Gottfried Haberler, un austriaco con importantes contribuciones y algunas diferencias

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico II, Escuela Austriaca, de Económicas, UBA, vemos a un austríaco que no suele aparecer en el panteón de los destacados, pero que ha sido reconocido por sus contribuciones, Gottfried Haberler. Tal vez su principal aporte fuera el darle a la teoría de las ventajas comparativas de David Ricardo un sustento moderno, basado en los costos de oportunidad.

También tuvo contribuciones que fueron destacadas en ;la teoría del ciclo económico, como comenta aquí Richard Ebeling, aunque con algunas discrepancias con los otros austriacos:

Durante la primera semana de julio de 1936, se celebró en Annecy,
Francia, una conferencia internacional sobre los «Problemas del cambio
económico». Reunió a economistas tan notables como Ludwig von
Mises, Wilhelm Ropke, Oskar Morgenstern, Bertil Ohlin, Lionel Robbins,
Dennis Robertson, Charles Rist, William Rappard, John B. Condliffe,
John Van Sickle, Alvin Hansen, John Maurice Clark y Jan Tinbergen.
Habían venido a esta atractiva ciudad francesa al sur del lago de
Ginebra para discutir el problema de los ciclos económicos y su efecto
en la economía mundial. Se alcanzó poco acuerdo durante los tres días
durante los cuales estos destacados economistas se reunieron. Pero
hubo un solo consenso entre los asistentes. Uno de los otros
participantes en la conferencia, Gottfried Haberler, había establecido un
ejemplo y un estándar sobre cómo se debería emprender la
investigación sobre el tema de los ciclos económicos. Según el resumen
oficial de la conferencia:
Durante toda la conferencia hubo un tema que contó con el apoyo
incondicional de todos los presentes, a saber, la nueva técnica de
investigación que se ha seguido durante los dos últimos años en el
estudio de la teoría del ciclo económico por el Dr. Haberler. Se recordará
que fue designado para un puesto especial en el personal de la Sección
Económica y Financiera de la Liga [de las Naciones]. Tenía el deber de
examinar el estado actual de los conocimientos en la teoría del ciclo
económico y debía elaborar un informe sobre este tema. No cabe duda
de que todos los presentes quedaron muy impresionados por los
valiosos resultados obtenidos con el procedimiento seguido en el caso
del Dr. Haberler´s trabaja. De hecho, los «métodos similares a los de
Haberler» se convirtieron en un eslogan de toda la conferencia.

Trotsky sobre Marx y la teoría del valor trabajo, que Böhm-Bawerk criticara

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico y Social de UCEMA, vemos a Trotsky sobre Marx y luego Eugen von Böhm-Bawerk en una discusión central con Marx sobre la Teoría del Valor. BB lanza sus críticas a las bases teóricas de la teoría del valor-trabajo en varios escritos. Pero no deja de analizar porqué esas teorías erróneas terminaron por tener tanta aceptación. Aquí la esencia de la controversia según Trotsky:

«Es completamente imposible buscar las causas de los fenómenos de la
sociedad capitalista en la conciencia subjetiva –en las intenciones o planes- de
sus miembros. Los fenómenos objetivos del capitalismo fueron formulados
antes de que la ciencia comenzara a pensar seriamente sobre ellos. Hasta hoy
día la mayoría preponderante de los hombres nada saben acerca de las leyes
que rigen la economía capitalista. Toda la fuerza del método de Marx reside en
su acercamiento a los fenómenos económicos, no desde el punto de vista
subjetivo de ciertas personas, sino desde el punto de vista objetivo del
desarrollo de la sociedad en su conjunto, del mismo modo que un hombre de
ciencia que estudia la naturaleza se acerca a una colmena o a un hormiguero.»

Como sabemos, Carl Menger presentó una teoría subjetiva del valor que destruye las bases de la teoría de la plusvalía. Sin embargo, Marx tuvo mucho éxito.  Así lo explica Böhm Bawerk:

“La buena suerte de Karl Marx como autor

Como autor, Marx fue un hombre de envidiable ventura. Su obra no se puede clasificar entre los libros fáciles de leer o de comprender. La mayoría de los libros de este tipo –aun aquellos con una dialéctica más asequible y una ilación matemática más liviana— habrían encontrado completamente obstaculizado el camino hacia la popularidad. Pero, contrariamente, Marx se ha transformado en el apóstol de un amplio círculo de lectores, incluyendo a aquellos que, por norma, no leen libros difíciles. Más aún, la fuerza y la claridad de su razonamiento no eran tales como para convencer a nadie. Al revés, hombres calificados como los pensadores más serios y valiosos de nuestra ciencia, por ejemplo Karl Knies, han afirmado, desde un comienzo, mediante argumentos imposibles de pasar por alto, que la enseñanza de Marx estaba repleta, de principio a fin, de toda clase de contradicciones, tanto de lógica como de hechos. Podría fácilmente haber sucedido que la obra de Marx no hubiera encontrado partidarios ni entre el público común —que no podía entender su difícil dialéctica— ni entre los especialistas, que sí la comprendían, pero captaban demasiado bien sus limitaciones. Sin embargo, en la práctica, ha sucedido lo contrario.

Tampoco ha sido perjudicial para su influencia el hecho de que la obra de Marx haya permanecido como una estructura incompleta durante su vida. Generalmente, y con razón, desconfiamos de los primeros volúmenes, no proyectados a nuevos temas. Los principios universales pueden describirse seductoramente en las «Secciones Generales» de un libro, pero sólo se pueden corroborar si realmente poseen la fuerza de convicción que les atribuye su creador cuando, en la elaboración del sistema, se confrontan con todos los hechos minuciosamente. En la historia de la ciencia, muchas veces se ha dado el caso de que un primer volumen, promisorio y respetable, no ha sido continuado en un segundo volumen simplemente porque, bajo el propio análisis investigador del autor, los nuevos principios no soportan la prueba de las situaciones concretas. Pero la obra de Karl Marx no ha sufrido estos contratiempos. La gran masa de sus seguidores, basándose en la fuerza de su primer libro, tenía una fe ciega en sus obras aún no escritas.

