Mises, la interconexión de los precios y los bienes y servicios sustitutos y complementarios

Mises analiza la “interconexión de los precios”, y considera las distintas expresiones de este fenómeno:

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“Si un proceso definido de producción da como resultado los productos p y q simultáneamente, las decisiones y acciones empresariales estarán dirigidas por la evaluación de la suma anticipada de los precios de p y q. Los precios de p y q están particularmente conectados entre sí ya que cambios en la demanda de p (o de q) generan cambios en la oferta de q (o de p). La relación mutua de los precios de p y q puede llamarse conexión de producción. El empresario llama a p (o q) un subproducto de q (o p).”

Luego señala la conexión de consumo. Esta sería cuando la producción de un bien de consumo requiere el empleo de dos factores y no importa que la combinación de esos factores la realice una misma empresa o distintas, o incluso el mismo consumidor comprando dos productos y combinándolos luego.

Finalmente la “conexión de sustitución”: “Si los servicios que brinda un producto b puede ser sustituidos, aunque no sea de forma perfecta, por otros que brinda el producto a, un cambio en el precio de uno de ellos afectará al precio del otro. La relación mutua entre los precios de a y b puede llamarse conectividad de sustitución”.

Pero luego, existe una conectividad mucho más general. Así la presenta Robert P. Murphy en la “Guía para el estudio de La Acción Humana”:

“Los precios de ciertos bienes tienen una conexión especial; el rebaja de precio de la manteca de maní puede afectar al precio de las mermeladas. Y aún más generalmente, los precios de todos los bienes están interconectados porque todos los bienes y servicios compiten por el dinero de los compradores. Y como se requiere de trabajo para la producción de todo bien, están todos interrelacionados tanto por el lado del consumo como por el de la producción. Es imposible analizar un precio específico en forma aislada.”

Esta conectividad se debe a la existencia de muchos factores que no son específicos. Dice Mises que en un mundo ideal en el que cada factor fuera específico cada actividad estaría aislada de las otras.

Concluye en este tema:

“Sería absurdo considerar a un precio definido como si fuera un objeto aislado en sí mismo. Un precio expresa la posición que los hombres actuantes le otorgan a una cosa en el estado presente de los esfuerzos para remover una insatisfacción. No indica relación con algo inmutable, sino solamente una posición instantánea en un conjunto permanentemente cambiante. En esta colección de cosas que son consideradas valiosas por los juicios de valor de las personas actuantes el lugar de cada una de ellas está interrelacionado con todas las demás. Lo que llamamos precio es una relación, dentro de un sistema integrado, que es el efecto compuesto de las valoraciones humanas.”

 

Buchanan y Mises sobre el abandono de la austeridad fiscal antes y después de Keynes

James Buchanan y Richard Wagner escribieron un libro titulado “Democracia en déficit: el legado político de Lord Keynes”, publicado en 1977 y disponible gratuitamente acá: http://oll.libertyfund.org/titles/1097

El argumento central del libro es que el análisis y las propuestas de Keynes terminaron de relajar el espíritu “victoriano” de austeridad en la política fiscal y ya nunca más pudo frenarse el crecimiento del gasto público, los déficits y el endeudamiento si no es por el límite que impone el mismo mercado para financiar ese gasto, o en última instancia el colapso fiscal y monetario.

Era una idea compartida por otros autores, entre ellos Mises, quien escribe en “Restoring Europe’s State Finances”, una conferencia que dictara en 1924, señalando que ese cambio se había producido bastante tiempo antes:

“Hubo un tiempo en el que era sabiduría convencional que los impuestos son un mal a ser evitado en cuanto sea posible y que la única virtud de un ministro de finanzas era su frugalidad. En esos días los representantes del pueblo en el parlamento realizaban grandes esfuerzos para reducir las propuestas presupuestarias para ahorrarle a la población una excesiva carga impositiva. Desgraciadamente, este principio fue abandonado en las décadas previas a la guerra [Primera Guerra Mundial]. Una perniciosa doctrina surgió diciendo que había una diferencia fundamental entre el presupuesto público y el de cualquier familia. En los presupuestos familiares, se creía, los gastos estaban basados en el ingreso, mientras que en el presupuesto público eran los gastos los que determinaban los ingresos. Si bien ningún teórico fiscal se atrevió nunca a proclamar este principio abiertamente y sin reservaciones [Keynes entonces puede haber inaugurado la lista], sin embargo ha servido en general como la base de la discusión académica.”

“El principio fue reforzado por una singular interpretación de que solamente los impuestos indirectos sobre artículos de consumo masivo afectan a amplios sectores de la población, mientras que se creía que los impuestos directos castigaban solo a los ricos y a los propietarios, sin pesar sobre la economía en general.”

