Artículo en el diario La Tercera, de Chile, como lidiar con el populismo a 200 años de la batalla de Chacabuco

¿Habrá tratados contra el populismo?

¿Habrá tratados contra el populismo?

BIEN PODRÍAMOS decir que la reunión entre los presidentes Bachelet y Macri estuvo programada desde hace unos doscientos años. ¿Cómo podrían haberla evitado? Pero el contenido de sus conversaciones probablemente no se podía adivinar hace seis meses. Es que, entretanto, Trump ganó las elecciones con una campaña digna de cualquier líder populista latinoamericano.

Macri, al contrario de Trump, cree que la globalización ha de ser una oportunidad para la Argentina, incluso puede creer en la libertad de comercio como una cuestión de principio más que de oportunidad; probablemente Bachelet piense en forma similar, aunque parecería más porque ha recibido el poder en un país que ya conoce esos beneficios y que ha demostrado sus ventajas. Macri tal vez se pregunta: ¿Cómo no avanzar hacia la globalización?, mientras que Bachelet tal vez ¿cómo vamos a retroceder?

La primera visita importante que Macri recibió fue la de Obama, de otra forma lo hubiéramos tenido a Maduro. El intercambio imaginado con el país del norte era: déjennos enviar productos; y vengan sus inversiones. Hay que decir que esta visión no se limitaba a los Estados Unidos, también lo era con Chile o Brasil, con el que, además, se pretendía acelerar un tratado de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea que todavía no avanza, o con el resto del mundo.
Macri ha de considerar favorablemente la apertura de la economía porque, como en Chile, cumple un papel de custodio de la institucionalidad. Por supuesto, una vez que ésta ha mejorado, pero eso es lo que habría que esperar en los próximos años. Argentina ha sufrido el mal del populismo como pocos y el veneno de esas ideas sigue allí, aunque algo dormido luego de los escándalos del populismo saliente.

¿Cómo vacunar a un país contra el populismo? No hay otra forma que a través de un cambio contundente de la opinión popular. Una exitosa integración al mundo ayudaría a esto de dos formas: una, al acercar a los argentinos, que ya nos creemos ciudadanos del Primer Mundo, al consumo de esas regiones, a la calidad de sus productos comparados con los que nos depara la sustitución de importaciones; la otra, al poner un candado al populismo.

Siempre, al mirar a Chile, hemos supuesto que la red de tratados internacionales de comercio era una barrera insalvable a ese vicio latinoamericano. Ahora pensamos que tal vez no lo sea tanto, pero podrían al menos ser vallas. La apertura comercial de Estados Unidos no ha sido valla sino la causa de que quieran ensayar el populismo.

Trump ha modificado el panorama y justifica un mayor acercamiento de ambos países, más allá del existente. Ante el potencial cierre de los Estados Unidos, Chile debería pensar en otros mercados. Claro que la Argentina ha de ser menos que Massachussetts, pero está cerca, quiere abrirse y presenta oportunidades de inversión tal vez mejores que en el norte. Anticipando problemas en Europa, ha de pensarse, obviamente, en Asia, de allí el interés de Macri de acercar el Mercosur a los países del Pacífico, de paso ofreciendo a México una mano. Sería también una forma de “modernizar” al Mercosur de forma indirecta y empujar a Brasil hacia una mayor apertura, tan resistida por sus empresarios y sindicatos como los argentinos.

Todo esto está muy bien. Aunque, al final, nada es más necesario a ambos lados de la cordillera, que rechazar o abandonar las ideas populistas, y allí es poco lo que puede sacarse de un tratado. Es una tarea que cada cual tiene que hacer.

De cuando la izquierda intelectual se enamoró del populismo: para Torcuato di Tella era el único camino

Con los alumnos de la UFM estamos hacienda un curso sobre las ideas políticas y económicas en América Latina. Ahora leemos a Torcuato Di Tella en un artículo titulado “Populismo y Reforma en América Latina”, publicado en la revista Desarrollo Económico en 1965.

“En América Latina, como en la mayoría de las actuales zonas en desarrollo, los mecanismos de la reforma no pueden ser iguales a los que funcionaron en el contexto europeo. Para ponerlo brevemente, en Europa la reforma fue producida primero por un partido liberal, basado en las clases medias, y luego por un movimiento obrero centrado en los sindicatos. Aun cuando hubo algunas desviaciones con respecto a esa pauta, en términos generales el orden de sucesión se mantuvo. Durante la primera etapa el partido liberal (o alguno equivalente) cont6 con el apoyo de las clases medias y los obreros que en gran medida aún no se habían organizado.

Durante la segunda etapa, las clases medias, en su mayoría, dejaron de oponerse al orden establecido. La prosperidad las había vuelto conservadoras, mientras que los obreros desarrollaron su propia fuerza organizativa y buscaron expresi6n en partidos con orientación de clase y en su mayoría financiados por la clase. De esta suerte se resquebraja la coalición liberal. La división política según líneas de clase no significa revoluci6n, sin embargo, porque los niveles de vida más altos y la mayor movilidad social llegaron también a las masas urbanas. La clase obrera, con orientaciones ideológicas que varían desde un sindicalismo moderado hasta el comunismo, adopta en la práctica una perspectiva política reformista y gradualista. Pero esta orientación gradualista no significa el fin del conflicto de clases en política. Aun cuando la línea divisoria es algo borrosa, el partido reformista es un partido obrero, que s61o recibe una ayuda menor por parte de las clases medias y los intelectuales. El grueso del sostén económico y de la fuerza organizativa proviene de la clase obrera.

Ahora bien, este esquema no puede funcionar en absoluto en las zonas subdesarrolladas del mundo. En lugar del liberalismo o el obrerismo hallamos una variedad de movimientos políticos que, a falta de un término más adecuado, han sido a menudo designados con el concepto múltiple de «populismo». El termino es bastante desdeñoso, en tanto implica la connotación de algo desagradable, algo desordenado y brutal, algo de una índole que no es dable hallar en el socialismo o el comunismo, por mucho que puedan desagradar estas ideologías. Además, el populismo tiene un dejo de improvisación e irresponsabilidad, y por su naturaleza se supone que no ha de perdurar mucho. Debe asimismo añadirse que el termino ha sido acuñado por ideólogos tanto de la derecha como de la izquierda.”

