association. Ese profesor escribió un libro que se encuentra disponible en una traducción al inglés, publicada por la Princeton University Press; también existe una traducción al francés, y probablemente exista una versión en español. Y espero que exista porque deseo que verifiquen lo que estoy diciendo. En este libro – publicado en nuestro siglo y no en la Edad Media – Werner Sombart, profesor de Economía, simplemente dice: ‘El Führer, nuestro Führer,’ – desde ya se refiere a Hitler – ‘recibe sus órdenes directamente de Dios, el Führer del Universo’

Antes ya mencioné esta jerarquía de Führers, y en esta jerarquía mencioné a Hitler como el ‘Supremo Führer’… Pero existe, de acuerdo con Werner Sombart, un más alto Führer: Dios, el Führer del Universo. Y Dios, escribió, le da Sus órdenes directamente a Hitler. Desde ya, el Profesor Sombart dijo, bastante modestamente; ‘No sabemos cómo Dios se comunica con el Führer. Pero el hecho no puede negarse’

Ahora, si oyen que dicho libro puede ser publicado en idioma alemán, el idioma de una nación que una vez fue aclamada como ‘la nación de los filósofos y de los poetas’, y ven que puede ser traducido al inglés y al francés, no podrán asombrarse del hecho que un pequeño burócrata se considere a sí mismo mejor y más inteligente que los ciudadanos y desee interferir en todo, aunque sea solamente un pobre minúsculo burócrata, y no el famoso Profesor Werner Sombart, miembro honorario de lo que sea.

¿Existe un remedio contra estas cosas? Yo diría que sí, que hay un remedio. Y este remedio es el poder los ciudadanos; tienen que impedir que se establezca un régimen tan autocrático que se arroga una mayor sabiduría que la del ciudadano común. Esta es la diferencia fundamental entre la libertad y la servidumbre. Las naciones socialistas han usurpado para sí mismas el término democracia. Los rusos llaman a su sistema Democracia Popular, probablemente sostienen que la gente está representada en la persona del dictador. Creo que a un dictador, Juan Perón aquí en la Argentina, se le dio una buena respuesta cuando se lo forzó al exilio en 1955. Esperemos  que otros dictadores, en otras naciones, se les dé una respuesta similar.”

Ludwig von Mises en Buenos Aires, hace 60 años: seis lecciones que todavía no hemos aprendido

En Junio de 1959, Ludwig von Mises dictó seis conferencias en Buenos Aires. Éstas fueron luego publicadas y las consideramos con los alumnos de la UBA Económicas, Historia del Pensamiento Económico II, Escuela Austriaca. Su tercera conferencia se tituló “Intervencionismo” y trata ahora sobre ese supuesto “tercer camino”. Mises comenta:

Mises3

“La idea que existe un tercer sistema – entre el socialismo y el capitalismo – como sus sostenedores dicen, un sistema tan alejado del socialismo como lo está del capitalismo pero que retiene las ventajas y evita las desventajas de cada uno, es puro disparate. La gente que cree en tan mítico sistema puede convertirse en realmente poética cuando  elogian la gloria del intervencionismo. Se puede decir, solamente, que están equivocados.

La interferencia del gobierno, que ellos elogian, provoca condiciones que a ellos mismos les disgustan. Uno de los problemas que trataré más adelante es el proteccionismo. El gobierno trata de aislar el mercado doméstico respecto al mercado mundial. Impone tarifas que elevan el precio doméstico de un producto por sobre el precio en el mercado mundial, haciendo posible a los productores domésticos formar cárteles. Los cárteles entonces son atacados por el gobierno declarando: ‘Bajo estas condiciones, es necesaria una legislación anti – cártel’

Esta es precisamente la situación con la mayoría de los gobiernos europeos. En los EEUU, hay además otras razones para la legislación anti – trust y la campaña del gobierno contra el fantasma del monopolio Es absurdo ver al gobierno – que crea por su propia intervención las condiciones que hacen posible la emergencia de cárteles domésticos – señalar con el dedo a las empresas, diciendo: ‘Hay cárteles, por lo tanto la interferencia del gobierno en los negocios es necesaria’. Sería mucho más simple evitar los cárteles terminando la interferencia del gobierno en el mercado – una interferencia que hace posibles estos cárteles.

La idea de la interferencia del gobierno como una ‘solución’ a los problemas económicos lleva, en cada país, a condiciones que, por lo menos, son bastante insatisfactorias y, a menudo, caóticas. Si el gobierno no se detiene a tiempo, fomentará el socialismo. Sin embargo, la interferencia del gobierno en los negocios es todavía muy popular. Tan pronto como a alguien no le gusta algo que sucede en el mundo, dice: ‘El gobierno debería hacer algo al respecto. ¿Para qué tenemos un gobierno? El gobierno debería hacerlo.’ Y este es un resabio de pensamiento característico de épocas pasadas, de épocas que precedían a la libertad moderna, al moderno gobierno constitucional, antes del gobierno representativo o del republicanismo moderno.