“Cuando sea que la discusión giraba sobre un gasto nuevo y popular, los representantes del pueblo se inclinaban a aprobarlo en tanto no fuera pagado por nuevos impuestos indirectos sino solamente por nuevos impuestos directos. Algunos de estos, por ejemplo el impuesto a la herencia o el impuesto a las ganancias de capital, se dirigen a la riqueza en la forma de capital como una fuente de ingresos fiscales. En el caso de impuestos sobre los ingresos y las ganancias, la idea original era que cayera solo sobre el ingreso real. Como resultado de la depreciación monetaria y la consiguiente imposición de ganancias “contables”, aun los impuestos sobre los ingresos y las ganancias se han convertido en impuestos a la riqueza. Una porción del capital existente ha sido consumido en impuestos, convertido en bienes de consumo y gastado. Por su misma naturaleza, la política fiscal ha reducido la riqueza de la economía. Pero tan grandes eran las ilusiones sociales y políticas que eso era considerado un rasgo deseable de la imposición directa que recaía sobre el patrimonio del país. Sentimientos de envidia como éste generaron la creencia que el empobrecimiento de los emprendedores y los dueños del capital era beneficioso para le economía. El hecho que la economía en su conjunto, no solo los dueños del capital, se volvía más pobre era totalmente olvidado.”

“El crédito fácil también cumplió un papel importante en la actitud desarrollada hacia un crecimiento del gasto público. En el pasado, aun los ministros de finanzas de estados grandes y ricos tenían serios problemas para tomar créditos aun modestos, y esos intentos muchas veces fracasaban. Esta situación cambió completamente en las décadas anteriores a la guerra.”

Coase, Hayek, Mises y Buchanan sobre los mercados dentro de las empresas

El enfoque económico basado en modelos de equilibrio general desvió la atención del análisis del papel de emprendedor y la microeconomía terminó considerando a la empresa como una “función de producción”, una caja negra en la que entran inputs y salen outputs. De hecho, se desentendió de lo que sucede dentro de la empresa y de lo que la economía podría decir al respecto. Del texto de Wayne Leighton “El uso del conocimiento en la economía y la gestión: ¿pueden los mercados funcionar en las empresas?”:

Una mirada más de cerca a los aportes realizados por Coase, Hayek y la bibliografía posterior revela similitudes en cuanto a su relevancia para las teorías de gestión y el papel que desempeña el empresario, así como las limitaciones para aplicarlas en forma independiente. La visión coasiana de la empresa como un enfoque para minimizar los costos de transacción –lo que más adelante se describirá como un nexo de contratos– se mejora al entender en qué sentido dichos costos de transacción están relacionados con el conocimiento disperso y tácito. La visión hayekiana de que los precios transmiten información y asignan recursos eficientemente en una economía de mercado y, de modo similar, pueden asignar recursos eficientemente en una empresa, mejora al reconocer las limitaciones relacionadas con el problema de los costos de transacción. Coase y Hayek brindan aportes complementarios pero que se deben aplicar con conocimiento de la crítica misesiana.

La crítica misesiana de “jugar al mercado” dentro de la empresa es útil, porque demuestra que, en última instancia, es el empresario el que toma las decisiones vitales. Al mismo tiempo, el empresario, propietario o gerente pueden asignar recursos eficientemente dentro de la empresa, pero sólo mediante el uso del conocimiento disperso y tácito de los empleados. Algunos medios para aprovechar este conocimiento (es decir, algunos enfoques gerenciales) serán más efectivos que otros. Para la mayoría de los gerentes, la información necesaria para tomar decisiones efectivas (por ejemplo, qué proporcionar a los consumidores; qué combinación de recursos utilizar dentro de qué tipo de arreglos contractuales) estará totalmente en manos de esa única persona. Esto ocurre principalmente a medida que la empresa crece, lo que permite hacer que una analogía con la observación de Alfred North Whitehead (que la civilización progresa cuando se expanden las actividades que se pueden realizar sin pensar en ellas) sea especialmente apta para los gerentes de las empresas grandes o en crecimiento.

En parte, el desafío para la persona que toma las decisiones es cómo aprovechar este conocimiento disperso cuando existen asimetrías en la información, y cuando los propietarios y los empleados se ven ante incentivos diferentes. Este es un problema entre mandante y mandatario, relacionado con los costos de transacción. Más aún: el desafío es crear un ambiente en el que todas las personas de la empresa tengan incentivos para estar alerta, utilizar la información que quizá sólo ellos posean, y actuar sobre las oportunidades que quizá sólo ellos perciban. Los propietarios y los gerentes (actuando de un modo decididamente empresarial) pueden crear un valor adicional al crear una estructura organizacional que optimice estos incentivos, para que todos los empleados puedan utilizar el conocimiento y realizar acciones que generen ganancias.

Esto no significa que la empresa y el mercado sean equivalentes. Pero las diferencias pueden estar menos relacionadas con la efectividad de los precios en la asignación de recursos, y más con quién fija las reglas para el uso de los precios y quién crea las instituciones en las que opera la empresa. No existe la creación de un orden espontáneo en la empresa ni en ninguna otra parte; sólo la cultura, las reglas y otras instituciones hacen que el orden sea posible. En resumen, la cultura de la empresa (que se comentará más adelante) y sus reglas del juego son determinadas por procesos muy diversos en la sociedad, si la comparamos con la empresa. Como han advertido James Buchanan y otros, las reglas sobre la toma de decisiones son vitales para determinar los resultados. En una sociedad, las reglas constitucionales (o meta) proporcionan un marco idealmente diseñado para proteger los derechos fundamentales, como, por ejemplo, el derecho a la propiedad.