Y concluye:

“Probablemente a esta altura se ha hecho bastante claro que el populismo es el único vehículo disponible para quienes se interesan en la reforma (o en la revolución) en América Latina.

La otra alternativa seria esperar a que la sociedad esté suficientemente desarrollada, por obra de otras fuerzas, y sumarse entonces al partido obrero, organizado y con conciencia de clase que presumiblemente surgirla en esas circunstancias. Pero es difícil esperar tanto. La causa liberal, por otra parte, no es muy atractiva, porque en la etapa subdesarrollada no es posible, y cuando se llega al desarrollo deja de ser reformista.

El problema, para quienes profesan valores más universalistas, es como adaptarse a las ásperas realidades del populismo. No es tarea fácil. El rechazo, en nombre de esos valores universalistas, es tan inútil como la aceptación no critica. Y, por cierto, tan ricamente recompensado por las partes interesadas, sea de dentro o de fue a de las fronteras de América Latina. Lo que se precisa, especialmente para los grupos intelectuales, es mantener vinculaciones y participar en tareas comunes, con el movimiento populista, sin perder la propia identidad y capacidad crítica. La dificultad estriba en que en general el movimiento populista exige lealtades más completas de sus aliados. Y el intelectual difícilmente puede darlas sin perder su condición de tal. El buscar y experimentar las formas de esta interrelación es una de las tareas más importantes, y apenas comenzada, para poder hacer un éxito del proceso de reforma social en América Latina.”

Ahora que el populismo es una amenaza en todo el mundo, lo investigan economistas de todo el mundo

Ahora que el tema del populismo dejó de ser un fenómeno latinoamericano para presentarse, bajo distintas formas, en países desarrollados, no es de extrañar que los economistas de esos países hayan comenzado a ocuparse del tema.

Por ejemplo: Nicholas Chesterley, de Oxford University y Paolo Roberti, de la Universidad de Bologna, presentan este paper titulado “Populism and Institutional Capture”: http://amsacta.unibo.it/5455/1/WP1086.pdf

Va el resumen y los primeros párrafos (se pueden encontrar las referencias en el paper):

“Este trabajo considera la conducta electoral y la captura institucional cuando los votantes escogen entre un político populista y otro no-populista. Los políticos populistas proveen a los votantes un boom de utilidad seguido de consiguiente colapso, como en Dornbusch y Edwards (The Macroeconomics of Populism in Latin America, University of Chicago Press, 1991).

Los no-populistas proveen un nivel constante de utilidad. Sin embargo, una vez en el poder, políticos de los dos tipos pueden tomar control de las instituciones y asegurarse la reelección. Mostramos aquí que, en equilibrio, los políticos populistas pueden capturar las instituciones y evitar ser reemplazados durante la crisis: pero los no-populistas no. Los votantes, eligen racionalmente a un populista si los votantes descuentan suficientemente el futuro o si es demasiado costoso para el populista tomar control de las instituciones. Desgraciadamente, ambos tipos de políticos pueden preferir instituciones débiles, tanto para permitir su captura o para desalentar la elección del populista. “

“Es ampliamente reconocido que el populismo es un fenómeno destacado de comienzos del siglo XXI, aunque resulta difícil de definir. El concepto típicamente incluye a figuras tan dispares como Chávez, Cristina Fernández, Berlusconi y Putin, como también movimiento tales como el Frente Nacional en Francia o el Movimiento 5 Stelle en Italia. Los cientistas políticos suelen analizar al populismo a través del contraste entre un discurso marxista y uno populista (Mudde, 2004), M’eny and Surel (2002). Mientras la retórica marxista hace referencia a la lucha de clases, la retórica populista subraya el contraste entre el pueblo como un todo y una élite corrupta.

Dornbusch & Edwards (1991) analizaron el contenido económico de las propuestas populistas, y concluyeron que el populismo presenta soluciones fáciles a problemas complejos, lo cual puede mejorar el bienestar en el corto plazo, pero resulta costoso en el largo plazo. Esta visión es compartida por Sachs (1989), quien llama a este tipo de dinámica “el ciclo político populista”. Un ejemplo reciente es Venezuela bajo Chávez, donde las políticas redistributivas junto a una conducta fiscal imprudente llevaron luego de varios años a una espiral inflacionaria y pusieron al país el borde del colapso. Argentina experimentó un resultado similar bajo la presidencia de Fernández”.

Los efectos de largo plazo de las políticas populistas son analizados por Dornbusch & Edwards (1991) se contradicen con la persistencia en el poder de líderes populistas durante los últimos años, y sugiere que el uso de alguna forma de ventaja del incumbente los ayuda a perpetuarse en el poder. El principal objetivo de este trabajo es comprender si los políticos populistas tienen más incentivos para mantenerse en el poder a pesar de la voluntad de los votantes, y estudiar los incentivos de los votantes para elegir políticos que puedan intentar esa captura.”

El populismo, tal vez un lamentable invento latinoamericano, ahora preocupa en todo el mundo

El Instituto Juan de Mariana saca a la luz un necesario informe, englobado en su colección de Mitos y realidades, en el que se aborda el confuso fenómeno del populismo: Mitos y realidades de los movimientos populistas: ¿Una expresión social de descontento o una estrategia para concentrar poder político?

Son varias las dimensiones que este término adquiere en el debate público y académico, lo que explica que las interpretaciones de este proceso político sean heterogéneas y, en ocasiones, hasta contradictorias. Así pues, el populismo se ha convertido en un cajón de sastre empleado por un gran número de profesionales de la comunicación, la disciplina politológica o la economía.