Por siglos existió la doctrina – sostenida y aceptada por todos – que un rey, un rey ungido – era el mensajero de Dios; tenía más sabiduría que sus súbditos; y tenía poderes sobrenaturales. Tan recientemente como a principios del Siglo XIX, la gente que sufría de ciertas enfermedades esperaba ser curada por el toque real, por la mano del rey. Los doctores eran generalmente mejores; sin embargo, hacían que sus pacientes se trataran con el rey.

Esta doctrina de la superioridad del gobierno paternal, de los poderes sobrenaturales y sobrehumanos de los reyes hereditarios, ha desaparecido gradualmente – o por lo menos eso creíamos. Pero apareció nuevamente. Hubo un profesor alemán llamado Werner Sombart (lo conocí muy bien), que era conocido en todo el mundo; era doctor honorario de muchas universidades y miembro honorario de la American Economic Association. Ese profesor escribió un libro que se encuentra disponible en una traducción al inglés, publicada por la Princeton University Press; también existe una traducción al francés, y probablemente exista una versión en español. Y espero que exista porque deseo que verifiquen lo que estoy diciendo. En este libro – publicado en nuestro siglo y no en la Edad Media – Werner Sombart, profesor de Economía, simplemente dice: ‘El Führer, nuestro Führer,’ – desde ya se refiere a Hitler – ‘recibe sus órdenes directamente de Dios, el Führer del Universo’

Antes ya mencioné esta jerarquía de Führers, y en esta jerarquía mencioné a Hitler como el ‘Supremo Führer’… Pero existe, de acuerdo con Werner Sombart, un más alto Führer: Dios, el Führer del Universo. Y Dios, escribió, le da Sus órdenes directamente a Hitler. Desde ya, el Profesor Sombart dijo, bastante modestamente; ‘No sabemos cómo Dios se comunica con el Führer. Pero el hecho no puede negarse’

Ahora, si oyen que dicho libro puede ser publicado en idioma alemán, el idioma de una nación que una vez fue aclamada como ‘la nación de los filósofos y de los poetas’, y ven que puede ser traducido al inglés y al francés, no podrán asombrarse del hecho que un pequeño burócrata se considere a sí mismo mejor y más inteligente que los ciudadanos y desee interferir en todo, aunque sea solamente un pobre minúsculo burócrata, y no el famoso Profesor Werner Sombart, miembro honorario de lo que sea.

¿Existe un remedio contra estas cosas? Yo diría que sí, que hay un remedio. Y este remedio es el poder los ciudadanos; tienen que impedir que se establezca un régimen tan autocrático que se arroga una mayor sabiduría que la del ciudadano común. Esta es la diferencia fundamental entre la libertad y la servidumbre. Las naciones socialistas han usurpado para sí mismas el término democracia. Los rusos llaman a su sistema Democracia Popular, probablemente sostienen que la gente está representada en la persona del dictador. Creo que a un dictador, Juan Perón aquí en la Argentina, se le dio una buena respuesta cuando se lo forzó al exilio en 1955. Esperemos  que otros dictadores, en otras naciones, se les dé una respuesta similar.”

En una discusión entre capitalismo y socialismo, es importante comparar resultados reales en cada caso, y teoría contra teoría

Un interesante post en el blog Bleeding Heart Libertarians, de Matt Wolinsky, plantea la importancia de discutir, realidad contra realidad, y teoría contra teoría, en la discusión entre capitalismo y socialismo. Va entero:

He aquí hay una conversación que puede haber tenido lugar una o dos veces:

Socialista: una sociedad socialista sería más justa y más justa que el capitalismo.

Capitalista: ¿En serio? ¿Qué hay de Venezuela? O Cuba? ¿O Corea del Norte?

Socialista: No, no, esas no son sociedades socialistas reales. El tipo de socialismo que tengo en mente todavía no se ha probado. Pero créeme. Va a ser increíble.

Capitalista: (rueda los ojos)

En conversaciones como esta, el «socialismo» parece funcionar como una especie de tipo ideal, cuya conveniencia no está falsificada (y probablemente infalsificable) por evidencia empírica. Es la falacia de «No hay un verdadero escocés» aplicada a los modelos de economía política.

Pero aquí hay otra conversación que puede haber ocurrido.

Capitalista: el capitalismo destruye los privilegios no ganados y les da a todos una oportunidad justa de éxito económico.

Socialista: ¿En serio? ¿Qué pasa con Solyndra? ¿Qué pasa con TARP? ¿Qué pasa con las licencias ocupacionales, los subsidios agrícolas, los aranceles de importación y los cientos de otros mecanismos legales que apoyan a los productores poderosos en contra de sus rivales más pequeños?

Capitalismo: No, no, ese tipo de políticas son incompatibles con el capitalismo. El hecho de que todas las sociedades capitalistas realmente existentes las tengan para demostrar que lo que tenemos no es realmente el capitalismo. El capitalismo real es el ideal desconocido.

 

¿Es este tipo de argumento más legítimo que el primero? Si vamos a a argumentar en contra del socialismo como un ideal político al señalar el fracaso de sus manifestaciones en el mundo real, ¿no es nuestra defensa del capitalismo como un sujeto ideal la misma respuesta?

Por supuesto, muchos libertarios creen que las fallas del mundo real del socialismo es algo así como un resultado necesario de las instituciones socialistas. El capitalismo de amigos, por otro lado, es una evitable perversión de los principios capitalistas.

