¿En qué medida son las instituciones el fruto de la ‘evolución espontánea’? Y la mano del legislador? (II)

Del Libro «El Foro y el Bazar»:

La recuperación de las teorías evolutivas  para las ciencias sociales, si bien estaba presente en Frederic Bastiat y Herbert Spencer, se produce con Carl Menger (1840-1921) el fundador de la Escuela Austriaca, reconocido como uno de los autores de la teoría subjetiva del valor basada en la utilidad marginal decreciente. Menger quería refutar al Historicismo alemán, el que negaba el individualismo metodológico y la existencia de leyes económicas asociadas a regularidades de conducta y las vinculara con entes agregados tales como la nación, buscando regularidades  inducidas a partir de eventos históricos.

Menger sostenía que las ciencias sociales debían explicar ciertos fenómenos evolutivos como el origen del dinero, los lenguajes, los mercados y la ley. En uno de sus trabajos mas interesantes (1985), descarta que el origen de las monedas sea una convención o un ley, ya que “presupone el origen pragmático del dinero y de la selección de esos metales, y esa presuposición no es histórica” (p. 212). Considera necesario tomar en cuenta el grado de “liquidez” de los bienes, es decir, la regularidad o facilidad con la que puede recurrirse a su venta. Y suelen elegirse aquellos productos que sean de fácil colocación, por un lado, y que mantengan el valor por el cual han sido comprados al momento de su venta, esto es, que no presenten diferencias entre un precio “comprador” y otro “vendedor”[1].

Una moneda será aceptada dependiendo:

  1. “Del número de personas que aún necesitan la mercancía en cuestión y de lamedida y la intensidad de esa necesidad, que no ha sido satisfecha o que es constante.
  2. Del poder adquisitivo de esas personas.
  3. De la cantidad de mercancía disponible en relación con la necesidad (total), no satisfecha todavía, que se tiene de ella.
  4. De la divisibilidad de la mercancía, y de cualquier otro modo por el cual se la pueda ajustar a las necesidades de cada uno de los clientes.
  5. Del desarrollo del mercado y, en especial, de la especulación; y por último,
  6. Del número y de la naturaleza de las limitaciones que, social y políticamente, se han impuesto al intercambio y al consumo con respecto a la mercancía en cuestión.”(p. 218)

Entonces, termina cumpliendo el papel de moneda aquél producto que permite a la gente pasar de un producto menos “líquido” hacia otro más “líquido”. Desde este punto de vista, el origen de la moneda tiene una clara característica de “espontáneo” u evolutivo, el resultado de la acción humana, no del designio humano[2].

[1] “El hombre que va al mercado con sus productos, en general intenta desprenderse de ellos pero de ningún modo a un precio cualquiera, sino a aquel que se corresponda con la situación económica general. Si hemos de indagar los diferentes grados de liquidez de los bienes de modo tal de demostrar el peso que tienen en la vida práctica, sólo podemos hacerlo estudiando la mayor o menor facilidad con la que resulta posible desprenderse de ellos a precios que se correspondan con la situación económica general, es decir, a precios económicos. Una mercancía es más o menos liquida si podemos, con mayor o menor perspectiva de éxito, desprendernos de ella a precios compatibles con la situación económica general, a precios económicos. (p. 217)

[2] “No es imposible que los medios de cambio, sirviendo como lo hacen al bien común, en el sentido más absoluto del término, sean instituidos a través de la legislación, tal como ocurre con otras instituciones sociales. Pero ésta no es la única ni la principal modalidad que ha dado origen al dinero. Su génesis deberá buscarse detenidamente en el proceso que hemos descripto, a pesar de que la naturaleza de ese proceso sólo sería explicada de manera incompleta si tuviéramos que denominarlo «orgánica’, o señalar al dinero como algo «primordial», de «crecimiento primitivo», y así sucesivamente. Dejando de lado premisas poco sólidas desde el punto de vista histórico, sólo podemos entender el origen del dinero si aprendemos a considerar el establecimiento del procedimiento social del cual nos estamos ocupando como un resultado espontáneo, como la consecuencia no prevista de los esfuerzos individuales y especiales de los miembros de una sociedad que poco a poco fue hallando su camino hacia una discriminación de los diferentes grados de liquidez de los productos.” (p. 223)

¿En qué medida son las instituciones el fruto de la ‘evolución espontánea’? Y la mano del legislador? (I)

Del libro «El Foro y el Bazar»

¿En qué medida son las instituciones el fruto de la “evolución espontánea”? ¿Acaso no hace falta una “mano visible” del político, del legislador, para modificar las instituciones? Es decir, el concepto de “espontáneo” puede a veces interpretarse como algo “que sucede” sin que nadie haga necesariamente nada. Por supuesto que esto no es así, la evolución espontánea, en palabras de Adam Ferguson es el resultado de la “acción humana, no del designio humano”. En otras palabras, el resultado no esperado o buscado de las acciones humanas. Por ejemplo, cuando nuestros ancestros comenzaron a utilizar ciertos bienes como medios de intercambio, no tenían idea que estuvieran creando la “moneda”, pero el resultado de sus acciones fue precisamente eso. Los primeros hombres de negocios que se asociaron y generaron los primeros acuerdos y contratos que dieron origen a las “sociedades comerciales” simplemente querían resolver los temas vinculados con su negocio en particular y no se planteaban generar una nueva figura jurídica que hoy se encuentra por millones en todo el planeta.

La idea del orden espontaneo que emerge como resultado de las acciones voluntarias de los individuos y no de las decisiones de un gobierno es clave en la economía y fue desarrollada principalmente por quienes fueron también precursores de esta ciencia. Esta visión fue luego abandonada en las ciencias sociales debido al predominio del constructivismo positivista del siglo XIX con una confianza ciega en la razón y en la capacidad del hombre de generar el tipo de sociedad perfecta, o el tipo de política económica perfecta. Esto resulto especialmente dañino en el ámbito de la economía donde los intentos de dirigir y planificar los mercados fracasaron repetidamente. La concepción evolutiva, sin embargo, se traslado a las ciencias naturales y floreció a partir de los aportes de Charles Darwin.