Dentro de este marco de reglas, las personas negocian, cooperan, contratan y comercian en acuerdos de mejora paretiana. La empresa también opera dentro de este conjunto de reglas establecido por la sociedad. Sin embargo, el empresario agrega otro nivel de reglas, en este caso diseñadas alrededor del juego de la creación de riqueza, además de cualquier otra cosa que produzca utilidad para él.

Las reglas del juego desempeñan un papel central en la opción pública, en la nueva economía institucional y en la economía austriaca. Pero estas reglas, útiles para explicar la asignación eficiente de recursos dentro de una sociedad, han sido aplicadas pocas veces a la teoría de la empresa y a la función del empresario. Excepciones notorias incluyen las obras de Langlois, Gifford y Foss.

El intervencionismo económico genera empresarios amigos del poder, no de los consumidores

Mises escribe (“The Myth of the Failure of Capitalism”):

“Antes que existiera la economía política, se creía que cualquiera que tuviera poder y la determinación de usarlo podía hacer lo que quisiera. Pero aun si el poder de quienes sustentaban autoridad era considerado ilimitado y omnipotente, los sacerdotes advertirían a los gobernantes que debían moderarse en el uso de su poder para la salvación de sus almas.

Esta visión fue destruida con la fundación de la sociología y el trabajo de una gran número de intelectuales, entre los cuales los nombres de David Hume y Adam Smith brillan en forma destacada. Se descubrió que el poder social es algo moral e intelectual, no algo material o ‘real’ en el sentido vulgar del término, como antes se pensaba. Y se comprendió que existe una unidad inevitable en los fenómenos del mercado que ni siquiera el poder puede destruir. Se descubrió que en la arena social hay algo funcionando que incluso los que detentan el poder no pueden torcer y que, al buscar sus objetivos, se deben ajustar a ello no muy diferente de como se someten a las leyes de la naturaleza. En toda la historia del pensamiento humano y las ciencias, nunca hubo un descubrimiento mayor.”

“Comenzando con el reconocimiento de las leyes del mercado, la economía política demuestra los efectos cuando el poder político y la fuerza intervienen en el funcionamiento del mercado. Una intervención aislada no puede alcanzar los fines para los que fue aplicada por las autoridades y lleva a consecuencias que son indeseables aun desde la perspectiva de quienes detentan el poder. Así, aún desde la perspectiva del intervencionista, los efectos son inútiles y dañinos.”

“El argumento utilizado para hacer responsable al capitalismo de por lo menos alguna de estas cosas se basa en la idea de que los emprendedores y capitalistas ya no son liberales sino que se han vuelto intervencionistas y estatistas. Esto es cierto, pero las conclusiones son erróneas. Esas conclusiones se basan en una visión marxista insostenible de que los emprendedores y capitalistas protegieron sus especiales intereses de clase a través del liberalismo durante el auge del capitalismo, pero ahora, en el período de su declive, protegen sus intereses a través del intervencionismo. Así, supuestamente se muestra que la ‘economía regulada’ bajo el sistema intervencionista es un sistema económico históricamente necesario para esa fase del capitalismo en la cual nos encontramos ahora. Pero la idea que la Economía Clásica y el Liberalismo eran la ideología (en el sentido marxista del término) de la burguesía es una de las tantas doctrinas marxistas absurdas. Si los emprendedores y capitalistas pensaron como liberales en Inglaterra en 1800 y piensan como intervencionistas, estatistas y socialistas en la Alemania de 1930, la razón de esto es que incluso los emprendedores y capitalistas están en manos de las ideas predominantes del momento. Los emprendedores tienen intereses especiales que podrían haber sido protegidos por el intervencionismo y dañados por el liberalismo en 1800 no menos que en 1930.”

“Ahora, a los grandes emprendedores se los llama ‘líderes económicos’. La sociedad capitalista no conoce de ‘líderes económicos’. La diferencia característica entre una economía socialista y una capitalista se basa precisamente en el hecho de que los emprendedores y los dueños de los medios de producción no siguen otro liderazgo que no sea el del mercado. La costumbre de llamar a los directores de grandes empresas como líderes económicos significa que esas posiciones generalmente se consiguen no a través del éxito económico sino de otros medios.”

“En el estado interventor ya no es de crucial importancia para el éxito de una empresa que el negocio se maneje de una forma que satisfaga la demanda de los consumidores de la mejor y menos costosa forma. Es mucho más importante que uno tenga “buenas relaciones” con las autoridades políticas que la intervención actúe en beneficio y no en perjuicio de la empresa. Un poco más de protección arancelaria para los productos que la empresa fabrica y un poco menos para los insumos que utiliza puede ser mucho más beneficios que una mayor eficiencia manejando el negocio. No importa cuán bien se maneje una empresa, fracasará si no sabe proteger sus intereses en el diseño de aranceles y en la relación con las autoridades. Tener “contactos” se vuelve más importante que producir bien y barato.”