Ha ido ganando un espacio potencialmente peligroso al servir sencillamente como arma arrojadiza para clasificar aquello que no nos gusta o a nuestros adversarios políticos. La otra cara de esta moneda es el efecto dilución o desgaste del término populismo: la sociedad perderá de vista las amenazas reales de un sistema de estas características cuando se despliega en su forma más liberticida y cruenta.

En aras de aportar la mayor claridad a su estudio, cabe entrar a analizar cuáles son estas dimensiones analíticas:

  • Estrategia retórica populista frente a régimen populista
  • Populismo de extrema izquierda o extrema derecha: elementos comunes y diferencias

Estrategia retórica frente a régimen populista

El repaso bibliográfico, en el que se ha hecho especial hincapié en la obra del experto en la materia Ernesto Laclau, nos ha facilitado el camino para llegar a dos conclusiones.

La primera, que al hablar de populismo se habla de una lógica inherente al propio sistema liberal-democrático. Este sistema se fundamenta en la combinación de la alternancia de los gobernantes en el poder a través del sistema electoral con la protección de los derechos y libertades por medio del Estado de derecho, lo que incluye la limitación al poder político y la separación de poderes, todo ello recogido normalmente en una constitución.

El propio sistema lleva el germen (véanse, por ejemplo, los esfuerzos de la Escuela de la elección pública por entender y atajar el problema) que lo debilita o, en casos más extremos, certifica su defunción. Esto es así cuando los derechos, libertades y contrapoderes son erosionados y eliminados gradualmente por los populistas al amparo de las urnas.

La segunda conclusión es que esa lógica se puede desglosar, dividir en dos procesos. Uno, el primero, es común a todos aquellos que participan en política partidista; el segundo proceso representa un verdadero peligro para la estructura de derechos y libertades.

La estrategia retórica populista es un recurso al que se suma hoy casi todo partido político, cualquiera que sea el espectro en el que se mueva. Todo populista -en este sentido retórico- quiere convencer y obtener votos. Por ello, practica habitualmente la demagogia.

Lo que puede devenir en tragedia para la sociedad es cuando el populista demagogo edifica -si el movimiento populista tiene éxito- un régimen populista propiamente dicho. En estos casos, se logra erigir un sistema híbrido, a medio camino entre una democracia y un sistema político autoritario, que sin duda limitará las libertades individuales y colectivas. De esta manera, en un régimen de estas características, la retórica populista es una condición necesaria, pero no suficiente por sí sola.

¿Cómo se desarrolla entonces un régimen populista? Las lecturas y la bibliografía especializada encuentran dos cuestiones ambientales y una serie de requisitos que producirán, combinados diestramente, un régimen populista.

En lo que respecta al ambiente, dos palabras son clave: democracia y descontento. Los movimientos populistas son virus ab initio de los sistemas democráticos. Es importante distinguir, pues, que las formas políticas que son resultado de un golpe de Estado, esto es, las dictaduras autoritarias y totalitarias, no son regímenes populistas. El populismo nace de la democracia, se desarrolla en la democracia y, al igual que cualquier virus, necesita de unas particulares condiciones ambientales para que se cultive y desarrolle.

Por lo tanto, cuando coexistan un sistema democrático y amplio descontento en la sociedad, el peligro está servido. La probabilidad de que surja un candidato populista se multiplicará inevitablemente. Algo curioso, y que han indicado algunos politólogos como Axel Kaiser o Gloria Álvarez, es que el descontento puede fabricarse a través de la propaganda, aunque los datos macroeconómicos, de desarrollo, migratorios, etc. sean favorables para la sociedad. ¿Qué quiere decir esto? Que se puede manufacturar el populismo a través de un discurso atractivo, modificando con ello la comprensión que la ciudadanía tiene sobre la realidad en la que le toca vivir. La clave es que exista descontento, real o ficticio, y capitalizarlo políticamente. Así, aunque la agenda política del aspirante a gobernante sea liberticida, la democracia es una herramienta muy valiosa para él, primero, para alcanzar el poder en una época de descontento generalizado, y, segundo, porque le permite desarrollar su programa autoritario a tumba abierta porque la oposición queda desarmada moral y argumentativamente por la legitimidad que adquieren sus políticas por los votos de las urnas.

Pero, además de estas condiciones ambientales, se necesitan otros elementos para que la mera estrategia retórica populista –típica de todos los partidos- desemboque en un régimen populista. Hay unos ingredientes sine qua non:

  1. Liderazgo carismático.
  2. Discurso que fusiona la figura de ese líder con el pueblo al que dice representar.
  3. Ventana de oportunidad política que promueva la erosión del sistema político de turno generando una concentración y centralización del poder en manos de ese líder.

Sin los tres elementos, es poco probable que triunfe un movimiento populista y logre destruir el sistema de libertades tal y como lo conocemos.

La lógica populista pretende construir un movimiento político hegemónico capaz de copar el poder, concentrar el mismo y sobrevivir a lo largo del tiempo, respondiendo a los intereses de una minoría política bien organizada. Ciertamente, el descontento sirve de mecha populista, pero se necesita un líder carismático que compacte el discurso y el conjunto de demandas insatisfechas existentes entre determinados grupos de la población. El régimen populista concentra el poder, muchas veces, mediante nuevas organizaciones políticas con líderes carismáticos megalómanos que conectan con el abstracto pueblo al que dicen representar y defender. Las estructuras resultantes son a menudo jerarquizadas, muy verticales, con nula democracia interna, en las que el líder y su equipo más cercano controlan férreamente el aparato del partido.

Es importante entender cómo se combinan todos estos elementos. La ventana de oportunidad se cimienta en el descontento derivado de una crisis (real o disfrazada). Es en este contexto cuando una figura pública carismática emerge con la promesa de revertir la situación de crisis e injusticias de la etapa previa mientras apela a un discurso pretendidamente aglutinador, pero que va cargado de sed de conflicto. Esta representatividad del cuerpo social la persigue de dos formas: por un lado, se erige como salvador de la ciudadanía, a la que da una unidad de destino como pueblo, gente (Podemos en España), nación, etc.; por otro, concentra en su discurso unificador una variada gama de demandas insatisfechas de la población, muchas veces con poca relación entre sí, hasta alcanzar una unidad de discurso. Se convierte ese movimiento en una cruzada, un sentimiento de aspiración colectiva, al tiempo que consigue congregar a colectivos con diversos intereses en torno a ese mismo propósito común.

