¿Es necesaria la confianza en la sociedad para tener buenas instituciones o éstas para que haya confianza?

Ya hemos hablado de este tema en el blog, ¿en qué dirección va la causalidad entre confianza e instituciones? ¿Cuándo una sociedad tiene altos niveles de confianza desarrolla entonces instituciones de calidad o es al revés, cuando tiene buenas instituciones puede extenderse la confianza entre sus miembros? Este es un debate que tiene ya mucho tiempo y no está saldado. Andrea F.M. Martinangeli, Marina Povitkina, Sverker C. Jagers y Bo Rothstein publican un paper como Max Planck Institute for Tax Law and Public Finance Working Paper 2020 – 04, argumentando en este último sentido bajo el título “Institutional Quality Causes Social Trust: Experimental Evidence on Trusting Under the Shadow of Doubt”

El tema es presentado así:

“La confianza social subyace virtualmente en cualquier interacción social, sentando las bases para el desarrollo social y prosperidad económica (Arrow, 1972; Dearmon y Grier, 2009; Algan y Cahuc, 2010). Como tal, es un componente necesario para la solución exitosa de dilemas sociales como la reducción de la contaminación, el cumplimiento fiscal, el mantenimiento de políticas sólidas y constructivas y relaciones económicas, y contención de epidemias, por nombrar algunos (Ostrom, 2005; Daniele y Geys, 2015; Danielle et al., 2020). En las relaciones impersonales modernas y transacciones, además, se extiende más allá de los individuos que se conocen o interactúan cara a cara. Por lo tanto, identificar los determinantes de la confianza social ha sido y sigue siendo hoy uno de los problemas clave en la economía, la ciencia política y la psicología social, ya que podría proporcionar a los planificadores sociales y a los formuladores de políticas instrumentos viables para lograr los resultados sociales deseables. Un problema intensamente debatido y sin embargo no resuelto es, en este respeto, el papel de la calidad institucional en la determinación de la confianza social.”

Y entre sus conclusiones:

“Los resultados de nuestro experimento dan credibilidad a la afirmación de que las instituciones de alta calidad se encuentran entre las condiciones previas para una sociedad de confianza. Estos hallazgos son consecuentes: Un tejido social de confianza está mejor equipado para desarrollar todo el potencial de la vida socioeconómica y proporcionar bienes públicos y acción colectiva coordinada que benefician a la sociedad en su conjunto. Por ejemplo, administrar los recursos comunes, pagar en los sistemas de bienestar social, o contener las consecuencias adversas de los desastres naturales, como las pandemias, todos requieren que las personas confíen en que otros no se aprovecharán (Ostrom, 2005; Daniele y Geys, 2015; Danielle et al., 2020). Además, la confianza social puede ser un medio viable sustituto del costoso monitoreo en presencia de información incompleta o difícilmente exigible contratos (Fukuyama, 1995; La Porta et al., 1997).”

Cuando las instituciones han sido cooptadas por el poder, y su resistencia al cambio

Muchos han leído o conocerán el texto de Acemoglu & Robinson, Why Nations Fail, donde se destaca el papel de las instituciones para explicar el progreso de distintas sociedades, y el estancamiento de otras. Es un tema polémico, en el que ha habido trabajos muy importantes recientemente enfatizando el papel de la cultura, la tecnología, los valores morales. Para Acemoglu & Robinson lo que explica el progreso es la generación, vía acontecimientos específicos, no previstos, de instituciones políticas “inclusivas”, las que luego darían como resultado instituciones económicas “inclusivas” y de allí el progreso.

Ahora, Acemoglu/ junto con Georgey Egorov y Konstantin Sonin, presentan un paper para considerar la persistencia de ciertas instituciones que frenan el progreso. Se titula “Institutional Change and Institutional Persistence”, publicado por el Friedman-Becker Centre de la Universidad de Chicago: https://www.nber.org/papers/w27852#:~:text=We%20further%20study%20the%20strategic,that%20would%20follow%20initial%20reforms.