Circunstancias que contribuyeron al éxito de Marx

Esta confianza, por una parte, fue sometida a una severa e inusual comprobación. Marx había expresado, en su primer libro, que todo el valor de las mercancías se basaba en el trabajo involucrado en ellas y que en virtud de esta «ley del valor» deberían intercambiarse en proporción a la cantidad de trabajo en ellas invertido; que, además, la rentabilidad o plusvalía ganada por el capitalista era el fruto de la explotación del trabajador; que, sin embargo, el monto de la plusvalía no estaba en proporción al monto total del capital invertido por el capitalista, sino sólo al monto de la parte «variable» —esto es, a aquella parte del capital pagado en sueldos y salarios—, mientras que el «capital constante», el capital empleado en la adquisición de los medios de producción, no aumentaba la plusvalía. En la vida diaria, sin embargo, la rentabilidad del capital está en proporción al capital total invertido; y, principalmente por esto, las mercancías no se intercambian de hecho en proporción a la cantidad de trabajo invertido en ellas. En este punto, por lo tanto, había una contradicción entre teoría y práctica que escasamente admitía una explicación satisfactoria. Pero esta contradicción manifiesta tampoco escapó al análisis de Marx. Con respecto a ella, el autor dice: «Esta ley (esta ley, a saber, establece que la plusvalía está en proporción sólo con la parte variable del capital) contradice claramente toda la experiencia prima facie». Pero al mismo tiempo declara que la contradicción es sólo aparente y su solución requiere juntar muchos cabos sueltos, postergándose para los siguientes volúmenes de su obra. La crítica especializada pensó que podía anticiparse con relativa certeza que Marx nunca cumpliría su compromiso, ya que, como era difícil probarla, la contradicción era insoluble.

Sus argumentos, sin embargo, no produjeron ninguna impresión en el conjunto de sus seguidores. Su simple promesa excedía todas las refutaciones lógicas. La larga demora de Marx para cumplir con su promesa de resolver la paradoja La inquietud fue mayor aún cuando en el segundo volumen de la obra de Marx, que se publicó después de la muerte del maestro, no aparece ningún intento por lograr la anunciada solución (que, de acuerdo al plan completo de toda la obra, se reservaba para el tercer volumen), y tampoco existía el menor indicio sobre el rumbo que Marx tomaría en la búsqueda de una respuesta. Pero el prólogo del editor, Friedrich Engels, no sólo reafirmaba que la solución estaba en el manuscrito dejado por Marx, sino que también incluía un abierto desafío, dirigido principalmente a los seguidores de Rodbertus, para que, en la etapa previa a la aparición del tercer volumen, intentaran con sus propios recursos solucionar el siguiente problema: «cómo puede y debe ser creada una tasa promedio equitativa de rentabilidad sin contraponerse a la ley de valor, sino en virtud de ella».

Respuesta insólita a la propuesta de Engels de presolucionar la paradoja de Marx

Considero que uno de los tributos más impactantes que pudo recibir Marx como pensador fue que el desafío no lo recogió únicamente el grupo al que estaba dirigido, sino que muchísimas otras personas provenientes de diferentes círculos. No sólo los seguidores de Rodbertus, sino que hombres de la misma línea de Marx, e incluso economistas no adheridos a ninguno de estos líderes de la escuela socialista, aun los que Marx llamó probablemente «economistas comunes y corrientes», se enfrentaron en el intento de penetrar la posible trama teórica de Marx, cubierta aún por un velo de misterio. Entre 1885 (año en que apareció el segundo volumen de «El Capital» de Marx) y 1894 (publicación del tercer volumen) se desarrolló un concurso ordinario de premios en ensayo sobre «la tasa promedio de rentabilidad y su relación con la ley de valor».

De acuerdo con el punto de vista de Engels —ya fallecido al igual que Marx— planteado en su crítica a estos concursos ensayísticos, nadie logró resolver el problema ni obtener el premio.

La «solución» de Marx publicada finalmente en 1894, con 27 años de retraso

Finalmente, después de una larga demora en la conclusión del sistema de Marx, el tema ha llegado a una etapa en la cual es posible establecer una decisión definitiva. De la simple promesa de una solución, cada uno podía pensar como quisiera. Eran incomensurables los argumentos. Incluso las refutaciones acertadas frente a los intentos de solución hechos por sus opositores, aun cuando estos autores afirmaron haberlas concebido y realizado en el espíritu de la teoría de Marx, no fueron aceptadas por los partidarios de Marx, ya que éstos siempre podían apelar a la precaria conformidad del prometido original. Pero, finalmente, éste ha sido publicado y ha proporcionado, después de 30 años de lucha, un campo de discusión sólido, escrupuloso y bien definido, donde ambos bandos pueden adoptar una posición y luchar por sus ideas, en vez de, por un lado, contentarse con la esperanza de futuras revelaciones y, por el otro, pasarse de una interpretación falsa a otra, a la manera de Proteo.”

 

 

Hayek y la competencia: no es necesario que sea perfecta para que sea efectiva

La economía neoclásica ha centrado su análisis sobre la competencia en el de la “estructura de los mercados”, determinando mayores o menores grados de “poder de mercado” en relación a la cantidad de participantes. Con los alumnos de la materia Escuela Austriaca de la UBA, vemos el texto de Hayek “El significado de la competencia”. Algunos párrafos:

Hayek

“El argumento en favor de la competencia no se basa en las condiciones hipotéticas que existirían si fuera perfecta. Empero, en los casos en que los hechos objetivos hicieran posible que se aproximara a la perfección, se garantizaría al mismo tiempo la asignación más efectiva de recursos. Y aunque, en consecuencia, siendo éste el caso se eliminarían todos los obstáculos humanos a la competencia, eso no quiere decir que ésta no dé por resultado el uso más efectivo posible de los recursos a través de los medios conocidos en aquellas situaciones donde la naturaleza misma del caso hace que sea imperfecta. Aunque lo único que se asegure mediante la entrada libre en el mercado sea que en un momento dado se produzcan, con la menor cantidad de recursos presentes posible en un determinado momento histórico, todos los bienes y servicios para los que habría una demanda efectiva en caso de estar disponibles — aun cuando el precio que deba pagar el consumidor sea considerablemente mayor, y apenas inferior al costo del próximo bien destinado a satisfacer de la mejor manera su necesidad—, creo que esto es mucho más de lo que podemos esperar de cualquier otro sistema conocido. El punto decisivo radica en la consideración básica de que es muy poco probable (prescindiendo de los obstáculos artificiales que la actividad gubernamental crea o elimina) que durante un período de tiempo determinado un bien o servicio sea ofrecido únicamente a un precio al cual quienes no participan en el mercado pudieran esperar obtener un beneficio superior al normal si entraran en él.