Al final del proceso: “todos (los elegidos) son uno” y las demandas políticas pueden reducirse a unos pocos “eslóganes”.

Simultáneamente, y de forma inevitable en el proceso, el líder dirigirá el descontento a un enemigo muy claramente identificado. Con diagnósticos y recetas muy simplistas, azuzará a sus seguidores para enfrentarse abiertamente a uno o varios grupos sociales, convertidos en chivos expiatorios: oligarcas, inmigrantes, judíos, comerciantes, bancos, naciones extranjeras, etc. Se polarizará la sociedad y aparecerán víctimas y culpables. La convivencia se hace imposible y se instala la crispación mientras la masa es movilizada con apelaciones a los peores instintos: resentimiento, soberbia, miedo, codicia, etc.

Los resortes del poder político, legislativo, judicial, mediático, empresarial y económico quedarán al servicio del programa populista y bajo el dominio del partido. Los contrapoderes institucionales que ponen coto al poder hegemónico irán desvaneciéndose al ritmo en que lo hacen los derechos y libertades de los ciudadanos. Dará comienzo una nueva era de concentración y centralización de poder, nada halagüeña para las libertades.

No es de extrañar que los discursos populistas, cuyo componente mesiánico es innegable, estén teñidos de ilusión y esperanza para la clase elegida, y de exclusión y odio para los repudiados. El conflicto está en la esencia de cualquier régimen populista.

Populismo de izquierdas o de derechas

Una confusión muy frecuente en el debate que se cierne en torno al populismo se origina en la dificultad de encasillar este fenómeno en las categorías políticas que los agentes sociales manejan con regularidad: izquierda o derecha. El populismo no conoce limitaciones ideológicas. Puede ser empleado como herramienta para tomar y concentrar el poder por unos y por otros a través del proceso democrático.

Aunque cada agenda política y social diverja por cuestiones puramente ideológicas, los regímenes populistas (o los movimientos que aspiran a serlo) emplean muy parecidas técnicas con el objetivo de transformar la democracia liberal e instaurar un régimen autoritario.

La segunda parte de este informe, de carácter más empírico, se centra en analizar las características de los movimientos populistas de izquierda y de derecha existentes en Latinoamérica y en Europa.

Empecemos con la izquierda. El populismo socialista de la tercera ola latinoamericano (Argentina, Venezuela, Bolivia, Ecuador) guarda similitudes con la nueva extrema izquierda que ha surgido en Europa desde el estallido de la crisis en el año 2008. Ambos, a un lado y otro del Atlántico, han sido capaces de edificar un movimiento con:

  • Líderes carismáticos y megalómanos.
  • Plantear una demanda propia aglutinando descontentos.
  • Construir un discurso polarizante que presenta a los amigos (el concepto gente) y a los enemigos (oligarcas, capitalistas, etc.).
  • Proponer un dramático incremento del gasto por parte del Estado ocultando que el mismo se financiaría seguramente con enormes confiscaciones o impresión masiva de moneda (véanse los casos de Venezuela, Argentina, etc.). Un ejercicio de clara irresponsabilidad económica.
  • Manejar una política de comunicación soberanista y nacionalista haciendo hincapié en la independencia y no en la xenofobia.
  • Proponer reformas constitucionales que ayuden a un progresivo fortalecimiento del poder ejecutivo.

El espacio final de este recorrido geográfico y temporal del populismo de izquierdas se ha dedicado a Podemos por su analogía con la tercera ola latinoamericana.

En cuanto a los movimientos populistas de la derecha nacionalista, el análisis anterior nos sirve casi por completo. Lo que les distingue, en lo fundamental, no es sino el foco de sus iras, es decir, cómo orientan la relación de víctima-culpable. Estos son sus elementos diferenciales:

  • Superan discursivamente la frontera de lo políticamente correcto.
  • Por ello, suelen utilizar un discurso xenófobo, antiinmigración y tremendamente nacionalista.
  • Suelen añadir nuevos temas a la agenda política tradicional y, de esa forma, canalizan el descontento existente en las capas sociales que les apoyan electoralmente.

Amanecer Dorado en Grecia (abiertamente filonazi), el Frente Nacional en Francia (fundado por Jean Marie Le Pen), el partido Jobbik húngaro o la Rusia Unida de Putin tienen programas marcadamente liberticidas. Partidos como el Bündnis Zukunft Österrich (Alianza para el futuro de Austria), los gobiernos regionales de Lombardía y Véneto en Italia (Liga Norte) y, en cierto grado, Donald Trump y el UKIP de Farage comparten algunos de estos elementos populistas en su discurso, pero resulta incierto el efecto institucional que podrían llegar a tener.

Es crítico que el concepto de populismo, y todas las caras con las que este se manifiesta, se clarifique para que todos aquellos comprometidos con los análisis rigurosos y la libertad comprendan las características que poseen las organizaciones de extrema izquierda y extrema derecha en los regímenes democráticos.

Es tarea ciudadana evaluar en cada caso si la amenaza es suficiente para hacer peligrar la estructura de derechos y libertades tan costosa de ganar y proteger. Esperamos que la guía cumpla con su objetivo y oriente a los individuos en tan importante labor fiscalizadora.