Pero ¿y si no es así? ¿Y si el capitalismo de amigos no es un accidente, sino algo más parecido a la tendencia natural de los sistemas capitalistas? Eso es lo que se preguntan Mike Munger y Mario Villarreal-Díaz preguntan, y responden en el afirmativo, en un nuevo artículo en The Independent Review.

Creo que la tesis básica del artículo de Munger y Villarreal-Díaz es correcta, y me interesaría mucho escuchar lo que piensan algunos de mis colegas blogueros y comentaristas. Mis propias reacciones rápidas son que:

  1. Tenemos que comparar los sistemas del mundo real con los sistemas del mundo real, no los sistemas del mundo real con los ideales inalcanzables. La comparación importante es entre el capitalismo del mundo real y el socialismo del mundo real, y en esa medida el capitalismo del mundo real sale bastante bien, incluso si casi siempre involucra algún nivel de clientelismo. Pero, ¿tal vez el reconocimiento de que cualquier sistema capitalista realmente alcanzable involucrará al compinche debería suavizar la resistencia de los libertarios a cualquier desviación del estricto laissez-faire? Después de todo, si sabemos que hay presiones dentro de cualquier sistema capitalista existente que tiende a inclinar el campo de juego en nombre de los ricos y políticamente bien conectados, ¿es realmente defendible oponerse a cualquier forma de red de seguridad social con el argumento de que son incompatibles con un sistema puramente capitalista?
  2. El carácter importa. Parte de la razón por la cual ninguna instanciación de un sistema en el mundo real es estable es que las reglas que constituyen ese sistema siempre deben ser interpretadas y aplicadas por los seres humanos. Si las personas que administran las instituciones son corruptas, también lo serán las instituciones. Pero ni siquiera tenemos que asumir la corrupción para que este argumento funcione. Basta con que la gente ignore las consecuencias a largo plazo de sus acciones, o intente sinceramente producir un resultado más justo en un caso particular al darle el mejor giro posible a una regla, y así sucesivamente. La conclusión es que incluso si el amiguismo está en contra de las «reglas», no lo vamos a terminar hasta que la gente de la sociedad desarrolle y aplique normas sociales sólidas contra los tipos de conductas que lo conducen. Esa es una tarea difícil, que requiere un largo proceso de educación y cambio social. Pero no es, creo, una utópica. Y es mucho más factible que el tipo de transformación radical de la naturaleza humana que Marx imaginó como necesaria para la realización del comunismo pleno.

https://bleedingheartlibertarians.com/?p=12948

Henry Hazlitt sobre la relación entre la ética y la economía, y sobre el carácter despectivo de la palabra «capitalismo»

Con los alumnos de Ética de la Libertad, de la UFM, vemos a Henry Hazlitt, cuando analiza el vínculo entre la ética y la economía y el término “capitalismo”:

Normalmente se supone que no hay mucha relación entre el punto de vista ético y el económico, o entre la ética y la economía. Pero, de hecho, están íntimamente relacionadas. Ambas se ocupan de la acción humana,[362] la conducta humana,[363] la decisión humana, la elección humana. La economía es una descripción, explicación o análisis de los factores determinantes, las consecuencias, y las implicaciones de la acción humana y la elección humana. Pero en el momento que llegamos a la justificación de las acciones y decisiones humanas, o a preguntarnos lo que debería ser una acción o decisión, o si las consecuencias de esta o aquella acción o regla de acción serían más deseables en el largo plazo para el individuo o para la comunidad, entramos en el ámbito de la ética. Esto también es cierto en el momento en que comenzamos a debatir cuán deseable es una política económica comparada con otra.

En resumen, no podemos llegar a conclusiones éticas sin tomar en cuenta el análisis de las consecuencias económicas que tienen las instituciones, principios o reglas de acción. La ignorancia económica de la mayoría de los filósofos éticos y el error común que cometen incluso quienes han entendido los principios económicos, de no aplicarlos a los problemas éticos —suponiendo que los principios económicos son, ya sea irrelevantes o demasiado materialistas y mundanos para aplicarse a una disciplina tan sublime y espiritual como la ética—, se han interpuesto en el camino del progreso del análisis ético y son, en parte, responsables de gran parte de su esterilidad.

De hecho, difícilmente existe un problema ético que no tenga su aspecto económico. Nuestras decisiones éticas diarias son principalmente decisiones económicas y casi todas nuestras decisiones económicas diarias tienen, por su parte, un aspecto ético.

Además, la mayoría de la controversia ética actual gira precisamente en torno a las preguntas sobre la organización económica. El desafío principal a nuestros estándares y valores éticos «burgueses» tradicionales viene de los marxistas, los socialistas y los comunistas. El sistema capitalista es objeto de ataques: se le ataca principalmente en el ámbito ético, como materialista, egoísta, injusto, inmoral, salvajemente competitivo, insensible, cruel, destructivo. Si realmente vale la pena conservar el sistema capitalista, es fútil defenderlo hoy solamente en el ámbito técnico —como más productivo, por ejemplo—, a menos que podamos mostrar también que los ataques socialistas en el ámbito ético son falsos e infundados.