En mi opinión, la enseñanza práctica de todo esto es que no deberíamos preocuparnos tanto porque la competencia sea perfecta en un caso determinado, y ocuparnos mucho más de que haya competencia. Lo que nuestros modelos teóricos de industrias separadas ocultan es que, en la práctica, el abismo que divide a la competencia de la ausencia de competencia es mucho mayor que el que separa a la competencia perfecta de la imperfecta. Con todo, la tendencia actual en las discusiones es ser intolerante ante las imperfecciones y callar ante las restricciones que se oponen a la competencia. Es factible, que aprendamos aún más acerca de la trascendencia real de este proceso si estudiamos los resultados que habitualmente se producen cuando se lo suprime deliberadamente que si nos concentramos en sus deficiencias en la vida real si se lo compara con un ideal que no es pertinente en una situación objetivamente dada. Y digo cuando se suprime (280) deliberadamente la competencia” y no “en ausencia de competencia”, porque sus efectos esenciales operan, aunque con mayor lentitud, siempre y cuando no se la suprima abiertamente con el apoyo o la tolerancia del estado. La experiencia nos enseña que, por lo general, los males que derivan de la restricción de la competencia están en un plano distinto de los que pueden provocar las imperfecciones de ésta. El hecho de que muy probablemente un monopolio artificial tenga costos mucho mayores que los necesarios es más grave que la situación en la cual los precios no correspondan a los costos marginales. Por otra parte, un monopolio que deba su existencia a una eficiencia superior provoca un daño relativamente menor, en la medida en que se asegure que desaparecerá tan pronto como aparezca alguien más eficiente para satisfacer las necesidades de los consumidores.”

Y en un tema que no deja de ser relevante para la Argentina, Hayek comenta la competencia en el mercado que suele ser puesto siempre como ejemplo de “competencia perfecta”, el de granos:

“Cuando comparamos un mercado “imperfecto” como éste con un mercado relativamente “perfecto» como lo es, por ejemplo, el de los granos, nos encontramos en mejor posición para señalar la distinción que ha estado presente en todo este análisis: la diferencia entre los hechos objetivos fundamentales constitutivos de una situación que la acción humana no puede alterar, y la naturaleza de las actividades competitivas en función de las cuales los hombres se adaptan a esa situación. En casos como éste al que hacemos referencia estamos frente a un mercado sumamente organizado de un bien totalmente estandarizado producido por gran número de productores, en el cual la necesidad de que haya actividades competitivas, o el alcance que pueden tener, son limitados en virtud de que, por la naturaleza misma de la situación, las condiciones que esas actividades podrían originar ya están satisfechas desde un principio. En la mayoría de los casos, todos los participantes del mercado cuentan con el mismo grado de información respecto de los mejores métodos para producir un bien, su naturaleza y aplicaciones. El conocimiento acerca de cualquier cambio se difunde con tal rapidez y la adaptación correspondiente se efectúa en (277) forma tan inmediata que habitualmente se atribuye poca importancia a lo que sucede durante esos breves períodos de transición, y el análisis se limita a comparar los dos períodos de cuasi-equilibrio que existen antes y después de ellos. Sin embargo, es precisamente durante ese intervalo breve y subestimado cuando operan y se hacen visibles las fuerzas de la competencia. Y son justamente los hechos que tienen lugar en este intervalo los que debemos estudiar si queremos “explicar” el equilibrio que lo sucede.”

Hayek y el uso del conocimiento en la sociedad: precios, información y asignación de recursos

 

Los alumnos de la UBA Económicas, Historia del Pensamiento Económico II (Escuela Austriaca),  leyeron el artículo de Hayek, «El uso del conocimiento en la sociedad». Un artículo famoso, por supuesto, publicado en el American Economic Review y, tal vez, el más citado de este autor y el único que conozcan muchos economistas del mainstream.

Hayek

Curiosamente, muchos que lo leyeron parecen no haber considerado las consecuencias de sus conclusiones.

El artículo de Hayek es un torpedo que explota en la sala de máquinas del modelo de equilibrio general, desarrollado primero por Leon Walras y asumido como un elemento fundacional de la economía moderna bajo la forma del primer teorema de la economía del bienestar.

Este teorema sostiene que el equilibrio competitivo describe una situación donde los recursos se asignan en forma eficiente según el criterio de Pareto.

Hayek afirma en el artículo que el problema a resolver en la ciencia económica no es uno de asignación de recursos que están «dados» sino del uso del conocimiento limitado y disperso. El equilibrio general debe asumir que el conocimiento es perfecto, de otra forma no llegaría a alcanzarse, y esto es imposible. El equilibrio general, para Mises, es un modelo ideal que sirve para entender como la realidad «no es».

La economía del bienestar pasa del análisis positivo al normativo; el equilibrio general «debería alcanzarse» y si el mercado no lo logra es porque falla (externalidades, bienes públicos, etc.), por lo que el gobierno debe intervenir para acercar la situación al óptimo de Pareto.

Pero el conocimiento, no solamente es limitado, sino que esta disperso entre todos los participantes del mercado, cada uno de los cuales tiene tan solo una porción. Además, ese conocimiento describe las condiciones particulares de tiempo y lugar que no se pueden transmitir al «planificador central» y se pierden en todo intento de planificación de la economía. Al mismo tiempo, «el hombre en el lugar» necesita información general para coordinar sus acciones con el resto, la que recibe a través del sistema de precios, que actúa como un gran sistema de telecomunicaciones.

Hayek sostiene que no un problema de planificación o no, sino de quién planifica. En el socialismo es el buró de planificación, en la sociedad libre hay mucha planificación pero descentralizada, ya que cada individuo y empresa planifican aprovechando su conocimiento particular.