Se plantean escenarios para 2050 pero no incluyen el colapso del estado benefactor o el populismo

Con los alumnos de UCEMA, vemos un informe de Deutsche Post donde se plantean diferentes escenarios para la economía global en el año 2050: http://www.dpdhl.com/en/media_relations/press_releases/2012/the_world_in_2050.html

Y sí, hay gente que tiene que estar pensando en el 2050, mientras muchos apenas sabemos lo que va a pasar el año que viene. La falta de una moneda sólida en el mundo y de crecientes endeudamientos en los principales países del planeta debería alertarnos ya que habrá turbulencias. La crisis del 2008 quedó atrás pero nada se ha hecho para evitar la próxima. Las políticas monetarias de los bancos centrales “generan” los ciclos económicos de auge y caída, no los suavizan. Sin embargo, nada de esto se menciona en el análisis del futuro de este reporte. Tampoco hay nada en relación a una generalización del populismo en los países ricos, eso que representa Donald Trump y que encontramos en Europa tanto en versiones de izquierda como de derecha. ¿Y cuáles son los escenarios que encuentran?

Escenario 1: Una economía sin control, con colapso a la vista. Pero curiosamente a ese destino se llegaría por “un materialismo y consumo sin límites, alimentado por el paradigma del crecimiento cuantitativo y el rechazo el desarrollo sustentable.” EL comercio mundial ha florecido por la eliminación de las barreras comerciales, Asia es el centro de la economía y una super-red de transpote global asegura rápidos intercambios entre los centros de consumo. Pero el cambio climático lleva a desastres naturales.

Escenario 2: Mega-eficiencia y mega-ciudades. Un mundo en el que las ciudades son los grandes motores del progreso y el estado nacional queda en un segundo plano. Las ciudades se benefician del crecimiento “verde”. Para superar problemas como la congestión y las emisiones se han convertido en campeonas de la colaboración. Los consumidores cambiaron sus hábitos, los productos ya no tanto se compran sino que se alquilan.

Escenario 3: Estilos personalizados. La individualización y el consumo personalizado se han extendido por doquier. Los consumidores pueden diseñar y crear sus propios productos, con impresoras 3D. Esto se complementa con una infraestructura energética descentralizada.

Escenario 4: Proteccionismo paralizante. A partir de las crisis económicas, el nacionalismo excesivo y las barreras proteccionistas, la globalización se ha revertido. El desarrollo tecnológico es lento. Los altos precios de la energía y la escasez de su oferta llevan a conflictos internacionales sobre los recursos.

Escenario 5: Resistencia global, adaptación local. Describe un mundo caracterizado por un alto nivel de consumo gracias a la producción automatizada y barata. Pero el acelerado cambio climático y las frecuentes catástrofes naturales quiebran las cadenas de suministro global y se producen constantes fallas en la oferta. El paradigma económico cambia de la maximización de la eficiencia a la mitigación de la vulnerabilidad. Esto lleva a duplicar sistemas para superar esos inconvenientes aunque la eficiencia termina sacrificada.

En fin, puede ser que alguno o más de uno de los escenarios descriptos se produzca: el auge de las ciudades, la personalización del consumo. Pero tal vez el escenario más importante será el que determinará las políticas fiscales y monetarias de los gobiernos ya que si hay una amenaza en el planeta actualmente es que tienen las manos libres para hacer lo que quieran, sin mayores controles y lo que quieren suele ser gastar y emitir. Todo, por supuesto, con los mejores argumentos acerca del impulso de la “demanda agregada” y las terribles amenazas de la deflación.

Tal vez haya que incorporar un escenario que describa el colapso del estado benefactor, o el auge del populismo, o una combinación de ambas, hundido en un mar de deuda y emisión monetaria. ¿Y después?

Lecciones que no se aprenden: Chile camina hacia el populismo sin mirar al otro lado de la Cordillera

Me pidieron, y he publicado, un artículo en el diario La Tercera, de Chile, sobre el avance de nuestro vecino hacia el populismo: http://diario.latercera.com/2016/10/22/01/contenido/opinion/11-225514-9-cambia-la-vista-desde-la-cordillera.shtml

Cambia la vista desde la cordillera

ALGO RARO está sucediendo en la cordillera. Antes, quienes están a Occidente miraban con preocupación a sus vecinos de Oriente, ahora la preocupación comienza a ir en sentido contrario. Desde el Aconcagua, se ve con más optimismo lo que ocurre en Argentina que lo que está pasando en Chile.

En estos días, el diario La Nación (del cual me honra también ser columnista), tal vez el más importante de Argentina, publicó un editorial reflejando esta preocupación con el título “Chile, una tardía regresión populista” (14/10/16). Allí describe la calamitosa situación chilena al final del mandato de Salvador Allende y las notables reformas que llevaron a Chile al primer puesto en la región en términos de PIB per cápita o en la calidad de sus instituciones. También comenta el notable consenso que estas reformas alcanzaron, ya que fueron continuadas, y en algunos casos profundizadas, por sucesivos gobiernos tanto de centroizquierda como de centroderecha.

Parecía entonces que los chilenos habían aprendido algunas lecciones. Tenían, además, tan solo que mirar al otro lado de la cordillera para observar allí las consecuencias del populismo.

Pero parece que no; que, pese a todo eso, no se aprende. ¿Será necesario repetir el ciclo?

El problema es que estos aprendizajes son muy costosos. Tomemos el caso de Argentina. Está claro que se ha aprendido a fuego y sangre una lección: no habrá más golpes militares ni violaciones de los derechos humanos. Sin embargo, Argentina tuvo hiperinflación en 1989 y una generación después aceptaba altos niveles de gasto público y emisión monetaria que generaban creciente inflación sin comprender sus causas y sin anticipar sus efectos, que hoy estamos pagando.

Desde este lado de la cordillera nos preguntamos si, luego de 12 años de furor populista kirchnerista, hemos aprendido esa lección tan básica para tener una razonable república que nos permita aprovechar las oportunidades que siempre tuvimos. No puedo decir si eso ocurrirá, pero se ha abierto una posibilidad.

Y mirando hacia nuestros vecinos, los vemos comenzar un camino que nosotros ya hemos recorrido, y lo hicimos hasta el final. ¿Cómo puede ser que una sociedad en las puertas del progreso decida cometer un suicidio colectivo? Bueno, ¿acaso nosotros no hicimos lo mismo en el siglo XX?