Justamente al inicio de tal discusión nos enfrentamos con una seria desventaja semántica. El nombre mismo del sistema le fue dado por sus enemigos. Se pretendía que fuera una palabra difamatoria. El nombre es comparativamente reciente. No aparece en El manifiesto comunista de 1848, porque Marx y Engels todavía no lo habían pensado. Fue hasta una media docena de años más tarde cuando ellos, o uno de sus seguidores, tuvieron la feliz idea de acuñar la palabra. Se ajustaba exactamente a sus objetivos. Con la palabra capitalismo se pretendía designar un sistema económico dirigido exclusivamente por y para capitalistas. Todavía hoy mantiene incorporada esa connotación. De ahí que se condene a sí mismo. Este nombre ha hecho que el capitalismo sea tan difícil de defender en la argumentación popular. El éxito casi completo de este truco semántico es una de las explicaciones principales de por qué muchas personas han estado dispuestas a morir por el comunismo, pero tan pocos han estado dispuestos a morir por el «capitalismo».

Hay por lo menos media docena de nombres para este sistema, cualquiera de los cuales sería más apropiado y verdaderamente descriptivo: sistema de propiedad privada de los medios de producción, economía de mercado, sistema competitivo, sistema de pérdidas y ganancias, libre empresa, sistema de libertad económica. Sin embargo, intentar desechar la palabra capitalismo a estas alturas puede no solo ser inútil, sino completamente innecesario. Esta palabra difamatoria, al menos llama la atención, involuntariamente, sobre el hecho de que toda mejora económica, progreso y crecimiento, dependen de la acumulación de capital —al constante aumento de la cantidad y mejora en la calidad de los instrumentos de producción— maquinaria, planta y equipo. Y el sistema capitalista hace más para promover este crecimiento que cualquier otra alternativa.”

El salario es más bajo en los países pobres no por el capitalismo, todo lo contrario, por la falta de capital

Con los alumnos de la materia Proceso Económico de la UFM, nutricionistas y médicos, vemos ahora a Gabriel Zanotti sobre el trabajo:

“El trabajo no se vende o se compra; más bien se “alquila”, porque uno es siempre dueño de su trabajo. Ahora bien, se intercambia en el mercado, y en ese sentido (decimos en ese sentido) hay una oferta y demanda de trabajo. El “precio” del trabajo es el salario. Y ese salario va a estar en relación a su productividad marginal.

De igual modo que en la clase dos hablamos de la relación “bienes/dinero”, ahora debemos comparar la relación “trabajo/capital”. El capital, como dijimos, son herramientas que aumentan la productividad del trabajo. Y esos factores de producción “producidos” (esas herramientas) implican, para su producción, los otros dos factores, esto es, naturaleza (recursos naturales) + trabajo. (Acuérdense que si Robinson quería una herramienta que aumentar su productividad al recoger frutas, debía “hacerla”, con su trabajo y los recursos naturales de los que disponía).

Hace falta toda la creatividad del ser humano para “transformar” la naturaleza y, por medio del ahorro, producir esos bienes de capital sin los cuales (¡y no nos damos cuenta!) nuestra vida no sería mejor que en la época de las cavernas. Ahora bien: si el capital es naturaleza + trabajo, podemos deducir que, a medida que aumenta el factor capital, el trabajo, en relación al capital, se hace más escaso. Más demandado. Y, por consiguiente, aumenta su valor en el mercado, esto es, su productividad marginal. Y si aumenta su valor, lo que aumenta es el salario (ya real, esto es, lo que podemos adquirir con determinado salario, ya nominal, esto es, la cifra que representa el salario). O sea que a medida que aumenta la tasa de capital, el salario real es mayor. Al contrario, si la tasa de capital baja, el salario real será menor, porque el trabajo, en relación al capital y las inversiones, será mayor. O sea, en ese caso hay más oferta de trabajo y el salario tiende a bajar.

Todo esto es fundamental. Se relaciona con todo lo que vimos la clase anterior sobre el desarrollo y las inversiones. Esto nos explica por qué en los países desarrollados el salario real es mayor y en los subdesarrollados, dramáticamente menor. La demanda de trabajo y su productividad marginal es mayor en los países “desarrollados”. En los países subdesarrollados el salario es menor no por lo que explica el marxismo que aún es ideología dominante, a saber, que el salario en esos países es menor y la pobreza es mayor porque el capitalismo salvaje explota a los obreros. Al contrario, no es capitalismo, sino falta de capital, lo que produce esos salarios dramáticamente bajos.

Pero, además, observemos algo interesante. La cantidad de trabajo, en relación al capital, casi siempre va a tender a aumentar. Si bien en los países desarrollados la tasa de natalidad es menor (y no es que eso esté bien) no se puede, para aumentar el salario, eliminar a las personas (aunque a veces se hace indirectamente, con barreras a la inmigración). Si estamos viendo que cuando el trabajo se hace más escaso, el salario aumenta, sería inmoral concluir que para aumentar el salario debemos eliminar a la mitad de la población. La población, en general, aumenta. Es más, de no mediar otros factores culturales y sociológicos, en general cuando el nivel de vida es mayor, aumenta. Por eso a los economistas Austríacos nunca les preocuparon las políticas antinatalistas tan en boga hoy en día. Lo que les preocupó, como bien Mises señaló, es cómo aumentar la tasa de capital a un ritmo mayor que el de la población, lo cual es lo único que puede aumentar el salario real. Para lo cual es necesario todo eso de lo que hablábamos la vez pasada: ahorro, inversión, muy bajos impuestos, mercado libre, estabilidad jurídica y política…. Condiciones tan difíciles de lograr y tan fáciles de destruir.