Allí señalan: “Primero destacamos el tipo más simple de persistencia institucional, lo que llamamos \estasis institucional». Este es un equilibrio institucional inmutable: el mismo el arreglo institucional con el que comenzamos se repite una y otra vez. Hay varias razones para la estasis institucional, pero la más importante es que el poder engendra poder. Es decir, los grupos empoderados por las instituciones actuales se benefician de estas instituciones y así usan su poder para mantenerlo, en el proceso reproduciendo su propio poder sobre las futuras instituciones.”

No obstante, los autores no piensan que eso no cambia. En las conclusiones, plantean nuevamente el tema y su respuesta:

“Usamos este marco primero para aclarar la forma más simple de persistencia institucional, lo que llamamos «estasis institucional», por el cual un conjunto dado de instituciones persisten en el tiempo. Una de las razones más naturales de esto es que «el poder engendra poder», lo que significa que instituciones reproducen el dominio de los grupos actualmente poderosos, que luego podrían elegir para mantener estas instituciones en su lugar.

Enfatizamos que, aunque hay ejemplos de este tipo de estasis y el pensamiento de muchos economistas y politólogos está moldeado por tal dinámica, la estasis institucional es rara; más bien, la mayoría de las instituciones están en un estado constante de flujo. Se proporciona un mejor enfoque por la noción de «cambio dependiente del camino», mediante el cual las instituciones actuales determinan el futuro trayectoria de cambio institucional, tanto por dinámicas internas como porque incluso las pequeñas diferencias pueden causar grandes divergencias en la respuesta a las perturbaciones.”

Artículo en Clarín: Corrupción e instituciones

Corrupción e instituciones (clarin.com)

La última edición del índice de Percepción de la Corrupción que elabora Transparencia Internacional no trajo buenas noticias para Argentina. Nuestro país obtuvo una calificación de 38/100, cuatro puntos menos que el año anterior y esto llevó a que cayera 18 posiciones hasta el puesto 96. Estamos junto a Brasil, Indonesia, Lesoto, Serbia y Turquía.

Antes, se solía comentar en tono negativo y se hubiera dicho “estamos más abajo que Kosovo, Etiopía o Tanzania. Lo que tal vez nunca pensamos es que en esos países deben estar diciendo… “estamos cerca de Argentina”. Como si por alguna razón nuestro destino tuviera que ser una mejor posición.

Y es difícil que eso ocurra. Puede ser que temporalmente tengamos algún gobierno menos corrupto y eso nos permita mejorar algunas posiciones: por ejemplo, en 2019 llegamos a tener 45 puntos, en 2015 tuvimos 32. Se ve que ése es nuestro rango. Si queremos mejorar algo más que eso ya no será cuestión solamente de cambiar de gobierno. No hace falta querer compararnos con países que están lejanos, geográfica y culturalmente, hace falta solamente mirar a Uruguay, que tiene 73 puntos y se ubica en el puesto 18; o a Chile, que tiene 67 y está en el puesto 27, pese a ser un país que ha estado convulsionado en los últimos años y espera inaugurar un gobierno claramente diferente al anterior.

Para alcanzar a estos países, no ya a Dinamarca, Finlandia o Nueva Zelanda, hace falta algo más: reformas de tipo institucional. Precisamente, el índice de Transparencia Internacional es uno de los que tomamos en cuenta para la elaboración del índice de Calidad Institucional (ICI), publicado por la Red Liberal de América Latina (Relial) y en nuestro país la Fundación Libertad y Progreso. Y existe una clara correlación entre uno índice y el otro. Los tres primeros países del índice de Transparencia Internacional son también los tres primeros en el ICI y vienen ocupando esas posiciones desde que comenzáramos a publica el índice hace unos 15 años.

Esta correlación no es mera coincidencia. Instituciones significa límites al poder, y estos límites implican controles que reducen la posibilidad de corrupción. Cuando el poder está dividido y hay agencias que son claramente independientes del poder de turno, el control es mayor y la corrupción es menor. Esto se aplica especialmente a la justicia. Aquél que quiera y busque obtener un privilegio se vería obligado a corromper a un buen número de personas en distintas posiciones, quienes se controlan entre sí. Esto lo hace más difícil y costoso.