En el caso argentino, la explicación de esa decadencia es muy compleja. A riesgo de simplificar, arriesgo una sobre el caso chileno. Una que he planteado muchas veces a mis amigos “Chicago boys”, pero no aceptan. Es así: las muy exitosas reformas económicas chilenas fueron justificadas en términos de eficiencia, sus beneficios eran mayores que sus costos. No se justificaron en términos de derechos, de libertades. Por ejemplo: el sistema de pensiones privadas es más eficiente que el sistema estatal.

El argumento, por supuesto, es correcto, pero cae de bruces ante una crítica basada en la justicia. La respuesta que recibe es: será eficiente, pero es injusto. Y allí se acabó el debate. Nunca se justificaron las reformas en términos de derechos: los contratos laborales deben ser libres, no porque sean más eficientes, que lo son, sino porque tengo un derecho de propiedad sobre mi fuerza de trabajo. Y así sucesivamente.

Si éste es el punto débil del exitoso modelo chileno, no es que esté perdido, pero será necesario brindarle una base moral y principista que hoy es débil. No hace falta un presidente que diga “voy a manejar el país como una empresa” (los accionistas tampoco salen a la calle), hace falta un movimiento de gente que considere la libertad como valor supremo.

Artículo en La Nación sobre la inflación. Aunque no está preciso el título, en fin, vale el contenido

Aunque no me gusta el título con el que finalmente salió, va el artículo publicado en La Nación. Y no me gusta porque no es correcto que «mientras haya deficit, habrá inflación», porque puede haber deficit financiado por deuda. En fin, acá está el artículo: http://www.lanacion.com.ar/1901436-mientras-haya-deficit-habra-inflacion

Y acá el texto:

Muchos argentinos decidieron dejar de lado el relato de los últimos doce años y cambiar. Con el regreso a la actividad política de la ex presidenta, muchos se han preguntado de qué magnitud ha sido ese cambio y cómo es que algunos siguen atados a tal relato pese a las noticias, sobre todo judiciales, que leemos a diario.

En efecto, en algunos temas el relato estatista y populista sigue tan vivo como siempre, entre otras cosas porque presenta explicaciones simples que apelan más a las pasiones que a las razones. Esto se refleja en una cuestión tan acuciante como la inflación. Desde el escolástico de la Escuela de Salamanca Juan de Mariana o el escocés David Hume, la ciencia económica ha comprendido la relación que existe entre el crecimiento de la oferta de dinero más allá de su demanda y el aumento generalizado de los precios. Mariana observaba entonces el fenómeno debido al ingreso a España de metales provenientes de América.

El relato populista sostiene que la causa de la inflación no es la emisión monetaria, sino la «puja distributiva»: distintos sectores de la sociedad pujan por subir sus ingresos vía mejoras de sus precios y esto desata una espiral inflacionaria. Los empresarios aumentan sus precios, luego los sindicatos buscan aumentar los salarios y así sucesivamente. El Estado se ve forzado a convalidar esos nuevos precios con una mayor cantidad de moneda para que se realicen todas las transacciones y no caiga la actividad económica. A la luz de lo que ocurrió estos últimos meses, esta explicación pareciera tener cierto sentido.

Esta explicación cae como anillo al dedo a la visión estatista porque, según ella, el Estado no es el causante de la inflación. Es más: debe intervenir en ese proceso a través de una «política de ingresos» para intermediar en la puja o para aplacarla. Y le permite también echar la culpa de la inflación a otros. Y conviene echársela a los empresarios o, en particular, a los supermercados, ya que son pocos en comparación con los votos que pueden obtenerse de los asalariados y el conjunto de los consumidores.

Sin embargo, es falsa. Si cuando los empresarios suben sus precios el Estado no emitiera más moneda, los consumidores no tendrían con qué pagarlos y los precios bajarían. Es decir, aun si hubiera tal puja, sin emisión monetaria, si unos precios suben otros han de bajar: no hay moneda para todos. Otras cuestiones serían: ¿y en todos los países donde no hay inflación acaso no hay puja distributiva? O ¿qué es lo que tienen todos los bienes y servicios en común para que todos aumenten al mismo tiempo, en lugar de algo más normal, como que unos suban y otros bajen? Respuesta: la moneda; es ésta la que está perdiendo valor.

Los estatistas contraatacarían: «Vean Estados Unidos, han emitido grandes cantidades y no hay inflación». Correcto. Pero es necesario afinar el análisis. No hay un vínculo directo entre la cantidad de moneda emitida y todos los precios. Por un lado, tenemos la demanda de dinero: puede haber situaciones donde la autoridad monetaria emita pero aumente la demanda de dinero, o aumente la producción de bienes y servicios cuyas transacciones requieren utilizar más dinero. Por otro lado, no todos los precios aumentan al mismo tiempo y en la misma proporción. Lo que sucede en Estados Unidos es que ese aumento de la oferta monetaria ha terminado en un aumento de las reservas de los bancos, reacios a prestar luego de la crisis (es decir, aumento de la demanda de dinero) y, por otro, que el índice de precios al que normalmente suponemos mide la inflación no mide los precios de todos los bienes. Tal vez los que están en el índice no aumenten pero otros sí lo hagan (a esto le llamamos «burbujas»). O tal vez los precios deberían estar cayendo y la emisión monetaria genere inflación porque impide que caigan.

Lo cierto es que la inflación es claramente un fenómeno monetario. Y en el caso argentino su explicación es relativamente simple: el Estado gasta de más (aquí sí podemos hablar de puja o «piñata» distributiva, porque todos los sectores quieren más gastos, subsidios, etc.), luego emite para pagar sus gastos, ese dinero sale a la calle a través de los pagos que el Estado realiza y quienes los reciben salen a su vez a gastar o, tal vez, alguno ahorre o compre dólares.