Hasta ahí un breve resumen del artículo, del cual se pueden extraer muchas cosas más. Pero veamos algunas interesantes preguntas que plantearon los alumnos:

«¿Cuál es el problema que queremos resolver cuando tratamos de construir un orden económico racional en una sociedad compleja y con grupos con puntos de vista políticamente diferentes?»

Esos puntos de vista políticamente diferentes son uno de los problemas que enfrenta el planificador. Digamos que son las preferencias de los individuos por la provisión de bienes «públicos» (aunque el mercado puede proveer bienes con características de públicos y casi todos los estados terminan proveyendo bienes con características de bienes privados). El planificador tendría que conocer las preferencias de cada uno, en términos de que bienes y en que cantidades. Ejemplo: Prefiero yo mas educación o mas salud? o mas defensa? o mas justicia? Y en todo caso cuanto de cada una? Ni hablar de como definir «educación» (ir a la escuela, tener acceso a Internet, tener un tutor, buenas conversaciones en mi casa, padres que me ensenan).

Y, además, como se expresaría mi preferencia? El principal instrumento que tengo es el voto, pero Public Choice ya nos ha mostrado cuan rudimentario e imperfecto es este instrumento. Cuando voto a un candidato, que quiero decir respecto a mas o menos educacion, de que tipo, con que proveedores, etc. Y deberia agregar toda esa informacion en algo asi como una «funcion de bienestar general». Precisamente es esto lo que algunos economistas han intentado hacer: un fracaso y un ridiculo.

El planificador, si quisiera organizar toda la sociedad, deberia tambien conocer mis preferencias por bienes privados: cuantas manzanas quiero, de que tipo, en que momento, etc. Pues esa informacion no la tiene disponible porque solamente se manifiesta como «preferencia revelada» en el momento en que compro tales manzanas en el mercado. Es decir, sin mercados, no puedo saberlo.

«Debemos, más bien, demostrar cómo se llega a una solución a través de interacciones entre individuos que poseen, cada uno de ellos, un conocimiento parcial. Por otro lado ¿Cómo suponer todo el conocimiento dado a una sola mente, como suponemos que nos es dado a los economistas en tanto que constructores de teorías explicativas? ¿Esto no es suponer el problema resuelto e ignorar todo lo que es realmente importante y significativo en el mundo real?»

Los economistas desarrollan teorias para tratar de explicar la realidad. A diferencia del planificador, compiten entre si, se encuentran en un entorno de mercado. Algunas teorias podran explicar la realidad mejor que otras. No hay una sola mente entre los economistas, hay muchas. Las teorias desarrollan modelos abstractos, simplificaciones de fenomenos complejos, no pueden describir toda la realidad, destacan sus aspectos mas importantes.

Jorge Luis Borges mostraba esto en forma ironica, el mapa perfecto tendria el mismo tamano de la region descripta. Desde esa perspectiva, todo mapa es «imperfecto» (pero al mismo tiempo util, a ninguno nos serviria un mapa de Brasil del tamano del Brasil!)

«¿Sería posible construir una sociedad y economía racional una vez que muchas personas, los estados y las organizaciones están más preocupados por maximizar su bienestar individual que con el colectivo?»

La respuesta a esta pregunta es el aporte mas extraordinario de la economia a las ciencias sociales: el concepto de orden espontaneo, la «mano invisible» de Adam Smith. Cada uno persigue su propio interes, pero se ve guiado a contribuir al bienestar de otros, incluso sin haberselo propuesto. Incluso mas que cuando se proponen contribuir al bienestar general.

John Stuart Mill: la Ley de Say en versión del más importante clásico del siglo XIX

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico y Social, UCEMA  vemos la famosa y maltratada “Ley de Say”. Además de leer al autor original, vemos al clásico del siglo XIX, John Stuart Mill, sobre el impacto del consumo en la producción. Así comienza:

“Antes del surgimiento de aquellos grandes autores cuyos descubrimientos han dado a la política económica su actual carácter relativamente científico, las ideas sostenidas universalmente tanto por los teóricos como por los hombres prácticos acerca de las causas de la riqueza nacional tuvieron su fundamento en ciertos puntos de vista generales que en la actualidad casi todos aquellos que se han dedicado a investigar el tema consideran, con justicia, completamente erróneos.

Entre los errores más perjudiciales en cuanto a sus consecuencias directas y que contribuyeron en mayor medida a que no se lograra una concepción adecuada de los objetivos de la ciencia, o de la prueba aplicable a la solución de los interrogantes que plantea, figuraba la gran importancia atribuida al consumo. Crear consumidores era el fin principal de la legislación en materia de riqueza nacional, de acuerdo con la opinión generalizada. Un gran y rápido consumo era lo que los productores de todas las clases y categorías deseaban para enriquecerse a sí mismos y enriquecer al país. Este objetivo, bajo las distintas denominaciones de una gran demanda, una circulación activa, un gran gasto de dinero y a veces totidem verbis un gran consumo se consideró como la condición fundamental para la prosperidad.

En el estado actual de la ciencia, no es necesario debatir esta doctrina en su forma y aplicación más absurda. Ya no se sostiene la utilidad de un gran gasto gubernamental con el objeto de fomentar la industria. En la actualidad no se piensa que los impuestos son «como el rocío que vuelve en forma de lluvia fecunda». Ya no se considera que se beneficia al productor, al tomar su dinero, siempre que se le devuelva a cambio de sus bienes. No hay nada que impresione más a una persona reflexiva, con un profundo sentido de la superficialidad de los razonamientos políticos de los dos últimos siglos, que la favorable acogida general otorgada hace tanto tiempo a una doctrina que, si es que prueba algo, prueba que la gente más se enriquece cuanto más se toma de sus bolsillos para gastar en los placeres propios; que el hombre que roba dinero de un negocio, siempre que lo gaste nuevamente en el mismo negocio, es un benefactor del comerciante a quien le roba y que la misma operación, repetida con suficiente frecuencia, originaría la fortuna del comerciante.