La teoría de los órdenes espontáneos se ocupa de analizar aquellas regularidades que encontramos en la sociedad que no se originan en acciones deliberadas ni son fenómenos naturales que suceden independientemente de las acciones humanas. Estos patrones de conducta originan órdenes que parecieran ser el resultado de alguna “mano visible” pero son en verdad la consecuencia no buscada, son procesos de tipo “mano invisible”.

Si bien algunos autores mencionan antecedentes de esta visión en los escolásticos de la Escuela de Salamanca, es Bernard de Mandeville (1670-1733) el que más impacto tuviera en los principales autores del “iluminismo escocés”. En su libro “La Fabula de las Abejas: o Vicios Privados, Beneficios Públicos” presento una osada idea para ese entonces demostrando los beneficios sociales que se obtenían de las motivaciones interesadas y la preferencia por ciertos “vicios” tales como el lujo, el pecado, la corrupción. Aunque presentada en forma agresiva, y aunque le discutieran porque tenía que considerarse un vicio cualquier consumo por encima de las necesidades más básicas de alimento, vivienda o abrigo, la importancia del argumento presentado por Mandeville era que presentaba a las pasiones del ser humano como no dañinas y que un orden podía existir sin la necesidad de reprimir los instintos humanos más básicos. Un orden era posible con las limitaciones de los seres humanos reales, sin necesidad de que todos llegaran a actuar desinteresadamente.

Precisamente, en la famosa frase de la “mano invisible” de Adam Smith hace referencia a eso, a que los individuos persiguen su propio interés y al hacerlo terminan contribuyendo al bienestar común, aun mas que si se hubieran puesto a este como propósito. No es de extrañar que Hume, siendo tan escéptico respecto a los fundamentos del conocimiento humano y la posibilidad de alumbrar principios morales a través de la razón, descreyera de la posibilidad que individuos razonables alcanzaran un contrato social y enfatizara el origen espontaneo de las normas.

Teorías evolutivas, darwinismo social: ¿todo lo que ha evolucionado es necesariamente bueno?

Con los alumnos de la UBA Económicas vemos a Hayek, en su último libro “La Arrogancia Fatal”, sobre las teorías evolutivas:

 Hayek4

“Nadie que pretenda aplicar un enfoque evolucionista al estudio de los procesos culturales dejará de advertir la hostilidad con que sus conclusiones serán seguramente recibidas. Tal rechazo deriva, en parte, del que producen las tesis esgrimidas por los «científicos sociales» que, en el siglo XIX, tuvieron que recurrir a Darwin para acceder a un método en el que eran ya expertos quienes les precedieron en el estudio de su propia disciplina y que tan flaco servicio rindieron a la evolución cultural al desacreditarla como consecuencia del empleo de erróneos planteamientos metodológicos.

El darwinismo social yerra en muchos aspectos. Ahora bien, las duras críticas que hoy se lanzan contra él no dejan de ser fruto también de su radical rechazo de esa arrogancia fatal que pretende que el hombre puede moldear a su gusto la realidad circundante. Y aunque este último planteamiento nada tiene que ver con la teoría de la evolución correctamente entendida, en lo que a las disciplinas humanas atañe no es inusual que se recurra a esa confusión metodológica (así como a otros evidentes errores que vician también al darwinismo social) para justificar el rechazo de toda explicación evolutiva.

Bertrand Russell proporciona un buen ejemplo al respecto cuando afirma que «si fuera cierta la tesis sobre la que se basa la ética evolucionista, no tendríamos por qué preocuparnos del curso de la evolución, puesto que (23) cualquier resultado, por definición, siempre sería el mejor» (1910/1966:24). Este argumento, que A.G.N. Flew (1967:48) considera «decisivo», no pasa de ser un malentendido. Nunca he pretendido defender lo que hoy se ha dado en llamar la falacia genética o naturalista. En modo alguno afirmo que el resultado de la selección de los hábitos de comportamiento tenga por qué ser siempre reputado «bueno», al igual que nunca me atrevería a afirmar que otros entes que han conseguido superar con éxito la prueba de la evolución —por ejemplo, la especie de las cucarachas— tengan algún valor moral.

Insisto, sin embargo, en que, nos guste o no, de no quedar condicionado nuestro comportamiento por las instituciones tradicionales a las que vengo haciendo referencia, nuestra actual civilización (inseparable a su vez de la sociedad extensa) quedaría privada de toda posibilidad de sobrevivir (mientras que el «desastre» ecológico que significaría la extinción de las cucarachas en modo alguno afectaría de manera esencial al futuro de nuestra especie). Afirmo, igualmente, que si la humanidad se negara a asumir las mencionadas tradiciones —al impulso quizá de alguna errada apreciación (derivada probablemente de alguna falacia naturalista) acerca de lo que debe considerarse acorde con la razón—, condenará a la muerte y a la miseria a gran parte de la población actual. Sólo teniendo en cuenta esta situación podrá el individuo decidir lo que más le conviene, puesto que sólo entonces dispondrá de la requerida información sobre lo que es bueno y correcto.

Aunque es indudable que no puede determinarse lo que es correcto a partir sólo de los simples hechos, ideas erróneas acerca de lo que es razonable y bueno pueden cambiar los hechos y circunstancias en que vivimos; pueden destruir, quizá irremediablemente, no sólo el actual prototipo humano altamente evolucionado, sino también los sofisticados centros urbanos sobre los que normalmente descansa nuestra civilización, así como las obras de arte y edificios (que, como es sabido, tantas veces son las víctimas preferidas del furor destructivo del reformismo ideológico o utópico), las tradiciones, las instituciones y los esquemas de convivencia sin los cuales los frutos de la civilización a los que hoy estamos habituados no sólo no habrían llegado a aparecer, sino que incluso, de ser destruidos, tampoco sería posible reconstruir.”