Por otro lado, el nivel de corrupción tiene que ver también con el grado de regulación de la economía. No estoy hablando del tamaño del Estado, ya que países que están en esos primeros puestos tienen estados grandes en relación a su PIB, sino al exceso regulatorio, que no aparece medido en el PIB. Es éste el que da pie a la corrupción. Ejemplo: si para poner un casino o un bingo simplemente necesito una habilitación como la de un kiosco, hay que registrarse, pagar la tasa correspondiente y listo; pero si para hacerlo hay que cumplir cuarenta regulaciones, cada una de ellas tiene un costo (o un precio que permite saltar esa valla) y es una oportunidad para quien tiene que poner el gancho lo haga valer.

Esto significa que, si realmente queremos avanzar en la reducción de la corrupción en el camino de nuestros vecinos, tenemos que cambiar a los gobernantes, por supuesto, garantizar la independencia de la justicia y de agencias como el Banco Central o la Anses, por ejemplo, pero también tenemos que sacarles ese poder de decidir que le da cada una de las regulaciones vigentes, que son muchas. Sin ese poder, no hay que coimear a nadie.

Cuando los demagogos y populistas contaminan a todo el sistema institucional

Dan Bernhardt, Stefan Krasa & Mehdi Shadmehr, de las universidades de Illinois, Warwick y North Carolina at Chapel Hill tratan un tema que, para quienes vivimos de esta forma ya por décadas parece ser la reinvención de la pólvora. El paper se titula “Demagogues and the Fragility of Democracy”, publicado por el Quantitative and Analytical Political Economy Research Centre de la Universidad de Warwick: https://econpapers.repec.org/RePEc:wrk:wqapec:05

El punto central es que los líderes políticos demagogos y populistas terminarían “contaminando” a los que en principio no lo son en tanto y en cuanto los votantes son miopes y prefieren las promesas de corto plazo a las instituciones de largo plazo. En sus palabras:

“Nuestro artículo estudia la tensión destacada por Hamilton entre los representantes magnánimos y con visión de futuro que protegen los intereses a largo plazo de los votantes y los demagogos que buscan cargos públicos y satisfacen los deseos a corto plazo de los votantes.1 Caracterizamos los resultados a largo plazo de la democracia en un país poblado por una mayoría miope. Los demagogos y los votantes miopes han sido considerados durante mucho tiempo vicios interrelacionados de los gobiernos republicanos. Por ejemplo, “La [creencia] de Madison sobre la democracia se basaba en [una] sobre el ser humano: el hombre, por naturaleza, prefería seguir su pasión antes que su razón; invariablemente eligió intereses a corto plazo sobre intereses a largo plazo” (Middlekauff (2007), p. 678). De hecho, los investigadores definen a los demagogos por esta característica. Según Guiso et al. (2018), los partidos liderados por demagogos “abogan por políticas a corto plazo mientras ocultan sus costos a largo plazo”.2 Lo que no se comprende bien es cómo los demagogos distorsionan el comportamiento de los partidos con visión de futuro y cómo un país democrático surge confrontación a largo plazo entre demagogos egoístas y partidos socialmente benévolos, pero pragmáticos.”

“Investigamos la susceptibilidad de la democracia a los demagogos, estudiando las tensiones entre los representantes que protegen los intereses a largo plazo de los votantes y los demagogos que satisfacen los deseos a corto plazo de los votantes. Los partidos proponen consumo e inversión. Los votantes basan sus elecciones en el consumo del período actual y en los choques de valencia. Las economías más jóvenes/más pobres y los votantes económicamente desfavorecidos se sienten atraídos por las políticas de demagogia de desinversión, lo que obliga a los representantes con visión de futuro a imitarlos. Esta competencia electoral puede destruir la democracia: si el capital cae por debajo de un nivel crítico, se produce una espiral mortal con la caída de los stocks de capital a partir de entonces. Identificamos cuándo el desarrollo económico mitiga este riesgo y caracterizamos cómo el riesgo de espiral de muerte disminuye a medida que el capital crece.”

¿No hay confianza porque no hay instituciones, o es al revés, no hay instituciones porque no hay confianza?

  • ¿No hay confianza porque no hay instituciones?  