Tan simple como eso, o no tanto. Los argentinos hemos vivido con grandes déficits fiscales, alta inflación y hasta hiperinflación durante décadas. La mayoría hemos nacido y vivido en tiempos inflacionarios. Y así y todo nos cuesta entenderlo. Hemos dicho «basta de dictaduras», «basta de violaciones de derechos humanos», pero no logramos comprender las causas para decir «basta de déficit fiscal» y, por ende, basta de inflación. No le saltamos a la yugular de un gobierno cuando tiene déficit de la misma forma en que lo haríamos si descubriéramos que es corrupto o que hace fraude.

Tan fuerte es nuestra creencia en la versión popular de la teoría de la puja distributiva que demandamos permanentemente que el gobierno haga algo para detener la suba de los precios. Hace poco, un funcionario era entrevistado en un programa de televisión y la periodista le preguntaba: «¿Están tomando alguna medida concreta para detener la suba de los precios?». El funcionario comenzaba a argumentar que se buscaba arreglar el tema de los holdouts para poder tomar deuda y cubrir el déficit, así reducir la emisión monetaria y, por lo tanto… Y la periodista insistía: «Pero, dígame una medida concreta para hacer frente a la inflación». Y así más de una vez.

Obviamente, o la periodista quiere reflejar la opinión popular al respecto o no sabe nada de la relación entre emisión monetaria y precios. Entonces, si tenemos votantes que compran la versión barata de la teoría (la culpa es del carnicero) y eventualmente pueden llegar a votar en consecuencia, el Gobierno responde a eso. Se vuelve supermercadista: vamos a crear unos 50 mercados que tendrán precios «cuidados», no descuidados, confirmando entonces que la versión populista de la inflación ha de tener razón, o algo, aunque estén actuando desde la otra perspectiva. Vamos a multiplicar estos planes sociales, etc. ¿De dónde va a salir el dinero para todo eso, teniendo en cuenta que el mismo gobierno ha señalado que hereda un déficit fiscal de más de 5 puntos del PBI? No niego la necesidad coyuntural de alguna de estas acciones, pero tampoco hay que negar que ese mayor gasto o se cubre con más emisión y, por ende, más inflación, o se cubre con más deuda.

La emisión monetaria y la deuda son dos cosas poco visibles para el votante. Éste observa los precios, que afectan directamente su presupuesto. La emisión y la deuda son cosas algo lejanas. Y los gobiernos argentinos oscilan entre una y otra cosa, llevándonos ya sea a la híper o al default, o moviéndonos en la dirección de uno o el otro.

Así seguiremos, en tanto no se derrumbe el mito del Estado paternalista al que le pedimos de todo, para luego desentendernos de cómo se paga. No me cobren impuestos porque no me gusta, pero adelante con la emisión o la deuda, que no noto que las pague a menos que genere una crisis. El populismo argentino ha alimentado las dos variantes.

Estamos saliendo de la versión inflacionista, ¿para reingresar en la versión deudora? ¿O será esto algo pasajero para salir del mal momento heredado? No hay límites institucionales, o legales, ni para uno ni para otro caso. En definitiva, dependerá de los argentinos y cuán dispuestos estemos a dejar atrás un relato que lleva ya varias décadas.

Suecia, modelo de Estado Benefactor, pero, ¿cuál?, ha cambiado mucho desde los 90s

En el debate sobre la “justicia social”, muchos tienen como ejemplo a los países nórdicos y, en especial, a Suecia. Sin embargo, tienen en mente una Suecia que no existe ya, que cambió mucho a partir de los años 90. Así lo explica Mauricio Rojas, profesor adjunto de Historia en la Universidad de Lund, quien fuera parlamentario por el Partido Liberal de Suecia desde 2002 hasta 2008 (dado el nombre poco sueco, Mauricio es de origen chileno, lo cual muestra también el grado de apertura mental que tiene ese país), en una publicación del Instituto Cato: http://www.elcato.org/crisis-europea-y-el-modelo-del-estado-de-bienestar-lecciones-de-un-modelo-evitar

“Suecia experimentó, a partir de los años 60, un crecimiento sin precedentes de su sector público. En apenas dos décadas, entre 1960 y 1980, el gasto público se duplicó, pasando del 30% del PIB al 60%. A su vez, el empleo público casi se triplicó y la carga tributaria pasó del 28 al 46% del PIB. El impuesto marginal para las rentas más altas llegó en 1979 al 87%, para estabilizarse en los años 80 en torno al 85%. Al mismo tiempo, aumentaban los subsidios de todo tipo, llegándose a situaciones donde trabajar podía implicar un detrimento económico. Este desarrollo tuvo una serie de consecuencias inevitables, particularmente manifestadas en un fuerte deterioro del incentivo a trabajar y al emprendimiento. Sin embargo, lo más sensible de este desarrollo fue la vulnerabilidad creciente de un sistema fiscal que hacía promesas cada vez más generosas a su población basado en aquello que en sueco se llama glädjekalkyl, es decir, “cálculos alegres”, basados en la premisa de que los buenos tiempos y el pleno empleo durarían eternamente. Esto creó una dinámica populista, donde gobernantes y gobernados se dejaban llevar por el sendero de las promesas fáciles, creando una ilusión de seguridad frente a la indefensión o la falta de trabajo que solo podía ser mantenida mientras las situaciones de indefensión o carencia laboral fuesen excepcionales.”

“En Suecia la ilusión populista se quebró dramáticamente a comienzos de los 90, cuando el pleno empleo, que había durado casi cinco décadas, se transformó en un alto nivel de desempleo. Este cambio fue producto, como acostumbra a ser en estos casos, de una recesión internacional que puso en evidencia las debilidades acumuladas de las viejas industrias suecas de exportación ante la presencia de nuevos competidores. Esto desencadenó un brusco aumento de la cesantía — que pasó del 2 al 12% en tres años— que llevó el gasto público a sobrepasar el 70% del PIB en 1973 mientras la recaudación fiscal caía. Ello puso en evidencia el bluff del Estado de bienestar: sus promesas de seguridad frente a eventuales situaciones de carencia o indefensión no pudieron cumplirse justamente cuando más se necesitaban. La seguridad prometida se esfumó cuando el exceso de gasto dio origen a un insostenible déficit fiscal que llegó a superar el 10% del PIB conduciendo a la caída estrepitosa del viejo y tan afamado “modelo sueco”.