En oposición a estos evidentes absurdos, los economistas políticos establecieron triunfalmente que el consumo nunca necesita incentivo. Todo lo que se produce ya está consumido, sea con el fin de la reproducción o del goce. La persona que ahorra sus ingresos no es menos consumidora que aquella que los gasta: los consume de manera diferente; el ingreso proporciona alimentos y vestimenta para ser consumidos, herramientas y materiales que serán utilizados por los trabajadores productivos. Por lo tanto, hay consumo hasta el punto máximo admitido por el monto de producción. Pero de las dos clases de consumo, reproductivo e improductivo, el primero incrementa la riqueza nacional mientras que el segundo la perjudica. Lo que se consume por el mero goce, desaparece; lo que se consume; para reproducir, deja a cambio bienes de igual valor, generalmente con el agregado de una ganancia. El efecto habitual de los intentos del gobierno para incentivar el consumo es simplemente impedir el ahorro; es decir, promover el consumo improductivo a costa del reproductivo y disminuir la riqueza nacional por los mismos medios con que se intentaba incrementarla.

Lo que un país necesita para enriquecerse nunca es el consumo sino la producción. Donde hay producción, podemos estar seguros de que no falta el consumo. Producir implica que el productor desea consumir, si no ¿por qué se dedicaría a un trabajo inútil? El productor puede no desear consumir lo que é1 mismo produce, pero su motivo para producir y vender es el deseo de comprar. Por lo tanto, si los productores generalmente producen y venden cada vez más, ciertamente también compran, cada vez más. Una persona puede no necesitar más de lo que produce, pero necesita más de lo que otro produce; y, produciendo lo que el otro necesita, desea obtener lo que el otro produce. Por lo tanto, nunca habrá una cantidad producida de bienes en general mayor que la cantidad de consumidores. Pero puede haber, y siempre hay, una gran cantidad de personas que desean convertirse en consumidores de alguna clase de bienes pero no pueden satisfacer su deseo porque no cuentan con los medios necesarios para producirlos o para producir algo a cambio de ellos. Por lo tanto, el legislador no necesita preocuparse por el consumo. Siempre habrá consumo para todo lo que puede producirse hasta que se satisfagan por completo las necesidades de aquellos que poseen los medios de producción, y entonces la producción ya no se incrementará. El legislador sólo debe tener en cuenta dos elementos: que no exista obstáculo alguno que impida que aquellos que poseen los medios de producción los utilicen de la forma que consideren más conveniente para su interés; y que aquellos que no cuentan en la actualidad con los medios de producción para satisfacer su deseo de consumo tengan todo tipo de facilidad para adquirir los medios que, al convertirse en productores, tendrán la posibilidad de consumir.”

La ley de Say: toda oferta crea su propia demanda. Malinterpretada y abusada

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico y Social de UCEMA, vemos a Jean Baptiste Say (1767-1832), un ‘clásico’ francés quien nunca debe haber sospechado la importancia que adquiriría en la política económica del siglo XX. Seguramente han conocido la famosa “Ley de Say” presentada como “toda oferta crea su propia demanda”. Desde el punto de vista, digamos, del ‘marketing’, la frase parece absurda; nadie tiene garantizado que simplemente por ofrecer algo exista alguien que esté dispuesto a comprarlo. Pero, ¿es eso lo que dijo Say?, o ¿es eso lo que quiso decir?

La lectura es sobre el capítulo de su libro ‘Tratado de Economía Política’ donde precisamente presenta esta idea:

Jean Baptise Say, A treatise on political economy, capítulo XV «Of the demand of market for products»: http://www.econlib.org/library/Say/sayT15.html#Bk.I,Ch.XV

En castellano: http://www.eseade.edu.ar/files/Libertas/33_10_Say.pdf

“Una persona que dedique su esfuerzo a invertir en objetos de valor que tienen determinada utilidad no puede pretender que otros individuos aprecien y paguen por ese valor, a menos que dispongan de los medios para comprarlo. Ahora bien, ¿en qué consisten estos medios? Son los valores de otros productos que también son fruto de la industria, el capital y la tierra. Esto nos lleva a una conclusión que, a simple vista, puede parecer paradójica: es la producción la que genera la demanda de productos.”

“Si un comerciante dijera: «No quiero recibir otros productos a cambio de mi lana; quiero dinero», sería sencillo convencerlo de que sus clientes no podrían pagarle en dinero si antes no lo hubieran conseguido con la venta de algún bien propio. Un agricultor podrá comprar su lana si tiene una buena cosecha. La cantidad de lana que demande dependerá de la abundancia o escasez de sus cultivos. Si la cosecha se pierde, no podrá comprar nada. Tampoco podrá el comerciante comprar lana ni maíz a menos que se las ingenie para adquirir además lana o algún otro artículo con el cual hacer la compra. El comerciante dice que sólo quiere dinero. Yo digo que en realidad no quiere dinero, sino otros bienes. De hecho, ¿para qué quiere el dinero? ¿No es acaso para comprar materias primas o mercaderías para su comercio, o provisiones para su consumo personal? Por lo tanto, lo que quiere son productos, y no dinero. La moneda de plata que se reciba a cambio de la venta de productos propios, y que se entregue en la compra de los de otras personas, cumplirá más tarde la misma función entre otras partes contratantes, y así sucesivamente. De la misma manera que un vehículo público transporta en forma consecutiva un objeto tras otro. Si no puede encontrar un comprador, ¿diría usted que es solamente por falta de un vehículo donde transportarlo? Porque, en última instancia, la moneda no es más que un agente que se emplea en la transferencia de valores. Su utilidad deriva de transferir a sus manos el valor de los bienes que un cliente suyo haya vendido previamente, con el propósito de comprarle a usted. De la misma manera, la próxima compra que usted realice transferirá a un tercero el valor de los productos que usted anteriormente haya vendido a otros. De esta manera, tanto usted como las demás personas compran los objetos que necesitan o desean con el valor de sus propios productos, transformados en dinero solamente en forma temporaria. De lo contrario, ¿cómo es posible que la cantidad de bienes que hoy se venden y se compran en Francia sea cinco o seis veces superior a la del reinado miserable de Carlos VI? ¿No es evidente que deben haberse producido cinco o seis veces más bienes, y que deben haber servido para comprarse unos a otros?”