Este es un típico caso de correlación, pero difícil determinación de la causalidad. En América Latina la confianza que la gente tiene de los demás es muy baja. ¿Es eso el resultado de su mala calidad institucional que lleva a no confiar, desde ya en los gobernantes, pero también de los demás, ya que no será fácil exigir el cumplimiento de una promesa, por ejemplo, si no funciona la justicia? 

Isabella Cotta, en El País, comenta un informe del BID realizado por Philip Keefer y Carlos Scartascini.  

La diferencia con los países de la OCDE, de mayor calidad institucional, es clara:  

El reporte titulado “Confianza: la clave para la cohesión social y el crecimiento en América Latina y el Caribe”, documenta cómo los países con mayor confianza tienden a gozar de mayores niveles de productividad, mientras que aquellos con bajos índices de confianza tienden a la informalidad. 

https://elpais.com/economia/2022-01-13/nueve-de-cada-10-latinoamericanos-desconfian-de-su-projimo.html  

Filosofía política en los autores de la Escuela Austriaca: la democracia

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico, Escuela Austriaca, de Económicas, UBA, terminamos viendo algunos debates dentro de la misma escuela, en particular respecto a posiciones filosófico-políticas. Aquí, del libro «democracia, el dios que fracasó» de Hans Hermann Hoppe, tratando las diferencias y posibles coincidencias entre el conservadurismo y el libertarianismo, una definición del primero:

E! conservador es alguien que reconoce lo originario y natural en
las «interferencias» de lo patológico y lo defiende y sustenta frente a
lo temporáneo y anómalo. Para un conservador, en el contexto de las
humanidades, incluidas las ciencias sociales, las familias (padres, madres,
hijos, nietos) y hogares basados en la propiedad privada y en la
cooperación con los demás miembros de la comunidad, constituyen las
unidades sociales básicas y naturalmente originarias y, como tales, las
más importantes e indispensables. Por otro lado, el hogar familiar representa
también el modelo de orden social en general, pues su ordenación
jerárquica se proyecta sobre la comunidad de familias -aprendices,
sirvientes y amos; vasallos, caballeros, señores feudales e incluso reyesligadas
por un sutil y complejo sistema de relaciones de parentesco; lo
mismo sucede con la ordenación de la jerarquía social -hijos, padres,
sacerdotes, obispos, cardenales, patriarcas o papas y, en última instancia,
el Dios trascendente-o El brazo del poder secular (padres, señores
feudales y reyes) está naturalmente subordinado a la autoridad de la
instancia espiritual suprema (sacerdotes, obispos y, finalmente, Dios).
Si los conservadores o, más concretamente, los conservadores occidentales
de estirpe greco~cristiana, creen en algo, es en la familia, en
las jerarquías sociales y en los principios seculares y espirituales de la
autoridad que, basados justamente en la familia yen las relaciones de
parentesco, las trascienden

El papel de las ideas y el cambio institucional en los aportes de Douglass North

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico y Social , UCEMA, vemos a Douglass North  en su artículo La Nueva Economía Institucional. También, de su artículo “Instituciones, Ideología y Desempeño Económico”:

“Las ideologías subyacen las estructuras que poseen los individuos para explicar el mundo que los rodea. Las ideologías contienen un elemento normativo esencial; es decir, explican tanto cómo es el mundo y cómo debiera ser. Mientras que los modelos subjetivos suelen ser una combinación de creencias, dogmas, teorías cuerdas y mitos, usualmente contienen también elementos de una estructura organizada que los hacen mecanismos económicos para recibir e interpretar información.

La ideología no juega un papel en la teoría económica neoclásica. Los modelos racionales asumen que los actores poseen modelos correctos para interpretar el mundo que los rodea o para recibir información que los llevará a revisar y corregir sus modelos incorrectos. Quienes no se adapten fracasarán en los mercados competitivos que caracterizan a las sociedades. Uno de los temas importantes es la información que reciben los individuos acerca de sus modelos subjetivos, lo cual los llevará a ponerlos al día. Si la racionalidad instrumental de la teoría económica fuese correcta, anticiparíamos que las teorías falsas serían descartadas, y en cuanto a que la maximización de la riqueza es una característica del comportamiento humano, podríamos decir que el crecimiento sería característico en toda economía. Con un horizonte lo suficientemente lejano, puede ser que esto sea correcto, pero luego de 10,000 años de historia económica humana seguimos lejos de un crecimiento económico universal. El hecho simple es que no poseemos la información para poner al día nuestras teorías subjetivas y llegar a una sola teoría verídica; consecuentemente, no hay un equilibrio que se obtenga como producto. Al contrario, lo que existen son varios equilibrios que nos llevan en varias direcciones, incluida la estagnación y el decrecimiento de las economías. La ideología importa, pero ¿de dónde vienen los modelos subjetivos de los individuos, y cómo se alteran?