A partir de entonces se abre un notable proceso de reducción del tamaño del Estado, desregulación, cooperación público-privada y privatización que ha transformado a Suecia en la economía de la UE-15 que mejor ha resistido a los problemas actuales. Así, el país que encabezó la marcha hacia la debacle del Estado de bienestar tradicional encabeza hoy el camino hacia su modernización, disminuyendo su tamaño y con ello su vulnerabilidad, rompiendo los monopolios públicos a través de la libertad de empresa y de elección ciudadana, limitando y condicionando los subsidios de todo tipo, y tratando de restablecer, mediante rebajas tributarias, los incentivos al trabajo y al emprendimiento.

Crisis de alguna manera parecidas, si bien menos severas, a la de Suecia afectaron a Alemania, Dinamarca, Finlandia u Holanda, obligando a estos países a moderar y hacer algo más dinámicos sus grandes Estados así como a alivianar su carga regulatoria (especialmente en lo referente al mercado de trabajo) y tributaria. No fueron en sí mismas reformas de suficiente calado como para poder revertir las tendencias al estancamiento anteriormente señaladas, pero les han permitido a estas sociedades enfrentar la actual situación de crisis en condiciones mucho mejores que las del sur de Europa.”

 

Las vacas y el populismo, producción o distribución

http://www.elcato.org/argentina-las-vacas-y-el-populismo

Argentina: Las vacas y el populismo

Gabriela Calderón es editora de ElCato.org, investigadora del Cato Institute y columnista de El Universo (Ecuador).

Ganaderia

La economía del populismo se puede resumir en el intento de redistribuir la riqueza existente, supuestamente para el “bien del pueblo”. Los populistas ignoran, o no les importa, que la intervención estatal en la distribución de la riqueza tenga un efecto negativo sobre la producción a mediano y largo plazo. Como ilustración de esto podemos considerar lo que ha sucedido con la política bovina de los Kirchner en Argentina.

El razonamiento era tan sencillo que inspira ternura: “para bajar los precios en el mercado local, simplemente desalentemos las exportaciones y todos seremos felices”. Inicialmente, prohibieron las exportaciones en 2006 por 180 días e implementaron el Registro de Operaciones de Exportación conocido como ROE Rojo.1 Luego impusieron un impuesto de 15% a las exportaciones de carne, entre otras intervenciones que se fueron sumando.2 ¿Qué ocurrió?

En lugar de incentivar una mayor producción de tal manera que haya más vacas para la exportación y para el consumo local, los Kirchner decidieron incentivar a los argentinos a que literalmente se comieran el stock existente de vacas.

En el mercado de carnes, un indicador esencial es la “faena de vientres”. Si el sacrificio de hembras aumenta, esto indica que en el futuro habrá una oferta reducida de carne, lo que se traducirá en un mayor precio de la carne en el mercado local —precisamente lo que la política populista de los Kirchner pretendía combatir. Y, al igual que ocurre con la riqueza destruida en poco tiempo mediante gobiernos populistas, tarda años reconstruir el stock de ganado. Entre 2005 y 2013 este se redujo en un 20%.3

Para que el stock de ganado de un país sea estable es necesario que se permita al sistema de precios funcionar libremente. Son estas señales de precios las que le comunican a los productores cuando conviene o no invertir en mantener a las hembras y engordar a los novillos. Los Kirchner, al deprimir artificialmente el precio de la carne, incentivaron a los productores a sacrificar vientres y, como consecuencia, a deprimir la oferta en el futuro. Sucede que la liquidación de hembras está hoy en su punto más alto desde 2007 —fecha en que se inició un proceso de “liquidación masiva del stock bovino” que llegó a caer desde 57 millones de cabezas en 2008 hasta tocar un piso de 47,9 millones de cabezas en 2011.4

En 2005, los ganaderos argentinos exportaban alrededor de 745.000 toneladas métricas (t). Ese mismo año, Argentina era el tercer exportador más importante en el mundo y el segundo país en consumo anual de carne: 136 libras por persona. Como punto de referencia, EE.UU. exportaba en ese entonces 472.668 t.5

Para 2012, Argentina exportó solamente 164.000 t llegando a ser el onceavo exportador de carne en el mundo. El consumo de carne disminuyó a 121 libras por persona. Todo esto mientras que durante esos mismos 7 años las exportaciones estadounidenses de carne aumentaron a 1,13 millón t.6

En resumen, el populismo hace que desaparezcan las vacas hasta en “el país de las vacas”, al igual que sucede en otros lugares donde gobiernos han dilapidado la riqueza existente en nombre una mejor distribución e ignorando (o sin que les importe) que sus acciones condenan a la población a un nivel de pobreza persistentemente alto.

Este artículo fue publicado originalmente en El Universo (Ecuador) el 4 de julio de 2014.

Referencias:

1. “¿Qué es el ROE Rojo?” Unidad de Coordinación y Evaluación de Subsidios al Consumo Interno.

2. Melitsko, Silvana; Domínguez, Andrés; Anchorena, José. “Historia de un fracaso: política de carne bovina, 2005-2013”. Fundación Pensar (Argentina). Abril de 2013.

3. Ibid., “Historia de un fracaso: política de carne bovina, 2005-2013”.

4. “La ganadería argentina en las puertas de un nuevo proceso de liquidación: la faena de hembras alcanzó el nivel más alto desde 2007”. Valor Soja (Argentina). 27 de abril de 2014.
Uruguay casi recuperó el stock de hacienda perdido por la sequía histórica de 2008/09: Argentina necesita 6,50 millones de cabezas para igualarlo”. Valor Soja (Argentina). 26 de septiembre de 2013.

5. “Argentina Provides a Lesson in How to Ruin a Beef Industry”. Beef Magazine. 26 de septiembre de 2013.

6. Ibid., “Argentina provides a Lesson in How to Ruin a Beef Industry”.