Y aquí el párrafo que diera lugar a esa interpretación llamada “Ley de Say”. ¿Parece tan ilógico como alguien (¿quién?) lo quiso presentar?:

“Cuando un producto superabundante no tiene salida, el papel que desempeña la escasez de moneda en la obstrucción de sus ventas en tan ínfimo que los vendedores aceptarían de buen grado recibir el valor en especie para su propio consumo al precio del día: no exigirían dinero ni tendrían necesidad de hacerlo, ya que el único uso que le darían seria transformarlo inmediatamente en artículos para su propio consumo.

Esta observación puede extenderse a todos los casos donde exista una oferta de bienes o servicios en el mercado. La mayor demanda estará universalmente en los lugares donde se produzcan más valores, porque en ningún otro lugar se producen los únicos medios de compra, es decir, los valores. La moneda cumple sólo una función temporaria en este doble intercambio. Y cuando por fin se cierra la transacción, siempre se habrá intercambiado un bien por otro.

Vale la pena señalar que desde el instante mismo de su creación el producto abre un mercado para otros por el total de su propio valor. Cuando el productor le da el toque final a su producto, está ansioso por venderlo de inmediato, por miedo a que pierda valor en sus manos. De la misma manera, quiere deshacerse del dinero que recibe a cambio, ya que también el valor del dinero es perecedero. Pero la única manera de deshacerse del dinero es comprando algún otro producto. Por lo tanto, la sola creación de un producto inmediatamente abre una salida para otros.”

Otro Smith, Vernon, responde a la pregunta si hay dos caras distintas de Adam Smith

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico y Social, de UCEMA, completamos el análisis de las contribuciones de Adam Smith y los escoceses leyendo un artículo de otro Smith, Vernon, premio Nobel de Economía 2002 por sus aportes para el desarrollo de la economía experimental. El artículo se llama “Las dos caras de Adam Smith”:

Vernon Smith - copia

“No es de la benevolencia del carnicero, del cervecero, o del panadero, de quienes debemos esperar nuestra cena, sino de la preocupación de estos por sus propios intereses… Esta división del trabajo no está originada en ninguna sabiduría humana, que anticipa y procura la opulencia a la que da lugar. Lo está en la necesaria, aunque muy lenta y gradual consecuencia, de una cierta propensión que observamos en su naturaleza, que sin buscar esa utilidad generalizada, lo inclina al trueque e intercambio de una cosa por otra”. La riqueza de las naciones, Adam Smith, 1776

“No importa cuán egoísta se suponga al hombre, es evidente que hay ciertos principios en su naturaleza que lo hacen interesarse en la fortuna de los demás, y transforman la felicidad de aquellos en necesaria para él, aunque no obtenga de eso otro placer más que observarla”. La teoría de los sentimientos morales, Adam Smith, 1759

Para Vernon Smith, como para Coase en un post anterior, no hay contradicción y recurre a la antropología y la sicología evolutiva para concluir:

“Sin embargo, estas dos visiones no son inconsistentes si reconocemos como un rasgo distintivo fundamental de los homínidos su propensión universal al intercambio social. Esta propensión se expresa tanto en el intercambio personal en las transacciones sociales en pequeños grupos, como en el comercio impersonal, por medio de extensos mercados de grandes grupos. De esa manera, podemos decir que Smith tenía solo un axioma de comportamiento: “la propensión al trueque e intercambio de una cosa por otra”, donde los objetos de intercambio los interpretaré de tal manera que incluyan no solo bienes, sino también regalos, asistencia y favores, fundados en la simpatía y preocupación por los demás. Esto es, “en la generosidad, humanidad, amabilidad, compasión, amistad y estima” (Smith, 1759).”

“Como se puede observar en los registros etnográficos y en experimentos de laboratorio, ya sea que se intercambien bienes o favores, en ambos casos se producen ganancias, que son las que los seres humanos buscan incesantemente en todas las transacciones sociales. Así, este axioma de Adam Smith, interpretado de manera que incluya el intercambio de bienes y de favores -cuando éste ocurre en distintos instantes del tiempo-, así como el comercio de bienes -cuando éste es efectuado en un instante preciso del tiempo, ya sea por medio del dinero o por medio del trueque por otros bienes-, es suficiente para caracterizar la mayor parte de los emprendimientos sociales y culturales humanos. Esto explica por qué la naturaleza humana parece inducir a las personas a preocuparse simultáneamente de sí misma y de los demás, y permitiría entender el origen y fundamento último de los derechos de propiedad.”

“El derecho de propiedad es una garantía que permite que ciertos actos sean realizados por personas dentro de los marcos definidos por ese derecho. Nosotros automáticamente pensamos en el Estado como el garante contra represalias cuando los titulares del derecho lo ejercen. Pero los derechos de propiedad preceden a los estados-naciones, porque el intercambio social al interior de tribus sin Estado, y el comercio entre estas tribus precede a la revolución agrícola ocurrida hace solo 10.000 años, un mero pestañeo en la escala de tiempo de la emergencia de los humanos. Tanto el intercambio social como el comercio reconocen implícitamente derechos mutuos para actuar que se traducen en lo que normalmente llamamos “derechos de propiedad”. ¿En qué sentido son estos derechos “naturales”? La respuesta, creo, se encuentra en la universalidad, espontaneidad y valor adaptativo evolucionario de la reciprocidad. La reciprocidad en nuestro actuar, que se observa en la conducta humana (y también prominentemente en la de nuestros parientes cercanos, los chimpancés), es el fundamento de nuestro rasgo distintivo como criaturas de intercambio social, intercambio que hemos extendido para incluir el comercio con personas sin parentesco y también con miembros de otras tribus mucho antes que adoptáramos la agricultura y la ganadería como formas de vida.”

La teoría del valor en un austriaco menos conocido: Friedrich von Wieser

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico II (Escuela Austriaca), de Económicas UBA, vemos un “austriaco” poco leído y comentado. Friedrich von Wieser, sobre las teorías del valor, de su libro Valor Natural:  

“Creo que nadie negará que la teoría del valor necesita reformarse desde sus cimientos. La imperfección de los puntos de vista prevalecientes la confiesan incluso sus propios seguidores, pero mientras la gran mayoría de los economistas aún no saben dónde dirigirse, una nueva teoría ha llegado al frente. Al principio pasó desapercibido, y luego durante mucho tiempo pero poco pensado, elaborado por hombres que, en su mayor parte, no se conocían pero que sin embargo estaban de acuerdo donde tantos habían dudado y no estaban de acuerdo, surgió una nueva teoría basada en una nueva base. —Una teoría empírica sobre una base empírica.  