Hume y Mises sobre la «no-neutralidad» del dinero, los precios relativos y el patrón-oro

Hume y Mises sobre un tema central para entender los efectos de las políticas monetarias y de la inflación. Me refiero a la “no-neutralidad” del dinero. Esto es, la emisión monetaria por sobre la demanda de dinero genera un aumento generalizado de los precios que llamamos inflación, pero lo cierto es que no todos los precios suben al mismo tiempo. Esto dicen al respecto los autores mencionados:

David Hume en “Of Money” (1752):

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“Para considerar, entonces, este fenómeno, debemos considerar que aunque el alto precio de los bienes es una consecuencia necesaria del incremento del oro y la plata, no resulta en forma inmediata de este incremento: se requiere cierto tiempo antes que ese dinero circule por todo el reino, y haga sentir su efecto en todo el pueblo. AL principio no se siente ninguna alteración, los precios suben gradualmente, primero en un bien, luego en otro, hasta que todos alcanzan una justa proporción con la nueva cantidad de dinero en el reino. En mi opinión, es solo en este intervalo o situación intermedia, que el aumento de la cantidad de oro y plata es favorable a la industria. Cuando una cantidad de dinero es importada en una nación, no se distribuye entre muchas manos pero es confinada a los cofres de pocas personas, quienes en forma inmediata buscan usarlas en su beneficio.”

Ludwig von Mises en “The Gold Standard and its Opponents”(1931):

“Si todos los otros precious permancen más o menos estables mientras el precio de un bien, digamos el carbón, sube, esto significa una ventaja para los dueños de las minas de carbón. ¿Pero qué sucede si ese aumento es resultado de un aumento de la cantidad de dinero que eleva todos los precios? Si como consecuencia de esta inflación todos los precios subieran al mismo tiempo y todos los precios de todos los bienes y servicios se incrementaran proporcionalmente, no producirían ningún otro reajuste social –excepto por las desventajas para los acreedores y las ventajas para los deudores. Pero, sin embargo, como la teoría económica ha probado en forma irrefutable, los aumentos de precios no ocurren todos al mismo tiempo en la economía, ni suben en la misma proporción, definitivamente causan diversos efectos sociales. Los sectores que llevan al mercado bienes y servicios cuyos precios crecen al inicio del proceso ganan con los cambios en el poder adquisitivo del dinero. Por un cierto período, ellos venden a un precio mayor, y pueden comprar bienes y servicios para su propio uso a precios más bajos que se corresponden más con el poder adquisitivo del dinero antes de la inflación. Si la inflación es frenada, entonces los salarios y los precios de distintos bienes se emparejan en cierta medida. Pero las ganancias obtenidas y las pérdidas sufridas en el curso del proceso inflacionario nunca se recuperan.”

Y, para terminar, un comentario de Mises sobre el patrón-oro:

“El valor del dinero no es ‘estable’, por supuesto, bajo el patrón-oro. Pero, ‘valor estable’ es, después de todo un concepto vago e impreciso. Sólo en una economía estacionaria, en el sentido estricto en el cual todo es igual mañana y pasado mañana de lo que fue ayer y anteayer, tendría precios sin cambios y, por consiguiente, un dinero con poder adquisitivo estable. El logro del patrón-oro es que libera al poder adquisitivo del dinero de la unidad monetaria en mayor medida de los factores políticos que la influencian de lo que sería el caso bajo cualquier otro sistema monetario posible.”

Quienes promueven la inflación juegan con fuego, Keynes y Mises sobre el Tratado de Versailles

Pocas cosas podrán encontrarse en común en la visión de la economía de John Maynard Keynes y Ludwig von Mises, pero no es el caso en cuanto al análisis de la situación europea luego de la Primera Guerra Mundial. Keynes formó parte de la delegación británica en las negociaciones que llevaron al Tratado d Versailles, y criticó la dureza de las condiciones impuestas a Alemania augurando una reacción que luego se podría lamentar, y hubo que lamentar. Lo hizo en su libro “Las consecuencias económicas de la Paz” (1919).

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Tal vez tuvo mucho menos impacto un artículo de Mises publicado, en alemán, en el diario Neue Freie Presse el 28 de Enero de 1920. Se refiere a dos temas: las consecuencias económicas de la emisión monetaria para pagar la deuda impuesta por el Tratado y sus consecuencias políticas.

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“La profunda caída del tipo de cambio del marco (acá le diríamos subida) llama especialmente la atención. Actualmente el marco no está más alto que la corona checa. Las expectativas negativas en los países neutrales en relación al valor del marco pueden atribuirse tanto a temores sobre el futuro inflacionario como al grado en que la inflación ya ha crecido. Por una década y media, la teoría inflacionista se ha esparcido por Alemania. Los escritos de Georg Knapp y Friedrich Bendixen (Keynes cita a Knapp en el Treatise on Money y parece haberlo influenciado; Hayek luego critica este trabajo de JMK) han encontrado entusiastas partidarios, y es razonable decir que sus puntos de vista sobre teoría monetaria predominan hoy, compartidos por todos los principales expertos políticos. Recientemente, Bendixen entusiastamente propuso emitir un billón más de marcos para saldar la deuda. Su propuesta generó poca oposición en Alemania, mientras que fue recibida con fuerte rechazo en otros países. La profunda caída del marco puede atribuirse básicamente al lanzamiento de esta idea.”