Por eso los asesores de las Naciones Unidas, al recomendar políticas antinatalistas, están muy mal asesorados económicamente. Libérense todas las fronteras, haya libre circulación de capital y trabajo, mercado libre y ese capitalismo que tanto odian, y no se tendrían que preocupar jamás por la tasa de población.”

Intervencionismo, ¿un camino intermedio entre el capitalismo y el socialismo? Mises lo descarta

En Junio de 1959, Ludwig von Mises dictó seis conferencias en Buenos Aires. Éstas fueron luego publicadas y las consideramos con los alumnos de la UBA Económicas, Historia del Pensamiento Económico II, Escuela Austriaca. Su tercera conferencia se tituló “Intervencionismo” y trata ahora sobre ese supuesto “tercer camino”. Mises comenta:

Mises3

“La idea que existe un tercer sistema – entre el socialismo y el capitalismo – como sus sostenedores dicen, un sistema tan alejado del socialismo como lo está del capitalismo pero que retiene las ventajas y evita las desventajas de cada uno, es puro disparate. La gente que cree en tan mítico sistema puede convertirse en realmente poética cuando  elogian la gloria del intervencionismo. Se puede decir, solamente, que están equivocados.

La interferencia del gobierno, que ellos elogian, provoca condiciones que a ellos mismos les disgustan. Uno de los problemas que trataré más adelante es el proteccionismo. El gobierno trata de aislar el mercado doméstico respecto al mercado mundial. Impone tarifas que elevan el precio doméstico de un producto por sobre el precio en el mercado mundial, haciendo posible a los productores domésticos formar cárteles. Los cárteles entonces son atacados por el gobierno declarando: ‘Bajo estas condiciones, es necesaria una legislación anti – cártel’

Esta es precisamente la situación con la mayoría de los gobiernos europeos. En los EEUU, hay además otras razones para la legislación anti – trust y la campaña del gobierno contra el fantasma del monopolio Es absurdo ver al gobierno – que crea por su propia intervención las condiciones que hacen posible la emergencia de cárteles domésticos – señalar con el dedo a las empresas, diciendo: ‘Hay cárteles, por lo tanto la interferencia del gobierno en los negocios es necesaria’. Sería mucho más simple evitar los cárteles terminando la interferencia del gobierno en el mercado – una interferencia que hace posibles estos cárteles.

La idea de la interferencia del gobierno como una ‘solución’ a los problemas económicos lleva, en cada país, a condiciones que, por lo menos, son bastante insatisfactorias y, a menudo, caóticas. Si el gobierno no se detiene a tiempo, fomentará el socialismo. Sin embargo, la interferencia del gobierno en los negocios es todavía muy popular. Tan pronto como a alguien no le gusta algo que sucede en el mundo, dice: ‘El gobierno debería hacer algo al respecto. ¿Para qué tenemos un gobierno? El gobierno debería hacerlo.’ Y este es un resabio de pensamiento característico de épocas pasadas, de épocas que precedían a la libertad moderna, al moderno gobierno constitucional, antes del gobierno representativo o del republicanismo moderno.

Por siglos existió la doctrina – sostenida y aceptada por todos – que un rey, un rey ungido – era el mensajero de Dios; tenía más sabiduría que sus súbditos; y tenía poderes sobrenaturales. Tan recientemente como a principios del Siglo XIX, la gente que sufría de ciertas enfermedades esperaba ser curada por el toque real, por la mano del rey. Los doctores eran generalmente mejores; sin embargo, hacían que sus pacientes se trataran con el rey.

Esta doctrina de la superioridad del gobierno paternal, de los poderes sobrenaturales y sobrehumanos de los reyes hereditarios, ha desaparecido gradualmente – o por lo menos eso creíamos. Pero apareció nuevamente. Hubo un profesor alemán llamado Werner Sombart (lo conocí muy bien), que era conocido en todo el mundo; era doctor honorario de muchas universidades y miembro honorario de la American Economic Association. Ese profesor escribió un libro que se encuentra disponible en una traducción al inglés, publicada por la Princeton University Press; también existe una traducción al francés, y probablemente exista una versión en español. Y espero que exista porque deseo que verifiquen lo que estoy diciendo. En este libro – publicado en nuestro siglo y no en la Edad Media – Werner Sombart, profesor de Economía, simplemente dice: ‘El Führer, nuestro Führer,’ – desde ya se refiere a Hitler – ‘recibe sus órdenes directamente de Dios, el Führer del Universo’

Antes ya mencioné esta jerarquía de Führers, y en esta jerarquía mencioné a Hitler como el ‘Supremo Führer’… Pero existe, de acuerdo con Werner Sombart, un más alto Führer: Dios, el Führer del Universo. Y Dios, escribió, le da Sus órdenes directamente a Hitler. Desde ya, el Profesor Sombart dijo, bastante modestamente; ‘No sabemos cómo Dios se comunica con el Führer. Pero el hecho no puede negarse’

Ahora, si oyen que dicho libro puede ser publicado en idioma alemán, el idioma de una nación que una vez fue aclamada como ‘la nación de los filósofos y de los poetas’, y ven que puede ser traducido al inglés y al francés, no podrán asombrarse del hecho que un pequeño burócrata se considere a sí mismo mejor y más inteligente que los ciudadanos y desee interferir en todo, aunque sea solamente un pobre minúsculo burócrata, y no el famoso Profesor Werner Sombart, miembro honorario de lo que sea.