La nueva teoría parte de la vieja proposición de que el valor de los bienes proviene de la utilidad de los bienes o, lo que es lo mismo [xxxii], de las satisfacciones de la necesidad que aseguran los bienes. Entonces, para encontrar las leyes del valor, primero se deben conocer las leyes de la necesidad. Ahora, en esta búsqueda, nos encontramos con el hecho de que la necesidad de lo mismo, incluso en la misma persona y en condiciones económicas dadas, tiene fortalezas muy diferentes, que varían según el grado en que la necesidad ya ha sido satisfecho mediante el empleo de bienes. Pero como el empleo de los bienes depende, de la cantidad de bienes que se posean, la cantidad de bienes ejerce una influencia decisiva en la valoración de las necesidades y, por tanto, en la fuente del valor mismo. Esta observación es el punto de partida de una investigación más amplia. En sí mismo es de gran importancia porque en última instancia da la solución al fenómeno paradójico de que el valor cae a medida que aumentan los bienes. Pero es tan importante por sus efectos sobre el método económico, porque guía al economista, desde los falsos objetos a los que apuntan los métodos especulativos y el lenguaje ordinario, hasta el corazón empírico del fenómeno del valor. 

Como precursores de la teoría, denominamos generalmente a todos aquellos que han obtenido valor de la utilidad; especialmente aquellos que fueron persistentes en basar incluso el valor de cambio por completo en la utilidad, particularmente cuando no se apartaron de su principio a pesar de la influencia obvia de los costos de producción. Por lo general, en este punto, el enunciado de la teoría es inconsecuente u oscuro, o conserva su lógica y su claridad, a expensas de renunciar a la completitud, al omitir la cuestión de los costos. Como precursores de la nueva teoría en el sentido más estricto del término, podemos nombrar a aquellos que abordan la cuestión de las cantidades de bienes tanto como su utilidad. Por lo general, por supuesto, esto solo llega hasta el punto de mostrar los cambios en la cantidad de valor que se derivan de los cambios en la oferta y la demanda. Pero, en el caso de unos pocos escritores, ha tomado una forma mucho más exacta, donde se reconoce la “escasez”, la “limitación de la oferta” como condición bajo la cual la utilidad crea valor – y que no solo, como dice Ricardo, como se refiere a determinados productos raros, pero a los productos [xxxiii] en general. Entre los escritores que responden a esta descripción, que pueden considerarse los precursores inmediatos de nuestra teoría, se encuentran Auguste Walras (De la Nature de la Richesse et de I ‘Origine de la ValeurEvreux, 1831), y también Condillac, Genovesi y Senior . 

Carl Menger, la revolución marginalista y el carácter subjetivo del valor, incluyendo los costos

Así comenzó la “revolución marginalista” en la economía. Con los alumnos de la UBA Económicas vemos el libro de Carl Menger, Principios de Economía Política. Dice el autor en su capítulo III:

menger

“El valor de los bienes se fundamenta en la relación de los bienes con nuestras necesidades, no en los bienes mismos. Según varíen las circunstancias, puede modificarse también, aparecer o desaparecer el valor. Para los habitantes de un oasis, que disponen de un manantial que cubre completamente sus necesidades de agua, una cantidad de la misma no tiene ningún valor a pie de manantial.

Pero si, a consecuencia de un terremoto, el manantial disminuye de pronto su caudal, hasta el punto de que ya no pueden satisfacerse plenamente las necesidades de los habitantes del oasis y la satisfacción de una necesidad concreta depende de la disposición sobre una determinada cantidad, esta última adquiriría inmediatamente valor para cada uno de los habitantes. Ahora bien, este valor desaparecería apenas se restableciera la antigua situación y la fuente volviera a manar la misma cantidad que antes. Lo mismo ocurriría en el caso de que el número de habitantes del oasis se multiplican de tal forma que ya la cantidad de agua no bastara para satisfacer la necesidad de todos ellos. Este cambio, debido a la multiplicación del número de consumidores, podría incluso producirse con una cierta regularidad, por ejemplo, cuando numerosas caravanas hacen su acampada en este lugar.

Así pues, el valor no es algo inherente a los bienes, no es una cualidad intrínseca de los mismos, ni menos aún una cosa autónoma, independiente, asentada en sí misma. Es un juicio que se hacen los agentes económicos sobre la significación que tienen los bienes de que disponen para la conservación de su vida y de su bienestar y, por ende, no existe fuera del ámbito de su conciencia. Y así, es completamente erróneo llamar “valor” a un bien que tiene valor para los sujetos económicos, o hablar, como hacen los economistas políticos, de “valores”, como si se tratara de cosas reales e independientes, objetivando así el concepto. Lo único objetivo son las cosas o, respectivamente, las cantidades de cosas, y su valor es algo esencialmente distinto de ellas, es un juicio que se forman los hombres sobre la significación que tiene la posesión de las mismas para la conservación de su vida o, respectivamente, de su bienestar.

La objetivación del valor de los bienes, que es por su propia naturaleza totalmente subjetivo, ha contribuido en gran manera a crear mucha confusión en torno a los fundamentos de nuestra ciencia.”