Los modelos subjetivos que las personas utilizan para descifrar el ambiente son en parte una consecuencia del crecimiento y de la transmisión del conocimiento científico, y en parte de la herencia cultural de cada sociedad. En la medida en que la primera forma de conocimiento (científico) determine las decisiones, un enfoque racional e instrumental es la mejor manera de analizar el desempeño económico, pero la gente siempre ha acudido a mitos, tabúes, religiones, y otras formas de herencia cultural para explicar su ambiente. La cultura es más que una mezcla de distintas formas de conocimiento; está cargada de valores y estándares de comportamiento que han evolucionado para resolver problemas de intercambio, ya sea éste social, político o económico. En toda sociedad evoluciona una estructura informal para estructurar la interacción humana. Esta estructura es el “inventario de capital” básico que define la cultura de una sociedad; es decir, que la cultura provee un orden conceptual basado en el idioma para codificar e interpretar la información que los sentidos le presentan al cerebro. Como resultado, la cultura no sólo juega un papel en formar las reglas formales sino también está por debajo de los frenos informales que son parte de las instituciones.

Las construcciones ideológicas que los individuos poseen para explicar su ambiente cambian. Estas construcciones son claramente influenciadas por los cambios fundamentales en los precios relativos, lo cual resulta en una inconsistencia persistente entre los resultados percibidos y los resultados predichos por los modelos subjetivos que poseen los individuos. Pero eso no es todo. Las ideas importan; la combinación de cambios generados en precios relativos filtrada a través de las ideas condicionadas culturalmente es la responsable de que los modelos subjetivos evolucionen.”

Alberdi sobre el rumbo que tendría que seguir la República,…. pero luego no siguió

Con los alumnos de la UBA Derecho vemos a Alberdi en su «Sistema Económico y Rentístico». Aquí, en la conclusión, sobre el rumbo que debería tomar la República:

«Figuraos un buque que navega en los mares del cabo de Hornos con la proa al polo de ese hemisferio; esa dirección lo lleva al naufragio. Un día cambia de rumbo y toma el que debe llevarlo a puerto. ¿ Cesan por eso en el momento la lluvia, el granizo, la oscuridad y la tempestad de los sesenta grados de latitud? – No, ciertamente; pero con solo persistir en la nueva dirección, al cabo de algún tiempo cesan el granizo y las tempestades y empiezan los hermosos climas de las regiones templadas. – Pues bien: toda la actual política argentina, todo el sistema de su Constitución general moderna, es de mera dirección y rumbo, no de resultados instantáneos. La nave de nuestra Patria se había internado demasiado en regiones sombrías y remotas, para que baste un solo día a la salvación de sus destinos. – Nuestra organización escrita es un cambio de rumbo, un nuevo derrotero. Nuestra Constitución es la proa al puerto de salvación. Sin embargo, como todavía navegamos en alta mar, a pesar de ella tendremos borrascas, malos tiempos, y todos los percances del que se mueve en cualquier sentido, del que marcha en el mar proceloso de la vida libre. Sólo el que está quieto no corre riesgos, pero es verdad que tampoco avanza nada.

La libertad, viva en el texto escrito y maltratada en el hecho, será por largo tiempo la ley de nuestra condición política en la América antes española. Ni os admiréis de ello, pues no es otra la de nuestra condición religiosa en la mayoría del mundo de la cristiandad. Porque en el hecho violemos a cada instante los preceptos cristianos, porque las luchas de la vida real sean un desmentido de la Religión que nos declara hermanos obligados a querernos como tales, ¿se dirá que no pertenecemos a la Religión de Jesucristo? ¿Quién, en tal caso, tendría derecho de llamarse cristiano? Impresa en el alma la doctrina de nuestra fe, marchamos paso a paso hacia su realización en la conducta. En política como en religión, obrar es más difícil que creer.