¿Existe un remedio contra estas cosas? Yo diría que sí, que hay un remedio. Y este remedio es el poder los ciudadanos; tienen que impedir que se establezca un régimen tan autocrático que se arroga una mayor sabiduría que la del ciudadano común. Esta es la diferencia fundamental entre la libertad y la servidumbre. Las naciones socialistas han usurpado para sí mismas el término democracia. Los rusos llaman a su sistema Democracia Popular, probablemente sostienen que la gente está representada en la persona del dictador. Creo que a un dictador, Juan Perón aquí en la Argentina, se le dio una buena respuesta cuando se lo forzó al exilio en 1955. Esperemos  que otros dictadores, en otras naciones, se les dé una respuesta similar.”

Intervencionismo: ¿existe un tercer camino entre el socialismo y el capitalismo? Mises dice que no

En Junio de 1959, Ludwig von Mises dictó seis conferencias en Buenos Aires. Éstas fueron luego publicadas y las consideramos con los alumnos de la UBA en Derecho. Su tercera conferencia se tituló “Intervencionismo” y trata ahora sobre ese supuesto “tercer camino”. Mises comenta:

Mises3

“La idea que existe un tercer sistema – entre el socialismo y el capitalismo – como sus sostenedores dicen, un sistema tan alejado del socialismo como lo está del capitalismo pero que retiene las ventajas y evita las desventajas de cada uno, es puro disparate. La gente que cree en tan mítico sistema puede convertirse en realmente poética cuando  elogian la gloria del intervencionismo. Se puede decir, solamente, que están equivocados.

La interferencia del gobierno, que ellos elogian, provoca condiciones que a ellos mismos les disgustan. Uno de los problemas que trataré más adelante es el proteccionismo. El gobierno trata de aislar el mercado doméstico respecto al mercado mundial. Impone tarifas que elevan el precio doméstico de un producto por sobre el precio en el mercado mundial, haciendo posible a los productores domésticos formar cárteles. Los cárteles entonces son atacados por el gobierno declarando: ‘Bajo estas condiciones, es necesaria una legislación anti – cártel’

Esta es precisamente la situación con la mayoría de los gobiernos europeos. En los EEUU, hay además otras razones para la legislación anti – trust y la campaña del gobierno contra el fantasma del monopolio Es absurdo ver al gobierno – que crea por su propia intervención las condiciones que hacen posible la emergencia de cárteles domésticos – señalar con el dedo a las empresas, diciendo: ‘Hay cárteles, por lo tanto la interferencia del gobierno en los negocios es necesaria’. Sería mucho más simple evitar los cárteles terminando la interferencia del gobierno en el mercado – una interferencia que hace posibles estos cárteles.

La idea de la interferencia del gobierno como una ‘solución’ a los problemas económicos lleva, en cada país, a condiciones que, por lo menos, son bastante insatisfactorias y, a menudo, caóticas. Si el gobierno no se detiene a tiempo, fomentará el socialismo. Sin embargo, la interferencia del gobierno en los negocios es todavía muy popular. Tan pronto como a alguien no le gusta algo que sucede en el mundo, dice: ‘El gobierno debería hacer algo al respecto. ¿Para qué tenemos un gobierno? El gobierno debería hacerlo.’ Y este es un resabio de pensamiento característico de épocas pasadas, de épocas que precedían a la libertad moderna, al moderno gobierno constitucional, antes del gobierno representativo o del republicanismo moderno.

Por siglos existió la doctrina – sostenida y aceptada por todos – que un rey, un rey ungido – era el mensajero de Dios; tenía más sabiduría que sus súbditos; y tenía poderes sobrenaturales. Tan recientemente como a principios del Siglo XIX, la gente que sufría de ciertas enfermedades esperaba ser curada por el toque real, por la mano del rey. Los doctores eran generalmente mejores; sin embargo, hacían que sus pacientes se trataran con el rey.