Los órdenes sociales evolutivos, Hayek habla de «cosmos» y «taxis», órdenes espontáneos o creados

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico II (Escuela Austriaca) en Económicas UBA, vemos los distintos órdenes sociales, taxis y cosmos, como los plantea Hayek:

Hayek

“Denominaremos «orden» a un estado de cosas en el cual una multiplicidad de elementos de diversa especie se relacionan entre sí de tal modo que el conocimiento de una porción espacial o temporal del conjunto nos permite formular acerca del resto unas expectativas adecuadas o que por lo menos gocen de una elevada probabilidad de resultar ciertas 3.Es evidente que. en este sentido, toda sociedad debe gozar de un orden y que muchas veces ese orden existirá sin haber sido deliberadamente creado Como ha dicho un conocido experto en antropología social, ‘«el que en la vida comunitaria existe un cierto orden, coherencia y regularidad es algo obvio; de otra manera, ninguno lograríamos ejercer una actividad normal ni satisfacer nuestras más elementales necesidades» .

Al vivir en sociedad y tener que cubrir la mayor parte de nuestras necesidades mediante diversas formas de mutua cooperación, es evidente que, por lo que respecta al ajeno actuar, el logro de nuestros propósitos dependerá de la coincidencia de nuestras expectativas con la realidad. Es tal coincidencia lo que refleja la existencia del orden social; descubrir cómo surge será el tema que nos ocupará de modo inmediato. La primera y casi inevitable respuesta que nuestros hábitos de pensar antropomórfico sugieren al respecto es que todo orden ha de ser fruto del designio de alguna mente’. Debido a ello, el concepto de orden no resulta muy popular entre los partidarios de la libertad, gozando en cambio de especial predicamento entre las gentes de inclinación autoritaria. El orden» social, según este enfoque, ha de basarse en la relación de mando y obediencia, es decir, en la existencia de una estructura en la que la voluntad del superior, y en última instancia la de una sola autoridad suprema, ha de determinar lo que a cada uno corresponde hacer.”

“Diversos son los términos que cabe utilizar para describir cada una de dichas clases de orden. El orden creado que hemos denominado exógeno u ordenación puede también ser calificado de estructura, orden artificial u organización, término este último especialmente adecuado cuando se trata de un orden social dirigido. Por su parte, el orden autógeno o endógeno queda debidamente especificado mediante la expresión orden espontáneo. El griego clásico tuvo la fortuna de disponer de vocablos diferentes para designar estos dos tipos de orden taxis para el creado (por ejemplo, el orden de batalla, y kosmos para el espontáneo (término que originalmente aludía al adecuado orden de un Estado o de una comunidad).”

“No resulta exagerado afirmar que las ciencias sociales nacen y se nutren del descubrimiento de la existencia de estructuras ordenadas que, aunque sean consecuencia de una actividad plural, no son resultado del designio humana. Esto es algo universalmente admitido hoy en día en diversos campos de la investigación científica. Aunque durante mucho tiempo se haya creído que hasta el lenguaje y la moral tenían que haber sido «inventados» por alguna mente genial, en la actualidad todo el mundo reconoce se trata tan sólo del resultado final de procesos evolutivos cuyos efectos nadie previó ni proyectó. En otras esferas científicas, sin embargo, cunde todavía la suspicacia ante la idea de que en los modelos sociales pueda presentarse un orden que no sea consecuencia de deliberada intervención. En la esfera económica, en particular, la famosa frase de Adam Smith relativa a la «mana invisible» sigue siendo vilipendiada; y, sin embargo, se trata de una expresión mediante la cual, en el lenguaje de su tiempo, dicho autor intentó expresar el hecho de que cada ser humano se ve obligado a contribuís al logro de fines que no entraba en su ánima colmar , Sí numerosos reformadores políticos siguen perorando contra el caos en que se debate la actividad económica, en la que tan sólo desorden perciben, ello se debe en parte a su incapacidad de concebir la existencia de un orden que no es producto de la creación deliberada, y en parte también a que, a su modo de ver, todo orden ha de pretender siempre algún conjunto de concretos fines, característica ésta que necesariamente ha de ser ajena al orden espontáneo.”

Smith, Darwin y Hayek: teorías evolutivas desde las ciencias sociales a las ciencias naturales, y vuelta

Con los alumnos de Applied Economics vemos los capítulos 17 y 18 del libro, sobre teorías evolutivas y la innovación tecnológica:

“Aunque solemos atribuir la creación de las teorías evolutivas a las ciencias naturales, y en particular a Darwin, la verdad es que su origen se encuentra en las ciencias sociales, de donde Darwin precisamente las sacó. El concepto de orden espontáneo y no guiado es de larga data, aunque su desarrollo principal se encuentra en los filósofos del iluminismo escocés.

Darwin

La más reconocida metáfora de los órdenes espontáneos corresponde también a otro escocés. Adam Smith la hizo famosa en su libro La riqueza de las naciones: es la “mano invisible”, según la cual cada individuo se esfuerza por encontrar el uso más ventajoso del capital que posee:

“Generalmente no intenta, en verdad, promover el interés público, ni sabe cuánto lo está promoviendo. Busca solamente su propia seguridad, y dirigiendo esa industria de forma tal que su producto sea del mayor valor, intenta sólo su propia ganancia, y resulta en esto, como en muchos otros casos, guiado por una mano invisible a promover un fin que no era parte de su intención. Persiguiendo su propio interés frecuentemente promueve el de la sociedad más efectivamente que cuando realmente intenta promoverlo.”

Estos órdenes espontáneos van produciendo procesos de selección, tal como lo explicó Darwin:

“Puede decirse que la selección natural está escrutando cada hora y día, en todo el mundo, cada variación, aun la más mínima, rechazando aquello que es malo, preservando y agregando aquello que es bueno; silenciosamente e insensiblemente trabajando, donde quiera y cuando sea que se presenta la oportunidad, en la mejora de cada ser orgánico en relación a sus condiciones orgánicas e inorgánicas de vida. No vemos ninguno de esos lentos cambios en progreso, hasta que la mano del tiempo ha marcado el largo paso de las épocas, y entonces nuestra visión es tan imperfecta respecto a épocas geológicas pasadas, que sólo vemos que las formas de vida son ahora diferentes de lo que fueron antes.”