Y luego ya se encarga de demoler la teoría del “valor trabajo”:

El valor que un bien tiene para un sujeto económico es igual a la significación de aquella necesidad para cuya satisfacción el individuo depende de la disposición del bien en cuestión. La cantidad de trabajo o de otros bienes de orden superior utilizados para la producción del bien cuyo valor analizamos no tiene ninguna conexión directa y necesaria con la magnitud de este valor. Un bien no económico, por ejemplo, una cantidad de madera en un gran bosque, no encierra ningún valor para los hombres por el hecho de que se hayan empleado en ella grandes cantidades de trabajo o de otros bienes económicos. Respecto del valor de un diamante, es indiferente que haya sido descubierto por puro azar o que se hayan empleado mil días de duros trabajos en un pozo diamantífero. Y así, en la vida práctica, nadie se pregunta por la historia del origen de un bien; para valorarlo sólo se tiene en cuenta el servicio que puede prestar o al que habría que renunciar caso de no tenerlo. Y así, no pocas veces, bienes en los que se ha empleado mucho trabajo no tienen ningún valor y otros en los que no se ha empleado ninguno lo tienen muy grande. Puede ocurrir también que tengan un mismo valor unos bienes para los que se ha requerido mucho esfuerzo y otros en los que el esfuerzo ha sido pequeño o nulo. Por consiguiente, las cantidades de trabajo o de otros medios de producción empleados para conseguir un bien no pueden ser el elemento decisivo para calcular su valor. Es indudable que la comparación del valor del producto con el valor de los medios de producción empleados para conseguirlo nos enseña si y hasta qué punto fue razonable es decir, económica, la producción del mismo. Con todo, esto sólo sirve para juzgar una actividad humana perteneciente al pasado. Pero respecto del valor mismo del producto, las cantidades de bienes empleados en conseguirlo no tienen ninguna influencia determinante ni necesaria ni inmediata.”Carl

Adam Smith: la Teoría de los Sentimientos Morales y La Riqueza de las Naciones

Vemos con los alumnos de UCEMA al Adam Smith del libro “Teoría de los Sentimientos Morales”, que parece ser diferente del autor de “La Riqueza de las Naciones”. Muchos han planteado una contradicción entre la visión que Smith tiene del ser humano en uno y otro texto. ¿De dónde salió este problema? ¿Es realmente así? Ya buscaremos aclarar este dilema.

Bueno, parece estar presente ya en el primer párrafo del primer capítulo de la Teoría. Dice así:

“Por más egoísta quiera suponerse al hombre, evidentemente hay algunos elementos de su naturaleza que lo hacen interesarse en la suerte de los otros de tal modo, que la felicidad de éstos le es necesaria, aunque de ello nada obtenga, a no ser el placer de presenciarla. De esta naturaleza es la lástima o compasión, emoción que experimentamos ante la miseria ajena, ya sea cuando la vemos o cuando se nos obliga a imaginarla de modo particularmente vívido. El que con frecuencia el dolor ajeno nos haga padecer, es un hecho demasiado obvio que no requiere comprobación; porque este sentimiento, al igual que todas las demás pasiones de la naturaleza humana, en modo alguno se limita a los virtuosos y humanos, aunque posiblemente sean éstos los que lo experimenten con la más exquisita sensibilidad. El mayor malhechor, el más endurecido transgresor de las leyes de la sociedad, no carece del todo de ese sentimiento.”

AdamSmith

¿No es, acaso, Adam Smith quien nos habla de que las personas persiguen su interés personal, que no esperamos de la bondad del carnicero que éste tenga en su comercio la carne que necesitamos para nuestra comida de hoy? ¿Qué no apelamos a su bondad sino a su interés? Gran parte de la economía parece haberse quedado en estos aportes del autor y profundizado su visión del individuo egoísta denominado “maximizador de utilidad” y, en particular, de utilidad monetaria.

También vemos la obra que lo hizo famoso, un capítulo de La Riqueza de las Naciones>

Si tuviera que elegir las dos páginas más memorables y relevantes que se hayan escrito en toda la historia del pensamiento económico creo que elegiría las del Libro IV, Capítulo II.AdamSmithHay tantas cosas en esas páginas que tal vez ningún otro texto haya podido aportar tantos temas como los que allí aparecen en algunos pocos párrafos. Para empezar, la famosa frase sobre la “mano invisible”, explicando que existe allí un “orden espontáneo” que lleva a que las acciones individuales motivadas aunque sea por el interés personal, terminan contribuyendo a un fin que no era parte de su intención. Persiguiendo su propio interés (que puede incluir la preocupación por el bienestar de otros), promueve más el bien de la sociedad que si se lo hubiera propuesto. Ya con eso sólo, por supuesto, ha pasado a la historia.

El tema va más allá que una mera metáfora sobre una “mano invisible”. Carlos Rodriguez Braun señala con muy criterio que en verdad es engañosa porque no hay allí ninguna mano, ni siquiera invisible, sino que son los incentivos de cada uno por los que para obtener lo que queremos tenemos que ofrecer a los demás algo que ellos necesiten y valoren. Pero es la magia de que allí, en el mercado, se ordenan las acciones de todos de una forma que termina beneficiándonos como no lo podríamos hacer si actuáramos con esa intención (por ejemplo, planificando la economía hacia un supuesto bienestar general).

Esta es una de las contribuciones más importantes que se hayan realizado a las ciencias sociales: la existencia de ciertos órdenes espontáneos donde las partes componentes se acomodan a sí mismas y no hay nadie que las acomode en un cierto lugar. Esos órdenes espontáneos incluyen además de los mercados, al lenguaje, la moral, la moneda y otros. En el párrafo siguiente plantea la cuestión del conocimiento local, algo que luego Hayek profundizaría en su artículo “El uso del conocimiento en la sociedad”. Allí dice, precisamente, que cada individuo “en su situación local” juzgará mucho mejor cómo invertir su capital que cualquier “político o legislador”.

“El político que se asignara esa tarea se estaría cargando a sí mismo con algo innecesario y cuya decisión no podría confiarse que además sería muy arriesgado otorgar esa decisión a alguno que fuera tan loco o presuntuoso que pensara que puede tomarla.

Si podemos proveernos algo de afuera más barato pagando con el producto de nuestra propia actividad, sería ridículo no hacerlo. El trabajo no se aplica a la mejor ventaja cuando se dirige a algo que es más barato comprarlo que producirlo.”

La idea de que la lógica de la familia no es distinta de la lógica del “reino” es fundamental, sobre todo en estos tiempos donde aplicamos un razonamiento y un accionar a nivel individual pero se nos dice que a nivel agregado es todo lo contrario.

En fin, el capítulo da para más, pero tan solo estas dos páginas traen todos estos temas. Con uno sólo de ellos hubiera sido suficiente como para hacer historia. Es como un álbum de música que pone cuatro o cinco temas en el número uno. Si hay algún caso de esos, ya está en la historia grande.