“El informe emitido hace dos semanas por la Comisión Monetaria Alemana, que está compuesta principalmente de prominentes empresarios, muestra claramente que las elites alemanas no comprenden claramente que la causa de la depreciación de la moneda se encuentra en la inflación de la oferta monetaria. La comisión propuso medidas administrativas, como la restricción del comercio exterior y un endurecimiento del control de cambios para contrarrestar la depreciación de la moneda. Para los que comprenden la situación real, este informe tuvo un efecto desfavorable tanto en Alemania como en otros países.”

“Si el pueblo alemán no ve otra alternativa que trabajar por décadas como esclavos de Francia, no sorprenderá que el humor que se extiende en un creciente número de gente que promueve el avance del bolchevismo. Una Alemania bolchevique, sin embargo, no solo sería la destrucción de Alemania sino uno de los mayores peligros para el resto de Europa.”

“Inglaterra y Francia van a tener que comprender que los problemas de Europa no pueden resolverse fácilmente como sus representantes lo imaginan cuando negociaron los Tratados de Versailles y Saint-Germain. No se puede destruir a Alemania sin empujar a toda Europa a la ruina con ella. Una revisión de los Tratados de Versailles y Saint Germain parece imperativa, no solo en interés de Alemania sino también en interés del resto de Europa y, en verdad, en el interés de toda la civilización”.

Hay quienes, como Mises, tienen la claridad mental suficiente para anticipar las consecuencias de ciertos actos. Alemania no fue bolchevique, pero algo parecido, fue Nazi, y luego todo terminó en la peor guerra de la historia. La hiperinflación alemana no fue una causa menor para promover el ascenso del nazismo. Quienes promueven la inflación juegan con fuego.

Mises discute alternativas de política monetaria, en Austria o Argentina, y la relación emisión/precios

EN 1918 Ludwig von Mises publicó un artículo titulado “La teoría cuantitativa del dinero”. En él reivindicaba a la teoría aunque señalaba que era muy simple y había sido ya superada por la teoría monetaria, en particular porque esa simplificación no toma en cuenta los cambios en los precios relativos. Es decir, es cierto que (ceteris paribus) un aumento de la cantidad de moneda genera un aumento de los precios, pero también lo es que ese incremento no impacta a todos los precios por igual, unos suben primero, otros después. Mises desarrolló estas ideas en su primer libro “La teoría del dinero y del crédito”. Pero la esencia de la teoría es correcta.

Ese artículo dio origen a un debate donde Siegfried Rosenbaum, director del Banco Anglo-Austriaco le pide a Mises menos teoría y más propuestas concretas de solución. Mises responde en un artículo “On the Currency Question” señalando que los políticos van a tener que elegir entre tres distintas opciones, que van de mayor a menor ajuste fiscal:

  1. Volver a la vieja paridad con el oro. Eso requeriría al gobierno pagar todos los préstamos que tomara durante la guerra con el banco central, el que no solamente dejaría de emitir sino que retiraría billetes de circulación hasta que los que queden tengan completo respaldo en oro.
  2. Aceptar el nuevo nivel de precios, resultado de la enorme emisión realizada durante la guerra, dejar de emitir y fijar una nueva paridad con el oro.
  3. Seguir emitiendo para cubrir el gasto público como hasta ahora, proceso que probablemente terminaría con la pérdida total de valor de la moneda.

Además de las cuestiones teóricas e históricas en esos artículos, lo interesante es que son las mismas alternativas que enfrenta el Banco Central argentino ya sea ahora o con la llegada de un nuevo gobierno. Trasladándolas al escenario local serían así:

  1. La Tesorería generaría un superávit fiscal suficientemente alto como para pagar los bonos que han sido colocados en el Banco Central y éste muestra en su balance. Esos pesos (un pasivo del BC) se cancelarían contra el activo cancelado (bonos de Tesorería). Desde ya que habiendo generado un superávit fiscal no habría más emisión con destino a cubrir el gasto aunque podría haberla como resultado del ingreso de dólares por superávit comercial o ingreso de inversiones.
  2. En esta alternativa, la Tesorería tiene que balancear sus cuentas ya que no podría contar con el apoyo del Banco Central. El ajuste del gasto sería menor que en a) pero igual sería necesario.
  3. En este caso el ajuste fiscal es menor, puede que sea poco y se siga emitiendo algo o que no lo haya y se continúe con la emisión como ahora. Está claro que esta última opción no parece sostenible, al menos para este gobierno, porque está cayendo la demanda de dinero. Tal vez lo pudiera ser por un tiempo para un nuevo gobierno que generara confianza y un plazo de espera como para realizar los necesarios ajustes fiscales.