Las instituciones que se han mencionado en estas páginas son el fruto de largos procesos evolutivos. El ser humano nunca existió sin reglas para la interacción con otros seres humanos, pero durante centenares de miles de años esas reglas no solamente no fueron “escritas”, sino tampoco “conocidas”. Eran aplicadas y cumplidas sin racionalizar su característica. Los antropólogos señalan que existen rastros de intercambios comerciales desde hace unos 100,000 años. Un intercambio presupone un concepto de propiedad, ya que, al ofrecer algo a cambio, se está aceptando la propiedad del otro bien. Pero la formalización del derecho de propiedad recién comenzaría con el asentamiento motivado por la agricultura hace unos 10,000 años, en particular en el área del Mediterráneo. El desarrollo del comercio y la formalización de la propiedad fueron generando una red de contactos y relaciones comerciales en toda la región que generó así su mayor prosperidad relativa. Posteriormente estos principios fueron recogidos por el derecho romano.

Y ese derecho, resultado de un proceso evolutivo, se encuentra en constante cambio y desarrollo, particularmente en el área de las nuevas tecnologías que abren campos insospechados. Cuando tratamos de construir un modelo particular, presuponemos que nuestra razón va a poder generar algo mejor que el resultado de esos procesos. No obstante, nuestra mente no está en condiciones de aprehender esos fenómenos tan complejos. Esto sucede particularmente en el área de las nuevas tecnologías, donde hay muchos ejemplos de intentos constructivistas fracasados.

Según North (2005), la arquitectura genética, que evolucionó en los tres millones de años en que los humanos nómades vivían de la caza y la pesca, se adaptaba a las relaciones dentro de pequeños grupos, lo que los predisponía al tipo de conducta cooperativa, que se produce a nivel de la tribu o el clan. Esto nos preparaba para los intercambios “personales”. Fuera del clan, la respuesta natural era la de no cooperar.

Superar esa respuesta natural requería visualizar las consecuencias de un mundo basado en las ventajas de los intercambios “impersonales”, típicamente el comercio. En un mundo autárquico, los individuos eran “generalistas” —debían conocer un poco de todo—, pero luego las posibilidades de realizar intercambios en forma más extendida, con gente a la que no se conoce, generó un tipo de incertidumbre hasta entonces desconocida. Antes era la incertidumbre sobre los fenómenos naturales y sobre la relación con los elementos; ahora era la incertidumbre “social”, sobre la conducta de los otros individuos.

A efectos de reducir esta incertidumbre “social”, fueron los hombres desarrollando distintos tipos de “instituciones”, como las letras de cambio, los bancos, las empresas, y era también necesario desarrollar una institución para garantizar el cumplimiento de los contratos. Esto llevó al desarrollo del Estado, como fuente de la actividad coercitiva.

Ahora bien, North plantea un dilema que no se ha podido resolver desde entonces: el mismo establecimiento de un gobierno con una fuerza coercitiva para proteger el derecho de propiedad a bajo costo da origen también a un gobierno con la capacidad de utilizar esa fuerza coercitiva para explotar a sus propios ciudadanos. Cómo crear una organización política fuerte, pero limitada, es algo que, según North, estamos lejos de comprender. Por cierto, no es algo que se obtenga de la noche a la mañana, ya que demanda la existencia de efectivas normas informales (valores, pautas morales y culturales) sobre las que se asientan las formales.

Para entender ese proceso de cambio, North dice que el paradigma económico de la teoría neoclásica no sirve, de ahí su acercamiento a Hayek, otro gran crítico de la misma. El foco de atención está ahora en la cultura, en el proceso de aprendizaje. Debemos comprender entonces que estamos frente a procesos sociales muy complejos, que ninguna mente en particular puede abarcar y mucho menos organizar. Es necesario, por consiguiente, permitir que se desarrollen los procesos evolutivos y no ponerle trabas ya que la ingeniería “social” va siempre detrás de la ingeniería tecnológica. Esto es particularmente evidente en las fronteras de la innovación tecnológica

 

¿Se originan las normas por evolución o por contrato? El ejemplo de los indios Montana y los castores

La norma evolutiva, se convierte en una norma general en tanto es aceptada por todos los miembros de una sociedad y esto permite coordinar sus acciones. Puede decirse que las personas han llegado a un “consenso” respecto de la norma. Buchanan llamaría a esto un “contrato” social. En algun punto la barrera que separa el concepto de consenso y el de contrato se vuelve borrosa, sobre todo cuando se interpreta la palabra contrato en sentido informal, o sea, no escrito.

Montanas

Tomemos un conocido ejemplo que comenta Buchanan (2009, p. 47). Se trata de los indios “montanas”, en la península de Labrador, actual territorio de Canadá, ejemplo mencionado por Demsetz (1987) para explicar el origen de los derechos de propiedad privada. Esta población aprovechaba la piel de los castores, sobre los que existía un derecho colectivo basado en el control del territorio por parte de la tribu. Es decir, la tribu reclamaba y defendía el derecho de propiedad sobre cierto territorio, dentro del cual se encontraban los castores pero cualquier miembro de la tribu podía cazarlos, no así los “extranjeros”. Con la llegada de los europeos se inicio el comercio de estas pieles y se origino la conocida “tragedia de la propiedad común”: cada miembro de esa sociedad tenia un incentivo a cazarlos y vender su piel pero nadie lo tenia para limitarse y permitir su reproducción. Como resultado de esto se hubiera producido el colapso y la extinción si no fuera que desarrollaron derechos de propiedad “privada” asignándose distintas parcelas entre si, generando con ello el incentivo a proteger un activo valioso.

Buchanan llama a la aceptación de esta norma por parte de los Labradores un “contrato”. Hayek llamaría a esto, probablemente, como el resultado de un proceso evolutivo, incluso no consciente. Tal vez la diferencia entre estos autores se encuentre en el grado de “raciocinio” que asignan a estos actores. Para Hayek, estarían motivados por su interés personal y la comprensión del problema de depredación que enfrentaban, pero no de la generación de un “contrato” o la introducción de una nueva institución. Los individuos de Buchanan serian más racionalistas[1].