Esta doctrina de la superioridad del gobierno paternal, de los poderes sobrenaturales y sobrehumanos de los reyes hereditarios, ha desaparecido gradualmente – o por lo menos eso creíamos. Pero apareció nuevamente. Hubo un profesor alemán llamado Werner Sombart (lo conocí muy bien), que era conocido en todo el mundo; era doctor honorario de muchas universidades y miembro honorario de la American Economic Association. Ese profesor escribió un libro que se encuentra disponible en una traducción al inglés, publicada por la Princeton University Press; también existe una traducción al francés, y probablemente exista una versión en español. Y espero que exista porque deseo que verifiquen lo que estoy diciendo. En este libro – publicado en nuestro siglo y no en la Edad Media – Werner Sombart, profesor de Economía, simplemente dice: ‘El Führer, nuestro Führer,’ – desde ya se refiere a Hitler – ‘recibe sus órdenes directamente de Dios, el Führer del Universo’

Antes ya mencioné esta jerarquía de Führers, y en esta jerarquía mencioné a Hitler como el ‘Supremo Führer’… Pero existe, de acuerdo con Werner Sombart, un más alto Führer: Dios, el Führer del Universo. Y Dios, escribió, le da Sus órdenes directamente a Hitler. Desde ya, el Profesor Sombart dijo, bastante modestamente; ‘No sabemos cómo Dios se comunica con el Führer. Pero el hecho no puede negarse’

Ahora, si oyen que dicho libro puede ser publicado en idioma alemán, el idioma de una nación que una vez fue aclamada como ‘la nación de los filósofos y de los poetas’, y ven que puede ser traducido al inglés y al francés, no podrán asombrarse del hecho que un pequeño burócrata se considere a sí mismo mejor y más inteligente que los ciudadanos y desee interferir en todo, aunque sea solamente un pobre minúsculo burócrata, y no el famoso Profesor Werner Sombart, miembro honorario de lo que sea.

¿Existe un remedio contra estas cosas? Yo diría que sí, que hay un remedio. Y este remedio es el poder los ciudadanos; tienen que impedir que se establezca un régimen tan autocrático que se arroga una mayor sabiduría que la del ciudadano común. Esta es la diferencia fundamental entre la libertad y la servidumbre. Las naciones socialistas han usurpado para sí mismas el término democracia. Los rusos llaman a su sistema Democracia Popular, probablemente sostienen que la gente está representada en la persona del dictador. Creo que a un dictador, Juan Perón aquí en la Argentina, se le dio una buena respuesta cuando se lo forzó al exilio en 1955. Esperemos  que otros dictadores, en otras naciones, se les dé una respuesta similar.”

¿El ‘fin de la historia’ sería más ‘capitalismo político’ que democracia liberal y economía de Mercado?

En el Cato Journal, Randall Holcombe, De Voe Moore Professor of Economics at Florida State University, analiza el concepto de ‘capitalismo político’. ¿Sería el ‘fin de la historia’?: http://www.cato.org/cato-journal/winter-2015

“Tras la caída del Muro de Berlín y el desmembramiento de la Unión Soviética, Fukuyama describió al gobierno democrático liberal y la economía de mercado como el ‘fin de la historia’, en el sentido que representaban el fin de la evolución de los sistemas económicos y políticos. El modelo del ‘capitalismo político’ cuenta una historia diferente, porque existe un conflicto inherente entre una economía de mercado y un gobierno democrático. La economía de mercado se basa en derechos de propiedad claramente definidos e interacción entre individuos a través de intercambios voluntarios. La gente puede obtener recursos, bienes y servicios de otros, solamente si estos están de acuerdo. Por el contrario, el gobierno democrático permite que el poder político extraiga recursos de otros sin su consentimiento. En el marco de la democracia mayoritaria, la mayoría puede usar el proceso político para extraer recursos por la fuerza de una minoría, pero en el marco del dominio de una elite o un pluralismo sesgado, una minoría es capaz de usar el proceso político que controlan para extraer recursos de las masas.

Ya sea que el gobierno democrático sea controlado por las elites o las masas, el conflicto entre la democracia y la economía de mercado surge debido a que en la economía de mercado la interacción personal ocurre solamente cuando todas las partes de esa interacción acuerdan, mientras que la base del gobierno democrático es que permite a algunos usar la fuerza del gobierno para apropiarse de recursos y transferirlos a otros. Hay una inherente tensión entre un sistema político democrático y un sistema económico basado en el mercado. Un buen ejemplo se encuentra en el análisis de Piketty (2014) sobre el capitalismo, donde ve a la economía de mercado generando crecientes niveles de desigualdad, y propone crecientes impuestos progresivos sobre el ingreso (hasta una tasa marginal del 80%) y sobre la propiedad del capital. Piketty ve la tensión entre la economía de mercado y el gobierno democrático, y urge a este último a confiscar ingresos y riqueza del otro, no para producir bienes públicos sino para reducir la desigualdad.

Esta tensión también fue señalada por Hayek (1944), quien vio a la asignación de recursos por el estado como el camino a la servidumbre y explicó cómo en el gobierno, cuyo propósito esencial es forzar a la gente a que cumpla sus normas y políticas, los peores llegan a la cima. Schumpeter (1947) también vio esta tensión, notando que quienes más se benefician del capitalismo no van a hacer mucho para defenderlo. Esta tensión entre capitalismo y democracia ha crecido a medida que aumentó el tamaño del estado. Esto es más aparente en el siglo XXI, donde las empresas usan su influencia política no para apoyar mercados libres sino para crear políticas que afirmen su posición en la elite económica para evitar ser las víctimas de la destrucción creativa que caracteriza a la economía de mercado. Olson (1962) describe esa solidificación de los intereses creados en el tiempo como la causa del declive de las naciones. Las instituciones de la democracia a la larga socavan las instituciones del mercado.