Luego discute con un banquero, quien sostiene una teoría que se ha escuchado por aquí: no es la emisión la que genera aumento de precios, sino el aumento de precios el que hace necesaria la emisión. “Pero el precio de los bienes nunca puede ser explicado desde el lado monetario, sino siempre desde el lado de los bienes. Que todos los precios han subido no ha de causar sorpresa cuando hay escasez de todos los bienes. Sin duda hay una conexión entre los precios de los bienes y la inflación, pero es la inversa. Los mayores precios han ocasionado una mayor circulación de billetes como consecuencia. No sería difícil investigar el destino de esos billetes ya sean 20 o 21 billones. Si uno considera que los precios han crecido un 500%, entonces 500% de la anterior emisión son necesarios para satisfacer las necesidades de efectivo…”

Contesta Mises:

“Si el autor declara que es obvio que los altos precios de los bienes tienen como consecuencia un drástico aumento de los billetes, entonces uno ha de preguntar cómo se establecen esas supuestas obvias conexiones. Estas consecuencias no se producen, por cierto, espontáneamente, porque aun si los precios crecen tanto, ningún billete entra en circulación por sí mismo. Solamente lo hacen debido a que la ley que restringe la emisión de billetes por el banco central ha sido suspendida, porque el gobierno ordenó la emisión de nuevos billetes. Y la pregunta surge, ¿qué hubiera pasado si no se hubieran puesto en circulación esos 20 billones o más? Si el respetado autor admite que la mayor cantidad de billetes se corresponde con una creciente necesidad de dinero ocasionada por la suba de precios, entonces es que también habrá concedido que el nivel general de precios no podría haber subido si no se hubieran emitido esos nuevos billetes.

Si llueve maná por 40 años, y el resto sigue igual, el precio del maná bajará. Ahora han estado lloviendo nuevos billetes por cuatro años, ¿no debería su precio también bajar?”

Mises: La inflación es el verdadero opio del pueblo

De «Reconstrucción Monetaria»:

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La inflación y la expansión del crédito son los medios de obscurecer el hecho de que prevalece una escasez que es resultado de la Naturaleza, de las cosas materiales de que depende la satisfacción de las necesidades humanas. La tarea principal de las empresas privadas capitalistas consiste en hacer desaparecer esta escasez en el mayor grado posible y en proporcionar un nivel de vida progresivamente más elevado, a una población cada vez más numerosa. El historiador no puede dejar de registrar que el laissez-faire y el individualismo resuelto han tenido buen éxito hasta un grado sin precedente en sus esfuerzos tendientes a proveer al hombre común y corriente, cada vez con mayor amplitud, de alimento, alojamiento y otras comodidades que solicita. Pero por notables que sean estos adelantos, siempre existirá un límite estricto a la cantidad que puede consumirse sin reducir el capital disponible para continuar el proceso de producción y, aún más, para ampliarlo.

En épocas pasadas, los reformadores sociales creían que todo lo que se necesitaba a fin de mejorar las condiciones materiales de las capas inferiores de la sociedad era confiscar el excedente de los ricos y distribuirlo entre quienes tenían menos. La falsedad de esta fórmula, no obstante el hecho de que aún constituye el principio ideológico que inspira los impuestos de nuestros días, ya no se discute por ningún hombre razonable. No hay para qué hacer hincapié en la circunstancia de que semejante distribución únicamente agregará una cantidad insignificante a los ingresos de la inmensa mayoría. El punto fundamental estriba en que el monto total de la producción en una nación o en todo el mundo, en un período determinado de tiempo, no representa una magnitud independiente del modo de organización económica de la sociedad. La amenaza de verse privado mediante la confiscación, de una parte considerable o inclusive de la mayor parte del producto de la actividad que desarrolla uno, hace que afloje el esfuerzo del individuo por enriquecerse y resulta, consiguientemente, en la disminución del producto nacional. Hubo un tiempo en que los socialistas marxistas se solazaban con ensueños acerca del fabuloso incremento en la riqueza que era de esperarse del modo socialista de la producción. La verdad es que cada quebrantamiento del derecho de propiedad y cada restricción a la empresa libre menoscaban la productividad del trabajo. Una de las preocupaciones primordiales de todos los partidos hostiles a la libertad económica tiende a impedir que los votantes sepan esto. Sería imposible a las diversas variedades de socialismo e intervencionismo mantener su popularidad si la gente descubriera que las medidas cuya adopción se aclama como conquistas sociales, restringen la producción y tienden a la desacumulación del capital. Ocultar estos hechos al público es uno de los servicios que la inflación presta a la llamada política progresista. La inflación es el verdadero opio del pueblo, que se administra a éste por los gobiernos y partidos anticapitalistas.