Cómo se produjo realmente el acuerdo no lo sabemos[2]. Podemos especular acerca de las posibilidades:

  1. Una autoridad de la tribu impuso la nueva norma (esto significa también que fue aceptada por el resto, ya que fue cumplida).
  2. Esa misma autoridad propuso la norma y fue aceptada por el resto o por un grupo representativo del resto.
  3. Los miembros de la tribu o sus representantes se reunieron en asamblea, debatieron y adoptaron la nueva norma. Alguno propuso asignar derechos en forma privada.
  4. Unos, al ver que los castores mas cercanos a su propio lugar estaban desapareciendo comenzaron a vigilar la zona y controlar su caza y los demás lo aceptaron, haciendo lo propio en sus lugares cercanos.
  5. Algún grupo pequeño o apartado de la tribu se manejaba ya con su propio entorno como si fuera “privado” y los demás vieron que allí no había problemas de depredación.
  6. Un sentido de posesión de los castores ya existía y cuando deviene la escasez se activa. Dada la primitiva existencia de la posesión, como vimos en el Cap. 1, incluso presente en los animales y ancestros del ser humano, la familia o un grupo de familias podrían ocupar una zona y poseerla pero no preocuparse por limitar el acceso a los castores ya que no eran escasos. Cualquiera podía cazarlos aunque supieran que eran de la “zona de A”. Ahora que con escasos, A formaliza la posesión e impide la caza depredadora.

 

Las tres primeras alternativas se asocian con la visión contractualista, las otras tres con la evolucionista. Queda en manos de los historiadores determinar si fueron unas u otras, o tal vez otras diferentes. Tanto en una como en otra, sin embargo, existe al menos un individuo que tiene la idea, que lleva adelante la propuesta. Puede ser el líder o simplemente alguien que tiene la idea y la propone, o el primero que decide ejercer su derecho preexistente.

A éstos, a los que consciente o inconscientemente quieren producir cambios, los llamaremos empresarios institucionales. Éste es particularmente el caso con los autores que sostienen explícitamente el origen de las instituciones vía actos creativos deliberados, particularmente de un “contrato social”, como Thomas Hobbes, J.J. Rousseau y entre los modernos John Rawls y James Buchanan[3].

[1] “Como firma de internalizar las des-economías externas que fomentaba esta disposición de derechos, las tribus cambiaron de una estructura de uso común a una de propiedad privada. No es necesario que nos ocupemos aquí de  la exactitud histórica de esta versión,  o de la falta de ella. Pero nótese que Demsetz esencialmente “explica” un cambio en la estructura de los derechos recurriendo a un nuevo arreglo contractual que se hace conveniente debido a cambios exógenos en los datos económicos. Utiliza el ejemplo histórico para demostrar la proposición o el principio de que siempre habrá una tendencia a que las características de la estructura de derechos se modifiquen en la dirección que es mas eficiente en las condiciones que afronta la comunidad. No es posible discutir con esto, y se puede reconocer la contribución de Demsetz. Sin embargo,  no deberíamos cometer el error de decir que este enfoque explica el origen o el surgimiento de los derechos entre individuos o familias (tribus)con independencia de un acuerdo contractual, ya sea explicito o implícito. En este  modelo conceptual, los derechos de los varios participantes deben haber sido mutuamente reconocidos por todos los participantes antes de que se pudiera emprender mas negociaciones contractuales para modificar las  características estructurales” (Buchanan 2009, p.45).

[2] Demsetz cita a Leacock, Eleanor (American Anthropologist, American Anthropological Assoc., vol. 56, N° 5, parte 2, informe N° 78) pero de allí no se desprende con claridad como puede haber ocurrido.: «Hacia comienzos del siglo XVIII comenzamos a tener clara evidencia de que los territorios de caza y los acuerdos para atrapar animales por parte de familias individuales se estaban desarrollando en el área alrededor de Quebec. Las primeras referencias de tales acuerdos indican una distribución puramente temporaria de los territorios de caza. Ellos (algonquinos e iroqueses) se dividían a sí mismos en distintos grupos para poder cazar en forma más eficiente. Era la costumbre apropiarse pedazos de tierra de aproximadamente dos leguas cuadradas para cada grupo en los que cazaban en forma exclusiva. La propiedad de zonas de nutrias, sin embargo, ya había sido establecida y, cuando eran descubiertas, se marcaban apropiadamente. Un indio hambriento podía matar y comer las nutrias de otro si se dejaba en poder de su legítimo dueño la piel y la cola.”

[3] Dice Buchanan (2009): “Los preceptos para lograr vivir juntos no van a caer del cielo. Los hombres deben hacer uso de su propia inteligencia para imponer orden en el caos, inteligencia no en un sentido científico, orientada a la resolución de problemas, sino en un sentido mas difícil que implica llegar a un acuerdo entre ellos mismos y mantenerlo” (p.13).

Sicología evolutiva: ¿Es posible la cooperación voluntaria para resolver problemas de acción colectiva?

Los alumnos de Applied Economics ven los capítulos 5 y 6 del libro. En el 5 revisamos los incentivos de los políticos y los funcionarios. Pero en el 6, comenzamos a ver si es posible que existan soluciones voluntarias a los problemas de acción colectiva. Para ello, repasamos las contribuciones de la teoría de los juegos, la economía experimental y la sicología evolutiva. Aquí algunos comentarios sobre los aportes de ésta última:

La psicología evolutiva busca explicar la conducta de los seres humanos como resultado de largos procesos evolutivos donde han resultado seleccionadas ciertas características por medio de la selección natural que favorecen la supervivencia y la reproducción. Barkow, Cosmides y Tooby (1992) concluyen que existe un conjunto de supuestos e inferencias sobre los seres humanos, sus mentes y su interacción, a lo que denominan el Modelo Estándar de las Ciencias Sociales (MECS) que ha aislado a las ciencias sociales de las ciencias biológicas. Y si bien ciertos supuestos de ese modelo serían correctos, sus defectos explicarían ciertos problemas crónicos que se encuentran en las ciencias sociales. Según el MECS el ser humano nace como una “página en blanco” y la mente se estructura por el proceso de aprendizaje de las condiciones físicas y sociales del entorno. Los individuos “aprenden” su lenguaje, su cultura, a caminar.