La libertad es el dogma, es la fe política de la América del Sud, aunque en los hechos de la vida práctica imperen con frecuencia el despotismo del gobierno (que es la tiranía) o el despotismo del pueblo (que es la revolución). Hace dos mil años que los hombres trabajan en obrar como creen en materia de moral. ¿Será extraño que necesiten largos años para obrar como creen en materia de política, que no es sino la moral externa aplicada al gobierno de los hombres?

Dejad que el pueblo sud-americano ame el ideal en el gobierno, aunque en el hecho soporte el despotismo, que es resultado de su condición atrasada e indigente. Dejad que escriba y sancione la república en los textos; un día vendrá en que la palabra de libertad encarne en los hechos de la vida real, misterio de la religión política de los pueblos comprobado por la historia de su civilización: y aunque ese día, como los límites del tiempo, nunca llegue, es indudable que los pueblos se aproximan a él en su marcha progresiva, y son más felices a medida que se acercan al prometido término, aunque jamás lo alcancen, como el de la felicidad del hombre en la tierra. Por fortuna no es de Sud-América únicamente esta ley, sino del pueblo de todas partes; es ley del hombre así en política como en moral. Su espíritu está cien años adelante de sus actos.

Pero todo eso es aplicable a la libertad política más bien que a la libertad económica – objeto de nuestro estudio, la menos exigente, la menos difícil, la más modesta y practicable de las libertades conocidas. La libertad económica esencialmente civil es la libertad de poseer y tener, de trabajar y producir, de adquirir y enajenar, de obligar su voluntad, de disponer de su persona y de sus destinos privados. Accesible, por la Constitución, al extranjero en igual grado que al ciudadano, y asegurada doblemente por tratados internacionales, recibe de esta condición su más fuerte garantía de practicabilidad, y asegura ella misma el porvenir de las otras libertades, tomando a su cargo su educación, su nutrición, su establecimiento y desarrollo graduales, como el de la capacidad siempre ardua de intervenir en la gestión de la vida política o colectiva del Estado.Alberdi

Ronald Coase y el problema de las externalidades negativas y el derecho de propiedad

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico y Social, UCEMA, vemos uno de los artículos más citados aunque no podamos decir que forma parte del «mainstream» de la economía, ya que pocos economistas toman nota o hacen caso de sus conclusiones: «El Problema del Costo Social», de Ronald Coase.

Coase fue Premio Nobel de Economía 1991. Comenzó su carrera académica como Profesor en la London School of Economics en Gran Bretaña y en las Universidades de Buffalo y Virginia en Estados Unidos. Desde 1964 se desempeñó en la Universidad de Chicago, específicamente en la Escuela de Derecho, de la cual fue Profesor Emérito en la cátedra Clifton R. Musser.

1. El problema a examinar

Este trabajo se refiere a las actividades de una empresa que tienen efectos perjudiciales en otras. El ejemplo más común es el del humo de una fábrica que provoca efectos nocivos en los que ocupan las propiedades vecinas. El análisis económico de tal situación se ha realizado usualmente en términos de una divergencia entre el producto privado y social de la fábrica, siguiendo el tratamiento de Pigou en The Economics of Welfare. La conclusión a la que parece haber conducido este tipo de análisis a la mayoría de los economistas es que sería deseable responsabilizar al dueño de la fábrica por el daño causado a los afectados por el humo, o, alternativamente, fijar un impuesto variable al propietario de la fábrica según la cantidad de humo producido, equivalente en términos monetarios al daño que causa, o, finalmente, excluir a las fábricas de los distritos residenciales (y presumiblemente de otras zonas en las que el humo tendría efectos perjudiciales).

Mi opinión es que los cursos de acción sugeridos son inadecuados porque llevan a resultados que no son necesariamente deseables.”