Mises comenta los años 1930s pero parece hablar de la Ley de Desabastecimiento

De «Reconstrucción Monetaria»:

El Partido del Justo Trato ha proclamado que es obligación del gobierno determinar qué precios, salarios y utilidades son equitativos y cuáles no lo son, y, a continuación, hacer cumplir sus mandamientos mediante la policía y los tribunales. También sostiene que es una función del gobierno mantener el tipo de interés en un nivel equitativo a través de la expansión del crédito. Finalmente, recomienda un sistema impositivo que persigue igualar los ingresos y la riqueza. La aplicación cabal del primero o del último de estos principios bastaría por sí sola para consumar el establecimiento del socialismo. Sin embargo, las cosas no han llegado a tal extremo en este país. La resistencia de los partidarios de la libertad económica no ha sido dominada por completo. Todavía existe una oposición que ha impedido que se establezca permanentemente el control directo de todos los precios y salarios y la confiscación total de todos los ingresos que excedan de la cantidad que consideran justa aquellos cuyo ingreso sea más reducido. En los países situados de este lado del telón de hierro, la batalla entre los amigos y los enemigos de la planificación integral totalitaria todavía no se decide.

En este gran conflicto, los que abogan por el control oficial no pueden prescindir de la inflación. Necesitan de ella a fin de financiar su política de gastar sin freno y de subsidiar y cohechar pródigamente a los votantes. La consecuencia inconveniente pero inevitable de la inflación, o sea el alza de los precios, les proporciona un grato pretexto para implantar el control de precios y para llevar a la práctica, paso por paso, su proyecto de planificación integral. Las utilidades ilusorias que aparecen debido a la forma como la inflación falsea el cálculo económico, se consideran y tratan como si fueran verdaderas; al apoderarse de ellas por medio del impuesto después de calificarlas, para despistar, de utilidades excesivas, son partes del capital invertido lo que se confisca. Al extender el descontento y la intranquilidad en la sociedad, la inflación genera condiciones favorables para la propaganda subversiva de los sedicentes campeones del bienestar y el progreso. El espectáculo que nos ha ofrecido la escena política de las dos últimas décadas ha sido verdaderamente asombroso. Sin vacilación alguna los gobiernos se han embarcado en una vasta inflación y los economistas oficiales han proclamado que el déficit en los gastos públicos y el manejo “expansionista” de la moneda y el crédito representan el camino más seguro a la prosperidad, el progreso constante y el mejoramiento económico. Pero los propios gobiernos y sus paniaguados han arrojado sobre los hombres de negocios la responsabilidad de las consecuencias inevitables de la inflación. A la vez que ensalzan los altos precios y salarios como si fueran una panacea y elogian a la administración por haber elevado el “ingreso nacional” (por supuesto que expresado en los signos de una moneda depreciada) a un nivel sin precedente, condenaban a la iniciativa particular por cargar precios desaforados y por obtener utilidades exorbitantes. Mientras deliberadamente restringían la producción de los frutos de la agricultura con el objeto de subir los precios, los políticos han tenido la audacia de pretender que el capitalismo es creador de escasez y que si no fuera por las siniestras maquinaciones de los grandes negocios, habría abundancia de todas las cosas. Y millones de votantes se han tragado todo este embuste.

Es necesario comprender que la política económica de los que se llaman progresistas a sí mismos, no puede prescindir de la inflación. Nunca aceptarán una política de moneda sana, porque no pueden hacerla. Tan imposible les resulta abandonar sus políticas de déficit en los gastos públicos como el auxilio que su propaganda anti-capitalista recibe de las consecuencias inevitables de la inflación. Es verdad que hablan de la necesidad de suprimir la inflación. Pero a lo que se refieren no es a poner un término a la política de incrementar la cantidad de dinero en circulación, sino a establecer el control de precios, esto es, a fútiles planes para huir de la difícil situación que inevitablemente sobreviene de las normas de acción que siguen.

La reconstrucción monetaria, incluyendo el abandono de la inflación y el retorno a una moneda sana, no constituye simplemente un problema de técnica financiera, que pueda resolverse sin un cambio en la estructura de la política económica general. No puede haber una moneda estable en un medio que se halla dominado por ideologías hostiles a la conservación de la libertad económica. Dedicados como están a desintegrar la economía de mercado, los partidos imperantes seguramente no darán su consentimiento a las reformas que los privarían de su arma más formidable, o sea de la inflación. La reconstrucción monetaria presupone en primer lugar el repudio total e incondicional de las políticas supuestamente progresistas, que en los Estados Unidos de América se designan con los “slogans” de Nuevo Trato y Justo Trato.

Mises describe el sistema cambiario argentino (control de cambios) como «sistema ilusivo»

De «Reconstrucción Monetaria»:

El patrón ilusivo

El patrón ilusivo se basa en una mentira. El gobierno decreta la existencia de cierta paridad entre la moneda nacional y el oro o las divisas extranjeras. Se da perfecta cuenta del hecho de que en el mercado prevalecen tipos de cambio más bajos que la ilusiva paridad que le place ordenar. Sabe que nada se hace a fin de convertir la paridad ilusiva en una paridad efectiva. Sabe que la convertibilidad no existe. Pero se aferra a su simulación y prohíbe que se celebren operaciones a un tipo que se aparte del ficticio tipo de cambio que ha hecho suyo. Quien compra o vende a cualquiera otro tipo es culpable de un delito y se le castiga severamente.