Pero los avances de disciplinas tales como la biología evolutiva, las ciencias del conocimiento, la antropología social y biológica o la neurobiología permitirían derribar esta barrera y desarrollar un nuevo modelo que denominan “Modelo Causal Integrado” (MCI) cuyos elementos central incluyen sostener que la mente humana consiste en un conjunto de mecanismos para el procesamiento de información que residen en el sistema nervioso y que estos mecanismos y el “software” que los produce serían el resultado de la selección natural en entornos ancestrales. Muchos de estos mecanismos se especializaron en producir conductas que resuelven problemas de adaptación tales como la selección de parejas, la adquisición de lenguaje, las relaciones familiares y la cooperación. Estos mecanismos generan algo del contenido de la cultura humana, incluyendo ciertas conductas y representaciones lingüísticas. El contenido generado de esta forma está disponible para luego ser adoptado o modificado por los mecanismos psicológicos presentes en otros miembros de la población, los que también proveen información intencionalmente o no. Esto dispara ciertos procesos que explicarían la generalización de las normas en la sociedad.

Uno de los prominentes economistas que vinculara las teorías evolutivas a la economía y los mercados ha sido F. A. von Hayek, quien retomara por un lado, los desarrollos de los filósofos escoceses, en particular Bernard de Mandeville, David Hume, Adam Ferguson y Adam Smith quienes enfatizaran el carácter de orden espontáneo del mercado y su carácter evolutivo; por otro los aportes de Carl Menger, en particular el carácter evolutivo y espontáneo del dinero. Hayek sostiene que la evolución genética es demasiado lenta como para explicar el rápido desarrollo de la civilización, por lo que nuevas prácticas se extienden a través de la imitación y la adquisición de hábitos en un largo proceso en el que ciertas respuestas innatas son reemplazadas por normas aprendidas.

Esa selección de normas, según Hayek (1988), se produce al nivel de grupos, y no porque los individuos hayan comprendido que ciertas normas o conductas son más efectivas sino porque permitieron a los grupos que las adoptaran expandirse en número e incluso incluir a los que no fueran miembros del grupo. Mientras que la transmisión de reglas de conducta se produce de un individuo a otro, la selección de la norma se produce en base a la mayor o menor eficiencia del orden grupal que resulta de esas normas .

La teoría de la selección a nivel de grupo se ve enfrentada, tanto en la biología como en las ciencias sociales, por quienes sostienen que ésta se produce a nivel de los genes (Dawkins, 1982), explicando que la supervivencia de un cierto grupo se debe a la selección natural de ciertos genes, no de la selección del grupo en su conjunto. Sostienen estos autores que no hay un mecanismo que asegure que una cierta pauta de conducta que sea ventajosa para el grupo se sostenga, en cierta forma asumiendo el mismo supuesto de que el individuo maximiza su interés personal y, por lo tanto, ese mecanismo debería asegurar que los “free riders” no terminan siendo predominante en los grupos que presentan conductas cooperativas que resultan útiles. En otras palabras, aquellos grupos que son superiores porque sus individuos tienen conductas cooperativas, lo que fortalece al grupo, podrían verse invadidos por los “free riders” quienes sacarían provecho de esa cooperación sin tener que aportar lo propio. Los “free riders” se expandirían y desplazarían a los otros, alterando las características del grupo.

No obstante, aportes posteriores reafirman la hipótesis de la selección grupal y desarrollan los mecanismos por los que se explica. Que serían tres (Rowthorn et al, 2010): la selección favorecería a los grupos cooperativos, el castigo altruista y el conformismo.

El derecho, como el lenguaje, la moral y el mercado, es el resultado de un proceso evolutivo

Los alumnos de Public Choice completan una serie de lecturas leyendo el artículo de Alberto Benegas Lynch (h) “Hacia el autogobierno”(Libertas 23). De allí, algunos comentarios acerca de las características del derecho:

“Para que el hombre pueda pasar de lo que considera es un estado menos satisfactorio a uno que estima le reportará mayor satisfacción, resulta necesario que otros hombres no se interpongan en su camino recurriendo a la fuerza. Deben existir normas de conducta que tiendan a imposibilitar dicha obstaculización. Estas normas reconocen la facultad de cada uno de hacer con lo propio lo que considere pertinente, respetando iguales facultades de terceros. Esta facultad es otra forma de aludir al derecho, el cual está referido a la propiedad: al uso y disposición de lo propio, comenzando por la propia mente y el propio cuerpo y por lo que se ha obtenido originalmente a través del descubrimiento de un valor que no pertenece a otro o a través de transacciones libres y voluntarias (Kirzner, 1989: cap. 5; Nozick, 1974: cap. 7). La razón de la ley o las normas consiste en proteger el derecho de las personas, lo cual surge de un proceso de descubrimiento respecto de las formas de producir las que más adecuadamente preserven las facultades de las personas y faciliten la cooperación social. En paralelo con el avance del conocimiento, las referidas normas van evolucionando. La preservación de la intimidad frente a sofisticados dispositivos tecnológicos, los progresos en materia de ecología, la posibilidad de adjudicar ondas electromagnéticas y, en general, las nuevas ideas para mejor delimitar los derechos a través de la experiencia acumulada, hacen que el referido proceso de descubrimiento deba operar en un contexto evolutivo abierto. En este sentido, la ley no se inventa ni se diseña como pretenden los legisladores contemporáneos, sino que se descubre como era el caso en los comienzos del common law en Inglaterra y en el derecho romano durante el período más próspero de la república y la primera época del imperio (Leoni: 1961/1972: 82-4). Hoy, en gran medida, se considera que el poder legislativo cumple sus funciones en proporción directa con el número de leyes que promulga, sin percibir, como ha señalado Ripert, que la inflación legislativa deprecia la ley.”