Baumol (1990. 1993) muestra a la empresarialidad como el motor del progreso económico, pero nota que cuando las instituciones están diseñadas para que los individuos se beneficien utilizando la fuerza del gobierno para transferir recursos de otros a ellos, los impulsos emprendedores de la gente se vuelven actividades predatorias y destructivas. Hay reducidas oportunidades para la empresarialidad política que mejora el bienestar, pero no hay límite para la actividad predatoria que impone costos en algunos para ganar el apoyo de otros. El ‘capitalismo político’ socava tanto la democracia liberal como la economía de mercado diseñando reglas que colocan el control de la asignación de recursos económicos en manos de una minoría. Diseñan las reglas para retener esa posición de elite.

Parece haber fuertes argumentos para pensar que el ‘fin de la historia’ será más este ‘capitalismo político’ que la democracia liberal y la economía de mercado.”

Movilidad social: el ‘capitalismo de amigos’ es como regresar del capitalismo a la Edad Media

En Junio de 1959, Ludwig von Mises dictó seis conferencias en Buenos Aires. Éstas fueron luego publicadas y las consideramos con los alumnos de la UBA en Derecho. Su segunda conferencia se tituló “Socialismo” y trata ese tema:

“Las diferencias dentro de una sociedad capitalista no son las mismas que existen en una sociedad socialista. En la Edad Media – y aún mucho más tarde en muchos países – una familia podía ser una familia aristocrática y poseer una gran riqueza, podía ser una familia de duques por centenares y centenares de años, cualquiera fueren sus calidades, sus talentos, su carácter o su moral. Pero, bajo las modernas condiciones capitalistas, existe lo que ha sido técnicamente descrito por los sociólogos como ‘movilidad social’. El principio básico del funcionamiento de esta movilidad social, de acuerdo con el sociólogo y economista italiano Vilfredo Pareto, es ‘la circulation des élites’ (la circulación de las elites).

Esto significa que siempre hay gente que está al tope de la escala social, que son ricos, que son políticamente importantes, pero esta gente – estas elites – están cambiando continuamente. Esto es completamente cierto en una sociedad capitalista. Y no era cierto para una sociedad de ‘status’, precapitalista. Las familias que eran consideradas las grandes familias aristocráticas de Europa, hoy todavía son las mismas familias o, digamos, son los descendientes de las familias que eran las más destacadas en Europa, 800 o 1000 años atrás. Los Capetos de Borbón – quienes por largo tiempo gobernaron aquí en la Argentina – eran una casa real ya en el Siglo X. Estos reyes gobernaron el territorio que es hoy conocido como Ile-de-France, extendiendo su reinado de generación en generación. Pero en una sociedad capitalista existe una permanente movilidad: pobres que se convierten en ricos y los descendientes de esa gente rica que pierden su riqueza y se convierten en pobres. Hoy vi, en una librería en una calle céntrica de Buenos Aires, una biografía de un hombre de negocios que fue tan eminente, tan importante, tan característico de los grandes negocios en el Siglo XIX en Europa, que aún en este país, tan lejos de Europa, la librería tenía copias de su biografía. Por coincidencia conozco al nieto de este hombre. Tiene el mismo nombre que tenía su abuelo y todavía tiene el derecho a utilizar el título de nobleza que su abuelo – quien había comenzado como un herrero – había recibido ochenta años atrás. Hoy su nieto es un pobre fotógrafo en la ciudad de Nueva York. Otra gente, que eran pobres en el momento en que el abuelo de este fotógrafo se convertía en uno de los más grandes empresarios industriales de Europa, son hoy capitanes de la industria. Cada uno tiene la libertad de cambiar su ‘status’. Esta es la diferencia entre el sistema de ‘status’ y el sistema capitalista de libertad económica, en el cual cada uno puede echarse la culpa sólo a sí mismo si no alcanza la posición a la que desea llegar.

El más famoso empresario industrial del Siglo XX, hasta ahora, es Henry Ford. Comenzó con unos pocos centenares de dólares que había tomado en préstamo de sus amigos, y en muy corto tiempo desarrolló una de las más importantes grandes empresas de negocio del mundo. Y pueden descubrirse cientos de estos casos todos los días. Cotidianamente, el New York Times publica largos avisos de gente que ha muerto. Si se leen estas biografías, se puede encontrar el nombre de un eminente hombre de negocios que empezó vendiendo diarios en las esquinas de Nueva York. O empezó como un cadete de oficina, y en el momento de su muerte era el presidente de la misma empresa bancaria en la que comenzó en el nivel más bajo de la escala. Desde luego, no todas las personas pueden alcanzar estas posiciones. No toda la gente desea alcanzarlas. Hay gente que está más interesada en otros problemas y, para esta gente, se abren hoy otros caminos que no estaban abiertos en los días de la sociedad feudal, en los tiempos de la sociedad de ‘status’.

Lamentablemente, en el ‘capitalismo de amigos’ que nos rodea, la ‘movilidad social’ depende de la amistad con el poder de turno y los privilegios que así se obtienen. Hay muy pocos pobres en este país llegan a ricos compitiendo en el mercado, que está reservado para los amigos del poder.