Si el decreto de que hablamos se hiciera cumplir estrictamente, cesarían todas las operaciones monetarias con los países extranjeros. Por lo tanto, el gobierno da un paso más. Expropia todas las divisas extranjeras que son propiedad de sus ciudadanos e indemniza a los expropiados pagándoles la cantidad de moneda nacional que, de acuerdo con el decreto oficial, equivale a las cantidades de moneda extranjera en su poder que se confiscan. Mediante estas confiscaciones, el gobierno adquiere el monopolio nacional de operar en los cambios con el exterior. En lo sucesivo, es el único vendedor de divisas extranjeras que existe en el país. En acatamiento de su propio decreto, debería vender cambio extranjero al tipo oficial.

En un mercado al que la intervención del gobierno no le crea trabas, predomina la tendencia a establecer y mantener un tipo de cambio tal entre la moneda nacional (A) y la moneda extranjera (B), que carece de importancia el que uno compre o venda mercancías contra A o contra B. Mientras sea posible obtener una utilidad al vender determinada mercancía contra B y volver a venderla contra A, existirá una demanda específica de ciertas cantidades de B, que provendrá de los comerciantes que vendan partidas de A. Esta demanda específica desaparecerá únicamente cuando no sea posible obtener utilidades como consecuencia de las discrepancias de precio entre los precios que se expresen en cada una de dichas dos monedas. El tipo del mercado se mantiene debido al hecho de que ya no existe ventaja para nadie en pagar un mayor precio por la moneda extranjera. El hecho de comprar A contra B o B contra A a un precio superior (cotizado en el primer caso en B y en el segundo en A) que el precio del mercado, no producirá utilidades especiales. Las operaciones de arbitraje tienden a paralizarse a este precio. Este es el proceso que describe la teoría de la paridad del poder adquisitivo, del cambio extranjero.

La política que presuntuosamente se llama control de los cambios sobre el exterior trata de contrarrestar el funcionamiento del principio de la paridad del poder adquisitivo y fracasa lamentablemente. Confiscar las divisas extranjeras y pagar por ellas una indemnización inferior a su precio en el mercado equivale a establecer un impuesto a la exportación. Tiende a reducir las exportaciones y, consiguientemente, la suma de divisas extranjeras de que el gobierno no puede apoderarse. Por otra parte, vender cambio extranjero a menos de su precio en el mercado equivale a subsidiar las importaciones y, de ese modo, a aumentar la demanda de moneda extranjera. El patrón ilusivo y su principal instrumento, el control de cambios, dan por resultado un estado de cosas que se califica, con bastante impropiedad, como escasez de divisas extranjeras.

La escasez constituye la característica esencial de un bien económico. Los bienes que no son escasos relativamente a la demanda que existe de ellos, no son bienes económicos, sino bienes libres. A la acción humana no le interesan y la economía no se ocupa de ellos. Ningún precio se cubre por tales bienes libres y nada puede obtenerse a cambio de ellos. Asentar el hecho de que el oro o los dólares son escasos, es enunciar una perogrullada.

El estado de cosas que quieren describir quienes hablan de una escasez de dólares, es el siguiente: a la paridad ficticia, fijada arbitrariamente por el gobierno y aplicada por medio de todo el aparato gubernamental de violencia y coacción, la demanda de dólares resulta superior a la cantidad de éstos que se ofrecen a la venta. Esta situación constituye la consecuencia ineludible de todo intento por parte del gobierno u otro organismo en el sentido de hacer cumplir un precio máximo inferior al nivel en que un mercado sin trabas habría fijado al precio del mercado.

Los ruritanos desearían consumir más artículos extranjeros que los que pueden comprar exportando productos de Ruritania. Constituye una forma bastante torpe de describir esta situación declarar que los ruritanos sufren una escasez de divisas extranjeras. Su apuro es resultado del hecho de que no están produciendo mayor cantidad de cosas y de mejor calidad, ni para el consumo doméstico ni para el extranjero. Si en el mercado libre, el dólar compra 100 rures ruritanos y el gobierno fija una paridad ficticia de 50 rures y trata de hacer que se cumpla mediante el control de los cambios con el exterior, las cosas empeorarán. Las exportaciones de Ruritania disminuirán y la demanda de artículos extranjeros aumentará.

Por supuesto que en ese caso el gobierno ruritano recurrirá a diversas medidas, supuestamente destinadas a “mejorar” la balanza de pagos. Mas no importa qué se ponga en práctica, la “escasez” de dólares no desaparece.

Hoy día el control de los cambios con el exterior representa primordialmente un medio para la expropiación virtual de las inversiones extranjeras. Ha destruido el mercado internacional de capitales y de dinero. Constituye el principal instrumento de la política que persigue eliminar las importaciones y, de esta manera, aislar económicamente a los varios países. Por lo tanto, es uno de los factores más importantes para la decadencia de la civilización occidental. Los historiadores futuros tendrán que ocuparse de él con todo detalle. Al referirse a los problemas monetarios que ofrece la realidad de nuestra época, basta con hacer hincapié en el punto de que es una política destinada al fracaso.