“Contemporáneamente se entiende la ley como un conjunto de disposiciones, mandatos y códigos. Frente a cualquier problema se propone la promulgación de una nueva ley por la asamblea legislativa. De este modo, además de adulterarse el concepto del derecho, se crea una gran inseguridad jurídica ya que si el legislador puede rápidamente promulgar una ley también la puede abrogar o modificar con la misma celeridad. Los resultados eran distintos en los comienzos de los mencionados casos del common law y del derecho romano en que los jueces eran espectadores más que actores de un proceso competitivo en el que se iban tamizando y contrastando resultados y en el que se conjugaban elementos dinámicos en un contexto de permanencia de principios generales del derecho (Epstein, 1980: 255-6 y 266). El criterio y la perspectiva con que se analiza el derecho es distinta si se piensa que los contratos tienen lugar porque hay una ley que, desde arriba, concibe, diseña e inventa los correspondientes mecanismos (Fullner, 1981: 174-5) sin percibir, por ejemplo, que el derecho comercial durante la Edad Media, en Inglaterra, se elaboró y ejecutó de modo totalmente privado (Wooldrige, 1970: cap.5; Buckland, 1952; Berman, 1983: 333-356).”

“Se ha hecho un paralelo entre el derecho, el mercado y el lenguaje para resaltar como, en este último caso, algo de tanta trascendencia que resulta esencial para pensar y para transmitir pensamientos -salvo el Esperanto que resultó un fiasco- está íntegramente tejido y elaborado de modo espontáneo (Mandeville, 1714/1982: parte ii, sexto diálogo; Hayek, 1948: 88; Sowell, 1987: 68-70; Leoni, 1961/1972: 88; Bally, 1977: 18).”

 

El derecho de propiedad, su origen y la tragedia de su ausencia

Para que los intercambios se realicen es necesario que los participantes “posean” las cosas, es decir, tengan uno de los atributos de la propiedad que es el derecho de su dueño a transferir su posesión a otro. Cualquiera de nosotros sabe bien que si tomáramos a cambio algo que no es propiedad de quien nos lo da, estaríamos recibiendo un problema: con el verdadero dueño, quien se lanzaría a la carga a reclamar lo suyo o, en sociedades organizadas, lo haría por medio de la justicia.

Cuidamos la propiedad, porque significa riqueza. Nos permite disfrutar los ingresos o beneficios que sean provenientes de ella. Propiedad es todo tipo de posesión personal: nuestros animales, libros, relojes, autos, ropa, dinero. Es decir, pueden ser sujetos de propiedad todos los recursos naturales de la tierra (minerales, ríos, etc.), herramientas, máquinas, fábricas, escuelas, casas, calles, mercaderías y más aún, hasta nuestras habilidades y talentos: nuestra habilidad para producir, nuestra capacidad para trabajar o crear son nuestra propiedad .

La propiedad, en realidad, no significa que el propietario disfrute solamente de los beneficios que ésta pueda darle, debe también soportar todas las cargas y responsabilidades de lo que haga con ella. Le toca asumir los costos de su mantenimiento o mejora y hacerse cargo de las pérdidas que generen sus equivocadas decisiones.

La creciente extensión de la propiedad privada, favoreció e impulsó el avance de la civilización en dos sentidos. El primero de ellos es el incentivo al progreso: está claro que pondré mis mayores esfuerzos en cualquier tipo de actividad en la medida que pueda gozar plenamente de los frutos del esfuerzo realizado en el aprovechamiento de mis recursos. En otros términos, si mi único recurso es mi capacidad de trabajo, sólo me esforzaré si tengo la seguridad de que el fruto de mi esfuerzo me pertenece, es mi propiedad. Vano resulta tratar de inducir a las personas a esforzarse al máximo si luego el resultado de esta acción es utilizado por otro, si no ejercen sobre ese esfuerzo su derecho de propiedad.

El segundo aspecto por el cual la extensión de la propiedad privada favoreció el avance de la civilización se refiere a la protección de los recursos, es decir, de las cosas que son objeto de propiedad. El “propietario” es un “protector” ya que recaen sobre él los efectos de sus acciones: si cuida el recurso y lo multiplica se enriquece; si es negligente y permite su deterioro se empobrece. Pensemos esto respecto al lugar donde vivimos. Si cuidamos nuestra casa, la pintamos y reparamos mantendrá su valor, incluso puede aumentarlo si la mejoramos; pero si nos descuidamos y se deteriora recibimos una multa automática a través de la caída de su precio.

Cuando no hay propiedad nos encontramos con una “tragedia” ya que todos pueden utilizar el recurso y así termina depredado, no existe la posibilidad de “excluir” a nadie de su uso como tampoco nadie tiene incentivo para cuidarlo y mejorarlo. La capacidad de “excluir” es fundamental, no ya para la propiedad sino para la existencia misma de la sociedad. Imaginemos una situación en la que no pudiéramos excluir a nadie de ingresar en nuestras casas, sentarse en nuestro sillón, prender nuestro televisor, abrir nuestra heladera. Precisamente porque podemos excluir a quienes no queremos que entren en nuestra casa es que los que sí lo hace son “invitados”. Si cualquier pudiera ingresar y llevarse lo que quisiera la “tragedia” nos llevaría a no tener nada que no podamos consumir en el momento; regresaríamos a la mera subsistencia.

La propiedad estatal es “propiedad” de todos, y cuando el estado que es su formal propietario no cumple adecuadamente ese papel se asemeja a la ausencia de propiedad anterior. Esto lo vemos en los espacios públicos que aparecen abandonados, y depredados. Lo dice el viejo refrán: lo que es de todos no es de nadie. A diferencia de sus propiedades privadas, pocos individuos tienen el tiempo o los recursos para poder informarse de las políticas de manejo de los recursos públicos y menos aún de las operaciones diarias. Tampoco pueden razonablemente influenciar en cada una de las decisiones, por lo que éstas son tomadas por un grupo reducido de individuos: con lo que se separa la autoridad de la responsabilidad. Mientras los deseos de la mayoría se ven así diluidos, en cambio algunos intereses bien organizados pueden dirigir sus claros intentos a orientar el manejo de esos recursos hacia su beneficio, centrando sus esfuerzos en influenciar a los que los manejan.

Por último, la posesión de propiedad es también posesión de poder. En la medida que la propiedad privada permite que la posesión se encuentre dividida entre un gran número de personas propietarias, y no concentrada en un rey o en el estado, distribuye el poder e impide que se concentre y sea controlado por unos pocos. Cuando todo es propiedad del Estado la libertad desaparece.