Y Concluye:

Si los factores productivos son considerados como derechos, se hace más fácil comprender que el derecho a hacer algo que tenga un efecto dañino (tal como la creación de humo, ruido, olor, etc.) es también un factor de producción. Así como podemos usar un pedazo de tierra de forma tal que evite que alguien cruce por ella, o estacione su auto, o construya su casa, también podemos usarla de forma tal que le neguemos a ese alguien un panorama, o la quietud, o el aire puro. El costo de ejercitar un derecho (de usar un factor de producción) es siempre la pérdida que sufre la otra parte como consecuencia del ejercicio de ese derecho: la incapacidad para cruzar la tierra, estacionar el auto, construir una casa, disfrutar de un paisaje, tener paz y quietud, o respirar aire puro.

Sería deseable que las únicas acciones desarrolladas fueran aquellas en que lo que se ganase tuviere un mayor valor que lo que se perdiese. Pero al elegir entre ordenamientos sociales, en el contexto en el que las decisiones individuales son tomadas, debemos tener en mente que un cambio del sistema existente que conduzca a un mejoramiento en algunas decisiones puede muy bien conducir a un empeoramiento de otras. Además, debemos considerar los costos involucrados en operar los distintos ordenamientos sociales (ya sea el funcionamiento de un mercado o de un departamento de Gobierno), como también los costos que demandará la adopción de un nuevo sistema. Al diseñar y elegir entre ordenamientos sociales debemos considerar el efecto total. Este es el cambio de enfoque que estoy proponiendo.

Alberdi y los tratados internacionales para asegurar los principios de la Constitución

Con los alumnos de la UBA Derecho, vemos a Alberdi cuando comenta cómo transmitir confianza a los inversores extranjeros, y a los trabajadores inmigrantes, luego de años de guerras civiles:

Alberdi

“En países como los nuestros, en que la guerra civil es crónica, y en que las guerras con el extranjero tienen su germen inagotable en el odio que el sistema español colonial supo inocularles hacia él, no hay medio más eficaz y serio de asegurar la industria, la persona y la propiedad, que por estipulaciones internacionales, en que el país se obligue a respetar esas garantías, en la paz lo mismo que en la guerra. Esa seguridad dada a los extranjeros es decisiva de la suerte de nuestra riqueza, porque son ellos de ordinario los que ejercen el comercio y la industria, y los que deben dar impulso a nuestra agricultura con sus brazos y capitales poderosos. Este gran medio económico de asegurar la libertad y los resultados del trabajo, en esta América de constante inquietud, pertenece a la Constitución argentina, que por el art. 27 ya citado, declara, que el gobierno federal argentino está obligado a afianzar sus relaciones de paz y comercio con las potencias extranjeras, por medio de tratados que estén en conformidad con los principios de derecho público establecido en esta Constitución. O más claramente dicho, que sirvan para asegurar los principios del derecho público que establece la Constitución argentina. En efecto, el sistema económico de la Constitución argentina debe buscar su más fuerte garantía de estabilidad y solidez en el sistema económico de su política exterior, el cual debe ser Un medio orgánico del primero, y residir en tratados de comercio, de navegación, de industria agrícola y fabril con las naciones extranjeras. Sin esa garantía internacional la libertad económica argentina se verá siempre expuesta a quedar en palabras escritas y vanas.

No vacilo, según esto, en creer que los tratados de la Confederación, celebrados en julio de 1853 con la Francia, Inglaterra y los Estados Unidos, son la parte más interesante de la organización argentina, porque son medios orgánicos que convierten en verdad práctica y durable la libertad de navegación y comercio interior para todas las banderas, que encerrada en la Constitución habría quedado siempre expuesta a ser derogada con ella. El día que la Confederación desconozca que esos tratados valen más para su riqueza y prosperidad que la Constitución misma que debe vivir por ellos, puede creer que su suerte será la misma que bajo el yugo de los reyes de España y de los caudillos como Rosas.”

Y luego:

«En efecto, el sistema económico de la Constitución Argentina debe buscar su más fuerte garantía de estabilidad y solidez en el sistema económico de su política exterior, el cual debe ser un medio orgánico del primero, y residir en tratados de comercio, de navegación, de industria agrícola y fabril con las naciones extranjeras. Sin esa garantía internacional la libertad económica argentina se verá siempre expuesta a quedar en palabras escritas y vanas.»