Decisiones morales y sicología evolutiva: no llegamos al mundo como una página en blanco

Nora Bär publica un artículo en La Nación titulado “Decisiones morales: revelan sus engranajes cerebrales”: http://www.lanacion.com.ar/1712212-decisiones-morales-revelan-sus-engranajes-cerebrales

Se presenta como una novedad pensar que nuestras valoraciones morales pueden tener algún tipo de sustento cerebral y no que sean totalmente fruto de nuestra formación. Por ejemplo, dice:

“Nuestra civilización ubica a la moral en el pináculo de las creaciones culturales humanas y la atribuye casi por completo a la educación. Sin embargo, dos nuevos trabajos científicos que acaban de publicarse en Scientific Reports, del grupo Nature, y en el Journal of the American Medical Association (JAMA Neurology) sugieren que nuestro juicio moral depende de una variedad de otros procesos que a su vez tienen sustento biológico y pueden estar afectados tanto por experiencias psicoafectivas tempranas como por lesiones neurológicas.”

No es algo nuevo. Toda un área conocida como psicología evolutiva considera este tema y cuestiona el supuesto tradicional de que llegamos al mundo como una “hoja en blanco” y luego vamos formando nuestra conducta con lo que recibimos a través de nuestros sentidos.

Trato este tema en el Capítulo 6 del libro que se llama “¿Es posible la cooperación?” donde comento, entre otros, el trabajo de Cosmides & Tooby. En forma muy simple, digamos que nuestro cerebro no llega vacío a este mundo, sino que ya llega con algún “programa”. Y que no es solamente que lleguemos con el sistema operativo “Windows” o “Linux”, si no que traemos algo más. Siguiendo con el ejemplo, llegamos ya con Office, y estos “programas” son el fruto de largos procesos evolutivos.

Algunos párrafos del libro:

“La psicología evolutiva busca explicar la conducta de los seres humanos como resultado de largos procesos evolutivos donde han resultado seleccionadas ciertas características por medio de la selección natural que favorecen la supervivencia y la reproducción. Barkow, Cosmides y Tooby (1992) concluyen que existe un conjunto de supuestos e inferencias sobre los seres humanos, sus mentes y su interacción, a lo que denominan el Modelo Estándar de las Ciencias Sociales (MECS) que ha aislado a las ciencias sociales de las ciencias biológicas. Y si bien ciertos supuestos de ese modelo serían correctos, sus defectos explicarían ciertos problemas crónicos que se encuentran en las ciencias sociales. Según el MECS el ser humano nace como una “página en blanco” y la mente se estructura por el proceso de aprendizaje de las condiciones físicas y sociales del entorno. Los individuos “aprenden” su lenguaje, su cultura, a caminar.”

“Pero los avances de disciplinas tales como la biología evolutiva, las ciencias del conocimiento, la antropología social y biológica o la neurobiología permitirían derribar esta barrera y desarrollar un nuevo modelo que denominan “Modelo Causal Integrado” (MCI) cuyos elementos central incluyen sostener que la mente humana consiste en un conjunto de mecanismos para el procesamiento de información que residen en el sistema nervioso y que estos mecanismos y el “software” que los produce serían el resultado de la selección natural en entornos ancestrales. Muchos de estos mecanismos se especializaron en producir conductas que resuelven problemas de adaptación tales como la selección de parejas, la adquisición de lenguaje, las relaciones familiares y la cooperación. Estos mecanismos generan algo del contenido de la cultura humana, incluyendo ciertas conductas y representaciones lingüísticas. El contenido generado de esta forma está disponible para luego ser adoptado o modificado por los mecanismos psicológicos presentes en otros miembros de la población, los que también proveen información intencionalmente o no. Esto dispara ciertos procesos que explicarían la generalización de las normas en la sociedad.”

“Uno de los prominentes economistas que vinculara las teorías evolutivas a la economía y los mercados ha sido F. A. von Hayek, quien retomara por un lado, los desarrollos de los filósofos escoceses, en particular Bernard de Mandeville, David Hume, Adam Ferguson y Adam Smith quienes enfatizaran el carácter de orden espontáneo del mercado y su carácter evolutivo; por otro los aportes de Carl Menger, en particular el carácter evolutivo y espontáneo del dinero. Hayek sostiene que la evolución genética es demasiado lenta como para explicar el rápido desarrollo de la civilización, por lo que nuevas prácticas se extienden a través de la imitación y la adquisición de hábitos en un largo proceso en el que ciertas respuestas innatas son reemplazadas por normas aprendidas.”

En verdad, en la misma página de La Nación, un artículo de Facundo Manes, rector de la Universidad Favaloro plantea este tema: http://www.lanacion.com.ar/1712213-un-tema-cientifico-prioritario-para-la-sociedad

“Teorías evolutivas sugieren que la moralidad humana sería el producto de un rango de mecanismos cognitivos específicos diseñados por la selección natural para resolver problemas de cooperación que estaban presentes ya en las épocas de nuestros ancestros. Estos problemas incluyen altruismo, cooperación, mutualismo y resolución de conflictos. En los últimos años se ha producido un gran cuerpo de evidencia científica que desafía las visiones establecidas de la relación estrecha entre moralidad y racionalidad. En diversos experimentos se han documentado influencias inconscientes en el juicio moral con escaso contenido consciente. Tanto en estudios de neuroimágenes en voluntarios como en pacientes con lesión frontal se relacionó la respuesta a dilemas morales de manera no utilitaria con áreas cerebrales relacionadas con la emoción. Otros estudios mostraron que las razones que la gente aduce para justificar juicios morales son frecuentemente razonamientos realizados a posteriori de la decisión moral.”

Pero la conclusión de Bär plantea un tema peligroso. Si la moral no es fruto de nuestras decisiones o del entorno familiar, etc, que nos rodea, no podríamos atribuir responsabilidad a los comportamientos inmorales. Comentando sobre experimentos con jóvenes que vivieran “institucionalizados”, comenta: “Sin embargo, estos tests detectan daños muy sutiles en el juicio moral, que plantean dilemas incluso en el plano legal. ¿Habría que desarrollar herramientas más sensibles para evaluar la aptitud? ¿Se puede culpabilizar a adolescentes que tienen retraso madurativo en estas áreas? Sin duda, a la luz de estos conocimientos, habrá que dar éstas y otras discusiones.”